miércoles, 23 de septiembre de 2009

El Renaissance Egipcio en el Imperio Medio (c.2055-1650 A.C.) 1/3 Dinastía XI


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"Cuchillo" mágico o apotropáico. Tebas, Finales del Imperio Medio, hacia 1750 A.C. Longitud: 37 cm. El término "cuchillo" es inapropiado, y por la forma, se le podría relacionar con la lanzadera de palo o el moderno boomerang. La lanzadera se utilizaba para cazar aves que, en bandadas, eran consideradas como símbolo del caos, de ahí su forma. Suelen estar hechos de marfil de hipopótamo, animal que les daría protección contra el mal. El parto y la infancia temprana eran consierados como amenazas, tanto para la madre como para el recién nacido, de ahí que se utilizase todo tipo de artilugio y amuleto para alejar el mal. El "cuchillo mágico" servía, pues, como protección para ambos. Las figuras que aparecen talladas forman un conjunto de imágenes protectoras, como el grotesco enano Aha de la época (o Bes, más adelante) y el hipopótamo preñado Aweret, ambos asociados con el nacimiento; además, leones, escarabajos, serpientes y otros demonios protectores.

PREÁMBULO

Al faraón tebano Nebhepetre Mentuhotep II (hacia 20055-2004 A.C.), responsable de la reunificación de Egipto, le sucedió el primer rey de la Dinastía XII, Amenemhat I, que fundó una nueva capital al sur de Menfis, llamada Itjtawy. También se anexionó Nubia, cuyo objeto primordial sería, en principio, tener el control de las reservas de oro de la zona.

La Dinastía XII estuvo, en su mayoría, compuesta por los gobernantes más poderosos que se irían sucediendo en el poder; el último, sin embargo, llamado Amenemhat o Senwosret, extendió y mantuvo el control egipcio en el sur y, en cierto modo, en el Cercano Oriente.

Los reyes y otros miembros de la familia real eran enterrados en tumbas rupestres cercanas a la nueva capital. Los gobernadores de provincia y otros funcionarios locales, también se enterraban en tumbas rupestres a nivel privado, pero dentro de los límites de sus propios distritos.

Las tumbas iban aprovisionadas de sus correspondientes ajuares funerarios, que incluían maquetas y muebles. Los ataúdes iban decorados con extractos de los Textos de los Sarcófagos y del Libro de los Dos Caminos que constituían la literatura de la época.

La literatura del Imperio Medio abarca todos los aspectos de la sociedad; desde documentos legales y cartas hasta Libros de Sabiduría y mitos. Estos escritos proporcionan un interesante panoráma interno de la sociedad, religión y asuntos políticos relevantes de la época.

La escultura real del Imperio Medio nos presenta al faraón como figura fuerte; normalmente con orejas prominentes. Desde el reinado de Senwosret III (1874-1855 A.C.) en adelante, los faraones del Imperio Medio se representan con gesto preocupado, mientras que las imágenes reales antiguas los muestran jóvenes y sonrientes.

Por vez primera se va a permitir a los ciudadanos colocar estatuas en los templos, y se utilizará con frecuencia la recientemente desarrollada “estatua de bloque”.

Y con este somerísimo resumen, a modo de preámbulo, vamos a iniciar un nuevo capítulo titulado "El Renaissance en el Imperio Medio", el 7º de este Proyecto que, como se viene reiterando, pretende ajustarse al corpus de la obra de Ian Shaw, “The Oxford History of Ancient Egypt”.

Esta vez, la autoría del ensayo monográfico recae sobre el erudito australiano Dr. V. Gae Callender, de la Macquarie University, Australia. Doctorado en Egiptología, fue miembro de la “Czech Abu Sir Expeditions 1995, 1996”. Paralelamente a su labor docente, es autor de diversos libros de texto y responsable de varios paquetes multimedia sobre el Antiguo Egipto, Grecia y la Antigua Creta/Knossos.

INTRODUCCIÓN

Contrariamente a los períodos Intermedio Primero e Intermedio Segundo, el Imperio Medio constituía una unidad política cuya esencia presentaba dos fases: la primera, que corresponde a la Dinastía XI, que reina desde la ciudad del Alto Egipto, Tebas; y la segunda, la Dinastía XII, centrada en la región de Lisht, en el Fayum.

