lunes, 14 de febrero de 2011

El Período Amarna y el Tardío Imperio Nuevo (c.1.352-1.069 A.C.) 6/6.- Repercusiones históricas y sociales de los períodos Amarna y Ramésida.

Papiro de Abbot, escrito en hierático. Tebas, Dinastía XX, hacia 1.100 A.C. El saqueo de tumbas y la rivalidad política en el Antiguo Egipto. (Pinchar y Ampliar)

A scandal erupted in Thebes in about year sixteen of the reign of Ramesses IX (1.126-1.108 BC). Reports started to reach Paser, the mayor of the eastern part of Thebes, that robberies had been taking place in the necropolis of the west bank of the Nile, particularly in the royal tombs. On the basis of these reports, the mayor set up a commission to investigate the allegations. This papyrus records the results of this investigation and the subsequent events.
All the royal tombs except one were found to be intact; only the tomb of King Sobekemzaf II of the Seventeenth Dynasty (about 1.650-1.550 BC) had been violated. A papyrus has survived that relates the trial of the robbers together with an account of the robbery itself. It also states that the non-royal tombs had been robbed as well.
Paser is shown in a bad light in the investigations. The papyrus seems to have been written from the perspective of Paser's rival, Paweraa, the mayor of the west bank of Thebes. Paweraa appears to have used this case to try and get the better of Paser. There was even a suspicion that Paweraa might have been involved in the tomb robbery in some way, and was keen to shift attention elsewhere.
The papyrus was purchased from a Dr Abbott in Cairo in 1857, hence its name.
(Base de Datos del Museo Británico)

LOS ÚLTIMOS REINADOS DE LA DINASTÍA XX

A Ramsés IV le sucedió su hijo que al ascender lo haría como Ramsés V (1.147-1.143 A.C.) De su reinado, el acontecimiento más conocido es un escándalo de crimen y corrupción entre el sacerdocio de Elefantina que ya provenía del reinado de su padre, si bien prosiguió con sus actividades en Timna y el Sinaí. Pasados cuatro años, Ramsés V falleció en edad temprana a consecuencia de la viruela.

El siguiente faraón, Ramsés VI (1.143-1.136 A.C.) fue un hermano menor de Ramsés III que usurparía la tumba real y el templo mortuorio que comenzó su sobrino cuyo enterramiento se tuvo que retrasar hasta que se encontró una tumba alternativa en el año 2 de Ramsés VI. Lo que ha llevado a la conclusión de ciertos investigadores de que la ascensión al Trono vino acompañada de malestar civil, especialmente por algunas anotaciones en un noticiario de la necrópolis que afirman que los trabajadores de Deir el-Medina, cuyo número pronto volvería a reducirse de nuevo a 60, permanecieron en casa “por miedo al enemigo”. No obstante, esto no parece probable, si bien el mero hecho de que la mayoría de los funcionarios permaneciesen en sus puestos de un reinado a otro, no representa prueba suficiente de lo contrario, ya que igual había ocurrido al final de las Dinastías XVIII y XIX cuando sí habían existido problemas reales. El “enemigo” que se menciona en el noticiario es más que probable que se refiriese a una bandas de libios que se habrían convertido en un verdadero incordio en la zona. Ramsés VI reinó durante siete años; él es el último faraón de cuyo nombre se da fe en el Sinaí.

Durante el reinado de 7 años de Ramsés VII (1.136-1.129 A.C.), los precios del grano escalaron los niveles más altos, que luego gradualmente volverían de nuevo a descender. Su sucesor, Ramsés VIII era probablemente otro hijo de Ramsés III, lo que explicaría la brevedad de su reinado.

