martes, 5 de abril de 2011

"La Fragmentación de Las Dos Tierras": Tercer Período Intermedio (1.069-664 a.C.) 1/4.- Perfil Histórico

"Herihor y Nedjmet ante Osiris". Papiro del Libro de los Muertos de Nedjmet. Quizá procedente de la Colección Real de Deir el-Bahri, Dinastía XXI, hacia 1.070 a.C. (Pinchar y Ampliar)


Some ten years before it was drawn to the attention of Egyptologists, robbers halready raided the tomb of Nedjmet in the Royal Cache at Deir el-Bahari. The robbers presumably took Nedjmet's Book of the Dead, as by then it had already passed out of Egypt.


This scene shows Nedjmet and Herihor, her husband (whose burial has never been found) making offerings to Osiris, Isis and the four sons of Horus, who are also watching a small scene of weighing the heart. The weighing is supervised by Thoth in his form of a baboon, and the conventional heart is replaced by a small female figure which must represent Nedjmet.


Although there is no doubt that the papyrus was Nedjmet's - she appears in the judgement scene, and the mummy shown in a vignette is hers – Herihor features prominently. This is probably due to his royal status. He was one of the first of the High Priests of Amun who effectively ruled Upper Egypt from the end of the Twentieth Dynasty (about 1.186-1.069 BC) until some time in the Twenty-second (about 945-715 BC). He was also the first of the high priests of Amun to take on royal attributes, such as placing his name in a cartouche, and showing himself with the royal uraeus on his brow.(Base de Datos del Museo Británico).


A MODO DE PREÁMBULO


Con esta nueva “Hoja Suelta”, nos adentramos en lo que algunos han dado en llamar “La Fragmentación de Las Dos Tierras” que con la Dinastía XXI marca el inicio del Tercer Período Intermedio.


Esta vez, el savant que nos va guiar de su sabia mano por los estrechos recovecos y entresijos de este oscuro período recae en la figura del Doctor John H. Taylor, Adjunto al Jefe del Departamento del Antiguo Egipto y Sudán del Museo Británico, Londres, y erudito de una vasta cultura en el tema que nos ocupa. Cabe destacar su más reciente cometido como Comisario de la excepcional exposición inaugurada el 4 de noviembre de 2010, en el Museo Británico de Londres, y clausurada el pasado día 6 de marzo, titulada: "Journey Through The Afterlife", cuyo éxito ha superados todas las expectativas previstas.


INTRODUCCIÓN


Este período de 400 años que se extiende desde la Dinastía XXI a la XXV (1.069-664 a. C), puede considerarse, en justicia, que marca una fase nueva en la Historia de Egipto. El período se caracteriza por cambios significativos en la organización política, la sociedad, y la cultura de Egipto. La centralización del gobierno dejó paso a una fragmentación política y un resurgimiento de los centros de poder locales; una substancial afluencia de poblaciones libias y nubias acabarían modificando de forma permanente el perfil de la población, mientras Egipto, en conjunto, se iba tornando más introvertido, y sus contactos con el mundo exterior se reducían considerablemente, lo que supuso un sensible impacto en las relaciones con el Levante Oriental.


Estos, y otros factores, tuvieron importantes consecuencias en el funcionamiento de la economía, la estructura de la sociedad, y las actitudes religiosas y prácticas funerarias de los habitantes del país. Es cierto, que este período estuvo marcado por tensiones sobre el control de territorios y recursos que acabaron, a veces, en conflictos, pero la violencia no era un mal endémico; el período, pues, como tal, fue estable, y representa algo más que un lapsus temporal de la autoridad faraónica tradicional como podría dejar ver su desafortunada y frecuente designación como “Intermedio”. Muchos de los acontecimientos y tendencias de estos años fueron permanentes en sus efectos, y acabarían jugando un papel crucial en la configuración del Egipto del primer milenio a.C. que se iniciaba.


Ha sido más difícil confeccionar un marco histórico acertado para estos siglos que para cualquier otro período de la Historia de Egipto. Ninguna lista-de-reyes incluye las dinastías XXI a XXV, por lo que el Egiptólogo se ve obligado a apoyarse más de lo estrictamente deseable en los falseados extractos de la historia de Manetón - derivada en su mayoría de fuentes del Delta - que, en el mejor de los casos, ofrecen una imagen incompleta. Un cotejo cuidadoso de las listas manetonianas con las dispersas inscripciones de faraones y dignatarios locales del período, y las referencias cruzadas con fuentes procedentes del Oriente Próximo, han redundado en una cronología aceptada en sus puntos claves por la mayoría de los especialistas, aunque algunas áreas aún continúan siendo objeto de debate; a destacar, las relaciones y esferas de influencia de algunos gobernantes de provincia que se habían otorgado un estatus real durante los siglos VIII y XIX. A.C.


Con la excepción de yacimientos tales como Tanis, la evidencia que ha sobrevivido de este período en el Delta es, como de costumbre, muy pobre, y, si bien Tebas nos ha deparado una gran cantidad de objetos, y la estatuaria privada y el equipo funerario tienden a predominar, las fuentes económicas, como es el caso de los papiros administrativos, son muy escasas. Al ser en el norte donde la mayoría de los cambios más significativos de la época se fueron produciendo, no resulta fácil dibujar una imagen equilibrada del país.


PERFIL HISTÓRICO


El Tercer Período Intermedio se inauguró con una importante convulsión policía y una debilitación de la economía. La guerra civil fomentada por Panehsy, el virrey del Kush, conmocionó al país, y su consiguiente derrota y expulsión más allá de la frontera sur sólo supuso una victoria parcial del gobierno. La acción militar contra Panehsy no consiguió restablecer la autoridad egipcia en Nubia, y el control de los recursos de las tierras del sur – las minas de oro y el lucrativo comercio de los productos subsaharianos – se perdieron. De ahí que en las postrimerías del período Egipto sufriese una seria reducción de los beneficios procedentes de sus antiguas dependencias; como se insinúa en el Cuento de Wenamun, una narrativa que describe una expedición supuestamente enviada a Byblos por Herihor, a los nuevos gobernante egipcios puede que les faltase el prestigio en el Levante Oriental del que sus predecesores habían disfrutado.


Después del fallecimiento de Ramsés XI, hacia 1.069 a.C., la Dinastía XX, y con ella la era del Renacimiento, llegó a su final, pero los cimientos de una nueva estructura de poder estaban echados, y la transición a un nuevo régimen tuvo lugar sin altibajos. Bajo la Dinastía XXI Egipto estaba, aparentemente, unida, pero en realidad el control estaba dividido entre una línea de soberanos en el norte y una sucesión de mandos militares que también ocupaban el cargo de Sumo Sacerdote de Amón, en Tebas. Smendes (1.069-1.043 a.C.), una figura influyente de origen desconocido, fundó la dinastía en el norte, con su base de poder en el emplazamiento de Tanis, en el Desierto Oriental, una ciudad nueva cuyos principales monumentos se construyeron en su mayoría con material reusado traído de Piramesse y otros lugares del norte.


Se cree que Tentamun, probable esposa de Smendes, quizás fuese un miembro de la familia real ramésida. Aunque esta relación pudo haber sido un factor determinante en el ascenso al poder dl nuevo soberano, la creciente influencia del culto a Amón y de sus funcionarios fueron sin duda también muy significativas. Durante este período, el gobierno de Egipto fue, de hecho, una teocracia donde la autoridad política suprema estaba conferida al propio dios Amón. En un himno a Amón de un papiro de Deir el-Bahri, apodado “credo de la teocracia”, el nombre del dios está escrito dentro de un cartucho y al que se le dirige como el superior de todos los dioses, fuente y origen de la Creación, y el verdadero dios de Egipto.


Los faraones eran ahora meros gobernantes temporales que actuaban como nominados de Amón, y a los que las decisiones del dios se les daba a conocer mediante oráculos. Las tareas del gobierno teocrático están explícitamente documentadas en Tebas donde las consultas oraculares las formalizaba una institución regular de la Audiencia Divina del Festival, sita en Karnak. Los mismos principios se aplicaban también en el norte; a Smendes y Tentamun se les describe en Wenamun como los “pilares que Amón ha establecido para el norte y su tierra”, mientras que la ciudad de Tanis se desarrolló como la homóloga de Tebas en el norte, el centro principal de culto a Amón.


Se levantaron templos a la triada tebana y el rol de Tanis como ciudad santa se fomentó situando las tumbas de los faraones de la Dinastía XXI dentro del recinto del templo. Hasta qué punto Tanis realmente fue base del poder político de la época, es algo que bien puede cuestionarse ya que, hasta el día de hoy, las excavaciones no han revelado viviendas, monumentos privados, con la excepción de unos pocos bloques reusados de tumbas de cortesanos, o estelas de donación (es decir, registros de la concesión de tierras de cultivo a los dioses de los templos locales), en la zona. No obstante, sí hay evidencia de que Menfis funcionó como residencia de los soberanos del norte – hay registrado un decreto de Smendes que figura como expedido allí – y la antigua ciudad pudo haber servido de nuevo como una importante base administrativa.


Las actividades de los gobernantes del norte durante la Dinastía XXI están pobremente documentadas. Los trabajos de construcción de Psusenes I (1.039-991 a.C.) en Tanis y Menfis, y de Siamun (978-959 a.C.) son los vestigios más sobresalientes del propio Egipto, y parece que las relaciones con el Levante Oriental fueron esporádicas y poco aventureras. El matrimonio de una princesa real, quizás hija de Siamun, con el rey Salomón de Israel es un sorprendente testimonio del reducido prestigio de los soberanos de Egipto en el escenario mundial. En lo más alto del Imperio Nuevo, los faraones se desposaban de forma regular con hijas de príncipes de Oriente Próximo, pero se negaban a que sus propias hijas se casasen con soberanos extranjeros.


El más destacado de los comandantes del sur era el General Jefe, Herihor. Mediante la apropiación del cargo de Sumo Sacerdote de Amón, - e incluso, en ocasiones, de las titulaturas y galas propias de un faraón – la autoridad civil, militar y religiosa, combinadas, acabaron en manos de un solo individuo. No obstante, fue a los familiares del colega de Herihor, el general Piankh, a quienes más tarde pasaría el control, a plazo largo, del Alto Egipto. Todos estos individuos ostentaron el cargo de General Jefe y Sumo Sacerdote de Amón. Bajo los auspicios de la teocracia, sus poderes ejecutivos se derivaban de los oráculos de Amón, Mut, y Khons, a través de los cuales se sancionaban los nombramientos y decisiones políticas más importantes de los gobernantes. Aunque la autoridad temporal de los soberanos tinitas era reconocida formalmente en todo Egipto, y los militares de Tebas mostraron sólo pretensiones limitadas a su estatus real, eran ellos quienes tenían, por otra parte, el control real del Egipto Medio y Alto. Se fijó una frontera formal entre las dos regiones en Teudjoi (el-Hiba), al sur de la entrada al Fayum.


Aquí, así como en otros yacimientos a lo largo de El Nilo, los gobernantes del sur levantaron una serie de fortificaciones. Por otra parte, la principal actividad documentada en el sur durante la Dinastía XXI consistía en el sistemático desmantelamiento de los enterramientos reales del Imperio Nuevo en la necrópolis de Tebas. El Valle de los Reyes dejó de ser tierra de enterramiento real, la comunidad de constructores de tumbas de Deir el-Medina fue desmantelada, el contenido de las tumbas tomado para sí, y las momias ocultadas en escondrijos.