Los antiguos historiadores consideraban que las Dinastías XI y XII cubrían el total del Imperio Medio, pero estudios eruditos más recientes muestran claramente que, al menos la primera mitad de la llamada Dinastía XIII, que aparentemente no se semeja en nada a una verdadera dinastía política, pertenece, de forma inequívoca, al Imperio Medio. No tuvo lugar ningún desplazamiento de la capital o de la residencia real; hubo una escasa disminución de actividades gubernamentales; y ninguna decadencia apreciable en las Artes de su tiempo; de hecho, algunos de los trabajos más bellos del Arte y de la Literatura del Imperio Medio datan de la Dinastía XIII.

Si hubo, hay que admitirlo, un cierto declive en la construcción de edificios monumentales a gran escala, lo que indicaría que la Dinastía XIII no era tan fuerte ni estaba tan inspirada por las ideas de grandeza que marcaron los reinados de los dignatarios de la Dinastía XII, que le preceden. Sin duda, este fenómeno fue debido a la brevedad de la mayoría de los reinados de los faraones de la Dinastía XIII, aunque aún se desconocen las razones de tales cambios en el marco político.

La forma más simple de llegar a alguna conclusión sobre la esencia de la historia del Imperio Medio es mediante el estudio de los sucesivos monarcas y sus logros, ya que son ellos quienes marcan la pauta de las directivas políticas y culturales de este período.

No obstante, si optamos por este camino, nos vamos a ver forzados a enfrentarnos con uno de los mayores problemas de lo que conocemos de la historia del Imperio Medio: El tema de las “corregencias” de los faraones de la Dinastía XII. De forma muy simple, la cuestión es: ¿Compartieron algunos de estos faraones el Trono con sus sucesores? En este debate, son elementos cruciales las llamadas “estelas de doble fecha”; textos que incorporan los nombres de dos sucesivos faraones con fechas diferentes para cada uno de ellos.

Estas estelas han dividido a los eruditos en el debate de si los registros nos informan de un reparto de poder entre dos faraones, o si simplemente representan los años que cada uno de los titulares de la estela ejerció como faraón en su propio reinado.

La cronología estándar para la Dinastía XII ha sido remodelada a lo largo de los años a la vista de los intensos estudios realizados de registros monumentales fechados. Parte de este nuevo trabajo ha dado lugar a reinados de mucha menor duración que lo que se deprende de los fragmentos del Canon de Turín y los epítomes de Menatón.

Los reinados más controvertidos son los del faraón Senusret II y III, y hay notorias discrepancias entre las propias cronologías propuestas por diferentes eruditos. El descubrimiento de ciertas "marcas de control en hierático", esculpidas en la mampostería de los monumentos de Senusret III, ha añadido aún más confusión a estas cronologías, de forma que los problemas de datación de la Dinastía XII continúan aún en estado de continua evolución.

Como ejemplo, el egiptólogo norteamericano Dr. Josef Wegner (1967), Adjunto a la Cátedra de Egiptología del Departamento de Lenguas del Oriente Próximo de la Universidad de Pensilvania, ha presentado evidencias muy consistentes de un reinado de treinta y nueve años para el faraón Senusret III que, junto al descubrimiento en Lisht de una referencia a un “año 30” de Senusret III, y de la celebración de su festival sed, o jubileo real, abogaría por un período de reinado mucho más largo de este faraón de lo que sugiere la mayoría de las cronologías modernas.

Existen fundamentos para sospechar que el reinado de Senusret II probablemente duró diecinueve años - según se desprende de los papiros encontrados en Laun – y no ese otro período, más corto, al que apuntan las cronologías revisadas, si bien da lugar a una cierta dificultad en acomodar estos reinados ampliados dentro de las fechas absolutas propuestas por algunos expertos.

La evidencia de reinados más largos en la Dinastía XII encajaría bien con la teoría de la corregencia cuya base se apoya en los monumentos con doble fechas. Pero un grupo de eruditos ha planteado una serie de razonamientos convincentes contrarios a la existencia de corregencias individuales, tales como las de Amenemhat I-Senusret I, Senusret I-Amenemhat II y Senusret III-Amenemhat III.

