domingo, 13 de mayo de 2012

Período Ptolemaico (332-30 a.C.) Preludio. El Pleno Verano de un Reino. Poderío Militar. La Tierra de Egipto. Una Penosa Decadencia


 

Fragmento de una estatúa de basalto, de estilo egipcio, de Ptolomeo I, Fundador de la Dinastía Ptolemaica, 305-283 a.C. (Pinchar)


The founder of the Ptolemaic dynasty ruled Egypt as Ptolemy I Soter ('Saviour') with his sister-wife, Berenike I, until his death in 283 BC. At his death he left a very prosperous kingdom. He also founded the Museum (Mouseion), a cultural centre for scholars and artists, and established the famous library at Alexandria.
The nemes headdress and the uraeus identify the subject of the statue as a ruler. The mouth has drill holes in the corners, forcing the lips into a wide smile, an expression characteristic of portraits of the Thirtieth Dynasty (380-343 BC) and the early Ptolemaic Period. Other characteristics of sculpture of this period are the wide, fleshy nose, cheeks and chin, and the large, fleshy ears.
It is said that this sculpture was found in the lining of a well in the Nile Delta. It was acquired by the British Museum with a number of other objects, but unfortunately the site was not named and it has been suggested that the story of its discovery was fabricated to increase interest in the piece. (Base de Datos del Museo Británico)

A modo de preámbulo ex profeso




Con esta nueva “Hoja Suelta” iniciamos, como de costumbre, nuestra andadura cotidiana por esas tierras egipcias allende los mares; esta vez para repasar, ahondar y hurgar en los acontecimientos que tuvieron lugar a lo largo de un significativo período de la Historia del Antiguo Egipto, conocido como Período Ptolemaico o Helenístico.

En este Capítulo 14, y penúltimo del Proyecto, vamos a ir de nuevo de la mano de nuestro anterior guía y maestro,  Doctor Alan B. Lloyd, autor también del ensayo precedente, en cuyo preámbulo se incluye una breve referencia a su enorme experiencia profesional y preparación académica como Presidente de la prestigiosa Egypt Exploration Society (EES) de 1994 a 2007, y Vicepresidente hasta su elección como Presidente de AGM el 10 de diciembre de 2011. Su autoridad como profesional viene respaldada, además, por sus numerosas excavaciones en las que ha participado, y por su reconocida autoridad en los escritos del historiador Herodoto,  así como por su extenso y envidiable record de publicaciones.
 
Prólogo
 
El Egipto Ptolemaico es la historia de dos culturas. Aunque difieran en su etos, o carácter distintivo, su enfoque y sus aspiraciones, ambas culturas en un principio mantuvieron una cautelosa coexistencia en la que el interés y el equilibrio del poder generaron un grado de cooperación viable y, en general, suficientemente efectiva, que enmascaraba un desagrado mutuo. Desde finales del siglo tercero a.C., incluso esta colaboración se fue poco a poco erosionando a causa de las divisivas presiones a las que se veía sometida por parte del cisma dinástico, la administración, la crisis económica, y los resentimientos egipcios. Y un aspecto no menos fascinante de esta compleja relación es el hecho de que, a pesar de todas sus tensiones internas, el Egipto de los Ptolomeos tuvo en muchos aspectos éxitos espectaculares; tanto si nos centramos en los logros de la élite  greco-macedonia, como en los del medio cultural egipcio.
 
Preludio
 
Parece lo más apropiado comenzar el estudio del Egipto Ptolemaico con la llegada de Alejandro Magno en 332 a.C. que nos llevaría al final del Segundo Período Persa cuyo paso nadie lamentó. Antes de que Alejandro reanudase sus conquistas en 331 a.C., se vio obligado a tratar el problema de cómo administrar su nueva provincia.




La fundación de la ciudad de Alejandría fue, claramente, una innovación encaminada a establecer una nueva base para gobernar el país, si bien en otros aspectos aún prevalecían los viejos métodos egipcios. Si nos fiamos del "Romance de Alejandro", (una biografía semi-mitificante escrita de forma anónima bajo el seudónimo de Calisthenes hacia el siglo segundo d.C., e incluso antes), Alejandro se habría coronado a sí mismo en el templo a Ptah, en Menfis, haciendo valer con esta acción que asumía la responsabilidad de un faraón egipcio, pero no hay duda alguna de que ya estaba conceptuado como tal por los propios egipcios quienes le concedieron la estándar titulatura real y que mostraría gran respeto por las susceptibilidades religiosas egipcias.




Perspicazmente consciente de los estratégicos peligros intrínsecos en la riqueza y posición geográfica de Egipto, eludió la concentración de poder: la administración del país se encomendó a un egipcio llamado Doloaspis; la recaudación de impuestos se confió a Kleomenes, de Naukratis; el ejército se puso bajo el mando de dos oficiales, Peukestas y Bañakros; y a la armada se le asignó un comandante independiente como Polemon. Kleomenes sería más adelante nombrado gobernador de toda la provincia que administraría con un alto grado de  corrupción.




A la muerte de Alejandro en Babilonia en junio de 323 a. C., su mentalmente imprevisible medio hermano Arrhidaeus (323-317 a.C.) fue nombrado rey, con Perdiccas como regente, con  el acuerdo de que si el hijo aún por nacer de la bactriana esposa de Alejandro, Roxana, fuese varón, ese niño sería rey mancomunadamente. Perdiccas asignó a los mariscales de Alejandro importantes secciones del Imperio, y en esta división, Ptolomeo, hijo de Lagos, adquirió Egipto, Libia, y “aquellos territorios de Arabia que lindan con Egipto” con Kleomenes como su segundo en el mando.




El arreglo de Perdiccas no podía funcionar. Meramente sirvió para situar el escenario de las “Guerras de los Sucesores”, que inevitablemente estallaron, y servirían para comprobar si el imperio de Alejandro sobreviviría intacto. En esta compleja serie de operaciones se aprecian dos fases: en la primera, que se extendió desde 321 a 301 a.C., la lucha fue entre “unitaristas”, entre los que se encontraba el propio Perdiccas, Antígono (el Tuerto), y su hijo Demetrio (el Sitiador), quien intentó preservar la unidad del imperio,  y  "separatistas“ (encabezados por Ptolomeo, Seleucos, y Lysimachos), quienes estaban dispuestos a forjarse sus propios reinos.




La ambición de Ptolomeo le hizo salir a la palestra como el mayor quebradero de cabeza de los “unitaristas” quienes lo cumplimentaron con dos invasiones de Egipto; la primera llevada a cabo por Perdiccas, en 321 a.C., y la segunda por Antigono, en 306 a.C.; ambos serían derrotados por la geografía de Egipto más que por el propio Ptolomeo. El problema de la unidad se vio resulto con la derrota y muerte de Antigono, en Ipsus, en 301 a.C., que decidió esta fase del conflicto a favor de los “separatistas”. Para entonces, todos los principales protagonistas, incluyendo a Ptolomeo, se habrían ya anticipado a este desenlace nombrándose reyes.




El Alto Verano de un Reino




Esta segunda fase de las Guerras de los Sucesores se extiende desde 301 a 380 a.C., y se caracteriza por los forcejeos entre separatistas por establecer, mantener, o incrementar sus reinos. Y acabaría con la muerte de Lysimachos, en Corupedium, en 281 a.C., y el correspondiente asesinato de su conquistador, Seleuco, a finales del mismo año. La consecuencia de estos eventos sería crítica para la correspondiente historia del mundo helenístico en cuanto que originó tres grandes reinos: Macedonia, con pretensiones de regir estados colindantes, cosa que en ocasiones consiguieron, y en otras no.; el Imperio seléucida, basado en Siria y Mesopotamia; y el imperio de los Ptolomeos, cuyo núcleo eran Egipto y Cirenaica. En estos reinos, nos confrontamos con los protagonistas de un juego de poder que dominaría el Mediterráneo Oriental y el Levante hasta que Egipto cayó bajo el control romano en 30 a.C.




Es importante entender que la rivalidad entre estos reinos no se limitaba a asuntos de control político o militar, por importante que estos fueran. La motivación psicológica subyacente radicaba donde deberíamos sospechar que estaría en cualquier contexto greco-macedonio; es decir, en un invencible impulso de aertividad que, a su vez, generaría prestigio. Tallar una bella estatúa en el anfiteatro de la actividad greco-macedonia – e incluso más lejos – y colocar con firmeza a la oposición en la sombra, eran finalmente los asuntos más importantes. De hecho, la conquista militar fue un medio importante de conseguirlo, pero la creación de un reino con un esplendor sin parangón era igualmente importante y absorbería un enorme esfuerzo y recursos. En esta batalla por el poder y el prestigio, los Ptolomeos fueron, sin lugar a duda, los verdaderos vencedores, al menos en el siglo tercero.