Después del reinado de Smendes y de su sucesor Amenemnisu (1.043-1.039 a.C.), el trono en el norte pasó a Psusenes I, hijo del comandante tebano Pinudjem I, y el control del Alto Egipto a su hermano Mekhenperra. De esta forma, durante algún tiempo la misma línea tebana gobernó todo Egipto, y las amigables relaciones entre norte y sur se mantuvieron mediante los matrimonios entre parientes de la extensa familia de los gobernantes. Aún así, la división del reino se mantuvo durante largo tiempo, indicación de que la descentralización fue tolerada por estos gobernantes.


Hacia 984 a.C., una nueva familia se hizo con el control en el Delta con las ascensión al trono de Osorkon el Viejo (984-978 a.C.), hijo del Jefe de Meshwesh, Sheshonq, un gobernante cuyo nombre y parentesco revela sus orígenes libios. Los comandantes tebanos retiraron sus reivindicaciones al estatus real, y de forma más abierta y utilizaron los nombres y las líneas de cambio de fechas de los monarcas del norte en documentos. Con todo, el Sumo Sacerdote tebano Psusenes finalmente acabaría convirtiéndose en faraón, en el norte, como Psusenes II (959-945 a.C.), el último soberano de la Dinastía XXI.


Para entonces, los libios ya constituían una presencia importante e influyente en Egipto. Aunque Merenptah y Ram habrían repelido importantes incursiones desde Meshwesh y Libu, el asentamiento de inmigrantes, los prisioneros de guerra y las tropas de guarnición continuaron, particularmente en el Delta y en la zona entre Menfis y Heracleópolis; se ha sugerido que para finales del Imperio Nuevo el ejército egipcio estaría casi por completo formado de mercenarios libios. La incipiente descentralización del gobierno durante la Dinastía XXI facilitó el crecimiento de bases de poder provinciales, y las dinastías locales de caudillos libios, descendientes de colonos del pasado Imperio Nuevo, pudieron aumentar su autonomía; las familias gobernantes, tanto en el norte como en el sur, durante la Dinastía XXI incluían individuos que llevaban evidentemente nombres libios, y puesto que alguna forma de aculturación sin duda se practicaba (como se verá más adelante), y otros muchos más probablemente aparecen enmascarados en los registros bajo nombres egipcios.


Fue, por lo tanto, sólo la culminación de una tendencia establecida cuando, a finales de la Dinastía XXI, en Tanis el trono pasó al Jefe de Meshwesh, Sheshonq (Sheshonq I (945-924 a.C.). Éste pertenecía a una familia asentada en Bubastis cuyos miembros habrían conseguido, mediante juiciosos matrimonios con la familia real y lazos con los sumo sacerdotes de Menfis, llegar a ser altamente influyentes en el Delta. La transferencia de poder de Psusenes II parece que se consiguió con un mínimo de oposición, que sería sin duda facilitada por el hecho de que Sheshonq era sobrino del anterior faraón tanita Osokon el Viejo, mientras que su propio hijo, el futuro Osokon I (924-889 a.C.) estaba casado con la hija de Psusenes II, Maatkara.


El reinado de Sheshonq (945-924 a.C.) destaca como un momento álgido del Tercer Período Intermedio. Rechazando las divisiones internas de la Dinastía XXI a favor de modelos de gobierno faraónicos del Imperio Nuevo, Sheshonq buscó restablecer la autoridad política del monarca. La teocracia siguió funcionando pero de una forma modificada; los oráculos continuaron existiendo pero ya no destaca como instrumento regular de la política. El nuevo reino estaba marcado por un cambio de actitud del Trono encaminado hacia la integridad territorial del país, la adopción de una política extranjera expansionista, y un ambicioso programa de construcción real. El intento por ejercer un control real directo sobre todo Egipto implicaba restringir el estatus virtualmente independiente de Tebas. Para conseguirlo, el cargo de Sumo Sacerdote de Amón se entregó a unos de los hijos de Sheshonq, el príncipe Iuput, que también era Comandante Jefe del Ejército, política que seguirían los futuros faraones. Otros miembros de la familia real y partidarios de la dinastía serían también nombrados titulares de importantes puestos, y se fomentó la lealtad de los detentadores del poder local mediante el matrimonio con hijas de la Casa Real.


Después de más de un siglo de pasividad por parte de los gobernantes egipcios, Sheshonq I intervino agresivamente en la política del Levante Oriental con el fin de reafirmar el prestigio egipcio en el lugar. Sus inscripciones en Karnak registran una expedición militar mayor hacia 925 a.C. contra Israel y Judá y las principales ciudades al sur de Palestina, incluyendo Gaza y Megiddo. El Antiguo Testamento hace referencia al mismo acontecimiento, afirmando (1 Reyes 14:25-6) que, en el quinto año de Roboam, “Sisac, rey de Egipto” se incautó de los tesoros de Jerusalén, añadiendo (2 Crónicas 12:2-6) que llegó con 1200 carros y un ejército formado por libios y nubios. Estas fuentes indican que la campaña fue lanzada para ayudar a Jeroboam, un expatriado de Egipto que reclamaba el Trono de Judá.


No obstante, si se pensaba que esto era una primera etapa de un programa para restablecer la autoridad egipcia en Palestina, sólo resultó ser un esfuerzo abortado. Sheshonq fallecería a su regreso a Egipto y bajo sus sucesores las relaciones con el Levante Oriental parece que revirtieron a meros contactos comerciales, a destacar la reapertura de relaciones con Byblos. El programa de construcción de Sheshonq incluía planes para un gran patio en el templo de Amón en Karnak, pero permanecería sin terminar a la muerte del monarca. La entrada conocida como “El Portal de Bubastis” - la única sección terminada – tiene inscripciones que registran las victorias en Palestina, siendo así una de las fuentes históricas más valoradas de todo el período.


Los esfuerzos para consolidar la unidad del reino continuaron bajo los sucesores de Sheshonq, pero el creciente poder de los gobernantes provinciales llevó a un debilitamiento del control con la consiguiente fragmentación del país. El puesto de Sumo Sacerdote de Amón y otros cargos claves volvieron a permitirse que fuesen hereditarios, y esto facilitó el desarrollo de bases de poder independientes. El nombramiento de familiares cercanos de los faraones para puestos importantes en grandes centros como Menfis y Tebas no consiguió frenar la creciente independencia de las provincias y, de hecho, probablemente aceleró el proceso.


En una interesante inscripción de una estatua en Tanis, Osorkon II (874-850 a.C.) solicita a Amón que confirme el nombramiento de sus hijos para ocupar varios altos puestos civiles y religiosos con la significativa salvedad de que “un hermano no debe tener celos de un hermano”. Desde mediados del siglo noveno a mediados del octavo a.C., el proceso de descentralización continuó y el poder de la Dinastía XXII disminuyó, ya que las provincias gobernadas por príncipes reales y jefes libios fueron aumentando su autonomía.


En Tebas, el Sumo Sacerdote Harsiese se proclamó rey, y sería enterrado Medinet Abu en un sarcófago con cabecera de halcón en clara imitación a las tradiciones funerarias de los gobernantes tanitas. Eventualmente, los intentos desde el norte de imponer la autoridad en Tebas condujeron a la violencia. Una larga inscripción del príncipe Osorkon, hijo de Takelot II (850-825 a.C.), tallada en el Portal de Bubastis, en Karnak (conocida como Crónica del Príncipe Osorkon), describe una serie de conflictos que surgieron al intentar éste implementar su autoridad como Sumo Sacerdote de Amón en Tebas frente a un grupo rival.


Durante el reinado de Sheshonq III (825-773 a.C.), y en los años siguientes, un gran número de gobernantes locales – particularmente en el Delta – serían virtualmente autónomos y algunos de ellos se proclamarían reyes. El primero de estos fue Pedubastis I (818-793 a.C.) que pudo haber pertenecido a la familia real de la Dinastía XXII. La ubicación de esta base de poder es incierta, pero en Tebas fue su autoridad y la de sus sucesores las que serían reconocidas, en preferencia al dominio de Tanis. Mientras que a estos soberanos locales algunos especialistas les asignan a la Dinastía XXIII, aún no está claro cuáles de ellos, si es que los hay, pueden considerarse de la “Dinastía XXIII” registrada por Manetón compuesta, quizás, por sucesores de la Dinastía XXII de Tanis.


Para alrededor de 730 a.C. había dos faraones en el Delta (en Bubastis y en Leontópolis), uno en Hermópolis, y uno en Heracleópolis, en el Alto Egipto; además de los del Delta, virtualmente independientes, había un “Príncipe Regente”, cuatro Grandes Jefes de Ma, y un “Príncipe del Oeste” en Sais. Este último, Tefnakht (727-720 a.C.), habría tomado todos los territorios del Delta Occidental y Menfis y continuaba adentrándose en dirección al norte del Alto Egipto.


Esta ilustrativa instantánea de la geografía política de Egipto se puede ver en una estela colocada en Gebel Barkal, cerca de la 4ª, Catarata, por el gobernante nubio Piy (747-716 a.C.). Durante la segunda mitad del siglo actavo a.C., los soberanos de Kush habían emergido como poderosos contendientes por el poder en Egipto. Después de un afianzamiento inicial de su autoridad por parte de Kashta, Piy, su hijo, lanzó una expedición militar en Egipto, ostensiblemente para frenar la política expansionista de Tefnakht, en Sais. Parece que las tropas de Piy habrían tomado Tebas sin esfuerzo, quizás debido a algún acuerdo previo con los representantes locales de la Dinastía XXIII, y las localidades y ciudades del norte del Alto Egipto habrían capitulado rápidamente o habría sido sitiadas y conquistadas. Menfis ofreció resistencia y fue tomada por asalto, tras lo que las dinastías se rindieron a Piy, reconociéndole como Jefe Supremo.


Después de esta demostración de fuerza, Piy regresó a Nubia, dejando la situación política en Egipto prácticamente como estaba. Durante la década siguiente Tefnakht asumió el estatus de faraón; él y su sucesor, Bakenrenef (Bocchoris) constituyen la Dinastía XXIV. Aunque con base en Sais, la autoridad de Bakenrenef fue pronto reconocida por todo el Delta, y hasta Heracleópolis, en el sur. Pero los nubios, habiendo saboreado una vez el poder en Egipto no estaban dispuestos a tolerar su pérdida. Hacia 716 a.C., el sucesor de Piy, Shabaqo (716-702 a.C.), lanzó una nueva invasión. En esta ocasión Egipto fue formalmente anexionada a Kush, y Shabaqo y sus sucesores – Shabitqo, Taharqo, y Tanutamani – serían reconocidos por historiadores posteriores como la Dinastía XXV


Según Manetón, Bakenrenef fue ejecutado, pero el gobierno centralizado no se restablecería nunca. En su lugar, los monarcas kushitas gobernaron como Jefes Supremos, y permitieron que las dinastías conservasen el control de sus feudos. Para que se les reconociese como auténticos faraones egipcios, mostraron respeto por las tradiciones religiosas y culturales egipcias, e intencionadamente buscaron un nexo ideológico con las grandes eras del pasado egipcio; en particular con el Imperio Antiguo. Para entonces, Menfis sería promocionada hasta llegar a ser la residencia preferida por los kushitas en Egipto, y se impulsarían las nacientes tendencias arcaizantes que les llevaría a un resurgimiento de tendencias artísticas, literarias y religiosas inspirándose en los antiguos tiempos.


En el sur, Tebas conservó su preeminente estatus, pero el poder del Sumo Sacerdote de Amón se vería eclipsado. En su lugar, el cargo de “Divina esposa de Amón” creció en importancia; esta sacerdotisa célibe solía ser una princesa real, quien a su vez escogería a su sucesora de entre las jóvenes de la familia real, eliminando así la posibilidad de que surgiese una sub-dinastía de base tebana que amenazase la autoridad política del faraón.