El origen exacto de la familia de los tres últimos faraones es desconocido. Los alrededor de 18 años de reinado de Ramsés IX (1.126-1.1108 A.C.) se distinguen por la creciente inestabilidad. En los años de reinado 8 al 15 se habla regularmente de nómadas libios perturbando la paz en Tebas, así como de nuevas huelgas. Así que no sorprende que este período fuese testigo de la primera oleada de robos de tumbas conocidos por una serie de papiros que registran los procesos contra los ladrones detenidos. Sin embargo, las tumbas del Valle de los Reyes no estaban involucradas; de hecho, sólo un enterramiento real de la Dinastía XVII en Dra Abu el-Naga, y un cierto número de tumbas privadas, fueron saqueadas, junto a algunos robos en templos que fueron investigados.

Al principio del reinado, Ramesesnakht, el Gran Sacerdote de Amón ya mencionado, habría fallecido y le sucedería en su cargo primero su hijo Nesamun, y más adelante el hermano de éste Amenhotep. En dos relieves de Karnak, Amenhotep se habría representado a igual escala que Ramsés IX, clara indicación de la virtual igualdad que para entonces ya existía entre el faraón y el Gran Sacerdote de Amón. Una de estas escenas conmemora un evento en el año 10 cuando Ramsés recompensó a Amenhotep por sus servicios al faraón y al país con el tradicional “oro del honor”.

Los numerosos obsequios conferidos en la ocasión tienen que haber sido impresionantes, pero son las cantidades las que por otra parte ilustran el estado de la economía, o al menos la riqueza del faraón. Entre los regalos recibidos por Amenhotep había 2 hin de un costosísimo ungüento; unos 200 años atrás, durante el reinado de Horemheb, unos de los subordinados de Maya, un mero escriba del Tesoro, habría contribuido con 4 hin del mismo ungüento para el ajuar de funerario de su señor.

Casi nada se sabe del reinado de Ramsés X que parece que habría durado nueve años. Ramsés XI (1.099-1.069 A.C.), sin embargo, gobernó durante treinta años, aunque, ciertamente, durante los diez últimos la extensión geográfica de su poder estaba virtualmente reducida al Bajo Egipto; es decir, el Delta. Durante su reinado, la crisis que había atenazado el área tebana en las últimas décadas, profundizó aún más: el endémico y persistente problema con las bandas libias que impedía que los trabajadores de la orilla oeste se incorporasen al trabajo; la hambruna el (“año de las hienas”); el incremento de robos de tumbas y desvalijo de templos; e incluso la guerra civil.

En cualquier momento en o alrededor del año 12, Panehsy, el virrey de Nubia, aparece en Tebas con tropas nubias para restaurar la ley y el orden, probablemente a petición del propio Ramsés XI. Con objeto de alimentar a su tropa que ya padecía un malestar económico, se le otorgó, o quizás usurpó, el cargo de “supervisor de graneros”. Esto debió de ocasionarle un conflicto con Amenhotep, el Gran Sacerdote de Amón, cuyo templo poseía el grueso de las tierras y de su producto. El conflicto pronto se extendió, y durante un período de unos ocho o nueve meses – en algún momento entre los años 17 y 19 – Panehsy y sus tropas acorralaron al Gran Sacerdote en Medinet Habu.

Amenhotep pidió entonces ayuda a Ramsés XI, lo que desembocaría en una guerra civil. Panehsy machó hacia el norte, llegando hasta al menos Hardai, en el Egipto Medio, que saqueó, pero es probable que incluso aún más al norte, hasta que eventualmente las fuerzas del faraón, casi con certeza lideradas por el general Piankh, le obligarían a replegarse hasta Nubia, donde los problemas existían desde años y donde eventualmente sería enterrado.

En Tebas, el General Piankh tomó los títulos de Panehesy además de nombrarse así mismo visir, y a la muerte de Amenhotep, que pudo o no haber sobrevivido al asalto de Panehesy, se convirtió también en Gran Sacerdote de Amón, uniendo así los tres cargos más altos del país en una misma persona. Con el golpe militar de Piankh comienza el período de wehem mesut, el “renacimiento”, término que ya habría sido usado por faraones a principios de las dinastías XII y XIX para indicar que el país había “renacido” después de un período de caos. En la zona de Tebas, se fechaban ahora en años del “renacimiento” más que en años de reinado del faraón. Así que los años 1 al 10 del “renacimiento” eran los 19 al 28 de Ramsés XI. A la muerte de Piankh, su yerno Herihor asumiría todas sus funciones, y una vez muerto Ramsés XI, incluso se adjudicó títulos reales. En el norte del país, Smendes (1.069-1.043 A.C. subió al Trono, y con estas dos figuras, se inicia la Dinastía XXI.