Para los tres reinos, el asunto clave de la alta política y de la gran estrategia consistía en extender sus imperios a expensas de sus rivales con los medios que pudiesen, pero la historia de sus conflictos está lejos de ser sencilla. Está claro que las ambiciones de los primeros Ptolomeos eran tales que planteaban una seria amenaza para las aspiraciones de los otros destacados jugadores, quienes consideraron conveniente aunar sus recursos contra el enemigo común. No sorprende, pues, que a principios de 270 a.C. encontremos que se alcanzase una paz entre macedonios y seléucidas que se convertiría en una de las pocas constantes de la historia del siglo tercero.




Para los Ptolomeos había dos importantes zonas propicias para la actividad expansionista: (1) los antiguos centros culturales griegos del Mediterráneo Oriental, y (2) Siria-Palestina. En cuanto a la primera, es importante captar que los gobernantes de todos estos reinos helenísticos se sentían macedonios, con tradiciones macedonias, y con una estrecha y profunda afinidad cultural griega. Siendo así, el centro donde ellos deseaban dejar su huella era la Grecia peninsular, el Egeo, y las ciudades costeras del Asia Menor. Para los Ptolomeos del siglo tercero a.C., esto significaba, en términos políticos y militares, una larga lucha por la hegemonía de Grecia sobre Macedonia que habría conseguido el control de una gran parte de la zona en tiempos de Philip II y la consideraba de forma inequívoca macedonia, por derecho de conquista.




Esta lucha, a su vez, enredó a los Ptolomeos a ayudar a las destacadas fuerzas políticas del mundo griego, sobretodo la región de Epiro, las ligas etolias y aqueas, Atenas, y Esparta que inevitablemente pidieron ayuda a Egipto contra el enemigo común, pero a la vez supuso grandes esfuerzos para mantener bases en el Egeo y a lo largo de la costa sur de Asia Menor, el control de Chipre, y el requisito para mantener una alianza con la estratégica y económicamente importante isla  de Rodas. Inevitablemente, las ambiciones ptolemaicas en Asia Menor les llevaría a un serio conflicto con los intereses seléucidas de la zona.




A pesar del reto que dos grandes reinos suponían, los tres primeros Ptolomeos tendrían, en un principio, un enorme éxito en satisfacer sus ambiciones en el Egeo. Revisando sus logros en aquel trimestre, el historiador Polibio escribe como sigue:




"…su esfera de control incluía las dinastías en Asia y también en las islas, ya que eran dueños de las ciudades más importantes, los baluartes y los puertos a lo largo de toda la costa, desde Panfilia (antigua región geográfica, convertida en provincia romana en el año 133 a.C., ubicada en la costa sur de la península de Anatolia o Asia Menor), hasta el Helesponto, y la región de Lysimachia”.
(N.B. La ciudad que lleva su nombre fue construida en 309 a.C. por Lisimaco de Tracia (360-281 a.C.), oficial macedonio y diádoco, esto es “sucesor” de Alejandro Magno - tratamiento dado a sus antiguos generales que a su muerte se repartirían su imperio - quien se convertiría en basileo (rey) en 306 a.C., gobernando Asia Menor, Tracia y Macedonia durante 20 años).


“Solían seguir de cerca los acontecimientos en Tracia y Macedonia a través de su control de Aenus y Maronea, e incluso de otras ciudades más lejanas, y, habiendo extendido su brazo a tales distancias, y viéndose protegidos así mismos por la lejanía de estos reyes clientes, nunca se preocuparon de la seguridad de Egipto. Es por eso por lo que, con toda lógica, dedicaron mucha parte del tiempo a asuntos externos …”. (Polibio, 5.34). 

No obstante, deberíamos leer estas palabras con cuidado. Polibio no dice que estos reyes estuvieran en posesión de un imperio con fronteras claramente definidas y una administración imperial coherente. El pasaje revela, eso sí – y esto lo confirma otra evidencia – que este llamado “imperio” es en verdad una cuestión de matices; se trata de una amalgama de bases, alianzas, protectorados, y facciones amistosas o individuos, con frecuencia comprados con dinero egipcio, que formaban una red de nudos a través de los cuales los Ptolomeos podían ejercer sus poderes políticos y militares. Ni, por supuesto, la esfera era estática, incluso en estos primeros años.

En las luchas generadas por dichas ambiciones, los primeros Ptolomeos gozaron de una suerte mixta, pero finalmente los macedonios y los seléucidas prevalecieron. Para finales del siglo tercero a.C., la influencia ptolemaica en Grecia desapareció como fuerza importante, aunque se mantuvo una guarnición en There y al sur del Egeo hasta 145 a.C. En cuanto a Asia Menor, los triunfos de Antíoco III el Grande en aquella zona durante la 5ª Guerra Siria, precipitó el final de la hegemonía Ptolemaica en la costa oeste y sur hacia 195 a.C. 

El patrón de una expansión inicial que da paso a una severa recesión a principios del siglo segundo a.C., se repetiría en Siria-Palestina. La determinación de integrar Coele-Siria y las ciudades fenicias en el reino Ptolemaico, surgió pronto. La zona había sido, por supuesto, un foco tradicional de preocupación en tiempos faraónicos, pero había mejores razones que precedentes para que los Ptolomeos deseasen conseguirla; estratégicamente, su ocupación facilitaba la defensa de Egipto, así como la de la provincia Ptolemaica de Chipre; el control de Fenicia daba a los Ptolomeos acceso a los recursos navales fenicios; y finalmente, la ocupación también deparaba mayores beneficios económicos en términos fiscales, tanto en relación con el acceso a rutas de comercio importantes (incluyendo el gran centro comercial de Petra), como, en particular, la posibilidad de explotar los recursos madereros del Líbano, sustanciosa fuente de madera para la construcción de navíos para la armada Ptolemaica.

No sorprende, pues, que Ptolomeo I (305-285 a.C.) hiciera repetidos esfuerzos para conseguir el control de la zona: y lo hizo en el período 320-315 a.C., poco después de la Batalla de Gaza en 312, pero en 301 a.C. ocuparía Siria-Palestina, probablemente hasta el rio Eleutherus, a pesar del hecho de que este territorio había sido asignado a Seleuco después de Ipso. La determinación de los seléucidas de mantener sus pretensiones dio lugar a no menos de seis Guerras Sirias que comenzaron en el reinado de Ptolomeo II (285-246 a.C.) y terminaron con la de Ptolomeo VI, si bien el tema se decidió a todos los efectos y propósitos con la derrota egipcia en Panion en 200 a.C., como resultado de la cual Ptolomeo V (205-180 a.C. concedió las reivindicaciones de los seléucidas en Siria y Fenicia hacia 195 a.C.

Estos éxitos militares ptolemaicos y el fracaso final, estaban ligados a un número de condicionantes previos: un ejército y una armada efectivos, un sistema administrativo en casa que proporcionaba la base y, sobretodo, una infraestructura con que financiar la expansión; condiciones dentro del reino que hacían posible la concentración de tales esfuerzos en campañas exteriores; y gobernantes con visión y capacidad para llevarlas adelante.

El Poderío Militar  



El ejército Ptolemaico, como toda su contrapartida helénica, era el ejército de Alejandro, modificado a la vista de la experiencia y la necesidad. Las fuerzas de Alejandro consistían en una diversidad de unidades complementarias que reflejaban un concepto táctico basado en inmovilizar al enemigo mediante presión de la infantería a lo largo de la mayor parte de la línea y lanzando el asalto crucial en un punto determinado mediante la caballería pesada. Esto significaba que los elementos tácticos principales consistían en una falange de infantería pesada armada con picas de una longitud considerable (5’5m que más adelante se alargarían) y una fuerza de choque de caballería pesada formada por escuadrones de macedonios, tesalónicos y aliados. Las diferencias que inevitablemente surgían durante la acción eran subsanadas por la infantería ligera de élite conocida como hypaspists, de 3000 hombres. Estas fuerzas del campo de batalla de las la victoria dependía en acciones generales, se suplementaban con un amplio abanico de tropas ligeras, de a pié y a caballo, en su mayoría mercenarios, y se complementaban con un altamente sofisticado siege-train.




(N.B. Un “siege-engine” o “ingenio de asedio” es un artefacto diseñado para derribar o salvar los muros de una ciudad u otras fortificaciones en guerras de asedio. Algunos operan cerca de las fortificaciones mientras que otros lo hacen para atacar desde la distancia. Desde la Antigüedad, estos ingenios de asedio se construían en su mayoría de madera y tendían a aprovechar la ventaja mecánica para lanzar piedras u otros misiles similares. Con el desarrollo de la pólvora y el avance de las técnicas metalúrgicas, los ingenios de asedio se convertirían en lo que hoy conocemos por "artillería". Colectivamente, estos ingenios de asedio o artillería, junto con las tropas y los vehículos de transporte necesarios para llevar a cabo un asedio, se conocen como un “siege-train” o “tren de asedio”).