Puesto que aún no existen “fechas absolutas” en la historia de Egipto - con excepción de las cronologías basadas en el radiocarbono - hasta finales del Imperio Nuevo, como muy temprano, y puesto que todavía persisten argumentos relativos a los esquemas de datación alto, medio y bajo, aún hay cabida, pues, para una revisión de las cronologías que abarque todos los períodos faraónicos.

Es posible que el nuevo material arqueológico que va surgiendo de Tell el-Dab’a, del que se hablará en el Capítulo 8 que sigue, ayude a resolver algunos de los problemas de la cronología del Imperio Medio; pero mientras tanto, la información que se reseña en este capítulo, deja a las corregencias fuera de la ecuación, pendiente de pruebas futuras.

LA DINASTÍA XI

El primer dirigente de la Dinastía XI que consiguió control de todo Egipto fue Nebhepetra Mentuhotep II (205ª.C.5-2004 A.C.), quien probablemente sucedió a Nahtmebtepnefer Intef III (2063-055) en el trono tebano. El tremendo éxito de Mentuhotep en reunificar Egipto fue reconocido por los propios antiguos egipcios, y todavía en la Dinastía XX había numerosas tumbas privadas que contenían inscripciones que celebraban su papel como fundador del Imperio Medio.

El aumento de registros históricos y construcciones, la evidente prosperidad del campo durante los años postreros de su reinado, y el resurgimiento y desarrollo de nuevas formas de arte, son indicadores particulares de su éxito en el restablecimiento de la paz. Da que pensar que después de tan prometedor comienzo, la Dinastía XI se derrumbaría sólo diecinueve años después de su muerte.

Nebhepetra Mentuhotep II

Entre las muchas tallas rupestres de diversas fechas que aparecen en los acantilados de Wadi Shatt el-Rigal, 8 km al norte de Gebel el-Silsila, hay un relieve que muestra una figura colosal del faraón de la Dinastía XI, Nebhepetra Mentuhotep II, que empequeñece a otras tres: la de su madre, la de su posible predecesor, Intef III, y la de Khety, el canciller que sirvió a ambos monarcas.

Durante bastante tiempo, esto se ha tomado como prueba de que Mentuhotep II era hijo de Intef III. Otra evidencia parece provenir de un relieve en un bloque de mampostería del yacimiento de Tod que representa a un Mentuhotep II que, claramente, destaca de una fila de tres faraones llamados Intef, alineados detrás suya, de nuevo sugiriendo conexiones familiares con los Intefs, así como con la ascendencia real.

Esta insistencia sobre el “linaje”, no obstante, da lugar a cuestionarse los verdaderos orígenes de Mentuhotep, y no debería sorprender si se descubriese que, o bien Mentuhotep no era hijo del monarca, o estos monumentos no eran sino un intento deliberado de contrarrestar las reclamaciones hechas por los gobernantes heracleopolitanos como miembros de “La Casa de Khety” (Ver Capítulo 6º).

Parece que Mentuhotep habría reinado tranquilamente en el reino tebano durante catorce años, antes de que estallase la última fase de la guerra civil entre Heracleópolis y Tebas. De este conflicto no se conoce prácticamente nada, pero una imagen gráfica de su cruel salvajismo puede que haya sobrevivido en forma de la conocida como “Tumba de los Guerreros” en Deir el-Bahri, no lejos del complejo mortuorio de Mentuhotep II.

Los cuerpos sin momificar, envueltos en lino, de sesenta soldados, claramente caídos en batalla y posteriormente apilados juntos en una fosa común hecha en la roca, se preservaron por deshidratación.

A pesar de la ausencia de cuerpos embalsamados, éstos son los que ofrecen mejor estado de conservación de todos los del Imperio Medio. Al haber sido enterrados como grupo, y en las cercanías del cementerio real, se puede suponer que murieron a consecuencia de alguna acción heroica, quizás relacionada con la guerra contra Heracleópolis.

El dirigente heracleopolitano Merykara falleció antes que Mentuhotep alcanzase Heracleópolis, y con su muerte la resistencia heracleopolitana tuvo que derrumbarse, ya que el sucesor de Merykara sólo gobernó el norte del reino durante unos pocos meses. La victoria de Mentuhotep sobre el último gobernante heracleopolitano le ofreció la oportunidad de reunificar Egipto, pero sólo se tiene un conocimiento indirecto de cuánto duró todo y cuan dura fueron las contiendas.