Después de Ramsés III los egipcios finalmente perdieron sus provincias en Palestina y Siria que después de la invasión de los Pueblos del Mar y la desaparición del imperio hitita se habrían fraccionado y convertido en pequeños estados. Los problemas en el norte se habrían agravado con el cubrimiento gradual de arena del puerto de Piramesse como resultado del lento pero inexorable desplazamiento lateral del ramal pelusíaco de El Nilo. Los soberanos de la Dinastía XX carecían del poder y de los recursos para organizar grandes expediciones a las minas de oro de Nubia. Hacia finales de la dinastía, la Tesorería del templo de Amón envió algunas pequeñas expediciones al Desierto Occidental en busca de oro y minerales, pero las cantidades con las que regresaron eran muy pequeñas.

Durante los años del “renacimiento”, Piankh y sus sucesores ayudados por descendientes de los trabajadores de Deir el-Medina que no vivían en Medinet Habu, empezaron a servirse de otra fuente diferente de oro y piedras preciosas: las misma tumbas del Valle de los Reyes que sus propios padres y abuelos esculpido y decorado, así como otras muchas, reales y privadas, de la necrópolis tebana.

Durante todo el siguiente siglo, e incluso después, las tumbas serían sistemáticamente despojadas de su oro y de todos los objetos de valor; eventualmente, serían vaciadas por completo, e incluso las momias de los grandes faraones del Imperio Nuevo serían desprovistas de sus envoltorios y vendas, despojadas de sus valiosos amuletos y adornos, y enterradas de nuevo en anónimas tumbas comunes en los altos acantilados de Tebas. Por alguna curiosa ironía de la vida, sólo dos de estas momias se burlarían de su destino: la de Tutankamón, en la KV62, y la de su padre, Akenatón, el “enemigo de Aketatón”, en la KV55.

LAS REPERCUSIONES HISTÓRICAS Y SOCIALES DE LOS PERÍODOS AMARNA Y RAMÉSIDA

No cabe la menor duda de que los grandes faraones del Período Ramésida fueron gobernantes inmensamente poderosos. Hasta Ramsés XI podía obviamente movilizar un ejército lo suficientemente fuerte como para repeler las tropas enemigas hasta la misma Nubia. Y, aún así, es innegable que el prestigio real se había erosionado lentamente en el curso de las dinastías XIX y XX.

Como se ha podido ver, los cambios económicos y políticos que llevaron al colapso del gobierno central, y la concentración de poder cada vez mayor en manos de los grandes sacerdotes de Amón, contribuyeron en gran medida a tal desgaste. Por otra parte, estas alteraciones pueden, a su vez, considerarse el resultado, o al menos síntomas, de un cambio mucho más profundo. Y la raíz de este cambio, de nuevo, se encuentra en el Período Amarna.

Akenatón habría intentado rehacer la sociedad, y fracasó; a pesar de que inicialmente contase con el apoyo del ejército. Lo que es aún peor, sin embargo, es que a los ojos de todos, con la excepción de un puñado de adeptos de la élite de Amarna, había destrozado a la sociedad. Ya se ha visto que las costumbres funerarias de los enterramientos después del Período Amarna reflejan una actitud totalmente diferente hacia el faraón, como reacción en contra de la forma en que Akenatón habría intentado monopolizar las creencias funerarias de sus súbditos. Por otra parte, este monopolio no se limitaba sólo a la vida en el Más Allá, sino que afectaba profundamente la vida terrenal. Tradicionalmente, el acceso a la imagen del dios en el templo estaba restringido al faraón y al sacerdocio profesional en representación suya; para la gran mayoría de la población, la única forma de entrar en contacto con los dioses de sus localidades de residencia, sin la intervención del Estado o del culto oficial del templo, era durante las procesiones que se celebraban de forma regular, donde las imágenes de los dioses se paseaban de un templo a otro con motivo de una fiesta religiosa.