Cuando volvemos a los ejércitos de los Ptolomeos, nos encontramos con que muchas de sus cosas las habría inmediatamente reconocido Alejandro como suyas. En Gaza, en 312 a.C., el asalto Ptolemaico fue llevado a cabo por una fuerza de caballería de 3.000 hombres armados con sables y la tradicional pica de la caballería macedonia, o xiston. Esto hizo girar el flanco a la fuerza de caballería enemiga que se quebró y huyeron del campo de batalla, exponiendo así a la falange enemiga a un asalto por su flanco izquierdo. Frente a esta amenaza, rápidamente salieron por piernas en total confusión. Casi un siglo después, el razonamiento táctico en Raphia (217 d.C.) fue muy parecido: el ala izquierda de la caballería de Ptolomeo IV fue barrida del campo de batalla por sus homólogos seléucidas mientras que la caballería Ptolemaica en el ala derecha reciprocó derrotando a los jinetes seléucidas que tenían en frente.
En esta batalla, no obstante, la victoria la decidió la falange de Ptolomeo que, con el aliento personal de su rey, niveló picas y cargó contra la falange oponente que, inmediatamente, se desplomó. En 2000 a.C., Panion nos ofrece otro ejemplo de caballería como ala percutora, en este caso para desventaja del ejército Ptolemaico, ya que la caballería seléucida pudo demoler su ala izquierda, barrerla del campo de batalla, y luego regresar para amenazar la retaguardia de la falange Ptolemaica, que no tuvo otra alternativa que retirarse.
A pesar de la reseñada similitud táctica con los ejércitos de Philip II y Alejandro, hubo una innovación crucial que aparece en estas tres acciones: el uso de elefantes de guerra, que fue una táctica copiada de los indios. Los elefantes se empleaban como antiguo equivalente al tanque con la función de asaltar y reventar la línea enemiga. Una solución para el asalto consistía en prevenir que alcanzasen la línea, en primer lugar, y esto lo consiguió brillantemente Ptolomeo I en Gaza colocando al frente de su ejército un enjambre de hombres armados con estacas recubiertas de hierro que se fijaban en el terreno para bloquear así el avance de los elefantes de Demetrio.
Otro remedio, que resulta claro que generalmente adoptaron, consistía en atacar a los elefantes y a sus conductores con tropas ligeras altamente móviles armadas con jabalinas  o arcos. Esto quería decir que, a su vez, cualquier ejército que utilizase elefantes no podría avanzar sin sus ligeras tropas armadas con objeto de neutralizar las del enemigo. El mayor problema que suponía para los Ptolomeos utilizar elefantes era el suministro adecuado de animales de buena calidad; es decir, elefantes indios. No sabemos de ninguno en el ejército de Ptolomeo I en Gaza, pero después de la derrota de la fuerza de elefantes de Demetrio, capturó a los supervivientes. El intento Ptolemaico de resolver el problema finalmente sería la utilización de elefantes africanos, y la caza de estos animales se mencionan en varias ocasiones en nuestras fuentes.
Desgraciadamente, la única variedad de elefante africano que puede amaestrarse proviene de la selva y es más pequeño que el indio, así que no sorprende el saber que los elefantes de  Ptolomeo IV en Raphia saliesen por patas, se replegasen a sus líneas, con las consiguientes consecuencias para el ejército en su conjunto, no serias pero sí desastrosas. No sabemos de elefantes Ptolemaicos en Panion, si bien nuestra única evidencia de esta acción que ha sobrevivido es altamente defectuosa pero interesa señalar que a los elefantes seléucidas se les atribuye el haber provocado el pánico entre la caballería etoliana en la crucial ala izquierda egipcia, y también se mencionan elefantes como participantes en el movimiento de cerco final a la falange Ptolemaica que selló la derrota completa del ejército.
Uno de los cambios más notables en el ejército Ptolemaico en los siglos cuarto y tercero (a.C.) es la progresiva dilución de sus elementos macedonios, al principio a favor de mercenarios pero al final tendiendo a la incorporación del machimoi egipcio, o clase guerrera. Ya en Gaza, en 312 a.C., el historiador griego Diodoro describe el ejército compuesto de una infantería y una caballería de 18.000 y 4.000 hombres respectivamente, parte macedonios, parte mercenarios, pero también tenemos noticias de que había además un gran número de egipcios, algunos empleados como portadores, presumiblemente auxiliares. Para cuando llegamos a Raphia, estas tendencias han ido aún más lejos. Aquí Ptolomeo IV dispone de una fuerza de caballería de élite de 3.000 hombres de los que más de 2.000 eran libios o egipcios. De forma similar en una falange de probablemente 45.000 hombres, no menos de 20.000 eran egipcios. Ptolomeo puso en el campo, además, una caballería de 2.000 mercenarios, griegos y no griegos, 3.000 cretenses, 3.000 libios, y 4.000 tracianos  y gálatas (N.B.  Los gálatas eran los habitantes de origen  galo que, provenientes de la Galia, se asentaron en una región del Asia Menor). Por supuesto que es altamente improbable que los macedonios y sus descendientes representasen más de una pequeña proporción del total de este ejército. 




El coste de la financiación de una fuerza mercenaria de tales dimensiones suponía ciertamente un continuo y pesado drenaje de las reservas de la Corona que sólo se podía soportar si la economía del país funcionase de forma adecuada pero la desorganización interna que creció de forma profunda y rápida después de la muerte de Ptolomeo IV bastó para debilitar la capacidad de los gobernantes de Egipto de mantener esas tropas. El problema de garantizar el suministro adecuado de soldados procedentes de grupos étnicos tradicionalmente explotados por Macedonia fue tratado en una etapa anterior por los Ptolomeos mediante la creación de una amplia reserva militar destacadas en asentamientos por todo el país. En estos lugares se les proporcionaba parcelas de tierra cuyas dimensiones dependían del rango y tipo de cada unidad.




Era frecuente que no fueran ellos mismo quienes cultivaran las tierras sino que simplemente las utilizaran como fuente de ingresos, pero las recibían con el compromiso de que, si en ocasiones se les necesitaba, se requerirían sus servicios, como fue el mencionado caso de 4.000 tracianos y gálatas  en la concentración previa a la campaña de Raphia. De cualquier forma, es curioso que sea éste el único contingente de esta categoría que menciona Polibio en esta coyuntura. Y el hecho de que constituyese sólo una parte relativamente pequeña del ejército dispuesto para esta operación, parece indicar que a los cleruchs (militares asentados a los que el faraón les concedía parcelas de tierra llamadas kleroi) no se les consideraba como la fuente ideal para abastecer parte del grueso del ejército. 




Otra solución obvia al problema de la mano de obra militar era la milicia egipcia o machimoi, un remedio aparentemente puesto a prueba anteriormente según parece en Gaza que calló en desuso durante años, probablemente producto de un perspicaz conocimiento de sus posibles desventajas políticas. Y finalmente, la necesidad a corto plazo barrió a las consideraciones a largo plazo imperiosamente lejanas, y encontramos que este grupo estaba siendo explotado con espectacular éxito en Raphia donde el grueso de la falange que dio la victoria Ptolomeo estaba formado por soldados egipcios. La creciente dependencia de esta clase creada ante la creciente dificultad en adquirir tropas  de fuentes tradicionalmente Ptolemaicas llevó a un desplazamiento crítico del equilibrio de poder en el país que Polibio destaca de forma mordaz:




“En cuanto a Ptolomeo, su guerra contra los egipcios continuó en estos términos. Ya que el mencionado rey, al armar a los egipcios para su guerra contra Antíoco, decidió seguir una línea de acción que si bien era apropiada para las circunstancias inmediatas, ignoró las consecuencias futuras. Ya que los soldados, exaltados por su victoria en Raphia, dejaron de sentirse obligados a obedecer y andaban buscando un líder y figura decorativa creyéndose capaces de cuidar de sí mismos. Y poco después, finalmente lo consiguieron”. (Polibio 5.107).




El ejército no era el único requisito. La satisfacción de las ambiciones Ptolemaicas en el Egeo y el Mediterráneo Oriental también dependía del mantenimiento d una poderosa armada de guerra. Esta fuerza no sólo era un medio de establecer y mantener una presencia Ptolemaica en la zona, sino también servía como arma en la batalla propagandística por prestigio y estatus. Como en tiempos más modernos, las grandes y poderosas unidades navales podían usarse para generar una sensación de poder, incluso cuando no existiese una confrontación armada directa.  La importancia crítica de una armada se entendió desde el mismo inicio del Período Ptolemaico, y su auge y caída son el indefectible barómetro de las andanzas imperiales y políticas Lagidas en el mundo griego.




