domingo, 22 de marzo de 2009

Los Principios de la Representación en el Arte Egipcio

El Guernica

Collage
("Pinchar" y ampliar)

PREÁMBULO

Durante la última década del siglo que nos precede y lo que llevamos del presente, el interés por el Antiguo Egipto y su cultura, en comparación con épocas anteriores, ha ido aumentando en progresión geométrica.

La mayoría de la información que se posee de su civilización proviene de su arte y, muy en particular, de las representaciones que, a modo de decoración religiosa, funeraria o meramente propagandística, aparecen en los muros de sus templos y en las paredes de sus tumbas.

Para ello ha sido determinante su buen estado de conservación, propiciado éste por una construcción adecuada que ha sabido soportar, en algunos casos impunemente, el erosivo pasar del tiempo y el efecto demoledor de los agentes externos que, como la erosión, los cambios climáticos, e incluso los fenómenos sísmicos u otras catástrofes naturales, suelen dejar huellas indelebles.

Si queremos interpretar de forma correcta esta vasta cantidad de información de que disponemos, será necesario primero considerar el carácter y el propósito del Arte Egipcio.

Recuerdo, que cuando por vez primera me enfrenté a “El Guernica”, que encabeza con honores esta "Hoja Suelta", tuve una reflexión inmediata que aún resuena en mi mente: “¡Te podrá gustar o no, pero a nadie dejará indiferente!”.

Esto lo saco a colación porque frente a una obra de arte su apreciación es posible a dos niveles: Podemos hacer un juicio de valor basado en la intención original del artista al crear su obra; o el juicio puede derivar del impacto inmediato que dicha obra nos causa, aún sin saber nada del autor ni de la intención de su obra.

Es un hecho que, en general, la atracción de la mayoría de la gente es consecuencia del segundo nivel, pero el grado de apreciación es aún mayor si nos acercamos e intentamos situarnos en el primero. De esta forma, lo que a veces nos puede parecer un fallo, un defecto o una falta, no es sino la auténtica expresión de los principios que el artista aplicó en su obra y los fines para los que la concibió.

Los egipcios “no hacían arte por el Arte”. Lo que hoy consideramos como obras de arte no son sino productos que cumplían unas funciones específicas; ya fuesen funerarias, religiosas o de cualquier otra índole. Es así que las decoraciones de tumbas y templos cumplían una misión ritual específica que consistía en hacer resaltar la figura del señor, del rey o de las deidades en ese mundo idealizado y atemporal de muertos y dioses.

El hecho de que la representación se concibiese dentro de cierto espacio de tiempo de nuestro mundo, no es óbice para que aunque el artista crease unas escenas desvinculadas del tiempo y del espacio, fuese capaz de simbolizar con ellas un mundo abstracto y eterno, lo que daría al arte religioso un carácter ceremonial y estático.

En cambio, y como contraste, en las escenas de las tumbas subsidiarias, e incluso en el arte doméstico, al no tener que ensalzar la figura del dueño, el artista, con frecuencia, representaba escenas y actividades que formaban parte del mundo fugaz en el que estaba inmerso; con toda su vitalidad y su inmediatez.

Esta continua evocación al simbolismo en el Arte Egipcio y, dentro de éste, en el incuestionable arte de la escritura jeroglífica, me ha retraído de nuevo a Picasso y al simbolismo de su obra.

En el año 1993, y con motivo del “III Premio Internacional a la Investigación Pablo Ruiz Picasso” organizado por la Fundación Pablo Ruiz Picasso, de Málaga, me fue encomendada la versión en lengua inglesa de tres de un total de cuatro ensayos originales en español, de otros tantos candidatos al premio del certamen, sobre específicos aspectos de Picasso y su producción artística. El cuarto, en inglés, era obra del Profesor Lewis Kachur, de Nueva York. La complejidad de la encomienda es bien obvia.

Recibió, sin embargo, cálidas y sinceras felicitaciones por su total fidelidad a los originales y por una considerable aportación mía en forma de innumerables Notas del Traductor que ampliaban o aclaraban conceptos. Para mí supuso una entrañable experiencia personal que me identificó plenamente con el tema y, en consecuencia, me aportó un conocimiento mucho más profundo de las obras más significativas del Maestro malagueño.

El más interesante sin duda, y el más voluminoso (150 páginas mecanografiadas), se titulaba “Fundamentos Psico-simbólicos del Arte de Picasso”, cuya autoría recae en el Profesor Federico Revilla, de Barcelona.

Un agudo y sutil análisis de los factores humanos que afectaron e influyeron en su obra te coloca en ese primer nivel que comentaba y te permite emitir un juicio más documentado y, con toda seguridad, más ecuánime.

En el ensayo se habla de su ajetreada infancia y adolescencia; de su crisis juvenil con su “nekyia”, o descenso “ad ínferos” (a los infiernos); de su despertar y feliz transición; del ritual de la tauromaquia; de la violencia en algunas de sus obras; de su "Eros y Tanatos", siempre juntos, su conjuro ante la muerte; de su síndrome de Peter Pan; de su voraz sensualidad; y de un largo etcétera que te hace, más allá de entender, vivir su obra. Y en todo momento surge, como no, el simbolismo de Jung, quien, junto con Freud, están en la cúspide de mis más admirados pensadores. Esta experiencia literaria significó para mí alcanzar el cenit de ese primer nivel del que hablamos.

Este inciso, largo pensamiento, o corta reflexión, me hace ser consciente del desconocimiento de la existencia o no de algún estudio psico-simbólico del Arte Egipcio que nos haga contemplar la totalidad de su obra desde una perspectiva más real. Las expectativas se vislumbran fabulosas.

De existir, agradecería que alguien me lo hiciese saber; de no ser así, paso el testigo a alguien más joven y docto y le invito a lo que sería una valiosísima aportación a la Egiptología y sus adeptos, ya que el tema, bien con creces lo merece.

Regresemos ahora a la realidad del mundo del arte egipcio que nos ocupaba, y a sus artistas.

Es bien sabido que existen escasas composiciones que puedan ser asignadas a un determinado artista, y aunque existen nombradas excepciones de figuras relevantes, parece evidente que los trabajos eran normalmente desarrollados por uno o más grupos que trabajaban en equipo.

Lo que nos lleva a cuestionar la correcta denominación de “artistas” a quienes realizaban un trabajo, aparentemente, artesanal.

Por otra parte, parece también evidente que el grupo o grupos de dibujantes “artesanos” solían estar dirigidos por un Maestro Dibujante que les dirigía, a la vez que supervisaba la calidad del trabajo de cuyo diseño original el propio Maestro era autor; de igual forma, se encargaría de las correcciones necesarias, así como de añadir o suprimir detalles y dar los toques finales.

Dicho esto, también parece evidente que estamos hablando de “artistas” en su acepción más pura, ya que sería absurdo, además de injusto, pensar en las grandes obras maestras del Arte Egipcio como algo ajeno al producto de una privilegiada mente artística e individual.