Estos festivales, que eran muy frecuentes, se convertían en días festivos, y jugaban un papel muy importante en la vida religiosa y social de la gente. La mayoría de los egipcios tenía un apego emocional a su ciudad natal y a su dios, el “dios de la ciudad”, al que eran leales de por vida. Su dios local era también el de la necrópolis local, el “Dios de los Enterramientos” que garantizaba a sus siervos un “buen enterramiento en su vejez”.

Akenatón no sólo prohibió todos los dioses, excepto Atón, y abolió los rituales diarios de los templos, sino que con ello también puso fin a los festivales y a sus procesiones, y al hacerlo, socavaba la identidad social de sus súbditos. En su lugar, él reclamaba toda la devoción y fidelidad para sí mismo, y la prosperidad del país y la felicidad de su pueblo dependían sólo de él. Él era el “dios de la ciudad”, no sólo de Aketatón, sino de toda la nación, y su paseo diario conduciendo su carro de combate a lo largo de la “carretera real” de Amarna, reemplazaba a las procesiones.

La historia de la Dinastía XVIII antes del Período Amarna había sido testigo de una clara tendencia hacia una relación más personal e íntima entre las diversas deidades y sus devotos. Esta tendencia fue interrumpida de forma brusca cuando Akenatón proclamó a Atón como un dios que sólo podía ser adorado por su hijo, el faraón, mientras que toda la devoción personal tenía que ser desviada ahora hacia el propio faraón. Esta total usurpación de la devoción personal acabaría comprometiendo seriamente la credibilidad del dogma de la realeza divina.

En el período siguiente a Amarna, el equilibrio entre dios y faraón sufrió un cambio drástico. El faraón perdería para siempre la posición central que había gozado en la vida de sus súbditos; en su lugar, el dios adquiría ahora muchos aspectos tradicionales de la realeza. En la teocracia representativa tradicional, los dioses personificaban el orden cósmico que ellos habían creado al principio de los tiempos, mientras que el faraón, como su intermediario, representaba a los dioses en la Tierra, mantenía el orden cósmico por medio de los rituales del templo, y hacía que se cumpliese la voluntad de aquellos mediante su gobierno; sólo en raras ocasiones los dioses se mostraban directamente; y cuando lo hacían, lo hacían al faraón.

Después del Período Amarna, el problema de la unidad y pluralidad de los dioses, que Akenatón había intentado resolver negando la existencia de todos los dioses excepto uno, se resolvió de forma diferente: Amón-Ra pasó a ser el dios universal, el dios trascendente, que existía allá lejos, independiente de su creación; los otros dioses y diosas eran aspectos de Él; eran sus manifestaciones inmanentes; es decir, eran inherentes e inseparables a la esencia de Aquel, aunque racionalmente pudiesen distinguirse de Él. La situación se expresa de forma elegante en una colección de himnos a Amón que se conserva en un papiro hoy en Leiden, en los que Amón “empezó a manifestarse él mismo cuando nada existía, y sin embargo el mundo en un principio no estaba vacío de Él.

El dios universal era ahora el verdadero soberano, y, aunque los títulos tradicionales del faraón – que venían entroncados en la mitología y expresaban su divinidad – no cambiaron, de hecho se hizo más humano de lo que jamás lo había sido antes en la historia de Egipto. El hecho de que Ay, Horemheb, Ramsés I, e incluso Sety I, hubiesen sido todos plebeyos antes de subir al Trono, puede que tuviese algo que ver con la rapidez con se llevaron a cabo los cambios. La teocracia representativa se había convertido en teocracia directa: el faraón no era ya el representante divino del dios en la tierra que hacía que la voluntad de éste se cumpliese; más bien el dios revelaba su deseo a cada ser humano e intervenía directamente en los quehaceres de la vida cotidiana, y en el curso de la historia.