Tácticamente, la guerra  naval se convirtió en un grado marcado en el pasado siglo cuarto a.C. Las tendencias emergen claramente en los mejores reseñados enfrentamientos marítimos Ptolemaicos, la Batalla de Salamis, que se libró frente a la costa este de Chipre en 306 a.C., y llegó a su fin con la catastrófica derrota de la armada egipcia. La acción surgió por un intento de Ptolomeo de socorrer a su hermano Menelaos que se veía asediado en Salamis por tierra y mar por Demetrio, hijo de Antígono. Ptolomeo tenía unas 140 buques de guerra, frente quizás a 180 de su enemigo.




Diodoro, nuestra fuente más completa, desgraciadamente para nuestras miras, da más información sobre la armada de Demetrio que la de Ptolomeo, pero puede haber pocas dudas de que estos detalles son igualmente aplicables a la oposición. Surge un número de puntos: en primer lugar, sabemos de soldados que fueron embarcados y de mucha acción relacionada con ellos; en segundo, Demetrio equipaba sus naves de ballestas y catapultas  capaces de disparar piezas de tres vanos de largo (unos 0’5 m), que se utilizaban con buenos resultados; en tercer lugar, participaban barcos de diferentes proporciones. Por ejemplo, la poderosa ala izquierda de Demetrio comprendía 30 “cuatros”, 10 (cincos), 10 (seises), y 7 (sietes), mientras que el grueso de su armada se componía de “cincos”, aunque el grueso de su armada consistía en “cincos”.




La armada Ptolemaica, por otra parte, estaba formada por totalmente por “cincos” y “cuatros”; más aún, ambas armadas parece que se prepararon para la batalla como tres bloques de barcos – un centro con un ala en cada lado – pero Demetrio hizo su ala del lado del mar especialmente poderosa mientras Ptolomeo hizo lo mismo en su lado de tierra; finalmente, debemos considerar que las armadas empleaban un sistema de señalización primitivo.




Este resumen revela algunos aspectos importantes. En primer lugar, la guerra marítima ha estado siempre influenciada por la guerra terrestre de forma clara y contundente. Mientras las maniobras de choque aún se practicaban, ahora el énfasis se desplaza de las batallas de maniobras a las batallas en el mar, lo que prima el desarrollo de unidades cada vez mayores capaces de transportar grande contingentes de marines que obliga a una decisión  de luchar hasta el final a la altura de tu enemigo. La descripción de Athenaeus de la armada de Philadelphus demuestra este punto perfectamente: no sólo manifiesta que constaba de 2 “treintas”, 1 “veinte”, 4 “treces”, 2 “doces”, 14 “onces”, 30 “nueves”, 37 “sietes”, 5 “seises”, 17 “cincos” (además de una flota de barcos catalogada como “cuatros” a “uno-y-medios” que era numéricamente el doble del resto), pero también describe un monstruoso “cuarenta” de Ptolomeo IV que él destaca diciendo que tenía capacidad para transportar no menos de 2.850 marines.



La estructura de estos pesados buques ha sido muy mal entendida al interpretar la antigua literatura los términos utilizados para designarlos como si se tratasen de unidades de remos. Esto es totalmente imposible. Estas embarcaciones eran propulsadas en su mayoría, si no totalmente, a golpe de remeros múltiples y nunca han tenido más de tres unidades de remos, y en cuanto a su clasificación deben referirse al número de remeros en una unidad de remo. Las naves de mayor tamaño, se sabe ahora que tenían una estructura tipo catamarán que obviamente aumentaba en gran medida el espacio disponible en cubierta para los marines, lo que haría de estas embarcaciones un proyecto particularmente colosal para una batalla-terrestre-en-el-mar.
La militarización de la guerra naval se ve también ilustrada por la incorporación de artillería a bordo del buque, una práctica que obviamente refleja la extremadamente realzada importancia de la artillería, tanto para la guerra de acoso como para la abierta llevadas a cabo por Philip II y Alejandro. El uso de un ala pesada como fuerza de ataque por ambos protagonistas es otro caso de adaptación de la guerra terrestre al mar, ya que el empleo de ese principio fue un recurso táctico fundamental en el ejército macedonio. El uso de señales también emanará de esta misma fuente.
Si bien la armada Ptolemaica fue poderosa y efectiva en la primera mitad del siglo de la monarquía, sus esfuerzos en la construcción de buque por sí solos no podían garantizar un éxito consistente, y a mediados del tercer siglo a.C. sus flotas sufrieron tres duros golpes que  presagiaban el gradual desenredo del poderío marítimo Ptolemaico en la zona: en Éfeso (probablemente hacia 258 a.C.) una armada Ptolemaica sufriría un revés a manos del almirante rodio Agathostratus, en este caso siendo superado en la táctica por una marinería superior, más que derrotado por una contienda entre marines; al parecer, por la misma época, los Ptolomeos sufrieron un segundo e importante revés frente a Cosa, a manos de Antígono Gonatas, rey de Macedonia, en el que un barco de tres unidades tuvo un importante rol en que Macedonia alcanzase la victoria; con posterioridad, al parecer hacia 245 a.C., Antígono, aunque superado numéricamente, infligió otra derrota a la armada Ptolemaica en Andros, esta vez, probablemente, derrotando a los marines Ptolemaicos.
 