Este proceso puede haber durado muchos años, ya que existen referencias aisladas a otros enfrentamientos a lo largo de esta etapa del reinado de Mentuhotep.

Uno de los indicios de la inseguridad que se sentía por este tiempo es la presencia de armas en los ajuares funerarios de gente ordinaria; otro es la representación de funcionarios administrativos portando armas en vez de insignias reales en las estelas funerarias. No obstante, conforme la paz y la prosperidad material avanzaban, parece que la presencia de tales instrumentos fue decayendo.

Parte de la reconquista llevada a cabo por Mentuhotep incluía las incursiones dentro del país vecino, Nubia, que había vuelto a estar bajo dominio nativo desde las últimas etapas del Imperio Antiguo. Hubo al menos una línea de gobernantes nativos que controlaba parte del territorio nubio cuando los ejércitos de Mentuhotep cayeron sobre ellos. Una inscripción en un bloque de mampostería de Deir el-Ballas que se cree que pertenece a este reinado, habla de campañas en Wawat (Alta Nubia), y también sabemos que Mentuhotep estableció una guarnición en la fortaleza de Elefantina desde la que las tropas podían desplegarse rápidamente hacia el sur.

Además del énfasis en el linaje, parte de la estrategia de Mentuhotep para mejorar su reputación entre sus contemporáneos y sucesores se complementaba con un programa de auto-deificación. A él se le describe como el “Hijo de Hathor” en dos fragmentos en Gebelein, mientras que en Dendera y Aswan usurpa los tocados de Amun y Min, y en otros casos lleva la corona roja con las dos plumas. En Konosso, cerca de Philae, aparece a modo de Min itifálico (o de falo erecto).

Esta iconografía, junto a su segundo nombre de Horus, Netjeryhedjet el (Divino de la Corona Blanca), realzan su auto-deificación. Evidencias procedentes del templo de Deil el-Bahri indican que su intención era que se le adorase como un dios en su “Casa de Millones de Años”, anticipándose así, en centenares de años, con ideas que se convertirían en la principal preocupación religiosa del Imperio Nuevo. Es evidente que con ello estaba reimponiendo el culto al soberano.

La auto-promoción de Mentuhotep estuvo acompañada de un cambio de nombre, además de este proceso de auto-deificación. Su nombre de Horus se cambió varias veces durante su reinado; evidentemente, cada cabio marcaba una línea política. La última alteración fue la de Sematawy (El que unió las Dos Tierras), cuya fecha datada más temprana se remonta al año 39. No obstante, antes del año 39, el faraón habría ya celebrado su festival sed, por lo que quizás ésta fuese la ocasión para tomar el nuevo nombre.

El Gobierno del Reino

Mentuhotep reinó desde Tebas, que hasta entonces no había sido precisamente una destacada ciudad del Alto Egipto. Sí gozaba de una buena ubicación que le permitía el control sobre el resto de los nomarcas, o gobernadores regionales, por lo que una gran mayoría de los funcionarios de Mentuhotep eran hombres locales.

El alcance de sus obligaciones era bastante amplio: el visir Khety, condujo la campaña en Nubia para el faraón, mientras el canciller Meru, controlaba el Desierto Oriental y los oasis. Este puesto era mucho más importante de lo que había sido en el Imperio Antiguo. Además del cargo ya existente de “Gobernador del Alto Egipto”, se creó otro tan poderoso como éste: el de “Gobernador del Bajo Egipto”. Este reforzamiento del gobierno central incrementó el control real de sus funcionarios a la vez que, simultáneamente, recortaba el de los nomarcas que habían gozado de total independencia durante el Primer Período Intermedio.

Es probable que Mentuhotep redujese el número de nomarcas. Por ejemplo, los gobernadores de Asyut perdieron su poder por haber estado del lado de la causa heracleopolitana. Los de Beni Hasan y Hermópolis, por otra parte, mantuvieron su control anterior; quizás como recompensa por ayudar a las tropas de los nomarcas tebanos. Los gobernadores de Nag el-Deir, Akhmim y Deir el-Gebrawi, también retuvieron sus puestos. No obstante, la conducta de los nomarcas era vigilada por oficiales de la corte real que se movían por la zona a intervalos regulares.