El nuevo dios superior se había convertido a su vez en un dios privado, cuya voluntad decidía el destino del país y del individuo. Los textos lo expresan tendiendo un puente entre los conceptos opuestos de “estar muy lejos” y, no obstante, ”estar cerca”: “Se le ve muy lejos, y se le oye cerca”. Amón-Ra observaba a sus fieles devotos desde muy alto, pero a la vez estaba cerca de ellos ya que podía oír sus oraciones, y él mismo se les manifestaba en sus vidas mediante la manifestación de su voluntad; mediante su intervención divina.

Esta nueva forma de experiencia religiosa, generalmente conocida como “devoción privada”, era totalmente característica del Período Ramésida - si bien en sus comienzos reprimida por Akenatón - y se remontaba a mediados de la Dinastía XVIII. Los salmos penitenciales que aparecen inscritos por miembros alfabetizados del pueblo ordinario, en estelas votivas y ostracas, eran una forma de expresar esta devoción íntima. Cuando una persona había cometido una falta, la intervención divina podía significar un justo castigo divino; en particular, si el pecado no había sido detectado ni castigado por un tribunal de justicia humano.

Los himnos penitenciales atribuían la enfermedad – con frecuencia la ceguera aunque esta palabra probablemente se utilizaba en un sentido metafórico – a un sentimiento de culpa por ocultar un pecado que, una vez revelado en el texto de una estela votiva, dejaría de estar oculto, por lo que el dios “volvería” a su devoto y le haría “ver” de nuevo. No eran sólo los hombres quienes podían pecar, sino incluso el país, en su conjunto. En un texto de este tipo inscrito en la pared de una tumba tebana, la TT139, de finales del Período Amarna, se suplica a Amón que regrese, y en la Estela de la Restauración de Tutankamón también se menciona que los dioses habrían abandonado a Egipto.

Otro tipo de estela votiva demuestra que también se pensaba que Dios podía intervenir de forma positiva en la vida de sus fieles; por ejemplo, protegiéndole del ataque de un cocodrilo, o haciendo que sobreviviese a la picadura de un escorpión o a la mordedura de una serpiente. Muchos dioses recibían estelas especialmente hechas u otros objetos en acción de gracia por salvar a sus devotos; hay un dios especial, Shed, cuyo nombre significa “salvador” y que, probablemente no por capricho del destino, aparece por vez primera en Amarna, posiblemente a pesar de la represión oficial. Algunos fueron aún más lejos y pusieron sus vidas en las manos de sus dioses o diosas privados, hasta el punto de ceder a sus templos la totalidad de sus posesiones.

Incluso el propio faraón podía apelar a su dios en tiempos de necesidad. Cuando todo estaba perdido, y Ramsés II estaba a punto de ser capturado, e incluso de matado, por sus enemigos hititas, invocó a su dios Amón, y la llegada de la fuerza de apoyo en un momento crucial fue interpretado como prueba de la intervención de su dios privado. Esto muestra claramente que el faraón ya no representaba a Dios en la tierra, sino que estaba subordinado a él; al igual que otro ser humano, estaba sujeto a la voluntad de Dios, a pesar de que en términos mitológicos tradicionales, aún se le veía como el divino faraón, y así seguiría enfatizándose en sus monumentos. Claramente, el distanciamiento entre el dogma teológico y la realidad cotidiana era cada día más evidente.

Una vez admitido que la voluntad divina era el factor gobernante de todo lo que pudiese acontecer, era esencial conocer su voluntad de antemano. Los oráculos, que sólo el propio faraón consultaba ya desde el Imperio Antiguo, y que incluso durante la Dinastía XVIII se habrían utilizado para solicitar la aprobación divina a la ascensión de un faraón al trono, o con motivo de una expedición comercial o militar mayor, empezarían a utilizarse de nuevo durante el Período Ramésida para consultar al dios toda clase de asuntos de la vida cotidiana de los seres humanos.

