viernes, 31 de julio de 2009

El Imperio Antiguo (c.2.686-2.160 A.C.) 6/6.- La Dinastía VI.



Estatuilla de bronce de Imhotep. Visir y Arquitecto del Faraón Djoser hacia el 2700 A.C. Se le acredita como responsable del diseño y construcción del primer edificio monumental en piedra del mundo, la Pirámide Escalonada de Saqqara, donde debe de encotrarse su tumba, aún no hallada. Arquetipo del aprendizaje, se le asocia principalmente con la escritura y la medicina. En el Imperio Tardío se le adoró como dios, hijo de Ptah.


LA DINASTÍA VI

Según Manetón, con el reinado de Unas se cerró la Dinastía V y el faraón siguiente, Teti, Horus Seheteptawy, (2.345-2.323 A.C.) dio entrada a la Dinastía VI. No disponemos de una información fiable sobre la relación entre Teti y sus predecesores, pero es probable que su primera esposa Iput fuese hija de Unas. El visir de Teti, Kagemni, comenzó su carrera bajo el reinado de Djedkara y de Unas. No obstante, el Canon de Turín también muestra una ruptura en este punto seguida de una cifra total de reyes entre Menes, primer faraón de la Dinastía I, y Unas, cifra que ahora se ha perdido. Esto nos da que pensar, ya que el criterio en el que el Canon de Turín se basó para dicha división era, ciertamente, el cambio de lugar de la capital y de la residencia real.

Es probable que la primitiva capital de White Wall (Muro Blanco), fundada a principios de la Dinastía I, se fuese reemplazando en importancia de forma gradual por suburbios más poblados, más hacia el sur; aproximadamente al este de la pirámide de Teti. Djed-isut, el nombre de esta parte de la ciudad, se deriva del nombre de la pirámide de Teti y de su ciudad piramidal. Es probable que los palacios reales de los faraones Djedkara y Pepy I, y probablemente también el de Unas, hubiesen sido ya trasladados más al sur, lejos de la miseria, el ruido y el olor de una ciudad atestada de gente, a otros lugares en el valle este de la actual Saqqara Sur y separada de Djed-isut por un lago. Al menos esto explicaría la elección de Saqqara Sur como lugar para la construcción de las pirámides de Djedkara y Pepy I.

En un desarrollo que iba creciendo en paralelo con el de la cercana pirámide de Teti, el asentamiento anejo tomó el nombre de Mennefer (Menphis, en griego ) del nombre de la pirámide de Pepy I y de su ciudad piramidal. Más adelante, durante el segundo milenio, acabó físicamente unido a otros asentamientos alrededor del Templo del Dios Ptah, más hacia el este, y la ciudad fue conocida en su totalidad como Mennefer.

Así que, hasta cierto punto, el lugar de la residencia real puede que cambiase a finales de la Dinastía V, o principios de la Dinastía VI, lo que explicaría la división del Canon de Turín, más adelante reflejada en la cuenta de Manetón, en la que el padre de Pepy I, Teti, se incluyó en la nueva línea de soberanos. Pero aquí entramos en un mundo de especulación, y sólo futuros trabajos de campo en la región menfita nos podrán justificar su alcance.

A Teti puede que le sucediera el Faraón Userkara (2.323-2.321 A.C.), aunque su existencia parece estar cuestionada. La confusión puede que venga del hecho de que a Pepy I, Horus Merytawi (2.321-2.287 A.C.), hijo del faraón Teti y de su esposa Iput, se le conociese como Nefersahor durante la primera parte de su reinado. Éste era su prenomen o “nombre del trono”, recibido durante su coronación, que iba precedido del título de nesu-bit (“el del junco y la abeja”), y encerrado en un cartucho oval. Más adelante, lo cambiaría por el de Meryra. El nomen o “nombre de nacimiento”, Pepy, - cuyo número romano convencional que le sigue es de aplicación moderna - precedió al de su ascensión al trono, y se adoptó a raíz del título de sa Ra (“Hijo del Dios Ra”), y también se escribía dentro de un cartucho.

La situación de Egipto por entonces comenzó a cambiar. La posición del faraón permanecía teóricamente inalterada, pero no hay dudas de que surgieron dificultades. Esta impresión sólo puede explicarse parcialmente gracias al incremento y fiabilidad de una información que nos ha permitido ahondar aún más profundamente en la sociedad egipcia de lo que permitría la fachada de un edificio, formal y monolíticamente monumental, de los períodos anteriores. La persona del faraón dejó de ser intocable. En un texto biográfico de Weni, un alto cargo de la Corte, se habla de un fracasado complot para derrocar al faraón Pepy I inspirado por una de sus esposas hacia finales de su reinado. Su nombre se desconoce, pero no así sus andanzas matrimoniales: En sus años de declive, el faraón se casó con dos hermanas, ambas llamadas Ankhnes-meryra (“El Faraón Meryra [Pepy I] vive para ella”). El padre era un alto cargo con influencia en Abydos.

Estos eventos eran sin duda dramáticos, pero el hecho real es que, el aumento de poder e influencia de los administradores locales, muy especialmente en el Alto Egipto, lejos de la capital, y el progresivo debilitamiento de la autoridad real, con ser menos dramático, eran potencialmente de consecuencias más graves. A finales de la dinastía se crearía así un nuevo cargo en la Administración: "Inspector del Alto Egipto”.

Los faraones de la Dinastía VI construyeron de forma extensa, edificando capillas para deidades locales por todo Egipto, pero muchas acabarían siendo víctimas de reconstrucciones posteriores, y otras aún no han sido excavadas.

Los templos del Alto Egipto, como los de Khenti-amentiu, en Abydos, Min, en Koptos, Hathor, en Dendera, Horus, en Hierakonpolis y Satet, en Elefantina, fueron especialmente favorecidos. Las donaciones hechas a estos templos, y las exenciones fiscales y de servicios forzosos, se multiplicaron.

Los templos piramidales de las Dinastías V y VI muestran escenas tan convincentes que uno se siente tentado a tomarlas por lo que aparentan ser. Es así que, por ejemplo, una escena que muestra la sumisión de jefes libios durante el reinado de Pepy II, es una copia casi exacta de la misma representación que aparece en los templos de Sahura, Nyuserra y Pepy I; y que se repetiría unos 1500 años más tarde en el templo del faraón Taharqo, en Kawa, Sudán. Estas escenas constituyen expresiones estándar de triunfos de un faraón idealizado que poco tendrían que ver con la realidad. Su inclusión en templos garantizaría su continuidad en el tiempo.

La misma explicación podría darse a las escenas de barcos a su regreso de una expedición a Asia, o a alguna correría contra nómadas en Palestina, reproducidas en la calzada elevada del complejo de Unas. Por otra parte, otras fuentes muestran que acontecimientos parecidos habían realmente acaecidos.

El ya mencionado testimonio de Weni describe acciones militares repetidas a gran escala contra los Aamu de la región sirio-palestina. A pesar de la forma que se presentaban, en realidad consistían en ataques preventivos o punitivos más que en auténticas campañas defensivas.

La explotación de recursos minerales en los desiertos fuera de Egipto, continuó. La turquesa y el cobre se seguían obteniendo de las minas de Wadi Maghara, en el Sinaí, en la época de los faraones Djedkara, Pepy I y II; el alabastro, en Hatnub, en los reinados de Teti, Merenra, Pepy I y II; el greywacke y la arenisca fina, en el Wadi Hammamat, durante los mandatos de Pepy I y Merenra, en el Desierto Oriental; el gneiss, en las canteras del nordeste de Abu Simbel, durante el reinado de Djedkara.

Se enviaron expediciones al Punt, bajo el reinado de Djedkara, y se mantuvieron los contactos comerciales y diplomáticos con Byblos, durante los reinados de Djedkara, Unas, Teti, Pepy I y II, y Merenra, y también con Ebla, en tiempos de Pepy I.

Nubia llegó a crecer en importancia durante la reciente Dinastía VI, y se hicieron intentos para mejorar la navegación en la región de la 1ª Catarata bajo el reinado de Merenra. La zona empezó a recibir un flujo de nuevos colonos que procedían de más al sur, entre la 3ª y 4ª Cataratas, conocidos como Grupo C Nubio, con centro en Kerma.

Eran frecuentes los ocasionales incidentes con estas gentes, ya que Egipto intentaba prevenir cualquier amenaza potencial a sus intereses económicos y a su seguridad. Las caravanas a través de territorio nubio – en tierras de Wawat, Irtjet, Satju y Iam – las organizaban administradores del nome egipcio más al sur de Elefantina, tales como Harkhuf, Pepynakht Heqaib y Sabni.

Las mercancías de lujo africanas que llegaban a Egipto por este medio, incluían incienso, ébano, pieles de animales y marfil, pero también enanos danzarines y animales exóticos. El empleo de nubios, especialmente para las unidades de policía de frontera, y como mercenarios en las expediciones militares, data de este período en adelante.

El Desierto Occidental era un entrelazado de rutas de caravanas. Una de ellas dejaba El Nilo en la región de Abydos con dirección al Oasis Kharga, y luego proseguía hacia el sur a lo largo de un camino conocido hoy como Darb el-Arbain, o “ruta de los cuarenta días” en árabe, hasta el Oasis Selima. Otra partía de Kharga hacia el oeste hasta el Oasis Dakhla, donde un importante asentamiento prosperaba en Ayn Asil, cerca de la moderna Balat, especialmente durante el reinado del faraón Pepy II.

DECADENCIA Y CAÍDA DEL IMPERIO ANTIGUO

A Pepy I le sucedieron dos de sus hijos; primero Merenra, Merenra-nemtyemsaf, Horus Ankh-Khau (2.287-2.278 A.C.), y después Pepy II, Horus Netjerkhau (2.278-2.184 A.C.). Ambos ascendieron al trono muy joven, y ambos construyeron sus pirámides en Saqqara Sur. Pepy II reinó durante unos noventa y cuatro años, habiendo heredado el trono a los seis, lo que le convierte en el faraón más longevo de la Historia de Egipto. Sin embargo, es probable que la segunda parte de su mandado fuese de alguna manera poco efectivo, ya que las fuerzas que habían ido insidiosamente erosionando los teóricos cimientos del estado egipcio se hicieron patente.

La crisis que se implantó era inevitable, pues la semilla germinaba ya dentro del propio sistema. Primero, era ideológica, ya que el faraón, cuyo poder económico se encontraba sensiblemente debilitado, era incapaz de representar el rol que le había sido asignado por la propia doctrina de la Realeza. Las consecuencias para la totalidad de la sociedad egipcia fueron tremendas; el sistema de remuneración ex officio hacía tiempo que había dejado de funcionar satisfactoriamente, y el sistema fiscal estaría por entonces al borde del colapso.

Algunos puestos de la Administración se habían convertido en hereditarios y permanecían dentro de la misma familia durante generaciones. En el Medio y Alto Egipto, las tumbas cavadas en roca de yacimientos como, Sedment, Dishasha, Kom el-Ahmar Sawaris, Sheikh Said, Meir, Deir el-Grebrawi, Akhmim (el-Hawawish), el-Hagarsa, el-Qasr wa ‘l-Saiyad, Elkab y Aswan (Qubbet el-Hawa), dan testimonio de las aspiraciones de los gobernantes locales, para entonces semiindependientes soberanos.

Menos conocemos de los correspondientes cementerios del Delta, aunque sabemos que los yacimientos de Heliópolis y Mendes existían. La proximidad de la capital puede que hiciese más difícil cualquier intento de autonomía, pero la razón principal de la falta de evidencia radica en su propia geografía y geología. Los niveles del Imperio Antiguo están hoy cerca o por debajo de la capa freática, lo que dificulta las excavaciones. Mucho más se sabe de los administradores del Oasis Dakhla, que vivían en el asentamiento de Ayn Asil y fueron enterrados en grandes tumbas-mastabas en el cementerio local de Qilat el-Dabba.