La Tierra de Egipto
El intenso espíritu competitivo de asertividad de los Ptolomeos no se limitaba al conflicto militar. Había otras armas en la lucha del mundo helenístico, que incluía a su capital Alejandría. Fundada por Alejandro en 331 a.C., esta ciudad se convirtió en la capital Ptolemaica y fue vigorosamente explotada desde el inicio del período como el mejor escaparate de la riqueza y esplendor y, del mismo modo como el medio más significativo no militar mediante el cual los Ptolomeos podían competir y superar a sus rivales. Rápidamente se convertiría en la ciudad más espectacular del mundo helenístico. Estrabón, que visitó la ciudad justo después de la caída de la dinastía Ptolemaica, no pone en duda la importancia de la impresionante exhibición en el edificio Ptolemaico del lugar:  él describe las instalaciones del palacio en la zona norte de la ciudad como sigue:
“La ciudad dispone de los recintos públicos más bellos, y palacios que cubren un cuarto e incluso un tercio de su superficie total. Y al igual que cada rey por amor al esplendor añadía algún nuevo ornamento a los monumentos públicos, también invertía, a título personal, en una nueva residencia que se sumaba a las ya existentes, de forma que, en la actualidad, citando a El Poeta (Homero), ‘se ve edificio tras edificio’. Además, todos están conectados entre sí, y con el puerto; incluso los ubicados fuera de él.” (Estrabón, Geografía 17.1.8).
Pero hubo mucho más que todo esto. Muy cercanamente asociado con estas instalaciones estaba asociado el Sema, el lugar de enterramiento de los reyes Ptolemaicos, que contenía también el cuerpo de propio Alejandro Magno, que originalmente habrías sido depositado en un sarcófago de oro, si bien sería eventualmente sustituido por uno de cristal. La posesión de este cuerpo era uno de los activos más preciados objeto de propaganda del que los Ptolomeos disfrutaban, y fue el resultado de una astuta operación de pura piratería llevada a cabo por Ptolomeo, hijo de Lagus, en el momento en que estaba siendo transferido a Macedonia para su entierro en la necrópolis real en el Egeo.
El edificio más espectacular de Alejandría era, por descontado, el faro en el extremo este de la Isla de Faros. Aunque otro renombrado elemento de la ciudad era el Mouseion, del que formaba parte la mundialmente famosa biblioteca. Esta instalación fundada por Ptolomeo I como parte de su política de hacer de Alejandría el centro de la cultura griega. El Mouseion siguió los modelos de las escuelas de Platón y Aristóteles en Atenas y, como ellas, constituía un centro de investigación y de instrucción. Se hicieron tremendos esfuerzos para conseguir volúmenes para esta biblioteca, y l agente de Ptolomeo I, Demetrio de Phalerum envió buscadores especializados a todos los rincones del mundo griego con la misión específica de obtener los textos que se requerían.
Tal fue el éxito de tales esfuerzos de los Ptolomeos al respecto para finales del período la biblioteca contaba con no menos de 700.000 volúmenes y la totalidad de la instalación ofrecía un soberbio contexto para obtención de becas y la investigación científica, de forma que Alejandría rápidamente se convirtió en el más destacado centro para tales actividades, alardeado de personajes tales como Eratóstenes de Cirene (c.285-194 a.C.), en Ciencias, Herophilus de Chalcedon (c.130-260 a.C.), en Medicina, Zenodotus de Éfeso (nacido en c.325 a.C.) y Aristarchus de Samothrace (c.257-145 a.C.) en erudición literarias, y Apolonio de Rodas y Callimachus de Cirene (ambos del siglo tercero a.C.) en escritos creativos.
Alejandría también ofrecía un gran potencial como lugar de encuentro para grandes eventos panhelénicos que atraía a participantes desde todo el mundo griego, que quedarían maravillados de la ciudad que se había convertido en la obra maestra de los Ptolomeos. Ptolomeo II hasta llegó a establecer un festival cada cuatro años llamado el Ptolomaieia (probablemente en 279/8 a.C.), en honor a su padre y, a la vez, a la dinastía que él había fundado. Nuestras fuentes son bien claras que la idea del festival fue igualar en estatus los propios Juegos Olímpicos. En particular, estamos bien informados de una espectacular pieza de gran teatro organizada en honor a Ptolomeo II que ilustra hasta qué límites y desembolsos llegaban estos gobernantes para impresionar a su audiencia greco-macedonia.
Callixeinus de Rodas, escritor del siglo tercero a.C., describe en gran detalle una prompe, ‘procesión’, que tuvo lugar en el estadio de la ciudad y, a modo de preámbulo, habla de un impresionante pabellón construido en la zona de palacio para que albergase un gran symposion, ‘fiesta de bebidas’, para los invitados más distinguidos. Su estructura era notable por su tamaño y esplendor, y estaba dotada de características muy singulares: equipamiento y accesorios extremadamente caros y lujosos; una impresionante variedad de pieles de animales de inusual tamaño; rico embellecimiento floral que no habría sido posible en ninguna otra parte del mundo; y esculturas y pinturas de la más alta calidad y valor.
Y se puede añadir que esta estructura fue diseñada para propagar la realeza Ptolemaica: combinaba una serie de  motivos griegos con egipcios; daba prominencia al águila heráldica Ptolemaica vinculando la familia con Zeus; insistía en los aspectos militares de la realeza Ptolemaica; y hacía valer sus lazos con Dionisio y Apolo. La procesión de Dionisio para la que esta impresionante estructura había sido concebida, seguía la misma línea propagandística: el programa dinámico se inicia asociando a Ptolomeo I, Berenice, con el propio Alejandro Magno; la desproporcionada dimensión de la procesión dionisíaca reafirma las afinidades con el dios; la riqueza del reino se ve continuamente enfatizada por las copiosas referencias a los valiosos productos a los que podía tener acceso, tales como incienso, mirra, azafrán, y oro, así como a la producción agrícola egipcia.
El acceso a animales exóticos en gran número representaba también un factor importante; disponemos de una referencia a su política exterior en el símbolo representativo de la estratégicamente crítica ciudad de Corinto en la procesión; y en cuanto al poderío militar de Egipto se impresiona contundentemente al espectador con la participación en el acto de no menos de 57.600 soldados de infantería y 23.200 de caballería. En toda esta actividad de Alejandría, tanto cultural como de cualquier otro tipo, el abrumador énfasis cultural está puesto en cosas greco-macedonias, pero los Ptolomeos eran totalmente conscientes de la fascinación que la civilización faraónica había siempre albergado por el mundo griego y estaban lejos de oponerse  a añadir una pizca de especia exótica procedente de aquella región. No sorprende, pues, encontrar evidencias del traslado de monumentos egipcios a Alejandría, o identificar ejemplos en la ciudad de estatúas colosales de los reyes y reinas Ptolemaicos representados en el estilo tradicional egipcio.
El coste de mantener estas operaciones militares y de las pretensiones dinásticas era enorme y presuponía una estructura altamente efectiva capaz de maximizar el potencial de la economía egipcia tanto en el interior como en el exterior. Los métodos más eficaces para gestionar la tierra de Egipto habían sido ideados por los propios antiguos egipcios. Esto lo sabían muy bien los Ptolomeos y se contentaban con esencialmente con refinar este antiguo sistema en interés de la máxima rentabilidad económica.
El principio clave de gobierno era la realeza, pero una realeza algo más compleja que la de los predecesores egipcios de los Ptolomeos: los Ptolomeos no eran simplemente faraones, sino también reyes macedonios que regían una élite greco-macedonia dentro del país además de una serie de pueblos vasallos población de súbditos fuera del mismo. A los ojos de los macedonios, la reivindicación del rey sobre Egipto y sus provincias dependientes se basaba en el hecho de que se trataba de un territorio “ganado a fuerza de lanza”: esto es, su derecho a gobernar era el derecho de conquista, y como tal derecho, el reino se convertía en su estado para administrarlo de la forma que considerase adecuado. En un principio, la realeza la ejerció Alejandro Magno, después Arrhidaeus, su hermano, y Alejandro IV (317-310 a.C.), hijo de Alejandro, mientras que Ptolomeo, hijo de Lagus, técnicamente sólo era gobernador de provincia, pero en 305 a.C., el propio Ptolomeo usurpó la corona, una corona que habría de permanecer por completo dentro de la tradición macedonia.
En Macedonia, para que una pretensión a la Corona prosperase, eran necesarias tradicionalmente dos condiciones: que sangre Argead (N.B. dinastía reinante en Macedonia desde 700 a 310 a.C.)  corriese por las venas del aspirante, y que el ejército formalmente aprobase la ascensión. El problema de satisfacer la primera condición fue pulcramente resuelto mediante el argumento de que Ptolomeo I no era en absoluto hijo del histórico Lagus sino del propio Filipo II, quien habría dejado preñada a la madre de Ptolomeo antes de ser entregada a Lagus. En cuanto a la aclamación del ejército en Alejandría no es evidente en nuestras fuentes pero era un principio durante mucho tiempo claramente reconocido.
 El proceso de validación de la realeza Ptolemaica en contextos no egipcios no acabó con dichos principios macedonios tradicionales - como ciertamente no podía ser - ya que muy rápidamente los macedonios perderían su importancia en el reino para los muy numerosos griegos que ofrecían sus servicios a Egipto, o sencillamente figuraban como súbditos en remotos dominios extranjeros que inicialmente cayeron bajo la autoridad Ptolemaica. Desde los tiempos de Ptolomeo II nos encontramos con la pretensión de que el rey y la reina eran ellos mismos dioses, una noción que rápidamente se convirtió en el concepto de que el rey pertenecía a una hiera o ‘sagrada familia’ compuesta por el rey y todos los soberanos fallecidos de la dinastía, incluyendo a Alejandro, a través del que los Ptolomeos podían derivar su ascendencia a partir del propio Zeus (si la alegación de ascendencia directa de Filipo no se aceptase).