Los sacerdotes llevarían en procesión fuera del templo la barca sagrada transportable con la imagen del dios, ante la que se depositaba un trozo de papiro u ostraca con una petición determinada; el dios, entonces, daría su aprobación o su rechazo, haciendo que los sacerdotes moviesen ligeramente la barca hacia atrás o hacia adelante. Nombramientos, disputas sobre propiedades, acusaciones de infracciones o delitos, y más adelante, incluso cuestiones que requerían una tranquilizadora promesa de vida en el Más Allá, se supeditaban así a la voluntad divina.

Todas estas cuestiones minimizaban aún más el rol del faraón como representante del dios en la tierra; el faraón no era ya un dios, sino más bien era el propio dios el que se había convertido en faraón. Una vez aceptado Amón como el verdadero faraón, el poder político de los gobernantes terrenales quedaba sensiblemente diezmado, y transferible a los sacerdotes de Amón. Las momias de sus reales ancestros dejaron de considerarse viejas encarnaciones de los dioses en la tierra, por lo que, sin el menor escrúpulo, podían ser saqueadas y sus cuerpos desprovistos de sus vendas.

Y con esta última Hoja Suelta, cerramos - de la mano del Profesor Jacobus Van Dijk, de la Rijksuniversität, Groningen (Países Bajos) - el Capítulo 10º que, junto al anterior, el 9º, han cubierto la totalidad del Imperio Nuevo; la época de máximo esplendor de Egipto fuera y dentro del país.

Y haremos un alto en el camino; un inciso en la historia del Antiguo Egipto, en el que el Profesor Ian Shaw nos invitará a adentrarnos, de su diestra mano, en un nuevo capítulo, el 11º, que ha titulado “Egipto y el Resto del Mundo”.

Faraones de la Dinastía XVIII

Ahmose (Nebpehtyra)
Amenhotep I (Dejeserkara)
Thutmose I (Aakheperkara)
Thutmose II (Aakheperkara)
Thutmose III (Menkheperra)
Reina Hatshepsut (Maatkara)
Amenhotep II (Aakheperura)
Thutmose IV (Menheperura)
Amenhotep III (Nebmaatra)
Amenhotep IV/Akenatón
(Neferkheperurawaenra)
Neferneferuaten (Smenkhkara)
Tutankamón (Nebkheperura)
Ay (Kheperkheperura)
Horemheb (Djeserkheperura)

Período Ramésida:

Faraones de la Dinastía XIX

Ramsés I (Menpehtyra)
Sety I (Menmaatra)
Ramsés II (Usemaatra Setepenra)
Merenptah (Baenra)
Amenmessu (Menmira)
Sety II ( Userkheperura Setepenra)
Saptah (Akehnrasetepenra)
Reina Tausret (Sitrameritamun)

Faraones de la Dinastía XX

Sethnakht (Userkhaura Meryamun)
Ramsés III (Usermaatra Meryamun)
Ramsés IV (Heqamaatra Setepenamun)
Ramsés V (Usermaatra Sekheperenra)
Ramsés VI (Nebmaatra Meryamun)
Ramsés VII (Usermaatra Setepenra Meryamun)
Ramsés VIII (Usermaatra Akhenamun)
Ramsés IX (Neferkara Setepenra)
Ramsés X (Khepermaatra Setepenra)
Ramsés XI (Menmaatra Setepenptah)

RAFAEL CANALES

En Benalmádena-Costa, a 7 de marzo de 2011.

Bibliografía:

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“Akhenaten: Egypt False Prophet". Nicholas Reeves, Thames and Hudson, 2001.
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“Pharaohs of the sun: Akhenaten”. R.E. Freed, Y.J. Markowitz and S.H. D'Auria (eds.), London, Thames & Hudson, 1999.
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“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”, Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
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