El gobierno central prácticamente dejó de existir, y las ventajas de un estado unificado se perdieron. La situación se vio agravada aún más debido a factores climáticos; muy especialmente a una sensible disminución del caudal del río regulador de las crecidas, unida a un declive en las precipitaciones, que afectaron a zonas colindantes del Valle del Nilo, con la consiguiente presión en las zonas fronterizas por parte de tribus nómadas. El hecho de que muchos sucesores en potencia esperasen bajo las protectoras alas del faraón Pepy II que terminase el excepcionalmente largo reinado del faraón, probablemente propició la caótica situación que acabó instalándose.

A Pepy II le sucedió Merenra II (Nemtyemsaf), la Reina Nitiqret (2.184-2.181), y unos diecisiete o más faraones efímeros que representan a las Dinastías VII y VIII de Manetón. Sus separaciones dinásticas, de nuevo, son difíciles de explicar; excepto como meras divisiones accidentales de las listas. La mayoría de los gobernantes son poco más que nombres para nosotros, aunque a algunos de ellos se les conoce por los decretos proteccionistas expedidos para el templo de Min en Koptos.

Qakara Iby es el único faraón cuya pirámide de 31’59 m de lado se ha encontrado en Saqqara Sur. Por lo que, lo único que asemejaba a estos pequeños reyezuelos con los faraones gigantes del primitivo Imperio Antiguo, eran la propia ubicación de la residencia real en Menfis, y la teórica reclamación de dominio sobre todo Egipto.

El Gran Total que nos da el “Canon de Turín” de 955 años que separan al faraón Menes, al principio de la Dinastía I, del último de estos efímeros gobernantes, pone fin a la línea de faraones menfitas y al período que se ha denominado Imperio Antiguo.

CONCLUSIÓN

Y con esta “Hoja Suelta” terminamos uno de los períodos más significativos de la Historia del Antiguo Egipto, si no el que más, ya que muestra los cimientos consolidados de un imperio en cierne que duraría milenios.

Este período, de más de quinientos años (2.680-2.160 A.C.), fue el más rico y creativo de su historia. Se mantuvo así durante cuatro dinastías – de la III a la VI - y fue durante esta última que se inició y confirmó su evidente declive y caída final.

Las periódicas crecidas del rio Nilo que regaban los campos y hacía brotar su rico limo, se interrumpieron de forma precipitada; las altas capas sociales alcanzaron las cotas más altas de influencia y poder, y se convirtieron en un pesado lastre para el país; los gastos sociales y la rémora de un largo reinado superaban a los cada vez más disminuidos ingresos; las incursiones en ultramar para obtener recursos no eran suficientes para inclinar favorablemente la balanza económica; el comercio exterior era aún una actividad incipiente; la descentralización fue nefasta, resquebrajando la unidad del imperio al igual que lo haría dos milenios más tarde con el de Roma; el creciente poder de ciertos núcleos religiosos desgastaba la autoridad real; y el reinado casi centenario de su último soberano, tuvo que haber sumido al país en un estado letárgico, falto de liderazgo, carente de proyectos, y muy probablemente, corrompido, sin una mano fuerte, joven y dispuesta a mantener la ilusión de un pueblo, por otra parte, totalmente entregado.

Y, continuando - mientras así se me permita - con el Proyecto de recorrer todo el camino ya andado por otros, estaré de vuelta, sine die, con otra “Hoja Suelta”, para, juntos, iniciarnos en el Capítulo 6 que, incuestionablemente, habremos de dedicar, de nuevo de la mano de alguien más docto, al Primer Período Intermedio (c.2.160-2.055 A.C.)

El enfoque, como ya somos conscientes, será el ya utilizado durante el camino ya caminado: El antropológico, más que el puramente arqueológico; o si se quiere, el holístico, analizando los eventos desde el punto de vista de las múltiple interacciones que los caracterizan; estudiando al Hombre en el marco de la sociedad y cultura a la que pertenece y, al mismo tiempo, como producto de éstas.

Reyes de la Dinastía VI:

Teti, Userkara (Usurpador), Pepy I (Meryra), Merenra, Pepy II (Neferkara), Nitiqret.

Reyes de las Dinastías VII y VIII:

Numerosos faraones llamados Neferkara, presumiblemente en imitación al faraón Pepy II.


Rafael Canales

En Benalmádena-Costa, a 5 de agosto de 2009

Bibliografía:

“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”. Ian Shaw. Oxford University Press, 2004
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
British Muaeum Database.

miércoles, 29 de julio de 2009

El Imperio Antiguo (c.2.686-2.160 A.C.) 5/6.- La Dinastía V.




Falsa Puerta en caliza de Kahihap, funcionario menor, a pesar de su titularidad tan pompósamente atribuida como “Confidente del Faraón”, y otras. La puerta, con decoración muy elaborada, es inusual por el exagerado número de figuras que aparecen en ella. Es lo único que queda de su capilla-tumba de Saqqara. Las figuras aún conservan mucho color rojo y amarillo. Dinastía V.



LA DINASTÍA V

La explicación que da el Papiro Westcar sobre los orígenes de la Dinastía V puede contrastarse con evidencias contemporáneas procedentes de los reinados de los faraones Sahura y Neferirkara. A la Reina Khentikawes se la identifica por un único título que aparece en su tumba-mastaba en Giza: “Madre de los dos faraones del Alto y el Bajo Egipto”. El mismo título aparece en su pirámide recientemente descubierta por egiptólogos checos, situada junto a la de Neferirkara, en Abusir. Si la Khentikawes de Giza y la Khentikawes de Abusir son la misma persona, los dos hijos a los que se refiere su titularidad serían el faraón Sahura, Horus Nebkhau, 2.487-2.475 A.C. y el faraón Neferirkara (Kakai), Horus Userkhau, 2.475-2.455, y el Papiro Westcar sería, parcialmente, correcto.

Las pirámides de estos dos faraones están en Abusir, al igual que las de todos los faraones que construyeron templos solares y, probablemente también la de Shepseskara (2.455-2.448 A.C.) La calzada elevada que conecta el templo del valle con el de la pirámide del complejo piramidal de Sahura, estaba decorada con relieves muy logrados que anticipaban los más conocidos del faraón Unas (2.375-2.345 A.C.) Estos faraones de Abusir formaban un grupo muy unido y sus monumentos muestran muchas similitudes.

El templo piramidal de Neferirkara ha aportado el conjunto de papiros administrativos más importantes del Imperio Antiguo, pues arrojan nueva luz sobre el funcionamiento día a día del establecimiento piramidal, a la vez que incluye registros detallados de los productos que recibía, listas de sacerdotes de guardia, inventarios del equipamiento, y cartas. El complejo piramidal, no obstante, se quedó a medio terminar, y su templo del valle y la calzada elevada fueron después incorporados por el faraón Nyuserra a su propio complejo.

El faraón Shepseskara, Horus Sekhemkhau (2.455-2.448 A.C.), es el más efímero del grupo de Abusir de cuyo templo solar aún no se ha encontrado evidencia textual o arqueológica alguna, quizás debido a la brevedad de su reinado. El del faraón Raneferef (Isi), Horus Neferkhau (2.448-2.445 A.C.), fue incluso más corto. Aunque su pirámide no progresó más allá de sus inicios, el templo piramidal ha aportado recientemente papiros comparables a los encontrados en el templo de Neferirkara.

El templo solar del faraón Nyuserra (Iny), Horus Setibtawi (2.445-2.421 A.C.), está en Abu Gurab, al norte de Abusir. El último faraón que construyó un templo solar fue Menkauhor (Ikauhor), Horus Menkhau (2.421-2.414 A.C.) Su pirámide aún no ha sido localizada, pero la tumba de sus sacerdotes y otras indicaciones sugieren que puede estar oculta bajo la arena en algún lugar al sur de Abusir, o en Saqqara Norte.

El hecho más llamativo en la Administración durante este período fue la retirada de los miembros de la familia real de los altos cargos. Otro hecho a destacar fue la forma tan habilidosa con que los templos solares fueron incorporados al sistema económico del país.

Algunos de los nombramientos del sacerdocio en los templos solares eran puramente nominales, y habían sido creados con objeto de permitir al titular beneficiarse de las prebendas derivadas de dichos puestos; que puede que incluyesen los mencionados contratos de arrendamiento ex officio.

Lo mismo se puede decir de los nombramientos del personal de los establecimientos piramidales. De hecho, no existía ningún antagonismo evidente entre las demandas del mundo de los dioses y de los muertos, y las necesidades de los vivos. Uno bien puede visualizar un sistema en el que la mayoría del producto nacional, en teoría, se destinase para satisfacer las necesidades de los faraones fallecidos, las de sus templos solares, y las de las capillas de los dioses locales, pero que, de hecho, a la vez sirviese para mantener a la gran mayoría de la población egipcia.

Las creencias religiosas de los antiguos egipcios eran localmente diversas, y socialmente estaban estratificadas. Prácticamente cada lugar del país tenía su propio dios local que para sus habitantes constituía la deidad más importante, por lo que la ascensión del Dios Ra a la categoría de Dios Estatal les afectaba poco. Eso sí, los anales confirman que los faraones empezaron a preocuparse más por los dioses locales de todo el país, mediante donaciones, con frecuencia de tierras, o eximiéndoles de impuestos y del trabajo forzado.

Continuaron las expediciones a los lugares tradicionales fuera de Egipto, que traían turquesas y cobre de Wadi Maghara, en tiempos de Sahura, Nyuserra y Menkauhor, y de Wadi Kharit, en tiempos del faraón Sahura, en el Sinaí, y gneiss de las canteras del noroeste de Abu Simbel, también durante el reinado del faraón Sahura.

Durante su reinado, hay una referencia a una expedición para obtener mercancías exóticas, tales como malaquita, mirra y electro, aleación de plata y oro, a Punt, país africano situado entre la parte alta de El Nilo y la costa somalí.

Los contactos con Byblos se mantuvieron en tiempos de los faraones Sahura, Nyuserra y Neferirkara. Sin embargo, el descubrimiento de objetos con el nombre de varios faraones de la Dinastía V cerca del Mar de Mármara, es algo ambiguo.

La Dinastía V experimentó un aumento del número de sacerdotes y funcionarios capacitados para proteger las tumbas con su propio esfuerzo. Algunas de estas mastabas estaban entre las mayores y mejor decoradas del Imperio Antiguo, como es el caso de las tumbas de Ty, en Saqqara, y de Ptahshepses, en Abusir; ambas probablemente del reinado del faraón Nyuserra. Muchas de ellas están ubicadas en cementerios de provincia, más que en las proximidades de las pirámides reales.

Ese relajamiento de la dependencia del favor real estuvo, lógicamente, acompañado de una mayor variedad en las formas y en la calidad artística de las estatuas y relieves.

Los textos “autobiográficos” que aparecen en estas tumbas, proporcionan una nueva percepción de la sociedad contemporánea. En su mayoría, se trata de frases convencionales, y en menor grado, de tópicos corrientes, con frecuencia relacionados con la relación del propietario de la tumba con el faraón. Estas tendencias continuarían durante el resto del Imperio Antiguo.

LOS FARAONES DE LOS TEXTOS DE LAS PIRÁMIDES

Los presagios estaban ya en el aire a la muerte del faraón Menkauhor, aunque los matices se nos escapan. Una etapa de estandarización y racionalización impregnaron las actividades de construcción reales.

Los sucesores del faraón Menkauhor no construyeron templos solares aunque la situación del Dios Ra permaneció inalterada. El largo reinado del faraón Djedkara (Isesi) Horus Djedkhau (2.414-2.375 A.C.) enlaza el grupo de faraones de Abusir con los siguientes. Algunos de sus funcionarios se enterraron en la necrópolis de Abusir, lo que apunta a una continuidad más que a una ruptura, pero la pirámide del faraón está al sur de Saqqara. Sus modestas dimensiones, 78’50m² de planta y 52’50m de altura, con la excepción de su inmediato sucesor el faraón Unas, fueron adoptadas por los restantes gobernantes más importantes del Imperio Antiguo: Teti, Pepy I, Merenra y Pepy II.