Los gobernantes nubios también siguieron una política agresiva con relación a las antiguas posesiones egipcias y socios comerciales en Palestina. Su intervención en las políticas de esta región durante el inicio del siglo séptimo a.C. les llevaría, desgraciadamente, a una confrontación directa con el poderío asirio que estaba en pleno proceso de ejercer su control sobre esta zona del Levante Oriental. En consecuencia, la mayor parte del reinado de Taharqo (690-664 a.C.) estaría ocupado por los continuos esfuerzos desesperados para defender Egipto de la agresión asiria. Finalmente, después del saqueo de Tebas por los ejércitos de Ashurbanipal (663 a.C.), el último monarca kushita sería expulsado de forma permanente de Egipto, and sería Psamtek de Sais, que había sido instalado por los asirios como gobernante vasallo, quien recobraría la independencia para Egipto.


Y después de este bosquejo histórico del período que nos ocupa, pasamos a una nueva Hoja Suelta; esta vez para abordar un sub-período conocido como Período Libio, en el que tienen cabida las Dinastías XXI a XXIV; siempre de la hábil mano de John H. Taylor, del Museo Británico.


RAFAEL CANALES


En Benalmádena-Costa, a 15 de abril de 2011


Bibliografía:


domingo, 13 de marzo de 2011

Egipto y el Resto del Mundo. Ian Shaw. Segunda Parte


(Pinchar y Ampliar)


LOS BLEMMYES


Del latín Blemmyae, los Blemmyes eran una tribu descrita en las crónicas romanas de las postrimerías del Imperio. Desde finales del siglo tercero en adelante, junto con otra tribu, los Nobadae, se enfrentaron en repetidas ocasiones a los romanos. Se decía que vivían en África, en Nubia, Kush o Etiopía, en generalmente al sur de Egipto. Serían objeto de ficción como raza legendaria de monstruos acéfalos que tenían los ojos y la boca en el pecho. El historiador y geógrafo griego Estrabón describe a los Blemmyes como un pueblo pacífico que vivía en el desierto oriental cerca de Meroe. Su poderío cultural y militar empezó a crecer a tal nivel que en el año 197, Pescennius Niger pidió a un Blemmye rey de Tebas que le ayudase en la batalla contra el emperador romano Séptimo Severo. En el año 250, al emperador romano Decio le costó un gran esfuerzo vencer a un ejército de invasión de Blemmyes. Años más tarde, en 253, atacaron Tebas de nuevo pero fueron derrotados rápidamente. En el 265 serían de nuevo derrotados por el prefecto romano Firmus quien, en el 273 se rebelaría contra el imperio y la reina de Palmyra, Zenobia, con la ayuda de los propios Blemmyes. El general Romano Probus tardó algún tiempo en derrotar al usurpador y sus aliados pero no pudo evitar la ocupación de Tebas por los Blemmyes. Aquello significó otra guerra y casi la total destrucción del ejército d los Blemmyes. En el reinado de Diocleciano, la provincia de Tebas sería de nuevo ocupada por los Blemmyes y después de derrotarles de nuevo, los romanos se replegaron hasta la fronteriza Philae. Los Blemmyes ocupaban una importante región en el actual Sudan. Tenían algunas ciudades importantes como Faras, Kalabsha, Balana y Aniba, que estaban fortificadas con muros y atalayas, mezcla de elementos helénicos, romanos y nubios. Su cultura tenía también la influencia de la cultura meroítica, así que la religión de los Blemmyes estaba centrada en los templos de Kalabsha y Philae. El de aquella, consistía en una enorme obra maestra de la arquitectura nubia donde se adoraba a un león solar, como divinidad, llamado Mandulis. Philae era por entonces, un centro de peregrinación masiva, con templos a Isis, Mandulis y Anhur, y donde los emperadores romanos Augusto y Trajano contribuyeron muy activamente con nuevos templos, plazas y otras obras monumentales. En la Literatura, los Blemmyes aparecen en la novela de Kelly Godel del 2000 titulada “The Amazing Voyage of Azzam”, como tribus caníbales que custodiaban un tesoro perdido de Salomón, y utilizaban mazos, lanzas y dardos con arco como armas. “… Y de los caníbales que se comían unos a otros, los antropófagos, hombres cuyas cabezas nacen bajo sus hombros”. Otelo, Shakespeare. Los Blemmiyes también aparecen en la novela del escritor italiano Valerio Manfredi, “The Tower”, donde se les retrata como guardianes del desierto con un terrible y antiguo secreto. Un Blemmye aparece en la corta historia de Bruce Sterling de 2005, “The Blemmye’s Sratagem”.



EL REINO DE PUNT


Los contactos egipcios con África se fueron extendiendo gradualmente más allá de la Baja y Alta Nubia, lo que les puso en contacto con una región en África Oriental que se describe como el Punt. Allí se enviaron misiones comerciales desde, por lo menos, la Dinastía V (2.494-2.345 A.C.) en adelante, con el fin de obtener productos tales como oro, resinas aromáticas, madera negra africana (dalbergia melanoxylon), ébano, marfil, esclavos, y animales salvajes, como monos y mandriles cinocéfalos. Para el Imperio Nuevo, tales expediciones se verían representadas en templos y tumbas, que mostraban a los habitantes del país de Punt como gente de complexión oscura rojiza y facciones finas; en las primeras pinturas aparecían con cabello largo, pero a partir de la Dinastía XVIII en adelante es evidente que ya habían adoptado un estilo más rapado. Las últimas indicaciones definitivas de expediciones al país de Punt datan de los tiempos del faraón Ramsés III, de la Dinastía XX.


Existe todavía algún debate relativo a la ubicación exacta de Punt, que llegó a estar identificado, en algún momento, con la zona de Somalia. Parece que ahora se cuenta con un argumento de peso para su localización, bien al sur de Sudán, o en la región eritrea de moderna Etiopía, donde las plantas autóctonas y los animales más se parecen a los representados en relieves y pinturas egipcias.


Se daba por hecho – en principio, en base a escenas en Deir el-Bahri que representan la expedición de Hatshepsut a Punt a mediados de la Dinastía XVIII – que las partes involucradas viajaban por mar desde los puertos de Quseir o Mersa Gawasis, pero ahora parece más probable que, al menos algunos comerciantes egipcios, embarcasen en el sur, a lo largo de El Nilo, y entonces tomasen una ruta terrestre hasta Punt, quizás tomando contacto con los punitas en las proximidades de Kurgus, en la 5ª Catarata.


Las escenas de Deir el-Bahri incluyen representaciones de los inusuales asentamientos punitas, consistentes en cabañas cónicas hechas de caña, construidas sobre postes clavados en el suelo, a las que se tenía acceso mediante una escalerilla. Entre la vegetación que las rodeaba, hay palmeras y árboles de mirra, algunos de éstos ya en pleno proceso de tala para la posterior extracción de mirra.


Las escenas también muestran cómo los árboles de mirra se cargaban en barcazas para que los egipcios pudiesen elaborar sus propios perfumes, incienso, ungüentos, medicinas, tinta para los papiros, o para embalsamar a sus muertos. Y se ha argumentado que esto, en sí mismo, puede ser argumento para la ruta Nilo-terrestre de Punt a Egipto, dado que dichas plantas podían morir durante el duro viaje hacia el norte a lo largo de la costa del Mar Rojo. Estos árboles de mirra pudieron incluso llegar a plantarse de nuevo en el propio templo de Deir el-Bahri a juzgar por los restos de fosas con troncos que se han encontrado allí.


“IMPERIALISMO” EN LOS IMPERIOS MEDIO Y NUEVO


Durante los imperios Medio y Nuevo, Egipto llegó a tener, de forma gradual, un control económico sobre Nubia y Siria-Palestina. Las opiniones, sin embargo, difieren sobre cuál de estos territorios se puede considerar que habría sido política y socialmente “colonizado”, o si la situación sería mucho más errática, y quizás caracterizada sólo por incursiones, o razias, encaminadas a salvaguardar las rutas comerciales y conseguir provisión de botines de guerra. El debate se centra también en el tema de las posibles motivaciones o añoranzas del antiguo imperialismo. ¿Fueron las incursiones egipcias en Nubia y el Levante Oriental dictadas por económica, o por algún otro factor socio-político?


En la práctica, las respuestas a estas preguntas no son, en absoluto, claras, y no sorprenden que varíen según el lugar y período específicos. Es así que, por ejemplo, en el Imperio Medio, la situación sea, en muchos aspectos, más clara: en lo referente a Nubia, se sabe que los faraones de la Dinastía XII utilizaban la fuerza militar para controlar la región - tan lejos al sur como la 3ª Catarata - mediante la construcción de una cadena de fortalezas que les habría proporcionado el completo control sobre el comercio de El Nilo. Las fortalezas estaban provistas de guarnición y grandes almacenes que les habría garantizado una presencia militar continua en la Baja Nubia, pero que, además, les habría proporcionado el potencial para llevar a cabo, en caso de necesidad, campañas más al sur encaminadas a combatir cualquier amenaza aparente o real.


La enorme cantidad de espacio dedicado a graneros en fortalezas tales como Askut, junto con los restos de edificios que Barry Kemp interpreta como “palacios de campaña” en Uronarti y Kor, todo ello sugiere el uso de las fortalezas de la Baja Nubia como un trampolín de la Dinastía XII en África, más que sólo una frontera fuertemente defendida. El espacio de almacenaje de las fortalezas sería, sin duda alguna, utilizado para almacenar los materiales y productos importados por los egipcios cuando iban de camino hacia Tebas o Itjtawy.


Sin embargo, en Palestina hay poca evidencia de una presencia egipcia continuada durante el Imperio Medio. Por supuesto que existían contactos tanto con el Levante Oriental como con el Egeo durante las dinastías XII y XIII, pero aún no está claro hasta qué punto Egipto consiguió algún control político o económico sobre alguna parte del Mediterráneo Oriental. Un fragmento de los anales de Amenemhat II que se conservan en Menfis dan cuenta de, al menos, dos invasiones en el Levante Oriental durante su reinado, y la estela de Khusobek, en el Museo de Manchester, registra una expedición lanzada contra la ciudad palestina de Shechem durante el reinado de Senusret III.


Aparte de estas referencias, sin embargo, las otras únicas muestras de planes militares en el Levante Oriental se pueden encontrar en epítetos y titulaturas de la élite - por otra parte quizás más rimbombantes que históricos – o, en las descripciones de productos traídos de Asia Occidental que no solían especificar si las mercancías o el ganado se obtuvieron por la fuerza. Un ejemplo con respaldo arqueológico razonable lo podemos tener en la fuerte y continuada presencia económica durante el Imperio Medio en Palestina y Byblos - como se verá más adelante - probablemente reforzada por la presión militar de forma periódica. El alto número de Asiáticos que en creciente aumento se sabe que vivían en Egipto durante el Imperio Medio (Véase el Capítulo 7º) sugiere que, al menos, algunos de ellos habrían sido traídos como prisioneros de guerra.


De las actividades de Egipto en el Levante Oriental durante el Imperio Nuevos dan testimonio con cierto detalle fuentes tanto arqueológicas como documentales. Estas últimas consisten no sólo en triunfantes “estelas de victoria” egipcias y relieves en templos que dan brillante cuenta de los trofeos obtenidos por el faraón en nombre de los dioses, sino también en tablas de arcilla cuneiformes de varios yacimientos – como por ejemplo Ta’anach, Kamid el-Loz, y Hattusas – que documentan los lazos diplomáticos, administrativos y económicos existentes entre los diversos estados de Oriente Próximo.