Otro indicio de la vuelta a un gobierno egipcio fuerte y unido son las incursiones fuera de la frontera egipcia. Uno de los famosos líderes expedicionarios de su tiempo fue Khety – el oficial representado en el relieve de Shatt el-Rigalya, ya descrito – que patrulló la zona del Sinaí, y llevó a cabo cometidos en Aswan. Henenu, “Supervisor del cuerno, pezuña, pluma y escama”, era el mayordomo real, y como parte de sus numerosas funciones, viajó al Líbano para comprar madera de cedro para su señor. Estos viajes vienen a sugerir que Egipto habría empezado ya a restablecer su influencia en el Exterior.

Los Proyectos de Construcción de Mentuhotep II

Además de las numerosas campañas militares lanzadas por el faraón Mentuhotep en sus cincuenta y un años de reinado, también fue responsable de innumerables proyectos de construcción, si bien la mayoría de ellos fueron destruidos. Se levantaron templos y capillas, la mayoría situados en el Alto Egipto, en Dendera, Gebelein, Abydos, Tod, Armant, Elkab, Karnak y Aswan.

Un equipo mixto ruso-holandés ha descubierto un templo del Imperio Medio, cerca de Qantir, en el Delta Oriental. Su arquitectura refleja la del complejo funerario de Mentuhotep en Deir el-Bahri, pero aún no se han publicado dataciones definitivas.

A lo largo de todo el Imperio Medio, los cementerios reales continuaron su evolución; no sólo en la arquitectura, sino estructural y espacialmente. Este cambio constante parece reflejar la búsqueda de una respuesta espiritual a la pregunta de cuál sería el tipo más eficaz de tumba; esto es más que evidente en el monumento mortuorio de Mentuhotep, en Deir el-Bahri, al oeste de Tebas. Éste fue, sin lugar a duda, el más impresionante de los monumentos que sobrevivieron, pero del que hoy apenas quedan restos.

El diseño del templo era único, ya que ninguno de sus sucesores de la Dinastía XI (Sankhkara Mentuhotep III y Nebtawyra Mentuhotep IV) terminó su tumba, mientras que los faraones de la Dinatía XII escogieron monumentos inspirados en modelos del Imperio Antiguo.

La tumba saff (véase el Capítulo 6º), había constituido el diseño de tumba utilizado por los anteriores dirigentes de Tebas en la región de el-Tarif, región situada al oeste de Tebas, pero el monumento de Mentuhotep cambió esta tradición. Aunque algunos de sus arquitectos parece que habrían participado en la construcción de tumbas saff, su complejo revela una visión previa carente de influencias procedentes de modelos tebanos y heracleopolitanos. Es así que, con justicia, se le considere como el edificio más importante de la etapa comprendida entre finales del Imperio Antiguo y principios de la Dinastía XII.

Este inspirador símbolo de la reunificación de Egipto, epitomiza un nuevo comienzo. Fue, por ejemplo, la primera estructura real que, abiertamente, acentuaba las creencias osirianas (relativas al dios Osiris); una reflexión del “equilibrio” religioso entre los cultos funerarios de reyes y de plebeyos que habrían tenido lugar durante el Primer Período Intermedio.

Innovaciones a destacar en este templo fueron la utilización de terrazas y los paseos con barandas (o ambulatorios), que se añadieron al edificio central. El diseño incorporaba alamedas de sicamores y tamarindos que se plantaron frente al templo, cada uno enterrado en un hoyo de 10 m de profundidad, excavado en la roca, y relleno de tierra. Una larga y descubierta calzada elevada subía desde el patio de árboles hasta la terraza superior, sobre la que se alzaba el edificio central. Puede que esta importante construcción hubiese tomado la forma de una tumba-mastaba cuadrada,;quizás coronada de una colina. Detrás, reposaba una sala hipóstila y el centro de culto íntimo.

Las tumbas de las esposas del faraón, Neferu y Tem formaban parte del complejo; esta última, estaba enterrada en una tumba dromos, en la parte trasera del templo; la primera, en una tumba separada excavada en la roca en el muro norte del témenos, en el antepatio.