Las "Máximas de Ptahhotep", una obra literaria mayor del Imperio Antiguo, que resume las reglas de conducta a seguir por un cargo público para tener éxito, se atribuye al visir del faraón Djedkara.

El reinado del faraón Unas, Horus Wadj-tawy (2.375-2345 A.C.) también fue largo. Su pirámide está en la esquina suroeste del recinto de Djoser, pero es incluso más pequeña que la de sus predecesores. Su larga calzada elevada que se extiende a lo largo de casi 700 metros estuvo en un principio decorada con escenas impresionantes, ahora muy resquebrajadas, que superaron los métodos estereotipados de expresión de la realeza egipcia, o al menos les infundieron un toque original.

Incluían registros de acontecimientos del reinado del faraón Unas, como el transporte de columnas desde las canteras de Aswan al complejo piramidal del faraón. Pero la principal innovación de la pirámide de Unas, una que sería característica de las restantes pirámides del Imperio Antiguo, incluyendo las de algunas reinas, fue la primera aparición de los famosos “Textos de las Pirámides”, esculpidos en las paredes de su cámara funeraria, y en otros lugares de su interior.

Los "Textos de las Pirámides” representan la mayor composición religiosa conocida del Antiguo Egipto; algunos de sus elementos se crearon mucho antes del reinado de Unas y trazan el desarrollo del pensamiento religioso egipcio desde tiempos predinásticos.

Al fallecido faraón Unas se le identifica con el Dios Osiris y se le menciona como Osiris Unas. La religión osiriana es, con mucho, la más importante en los Textos de las Pirámides, pero también hay cabida para ideas asociadas con el Dios Sol, así como también para conceptos de orientación estelar y algunos más, probablemente aún más antiguos.

No obstante, la complejidad de los Textos hace que la interpretación de los ensalmos de forma individual se haga difícil, y lo que es la comprensión de la relación mutua con su todo, aún más ardua.

La razón de su presencia dentro de la pirámide era la de proporcionar al fallecido faraón con textos que se consideraban sagrados y esenciales para su supervivencia y bienestar en el Más Allá. Probablemente, su mera presencia se consideraba suficiente para hacerlos efectivos. Aunque la distribución de los Textos dentro de la propia estructura no es accidental, es poco probable que estuviesen relacionados con un acontecimiento tan fugaz y pasajero como un funeral.

La creencia de que después de la muerte el fallecido entraba en el reino del Dios Osiris era ya común y se había generalizado. Osiris, originalmente una deidad local del Delta Oriental, era un dios chthónico, (del griego chthonios), es decir relacionado con la vida subterránea y de ultratumba, y asociado a la agricultura y a los eventos de la Naturaleza recurrentes anualmente.

Quizás su elección fue un acierto e ideal como dios universal de los Muertos, dado que los mitos relativos a su resurrección reflejaban la imagen de la revitalización del suelo egipcio después de la retirada de la crecida anual del rio. Así es como ocurría antes de la construcción de una presa en Aswan a principios del pasado siglo, y la Gran Presa en los años 60.

Los primeros pasos de la evolución del culto a Osiris no están claros. Sí era una buena contrapartida al Dios Sol Ra, y su situación prominente puede haber sido propiciada por consideraciones específicas, aunque los registros de que se dispone son inadecuados para poder establecer exactamente cuándo ocurrió.

En las tumbas, las personas fallecidas se describen como imakhu (honradas) por Osiris; en otras palabras, sus necesidades en la otra vida estaban garantizadas por su asociación con él. El concepto de imakhu, que también puede traducirse por “provisto de”, era la expresión de un singular aforismo moral que circulaba a todos los niveles de la sociedad egipcia que rectificaba los casos extremos de desigualdad: "Constituía el deber de todo individuo con mayor influencia y riqueza, cuidar a toda persona pobre y socialmente marginada de igual forma que todo cabeza de familia era responsable de todos sus miembros".

Y acabamos así este breve repaso a los faraones de los "Textos de las Pirámides" y a la evolución del culto al Dios Osiris.

Y la próxima “Hoja Suelta” nos va a introducir en la Dinastía VI, con la que se iniciará la decadencia y caída del Imperio Antiguo. Y con ello acabará el Capítulo 5º de nuestro ya familiar Proyecto basado en la reiteradamente reseñada obra de Ian Shaw “The Oxford History of Ancient Egypt”, más abajo referenciada, cuyo texto original ha estado a cargo del Profesor Jaromir Malek, del Griffith Institute, al que agradezco sinceramente tan especializada y actualizada exposición.

Reyes de la Dinastía V:

Userkaf, Sahura, Neferirkara, Shepseskara, Raneferef, Nyuserra, Menkauhor, Djedkara, Unas.


Rafael Canales

En Benalmádena, a 31 de julio de 2009

Bibliografía:

“The Enciclopedia of Ancient Art. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”. Ian Shaw. Oxford University Press, 2004
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
British Museum Database.

lunes, 27 de julio de 2009

El Imperio Antiguo (c.2.686-2.160 A.C.) 4/6.- La Dinastía IV (continuación)


Estatua de caliza pintada de la Dama Nynofretmin. La estatua se colocaba en la capilla "serdab". Una vez alli, sólo podrían verla los sacerdotes mortuorios y familiares que viniesen a visitar la tumba y depositar ofrendas. Su cometido era proporcionar un hogar al "ka" del difunto en el caso de que el cuerpo fuese destruído, con lo que perduraría el recuerdo y personalidad del finado. Dinastía IV (c.2613-2160 A.C.)


LOS CULTOS FUNERARIOS REALES

El efecto de la construcción de pirámides que se ha comentado, no acababa con la terminación de la propia estructura. Cada complejo piramidal era foco del culto al faraón fallecido, que continuaría de forma indefinida. Su objetivo consistía en asegurarse que todas las necesidades del faraón eran cubiertas y, de forma menos directa, las de sus familiares y altos funcionarios enterrados en las tumbas cercanas. El primer benefactor era el propio faraón que, durante su vida, había dotado a sus establecimientos piramidales de tierras, o dispusto las aportaciones a recibir del Tesoro Público.

Las disposiciones del culto implicaban, entre otras, la presentación de ofrendas, si bien es probable que sólo una pequeña parte de la producción procedente de los establecimientos acabasen en los altares y en las mesas de ofrendas; pero incluso aunque no hubiese sido así, no habría habido desperdicio sino que se habría procedido a su reciclaje, bien para el consumo del personal del templo, bien para una redistribución más amplia.

En su mayoría se utilizaban para mantener a los sacerdotes y funcionarios relacionados con el culto funerario, y a los artesanos que vivían en la ciudad de la pirámide, o eran redirigidas para costear los cultos funerarios de las tumbas privadas. Esto representaba una forma de redistribución del producto nacional, y sus beneficios se iban filtrando a través de los distintos estratos de la sociedad egipcia.

No obstante, las donaciones a los establecimientos piramidales quedaban aseguradas para siempre mediante decreto real que las convertía así en permanentes e inalienables, lo que, por otra parte, acababa redundando en una reducción gradual del poder económico del faraón.

Las disposiciones para el culto funerario real se instrumentaban incluso en provincias. El culto a Sneferu puede que se concentrase en un reducido número de pequeñas pirámides, de unos 20m² de base, de las que al menos siete se conocen: Elefantina, Edfu, el-Kula, Ombos, Abydos, el-Seila y Zawiyet el-Mayitin. Sólo una, la de el-Seila, se puede datar con precisión en el reinado de Sneferu gracias a una estela y a una estatua.

Los proyectos de grandes construcciones también estimulaban las expediciones que se enviaban al extranjero para asegurarse minerales y recursos varios no disponibles en el propio Egipto. Las organizaba el propio Estado, ya que antes de la Dinastía VI no se conocía otra forma de comercio a distancia.

Los nombres de Djoser, Sekhemkhet y Khufu aparecen en inscripciones en roca en las minas de turquesa y cobre de Wadi Maghara, en la Península de Sinaí. Es posible que al faraón Djoser le hubiese precedido Nebka, si éste y Horus Sanakht son uno mismo. La Piedra de Palermo contiene una lista de cuarenta barcos que transportaron madera desde una región desconocida durante el reinado de Sneferu, y el nombre de los faraones Khufu y Djedefra aparecen inscritos en las canteras de gneis, bien adentradas en el Desierto Occidental de Nubia, a unos 65km al nordeste de Abu Simbel.

El greywacke y la arenisca más fina para hacer estatuas se obtenían de Wadi Hammamat, entre Koptos – la actual Qift – y el Mar Rojo, durante los reinados de los faraones Khufu, Khafra y Menkaura, y también en Tell Merdikh (Ebla), en Siria, en tiempos del faraón Khafra.

Durante la Dinastía III y IV Egipto no experimentó ninguna amenaza real procedente de ultramar. Las campañas militares en el extranjero, especialmente las de Libia y Nubia, se deben pensar como encaminadas a la explotación de zonas vecinas en busca de recursos inmediatos. Hay que pensar que uno de los principales deberes del faraón consistía en el sometimiento de los enemigos externos y, al parecer, en este caso, la política real y la realpolitik coincidían de forma conveniente.

La mejor prueba de ello nos viene del reinado de Sneferu. Y no necesariamente por ser el único caso, sino por estar documentado. Formas tan crudas de política exterior parecen haber sido bastante comunes durante la Dinastía IV, cuando la economía del país, probablemente, se había estirado hasta límites extremos. Nubia fue destino de una gran expedición enviada por Sneferu en busca de recursos, tales como cautivos, rebaños de bovino, y materias primas, incluida la madera.

Pero estas campañas tuvieron también sus efectos negativos pues llegaron a destruir asentamientos locales y a despoblar la Baja Nubia, entre la 1ª y la 2ª Catarata, provocando a su vez la desaparición de la cultura local conocida como "A Group", a la que ya hicimos mención en su momento. Durante la Dinastía IV se estableció un nuevo asentamiento al sur de Buhen, a la altura de la 2ª Catarata.

No obstante, la construcción monumental proporcionó oportunidades sin precedentes para los artistas; especialmente para los dedicados a la talla de estatuas y relieves. La experiencia adquirida en pequeños trabajos en piedra durante los períodos precedentes pronto dio lugar a las esculturas a gran escala, con brillantes resultados. Los complejos piramidales reales incorporaban estatuas, en su mayoría del faraón, que a veces iban acompañadas de deidades.

Aunque hoy nos dejamos impresionar por las cualidades estéticas, estas obras de Arte eran, en principio, funcionales, de forma que la estatua real más antigua que se conserva, la de Djoser, que se encontró en su templo piramidal de Saqqara, aparecía colocada en su serdab – o “Habitación de la Estatua”, palabra árabe que significa “sótano” – en el lado norte de la pirámide, y se la consideraba como una segunda manifestación del ka del faraón. Y un motivo similar habría que atribuirles a las estatuas de tumbas privadas.

El número de estatuas colocadas en los templos proliferó con la aparición del complejo piramidal desarrollado durante la Dinastía IV. La estatua de gneis del faraón Khafra, que aparece protegida por un halcón posado en el respaldo de su trono como manifestación del Dios Horus, con el que el faraón se identificaba, es una obra maestra con frecuencia imitada en períodos posteriores, pero nunca igualada. Las estatuas de dioses también eran comunes en los templos de deidades locales, pero prácticamente ni una de ellas ha sobrevivido.

Los templos y las calzadas elevadas asociadas con las pirámides se decoraban con soberbios relieves, y lo mismo ocurría en las capillas de muchas tumbas de mediados de la Dinastía IV. Estos relieves no era una mera decoración, sino que expresaban conceptos tales como: la Realeza, en los monumentos reales; la Satisfacción de necesidades en el Más Allá, en las tumbas privadas; y su presencia en templos y tumbas garantizaban su perpetuidad.