Desde el punto de vista egipcio, el más importante de estos “archivos” consiste en un juego de 382 tablas encontradas en Amarna, en el Egipto Medio, que contiene, en su mayoría, correspondencia entre líderes extranjeros y el faraón egipcio de mediados del siglo 14 A.C.; es decir, finales de la Dinastía XVIII.


Las “Cartas de Amarna” proporciona, pues, primero, revelaciones de las relaciones diplomáticas entre Egipto y otras grandes potencias – por ejemplo, Mitania y Babilonia – y, segundo, las tortuosas políticas de las pequeñas ciudades-estado de Siria-Palestina, y las disputas y alianzas entre ellas según se deslizaban hacia atrás o hacia adelante entre las esferas de influencia de Mitania, Egipto y el Reino Hitita.


El principal debate relativo a la participación egipcia en Siria-Palestina durante el Imperio Nuevo se centra en la cuestión del grado en que Egipto mantuvo una permanente presencia militar y/o civil en diversas n principio basada conquistado. Algunos eruditos argumentan que hay suficiente evidencia arqueológica y documental para plantear que Egipto habría, en efecto, colonizado algunas de las ciudades de Palestina; quizás, en un principio por haber heredado el control de esta región cuando persiguieron a los derrotados Hyksos hasta su país a finales del Segundo Período Intermedio (Ver los capítulos 8º y 9º).


Según esta teoría – basada en principio en las Cartas de Amarna y la presencia de artefactos egipcios en muchos yacimientos del Levante Oriental – toda la zona de Siria-Palestina estaba dividida en tres franjas: de norte a sur, Amurru, Upe, y Canaan; cada una de ellas regida por un gobernador egipcio, y un número de pequeñas guarniciones repartidas entre los asentamientos locales. Otros eruditos, por otra parte, argumenta que la cultura del material de los yacimientos egipcios en el Delta Oriental es tan claramente distinta de la de las cercanas ciudades de Palestina, justo al otro lado del Sinaí, que parece altamente improbable que hubiese habido nunca muchos egipcios que realmente hubiesen vivido entre las poblaciones locales, en contraste con la abundante evidencia arquitectónica y material de la colonización egipcia de Nubia en el Imperio Nuevo.


La motivación de la significativa presencia egipcia durante el Imperio Nuevo en la Baja Nubia pudo haber sido, en principio, económica, pero un grupo de eruditos ha señalado que la evidencia arqueológica y documental da cuenta de una red de información muy compleja relativa a las actitudes egipcias hacia Nubia. Para empezar, se aprecia una continuidad, durante los imperios Medio y Nuevo, de la ideología esencialmente xenófoba ya descrita, por la que nubios bárbaros estereotipados se retrataban en el arte y literatura oficial como desechables representantes del caos.


Esto, no obstante, tiene que ser contrastado con dos factores importantes: primero, que muchos extranjeros, incluidos los nubios y los Asiáticos, vivían felizmente junto a nativos egipcios en muchas de las ciudades del Egipto real, y, segundo, que hay evidencia fiable de una deliberada nueva política en el Imperio Nuevo de aculturación tanto en Nubia como en el Levante Oriental de forma que se alentaba a la élite local a que adoptasen costumbres y nomenclatura egipcias y, a veces, sus hijos les eran forzosamente retirados para ser “educados” en Egipto, para eventualmente regresar a su países de origen totalmente indoctrinados con la forma de vida egipcia.


La imagen de conjunto del “imperialismo” egipcio es, por lo tanto, polifacética, con el pragmatismo económico y político de los faraones con frecuencia ocultos por la hipérbole de su propia retórica y devoción. El debate ”ideología-contra-economía” es difícil de resolver, ya que, en principio, nos apoyamos en una combinación de textos religiosos y funerarios para nuestra reconstrucción del comportamiento egipcio en el mundo exterior y, sin embargo, la historia real probablemente se encuentre en ese material de archivo, más prosaico, que tan raras veces sobrevive.


BYBLOS


La ciudad de Byblos (o Jubeil) estaba situada en la costa de Canaán, a unos 40 km al norte de la moderna Beirut. El principal asentamiento conocido en el idioma acadio Gubla, tiene un largo historial que se extiende desde el Neolítico hasta la Tardía Edad de Bronce cuando la población parece haberse trasladado a un emplazamiento cercano ahora cubierto por una moderna aldea.


La importancia de Byblos radica en su función como puerto, y desde aproximadamente el tiempo de la unificación de Egipto, era utilizado por los egipcios como fuente de la madera. El famoso cedro del Líbano y otros productos pasaban a través suya, y es lugar donde se han encontrado objetos egipcios desde tiempos tan lejanos como la Dinastía II (2.890-2.686 A.C.). El yacimiento incluía varios edificios religiosos, tales como el llamado “Templo de los Obeliscos”, dedicado a Ba’alat Gebal, la “Señora de Byblos” – una especie de Astarte que también habría sido identificada como la diosa egipcia Hathor – en el que uno de los obeliscos estaba tallado con jeroglíficos.


La cultura egipcia del Imperio Medio tuvo una influencia especialmente profunda en la Corte de los soberanos de la Edad de Bronce Media de Byblos, y entre los objetos encontrados en las tumbas reales de este período se encuentran algunos que llevan el nombre de los soberanos de la Dinastía XII Amenemhat III y IV. Los objetos egipcios incluyen marfil, ébano, y oro, mientras que las imitaciones locales usaban otros materiales y se trabajaban en un estilo menos conseguido.


En el Imperio Nuevo, la ciudad aparece de forma prominente en las Cartas de Amarna ya que su soberano, Ribaddi, solicito ayuda militar del faraón egipcio. En esta ocasión Byblos cayó en manos enemigas pero fue más adelante recuperada. Un sarcófago encontrado con objetos de Ramsés II (1.279-1.213 A.C.) que muestra la influencia egipcia, es importante por su posterior (siglo X B.C.) inscripción para Ahiram, un gobernante local, en caracteres alfabéticos primitivos. Varios artefactos egipcios encontrados en el propio Byblos, que dan testimonio de fuertes contactos diplomáticos reales entre los faraones y los gobernantes de Byblos, incluyen un recipiente con el nombre de Ramsés II procedente de la tumba del ya mencionado Ahiram, jambas de puerta inscritas de Ramsés II de un templo, y fragmentos de estatuas de Osorkon I y II; la del primero con una inscripción fenicia que data del reinado de Abibaal.


La evidencia arqueológica sugiere, por lo tanto, un pico en los contactos Egipto-Byblos en la Dinastía XIX, seguido de un declive en las XX y XXI, documentada por el Cuento de Wenamun, una descripción cuasi histórica de una expedición a Byblos a finales de la Dinastía XX, y, finalmente, un resurgir de los lazos en las XXII y XXIII. Después del Tercer Período Intermedio, la importancia de Byblos parece haber decaído gradualmente a favor de los cercanos puertos de Tiro y Sidonia.


LOS PUEBLOS DEL MAR


En los siglos XIII y XIV B.C., una serie de malogros de cosecha en el Mediterráneo norte y este parece que actuó como detonante de migraciones a gran escala en Anatolia y el Levante Oriental. Estos problemas agrícolas evidentemente llevaron al soberano egipcio de la Dinastía XIX, Merenptah, a enviar grano a los Hititas - por entonces ya en decadencia - que tan duramente habían sido golpeados por la hambruna, y muchos centro urbanos micénicos parece que por esas fecha habían sido destruidos.


Entre los nuevos inmigrantes en la región mediterránea por estas fechas, había una imprecisa confederación de grupos étnicos procedentes del Egeo y Asia Menor conocida por los egipcios como Pueblos del Mar. Algunos de estos grupos, tales como los Denen, los Lukka, y los Sherden, ya eran activos durante el reinado de Akenatón (1.352-1.336 A.C.), mientras que elementos de los Lukka, Sherden, y Peleset ya aparecían representados como mercenarios luchando para el ejército de Ramsés II (1.279-1.213 A.C.) en la Batalla de Qadesh.


Más adelante, en el Período Ramésida, los Pueblos del Mar se describirían y representarían en relieves, en Medinet Abu y Karnak, así como en el Gran Papiro de Harris; una lista de ceremonias usadas en templos y un breve resumen del reinado completo del faraón Ramsés III (1.184-1.15 A.C.) de la Dinastía XX. Estas últimas fuentes indican que los Pueblos del Mar no estaban simplemente envueltos en actos aislados de pillaje sino que formaban parte de un movimiento significativo de pueblos desplazados que emigraban a Siria-Palestina y Egipto. Está claro que planeaban asentarse en las zonas que atacaban, que se les representan no sólo como ejércitos de guerreros sino también como familias enteras llevando consigo sus pertenencias en carros tirados por bueyes.


El estudio de los nombres “tribales” registrados por los egipcios e Hititas han mostrado que a varios grupos de los Pueblos del Mar pueden se les puede relacionar con específicos lugares de origen, o, al menos, con los lugares donde eventualmente se asentarían. Es así que los Ekwesh y los Denen posiblemente puedan correlacionarse con los aqueos y danaos griegos de la Ilíada de Homero; los Lukka puede que provengan de la región de Lycia, en Anatolia; los Sherden, pueden haber estado conectados con Cerdeña; y a los Peleset, casi con toda certeza, se les identifica con los filisteos bíblicos, que dieron nombre a Palestina. El primer ataque de los Pueblos del Mar al Delta egipcio en alianza con los libios data del quinto año del reinado de Metenptah (1.213-1.203 A.C.). A los grupos individuales de Pueblos del Mar, además del Meshwesh libio, se les conoce como los Ekwesh, Lukka, Shekelesh, Sherden, y Teresh. Según los relieves de Merenptah sobre uno de los muros del templo de Amón en Karnak, y el texto de una estela de su templo funerario – llamada la Estela de Israel – los repelió con éxito, aniquilando a 6.000 y derrotando al resto. Las excavaciones de Moshe Dothan en la ciudad filistea de Ashdod entre los años 1.962 al 69, dejaron al descubierto un estrato quemado datado en el siglo trece B.C. que, quizá, puede corresponder, o bien a la campaña levantina del faraón Merenptah, o a la llegada de los propios Peleset.


Desde el punto de vista de los egipcios, la confrontación final con los Pueblos del Mar tuvo lugar en el año 8 del reinado de Ramsés III; para entonces, los Pueblos del Mar probablemente habrían capturado las ciudades sirias de Ugarit y Alalakh. Atacaron a Egipto por tierra y mar, siendo esta última confrontación reproducida en los celebrados relieves de la batalla naval en los muros exteriores del templo mortuorio de Ramsés en Medinet Abu. Esta victoria protegió a Egipto de la evidente invasión del norte, pero, a la larga, sería la infiltración del oeste más insidiosa de pueblos libios, y la que tendría más éxito como medio de conseguir el control de Egipto (Ver Capítulo 12).


CONCLUSIÓN La historia de los contactos de Egipto con el mundo exterior está, sobre todo, relacionado con el poder y el prestigio. En los primitivos lazos comerciales entre los egipcios y sus vecinos de África y el Oriente Próximo, la principal motivación parece haber sido la obtención de materiales raros o exóticos, y productos que sirviesen para reforzar la base de poder de individuos o grupos en cuestión. El comercio, ya fuese interregional o internacional, era parte integrante de la formación y expansión de los primitivos estados de Oriente Próximo.