Estos conceptos trajeron también consigo una pretensión de descendencia de Heracles y Dionisio que tenían un  lugar prominente en la propaganda Ptolemaica de la realeza.
(N.B. Heracles o Héracles, en griego antiguo ρακλς, Hēraklēs, del nombre de la diosa Hēra y kleos: ‘gloria’, es decir ‘gloria de Hēra’, es un héroe de la mitología griega. En Roma, así como en Europa Occidental, es conocido como Hércules y algunos emperadores romanos – entre ellos Cómodo y Maximiano - se identificaron con él).
Este cuerpo de conceptos estaba asociado con un culto de ofrendas en honor del rey y su consorte que era, en esencia, un culto al gobernante que ofrecía la oportunidad a los súbditos egipcios de reconocer y reafirmar la posición política de los Ptolomeos; es decir, nos encontramos ante un caso claro de la utilización de la actividad cultual como soporte de un sistema político, mecanismo cuyas virtudes no se perderían con los emperadores romanos.
Este desarrollo ha sido con frecuencia considerado como inspirado en conceptos egipcios, pero cualquiera que esté familiarizado con la evolución del pensamiento en el siglo cuarto griego sobre la relación entre lo humano y lo divino, y la claramente difuminada línea que divide al Hombre y al Dios, no tendrá dificultad en identificar los antecedentes helénicos de esta noción.
Un desarrollo muy notable dentro de la Casa Real fue el establecimiento como práctica recurrente, si bien no consistente, del matrimonio entre hermanos por parte de los mismos padres. Esta tradición, iniciada por Ptolomeo II al casarse con su hermana Arsínoe II (316 a270 a.C.), reina de Tracia primero y corregente de Egipto después, ha sido con frecuencia considerada como una evolución de un precedente histórico egipcio, noción que ha persistido en la literatura reciente, a pesar de la total falta de evidencia faraónica fiable de que este tipo de unión matrimonial se hubiese practicado alguna vez entre los faraones egipcios. Es posible que el casamiento mitológico hermano-hermana entre Isis y Osiris tuviese alguna influencia en que los Ptolomeos se moviesen en esta dirección, y ciertamente se estableció un paralelismo, pero el matrimonio hermano-hermana tiene un prototipo obvio en la mitología griega en el casamiento de Zeus con Hera, fácil de evocar por una familia que reclamaba a Zeus como su ancestro.
Fuese como fuese, la razón fundamental subyacente para introducir esta práctica es probable que hubiese tenido una dimensión rigurosamente práctica. Arsinoe II era una mujer de una formidable habilidad y fortaleza de carácter, como tantas otras mujeres greco-macedonias de rango – no es coincidencia que el más popular Ptolomeo sea Cleopatra VII (51-30 a.C. – y su matrimonio garantizaba, o ayudaba a garantizar, que ella trabajaría para, y no en contra de él. Además, aseguraba que ella no se casaría con un posible rival cuya posición por ello se habría engrandecido. Más que nada, la unión aseguraba el control Ptolemaico de los mayores activos a disposición de ella de su anterior matrimonio.
El precedente, una vez establecido, lo seguirían muchos gobernantes Ptolemaicos y distaba mucho de ser una baza pura. Muy obviamente, al establecer una base institucional para que mujeres de la realeza del más alto nivel ejerciesen el poder real, los Ptolomeos debilitaban la posición de la propia monarquía y contribuían de forma significativa a la larga e histórica inestabilidad dinástica que habrían convertido a su familia en una institución lisiada. Los peligros inherentes de esta práctica se agravaban aún más por el gusto Ptolemaico por la poligamia, que no podía sino crear rivalidades desastrosas para la sucesión.
En cuanto a los egipcios, asignaban a los Ptolomeos el role de faraón, la única forma de legitimación del poder político supremo que conocían. El primer Ptolomeo conocido que había sido coronado faraón de la forma tradicional fue Ptolomeo V, si bien hay una tradición de que Alejandro se sometió a esta ceremonia, y el balance de probabilidades tiene que inclinarse pesadamente a favor de la presunción de que se trataba de una práctica rutinaria. Es cierto que todos fueron tratados como faraones en los monumentos egipcios desde la misma conquista macedonia.
Por debajo del faraón, encontramos una estructura administrativa que posee todos los distintivos del sistema Ptolemaico hecho más severo. La predominante preocupación del sistema Ptolemaico a todos los niveles era fiscal, un hecho que se refleja en las actividades del dioketes, ‘mánager’, el funcionario mayor del Estado cuyo principal cometido era la administración financiera del reino. Estaba asistido por un verdadero ejército de subordinados que incluían a ecologistas, ‘contable’, y, en una época posterior, a ideos logos, ‘erario privado’, que era responsable de los recursos privados del faraón. Este foco económico queda también en evidencia cuando nos volvemos al gobierno local  que estaba basado en el sistema tradicional de ‘nonio’ (término griego para el antiguo sepa tu egipcio), que comprendía cuarenta distritos administrativos comparable con los modernos condados británicos.
Auditar las cuentas de pérdidas y ganancias, si es posible, pueblo por pueblo, y pensamos que esto no es imposible si se consagra celosamente  a la tarea. Si esto no es posible, [hágalo] por toparquías, aprobando en la auditoría nada que no sean pagos al banco en el caso de dinero procedente de impuestos, y en el caso de cuotas de maíz o productos oleíferos sólo entregas al recolector de maíz. Si hay algún déficit en estos, forzar al toparca y a los servicios fiscales de los granjeros a depositar en los bancos los atrasos del maíz, los valores asignados en las ordenanzas para productos oleíferos, productos líquidos, según el tipo.” Papyri Tebtunis 703-117-34).
(N.B. Toparca, señor de una “toparquía”, pequeño estado compuesto de uno o pocos lugares).
El mismo nivel de control estatal es igualmente visible en cualquier otra forma de actividad económica: la explotación de minas y canteras, la producción papiros, la operación del novel sistema bancario, control monetario, y también el comercio exterior, en el que Filadelfo estuvo visiblemente activo, no sólo abriendo o manteniendo lucrativas conexiones comerciales extranjeras sino facilitándolo con iniciativas de ingeniería a gran escala tales como la terminación del faro de Faros, las mejoras de la carretera Koptos  que uní el Valle del Nilo con el Mar Rojo, y la reapertura del viejo canal persa que unía el ramal pelusíaco del Nilo con el Golfo de Suez.
La relación entre la élite greco-macedonia y sus súbditos egipcios en una primera fase del gobierno Ptolemaico no es siempre clara y, cuando lo es, muestra cierta inconsistencia. Una inscripción en Akhmim parece referirse a una princesa Ptolemaica que se habría casado con un príncipe de la Dinastía XXX, y la vieja aristocracia egipcia no fue relegada a la inoperancia: parece que miembros de la línea real de la Dinastía XXX retuvieron altos cargos militares dentro del Período Macedonio; en el reinado de Ptolomeo II encontramos a un sujeto llamado Sennushepes como supervisor del harem y con un alto cargo en el nome koptita (de Koptos); evidencia del mismo reinado también sitúa a los egipcios en puestos administrativos y militares en el nome mendesiano (de Mendes). Estos y otros casos justifican la fuerte sospecha de que el Dionysius Petosarapis egipcio, que aparece con rango de miembro de un Alto Tribunal en Alejandría en los años 160 a.C., tendría más precedentes en el temprano Período Ptolemaico de lo que actualmente solemos estar inclinados a admitir.
La evidencia es mucho más completa de la amplia clase de sacerdotes y escribas del templo, aunque no debemos caer en la trampa de considerarlos como un grupo cerrado. El cargo sacerdotal era compatible con el cargo secular, de forma que no podemos mantener una distinción firme entre una aristocracia secular de rango y cargo, por un lado, y un estatus eclesiástico, por otro. Los sacerdotes tenían su base en numerosos templos que se reconstruían o  embellecían frecuentemente en tiempos Ptolemaicos y aún constituyen algunos de los restos más espectaculares y completos de la cultura faraónica.
Uno de los mejores ejemplos es el templo a Horus el Behdedite, en Edifu, que es virtualmente Ptolemaico y constituye un foco de actividad de edificación desde 237 hasta 57 a.C., aunque es altamente significativo que los Ptolomeos decidiesen retener para el santo de los santos la capilla de Nectanebo II, de esta forma afirmando su continuidad con el pasado egipcio. Otro importante foco de construcción de actividad Ptolemaica en la construcción de templos era Philae, donde, de nuevo, se aprecian estrechos lazos ratificados con la última dinastía egipcia autóctona.
Éstos, y todos los otros templos del país continuaron ejerciendo su antigua función como recintos de poder de Egipto, la interface entre lo humano y lo divino en la que su faraón, si bien por poderes, el Sumo Sacerdote local, conducía los rituales críticos de mantenimiento para los dioses, y los dioses, a cambio, canalizaban su poder de dar la vida a través del faraón hacia Egipto.
Una de las distintivas características de los templos estatales mayores en los períodos Ptolemaico y Romano, era la provisión  de un pequeño ‘templo períptero’, invariablemente colocado en ángulo recto con el templo principal, al que Champollion acuñó el término mammisi (palabra inventada por el mundo copto que significa ‘casa de nacimiento’)
(N.B. Templo períptero (del griego περίπτερος) es el edificio que está rodeado de columnas alineadas en cada uno de sus lados, conformando un peristiloexterior. Esta composición arquitec tónica fue muy usual en la  arquitectura griega clásica, al menos desde la época de la arquitectura en madera del siglo VIII a.C.)
Los mammisis Ptolemaicos estaban normalmente rodeados por columnatas con muros de pantallas intercolumnios, y se usaban para celebrar los rituales del enlace matrimonial de la diosa (Isis o Hathor), y el nacimiento del Niño-Dios.