La estela de hornacina de madera de la tumba del alto funcionario del faraón Djoser, Hesyra, en Saqqara, actualmente en el Museo de El Cairo, muestra una decoración en relieve de muy alto nivel para un período sorprendentemente temprano. Estos relieves fueron creados por los mismos artistas que decoraron los monumentos reales y, como en el caso de tumbas y estatuas, se trataban de obsequios del faraón.

La inscripción jeroglífica se convirtió entonces en un sistema totalmente desarrollado empleado para fines monumentales. Su equivalente cursiva, llamada “hierático” por los Egiptólogos, se utilizó para la escritura sobre papiro, pero el hallazgo de tales documentos anteriores a la Dinastía V, sigue siendo excepcional.

LOS TEMPLOS SOLARES Y LA ASCENSIÓN DEL DIOS RA

Hasta hace muy poco tiempo, el inicio de la Dinastía V se solía describir en términos de un texto literario que aparece en el Papiro Westcar. Consiste éste en una colección de historias, parcialmente conservada, probablemente compilada durante el Imperio Medio y escrita algo más tarde. “Las Noches de Arabia” se sitúan en la corte del faraón Khufu, donde los príncipes reales se esfuerzan en entretener a su insatisfecho padre con cuentos. La narración del Príncipe Hardjedef predice el nacimiento de trillizos, los futuros faraones Userkaf, Sahura y Neferirkara, de Radjedet, esposa de un sacerdote del Dios Ra, en Sakhbu, en el Delta, como resultado de su unión con el Dios Sol. Para desconsuelo de Khufu, estos niños han de reemplazar a sus propios descendientes en el trono de Egipto.

El comienzo de la nueva dinastía de Manetón, la Dinastía V, parece así vinculada a un cambio importante en la religión egipcia y, como nos muestra el Papiro Westcar, la división dinástica bien puede ser reflejo de una antigua tradición egipcia.

El primer faraón de la nueva dinastía fue Userkaf, Horus Irmaet, 2.494-2.487 A.C., cuyo nombre conserva el patrón del último, o quizás penúltimo, faraón de la Dinastía IV, Sheseskaf. Se ha llegado a sugerir que Userkaf era nieto de Djedefra, pero, aunque sin lugar a dudas existían lazos familiares entre él y los soberanos de la Dinastía IV, se desconoce la naturaleza exacta de los mismos. Nada se sabe del reinado de Usernef, y no existe evidencia contemporánea que apoye la versión de los eventos que se describen en el Papiro Westcar.

El principal logro arquitectónico del reinado del faraón Userkaf, que ha sobrevivido, es el edificio de un templo específicamente dedicado al Dios Sol Ra. Y con él, se inicia una tendencia: Seis de los siete faraones de la Dinastía V de Manetón, Userkaf, Sahura, Neferirkara, Raneferef, Nyuserra y Menkauhor, construyeron ese tipo de templo durante los siguientes ochenta años.

Los nombre de estos templos se conocen por las titularidades de sus sacerdotes, pero sólo dos han sido localizados y excavados, el de Userkaf y el de Nyuserra. El templo solar edificado por Userkaf está en Abusir, al norte de Saqqara, aunque recientes excavaciones parecen apoyar la opinión de que la división entre Saqqara y Abusir ha sido producto de arqueólogos modernos, y no parece que existiese en la antigüedad.

La pirámide de Userkaf está en Saqqara Norte, en la esquina nordeste del recinto de Djoser. Para entonces, ya habría tenido lugar una importante reevaluación de la rígida monumentalidad, a juzgar por el menor tamaño de la pirámide de 73’5m de lado y 49m de altura, la adopción de un sistema de construcción menos problemático, y el deseo evidente de improvisar.

De hecho, el principal templo piramidal fue colocado, inusualmente, contra la cara sur de la pirámide; quizás con objeto de no interferir con una estructura ya existente. Userkaf, cuyo reinado duró sólo siete años, pudo haber ascendido al trono ya anciano.

La construcción de templos solares fue el resultado del gradual ascenso en importancia del Rey Sol Ra, que se convirtió en el equivalente más cercano a un Dios Estatal. Cada faraón construyó su propio templo solar, y su proximidad a los complejos monumentales, así como su similitud con los monumentos funerarios reales en planta, sugieren que se construyeron para el Más Allá más que para el Presente.

Un templo solar estaba compuesto de un templo del valle conectado al templo superior por una calzada elevada. La característica principal del templo superior consistía en un pedestal masivo con un obelisco, símbolo del Dios Sol. Un altar se colocaba en un patio abierto al Sol. No había relieves en las paredes del edificio de Userkaf - el templo solar más antiguo - pero en el de Nyuserra, abundaban.
Por una parte, destacaban el rol del Dios Sol como dador final de la vida, fuerza motriz de la Naturaleza, a la vez que señalaban el puesto a ocupar por el faraón en el ciclo eterno de acontecimientos, mostrando su periódica celebración de los festivales sed.

Una réplica grande de una Barca Solar se construyó en los alrededores. Así pues, los templos eran monumentos personales que mostraban la relación continuada del faraón con el Más Allá. Como en los complejos piramidales, a los templos solares se les dotaba de tierras, recibían donaciones en especias en los días de festival, y disponían de personal propio.

Y con esto acabo esta “Hoja Suelta” para iniciar una nueva andadura, la quinta del Capítulo 5 del corpus general del Proyecto, que nos va a permitir incidir en la Dinastía V, a lo que se añadirá, a modo de apéndice, un espacio dedicado a los "Faraones de los Textos de las Pirámides". Todo ello, en compañía de nuestro docto guía, el Profesor Jaromir Malek, del Griffith Institute.


Rafael Canales

En Benalmádena-Costa, a 28 de julio de 2009

Bibliografía:

“The Enciclopedia of Ancient Art. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”. Ian Shaw. Oxford University Press, 2004
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
British Museum Database.

viernes, 24 de julio de 2009

El Imperio Antiguo (c.2.686-2.160 A.C.) 3/6.- La Dinastía IV (continuación)


Sarcófago de Granito Rojo utilizado a partir de la Dinastía IV. Mencionado por vez primera por Karl Lepsius a principios de 1840 como procedente de la Tumba nº 28 de Giza, va decorado en su exterior con un panel conocido como la "Fachada de Palacio" y una pequeña "Falsa Puerta" a cada extremo que permitían al "ka" acceso a su "sustento".


LA REALEZA Y LA VIDA DESPUÉS DE LA VIDA

Para una mente moderna, especialmente para una que no goce ya de una experiencia religiosa, o de una fe profunda, no es fácil entender las razones que justifiquen el aparente despilfarro en proyectos de tan enormes proporciones y tan aparentemente inútiles como el que supone la construcción de las pirámides. Esta falta de comprensión se ve reflejada en las innumerables teorías esotéricas sobre su cometido y su origen. Su profusión se ve asistida por la casi total reticencia de los textos egipcios a tratar el tema.

En el Antiguo Egipto, el faraón gozaba de una posición especial como mediador entre los dioses y su pueblo, una dicotomía divina y humana que le hacía responsable ante ambos. Su nombre de Horus le identificaba con el Dios-Halcón del que era una manifestación, y su nombre nebty, "las Dos Señoras", que le relacionaban con las dos diosas tutelares de Egipto, Nekhbet y Wadjet.

Él compartía la designación de netjer con los dioses, aunque normalmente se le calificaba como netjer nefer, o “dios menor”, aunque también podría interpretarse como “dios perfecto”.

Desde el reinado del faraón Khafra en adelante, se incorporó a su nombre el título de “Hijo de Ra”. El faraón habría sido escogido y aceptado por los dioses y, después de su muerte, se retiraría en su compañía. El contacto con los dioses, conseguido mediante ritual, era prerrogativa suya, aunque por razones prácticas los elementos más mundanos se delegaban en los sacerdotes.

Para el pueblo egipcio, su faraón era el garante de que el mundo continuase su ordenado funcionamiento: El cambio normal de estaciones, el regreso de la crecida anual de El Nilo, y los previsibles movimientos de los cuerpos celestes, pero también la seguridad frente a las amenazadoras fuerzas de la Naturaleza, así como de los enemigos más allá de las fronteras de Egipto.

La eficacia del faraón en el cumplimiento de sus compromisos era pues de vital importancia para el bienestar de cada ciudadano.

La disidencia interna era mínima, y el apoyo incondicional, real y amplio. Los mecanismos coercitivos estatales, tales como la policía, brillaban por su ausencia; la gente estaba atada a su tierra, y el control sobre cada individuo era ejercido por las propias comunidades locales que estaban cerradas a desconocidos.

El rol del faraón no acababa con su fallecimiento: Para aquellos de sus contemporáneos que habían sido enterrados en las proximidades de su pirámide, y para aquellos involucrados en su culto funerario, su relación con el finado continuaría para siempre. Así que había un interés generalizado en salvaguardar la posición y el estatus del faraón después de su muerte, tanto como lo había habido durante su vida.

En este punto de la Historia de Egipto, la monumentalidad constituía una forma importante de expresar dicho concepto. Dado el grado de prosperidad económica que el país disfrutaba, la disponibilidad de mano de obra, y el alto nivel de la administración, no hay duda alguna de que los egipcios estaban perfectamente capacitados para llevar a cabo con éxito los grandes proyectos piramidales. El intento de encontrar motivos y fuerzas extrañas detrás de todo ello parece fútil, estéril e innecesario.

Las tumbas de los miembros de la familia real, sacerdotes, y altos cargos de la Dinastía III estaban separadas de las zonas exclusivas de las pirámides. Casi todas ellas se siguieron construyendo en adobe, aunque existen en Saqqara algunos ejemplos anteriores de tumbas-mastabas privadas construidas de piedra.

Sin embargo, en la Dinastía IV dichas tumbas, ya hechas de piedra, rodeaban las pirámides como si formasen parte integrante del mismo complejo; y así es como en realidad habrían sido percibidas. Puesto que muchas de ellas habrían sido obsequios del faraón y construidas por artesanos y artistas, el volumen de las actividades reales de construcción era mucho mayor de lo que las propias pirámides podían representar.

Enormes campos de tumbas-mastabas construidas según un plan general, separadas por calles que se cruzaban en ángulo recto, son únicas de la Dinastía IV, y en particular son conocidas las de alrededor de la Pirámide de Meidum - la pirámide del norte de Sneferu - en Dahshur, y la de Khufu en Giza.

No se debe olvidar que la mayoría de la evidencia de que disponemos para reconstruir el Imperio Antiguo proviene de los contextos funerarios, lo que acarrea la posible tendencia a la parcialidad. Los asentamientos del Imperio Antiguo rara vez han sido conservados o excavados, con la excepción de las ciudades de Elefantina y Ayn Asil, raros ejemplos de supervivencia.

El nivel de tecnología se puede deducir de los proyectos en los que se haya aplicado, pero falta la información detallada. Por ejemplo, sólo gracias a fuentes posteriores al Imperio Antiguo sabemos que los constructores de pirámides jamás utilizaron vehículos de rueda, aunque la rueda ya se conocía.

LA ECONOMÍA Y LA ADMINISTRACIÓN EN EL IMPERIO ANTIGUO

El enorme volumen de construcción realizado durante los dos siglos en que los faraones de las Dinastía III y IV de Manetón mantuvieron el poder, tuvo un profundo impacto en la economía y en la sociedad egipcias. Pero sería un error menospreciar el enorme esfuerzo y experiencia que se requirió en la construcción de grandes tumbas-mastabas de adobe en el Período Dinástico Temprano, si bien la construcción de pirámides de piedra puso tales empresas en un plano superior totalmente diferente e inesperado.