Para cuando todo aparato administrativo nacional se puso en operación durante los imperios Medio y Nuevo, ya había grandes sectores de burocracia real y militar involucrados exclusivamente en el proceso de obtener impuestos y mano de obra reclutada de las provincias de Egipto. Este efectivo y eficiente sistema económico constituía la base ideal del proceso de calcular con exactitud el importe de los tributos (inu) así como del producto de los saqueos de tierras allende las fronteras egipcias. Tanto ideológica como económicamente, las acciones de conquista y gobierno eran inseparables de la idea de absorber nueva riqueza para los estados del faraón y los principales cultos religiosos.


Sin embargo, no fue simplemente cuestión de importar a Egipto materiales y artículos; parece también que había una continua afluencia de gente, a la vez que influencias lingüísticas y culturales, que llevarían a la creación de una sociedad distintivamente cosmopolita y multicultural, desde, por lo menos, el Imperio Nuevo, en adelante. La aparente tolerancia hacia los extranjeros de la sociedad egipcia iba acompañada, sin embargo, de una profunda continuidad en unos valores y creencias esenciales, fuertemente arraigados en la población indígena; hasta donde hemos podido saber, dada la parcialidad con que la documentación que ha sobrevivido trata al extremo elitista de la sociedad. La cultura egipcia era, aparentemente, lo suficientemente fuerte y flexible como para poder sobrevivir a largos períodos de dominación libia, kushita, persa, y tolemaica, sin que la esencia de la identidad de Egipto como nación se viese seriamente afectada.


RAFAEL CANALES


En Benalmádena-Costa, a 22 de marzo de 2011


Bibliografía:


“The Oxford History of Ancient Egypt”, Ian Shaw, Oxford University Press, 2000.

lunes, 7 de marzo de 2011

Egipto y el Resto del Mundo. Ian Shaw. Primera Parte

Oriente Próximo durante el Imperio Nuevo
(Pinchar y Ampliar)

PREÁMBULO

Desde los tiempos más remotos, numerosas expediciones relacionadas con el comercio, la cantería y la guerra llevaron a los egipcios a establecer frecuentes contactos con el mundo exterior. Las regiones en las que Egipto fomentaría de forma gradual lazos comerciales y políticos pueden agruparse en tres zonas básicas: África (principalmente Nubia, Libia y el país de Punt), Asia (Siria-Palestina, Mesopotamia, Arabia y Anatolia), y norte y este del Mediterráneo (Chipre, Creta, los Pueblos del Mar, y los griegos).

Hacia el sur, los vecinos africanos de los antiguos egipcios llegarían a abarcar, con el tiempo, a una serie de grupos étnicos diferentes en Nubia (primordialmente, el Grupo A, el Grupo C, la civilización Kerma, la cultura Pan-Grave, el reino de Kush, la cultura Ballana, y los Blemmyes), y en Etiopía (las culturas pre-axumitas y la civilización de Axum), mientras que hacia el nordeste, más allá de la Península del Sinaí, nos encontramos con muchas ciudades y aldeas esparcidas por colinas y planicie costera del Levante Oriental. Y, más hacia el norte y hacia el este, con un mosaico de reinos e imperios en Anatolia y Mesopotamia, en constante ebullición.

Hacia el este, en el Sahara, conectaron con algunos pueblos diferentes que ahora se agrupan bajo el apelativo general de “Libios”, de los que poca evidencia arqueológica ha sobrevivido, si bien se suele aceptar, en base a pruebas documentales, que se trataban de pueblos nómadas; o, al menos, dependientes para su subsistencia de ciertas formas de pastoreo, y que sólo cuando vinieron a formar parte de la sociedad egipcia a finales del Imperio Nuevo y el Tercer Período Intermedio, algunos aspectos de su cultura se dejarían entrever, como se verá más adelante en el Capítulo 12.

IDENTIDAD RACIAL Y ÉTNICA DE LOS EGIPCIOS

Hay un número de formas diferentes con las que se puede definir a los propios antiguos egipcios como grupo racial y étnico inequívoco, pero el tema de sus raíces y de su propio sentido de identidad han dado lugar a intensos debates. Lingüísticamente, pertenecen a la familia afro-asiática (hamito-semítica), aunque esto es, simplemente, otra forma de decir que, como su situación geográfica implica, su lengua tiene algunas similitudes con lenguas contemporáneas, tanto en algunos lugares de África como en el Oriente Próximo.

Estudios antropológicos sugieren que la población predinástica incluía una mezcla de tipos raciales (negroides, mediterráneos, y europeos). Pero está el tema de las evidencias procedentes de restos de esqueletos de principios del período faraónico que ha acabado siendo cada vez más controvertido a lo largo de los años. Mientras que la evidencia antropológica de la época fue en su día interpretada, por Bryan Emery y otros, como la conquista rápida de Egipto por pueblos del este cuyos restos eran radicalmente distintos de los egipcios autóctonos, algunos eruditos argumentan ahora que el período del cambio demográfico pudo haber sido mucho más lento; y con toda probabilidad, acarrearía la infiltración gradual de un tipo físicamente diferente procedente de Siria-Palestina a través del Delta Oriental.

La iconografía de las representaciones egipcias de extranjeros sugiere que durante la mayor parte de su historia, los egipcios se veían a sí mismos a mitad de camino entre los africanos negros y los Asiáticos de piel más pálida. No obstante, también está claro que ni los orígenes nubios ni los sirio-palestinos se consideraban como factores negativos en términos de estatus o perspectivas profesionales del individuo; y, no podía ser de otro modo, en un clima cosmopolita como el del Imperio Nuevo en el que los cultos religiosos de los Asiáticos, y los avances tecnológicos, se aceptaban de forma generalizada. Es así que las incontestables facciones negroides del alto cargo Maiherpri no habrían sido obstáculo para alcanzar el especial privilegio de un enterramiento en el Valle de los reyes en tiempos de Tutmosis III (1.479-1.425 A.C.). De igual forma, un individuo llamado Aper-el, cuyo nombre deja ver sus obvias raíces de Oriente Próximo, alcanzó el rango de visir (el cargo civil más alto por debajo del propio faraón) hacia finales de la Dinastía XVIII.

ICONOGRAFÍA DE LA GUERRA Y DE LA CONQUISTA: EVIDENCIA DOCUMENTAL Y VISUAL

El término “Nueve Arcos de Flecha” se utilizó con frecuencia para referirse a los enemigos de Egipto, cuya identidad específica variaba de un tiempo a otro, si bien solía incluir a los Asiáticos y a los nubios. En general, se simbolizaban mediante representaciones de filas de arcos de flecha, o de cautivos maniatados, cuyo número podía variar, y el motivo solía ir decorado con objetos personales reales, tales como sandalias, escabeles, y estrados de forma que el faraón podía, simbólicamente, humillar a sus enemigos. La imagen de nueve prisioneros atados vencidos por un chacal, en el sello de la necrópolis del Valle de los Reyes, es evidente que tenía por objeto proteger la tumba de los estragos de extranjeros, u otras fuentes del Mal.

Las representaciones de prisioneros extranjeros atados son frecuentes en el arte egipcio. Algunos objetos famosos de los períodos Predinástico Tardío (o Protodinástico) y Temprano Dinástico, tales como la Paleta Narmer, muestran escenas en las que el faraón desprecia o humilla a extranjeros inmovilizados. La escena de un faraón golpeando a un enemigo, no sólo es uno de los aspectos más constantes del arte faraónico que aparece en los pilonos de templos, incluso hasta el Período Romano, sino también uno de los iconos reconocibles de la realeza más antiguos, siendo el caso más conocido el de un dibujo-boceto pintado en los muros de la Tumba 100 del Protodinástico en la Hieracómpolis de finales del cuarto milenio, A.C.

Las excavaciones de los complejos piramidales de Raneferef, Nyeuserra, Djedkara, Unas, Teti, Pepy I, y Pepy II, de las dinastías 5ª y 6ª, en Saqqara y Abusir, han sacado a la luz un gran número de estatuas de cautivos extranjeros que puede que hubiesen sido alineadas a lo largo de la calzada elevada que unía el templo del valle con el templo de la pirámide. En fecha ligeramente posterior, las representaciones de prisioneros maniatados se utilizarían en rituales malditos, como es el caso de cinco figuras de alabastro de principios de la Dinastía XII – actualmente en el Museo de El Cairo – con inscripciones de textos de maldición y condena en hierático, en los que aparecen listas de nombres de príncipes nubios acompañados de insultos e improperios.

Durante todo el período faraónico y el greco-romano, la representación del cautivo atado se convirtió en motivo asiduo y popular en la decoración de templos y palacios. La adición de prisioneros maniatados en los elementos decoración, y en los muebles de los palacios reales, servía para reforzar la eliminación total por parte del faraón de extranjeros que, probablemente, también se consideraban símbolos de elementos de “falta de dominio” que los dioses requerían que el faraón tuviese bajo control. Hay, pues, un número de representaciones en templos greco-romanos que muestran filas de dioses apresando pájaros, animales salvajes, y extranjeros con clap-nets, jaulas de redes que pueden cerrarse de forma instantánea tirando de una cuerda.

El pájaro rekhyt (un tipo de avefría o chorlito con inconfundible cabeza crestada), se solía utilizar como símbolo de cautivos extranjeros, o pueblos súbditos, probablemente porque con las alas recogidas hacia atrás se asemejaba, vagamente, al jeroglífico de un prisionero maniatado. La primera representación de este pájaro que se conoce aparece en el registro superior del relieve decorativo de la cabeza de maza, del Protodinástico, del faraón “Escorpión” (c. 3.100 A.C.), consistente en una fila de avefrías colgando de sus cuellos, con cuerdas atadas a estandartes representativos de antiguas provincias del Bajo Egipto. En este contexto, el rekhyt parece estar representando a los pueblos conquistados del norte de Egipto durante el período crucial en el que el país se transformaría en un único estado unificado.

En la Dinastía III (2.686-2.613 A.C.), no obstante, otra fila de avefrías se representaba, en versión maniatada tradicional, junto a los “Nueve Arcos de Flecha”, aplastada bajo los pies de una estatua de piedra de Djoser de su Pirámide Escalonada, en Saqqara. A partir de ese momento, siempre hubo una continua ambigüedad sobre el significado simbólico de los pájaros – al menos para los ojos modernos – ya que podían, en contextos diferentes, tomarse como que se referían, bien a los enemigos de Egipto, o a los súbditos leales del faraón.

¿DÓNDE COMENZABA EL MUNDO EXTERIOR?

Las fronteras físicas tradicionales de Egipto – los Desiertos Occidental y Oriental, el Sinaí, la costa mediterránea y las cataratas de El Nilo al sur de Asuán – fueron suficientes durante miles de años para proteger la independencia de Egipto. Pero, quizás, el hecho más curioso de la geografía del Antiguo Egipto, especialmente en cuanto a actitudes con respecto a África y Asia, sea el lento e inconsistente concepto que tenían los egipcios de dónde comenzaba el mundo exterior. ¿Hasta qué punto, por ejemplo, aquellas zonas fuera del Valle del Nilo, pero dentro de las fronteras del Egipto moderno, y en particular el Desierto Oriental y la península del Sinaí, eran consideradas como territorio “no egipcio”?

Los egipcios utilizaban dos palabras para referirse a la frontera: djer (límite eterno y universal), y tash (una frontera geográfica real, fijada por el pueblo, o por deidades). La segunda era, pues, esencialmente movible, ya que a todos los faraones se les había confiado la responsabilidad de “extender las fronteras” de Egipto dado que sus nombres reales y su titulatura implicaban una zona de dominación política potencialmente infinita. La extensión más lejana de las verdaderas fronteras se establecerían, ciertamente, durante el reinado del faraón Tutmosis III, de la Dinastía XVIII, cuando erigió una estela triunfal en el Río Éufrates, en Asia, y otra en Kurgus, en Nubia, entre las cataratas 4ª y 5ª.