Inciso informativo

Dromos. Avenida procesional, generalmente flanqueada de esfinges, prolongando, hacia el exterior, el eje de un templo para vincularlo a otro templo, o a un embarcadero de El Nilo. Los más conocidos, los de Luxor y Karnak. En general, pasillo de acceso, largo corredor, sobre todo si acaba en un tholos (construcción de planta circular y cubierta cupuliforme o cónica), hipogeo o “dolmen de corredor”.

Témenos. Término que los griegos aplicaron al recinto donde se ubicaban tanto los templos egipcios como las dependencias más directas. Servía para separar de forma evidente y precisa las áreas sagradas de las consideradas simplemente profanas; el espacio de los dioses, frente a aquellos en los que se movían los hombres. En ocasiones se denomina témeno al espacio en torno al edificio y períbolo al muro que lo delimita.

En el pasillo oeste, se han encontrado varias capillas y tumbas de otras seis mujeres de las que a cuatro se les denomina “esposa real”. Sus enterramientos pertenecen a la fase más temprana del templo de Mentuhotep, y cuando se excavaron, algunas aún contenían las sepulturas originales, así como la evidencia más antigua del uso de modelos reducidos representando los ataúdes y los cuerpos del fallecido, precursores de los shabti que serían tan populares en épocas posteriores.

Las mujeres enterradas en el pasillo oeste parecen ser de un estatus social más bajo que el de Neferu y el de Tem, y todas eran jóvenes: la mayor, Ashaiyet, de 22 años, y la más joven, Mayt, - cuya capilla, en muy malas condiciones, no muestra el apelativo de “esposa” – era sólo una niña de 5 años. El significado de estas “esposas menores” no está claro; puede que fuesen hijas de algún noble a las que el faraón querría tener bajo su protección; si bien a la mayoría se le da el nombre de “sacerdotisas de Hathor”, por lo que también se ha llegado a sugerir que sus tumbas podrían ser parte de algún culto “hathórico” para el monarca, dentro de su propio monumento mortuorio. Otro enigma es el que las tumbas sean contemporáneas. ¿Murieron estas jóvenes juntas a consecuencia de algún desastre?

Es evidente que las tumbas de estas seis mujeres pertenecen al mismo período del desarrollo del monumento de Deir el-Bahri que la tumba conocida como Bab el-Hosan, que reposa bajo el antepatio del templo. Según el Doctor Dieter Arnold, Director del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, esta tumba real habría sido parte de un temprano e incompleto enterramiento para el propio faraón. Fue en esta estructura donde se encontró una estatua negra con ropas de festival. El inusual color de la piel es otra de las muchas referencias a Osiris que simbolizan los poderes de fertilidad y regeneración de Mentuhotep.

Aunque todo el templo estaba decorado, poco de su arte ha podido sobrevivir para que se pueda reconstruir con certeza el sistema general de diseño y decoración, si bien hay algunos temas distintivos. Se enfatizan los aspectos supernaturales y osirianos, pero también hay escenas de la vida de la Corte.

La naturaleza regional del trabajo artístico es evidente en muchos de los fragmentos encontrados de decoración con pintura, así como algunos toques característicos como labios gruesos, ojos grandes y cuerpos exageradamente delgados y raros, son manifiestos. No obstante, hay también una talla maestra – en especial las de las capillas de las esposas jóvenes – que son más típicas de la Escuela Menfita. Esta mezcla de técnicas refleja la situación política a la que apuntan algunas biografías de artesanos, y que a la vez nos muestran que proceden de varias regiones de Egipto, y traen consigo las tradiciones locales. Con el tiempo, la escuela menfita prevalecería, pero pasarían aún varias generaciones hasta que reemplazase a los géneros artísticos nacionales por todo Egipto.

Aunque si bien no se puede señalar ningunos monumentos de Mentuhotep II en el Templo de Amun en Karnak, sí hay una referencia al dios en el templo de Mentuhotep, y la ubicación de éste en la curva de los acantilados de Deir el-Bahri es en sí significativa, al estar directamente alineado con Karnak en la orilla opuesta. Esta situación puede haber sido intencionada con objeto de beneficiarse de la visita anual del dios Amun a Deir el-Bahri durante el rito conocido como “El Hermoso Festival del Valle”. Ciertamente, el culto a Amun empezó a crecer en Tebas a partir de este momento.

Mentuhotep III y IV.