El número de profesionales requeridos tiene que haber sido enorme; en especial si se tienen en cuenta todos aquellos involucrados en las canteras y el transporte de bloques de piedra, la construcción de las rampas de aproximación, y la logística que todo ello conlleva, como la provisión de alimento, agua, y necesidades subsidiarias, así como el mantenimiento de herramientas y equipos, y otras actividades anejas.

La economía egipcia no estaba basada en mano de obra esclava. Incluso si se acepta que la mayoría del trabajo se hubiese podido realizar durante el período anual de inundación que hacía imposible trabajar en el campo, una gran parte de la mano de obra que se requería para la construcción de las pirámides, tendría que haberse desviado de las tareas agrícolas y de las derivadas de la producción de alimento.

Esto debe de haber ejercido una considerable presión sobre los recursos existentes, y supuesto un fuerte estímulo en los esfuerzos para aumentar la producción agrícola, en mejorar la administración del país, y en desarrollar un método eficaz para recabar impuestos, y buscar fuentes adicionales de ingreso y mano de obra fuera del país.

La demanda de producción agrícola egipcia cambió de forma drástica con el inicio de la construcción piramidal debido a la acuciante necesidad de mantener a aquellos a los que se había retirado de la producción de alimento. El consumo y las expectativas de los que se habían integrado en la élite administrativa aumentaron en línea con su nuevo estatus social. Pero, las técnicas agrícolas eran las mismas.

La principal contribución estatal era organizativa, como podían ser la prevención de hambrunas locales mediante la aportación de excedentes de recursos procedentes de otras localidades, la mitigación de los efectos de calamidades mayores, como sería el caso de inundaciones muy bajas, el arbitraje en el caso de siniestros locales, y la mejora de la seguridad. Los trabajos de irrigación eran competencia de las administraciones locales, y los intentos de aumentar la producción agrícola iban encaminados a ampliar el terreno cultivable, para lo que el Estado estaba dispuesto a proporcionar mano de obra y otros recursos.

Todo esto iba de la mano de la necesidad de lograr una mejor organización administrativa del país y una forma más eficaz de recaudar impuestos. Los mayores centros de población existentes, en su mayoría propiedades reales, se convirtieron en capitales de distritos administrativos, o nomes, con la capital del reino estratégicamente situada en el vértice del Delta, proporcionando un calculado equilibrio entre el Alto Egipto, ta shemau, en el sur, y el Bajo Egipto, ta meu, en el norte.

Las ciudades del Imperio Antiguo están cubiertas por asentamientos posteriores, y muy especialmente en el Delta, donde con frecuencia se encuentran incluso por debajo del actual nivel de la capa freática. Estos asentamientos son, por lo tanto, en la práctica, arqueológicamente desconocidos; incluso la capital de Egipto aún no ha sido excavada, por lo que ciudades como Elefantina o Ayn Asil, en el Oasis Dakhla, son excepciones. Las primitivas comunidades de pueblos semiautónomos acabaron perdiendo su independencia y las tierras privadas prácticamente desaparecieron, siendo reemplazadas por haciendas de propiedad estatal. Los rudimentarios censos se transformaron en un sistema impositivo que lo abarcaba todo.

Durante la mayor parte del Imperio Antiguo, Egipto constituía un estado centralmente planificado y administrado, encabezado por un faraón que teóricamente era el dueño de todos los recursos, y cuyos poderes eran, prácticamente, absolutos.

Él podía disponer del pueblo, imponer cualquier tipo de trabajo obligatorio, recabar impuestos, reclamar los productos de la tierra a su criterio, aunque en la práctica estos poderes se viesen atemperados por un número de restricciones.

Durante las Dinastías III y IV, muchos de los altos cargos del estado estaban emparentados con la familia real, como continuación directa del sistema de gobierno del Período Dinástico Temprano. Su autoridad procedía directamente de sus estrechos lazos con el faraón. El puesto oficial más alto correspondía al visir, palabra convencional utilizada como traducción del término tjaty, responsable de la supervisión y funcionamiento de todos los departamentos estatales, con exclusión de los religiosos. Bajo los faraones de la Dinastía IV, hubo una serie de príncipes reales que ejercieron el visirato con espectacular éxito.

Los títulos de varios cargos representan una importante fuente de información sobre la Administración egipcia. Textos explícitos, detallados, como los del funcionario de la Dinastía IV, Metjen, son excepciones. La intensidad del control individual sobre cada individuo aumentó ahora de forma dramática, y el número de funcionarios a todos los niveles de la Administración creció en igual proporción.

La consecuencia fue que se abrió una carrera burocrática a competentes y preparados advenedizos, no emparentados con la familia real. A estos profesionales se les remuneraba por sus servicios de diversas formas, pero el más significativo era un contrato de arrendamiento ex officio de terreno real; normalmente se trataba de propiedades liquidadas con sus cultivadores.

Estas propiedades producían prácticamente lo que su personal necesitaba – el comercio interno a este nivel económico se limitaba al trueque oportunista – y la remuneración ex officio consistía en el propio excedente de la producción. La tierra acababa revirtiendo, al menos en teoría, al faraón, una vez que vencía el cargo oficial, de forma que podía asignarse de nuevo a otro funcionario. En un sistema económico que desconocía el dinero, esto suponía una forma muy efectiva de pagar los sueldos a los funcionarios, pero también representaba una substanciosa erosión de los recursos reales.

Y con estos dos ilustrativos e interesantísimos temas han quedado aclarados aspectos económicos y administrativos que nos han permitido seguir, a grandes rasgos, pero con claridad meridiana, un sistema impositivo y recaudatorio, que a ratos sería complejo, y su interrelación con las monumentales construcciones funerarias en las que, de alguna forma, todo el país estaba involucrado.

E iniciamos un cuarto grupo de temas, de nuevo de la mano del Profesor Jaromir Malek, del Griffith Institute, con los que se van a complementar los ya tratados con la inclusión de tópicos como “Los Cultos Funerarios Reales”, "Los Templos Solares” y “La Acensión del Dios Ra”.


Rafael Canales

En Benalmádena-Costa, a 25 de julio de 2009

Bibliografía:

“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”. Ian Shaw. Oxford University Press, 2004
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
British Museum Database.


miércoles, 22 de julio de 2009

El Imperio Antiguo (c.2.686-2.160 A.C.) 2/6.- La Dinastía IV.


Relieve sobre caliza de la Tumba de Rehotep, hijo del faraón de la Dinastía IV, Sneferu, que sirvió como Alto Sacerdote en Heliópolis y se casó con la Princesa Nefret. Sus mastabas gemelas se construyeron cerca de la Pirámide de Meidum.


Bajo la Dinastía IV Egipto alcanza uno de los momentos álgidos de su dilatada historia. Es la época en la cual se erigieron sus mayores construcciones funerarias y, para ejemplo de la magnitud de su obra, las Pirámides. Edificaciones que jugaron un papel trascendental en la consolidación de un estado, por aquél entonces en fase inicial y, sobre todo, de su monarquía, al aglutinar en su entorno una administración eficaz y un pueblo, el egipcio, unidos ante un mismo cometido y un mismo reto.

Durante el reinado de Sneferu (Horus Nebaat, 2.613-2.494 A.C.) la forma exterior de la tumba real se tornó en la de una auténtica pirámide. Esto podría considerarse como un simple avance arquitectónico si no fuese por los profundos cambios que se sucedieron a su vez.

A la planta se le añadieron nuevos elementos que convirtieron la pirámide en un conjunto complejo. La planta fue reorientada, con lo que el eje principal del complejo corría ahora de este a oeste, mientras que la anterior lo hacía, predominantemente, en dirección norte-sur.

El templo de la pirámide, que servía de foco del culto funerario, se construyó en la cara este de la pirámide, mientras que en la de Djoser se hizo en la cara norte. Se colocó una pequeña pirámide cerca de la cara sur propiamente dicha.

Estas innovaciones arquitectónicas tienen que haber sido consecuencia directa de los cambios de la doctrina relativa a la Otra Vida del faraón. Según parece, los primitivos conceptos estelares orientados y basados en la Astronomía, se fueron gradualmente modificando con la incorporación de nuevas ideas enfocadas alrededor del Dios-Sol Ra. Aunque se carece de pruebas textuales fiables, es probable que ya en esta temprana etapa las creencias relativas a Osiris empezasen a influenciar el concepto egipcio de la Otra Vida.

Sneferu, probablemente a consecuencia de una planificación errónea más que de una elección equivocada, habría levantado ya otras dos pirámides en Dahshur, al sur de Saqqara. La primera sería la Romboidal, o Acodada, en la que el ángulo de inclinación de sus caras se modificó a unos dos tercios de su altura al descubrirse una serie de defectos durante su construcción.

La segunda, sería la Pirámide Roja, llamada así por el color de los bloques de caliza utilizados en el centro de la estructura, donde Sneferu fue enterrado. Puede incluso que hubiese construido una tercera en Meidum, aún más al sur, pero la adjudicación de su paternidad está aún en duda.

Quienes la visitaron durante la Dinastía XVIII, unos 1.200 años después, quisieron dejar bien claro con sus grafitis que para ellos pertenecía a Sneferu. Posiblemente fuese concebida originalmente como una pirámide escalonada para su predecesor Huni, más correctamente conocido como Nysuteh, y quizás también equiparado a Horus Qahedjet (2.637-2.613 A.C.), pero una contribución tan substanciosa a la pirámide del predecesor de uno resultaría un caso único en toda la Historia de Egipto. La reputación que conservaría Sneferu de gobernante benévolo puede deberse al étimo de su nombre que puede traducirse por “hacer bello”.

Solo el volumen de material utilizado en las actividades de construcción de Sneferu fue muy superior al del utilizado por cualquier otro gobernante en el Imperio Antiguo. El Canon de Turín fija en veinticuatro los años de su reinado, aunque según un grafiti de unos trabajadores que aparece en unos bloques encontrados dentro de una pirámide posterior, más al norte, en Dahshur, parece sugerir un reinado más largo.

Este problema podría fácilmente solucionarse si se pudiese demostrar que los acontecimientos epónimos ligados al censo que se utilizaban para la datación (el año se tomaba como el del enésimo censo, o como el siguiente al del enésimo censo), y que se sabe que habían estado acaeciendo de forma regular cada dos años durante el Período Dinástico Temprano, ahora tenían lugar con más frecuencia y menos regularidad. El sistema de datación contemporáneo probablemente habría requerido crónicas o registros afines, a los que uno habría podido referirse a la hora de calcular fechas de forma más exacta.

Manetón empezó una nueva dinastía, la IV, con Sneferu. Y, de nuevo, parece que los cambios arquitectónicos proporcionaron el criterio para una división dinástica.

La perfección del diseño piramidal y de la construcción alcanzaron su zénit bajo el reinado del hijo del faraón Sneferu, Khufu – el Cheops de Herodoto, Horus Medjedu (2.589-2.566 A.C.) - cuyo nombre completo era Khnum-khufu, que quería decir: “El Dios Khnum me protege”. Khum era el dios local de Elefantina, cerca de la 1ª Catarata de El Nilo, pero se desconoce su relación con el nombre del faraón.

La información existente sobre el faraón y su reinado es sorprendentemente escasa. Probablemente ya era un hombre de edad media cuando ascendió al trono, aunque esto no parece que impidió la planificación de su grandioso monumento funerario

La Gran Pirámide de Giza con su planta de 230 m² y una altura de 146’5m es la mayor de Egipto. La cámara funeraria suele estar en el corazón de la pirámide y no a nivel del suelo, o por debajo. Parece ser que la planta se cambió en el curso de la construcción, pero no más de una vez, mientras que el diseño de la superestructura probablemente estaba previsto desde los comienzos.

La cifra normalmente barajada de 2.300.000 de bloques de construcción, con un peso medio de 2’5Tm que se habrían requerido, puede ser aproximada, pero no es probable que se aleje mucho de la cantidad real.