Parece que en un principio habría habido contrapartidas de los mammisi en forma de relieves de la Dinastía XVIII describiendo el nacimiento divino del rey en Deir el-Bahri y Luxor. El templo de Hathor en Dendera incluye dos mammisis, uno datado en el Período Romano y el otro en los tiempos de Nectanebo (380-362 a.C.), éste último evidentemente usado para la representación de “obras de misterios” de trece actos relacionadas con el nacimiento del dios Ihy y del faraón.
Por otra parte, los templos estaban lejos de ser simples centros de culto. También eran importantes focos de actividad económica cuyos recursos procedían del producto de la tierra cedida a ellos por la Corona, si bien esta tierra nunca llegaba a ser de su absoluta propiedad, y además se beneficiaban de cuotas tales como diezmos y subvenciones estatales.
Ellos producían mercancía manufacturada para fines seculares, en particular ropa, y eran importantes patrocinadores de de obras de arte tales como esculturas, que se creaban en sus hut-nebu o ‘casa de oro’, o mediante sus programas de construcción, que generaban un enorme mercado para las habilidades creativas de escultores y pintores. El trabajo de estos artistas es de un gran interés ya que proporciona la evidencia Ptolemaica más clara de un intento de acomodo cultural entre el griego y el egipcio en cuanto que su trabajo les estaba llevando de forma patente en dos direcciones diferentes.
En primer lugar, su determinación de continuar con las tradiciones del Egipto del Período Tardío es evidente en la escultura de relieve que sobrevive en gran número en los templos Ptolemaicos, pero también lo es a través de los numerosos ejemplos de esculturas en redondo; algunas de ellas sin par en todo el canon de escultura egipcia. Hay, sin embargo, una tendencia in crescendo para que la escultura clásica provocase un impacto, de forma que las obras, en un estilo mixto más bien incongruente, van siendo más y más corrientes, una tendencia que finalmente estaba destinada a tener serias consecuencias para el arte tradicional egipcio.
Los sacerdotes gozaban de un poder político considerable, en particular porque su buena disposición lo veían los Ptolomeos como la llave de la aquiescencia de la población egipcia, y algunos de ellos, como Maneto de Sebennytus, jugaron un papel importante en la política cultural Ptolemaica. Los sumos sacerdotes de Menfis eran particularmente importantes desde este punto de vista; primero, porque eran las figuras más significativas de la segunda ciudad del reino, y segundo, porque eran los pontífices supremos de Egipto del momento, con amplios contactos e influencia en el conjunto del país.
Los Ptolomeos hicieron todo lo que pudieron para asegurarse este apoyo, pero extendieron sus lisonjas aún más allá, como se deja ver en expresiones tan conocidas de gratitud sacerdotal como los decretos Canopus y Rosetta. En efecto, una lectura sensible de dichos textos revela un cuidado mayor que nunca por parte de los Ptolomeos de mantener a los sacerdotes en el lado del gobierno, conforme el poder político y militar se enfrentaba a su ocaso.
Los sacerdotes y los escribas eran los preeminentes depositarios y exponentes de la cultura tradicional egipcia, un role en el que solían tener éxitos espectaculares en tiempos Ptolemaicos. Si consideramos el material textual producido para su uso en el culto del templo, tales como ‘La Leyenda de Horus de Bejdet y el disco alado’, tallado en la parte interior del muro de cerramiento oeste en Edfu, descubrimos un conocimiento profundo de la vieja tradición combinada con una impresionante capacidad para la narrativa, y una habilidad para escribir Egipto clásico de sorprendente calidad, aparte de alguna que otra contaminación del Tardío Egipto y grados demóticos de la lengua, y el exuberante desarrollo del potencial de la escritura jeroglífica que habrían hecho con frecuencia el texto ininteligible para cualquier lector del tardío Imperio Medio, o del Imperio Nuevo. En otros contextos, encontramos que los viejos géneros continuaban floreciendo; por ejemplo, biógrafos de tumbas y textos mortuorios afines, seudo-epígrafes, textos rituales, narrativas, y textos de sabiduría. Los viejos principios de composición mantenían su vigencia, y el mundo conceptual era, inequívocamente, el de la última cultura faraónica.
En el concepto Ptolemaico de Vida Futura, el juicio del fallecido aún era central, como lo era la convicción de que el veredicto del tribunal (antes del cual todos tenían que bajar al submundo) dependía de una vida virtuosa. Las actitudes negativas ante la muerte de hecho podían surgir en cuanto que había una tendencia a quejarse de la injusticia del atemporal final de una vida, y la indefensión del Hombre de cara a la Muerte, y esto podría llevar, a su vez, a la convicción de que el Hombre, mientras fuese posible, debería disfrutar lo máximo posible de la vida.
No obstante, en relación con la Muerte y la Vida, había la predominante convicción de que los dioses mantenían un orden moral, y determinar su voluntad y acatarla tenía una importancia crítica. Esta orden se veía claramente como un marco definitivo de larga data que no podía cambiarse, cuya estructura y obras se podrían determinar mirando al pasado, y, en particular, en un pasaje descrito en los antiguos textos como ‘Las Almas de Re’.
Había un fuerte sentido de dependencia en la voluntad de los dioses y una convicción de que impondrían un justo castigo de tener una conducta inaceptable. Se hablaba mucho de algo que traducimos como ‘El Destino’, pero resulta evidente que esto podría equipararse con esa voluntad de los dioses de que hablamos. Sin embargo, a los egipcios no se les dejaba en la completa oscuridad en cuanto a lo que aquella voluntad podría representar, ya que estaban convencidos que los dioses con frecuencia se comunicaban con el Hombre, en particular median los sueños.
También hubo en tiempos Ptolemaicos un incremento del interés por la literatura apocalíptica que se creía que ofrecía una directa revelación interna del funcionamiento del orden divino. Seguía existiendo una fuerte convicción de que había expertos capaces de alterar el alcance normal de la capacidad humana a través del conocimiento de palabras y actos de poder (heka) que podían crear cambios, a veces espectaculares, en el mundo físico. En cuanto al concepto del carácter del ser humano, éste no habría cambiado, y la visión de sus relaciones sociales no contiene nada sorprendente.
De esta forma, los egipcios continuaron viéndose a sí mismos dentro de un contexto social que trascendía el presente para abrazar tanto a ancestros como a descendientes cuyo bondadoso recuerdo era una parte significativa de la inmortalidad que los egipcios ansiaban. También existía un claro sentido de jerarquía social y un reconocimiento de que la posición de una persona dentro de esa estructura determinaba su autoridad. En el día a día de la vida, la solidaridad familiar y los intereses de la localidad se enfatizaban, como lo era el siempre honrado principio paternalista y preocupación activa por los económicamente menos favorecidos que uno. Por otra parte, la literatura del saber podía expresar un obstinado sentido práctico y una circunspección tales, que dejaba poco espacio para confiar en nuestro prójimo; también podría traicionar una misoginia que tendría mucho que ver con el reconocimiento del poder sexual de la Mujer.
Desde siempre, se hacía mucho hincapié en el auto control y en la moderación como virtudes cardinales, y en las relaciones políticas, aún se podía ver al faraón como un benefactor divino cuyo soporte era esencial para tener éxito, aunque había una mayor complacencia en admitir incluso su dependencia de los dioses y en la posibilidad de que se pudiese actuar de una manera inaceptable para ellos, lo que redundaría en un justo castigo para él y para el reino. Finalmente, no deberíamos olvidar un factor importante, parte de esta cultura  vital, que causó una profunda y duradera impresión en los maestros helénicos de Egipto: la Religión, donde el éxito, en particular, de Isis y el culto egiptizante de Serapis constituye un sorprendente ejemplo de sincretismo cultural.
Por debajo del gran colectivo de escribas egipcios ocupados en las tareas del templo había un significativo grupo de escribas que funcionaban como funcionarios públicos  y secretarios. Por su puesto, había amplias oportunidades en los gobiernos locales y provinciales si estaban dispuestos a aprender suficiente griego para actuar como intermediarios entre egipcios y la élite greco-macedonios. Por debajo de ellos de nuevo nos encontramos con los machimoi o milicia que eran en su mayoría egipcios y funcionaban como soldados o policías (Ver Capítulo 13). Teniendo sus orígenes en los tiempos faraónicos, los machimoi continuaron dentro del Período Ptolemaico, y, después de su éxito e Raphia en 217 a.C., su importancia en la institución militar aumentó. Su estatus económico y social no era, sin embargo, alto, ya que la asignación de tierras habrían recibido era significativamente menor que las de sus homólogos no egipcios, típicamente 5 o 7 arourai (1 aroura = 0’7 acre) contra a los 20, 30, 70, e incluso más asignados a los cleruchs griegos. La productividad de estas parcelas era tal que no había margen para contratar mano de obra auxiliar, así que, si a los machimoi se les enviaba para realizar un servicio militar, podrían tener serias dificultades económicas.
No muy por debajo de los machimoi había una gran masa de campesinado egipcio dedicado a la producción agrícola que formaba la base de la economía. Esto implicaba la agotadora tarea de crear y mantener el sistema de irrigación además de las actividades agrícolas normales para la producción de cereal y forraje, arboricultura, cría de ganado. El campesinado podía llevar a cabo estas tareas como obreros o inquilinos en las tierras de la Corona y de los templos o en grandes fincas, y los más lanzados y afortunados podían arrendar acres adicionales de terratenientes tales como cleruchs que ellos mismos carecían de interés por la vida agrícola.