En el Temprano Período Dinástico, y en el Imperio Antiguo, la frontera con la Baja Nubia tradicionalmente se situaba en Asuán, cuyo nombre moderno se deriva de la antigua palabra egipcia swenet (comercio), indicando así, claramente, las oportunidades comerciales que su situación ofrecía. La primera catarata, a poca distancia, más al sur, representaba un serio obstáculo para la navegación en El Nilo, así que la mercancía tenía que ser transportada por la orilla; esta ruta terrestre al este de El Nilo estaba protegida por un enorme muro de adobe de casi 7’5 km de largo, construcción que probablemente se remontaba, en su mayoría, a la Dinastía XII.

Para entonces, no obstante, la frontera con Nubia se situaba ya mucho más al sur, en la propia garganta de Semna, la parte más estrecha del Valle del Nilo. Y fue aquí, en esta estratégica situación, que los faraones de la Dinastía XII construirían un grupo de cuatro fortalezas de adobe: Semna, Kumma, Semna Sur, y Uronarti. Algunas de las “estelas fronterizas” levantadas por Senusret III en las fortalezas de Semna y Uronarti dan cuenta de forma muy clara del total control egipcio sobre la región, e incluye de una normativa sobre la abilidad de los nubios para el comercio a lo largo del Valle del Nilo.

Desde, al menos, principios de la Dinastía XII, la frontera con Palestina en el Delta oriental estaba defendida por una fila de fortalezas conocidas como “El Muro del Soberano” (inebu heka) y, casi al mismo tiempo, parece que se habría levantado otra en Wadi Natrum con el fin de proteger el Delta occidental de los “Libios”. Esta política se mantendría durante todo el Imperio Medio, y se construirían nuevas fortalezas en el Imperio Nuevo, incluyendo los emplazamientos orientales de Tell Abu Safa, Tell el-Farama, Tell el-Heir, y Tell el-Maskhuta, y los occidentales de Tell el-Alamein y Zawiyet Umm el-Rakham.

EVIDENCIA FÍSICA DE LOS PRIMEROS CONTACTOS CON ASIA Y NUBIA

La evidencia de lazos comerciales y diplomáticos entre el emergente estado de Egipto y sus varias culturas y estados vecinos sobrevive en forma de materia prima exótica y productos, así como de los recipientes en los que se transportaban. Aunque Egipto fue siempre claramente autosuficiente en una amplia diversidad de rocas, plantas y animales, había, por otra parte, muchos materiales altamente apreciados que no se podían obtener dentro del propio Valle del Nilo.

La turquesa sólo se podía obtener en el Sinaí; la plata, probablemente de Anatolia o del Mediterráneo Norte vía el Levante; el cobre de Nubia, el Sinaí y el Desierto Oriental; y el oro también del Desierto Oriental y de Nubia, mientras que la madera fina como el cedro, el enebro y el ébano, así como productos como el incienso y la mirra, tenían que importarse del Asia oriental y el África tropical.

Uno de los materiales más buscados y de mayor demanda era el lapislázuli, una piedra azul intenso, veteada de pirita reluciente y calcita, conocida entre los egipcios con el nombre de khesbed. Se utilizaba en joyería, amuletos y figurillas desde, al menos, el Período Naqada II (c.3.500-3.200 A.C.), pero su antigua fuente parece haber estado localizada en Badakhshan, al nordeste de Afganistán – a unos 4.000 km de Egipto – donde hasta el día de hoy se han identificado Sar-i-Sang, Chilmak, Shaga-Darra-j-Robat-i-Paskaran, y Stromby. Badakhshan se encuentra en el centro de una amplia red comercial a través de la que se exportaba el lapislázuli, cubriendo enormes distancias, a las primitivas civilizaciones del Asia occidental y nordeste de África, habiendo pasado en route, sin duda alguna, por las manos de innumerables intermediarios.

Algunos de los datos arqueológicos más importantes sobre los primeros lazos egipcios con el mundo exterior proceden de recipientes de cerámica en los que se transportaban muchos productos - tales como alimento, bebidas o cosméticos – a y desde el Valle del Nilo. La colección de unos 400 recipientes de estilo palestino que llenaba una cámara de la Tumba U-j, en el cementerio U de Naqada III, en Abidos, como se vio ya en el Capítulo 4º, muestra que el propietario de esta tumba de élite en c.3.200 A.C., - quizás un antiguo gobernante – podía ejercer una influencia considerable a fin de obtener tales objetos de su ajuar, con toda probabilidad, jarras de vino.

Muchos de estos recipientes han sido identificados con cerámica procedente de yacimientos contemporáneos en Palestina; así que, parece que habrían sido tipos especialmente manufacturados para la exportación. La misma tumba también contenía recipientes egipcios de estilo palestino de azas onduladas. Otra tumba, la U-127, ofrecía fragmentos de azas de marfil talladas con imágenes que aparentemente representaban filas de cautivos Asiáticos y mujeres acarreando recipientes de cerámica.

La cerámica encontrada en emplazamientos urbanos tempranos en el sur de Palestina, sugiere que una red comercial egipcia habría estado floreciendo en esta región ya en la primera fase de la Temprana Edad de Bronce. Se ha sugerido que la expansión de la cultura Naqada en la región del Delta en el Protodinástico pudo bien haber sido el resultado de los deseos de los gobernantes del Alto Egipto de conseguir un contacto comercial directo con Palestina, más que la obtención de mercancías a través de mediadores de Maadi y otros lugares del Bajo Egipto.

Para, al menos, el comienzo de la Dinastía I, el recientemente unificado estado egipcio se habría extendido ya más allá del Delta hasta el sur de Palestina, con una próspera ruta que atravesaba varios centenares de centros de acampada y estaciones de peaje por todo el extremo norte de la península del Sinaí (ver Capítulo 4º).Algunas de las tumbas reales de principios del Período Dinástico de Abidos, contenían fragmentos de recipientes palestinos que indicaban que los gobernantes de Egipto incluían productos Asiáticos importados en su equipo funerario.

Y más o menos a la vez que los egipcios establecían por vez primera lazos comerciales con los habitantes de la Palestina de la Temprana Edad de Bronce, a la vez establecían contacto con la población de la Baja Nubia; en principio, con el fin de conseguir acceso a los productos exóticos del África tropical, así como a los recursos minerales de la misma Nubia. Vestigios arqueológicos de estos pueblos, a los que George Reiner llamó el “Grupo A”, han sobrevivido al tiempo por toda la Baja Nubia, datados hacia 3.500 a 2.800 A.C. El ajuar funerario con frecuencia incluye recipientes de piedra, amuletos, y artefactos de cobre importados de Egipto que no sólo ayudan a datar estas tumbas, sino también demuestran que el Grupo A estaba envuelto en un comercio regular con los egipcios de los períodos Predinástico y Temprano Dinástico. Bruce Williams ha planteado la controvertida sugerencia de que los mandatarios del primitivo Grupo A serían responsables del nacimiento del estado egipcio, pero ha sido refutada por la mayoría de eruditos (Ver Capítulo 4º).

La riqueza y cantidad de elementos importados parece aumentar en posteriores sepulturas del Grupo A, lo que sugiere un crecimiento continuo de los contactos entra las dos culturas. Yacimientos tales como Khor Daoud – sin vestigios de asentamientos pero con centenares de silos que contienen recipientes de cerámica de la cultura Naqada que originalmente habrían contenido cerveza, vino, aceite, y quizás queso – eran evidentemente lugares de comercio donde se realizaban intercambios de mercancías entre los egipcios del Protodinástico, el Grupo A, y nómadas del Desierto Oriental.

A juzgar por algunas de las ricas tumbas de de los cementerios de Sayala y Qustul que contienen objetos de prestigio importadas de Egipto, la élite dentro del Grupo A podía beneficiarse de forma sustanciosa de su rol como intermediarios en la ruta comercial africana. Sin embargo, un tallado en roca procedente del yacimiento de la Baja Nubia de Gebel Sheikh Suleiman – actualmente en exposición en el Museo de Khartoum – parece registrar una campaña de la Dinastía I tan lejos como la 2ª Catarata, lo que sugeriría que los contactos con el Grupo A se habrían convertido en estas fechas en algo más que militaristas.

Un proceso de empobrecimiento severo parece que tuvo lugar en la Baja Nubia durante la Dinastía I, probablemente como resultado directo de los estragos de una primitiva explotación económica de la región. Se ha sugerido que pudo haber habido una reversión forzada al pastoreo – quizás debido a cambios ambientales - , o que la población local nubia pudo incluso haber abandonado temporalmente la región, quizás marchando hacia el sur y eventualmente regresando como Grupo C; en un momento considerado como totalmente separado del Grupo A, pero que ahora se le ve con un cierto número características culturales afines.

La población del Grupo C era sincrónica con el período de la historia egipcia que va desde mediados de la Dinastía VI a principios de la Dinastía XVIII (2.300 a 1.500 A.C.). Sus principales características arqueológicas incluían los recipientes de cerámica rematada en negro hechos a mano con incisiones decorativas rellenadas con pigmento blanco, así como artefactos importados de Egipto.

Su forma de vida parece haber estado dominada por el pastoreo de ganado mientras que su sistema social habría sido esencialmente tribal hasta que empezaron a integrarse en la sociedad egipcia. Al inicio de la Dinastía XII su territorio en la Baja Nubia sería ocupado por los egipcios, quizás, en parte para prevenir que se desarrollasen contactos con la más sofisticada cultura Kerma que había surgido en la Alta Nubia (Ver Capítulo 8º).

Vamos a hacer aquí un nuevo inciso tras la ilustrada exposición del Profesor Ian Shaw en la que se han tratado temas relacionados con los orígenes y primitivos contactos de Egipto con el mundo exterior, evidencia visual y documental, iconografía bélica, y acotaciones fronterizas, en lo que podría considerarse como una Primera Parte del tópico que nos ocupa y que encabeza esta Hoja Suelta.

A ella seguirá otra, sine die, como Segunda Parte, en la que se tratarán temas específicos afines al tópico, como El Reino de Punt, Imperialismo en los Imperios Medio y Nuevo, Byblos y, Los Pueblos del Mar, que nos dejará a las puertas del Tercer Período Intermedio - probablemente ensombrecido por la fastuosidad y los devaneos imperialistas del Imperio Nuevo - y con él, lo que algunos han dado en llamar la “fragmentación de las Dos Tierras”.

RAFAEL CANALES

En Benalmádena-Costa, a 13 de marzo de 2011

Bibliografía:

“The Oxford History of Ancient Egypt”, Ian Shaw, Oxford University Press, 2000.

lunes, 14 de febrero de 2011

El Período Amarna y el Tardío Imperio Nuevo (c.1.352-1.069 A.C.) 6/6.- Repercusiones históricas y sociales de los períodos Amarna y Ramésida.