Los futuros artistas serían obviamente entrenados por un Maestro que los adiestraría en la pintura y el relieve, así como en la representación de las diversas partes del cuerpo, tanto humano como animal, así como otros objetos dispares. Estudiarían las figuras y sus diferentes poses, copiándolas una y otra vez hasta adquirir la cota de calidad exigida por el Maestro. Son muchas las piezas encontradas que lo demuestran; algunas con expresas correcciones del Maestro, realizadas en trozos de caliza o cerámica, que se conocen como “ostracas”.

Podemos decir, pues, que los elementos que componían una escena eran el producto de una técnica y de un aprendizaje basado en unos principios, y no de una composición concebida de forma espontánea; sino más bien pre-concebida.

Por otra parte, las innumerables variaciones que se aprecian en escenas similares, pero nunca exactamente iguales, sugieren que cada escena habría sido concebida en su totalidad como una entidad única.

LOS PRINCIPIOS -
INTRODUCCIÓN

Vamos a entrar, pues, en la temática que nos ocupa, de nuevo de la mano de la Profesora Gay Robins, autora del libro que sirvió de guía e inspiración para mi anterior “Hoja Suelta”, titulada “La Cuadrícula en el Arte Egipcio”, explicando de forma somera los ya mencionados principios de representación que cimentaron la base del Arte Egipcio durante prácticamente toda su historia antigua.

Para ello, he vuelto al "collage", como instrumento útil para un mejor seguimiento de las explicaciones del texto que sigue, con la recomiendación de “pinchar” y ampliar para facilitar dicha tarea. El “collage”, como en la vez anterior, agrupa varios recortes de dibujos representativos del tema a tratar de los que es autora la propia Profesora Gay Robins.

El arte representativo bidimensional egipcio ya aparece con su distintivo carácter desde comienzos del Período Dinástico y, muy a pesar de su relativa evolución y sutiles cambios, permaneció así durante todo el período faraónico. Cuando lo miramos, de alguna forma nos resulta familiar y, aunque intuitivamente, nos parece entenderlo. E inmediatamente surge la pregunta: ¿Cómo es que no dieron un paso más hacia la perspectiva?

La pregunta está mal planteada y denota un cierto desconocimiento e incomprensión del arte egipcio, al ser los principios en los que está basado sensiblemente diferentes de las normas artísticas occidentales. En esencia, se trataba de utilizar un conjunto de símbolos que llevaban inherente una información codificada que el espectador debía saber leer; de ahí que los dibujos de figuras u objetos podemos considerarlos como diagramas de lo que intentan representar.

Si lo que se pretendía era que fuesen comprensibles, sin ambigüedad alguna, tendrían que mostrar la realidad tal y como era, independiente de un espacio y un tiempo que de alguna forma los adulterase.

El artista mostraba las cosas como eran; en sus formas reales; y no había lugar para imaginar cómo se vería un objeto desde algún punto de una distorsionante perspectiva; desde cualquiera de los infinitos puntos que existen en el espacio; tantos como “puntos de fuga”.

Así que la utilización del escorzo, y la adopción de un determinado punto panorámico para toda una escena, base de la perspectiva occidental, era irrelevante para los fines del artista.

Podríamos decir, pues, que el Arte Egipcio era conceptual más que puramente perceptual. Su apabullante sensación de realismo proviene de utilizar un mosaico de percepciones, puestas juntas, de una forma semi-realista.

LOS OBJETOS

Los objetos normalmente se representaban de forma bidimensional, sobre una superficie plana, y sin profundidad. Un rectángulo, por ejemplo, se representaba de frente y de perfil; según cuál de las vistas se acercase más a la realidad, y fuese la que mostrase la forma más reconocible del objeto en cuestión. Si el contenido de un recipiente era de importancia, éste se representaba en planta y se dibujaba encima de aquél aunque en realidad estuviese dentro.

Los muebles también se solían representa de perfil de forma que sillas y taburetes aparecían con sólo dos patas y sin fondo. A veces el asiento se dibujaba sobre el perfil pero en el mismo plano que éste, o bien el respaldo de la silla de la misma forma.

Por otra parte, los objetos anchos pero de escasa profundidad tales como paletas, sandalias y pieles de animal se solían mostrar desde arriba.

La figura central del collage nos muestra un ejemplo típico de la naturaleza esquemática de la representación egipcia. En este caso se trata de un estanque rodeado de árboles que aparece en la tumba de Rekhmiere, en Tebas, Dinastía XVIII.

El agua se representa en un rectángulo en el que pueden aparecer dibujados peces, plantas, aves e incluso embarcaciones que en ocasiones realmente están en el agua o flotan en ella. Los árboles que están plantados a su alrededor, aparecen tumbados sobre el terreno, como descansando y, a veces, hasta la cancela de acceso al estanque aparece, como la arboleda, en el plano horizontal.

Estamos, pues, ante el eficaz plano de un jardín, suficientemente gráfico, y fácilmente transformable en conceptos auténticos.

LA FIGURA HUMANA

La figura humana se representaba mediante un diagrama compuesto que lo formaban cada una de las partes del cuerpo pero que, aún así, resultaba total e inmediatamente reconocible.

La cabeza se mostraba de perfil y, en ella, en el lugar correcto, aparecía una vista completa de un ojo, una ceja y media boca.

Los hombros se mostraban de frente, en toda su anchura, pero la parte delantera del dorso, desde la axila hasta la cintura, incluyendo el ombligo, y en el caso de la mujer el pecho, se mostraba de perfil, así como la cintura, los codos, las piernas y los pies.

Era tradicional mostrar ambos pies de perfil, con un solo dedo y el arco, lo que hacía realzar la parte inferior de la composición de la figura, por lo que tenía bastante sentido disponer de una forma de simbolizar el “pie”, indistintamente de si se trata del que está adelantado o del que aparece retraído.

Para poder mostrar el arco del pie había que elevarlo ligeramente del suelo, y por extensión todo lo que estuviese detrás de él se podría ver a través del hueco del arco aunque esto no se correspondiese con la realidad ya que la parte externa del pie no está arqueada.

Durante los reinados de Tutmosis IV y Amenofis III se hicieron experimentos en contados casos en los que se mostraba el pie más próximo visto desde fuera con los cinco dedos. Más adelante sería utilizado en el período amarniense como señal distintiva de los miembros de la familia real, y así continuó apareciendo de forma esporádica durante el Imperio Nuevo y, eventualmente, durante el Período Ptoloméico, acabó convirtiéndose en el modo más frecuente de representación.

Las manos se solían representar completas, abiertas o cerradas; en el primer caso enseñando las uñas; en el segundo, bien enseñando las uñas, bien enseñando los nudillos (Ver la figura 8 del collage, que muestra a tres personajes, a, b y c, erguidos, de perfil, mirando a nuestra izquierda, pertenecientes a la Dinastía V).