Los templos del valle y de la pirámide, y la calzada elevada, estuvieron originalmente decorados con bajorrelieves de escenas que trasmiten ideas sobre la realeza egipcia y registran anticipadamente eventos que el faraón confiaba disfrutar en la Otra Vida, tales como los festivales sed.

Una barca desmontada de unos 43’4m de largo, construida en su mayoría con madera de cedro, descubierta en un hoyo cerca de la cara sur de la pirámide, ha sido excavada y restaurada con éxito. Todavía hay otra barca en otro hoyo próximo que no está tan bien conservada. Es probable que los egipcios creyesen que tales embarcaciones serían las encargadas de llevar al faraón fallecido en su viaje a través del firmamento en compañía de los dioses. Otros dos grandes hoyos con forma de barco habían sido esculpidos en la roca junto a la cara este de la pirámide, y hay aún otro quinto hoyo situado junto al extremo superior de la calzada elevada.

Tres pirámides que contienen los enterramientos de las esposas de Khufu aparecen alineadas al este de la pirámide. También allí se descubrió una colección de objetos pertenecientes a la madre del faraón, Hetespheres, cuyo contenido parecía haberse respetado, entre los que destacaban algunas sorprendentes piezas de mobiliario, pero ningún cuerpo.

Es muy probable que alrededor de los templos del valle de la mayoría de las pirámides se acabara formando un asentamiento de sacerdotes y artesanos relacionados con el culto funerario del faraón. El templo del valle de Khufu está situado bajo las casas de la densamente poblada moderna ciudad de Nazlet el- Simman, debajo del altiplano del desierto, por lo que las condiciones son demasiado difíciles para acometer una excavación en regla.

El hombre responsable de la terminación con éxito del proyecto del faraón Khufu antes de finalizar su reinado de veintitrés años fue su visir Hemiunu, que sería enterrado en una enorme tumba-mastaba al este de la pirámide de su real señor. El padre de Hemiunu, el Príncipe Nefermaat, fue visir del Faraón Sneferu y podría haber sido el responsable de organizar la construcción de sus pirámides. Las líneas de las dos familias, faraones y visires, corrieron paralelas durante al menos dos generaciones.

La fecha y la función de la pirámide no ofrecen la mínima duda, a pesar de que tanto el cuerpo del faraón como todo el ajuar funerario fueron víctimas de saqueadores de tumbas y desaparecieron sin dejar rastro alguno.

Sin embargo, sus enormes proporciones, las impresionantes características matemáticas de su diseño, y la perfección y precisión de su construcción, aún invitan a buscar explicaciones menos científicas. Quizás fuese la majestuosidad de la pirámide lo que dio pie a la postrera reputación del faraón Khufu de déspota frío que sutilmente se desprende de la literatura egipcia y de los registros de Herodoto.

El largo reinado de Huni, de Sneferu y de Khufu, unidos al gran número de descendientes, complicaron la sucesión real. Uno de ellos, Hardjedef, hijo de Khufu, es conocido a través de varias fuentes. Su tumba ha sido localizada en Giza, al este de la pirámide de su padre. Famoso por su sabiduría, y autor de una conocida obra literaria titulada "Las Instrucciones de Hardjedef", que se siguió leyendo, se fue trasmitiendo en papiros a través de toda la historia egipcia.

Kawa, el hijo mayor de Khufu de su primera esposa, Mertiotes, falleció antes que su padre, por lo que el trono pasó a otro de los hijos del faraón, probablemente hijo de una esposa menor.

La pirámide del inmediato sucesor de Khufu, Djedefra, (Horus Kheper, 2.566-2.558 A.C.), se empezó en Abu Rawash, al noroeste de Giza. Otra pirámide, en Zawiyet-el-Aryan, al sur de Giza, pertenece a un faraón cuyo nombre, aunque testimoniado varias veces en grafitis, se ha leído como Nebka, Baka, Khnumka, Wehemka, entre otros, aún no se ha aclarado. Incluso su puesto en la Dinastía es motivo de disputa. Djedefra fue el primero en utilizar el epíteto “Hijo del Dios Ra” y en añadir el nombre “Ra” al suyo propio. Ambas pirámides fueron abandonadas en las primeras etapas de construcción aunque parece ser que las dos se utilizaron para el enterramiento.

El Faraón Khafra (el Chephren, Horus Weserib, de Herodoto, 2.558-2.532 A.C.), cuyo nombre pudo haberse pronunciado Rakhaef, otro hijo de Khufu, y el hijo de éste, Menkaura (el Mycerinus, Horus Kakhet, 2.532-2.503 A.C.), ambos construyeron sus pirámides en Giza.

Los planos, las medidas, y la elección del material de construcción diferían de los utilizados por Khufu, y muestran avances en las ideas asociadas a dichos monumentos.

Con una planta de 214’5m de lado, y una altura de 143’5m, convierten a la pirámide de Khafra en la segunda en tamaño de Egipto, pero una inteligente elección del emplazamiento, ligeramente más elevado que el de la pirámide de Khufu, la hace parecer su igual.

El complejo piramidal de Khafra posee algo que la hace única: Al norte del templo del valle, cerca de la calzada elevada que conduce al templo y a la propia pirámide, se alza una gigantesca estatua, pétreo y mudo guardián que durante milenios la acompaña.

Se trata de la figura recostada de un león con cabeza humana, conocida hoy como La Gran Esfinge, término derivado de la expresión griega shesep-ankh, “imagen viva”. Su tamaño, unos 72 metros de largo por 20 de alto la convierten en la mayor estatua de la Antigüedad.

La Esfinge nunca se adoró por sí misma hasta principios de la Dinastía XVIII, cuando se la llegó a considerar como la imagen de una forma local del dios Horus (Horemakhet, Harmachis para los griegos, Horus en el Horizonte).

Frente a ella, y aparentemente sin relación alguna, hay un edificio construido según un diseño inusual, con un patio abierto, lo que se interpreta como un templo solar en embrión.

La designación de “Hijo de Ra” se convierte ya en una parte estándar de la titularidad real ,y tanto Khafra como Menkaura seguirán el ejemplo de Djedefra e incorporarán el nombre del Dios Sol a los suyos propios.

La pirámide de Menkaura muestra un uso extensivo de granito, un material de construcción de mayor prestigio que la caliza, si bien se construyó a una escala menor – 105m de lado x 65’5m de altura – lo que sugiere que la pugna por el tamaño había ya sobrepasado su punto crítico. Es pues la precursora de las pirámides más pequeñas y menos conflictivas de las Dinastías V y VI.

Las pirámides de Giza dejan ver una interrelación clara en la disposición del emplazamiento, aunque es más que probable que esto se debiese a las técnicas topográficas utilizadas más que a un plan preconcebido desde su inicio. La teoría de que la situación de las pirámides de Giza es el reflejo de las estrellas de la constelación Orión no parece sustentarse.

El complejo piramidal de Mankaura lo terminó al parecer de forma precipitada su hijo y sucesor Shepseskaf (Horus Shepseskhet, 2.503-2.498 A.C.). Él fue el único faraón del Imperio Antiguo que abandonó la forma piramidal construyendo en su lugar una mastaba gigantesca con forma de sarcófago, en Saqqara Sur, cuya base medía 100m x 70m, monumento conocido por el nombre de "Mastabat el-Fara’un".

Khentkawes, probable esposa de Menkaura, tuvo una tumba parecida en Giza, aunque también se le construyó un pequeño complejo piramidal en Abusir.

El porqué de la decisión de Shepseskaf de huir de la tumba piramidal hacia la de forma de sarcófago, se nos escapa, y parece tentador pensar en una muestra de cierta incertidumbre religiosa, o de crisis.

El Canon de Turín muestra un reinado de dos años después del de Shepseskaf, pero el nombre del faraón se ha perdido – podría ser el Thamphthis de Manetón – y los documentos contemporáneos no han podido confirmarlo. Parece pues que todos los faraones de la Dinastía IV eran descendientes de Sneferu. La idea de que un hijo enterrase a su padre y le sucediese era omnipresente en Egipto, si bien no constituía una condición sine qua non para la sucesión real y no confería ese derecho de forma automática.

La ubicación exacta del "Muro Blanco" (Ineb-hed), la capital de Egipto tradicionalmente fundada por el Faraón Menes a principios de la Historia de Egipto, aún no se ha establecido. Puede que estuviese situada cerca de la moderna localidad de Abusir, en el Valle del Nilo, aproximadamente al nordeste de la pirámide Djoser.

Las razones para la elección de Zawiyet el-Aryan, Meidum, Dahshur, Saqqara, Giza y Abu Rawash, como emplazamientos de las pirámides de las Dinastía III y IV, no están nada de claras. La localización de los palacios reales y la disponibilidad de un emplazamiento próximo a la pirámide del predecesor del faraón pueden haber jugado un importante papel en la toma de decisión.

Y, dentro aún de la Dinastía IV, el Doctor Jaromir Malek, del Griffith Institute, nos va a llevar ahora a ahondar, en una nueva “Hoja Suelta”, en el significado de la realeza y de la vida-después-de-la-vida para los egipcios, y su relación con los grandes monumentos funerarios, y a considerar el impacto de éstos en la economía y administración del estado.

Reyes de la Dinastía IV:

Sneferu, Khufu (Cheops), Djedefra (Radjedef), Khafra (Chephren), Menkaura (Mycerinus), Shepseskaf.


Rafael Canales

En Benalmádena-Costa, a 23 de julio de 2009

Bibliografía:

“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”. Ian Shaw. Oxford University Press, 2004
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
British Museum Database.

sábado, 11 de julio de 2009

El Imperio Antiguo (c.2.686-2.160 A.C.) 1/6.- La Dinastía III.



Cráneo de Meryrahashtef, Inspector de Agricultores Arrendatarios. Su hueso parietal izquierdo (no visible) presenta una fractura producida por un golpe mortal. Sedment, El-Fayum. Hacia 2.200 A.C. Dinastía VI


INTRODUCCIÓN

Si hay algún culpable, habrían de ser los historiadores quienes, ya en el siglo XIX, impusieron en la cronología egipcia el término “Imperio Antiguo” cuyas connotaciones bien pueden conducir a engaño, ya que refleja un enfoque a la periodicidad de la Historia del que hoy abrigamos serias reservas.

Los antiguos egipcios nunca lo usaron, aunque, de cualquier forma, les habría sido difícil de captar la diferencia entre el Período Dinástico Temprano (3.0
00-2.686 A.C.) y el Imperio Antiguo (2.686-2.160 A.C.)

Ya el último faraón del Período Dinástico Temprano y los dos primeros soberanos del Imperio Antiguo eran, al parecer, familiares de la Reina Nimaathap, a la que se describe como la madre de los hijos del faraón, bajo el reinado de Khasekhemwy, y como “madre del faraón del Alto y Bajo Egipto”, bajo el de Djoser (2.667-2.648 A.C.)

Para los egipcios era incluso más importante el hecho de que el lugar de residencia real no cambiase, sino que permaneciese en el “Muro Blanco” (Ineb-hedj), en la orilla oeste de El Nilo, al sur del actual Cairo.

No obstante, los egipcios valoraban y eran conscientes de la revolucionaria aportación de los constructores del Faraón Djoser a la arquitectura funeraria real. Los grandes proyectos de construcción, propiciados y organizados por el Estado, tuvieron un efecto inmediato y profundo en la economía y en la sociedad egipcias.

Esta sería la principal justificación para una división entre el Período Dinástico Temprano y el Imperio Antiguo; aunque viene marcada más por el progreso de la arquitectura que por los cambios reales personales.

CONSIDERACIONES CRONOLÓGICAS Y PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS DEL PERÍODO.

Gracias a la información que nos proporciona la ramésida "Lista-de-Reyes", escrita sobre un papiro actualmente en el Museo Egizio de Turín, conocido como el "Canon de Turín", no parece que existan muchos eslabones frágiles en lo que al orden y datación de los dirigentes del Imperio Antiguo se refiere.