Papiro de Abbot, escrito en hierático. Tebas, Dinastía XX, hacia 1.100 A.C. El saqueo de tumbas y la rivalidad política en el Antiguo Egipto. (Pinchar y Ampliar)

A scandal erupted in Thebes in about year sixteen of the reign of Ramesses IX (1.126-1.108 BC). Reports started to reach Paser, the mayor of the eastern part of Thebes, that robberies had been taking place in the necropolis of the west bank of the Nile, particularly in the royal tombs. On the basis of these reports, the mayor set up a commission to investigate the allegations. This papyrus records the results of this investigation and the subsequent events.
All the royal tombs except one were found to be intact; only the tomb of King Sobekemzaf II of the Seventeenth Dynasty (about 1.650-1.550 BC) had been violated. A papyrus has survived that relates the trial of the robbers together with an account of the robbery itself. It also states that the non-royal tombs had been robbed as well.
Paser is shown in a bad light in the investigations. The papyrus seems to have been written from the perspective of Paser's rival, Paweraa, the mayor of the west bank of Thebes. Paweraa appears to have used this case to try and get the better of Paser. There was even a suspicion that Paweraa might have been involved in the tomb robbery in some way, and was keen to shift attention elsewhere.
The papyrus was purchased from a Dr Abbott in Cairo in 1857, hence its name.
(Base de Datos del Museo Británico)

LOS ÚLTIMOS REINADOS DE LA DINASTÍA XX

A Ramsés IV le sucedió su hijo que al ascender lo haría como Ramsés V (1.147-1.143 A.C.) De su reinado, el acontecimiento más conocido es un escándalo de crimen y corrupción entre el sacerdocio de Elefantina que ya provenía del reinado de su padre, si bien prosiguió con sus actividades en Timna y el Sinaí. Pasados cuatro años, Ramsés V falleció en edad temprana a consecuencia de la viruela.

El siguiente faraón, Ramsés VI (1.143-1.136 A.C.) fue un hermano menor de Ramsés III que usurparía la tumba real y el templo mortuorio que comenzó su sobrino cuyo enterramiento se tuvo que retrasar hasta que se encontró una tumba alternativa en el año 2 de Ramsés VI. Lo que ha llevado a la conclusión de ciertos investigadores de que la ascensión al Trono vino acompañada de malestar civil, especialmente por algunas anotaciones en un noticiario de la necrópolis que afirman que los trabajadores de Deir el-Medina, cuyo número pronto volvería a reducirse de nuevo a 60, permanecieron en casa “por miedo al enemigo”. No obstante, esto no parece probable, si bien el mero hecho de que la mayoría de los funcionarios permaneciesen en sus puestos de un reinado a otro, no representa prueba suficiente de lo contrario, ya que igual había ocurrido al final de las Dinastías XVIII y XIX cuando sí habían existido problemas reales. El “enemigo” que se menciona en el noticiario es más que probable que se refiriese a una bandas de libios que se habrían convertido en un verdadero incordio en la zona. Ramsés VI reinó durante siete años; él es el último faraón de cuyo nombre se da fe en el Sinaí.

Durante el reinado de 7 años de Ramsés VII (1.136-1.129 A.C.), los precios del grano escalaron los niveles más altos, que luego gradualmente volverían de nuevo a descender. Su sucesor, Ramsés VIII era probablemente otro hijo de Ramsés III, lo que explicaría la brevedad de su reinado.

El origen exacto de la familia de los tres últimos faraones es desconocido. Los alrededor de 18 años de reinado de Ramsés IX (1.126-1.1108 A.C.) se distinguen por la creciente inestabilidad. En los años de reinado 8 al 15 se habla regularmente de nómadas libios perturbando la paz en Tebas, así como de nuevas huelgas. Así que no sorprende que este período fuese testigo de la primera oleada de robos de tumbas conocidos por una serie de papiros que registran los procesos contra los ladrones detenidos. Sin embargo, las tumbas del Valle de los Reyes no estaban involucradas; de hecho, sólo un enterramiento real de la Dinastía XVII en Dra Abu el-Naga, y un cierto número de tumbas privadas, fueron saqueadas, junto a algunos robos en templos que fueron investigados.

Al principio del reinado, Ramesesnakht, el Gran Sacerdote de Amón ya mencionado, habría fallecido y le sucedería en su cargo primero su hijo Nesamun, y más adelante el hermano de éste Amenhotep. En dos relieves de Karnak, Amenhotep se habría representado a igual escala que Ramsés IX, clara indicación de la virtual igualdad que para entonces ya existía entre el faraón y el Gran Sacerdote de Amón. Una de estas escenas conmemora un evento en el año 10 cuando Ramsés recompensó a Amenhotep por sus servicios al faraón y al país con el tradicional “oro del honor”.

Los numerosos obsequios conferidos en la ocasión tienen que haber sido impresionantes, pero son las cantidades las que por otra parte ilustran el estado de la economía, o al menos la riqueza del faraón. Entre los regalos recibidos por Amenhotep había 2 hin de un costosísimo ungüento; unos 200 años atrás, durante el reinado de Horemheb, unos de los subordinados de Maya, un mero escriba del Tesoro, habría contribuido con 4 hin del mismo ungüento para el ajuar de funerario de su señor.

Casi nada se sabe del reinado de Ramsés X que parece que habría durado nueve años. Ramsés XI (1.099-1.069 A.C.), sin embargo, gobernó durante treinta años, aunque, ciertamente, durante los diez últimos la extensión geográfica de su poder estaba virtualmente reducida al Bajo Egipto; es decir, el Delta. Durante su reinado, la crisis que había atenazado el área tebana en las últimas décadas, profundizó aún más: el endémico y persistente problema con las bandas libias que impedía que los trabajadores de la orilla oeste se incorporasen al trabajo; la hambruna el (“año de las hienas”); el incremento de robos de tumbas y desvalijo de templos; e incluso la guerra civil.

En cualquier momento en o alrededor del año 12, Panehsy, el virrey de Nubia, aparece en Tebas con tropas nubias para restaurar la ley y el orden, probablemente a petición del propio Ramsés XI. Con objeto de alimentar a su tropa que ya padecía un malestar económico, se le otorgó, o quizás usurpó, el cargo de “supervisor de graneros”. Esto debió de ocasionarle un conflicto con Amenhotep, el Gran Sacerdote de Amón, cuyo templo poseía el grueso de las tierras y de su producto. El conflicto pronto se extendió, y durante un período de unos ocho o nueve meses – en algún momento entre los años 17 y 19 – Panehsy y sus tropas acorralaron al Gran Sacerdote en Medinet Habu.

Amenhotep pidió entonces ayuda a Ramsés XI, lo que desembocaría en una guerra civil. Panehsy machó hacia el norte, llegando hasta al menos Hardai, en el Egipto Medio, que saqueó, pero es probable que incluso aún más al norte, hasta que eventualmente las fuerzas del faraón, casi con certeza lideradas por el general Piankh, le obligarían a replegarse hasta Nubia, donde los problemas existían desde años y donde eventualmente sería enterrado.

En Tebas, el General Piankh tomó los títulos de Panehesy además de nombrarse así mismo visir, y a la muerte de Amenhotep, que pudo o no haber sobrevivido al asalto de Panehesy, se convirtió también en Gran Sacerdote de Amón, uniendo así los tres cargos más altos del país en una misma persona. Con el golpe militar de Piankh comienza el período de wehem mesut, el “renacimiento”, término que ya habría sido usado por faraones a principios de las dinastías XII y XIX para indicar que el país había “renacido” después de un período de caos. En la zona de Tebas, se fechaban ahora en años del “renacimiento” más que en años de reinado del faraón. Así que los años 1 al 10 del “renacimiento” eran los 19 al 28 de Ramsés XI. A la muerte de Piankh, su yerno Herihor asumiría todas sus funciones, y una vez muerto Ramsés XI, incluso se adjudicó títulos reales. En el norte del país, Smendes (1.069-1.043 A.C. subió al Trono, y con estas dos figuras, se inicia la Dinastía XXI.

Después de Ramsés III los egipcios finalmente perdieron sus provincias en Palestina y Siria que después de la invasión de los Pueblos del Mar y la desaparición del imperio hitita se habrían fraccionado y convertido en pequeños estados. Los problemas en el norte se habrían agravado con el cubrimiento gradual de arena del puerto de Piramesse como resultado del lento pero inexorable desplazamiento lateral del ramal pelusíaco de El Nilo. Los soberanos de la Dinastía XX carecían del poder y de los recursos para organizar grandes expediciones a las minas de oro de Nubia. Hacia finales de la dinastía, la Tesorería del templo de Amón envió algunas pequeñas expediciones al Desierto Occidental en busca de oro y minerales, pero las cantidades con las que regresaron eran muy pequeñas.

Durante los años del “renacimiento”, Piankh y sus sucesores ayudados por descendientes de los trabajadores de Deir el-Medina que no vivían en Medinet Habu, empezaron a servirse de otra fuente diferente de oro y piedras preciosas: las misma tumbas del Valle de los Reyes que sus propios padres y abuelos esculpido y decorado, así como otras muchas, reales y privadas, de la necrópolis tebana.

Durante todo el siguiente siglo, e incluso después, las tumbas serían sistemáticamente despojadas de su oro y de todos los objetos de valor; eventualmente, serían vaciadas por completo, e incluso las momias de los grandes faraones del Imperio Nuevo serían desprovistas de sus envoltorios y vendas, despojadas de sus valiosos amuletos y adornos, y enterradas de nuevo en anónimas tumbas comunes en los altos acantilados de Tebas. Por alguna curiosa ironía de la vida, sólo dos de estas momias se burlarían de su destino: la de Tutankamón, en la KV62, y la de su padre, Akenatón, el “enemigo de Aketatón”, en la KV55.

LAS REPERCUSIONES HISTÓRICAS Y SOCIALES DE LOS PERÍODOS AMARNA Y RAMÉSIDA

No cabe la menor duda de que los grandes faraones del Período Ramésida fueron gobernantes inmensamente poderosos. Hasta Ramsés XI podía obviamente movilizar un ejército lo suficientemente fuerte como para repeler las tropas enemigas hasta la misma Nubia. Y, aún así, es innegable que el prestigio real se había erosionado lentamente en el curso de las dinastías XIX y XX.

Como se ha podido ver, los cambios económicos y políticos que llevaron al colapso del gobierno central, y la concentración de poder cada vez mayor en manos de los grandes sacerdotes de Amón, contribuyeron en gran medida a tal desgaste. Por otra parte, estas alteraciones pueden, a su vez, considerarse el resultado, o al menos síntomas, de un cambio mucho más profundo. Y la raíz de este cambio, de nuevo, se encuentra en el Período Amarna.

Akenatón habría intentado rehacer la sociedad, y fracasó; a pesar de que inicialmente contase con el apoyo del ejército. Lo que es aún peor, sin embargo, es que a los ojos de todos, con la excepción de un puñado de adeptos de la élite de Amarna, había destrozado a la sociedad. Ya se ha visto que las costumbres funerarias de los enterramientos después del Período Amarna reflejan una actitud totalmente diferente hacia el faraón, como reacción en contra de la forma en que Akenatón habría intentado monopolizar las creencias funerarias de sus súbditos. Por otra parte, este monopolio no se limitaba sólo a la vida en el Más Allá, sino que afectaba profundamente la vida terrenal. Tradicionalmente, el acceso a la imagen del dios en el templo estaba restringido al faraón y al sacerdocio profesional en representación suya; para la gran mayoría de la población, la única forma de entrar en contacto con los dioses de sus localidades de residencia, sin la intervención del Estado o del culto oficial del templo, era durante las procesiones que se celebraban de forma regular, donde las imágenes de los dioses se paseaban de un templo a otro con motivo de una fiesta religiosa.

Estos festivales, que eran muy frecuentes, se convertían en días festivos, y jugaban un papel muy importante en la vida religiosa y social de la gente. La mayoría de los egipcios tenía un apego emocional a su ciudad natal y a su dios, el “dios de la ciudad”, al que eran leales de por vida. Su dios local era también el de la necrópolis local, el “Dios de los Enterramientos” que garantizaba a sus siervos un “buen enterramiento en su vejez”.