A primera vista se diría que los artistas han tenido problemas con las manos, confundiendo la derecha con la izquierda, o al revés. En parte, la explicación es parecida a la de los pies. Lo que aparece es el “símbolo” de la mano, no la mano como aparecería en el cuerpo en la realidad.

Esto se aprecia mejor en aquellas figuras que se presentan de pie con los brazos caídos y las manos abiertas; ambas se muestran idénticas en su forma, de modo que en el brazo de atrás el pulgar aparece en el lado más alejado del cuerpo y no en el más pegado como es en realidad.

Esto no ocurre cuando la mano está cerrada, probablemente porque se puede representar enseñando tanto los dedos como los nudillos mentras el puño de atrás que cuelga junto al cuerpo tiene el pulgar pegado a él.

Pero, aún se nos presenta algún que otro problema con algunos objetos que en la práctica se llevaban siempre en una mano determinada. Por las estatuas del Imperio Antiguo sabemos que a los señores dueños de las tumbas se les representaba llevando en su mano izquierda el bastón largo o báculo, mientras que el cetro corto iba pegado al cuerpo cogido con la derecha.

En las figuras bidimensionales que miraban hacia nuestra derecha no había problema alguno en representar correctamente el bastón largo agarrado con la mano izquierda, la más adelantada, y el cetro corto con la derecha, junto al cuerpo. Pero el problema surge cuando se representa dicha figura mirando hacia nuestra izquierda.

Cuando esto ocurre, el brazo derecho debería aparecer adelantado, con el cetro corto en la mano derecha; el brazo izquierdo retraído, con el bastón largo en la mano izquierda, junto al cuerpo, lo que no sólo quedaría poco atractivo para la imagen y obstaculizaría la visión de la cara, sino que cortaría la línea del horizonte del cetro, produciendo una imagen poco atractiva y confusa.

Así que el artista, sin dudarlo, coloca el bastón largo en la mano derecha con el brazo extendido, y el cetro corto en la izquierda con el brazo retraído.

Sin embargo, hay algunas ocasiones en las que dichas imágenes son el completo reverso o inversión de las que miran hacia nuestra derecha. Y así lo podemos apreciar en la figura 8a de nuestro collage que muestra la figura de un hombre, erguido, mirando hacia nuestra izquierda, procedente de la tumba de Nefer y Kahay, en Saqqara, Dinastía V.

Si pretendemos interpretar esta imagen según la realidad, el bastón y el cetro estan en las manos que no les corresponde; es decir, el bastón debería estar en la mano izquierda y el cetro en la derecha.

Pero hay veces en las que el artista quiere que los objetos aparezcan en la mano correcta, para lo que coloca una "simbólica" mano izquierda en el brazo adelantado, el derecho, y una "simbólica" mano derecha en el brazo retraído, el izquierdo, como podemos apreciar en la figura 8b de nuestro collage que muestra la figura de un hombre, erguido, mirando hacia nuestra izquierda, procedente de la tumba de Niankhknum y Khnumhotpe, en Saqqara, Dinastía V.

Se presentaba aún una cuestión más relacionada con lo anterior: ¿Debería el cetro pasar por detrás o por delante del cuerpo de la figura cuando ésta mira a nuestra izquierda? Si hacemos que sostenga el cetro junto a su cuerpo con la mano derecha con su brazo retraído, entonces el cuerpo se encontrará entre el cetro y el observador, produciendo un curioso efecto.

El artista parece a veces optar por utilizar este "efecto" en las figuras que miran hacia nuestra izquierda, independientemente de si pone el cetro en una mano izquierda o en una derecha, como en la figuras 8b, ya mencionada, y en la 8c, que muestra la figura de un hombre, erguido, mirando hacia nuestra izquierda, procedente de la tumba de Nefer y Kahay, en Saqqara, Dinastía V. En ambas, el cetro pasa por detrás del cuerpo.

COMENTARIO Ex Profeso

El tema es enrevesado, y no muy felizmente resuelto en su versión original en inglés, por lo que me he esforzado en simplificar y matizar, jugando con palabras y conceptos, para que pueda ser asimilado con más facilidad, si bien recomiendo una lectura pausada con continúas miradas y referencias cruzadas con la correspondiente figura del collage.

Por otra parte, esta supuesta "opción" del artista me crea serias dudas sobre su utilidad o justificación; dudas que me atrevería a decir comparte conmigo la propia autora, aunque no lo exprese y evite extenderse en el tema. Yo diría que se trata de una “draughtsman’s licence”, como la habría definido durante mis largos años “pegado” a un tablero de dibujo, en el ejercicio de mi profesión, en Inglaterra. Es decir, una “licencia de dibujante”.

Y lo resumo de la forma que sigue:

La Figura 8 muestras tres imágenes. Las tres miran hacia nuestra izquierda, por lo que son representativas de nuestro análisis:

A).-La 8a es un reverso completo de la que sería si mirase hacia nuestra derecha; así que tanto el báculo como el cetro están en manos y brazos equivocados, según la supuesta norma tradicional. La composición sería, pues, incorrecta.
B).- La 8b nos muestra una imagen similar a la anterior, pero el dibujante ha colocado una “simbólica” mano izquierda en el brazo derecho extendido, y una “simbólica” mano derecha en el brazo izquierdo retraído. Báculo y cetro están, pues, en la mano que les corresponde, según la norma. La composición sería, pues, correcta.
C).- La 8c nos muestra una imagen similar a las anteriores pero ni báculo ni cetro cumplen con la norma; el primero aparece sujetado por la mano derecha de su correspondiente brazo derecho extendido, y el segundo por la mano izquierda de su correspondiente brazo izquierdo retraído. De hecho es idéntica a la 8a excepto por el cetro que aparece detrás del cuerpo. La composición sería, pues, incorrecta.

Dicho esto:

1º.- No se qué ventajas estéticas proporciona el que el cetro aparezca detrás del cuerpo en las dos últimas, 8b y 8c, una correcta y la otra no, cuando en la 8a, incorrecta, pasa por delante.
2º.- Si lo que pretende el dibujante es que el cetro no interrumpa la visión completa del cuerpo, esto no ocurre en la 8a; incorrecta, eso sí, pero también ocurre en las figuras que miran hacia nuestra derecha que son la mayoría, que son las correctas, que son las que marcan la norma, y de las que aquellas son sólo el reverso.

Esto me hace reflexionar si la supuesta norma es tal; si su incumplimiento es aleatorio; y, de ser así, si éste se debe a su evolución a lo largo de milenios, a simples errores u omisiones, a pura ignorancia de las normas, a incompetencia, o al mero capricho del artista o del propio Maestro, si es que lo había.