Entre los faraones cronológicamente más significativos, sólo la duración de los reinados de Menkaura (2.532-2.503 A.C.), Dinastía IV, y de Neferirkara (2.475-2.455 A.C.), Dinastía V, presenta algunos problemas; la del primero quizás por exceso, y la del segundo ciertamente por defecto.

No se dispone de fechas concretas basadas en observaciones astronómicas contemporáneas, y los cálculos que se han hecho para otros períodos podrían cambiar la relativa posición que el Imperio Antiguo ocupa en el esquema cronológico de la Historia del Antiguo Egipto.

El grado de confianza que depositamos en las antiguas fuentes, y nuestro conocimiento del sistema de datación egipcio son, por otra parte, también muy importantes. Es así que la fecha de 2.686 A.C., como principio del reinado del Faraón Nebka - primero de la Dinastía III, según Maneto - parece segura; eso sí, con un margen de error de unos veinticinco años, aun cuando su posición en la dinastía ha sido recientemente cuestionada.

El final del período - unos cinco siglos y medio más tarde - es aún más oscuro. Sin embargo, los antiguos egipcios y los historiadores modernos parecen estar, en general, de acuerdo con sus características. Para los egipcios, el cambio de residencia real, lejos de Menfis, estuvo representado por una brusca división en sus listas-de-reyes. Puesto que todo ello coincidió, más o menos, con unos profundos cambios políticos, económicos y culturales en la sociedad egipcia, es conveniente seguir su ejemplo.

En cualquier caso, la ausencia de indicadores cronológicos fiables es desalentadora, y el grado de incertidumbre es tal que, en muchos casos, si tenemos en cuenta nuestro actual estado de conocimiento, la "polémica viva" es puramente académica.

Aunque en general aún se sigue la agrupación de los reyes egipcios en dinastías o casas reinantes, introducida por el historiador tolemaico Maneto del Siglo III A.C., su vulnerabilidad raramente ha sido expuesta de forma más convincente que en el caso del Imperio Antiguo.

Se pueden establecer razones contemporáneas para casi todas las rupturas dinásticas pero, en la mayoría de los casos, sería difícil defenderlas como criterios históricos sólidos, o como una discontinuidad en la línea sucesoria real. Sin embargo, ante la ausencia de una alternativa radical, el sistema de Maneto proporciona un esquema cronológico práctico, ya que prescinde de las fechas absolutas en años A.C. de gran fluidez.

Durante el Imperio Antiguo, Egipto experimentó un largo e ininterrumpido período de prosperidad económica y estabilidad política, dando así continuidad, en ambos aspectos, al Período Protodinástico.

Creció rápidamente, convirtiéndose en un estado centralizado, organizado y gobernado por un faraón al que se consideraba dotado de auténticos poderes sobrenaturales. Administrado por una élite alfabetizada - seleccionada, al menos en parte, por méritos - Egipto gozó de una casi total auto-suficiencia y seguridad dentro de sus fronteras naturales. Ningún rival externo amenazaba su dominio sobre el extremo nordeste de África y zonas inmediatamente adyacentes de Asia Occidental. Por otra parte, los avances en las ideas religiosas se reflejaban en sus impresionantes logros, tanto en las Artes como en la Literatura.

LOS PROYECTOS DE CONSTRUCCIÓN A GRAN ESCALA COMO CATALIZADORES DEL CAMBIO

El Faraón Djoser, conocido por sus monumentos como Netjerikhet – sus nombres de Horus y nebty – es uno de los más famosos monarcas de la historia de Egipto. En el Canon de Turín, su nombre va precedido de una rúbrica en rojo. Casi 2.500 años más tarde, durante el reinado de Tolomeo V Epífanes (205-180 A.C.), la "Estela de la Hambruna" de la isla de Sehel, en la región de la 1ª Catarata, aún da testimonio de su imagen como modelo de gobernante sabio y piadoso (djoser significa “santo” o “sagrado”).

Aún sabiendo que la estela es un texto histórico tendencioso y adulterado, publicado por los sacerdotes del dios local Khnum, su importancia radica, más en el reconocimiento postrero de Djoser que trasmite, que en la historicidad de los acontecimientos que registra.

Por otra parte, los anales registrados en la Piedra de Palermo dejan constancia de la construcción de un edificio de piedra llamado Men-netjeret, bien durante el reinado de Khasekhemwy, último faraón de la Dinastía II, o durante el del predecesor de Djoser, Nebka (2.686-2.667 A.C.)

Nada más se ha sabido del edificio, aunque es muy posible que se trate de la estructura conocida con el nombre de Gisr-el-Nudir, en Saqqara Norte, al suroeste de la pirámide de Djoser. No obstante, no llegó a pasar de las etapas iniciales de construcción, así que el crédito al primer gran edificio de piedra terminado con éxito del mundo se lo lleva Djoser.

La superestructura de la tumba de Djoser es el resultado de seis variantes del plano original, realizadas en turno, conforme se iba apreciando el enorme potencial del nuevo material de construcción. Antes de Nebka y Djoser, la piedra solamente se había utilizado de forma limitada como elemento complementario en las tumbas de adobe.

La estructura final es una pirámide de seis escalones, que ocupa una superficie en planta de 140 x 118 m, y una altura de 60 m. Se levanta dentro de un recinto de aproximadamente 545m x 277m, cuyos muros probablemente imitaban la fachada del palacio real.

Al cuerpo del faraón se le hacía descansar en una cámara construida debajo de la pirámide, por debajo del nivel del suelo. Mientras que para nosotros la innovación arquitectónica estaba dando paso a un nuevo período histórico, también significaba un claro eslabón con el pasado. En su diseño inicial, era sólo una mastaba de planta rectangular; la típica tumba real del Período Dinástico Temprano.

Un rasgo singular del recinto lo constituye un amplio patio abierto y un complejo de capillas y otras construcciones, réplicas en piedra de estructuras que habrían sido levantadas utilizando materiales perecederos, para los festivales sed - o jubileos reales - durante la vida del faraón. De esta forma, Djoser esperaba poder continuar la celebración de dichos acontecimientos en la Otra Vida, donde se renovarían su energía y sus poderes, así como su habilidad para gobernar de una forma eficaz.

En la parte sur del recinto hay un edificio conocido como la “Tumba Sur” que imita los elementos subterráneos de la pirámide. Se desconoce su función, pero se le puede equiparar con las pirámides satélites de posteriores complejos piramidales.

La tradición nos dice que Imhotep - del griego Imouthes - fue el arquitecto de Djoser, y el inventor de la construcción de piedra. Más adelante sería deificado y considerado como "hijo del Dios Ptah" y "Patrón de escribas y médicos", equiparándolo al dios griego Asklepios. Su historicidad ha quedado confirmada con el descubrimiento de la base de una estatua de Djoser en la que aparece también el nombre Imhotep.

Su tumba estuvo, probablemente, situada en Saqqara, quizás al borde del altiplano del desierto, al este de la pirámide de su real señor, pero aún no ha sido localizada, lo que representa una de las perspectivas más atractivas y emocionantes para futuros trabajos de campo.

El hecho de que Imhotep fuese un alto sacerdote de Heliópolis apunta a la primitiva importancia que se le daba ya al dios-sol Ra, o Ra-Atum.

La residencia real y el centro administrativo de Egipto estaban situados en una zona donde el Dios Ptah era el principal dios local, pero es probable que Heliópolis - la Iunu egipcia y la bíblica On – situada al nordeste de la capital del Imperio Antiguo, en la orilla este de El Nilo – actualmente un suburbio de El Cairo – fuese reorganizada como la capital religiosa del país al comienzo del Imperio Antiguo. Djoser fue el primer gobernante en consagrar allí una capilla.

El afán de esplendor y magnificencia monumental, propios de un enterramiento real, se puede ya detectar en el reinado de Djoser; refleja el criterio prevalente en aquellos tiempos sobre la posición que debía tener el faraón en la sociedad egipcia. Este criterio puede haberse visto reforzado después al encontrar en la arquitectura funeraria un medio de expresión ideal.

Durante el curso de los dos siguientes siglos, este enfoque se exploró hasta sus límites, convirtiéndose en un poderoso catalizador para el desarrollo de la sociedad egipcia.

La pirámide fue ahora adoptada como modelo de tumba real, pero ninguna de las planeadas por los sucesores de Djoser llegó a terminarse. La pirámide que iba a ser para Sekhemkhet (2.648-2.640 A.C.) se empezó a construir al suroeste de la de Djoser, y su diseño era aún más ambicioso. Un grafiti en el muro del recinto menciona a Imhotep que por entonces podría aún estar activo.

El titular de la pirámide se deduce por la presencia del nombre de Sekhemkhet en unas impresiones de sellado sobre arcilla encontradas en sus habitaciones subterráneas. Aunque la cámara funeraria de la pirámide contenía un sarcófago sellado esculpido en alabastro egipcio, éste estaba totalmente vacío, por lo que parece claro que la superestructura fue abandonada cuando alcanzó una altura de 7 metros.

Otra estructura inacabada similar, en Zawiyet el-Aryan, al norte de Saqqara, se ha asignado - con probabilidades pero sin certeza - a Khaba (2.640-2.637 A.C.). La corta duración de los reinados de estos dos faraones – sólo seis años cada uno – fue sin duda responsable de la interrupción de la construcción de estas pirámides.

Y poco más se puede añadir con total seguridad sobre la relación familiar entre los faraones de la Dinastía III, excepto que los dos primeros, Nebka y Djoser, pueden haber sido hermanos.

Y terminamos aquí con este primer tema del quinto ensayo dedicado a la Dinastía III, tan brillantemente desarrollado por el Doctor Jaromir Malek, del Griffith Institute, Oxford, y con ello damos paso a su segundo que titula “La Dinastía IV (2.613-2.494 A.C.)

Reyes de la Dinastía III:

Nebka, Djoser (Netjerikhet), Sekhemkhet, Khaba, Sanakht (?), Huni.


Rafael Canales

En Benalmádena-Costa, a 17 de julio de 2009

Bibliografía:

“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”. Ian Shaw. Oxford University Press, 2004
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
British Museum Database.

miércoles, 8 de julio de 2009

Nacimiento del Estado Egipcio (c.3.200-2.686 A.C.) 8/8.- El Estado de la Dinastía II.

Estela de Granito con el serekh de Peribsen coronado con el animal del Dios Seth (Dinastía II)

EL ESTADO DE LA DINASTÍA II

Se dispone de menos información de los reyes de la Dinastía II hasta los dos últimos reinados - el de Peribsen y el de Khasekhemwy - que de los de la Dinastía I. Conociendo lo que se conoce del Imperio Antiguo, se podría decir que la Dinastía II tiene que haber sido un período en el que se consolidan los cimientos de un estado altamente centralizado, edificado sobre enormes recursos. Sin embargo, tan trascendental transición no puede demostrarse en base a la evidencia arqueológica de que se dispone.

Durante el período 1991-1992, se procedió a re-excavar la tumba del último rey de la Dinastía I, Qa’a, en Abydos - tarea que estuvo a cargo del Instituto Arqueológico Alemán - donde aparecieron impresiones del sello real de Hetepsekemwy, primer rey de la Dinastía II. Los arqueólogos alemanes interpretaron este hallazgo como prueba de que Hetepsekemwy habría acabado la tumba de su predecesor y que, por lo tanto, no habría habido ruptura dinástica alguna en su sucesión.

Existen dudas sobre el lugar en el que fueron enterrados los reyes de la Dinastía II, y no hay evidencia de su enterramiento en Abydos. Los únicos monumentos de la Dinastía II en Abydos son las dos tumbas y los dos recintos funerarios que pertenecieron a Peribsen y a Khasekhemwy.

Hay también, en Hierakonpolis, un amplio recinto de hornacina conocido como “El Fuerte”, a la entrada del Gran Wadi, que se le sitúa en el reinado de Khasekhemwy por la inscripción que aparece en una jamba de piedra. La existencia de esta única estructura en Hierakonpolis no parece tener una explicación, y no está claro si se trata de un segundo recinto funerario de Khasekhemwy.

En Saqqara, al sur del complejo de la Pirámide Escalonada de Djoser, se han encontrado dos enormes grupos de galerías subterráneas de más de 100 metros cada una. Asociadas a ellas, aparece una serie de impresiones de sellos de los tres primeros reyes de la Dinastía II, Hetepsekhemwy, Raneb y Nynetjer, cuyos nombres también aparecen reseñados en el hombro de una estatua de granito de un sacerdote de la Dinastía II llamado Hetepdief, encontrada cerca de Mitrahina y actualmente en el Museo de El Cairo.

Las superestructuras de estas dos tumbas de Saqqara han desaparecido por completo, pero es posible que dos reyes de esta dinastía fuesen enterrados en ellas.

También han aparecido dos grupos de galerías subterráneas bajo el patio norte del complejo de la Pirámide Escalonada que podrían haberse construido para dos enterramientos reales de la Dinastía II. Es posible que durante la construcción del monumento de Djoser de la Dinastía III, hubiesen tenido que prescindir de las dos primitivas superestructuras.

No es tan difícil reconstruir los hechos dada la enorme cantidad de vasijas de piedra procedentes de las Dinastías I y II que se encontraron bajo el complejo de Djoser sustraídas de complejos mortuorios anteriores y/o de otros centros de culto.

La tumba de Peribsen, quizás también conocida como Horus-Sekhemib, en el Cementerio Real de Abydos, es bastante pequeña (16’1m x 12’8m). La cámara funeraria central está hecha de adobe; diferente a las cámaras funerarias reales de la Dinastía I que iban forradas de madera.

El nombre de Peribsen que aparece en el serekh, no va coronado con el usual halcón de Horus - como ocurre cuando su nombre aparece como Sekhemib - sino con el animal que representa a Seth, una criatura entre perro de presa y chacal, con un rabo ancho y tieso. Este dramático cambio en el formato del nombre real ha sido interpretado como representativo de algún tipo de rebelión que sería aplastada, o reconciliada, por el último rey de la dinastía, Khasekhemwy, cuyo nombre aparece en un serekh coronado con el halcón de Horus, y el animal de Seth.

Este conflicto puede estar simbolizado en la mitología egipcia, como ocurre con el cuento literario titulado “Las Contiendas de Horus y Seth”. No es seguro, pues, que los mitos, que se conocen por textos muy posteriores, y los símbolos de los serekhs de los dos últimos reyes de la Dinastía II, representen una auténtica realidad histórica.

Sin embargo, un epíteto de Khasekhemwy, procedente de inscripciones de sellos que dice: “Los Dos Señores están en paz dentro de Él”, parece apoyar la teoría de que cualquier conflicto habría sido resuelto por él mismo; siempre que “Los Dos Señores” se tome como una referencia a Horus y Seth, y a sus seguidores.

El último enterramiento construido en el Cementerio Real de Abydos es el de Khasekhemwy, al que se le conocía como Khasekhem a principios de su reinado. Es mayor que el de Peribsen y su diseño es diferente, con una larga galería de 68m de largo, y 39’4m en su parte más ancha, y va dividido en cincuenta y cinco habitáculos con una cámara funeraria central hecha de caliza.

La cámara, que mide 8’6m x 3m, y se conserva hasta una altura de 1’8m, constituye la más antigua construcción de piedra a gran escala que se conoce. Aunque la mayor parte de su contenido fue retirado por Amélineau, se elaboró un buen registro, y Petrie lo analiza en su publicación de 1901.

El ajuar funerario incluye enormes cantidades de útiles y vasijas de cobre, vasijas de piedra – algunas con tapas de oro – y vasijas de cerámica, con grano y fruta. Petrie también nos describe unos objetos pequeños vidriados, cuentas de cornalina, herramientas, cestería y gran cantidad de productos para sellado. Dado el gran número de cámaras de almacenamiento en la tumba, bien podría haber contenido más objetos funerarios que todas las tumbas juntas de la Dinastía I de este cementerio.

Durante la Dinastía II, se continuaron enterrando a los altos cargos en el norte de Saqqara. Cerca de la pirámide del Rey Unas, de la Dinastía V, Quibell excavó cinco grandes galerías subterráneas cavadas en un lecho de roca caliza, de las que sugirió que representaban algún tipo de morada para la Otra Vida, con alojamiento para hombres y mujeres, un “dormitorio principal”, e incluso cuartos de aseo con letrinas incluidas. La mayor de las cinco, la Tumba 2302, estaba formada por veintisiete habitaciones bajo una superestructura de adobe, y cubría una superficie de 58’0m x 32’6m.

Las superestructuras de estas cinco tumbas de la Dinastía II no eran ya de hornacina cuidadosamente elaborada, como en la Dinastía I, sino que habían sido diseñadas con dos nichos en el lado este - quizás para indicar el lugar donde se podían depositar las ofrendas de los sacerdote y familiares después del entierro -diseño que más adelante aparecería en las tumbas privadas durante todo el Imperio Antiguo.

Está claro que los planos de las tumbas de élite de la Dinastía II eran el resultado de la evolución de las de los altos cargos de Saqqara Norte. Debido a que la planicie de Saqqara estaba formada por caliza de buena calidad, estas tumbas de la Dinastía II se diseñaron con habitáculos para ajuares funerarios profundamente excavados en un lecho de roca, done las salas de almacenaje estarían mejor protegidas de los saqueadores de tumba que cuando se situaban en la superestructura.

Las posteriores tumbas de la Dinastía II de Saqqara, que posiblemente pertenecían a cargos de nivel medio, eran similares en diseño a las tumbas-mastaba corrientes del Imperio Antiguo, que consistían en un pozo de acceso vertical, excavado en el lecho de roca, que conducía a una cámara funeraria. Encima de este conducto vertical y de la cámara, había una superestructura pequeña de adobe con dos hornacinas en el flanco este.

En Helwan, en la orilla este de El Nilo, las excavaciones han sacado a la luz más de 10.000 sepulturas datadas desde Naqada III a las Dinastías I y II, y probablemente incluso de principios del Imperio Antiguo. Estas tumbas son más bien modestas de tamaño y pertenecen a cargos de nivel medio. Un distintivo característico de algunas tumbas de la Dinastía II en Helwan resultó ser la presencia de un grupo de estelas esculpidas en el techo de la tumba que representaban a su propietario sentado, junto a su nombre, títulos y la llamada “Fórmula de Ofrenda”.

Los sarcófagos cortos para enterramientos reducidos, ya encontrados en las tumbas de élite de la Dinastía I, llegaron a ser más utilizados en las tumbas de la Dinastía II, como ocurre con las de Helwan.

En Saqqara, Emery y Quibell encontraron cadáveres envueltos en vendas de lino impregnadas de resina, evidencia de primitivos intentos de conservación de un cuerpo antes de llegar a adquirir las técnicas de momificación. Estas medidas eran necesarias en los enterramientos en ataudes, contrariamente a lo que se hacía en los predinásticos, en los que el cuerpo, depositado dentro un hoyo en el desierto, se deshidrataba de forma natural al contacto con la arena caliente.

El aumento del uso de la madera y de la resina en los enterramientos de estatus medio, también parece apuntar a un incremento del contacto y del comercio con la región libanesa en esta época.

ADENDA. La cornalina es una de las piedras más conocidas de la familia de la calcedonia, es decir, un ágata de tono naranja-rojizo, compuesta por dióxido de silicio, más conocido bajo el nombre de cuarzo metamórfico. Aparte de su utilización en la fabricación de abalorios, era muy popular en Egipto por sus supuestas propiedades curativas. Se utilizaba para promover la paz y la armonía, contra la depresión, para incrementar la energía sexual y para prevenir enfermedades de la piel. Las más oscuras eran utilizadas para el control de la presión arterial, las rosas para la anemia, y las blancas para afecciones en los ojos y oídos. En la mujer, la roja actuaba sobre el chacra sexual, para los dolores menstruales o previos al parto, y en el hombre, como eficaz remedio para la impotencia.

CONCLUSIONES DEL CORPUS DE TEMAS TRATADOS EN EL ENSAYO

La arquitectura, el arte y las ideas asociadas de principios del Imperio Antiguo habían sido el resultado evidente de la evolución de sus homólogos de principios del Período Dinástico. Lo que vemos en el complejo de la Pirámide Escalonada de Djoser es la transformación de las tumbas del Temprano Período Dinástico, en el primer monumento del mundo hecho totalmente de piedra, a escala gigantesca. Mientras que el monumento simboliza también el enorme control ejercido por la Corona, éste tiene que haber ido en aumento durante las Dinastías I y II a raíz de la unificación del gran estado territorial en Naqada III/Dinastía 0.

El emergente Período Dinástico supuso un tiempo de consolidación de las enormes ganancias obtenidas de la unificación - que bien podría haber fracasado - cuando se organizó, con éxito, una burocracia estatal que puso a todo un país bajo control real. Y esto se consiguió a través de la aparición de los impuestos, que afianzaron la Corona y sus proyectos a gran escala, sin olvidar las expediciones al Sinaí, Palestina, Líbano, la Baja Nubia y el Desierto Oriental, orientadas a la obtención de productos y materiales locales.

Es de suponer que se practicaba el reclutamiento, encaminado a la construcción de monumentos funerarios reales de grandes dimensiones, así como para proporcionar soldados que engrosarían las expediciones militares. El uso de una escritura primitiva sin duda facilitó la correspondiente organización estatal.

Las recompensas para los burócratas estatales eran bien obvias, de las que dan fe los primitivos cementerios a ambas orillas del río en la región de Menfis.

La creencia en los beneficios del culto mortuorio donde constantemente se ponían en circulación en la economía del país enormes cantidades de productos, supuso un factor aglutinante para la integración de esta sociedad, tanto en el norte como en el sur.

Durante las primeras dinastías, cuando la Corona comenzó a ejercer tan enorme control sobre la tierra, los recursos y la mano de obra, la ideología de un dios-rey legitimó tal control, y gozó de un poder cada vez mayor como factor unificador del sistema de creencias existente.

El florecimiento de una temprana civilización en Egipto fue el resultado de importantes transformaciones, tanto en la organización socio-política y económica, como en la propia ideología.

Que dichas transformaciones tuvieran éxito en los albores del Período Dinástico, es francamente sorprendente, dado que las sociedades políticamente organizadas contemporáneas de cualquier otra parte de Oriente Próximo eran mucho más pequeñas, tanto en territorio como en población.

Que tan primitivo estado hubiese tenido éxito durante tantísimo tiempo – 800 años hasta el final del Imperio Antiguo – se debe, en parte, al enorme potencial económico procedente de la agricultura del cereal practicada en las regularmente inundadas llanuras de El Nilo, pero también fue el resultado de la especial habilidad de organización del pueblo egipcio, y de una institución real tan sólidamente desarrollada.

Con estas "Conclusiones", se acaba el octavo y último tema de este ensayo que su autora, la Profesora Katheryn Bard, de la Boston University, ha expuesto de forma tan clara y escueta como profesional.

Reyes de la Dinastía II:

Hetepsekhemwy, Raneb, Nynetjer, Weneg, Sened, Peribsen, Khasekhemwy.

Próximamente, pasaremos a un nuevo ensayo, el quinto, titulado “El Imperio Antiguo (c.2686-2160 A.C.)” que será desarrollado por el Doctor Jaromir Malek, del Griffith Institute, Oxford.


Rafael Canales

En Benalmádena-Costa, a 9 de julio de 2009

Bibliografía:

“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”. Ian Shaw. Oxford University Press, 2004
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
British Museum Database.