Akenatón no sólo prohibió todos los dioses, excepto Atón, y abolió los rituales diarios de los templos, sino que con ello también puso fin a los festivales y a sus procesiones, y al hacerlo, socavaba la identidad social de sus súbditos. En su lugar, él reclamaba toda la devoción y fidelidad para sí mismo, y la prosperidad del país y la felicidad de su pueblo dependían sólo de él. Él era el “dios de la ciudad”, no sólo de Aketatón, sino de toda la nación, y su paseo diario conduciendo su carro de combate a lo largo de la “carretera real” de Amarna, reemplazaba a las procesiones.

La historia de la Dinastía XVIII antes del Período Amarna había sido testigo de una clara tendencia hacia una relación más personal e íntima entre las diversas deidades y sus devotos. Esta tendencia fue interrumpida de forma brusca cuando Akenatón proclamó a Atón como un dios que sólo podía ser adorado por su hijo, el faraón, mientras que toda la devoción personal tenía que ser desviada ahora hacia el propio faraón. Esta total usurpación de la devoción personal acabaría comprometiendo seriamente la credibilidad del dogma de la realeza divina.

En el período siguiente a Amarna, el equilibrio entre dios y faraón sufrió un cambio drástico. El faraón perdería para siempre la posición central que había gozado en la vida de sus súbditos; en su lugar, el dios adquiría ahora muchos aspectos tradicionales de la realeza. En la teocracia representativa tradicional, los dioses personificaban el orden cósmico que ellos habían creado al principio de los tiempos, mientras que el faraón, como su intermediario, representaba a los dioses en la Tierra, mantenía el orden cósmico por medio de los rituales del templo, y hacía que se cumpliese la voluntad de aquellos mediante su gobierno; sólo en raras ocasiones los dioses se mostraban directamente; y cuando lo hacían, lo hacían al faraón.

Después del Período Amarna, el problema de la unidad y pluralidad de los dioses, que Akenatón había intentado resolver negando la existencia de todos los dioses excepto uno, se resolvió de forma diferente: Amón-Ra pasó a ser el dios universal, el dios trascendente, que existía allá lejos, independiente de su creación; los otros dioses y diosas eran aspectos de Él; eran sus manifestaciones inmanentes; es decir, eran inherentes e inseparables a la esencia de Aquel, aunque racionalmente pudiesen distinguirse de Él. La situación se expresa de forma elegante en una colección de himnos a Amón que se conserva en un papiro hoy en Leiden, en los que Amón “empezó a manifestarse él mismo cuando nada existía, y sin embargo el mundo en un principio no estaba vacío de Él.

El dios universal era ahora el verdadero soberano, y, aunque los títulos tradicionales del faraón – que venían entroncados en la mitología y expresaban su divinidad – no cambiaron, de hecho se hizo más humano de lo que jamás lo había sido antes en la historia de Egipto. El hecho de que Ay, Horemheb, Ramsés I, e incluso Sety I, hubiesen sido todos plebeyos antes de subir al Trono, puede que tuviese algo que ver con la rapidez con se llevaron a cabo los cambios. La teocracia representativa se había convertido en teocracia directa: el faraón no era ya el representante divino del dios en la tierra que hacía que la voluntad de éste se cumpliese; más bien el dios revelaba su deseo a cada ser humano e intervenía directamente en los quehaceres de la vida cotidiana, y en el curso de la historia.

El nuevo dios superior se había convertido a su vez en un dios privado, cuya voluntad decidía el destino del país y del individuo. Los textos lo expresan tendiendo un puente entre los conceptos opuestos de “estar muy lejos” y, no obstante, ”estar cerca”: “Se le ve muy lejos, y se le oye cerca”. Amón-Ra observaba a sus fieles devotos desde muy alto, pero a la vez estaba cerca de ellos ya que podía oír sus oraciones, y él mismo se les manifestaba en sus vidas mediante la manifestación de su voluntad; mediante su intervención divina.

Esta nueva forma de experiencia religiosa, generalmente conocida como “devoción privada”, era totalmente característica del Período Ramésida - si bien en sus comienzos reprimida por Akenatón - y se remontaba a mediados de la Dinastía XVIII. Los salmos penitenciales que aparecen inscritos por miembros alfabetizados del pueblo ordinario, en estelas votivas y ostracas, eran una forma de expresar esta devoción íntima. Cuando una persona había cometido una falta, la intervención divina podía significar un justo castigo divino; en particular, si el pecado no había sido detectado ni castigado por un tribunal de justicia humano.

Los himnos penitenciales atribuían la enfermedad – con frecuencia la ceguera aunque esta palabra probablemente se utilizaba en un sentido metafórico – a un sentimiento de culpa por ocultar un pecado que, una vez revelado en el texto de una estela votiva, dejaría de estar oculto, por lo que el dios “volvería” a su devoto y le haría “ver” de nuevo. No eran sólo los hombres quienes podían pecar, sino incluso el país, en su conjunto. En un texto de este tipo inscrito en la pared de una tumba tebana, la TT139, de finales del Período Amarna, se suplica a Amón que regrese, y en la Estela de la Restauración de Tutankamón también se menciona que los dioses habrían abandonado a Egipto.

Otro tipo de estela votiva demuestra que también se pensaba que Dios podía intervenir de forma positiva en la vida de sus fieles; por ejemplo, protegiéndole del ataque de un cocodrilo, o haciendo que sobreviviese a la picadura de un escorpión o a la mordedura de una serpiente. Muchos dioses recibían estelas especialmente hechas u otros objetos en acción de gracia por salvar a sus devotos; hay un dios especial, Shed, cuyo nombre significa “salvador” y que, probablemente no por capricho del destino, aparece por vez primera en Amarna, posiblemente a pesar de la represión oficial. Algunos fueron aún más lejos y pusieron sus vidas en las manos de sus dioses o diosas privados, hasta el punto de ceder a sus templos la totalidad de sus posesiones.

Incluso el propio faraón podía apelar a su dios en tiempos de necesidad. Cuando todo estaba perdido, y Ramsés II estaba a punto de ser capturado, e incluso de matado, por sus enemigos hititas, invocó a su dios Amón, y la llegada de la fuerza de apoyo en un momento crucial fue interpretado como prueba de la intervención de su dios privado. Esto muestra claramente que el faraón ya no representaba a Dios en la tierra, sino que estaba subordinado a él; al igual que otro ser humano, estaba sujeto a la voluntad de Dios, a pesar de que en términos mitológicos tradicionales, aún se le veía como el divino faraón, y así seguiría enfatizándose en sus monumentos. Claramente, el distanciamiento entre el dogma teológico y la realidad cotidiana era cada día más evidente.

Una vez admitido que la voluntad divina era el factor gobernante de todo lo que pudiese acontecer, era esencial conocer su voluntad de antemano. Los oráculos, que sólo el propio faraón consultaba ya desde el Imperio Antiguo, y que incluso durante la Dinastía XVIII se habrían utilizado para solicitar la aprobación divina a la ascensión de un faraón al trono, o con motivo de una expedición comercial o militar mayor, empezarían a utilizarse de nuevo durante el Período Ramésida para consultar al dios toda clase de asuntos de la vida cotidiana de los seres humanos.

Los sacerdotes llevarían en procesión fuera del templo la barca sagrada transportable con la imagen del dios, ante la que se depositaba un trozo de papiro u ostraca con una petición determinada; el dios, entonces, daría su aprobación o su rechazo, haciendo que los sacerdotes moviesen ligeramente la barca hacia atrás o hacia adelante. Nombramientos, disputas sobre propiedades, acusaciones de infracciones o delitos, y más adelante, incluso cuestiones que requerían una tranquilizadora promesa de vida en el Más Allá, se supeditaban así a la voluntad divina.

Todas estas cuestiones minimizaban aún más el rol del faraón como representante del dios en la tierra; el faraón no era ya un dios, sino más bien era el propio dios el que se había convertido en faraón. Una vez aceptado Amón como el verdadero faraón, el poder político de los gobernantes terrenales quedaba sensiblemente diezmado, y transferible a los sacerdotes de Amón. Las momias de sus reales ancestros dejaron de considerarse viejas encarnaciones de los dioses en la tierra, por lo que, sin el menor escrúpulo, podían ser saqueadas y sus cuerpos desprovistos de sus vendas.

Y con esta última Hoja Suelta, cerramos - de la mano del Profesor Jacobus Van Dijk, de la Rijksuniversität, Groningen (Países Bajos) - el Capítulo 10º que, junto al anterior, el 9º, han cubierto la totalidad del Imperio Nuevo; la época de máximo esplendor de Egipto fuera y dentro del país.

Y haremos un alto en el camino; un inciso en la historia del Antiguo Egipto, en el que el Profesor Ian Shaw nos invitará a adentrarnos, de su diestra mano, en un nuevo capítulo, el 11º, que ha titulado “Egipto y el Resto del Mundo”.

Faraones de la Dinastía XVIII

Ahmose (Nebpehtyra)
Amenhotep I (Dejeserkara)
Thutmose I (Aakheperkara)
Thutmose II (Aakheperkara)
Thutmose III (Menkheperra)
Reina Hatshepsut (Maatkara)
Amenhotep II (Aakheperura)
Thutmose IV (Menheperura)
Amenhotep III (Nebmaatra)
Amenhotep IV/Akenatón
(Neferkheperurawaenra)
Neferneferuaten (Smenkhkara)
Tutankamón (Nebkheperura)
Ay (Kheperkheperura)
Horemheb (Djeserkheperura)

Período Ramésida:

Faraones de la Dinastía XIX

Ramsés I (Menpehtyra)
Sety I (Menmaatra)
Ramsés II (Usemaatra Setepenra)
Merenptah (Baenra)
Amenmessu (Menmira)
Sety II ( Userkheperura Setepenra)
Saptah (Akehnrasetepenra)
Reina Tausret (Sitrameritamun)

Faraones de la Dinastía XX

Sethnakht (Userkhaura Meryamun)
Ramsés III (Usermaatra Meryamun)
Ramsés IV (Heqamaatra Setepenamun)
Ramsés V (Usermaatra Sekheperenra)
Ramsés VI (Nebmaatra Meryamun)
Ramsés VII (Usermaatra Setepenra Meryamun)
Ramsés VIII (Usermaatra Akhenamun)
Ramsés IX (Neferkara Setepenra)
Ramsés X (Khepermaatra Setepenra)
Ramsés XI (Menmaatra Setepenptah)

RAFAEL CANALES

En Benalmádena-Costa, a 7 de marzo de 2011.

Bibliografía:

“Rameses. Egypt’s Greatest Pharaoh”. Joyce Tyldesley, Viking, 2000.
“Akhenaten: The Heretic King. Donald B. Redford, Princeton University Press, 1984.
“Akhenaten, King of Egypt”. Cyril Aldred, Thames and Hudson, 1988.
“Akhenaten: Egypt False Prophet". Nicholas Reeves, Thames and Hudson, 2001.
“Akhenaten and the Religion of Light”. Erik Hornung, Cornell University Press, 1999.
“Akhenaten. Dweller in Truth”. Naguib Mahfouz, Anchor Books, 2000.
“Pharaohs of the sun: Akhenaten”. R.E. Freed, Y.J. Markowitz and S.H. D'Auria (eds.), London, Thames & Hudson, 1999.
“The Enciclopedia of Ancient Art”, Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”, Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”, Ian Shaw. Oxford University Press, 2004.
“The Oxford History of Ancient Egypt”, Ian Shaw, Oxford University Press, 2002.
“Antico Egitto”, Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”, Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
“Eternal Egypt: Masterworks of Art”. E.R. Russmann, University of California Press, 2001.
“Ancient Egyptian Religion”. S. Quirke, London, The British Museum Press, 1992.
“British Museum Database”.