Para mí, pues, en este tipo de escenas tenemos:

A.- Figuras que miran a nuestra derecha y marcan la norma de representación de los cuerpos e insignias relacionadas.
B.- Inversiones o reversos exactos de las mismas, con todas sus consecuencias.
C.-Inversiones o reversos modificados mediante la utilización de “manos simbólicas” que sustituían a las reales para que de esta forma tanto el cetro como el báculo apareciesen en la mano que dicta la norma.

Todo lo demás sería consecuencia de los supuestos expresados en la reflexión que encabeza estos últimos párrafos.

Y con esto termino este largo inciso y doy paso, de nuevo, a nuestra Profesora Gay Robins.


OTRAS FIGURAS

Hay veces en las que las figuras van provistas de objetos que pueden aparecer indistintamente en cualquier mano sin por ello incumplir una norma o causar una imagen indeseada, o poco estética. Con frecuencia se trata de escenas en las que el rey alarga con su mano derecha las ofrendas mientras sostiene el báculo o la maza con la izquierda.

Si la figura mira hacia nuestra derecha, su brazo derecho cruza su pecho con la mano derecha extendida hacia las ofrendas mientras que el izquierdo, que aparece adelantado, sujeta la maza y el báculo con su mano izquierda, como podemos apreciar en la doble escena de la Figura 9, extremo izquierda de la estela del rey Ahmose, dedicada a la reina Tetisheri, en Abydos, Dinastía XVIII.

Si la figura mira hacia nuestra izquierda, su brazo derecho aparece extendido hacia las ofrendas, mientras que el izquierdo cruza su pecho a la vez que sujeta el báculo y la maza con su mano izquierda, como podemos apreciar en la misma Figura 9, en su extremo derecha. El cetro real es más corto que el bastón o báculo del propietario de una tumba, por lo que no hay peligro de interferencia o solape, aunque la figura esté mirando hacia nuestra izquierda; esto es así incluso en los casos en que aparece el monarca llevando en su mano el cetro heqa, algo más alto y curvo en su extremo superior, parte integrante de la indumentaria ceremonial.

LOS GRUPOS

En escenas en las que figuran en grupo dos o más personas, el hombre y su mujer, o su madre, aparecen juntos bien de pie o sentados. En el caso de representaciones bidimensionales, estos personajes aparecían uno detrás del otro, correspondiendo la posición más adelantada al hombre por ser ésta la de más prestigio y ser él el personaje principal.

La mujer con frecuencia abraza al hombre pasando su brazo derecho por su hombro al estar, de hecho, sentada a su izquierda. La orientación normal, tanto en los jeroglíficos como en el arte en general, es hacia la derecha del observador, así que las figuras o grupos que aparecen orientadas en sentido opuesto suelen ser meras inversiones o reversos de originales que estaban ya orientadas hacia la derecha.

Pero cuando a una pareja, hombre y mujer, se les representa mirando hacia la derecha, el brazo derecho de ella queda atrás, y si el hombre ha de mantener su posición delante de ella, tendrá que seguir abrazándolo con el brazo adelantado, que es el izquierdo, dando la impresión de estar sentada a su derecha, lo que en la realidad, normalmente, no ocurre.
Color del texto
Sin embargo, la posición correcta del hombre a la derecha de la imagen en las escenas orientadas hacia nuestra derecha puede conseguirse de una forma ficticia, dibujando el talón del pie de él de forma que cubra los dedos del pie de ella, en las figuras erguidas, o las nalgas que cubran las rodillas de ella, en las figuras sentadas. En estas últimas, el hombro derecho del hombre deberá aparecer también solapando parcialmente el cuerpo de la mujer. De esta forma se trae la figura masculina al primer plano.

Cuando estos grupos se invierten para que miren hacia la izquierda, el brazo adelantado de la mujer que abraza al hombre es ahora el brazo derecho, dando la impresión visual de estar correctamente a la izquierda del hombre, y no se debe esperar que su cuerpo solape al de la mujer. Aún así, en la mayoría de los casos los talones y las nalgas del hombre siguen solapando los dedos del pie y las rodillas de la mujer.

Esto puede justificarse parcialmente pensando que el artista simplemente invierte totalmente un grupo que originalmente se creó de cara a la derecha. Además, al hacer que el hombre solape a la mujer se realza aún más su posición dominante.

Los grupos resultantes pueden, a simple vista, dar la impresión de ser un total embrollo visual, pero son perfectamente lógicos en términos artísticos egipcios. Sin embargo, en la Dinastía XVIII llegó a ser normal colocar las rodillas de la mujer sobre las nalgas del hombre de forma que en los grupos orientados hacia la derecha la mujer aparenta estar a la derecha del hombre, mientras que las parejas orientadas hacia la izquierda se ajustaban a la realidad dando la impresión de que la mujer estaba a su izquierda.


LOS REGISTROS

En un principio, las imágenes aparecían dispersas en aparente desorden sobre una superficie decorada, pero ya en el temprano Período Dinástico los artistas empiezan a dividir la superficie en registros horizontales colocados verticalmente el uno sobre el otro. La Figura 10 de nuestro collage nos muestra cómo el dueño de la tumba vigila desde la derecha las operaciones en curso que aparecen bien detalladas en cuatro registros situados verticalmente a la izquierda de la imagen. Se trata de la tumba de Ptahhotpe, en Saqqara, Dinastía V.

En ella podemos, por cierto, apreciar cómo una “simbólica” mano izquierda que sujeta el báculo ha sido acoplada al brazo derecho, e igualmente una también “simbólica” mano derecha al brazo izquierdo con lo que la imagen se ajusta a la norma.

El sistema de registros era sólo un método de ordenar los diferentes elementos a colocara en una superficie totalmente neutral en relación al espacio y al tiempo. Nunca se creó ni desarrolló para indicar una relación espacial o temporal entre los diferentes registros, o para crear una profundidad pictórica colocando los objetos más o menos alejados del observador. Ni tampoco el sistema proporcionaba información alguna sobre una posible relación entre las diferentes escenas en el tiempo.

Aunque algunas escenas están frecuentemente vinculadas por la temática o el lugar, ya sea horizontalmente dentro del propio registro, o en diferentes registros en secuencias arriba o debajo de la pared, el mismo grupo de escenas puede existir en diferentes versiones en las que se distribuyan las escenas individuales en un orden variado dejando bien claro que su posición en la pared y la colocación de una escena en relación a otra no ofrece de por sí información sobre el orden en que hay que leerlas. En esto difieren tColor del textootalmente de las tiras cómicas de Occidente que hay que leerlas en un orden establecido.

A los registros de una pared se le dotaba de una cierta unidad colocando una figura mucho mayor del dueño de la tumba en un extremo de la escena supervisando, como hemos visto en la Figura 10, las distintas actividades que se desarrollan en el lugar.

LÍNEA BASE Y SUB-REGISTROS

En cada registro, la línea de abajo se consideraba como “línea base” para las figuras que lo componían. En ocasiones el registro podía dividirse en “sub-registros” que mostraban sus propias líneas base para figuras menores dentro del registro original. Lo que también muestra la reiterada Figura 10.
Color del textoColor del texto
Incluso cuando las figuras se solapan, ya sean personas o animales, como ocurre con escenas procColor del textoesionales o manadas que dan una sensación de profundidad, sus pies aparecen firmemente pegados al suelo, a la línea base, de forma que esa relación espacial real entre las figuras que sería evidente vistas desde arriba no está representada.

OTRAS ESCENAS

En escenas del desierto o en las bélicas donde se representan batallas e impera el caos en vez del orden se huye del uso formal de registros. El irregular terreno del desierto se solía representar mediante ondulantes líneas de base, como se puede apreciar en la Figura 12 del collage que muestra una vista parcial del desierto en la tumba de Senbi, en Meir, Dinastía XII.

En el Imperio Nuevo, sin embargo, se acabarían abandonando por completo las líneas de base en las escenas del desierto y en las bélicas, como se puede apreciar en la Figura 13 del collage que muestra una escena parcial de batalla del rey Seti I, en el templo de Karnak, Dinastía XIX.

EL SISTEMA DE ESCALA

El sistema de registros se complementaba con un sistema de escala que servía para de alguna forma medir la categoría o importancia de las figuras representadas. Mientras mayor era, más importancia o prestigio tenía, así que la figura del dueño se solía colocar frente a cuatro o cinco registros y, normalmente, con una estatura muy superior a la del resto de familiares.

En las escenas reales el tamaño ayuda a distinguir al rey entre sus vasallos, y queda totalmente claro en las escenas de caza y en las bélicas donde la figura del rey aparece, dominante, entre el resto de participantes.

En los templos, donde normalmente sólo se representa al rey y a deidades, hay poca variación de escala ya que en este contexto a los protagonistas se les considera de igual rango.

Y con esto cierro este interesante tema señalando que, en muchas ocasiones, me he visto obligado a ser especialmente reiterativo, y a veces minucioso, con el fin de dejar muy claro algunos aspectos descriptivos del texto, muy confusos en el original, como ha sido el caso de las “manos simbólicas” y su colocación en brazos propios o ajenos.

Para el caso de glúteos pisando rodillas, o talones pisando dedos del pie, no he conseguido incluir en mi collage figuras con estas características que habrían facilitado su comprensión. Creo, sin embargo, que con un afilado lápiz, un trozo de papel y una pizca de voluntad, podréis llegar, como yo, a entenderlo. Otra cosa es que dudéis en catalogarlo o no como “truco del Arte”.

P.D. Quiero dedicar una parte importante de este trabajo a Vicente Elorduy, dibujante y genio creador, al que Dios ha dotado de alas para volar hacia lo más alto. ¡Buen viaje, mi fiel amigo!


Rafael Canales

En Benalmádena–Costa, a 31 de marzo de 2009

Bibliografía:

“Egyptian Painting and Relief”, Gay Robins, Shire Egyptology, Shire Publications Ltd., third edition, 2008.
“Egyptian Art”, C. Aldred, Thames and Hudson,1980.
“Colour and Painting in Ancient Egypt”, W.V. Davies (editor), The British Museum Press, 2001.
Egyptian Art”, J.R. Harris, Spring Books, 1966.
“Ancient Egyptian Materials and Industries”, A. Lucas, E. Arnold, 4th edition,1962.
“Ancient Egyptian Materials and Technology”, P.T. Nicholson y I. Shaw, Cambridge University Press, 2000.
“Style and Proportion in Ancient Egyptian Art”, G. Robins, University of Texas Press, 1994.
“Principles of Egyptian Art”, H. Schäfer, Thames and Hudson, 1978.
“Amarna Palace Painting”, F. Weatherhead, Egypt Exploration Society, 2007.
"Fundamentos Psico-simbólicos del Arte de Picasso", F. Revilla (Versión en inglés de R. Canales), Málaga, 1993.

jueves, 5 de marzo de 2009

La Cuadrícula en el Arte del Antiguo Egipto

 
Collage
 
("Pinchar") 


PREÁMBULO

La Real Academia de la Lengua nos dirá que se entiende por “cuadrícula” al “conjunto de los cuadrados que resultan de cortarse perpendicularmente dos series de rectas paralelas”.

Bueno, yo casi estoy de acuerdo. Hombre, digo “casi” porque yo terminaría la definición añadiendo a “paralelas” la palabra “equidistantes”. De esta forma la cuadrícula estaría compuesta de pequeños cuadrados y no de pequeños rectángulos. Por aquello de: cuadrado y rectángulo, rombo y romboide, trapecio y trapezoide, que nos enseñaban en la escuela.

Y, divagaciones aparte, pienso ahora que “cuadrícula” siempre ha suscitado en mí una idea de orden, equidistancia, simetría, simplicidad; yo diría que todo ello rodeado de cierta monotonía, repetitividad y, a veces, incluso aburrimiento. También algo de vacío, fragilidad estructural. No sé, quizás, y estoy seguro que por deformación profesional por mi parte, por contraste con la “triangulación”, base de la estabilidad, la fuerza, la resistencia, el equilibrio estructural. Pocas veces la habría relacionado con el Arte, a no ser, quizás de soslayo, con el islámico, por su base puramente geométrica.

La cuadrícula, sin embargo, fue en Egipto, durante milenios, el sistema adoptado como base para cualquier forma de representación, en la que las proporciones jugaban un papel primordial dentro de esa dicotomía realidad/simbolismo.

Estoy a más de media lectura de uno de mis recientes libros monográficos sobre tópicos egipcios, que ya pasan de dos docenas, titulado “Egyptian Painting and Relief”, cuyo objetivo primordial para su autor radica en que el lector llegue a ser consciente del nivel de sofisticación y maestría técnica que alcanzó Egipto, sobrepasando a cualquier otro pueblo de la Antigüedad; que llegue a familiarizarse con ese estilo que tanto fascina a los ojos de este mundo moderno nuestro, por esa atractiva y a la vez curiosa combinación de elementos realistas y simbólicos; que llegue, incluso, a comprender al artista, y a sus intenciones, así como sus limitaciones; que conozca los materiales, las técnicas y, muy en especial, los Principios de la Representación que tanto difieren de las convenciones occidentales arraigadas en la perspectiva, y cómo ponerlos en práctica. Y entre esas técnicas destaca, obviamente, “el Sistema de Cuadrícula”.

Y es aquí donde me he parado. Y he decidido que, si bien constituye sólo un capítulo del contenido del libro, el tema bien merece un examen pausado sobre algo que todos creemos conocer.

Y, echando mano de las artes plásticas, y con algo de paciencia, mucho tiempo y no menos de interés, he creado un “collage” que, sin ser un Braque, encabeza esta “Hoja Suelta”. Son recortes que, agrupados, muestran una serie de dibujos de temas tomados de la realidad que nos van a servir de representación gráfica y guía que facilitará el seguimiento de las explicaciones del texto. Se recomienda, pues, que se "pinche" y amplíe, ya que su buena calidad facilitará dicha labor.

El autor del libro es la Profesora Gay Robins, que cursó sus estudios de Egiptología en las Universidades de Durham y Oxford, posteriormente estuvo a cargo de un proyecto de investigación en el Christ’s College de Cambridge, y actualmente es Profesora titular de la Cátedra “Samuel Candler Dobbs” de Historia del Arte en la Universidad de Emory, Atlanta, Georgia, EE.UU.

La presente monografía está dividida en varios apartados que cubren los temas que su título engloba. Estos son: “Principios de Representación”, “Materiales y Técnicas”, “Figuras Mayores y Escenas Formales”, “Figuras Menores y Escenas Subsidiarias”, “El Arte Amarna" y "Contextos Domésticos e Informales”.

El tema que nos ocupa, “La Cuadrícula”, cae dentro del apartado titulado “Figuras Mayores y Escenas Formales”. El resto, de indudable interés, podría, muy bien, constituir materia suficiente para más de una “Hojas Suelta”. Se tendrá en cuenta.

FIGURAS MAYORES

Por Figuras Mayores entendemos aquellas con un propósito y un fin ritual. Representan el mundo de los dioses y del difunto. Los protagonistas: los dioses, el rey y el señor. Todos tienden a ser estáticos, y los tipos de escena son limitados.

En los templos, el tema se centra en el ritual que el faraón exhibe ante el dios y los actos recíprocos del dios hacia el rey.

En las tumbas, el señor aparece en la escena como receptor de las ofrendas de sus familiares y de los bienes para su culto y, a partir de la Dinastía XVIII, como protagonista oferente ante sus dioses.

Estas escenas normalmente se representaban sobre una cuadrícula que servía de ayuda a los artistas a obtener las proporciones correctas para sus figuras.

Las imágenes mostraban una forma idealizada y perfecta. El hombre joven y bello; o en su más próspera mediana edad. La mujer, eternamente joven y hermosa. Sólo inscripciones complementarias ayudan a distinguir la esposa de la madre. Las posturas se limitan a figuras de pie, sentadas o arrodilladas.

Se evita siempre la sensación de violencia; ya sea la del faraón golpeando con la maza a sus enemigos; ya sea el rey corriendo delante de un dios; o el cazador que arponea el pez, el ave, o practica la caza.

En las mejores de estas escenas se aprecia cómo un cuerpo perfectamente equilibrado centra la escena de acción. El objetivo del artista es conseguir un equilibro perfecto de todos los elementos que componen una escena.

De hecho, proliferan las escenas en las que dos figuran, cara a cara, o espalda a espalada, se confrontan en sus acciones de ofrendar o recibir. Con frecuencia, forman parte de una escena de dos mitades que se equilibran entre sí.

Así pues, podemos afirmar que las escenas formales, tanto en los templos como en las tumbas, se distinguen por su carácter estático e inmutable.

Ya en el Imperio Antiguo, los artistas habían desarrollado un sistema de líneas directrices que les ayudaba en escenas formales a la correcta colocación de las diferentes partes del cuerpo humano desde la planta del pie hasta el límite del cabello.

Si nos adentramos en el “collage” que encabeza esta “Hoja”, en el dibujo A,a,20, podemos apreciar que en las figuras representadas de pie, una línea vertical, que aquí se representa por una “C” y una “L” superpuestas, marcaba el eje central del cuerpo, mientras que seis líneas horizontales indicaban: el nivel de la parte superior de la rodilla, el nivel más bajo de las nalgas, del codo, de las axilas, de la unión del cuello con los hombros, y de la línea frontal del pelo.

Está demostrado que, en los casos de dibujos cuidadosamente elaborados, el nivel de la línea de la rodilla desde la planta del pie representaba un tercio de la altura de la línea frontal del cabello; que el nivel más bajo de las nalgas representaba la mitad de la altura de la línea del cabello; que la línea del codo representaba dos tercios de la altura del cabello, y que la distancia desde la línea del cabello hasta la unión del cuello con los hombros era un noveno de la altura de la línea del cabello.

A partir del Imperio Medio (Ver collage, dibujo A,b,20), las líneas directrices desaparecen, siendo sustituidas por un sistema de cuadrículas (en adelante “La Cuadrícula”) con el fin de conseguir las correctas proporciones de las Figuras Mayores.

Puesto que todas las líneas directrices del Imperio Antiguo, con excepción de la correspondiente a las axilas, dividían el cuerpo en mitades, tercios o novenos, se hacía viable encajarlas en una cuadrícula de dieciocho cuadrados, de forma que cada línea directriz se correspondiese con una línea de La Cuadrícula.

De esta forma, la línea de la rodilla pasaba a ser la sexta horizontal de La Cuadrícula; la línea de las nalgas, la novena; la línea del codo, la duodécima; y la de la unión del cuello con los hombros, la decimosexta.

La línea vertical central que marcaba el eje del cuerpo humano, se convertía en la Línea Central de La Cuadrícula. En este sistema, la línea diecisiete pasaba justo por debajo de la nariz, y la catorce, a la altura del pezón.

El pie ocupaba, aproximadamente, tres cuadrados de La Cuadrícula, y el antebrazo, desde el codo hasta la yema de los dedos, cinco (Ver collage, dibujo B,a,21).

La unidad de medida egipcia era el “codo”. El “codo” es la primera unidad de medida registrada y una de las muchas y diferentes medidas estándar utilizadas a lo largo de la Historia.

Estaba basado en la medida del antebrazo de ahí que el jeroglífico que le representa muestre dicho símbolo. Su uso se extendió por toda la Antigüedad, la Edad Media y principios de la Moderna. Fue utilizado en el sistema romano de medidas y en diferentes sistemas griegos.

La distancia, tomada desde el codo a la yema del dedo corazón, la hacen equivalente a 450 milímetros, o 18 pulgadas, que representan cinco cuadrados de La Cuadrícula, por lo que un cuadrado equivale a 90 mm.

Con esto como base, si la figura humana se representa con sus proporciones normales, y la parte superior de la cabeza está a entre dieciocho cuadrados y medio y diecinueve, la altura estándar de una figura humana en pie equivaldría a entre 1.665 y 1.710 mm, es decir, entre 5 pies, 5 pulgadas y media, y 5 pies, 7 pulgadas y media.

La estatura media en vida de los varones egipcios calculada a partir de los restos de esqueletos es de 1.700 mm, o 5 pies 7 pulgadas.

La figura femenina también se dibujaba dentro de La Cuadrícula de dieciocho cuadrados desde la planta de los pies hasta la línea frontal del pelo, pero normalmente la línea que marcaba la parte más estrecha de la espalda quedaba algo más alta que la correspondiente del hombre y, además, su figura era más esbelta. Véase la que muestra el dibujo B,b,22 del collage, sobre La Cuadrícula original, procedente de la tumba de Serenput II, en Aswan, de la Dinastía XII.

En realidad la estatura media de la mujer es inferior a la del hombre y, a veces, esto se ve reflejado en la altura de las figuras de hombre y mujer en el arte. Las parejas pueden representarse con el hombre y la mujer de igual estatura, o incluso, en ocasiones, el de esta última bastante menor.

Las Figuras Mayores con posturas diferentes también se relacionan con La Cuadrícula. Las que aparecen sentadas encajan en catorce cuadrados que van desde la planta del pie hasta la línea frontal del pelo, ya que la altura del muslo desaparece. Sin embargo, podemos apreciar cómo sus proporciones están relacionadas con las de las figuras que están de pie. Desde la línea frontal del pelo hasta la parte inferior de los glúteos sobre los que se sienta la figura, hay nueve cuadrados, es decir, los mismos que en las que está de pie.

El largo de la pierna desde la planta del pie a la rodilla sigue siendo de seis cuadrados, pero la parte superior de la rodilla sube un cuadrado sobre el nivel de los glúteos, de forma que sólo cinco de los cuadrados de la pierna se añaden a la altura de la figura, lo que hace un total de catorce, como se había indicado.

La distancia desde la línea frontal del cabello hasta justo debajo de la nariz, y de ahí hasta la unión del cuello con los hombros, sigue siendo todavía un cuadrado en cada caso, y la distancia del antebrazo al hueso del codo sigue ocupando cinco cuadrados.

Las escasas cuadrículas que han sobrevivido relativas a figuras arrodilladas muestran que la distancia desde la línea del cabello a la parte inferior de los glúteos es, aproximadamente, equivalente a nueve cuadrados, y la altura del pie desde la bola (al estar los dedos doblados) al talón sobre el que descansan las nalgas, es de alrededor de dos cuadrados, lo que supone una altura total de once cuadrados. (Ver dibujo B,c,23 del collage, que representa a Senenmut, de la Dinastía XVIII, en su segunda tumba en Tebas. Se han completado las líneas existentes de La Cuadrícula original hasta cubrir la figura completa).

Las partes de la cabeza comprendidas entre la línea del pelo y la de la unión del cuello con los hombros son las mismas que las de las figuras sentadas y de pie. El largo de la pierna inferior sigue ocupando unos seis cuadrados, pero varía más en estas últimas al no afectar ya a la altura del cuerpo.

No se conocen imágenes reales arrodilladas que figuren sobre cuadrículas, pero de los análisis realizados en algunas figuras reales arrodilladas se deduce que sus proporciones se ajustan más a las de una distancia hasta la línea del cabello equivalente a doce cuadrados desde la línea base. Seguiría, pues, habiendo nueve cuadrados desde la línea del pelo hasta la parte inferior de los glúteos, pero el pie es más largo, ocupando tres cuadrados en vez de dos.

Una variante de la figura arrodillada ocurre cuando el pie de la pierna sobre la que descansa el cuerpo del sujeto está doblado por el tobillo con el empeine hacia abajo, y el talón y la planta del pie hacia arriba. En estas figuras la distancia desde la línea del pelo al borde inferior de los glúteos equivale, de nuevo, a nueve cuadrados, mientras que el grosor de la pierna inferior, sobre la que se sienta el sujeto, ocupa un cuadrado, lo que supone un total de diez cuadrados. Esta disposición se puede apreciar en una escena con dos figuras femeninas arrodilladas que aparecen en la tumba de Tati en Tebas, Dinastía XVIII.

Desde la Dinastía XXV, en adelante, los vestigios de cuadrículas muestran que en las figuras de pie la distancia entre la planta del pie y la línea frontal del cabello deja de ser equivalente a dieciocho cuadrados. En su lugar, hay veintiuno desde la planta de los pies hasta el párpado superior, como se aprecia en el dibujo del collage adjunto C,25, que representa a Ibi en su tumba, en Tebas, Dinastía XXVI, cuyos vestigios de La Cuadrícula original se han completado para que cubran la figura entera.

Aunque La Cuadrícula fue originalmente creada para asegurar las proporciones correctas de la figura humana, habría resultado extraño que no influyese en el artista a la hora de situar otros detalles en una escena, de ahí la tendencia de algunas líneas de composición a estar relacionadas con aquella.

No obstante, la relación entre objetos específicos y La Cuadrícula no siempre se repetía de forma automática, y escenas en las que aún son visibles las cuadrículas originales indican que si bien las líneas de cuadrículas podían influir en la colocación de varios objetos, no existían normas rígidas al respecto.

El artista competente era capaz de dibujar perfectamente a mano alzada, así que La Cuadrícula constituía una mera guía, útil, eso sí, e imprescindible en la ejecución de grandes figuras situadas a una altura considerable del suelo, incluso con ayuda de andamiaje, donde sería imposible retroceder lo suficiente para poder apreciar las proporciones correctamente.

ESCENAS FORMALES

Hasta aquí, sólo se han considerado figuras aisladas en relación con La Cuadrícula, pero muchas escenas están formadas por más de una figura. En algunos casos, todas son del mismo tamaño y postura; en otros, son de tamaño diferente.

En el primer caso, una misma cuadrícula se aplicaba para todas. En el segundo, no era así, y los restos aún visibles de éstas nos muestran cómo el artista acometía estas escenas.

En algunas ocasiones, una sola cuadrícula de tamaño apropiado a la figura mayor cubría toda la superficie; otras figuras más pequeñas se añadían sin ninguna relación aparente con las líneas de cuadrícula, con la excepción de una línea horizontal de la cuadrícula que actuaba de línea base. En otras escenas, se dibujaban otras cuadrículas complementarias de tamaños diferentes.

Aunque los principios de representación de la figura humana permanecieron sin cambios a través de los tiempos faraónicos, comparando ejemplos del arte de períodos diferentes se aprecia la existencia de diferencias de estilo.

Aunque el sistema de La Cuadrícula de dieciocho cuadrados proporcionaba al artista con una guía para establecer las proporciones corporales, no impuso ninguna serie de proporciones inalterables para todos los períodos.

Entre las figuras de un mismo monumento existían variaciones menores, pero aún se aprecian diferencias mayores dentro del sistema que claramente afectaban las proporciones de las figuras y, por lo tanto, al propio sistema.

Puesto que tales variaciones acababan haciéndose populares en épocas distintas, este hecho de alguna forma contribuía a la aparición de estilos propios dentro de una época determinada. Esto se puede demostrar analizando diferentes figuras de pie enmarcadas en cuadrículas de dieciocho cuadrados, y comparando los resultados. Las figuras del Imperio Antiguo pueden también analizarse sobre cuadrículas hipotéticas aunque no fuesen utilizadas en aquella época.

Vamos, pues, a acometer dicha tarea que nos llevará a cubrir el tema de la representación de las Figuras Mayores, ya que para la de las Figuras Menores se siguieron las mismas pautas, si bien el artista gozaba de mucha más libertad de expresión.

En cuanto al Arte Amarna, se creó un nuevo sistema de cuadrícula para acomodar así las nuevas proporciones de las figuras humanas, muy especialmente las de la familia real, pero los viejos Principios de Representación se siguieron manteniendo de forma inalterable a lo largo de todo el Período Amarna.

En las figuras de los Imperios Antiguo y Medio, la parte más estrecha de la espalda, el borde inferior de los glúteos y la parte superior de las rodillas normalmente se alineaban con las horizontales once, nueve y seis, respectivamente, como se puede apreciar en los dibujos del collage A,b,20 y D,a,26, que representan a Serenput II, de pie, Dinastía XII, en su tumba de Aswan, con los restos de la cuadrícula original continuados para que cubra toda la figura; y a Herunefer, de pie, Imperio Antiguo, en su tumba en Giza, con una hipotética cuadrícula de dieciocho cuadrados superpuesta.

Durante las Dinastías XVIII y XIX, la parte más estrecha de la espalda y el borde inferior de los glúteos, con frecuencia se subían una cuadrícula, mientras que la línea sexta, en vez de pasar por la parte superior de la rótula, podía pasar por la parte inferior, como se puede apreciar en el dibujo del collage D,b,26, que representa al rey Seti I, de pie, Dinastía XIX, en su templo de Abydos, con una hipotética cuadrícula de dieciocho cuadrados superpuesta.

En algunas figuras no reales de las Dinastías XIX y XX, la parte más estrecha de la espalda podía incluso pasar por la línea horizontal trece, produciendo así un torso superior corto y una parte inferior del cuerpo muy larga, como podemos apreciar en el dibujo del collage D,c,26, que representa a Wenennefer, Dinastía XIX, en su estela, con una hipotética cuadrícula de dieciocho cuadrados superpuesta.

En algunas figuras de la Dinastía XX, la sexta línea incluso pasa más abajo de la parte inferior de la rótula, por abajo del ligamento rotular, como se aprecia en el dibujo del collage D,d,26, que representa al dios Ptah-Tatjenen en la tumba del príncipe Amonhirkhopshef, en Tebas, con una hipotética cuadrícula de dieciocho cuadrados superpuesta, y cinco cuadrados que cubren el brazo y miden la distancia desde el hueso del codo a la punta de los dedos de la mano.

Al subir las alturas de la rodilla, glúteos y la parte más estrecha de la espalda, los artistas alargaban las piernas en relación con el torso, desarrollando así una representación de la figura humana más elegante.

Este estilo acabó desapareciendo hacia finales del Tercer Período Intermedio y la Dinastía XXV, iniciándose así un período de arcaísmo en el arte basado en los Imperios Antiguo y Medio. Se volvió de nuevo a los bajos niveles de la parte más estrecha de la espalda, de los glúteos y de la parte superior de la rodilla, como se puede apreciar en los dibujos del collage F,a,27 y F,b,27, que representan la figura del rey Iuput II Dinastía XXIII, de pie, en una placa; y la del rey Taharqa, Dinastía XXV, de pie, en el templo T de Kawa; ambas con una hipotética cuadrícula de dieciocho cuadrados superpuesta.

Y fue por esta época cuando se introdujo el nuevo sistema de cuadrícula que continuó usándose hasta finales del Período Greco-Romano. Durante este tiempo, la influencia griega hizo evolucionar un nuevo estilo en el que las figuras se redondean ofreciendo una apariencia más voluptuosa.

Y termino así con el tópico de la cuadrícula y su importancia dentro de lo que representa la representación en el arte egipcio.

Su relación con las Figuras Menores y con el Arte Amarna sólo se ha mencionado de pasada, y no se ha entrado en el capítulo relativo a los Principios de Representación, de enorme importancia para comprender la filosofía que rodea el Arte Egipcio. Tampoco hemos cubierto lo relativo a materiales y técnicas.

Aún así, y puesto que yo sí los tengo leídos y asimilados, me quiero permitir la licencia de hacer una reflexión final, a modo de conclusión, sobre el conjunto de la obra, identificándome así con la de su autora, con la que pondré fin a mi aportación.

REFLEXIÓN

A través de las páginas de este libro se puede apreciar cómo el artista acometía la composición aplicando unos principios que difieren totalmente de los criterios inherentes al arte occidental.

Él veía la superficie sobre la que iba a trabajar como un área bidimensional sin profundidad, sin fondo, en la que distribuía su material mediante registros horizontales, sin relación espacial ni temporal alguna, aplicando un sistema de escala que utilizaba para calibrar la relativa importancia o categoría de las figuras representadas.

Los objetos, incluidas las partes relevantes del cuerpo humano, se simbolizaban por su aspecto más impactante. En el arte religioso, el propósito era crear un mundo idealizado, formal e inalterable para los dioses y para el difunto; en consecuencia, un mundo estático.

A la hora de acometer temas más mundanos, el artista podía generar escenas plenas de movimiento y vitalidad. La representación de la figura humana no se tomaba directamente de la vida misma sino que se utilizaban diversos artilugios para reunir las partes individuales del cuerpo y crear con ellas un único esquema de composición.

Aunque la figura resultante no se pueda comparar directamente con la realidad, lo sorprendente es que “funciona”; es decir que, a pesar de las distorsiones, es expresiva; se capta de inmediato.

La estilización no excluye la sensación de movimiento cuando es apropiado; su ausencia en los templos y tumbas formales se debe al contexto, no a falta de maestría.

Como en cualquier otra profesión, todos los artistas no ostentaban el mismo nivel profesional. Por otra parte, existieron períodos de decadencia artística general, como sucedió durante los períodos Intermedio Primero e Intermedio Segundo.

En otras épocas, a los mejores artistas se les empleaba en proyectos reales, o en trabajos para altos cargos. Los menos favorecidos económicamente, o los patrones de provincia, a veces tenían que contentarse con productos mediocres o de muy baja calidad. En estos casos, el “bien hacer” con frecuencia desaparecía, de manera que la composición perdía equilibrio al ser sus elementos internos colocados al azar; incluso se llegó a un total abandono y desdén por las líneas de registro.

Algunas figuras individuales con frecuencia presentan unas proporciones incorrectas, una delineación inepta, y una pobre ejecución del relieve.

Ante estas espontáneas y resumidas reflexiones, es posible que el lector se sienta animado a considerar, durante una posible visita a Egipto, o a museos o colecciones egipcias, hasta qué punto una pieza determinada alcanza las cotas de calidad y logros de los mejores artistas, o se queda bien corta de ellos.


Rafael Canales

En Benalmádena-Costa a 16 de marzo de 2009.

Bibliografía:

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