La Reina Tem era la madre del faraón Sankhkara Mentuhotep III (c.2004-1992 A.C.) que fue un activo constructor. En el año 1997, un equipo húngaro liderado por el Profesor Györö Vörös no sólo descubrió un hasta entonces desconocido santuario copto debajo de la cúspide de Thoth Hill, en la ribera oeste, en Tebas, sino que también encontró una tumba de principios del Imperio Medio que seguramente perteneció al faraón Mentuhotep III. Su arquitectura puede haber servido de inspiración para las tumbas-bab de principios de la Dinastía XVIII.

El reinado de Mentuhotep III se caracterizó por una cierta innovación arquitectónica que incluye un triple santuario en el yacimiento de Medinet Habu, que presagiaba ya las triadas “de familia” de los templos de la Dinastía XVIII. Además, los restos del templo de ladrillo que construyó en el “Hill of Thoth”, el pico más alto que domina el Valle de los Reyes, no sólo contenía otra triple cripta sino que incorporaba los ejemplos más antiguos de pilonos de templo que habían sobrevivido. No lejos del templo, quedan los vestigios del palacio del festival sed de Mentuhotep III.

El arte que nos ha llegado de este efímero reinado no es menos innovador; podría decirse que la escultura en relieve alcanzó su auge en esta etapa del Imperio Medio. La talla en piedra es extremadamente bella, con un relieve que trasmite una enorme profundidad espacial, y una incrustación que no vas más allá de unos cuantos milímetros dentro de la piedra. La sutileza del retrato y los detalles del ropaje de los relieves de Tod son muy superiores a las esculturas de Mentuhotep II.

Mentuhotep III fue también el primer gobernante en enviar una expedición a la tierra del Punt, en el África oriental, para obtener incienso, aunque tales expediciones al Mar Rojo y al Punt serían más frecuentes durante la Dinastía XII. La expedición de 1992 A.C., liderada por un oficial llamado Henenu, partió vía el Wadi Hammamat, lo que aparentemente obligó a construir barcos a orillas del Mar Rojo utilizando madera que habría sido transportada de un lado a otro. También se esforzó en proteger la frontera nordeste mediante la construcción de fortificaciones al este del Delta.

Cuando Mentuhotep III falleció, hacia 1992 A.C., al parece ser hubo “siete años vacíos” que corresponderían al reinado del faraón Nebtawyra Mentuhotep IV, quien podría haber usurpado el trono al no figurar su nombre en la “Lista de Reyes”. Su madre fue una plebeya carente de títulos reales, que no fuera el de “madre del faraón”, por lo que es posible que ni siquiera fuese de sangre real.

Poco se sabe del reinado del faraón Mentuhotep IV, excepto por sus expediciones a las canteras. Las inscripciones de la cantera de travertino de Hatnub sugieren que algunos nomarcas del Egipto Medio podrían haber creado problemás durante esta época.

El acontecimiento más importante del que hay testimonio durante su reinado fue el envío de una expedición canterana al Wadi Hammamat. Amenemhat, el visir que ordenó la expedición, dio órdenes de que se hicieran inscripciones en la cantera a forma de registro de dos sorprendentes presagios de los que el grupo habría sido testigo. El primero se refiere a una gacela que dio luz a una cría sobre la piedra que se había escogido para confeccionar la tapa del sarcófago del faraón; y el segundo, una feroz tormenta de lluvia que cuando amainó, puso al descubierto un pozo, de diez codos cuadrados, lleno de agua hasta el borde. Cierto es que en un terreno tan árido habría supuesto un descubrimiento espectacular, e incluso milagroso.

Parece casi seguro que el hombre que se convirtió en el primer faraón de la Dinastía XII fue el propio Amenemhat quien, como la mayoría de los altos cargos de la Dinastía XI, habría ya gozado de puestos de poder. La decisión de un rey débil, o la inexistencia de un heredero viable, explicarían, pues, el paso del Trono al visir.

Y vamos de nuevo a hacer un alto en el camino, y será en una próxima Hoja Suelta que nos adentraremos en la Dinastía XII.


Rafael Canales

En Banalmádena-Costa, a 26 de octubre de 2009

Bibliografía:

“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”. Ian Shaw. Oxford University Press, 2004
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
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“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
“British Museum Database”.

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