Algunos de ellos eran también perfectamente capaces de conseguir lo mejor de cualquier oportunidad de suplementar sus ingresos; por ejemplo, actuando como agentes de transporte según lo requiriesen los centros de producción gubernamentales o locales. Ciertamente, está claro que algunos arrendatarios de la las tierras de la Corona estaban en una buena línea de negocio, pero en la mayoría de los casos el campesinado estaba operando obviamente a un nivel de subsistencia marginal, y su lote podría fácilmente llegar a ser insostenible, particularmente en tiempos de perturbación política interna, lo que era ya un hecho ocurrente que iba en aumento a finales del tercer siglo a.C.
Una Penosa Decadencia
La erosión de las posesiones Ptolemaicas en el Egeo y Siria a finales del tercer siglo y principios del segundo a.C. iba a dejarles con sólo dos provincias fuera del reino: Cirenaica y Chipre. Polibio culpa directamente la decadencia a las deficiencias de carácter del propio Ptolomeo IV, pero el declive del poder Ptolemaico es algo más complejo que las iniquidades de un solo gobernante. En primer lugar, el cisma dinástico, que tenía sus raíces en el mismo carácter constitucional de la propia monarquía, llegó a ser una característica recurrente de la historia     Ptolemaica, que generaba sangrientas contiendas de conflictos mutuamente destructivos que en el mejor de los casos enervaban, y en el peor causaban inestabilidad en el reino a un desastroso nivel.
Estos problemas solían agravarse por la furia de la muchedumbre alejandrina que primero surgió a la muerte  de Ptolomeo IV, en el linchamiento de su ministro Agathocles; ciertamente, nada ofrece mejor imagen de su desenfrenado y perverso temperamento que la descripción de Polibio del asesinato de los familiares y compañeros de Agathocles:
Todos ellos juntos fueron entregados a las masas, y algunos empezaron a apalearlos, otros a acuchillarlos, otros les sacaban los ojos con los propios dedos o con instrumentos improvisados. En cuanto uno caía, el cuerpo era descuartizado miembro a miembro hasta que todos quedaban mutilados; pues el salvajismo de los egipcios es ciertamente aterrador cuando sus pasiones se desatan”. (Polibio, 15-33).
Sus predilecciones como artífices de reyes lo demuestran más adelante en numerosos episodios. Así, el largo conflicto entre Ptolomeo VI y VIII frecuentemente procedía de acciones de la multitud, y en 80 a.C. se excedieron asesinando al propio Ptolomeo X. Finalmente en 48/47 a.C., sus inclinaciones anárquicas alcanzaron un crescendo que culminará con la destrucción sumaria de su poder por no otro que Julio César. Los efectos de estas inherentes debilidades en el corazón del reino estaban, a veces, combinadas con una ambición egotista de griegos de alto rango, militares y civiles, que estaba dispuestos a hacer lo que fuese para fomentar sus intereses personales.
En Egipto, fuera de Alejandría la situación política rápidamente se deterioró desde finales del siglo tercero a.C., en adelante, conforme el país bullía de discordia interna. Estas circunstancias ciertamente facilitaba la ascensión de algunos de los egipcios más capaces y con más iniciativa, y existe evidencia clara que estaban teniendo éxito en cerrar o incluso eliminar ese espacio que había y separaba a griegos y egipcios, ganando estados de considerable tamaño e incluso alcanzando el rango de gobernador provincial (strategos) o gobernador general (epistrategos).
El constante malestar civil se había visto a veces como una reacción nacionalista motivada étnicamente por los egipcios contra el odiado griego, pero la situación era claramente mucho más compleja que eso, y es probablemente mejor hacer una lectura como la consecuencia natural del debilitamiento de la autoridad real que creó un contexto donde las antiguas rivalidades y aspiraciones de varios tipos no podían ser controladas por más tiempo por la autoridad central. Estas podían ser hostilidades entre ciudades egipcias, como cuando Hermonthis (Armant) y la Crocodilopolis tebana entraron en guerra en tiempos de Ptolomeo VIII (170-116 a.C.).
De nuevo, cuando, entre 205 y 186 a.C. un estado independiente se estableció en el Thebald, gobernado en sucesión por dos reyes nativos llamados Haronnophris y Chaonnophris, muy bien podríamos muy bien estar viendo un resurgir de las antiguas ambiciones políticas del sacerdocio de Amón, y vale la pena constatar que, en la batalla final en 186 a.C., las tropas nubias lucharon en el ejército de Chaonnophris; es decir, puede que también tengamos evidencia de un resurgimiento del viejo interés en Tebas de los devotos nubios del dios. Sin embargo, puesto que la determinada xenofobia religiosa constituye un fenómeno sólidamente documentado en el Período Tardío, resultaría extremadamente sorprendente que estuviese ausente en los motivos egipcios para este paso hacia la independencia.
Hay muchos otros signos, a gran escala o de otra forma, de descontento entre la población egipcia: huelgas, luchas (a veces hasta el punto de que se abandonaron asentamientos enteros), bandidaje, ataques de forajidos en pueblos, expoliación de templos, y frecuentes recursos al derecho de asilo de los templos. Estas son, indisputablemente, las reacciones del pueblo, empujado más allá de los límites del sufrimiento por la hambruna, la desenfrenada inflación, y por un opresor y viciado sistema operado por funcionarios, en su mayoría corruptos, y muy lejos del control efectivo del gobierno central.
Frente a estos hombres, el estrato más bajo de la sociedad - que en su mayoría eran egipcios - se sentía realmente indefenso, por lo que era un objetivo fácil. Las insurrecciones de estos pueblos podrían muy fácilmente interpretarse como nacionalistas, dada la cercana congruencia entre un estatus económico y un origen étnico, y tenemos la certeza de que adquirían tal dimensión de forma explícita y puntual, pero en su nivel más fundamental, la insurrección era la del oprimido contra el sistema, considerado éste como el responsable de aquella opresión; y el sistema, por su parte, igualmente podría percibirse como el sacerdocio egipcio, y sus templos como la burocracia greco-macedonia. Sea cual fuere su motivación, no obstante, los efectos corrosivos económicos de esta desorganización supuso un golpe mortal a la infraestructura económica justo cuando los recursos de riqueza alternativos se habían agotado casi en su totalidad.
Todos estos eventos internos se desarrollaban con el creciente intervencionismo de Roma en el Mediterráneo Oriental como telón de fondo. Algunas veces solicitado, otras no, este proceso de intervención llevaría, de forma progresiva, a la eliminación del reino de Macedonia (167 a.C.); a la obtención del reino de Pergamon, en 133 a.C.; a la gradual erosión del poder seléucida, que culminaría con la anexión de la parte que quedaba del reino en 64 a.C.; y, eventualmente, a la caída del propio reino de los Ptolomeos.
Este último acontecimiento tardaría aún en llegar y fue el último episodio en las relaciones con Roma que se remontaba a los primeros años de la dinastía y fue evolucionando a través de diversas fases. Empezando sobre una base de igualdad en el reinado de Ptolomeo II con cortesías diplomáticas entre pares expresada mediante la apertura de una embajada en Roma en 273 a.C., nos vamos a principios del siglo segundo a.C., a una situación donde Roma se convertiría en el garante de la independencia egipcia.
La descripción que hace Polibio de la expulsión del territorio egipcio del rey Antíoco IV por el cónsul romano C. Popilio Laenas, en 168 a.C., ilustra perfectamente el consiguiente cambio de poder:
“Popilio hizo algo que resultó insolente y arrogante en grado sumo. Con una vara de parra que tenía en su mano, dibujó un círculo alrededor de Antíoco y le dijo que diese una respuesta al mensaje antes de salir del círculo. El rey se quedó asombrado de la arrogancia de este gesto y, después de titubear por un instante, dijo que haría todo lo que Roma le pidiese”. (Polibio, 29.27).
A partir de esto,  convertirse en mediador de disputas dinásticas sería una proceso natural: durante el interminable conflicto entre los hermanos Ptolomeo VI y VIII, Roma se convirtió  en el árbitro; Ptolomeo XI (80 a.C.), debía su reino a Roma, y se alegó que lo dejó a su benefactor en testamento; en la disputa entre alejandrinos y Ptolomeo XII (80-51 a.C.) Roma asumió un role decisivo; y la implicación de Roma en los asesinos conflictos entre Cleopatra VII y sus hermanos Ptolomeo XIII y XIV, tuvo lugar en la última fase de la monarquía Ptolemaica.
Dentro de este maelstrom, esta “corriente trituradora”, Cleopatra, hacia 36 a.C., de forma inverosímil, fue capaz, si bien brevemente, de resucitar glorias pasadas cuando, gracias a la esplendidez de Marco Antonio, presenciamos el fugaz resurgir del control Ptolemaico en el sur de Asia Menor y en Siria-Palestina. Pero esto acaecía en contra de la corriente general cuya tendencia identificaba a Roma como el único beneficiario del largo declive de la dinastía: Cirenaica fue tomada en 96 a.C., Chipre en 58. Finalmente, le tocó el turno a Egipto. En 30 a.C., y tras una lucha tan espectacular y dramática como cualquier página de la antigüedad nos pueda deparar, este brillante y antiguo reino cayó ante Roma, iniciándose de este modo el último e interminable capítulo de la historia de la cultura faraónica.
Y con esta “Hoja Suelta”, sellamos este Capítulo 14 con la sensación de haber vivido la triste evolución y caída final de uno de los períodos más interesantes e ilustrativos de la historia del Antiguo Egipto. La mano de su prestigioso autor, Alan B. Lloyd, nos ha ayudado a salvar las grandes lagunas del tiempo, y a sobrevolar acontecimientos que irían condicionando el trágico final de una civilización de fantasía.
Y con la siguiente entrega iniciaremos el Capítulo 15 y último del cuerpo de la obra original de Ian Shaw que nos ocupa, titulado “El Período Romano”, del que es autor el prestigioso Profesor David Peacock, de la Universidad de Southampton.



RAFAEL CANALES




En Benalmádena-Costa, a 1 de junio de 2012

Bibliografía: