miércoles, 23 de septiembre de 2009

El Renaissance Egipcio en el Imperio Medio (c.2055-1650 A.C.) 1/3 Dinastía XI


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"Cuchillo" mágico o apotropáico. Tebas, Finales del Imperio Medio, hacia 1750 A.C. Longitud: 37 cm. El término "cuchillo" es inapropiado, y por la forma, se le podría relacionar con la lanzadera de palo o el moderno boomerang. La lanzadera se utilizaba para cazar aves que, en bandadas, eran consideradas como símbolo del caos, de ahí su forma. Suelen estar hechos de marfil de hipopótamo, animal que les daría protección contra el mal. El parto y la infancia temprana eran consierados como amenazas, tanto para la madre como para el recién nacido, de ahí que se utilizase todo tipo de artilugio y amuleto para alejar el mal. El "cuchillo mágico" servía, pues, como protección para ambos. Las figuras que aparecen talladas forman un conjunto de imágenes protectoras, como el grotesco enano Aha de la época (o Bes, más adelante) y el hipopótamo preñado Aweret, ambos asociados con el nacimiento; además, leones, escarabajos, serpientes y otros demonios protectores.

PREÁMBULO

Al faraón tebano Nebhepetre Mentuhotep II (hacia 20055-2004 A.C.), responsable de la reunificación de Egipto, le sucedió el primer rey de la Dinastía XII, Amenemhat I, que fundó una nueva capital al sur de Menfis, llamada Itjtawy. También se anexionó Nubia, cuyo objeto primordial sería, en principio, tener el control de las reservas de oro de la zona.

La Dinastía XII estuvo, en su mayoría, compuesta por los gobernantes más poderosos que se irían sucediendo en el poder; el último, sin embargo, llamado Amenemhat o Senwosret, extendió y mantuvo el control egipcio en el sur y, en cierto modo, en el Cercano Oriente.

Los reyes y otros miembros de la familia real eran enterrados en tumbas rupestres cercanas a la nueva capital. Los gobernadores de provincia y otros funcionarios locales, también se enterraban en tumbas rupestres a nivel privado, pero dentro de los límites de sus propios distritos.

Las tumbas iban aprovisionadas de sus correspondientes ajuares funerarios, que incluían maquetas y muebles. Los ataúdes iban decorados con extractos de los Textos de los Sarcófagos y del Libro de los Dos Caminos que constituían la literatura de la época.

La literatura del Imperio Medio abarca todos los aspectos de la sociedad; desde documentos legales y cartas hasta Libros de Sabiduría y mitos. Estos escritos proporcionan un interesante panoráma interno de la sociedad, religión y asuntos políticos relevantes de la época.

La escultura real del Imperio Medio nos presenta al faraón como figura fuerte; normalmente con orejas prominentes. Desde el reinado de Senwosret III (1874-1855 A.C.) en adelante, los faraones del Imperio Medio se representan con gesto preocupado, mientras que las imágenes reales antiguas los muestran jóvenes y sonrientes.

Por vez primera se va a permitir a los ciudadanos colocar estatuas en los templos, y se utilizará con frecuencia la recientemente desarrollada “estatua de bloque”.

Y con este somerísimo resumen, a modo de preámbulo, vamos a iniciar un nuevo capítulo titulado "El Renaissance en el Imperio Medio", el 7º de este Proyecto que, como se viene reiterando, pretende ajustarse al corpus de la obra de Ian Shaw, “The Oxford History of Ancient Egypt”.

Esta vez, la autoría del ensayo monográfico recae sobre el erudito australiano Dr. V. Gae Callender, de la Macquarie University, Australia. Doctorado en Egiptología, fue miembro de la “Czech Abu Sir Expeditions 1995, 1996”. Paralelamente a su labor docente, es autor de diversos libros de texto y responsable de varios paquetes multimedia sobre el Antiguo Egipto, Grecia y la Antigua Creta/Knossos.

INTRODUCCIÓN

Contrariamente a los períodos Intermedio Primero e Intermedio Segundo, el Imperio Medio constituía una unidad política cuya esencia presentaba dos fases: la primera, que corresponde a la Dinastía XI, que reina desde la ciudad del Alto Egipto, Tebas; y la segunda, la Dinastía XII, centrada en la región de Lisht, en el Fayum.

Los antiguos historiadores consideraban que las Dinastías XI y XII cubrían el total del Imperio Medio, pero estudios eruditos más recientes muestran claramente que, al menos la primera mitad de la llamada Dinastía XIII, que aparentemente no se semeja en nada a una verdadera dinastía política, pertenece, de forma inequívoca, al Imperio Medio. No tuvo lugar ningún desplazamiento de la capital o de la residencia real; hubo una escasa disminución de actividades gubernamentales; y ninguna decadencia apreciable en las Artes de su tiempo; de hecho, algunos de los trabajos más bellos del Arte y de la Literatura del Imperio Medio datan de la Dinastía XIII.

Si hubo, hay que admitirlo, un cierto declive en la construcción de edificios monumentales a gran escala, lo que indicaría que la Dinastía XIII no era tan fuerte ni estaba tan inspirada por las ideas de grandeza que marcaron los reinados de los dignatarios de la Dinastía XII, que le preceden. Sin duda, este fenómeno fue debido a la brevedad de la mayoría de los reinados de los faraones de la Dinastía XIII, aunque aún se desconocen las razones de tales cambios en el marco político.

La forma más simple de llegar a alguna conclusión sobre la esencia de la historia del Imperio Medio es mediante el estudio de los sucesivos monarcas y sus logros, ya que son ellos quienes marcan la pauta de las directivas políticas y culturales de este período.

No obstante, si optamos por este camino, nos vamos a ver forzados a enfrentarnos con uno de los mayores problemas de lo que conocemos de la historia del Imperio Medio: El tema de las “corregencias” de los faraones de la Dinastía XII. De forma muy simple, la cuestión es: ¿Compartieron algunos de estos faraones el Trono con sus sucesores? En este debate, son elementos cruciales las llamadas “estelas de doble fecha”; textos que incorporan los nombres de dos sucesivos faraones con fechas diferentes para cada uno de ellos.

Estas estelas han dividido a los eruditos en el debate de si los registros nos informan de un reparto de poder entre dos faraones, o si simplemente representan los años que cada uno de los titulares de la estela ejerció como faraón en su propio reinado.

La cronología estándar para la Dinastía XII ha sido remodelada a lo largo de los años a la vista de los intensos estudios realizados de registros monumentales fechados. Parte de este nuevo trabajo ha dado lugar a reinados de mucha menor duración que lo que se deprende de los fragmentos del Canon de Turín y los epítomes de Menatón.

Los reinados más controvertidos son los del faraón Senusret II y III, y hay notorias discrepancias entre las propias cronologías propuestas por diferentes eruditos. El descubrimiento de ciertas "marcas de control en hierático", esculpidas en la mampostería de los monumentos de Senusret III, ha añadido aún más confusión a estas cronologías, de forma que los problemas de datación de la Dinastía XII continúan aún en estado de continua evolución.

Como ejemplo, el egiptólogo norteamericano Dr. Josef Wegner (1967), Adjunto a la Cátedra de Egiptología del Departamento de Lenguas del Oriente Próximo de la Universidad de Pensilvania, ha presentado evidencias muy consistentes de un reinado de treinta y nueve años para el faraón Senusret III que, junto al descubrimiento en Lisht de una referencia a un “año 30” de Senusret III, y de la celebración de su festival sed, o jubileo real, abogaría por un período de reinado mucho más largo de este faraón de lo que sugiere la mayoría de las cronologías modernas.

Existen fundamentos para sospechar que el reinado de Senusret II probablemente duró diecinueve años - según se desprende de los papiros encontrados en Laun – y no ese otro período, más corto, al que apuntan las cronologías revisadas, si bien da lugar a una cierta dificultad en acomodar estos reinados ampliados dentro de las fechas absolutas propuestas por algunos expertos.

La evidencia de reinados más largos en la Dinastía XII encajaría bien con la teoría de la corregencia cuya base se apoya en los monumentos con doble fechas. Pero un grupo de eruditos ha planteado una serie de razonamientos convincentes contrarios a la existencia de corregencias individuales, tales como las de Amenemhat I-Senusret I, Senusret I-Amenemhat II y Senusret III-Amenemhat III.

Puesto que aún no existen “fechas absolutas” en la historia de Egipto - con excepción de las cronologías basadas en el radiocarbono - hasta finales del Imperio Nuevo, como muy temprano, y puesto que todavía persisten argumentos relativos a los esquemas de datación alto, medio y bajo, aún hay cabida, pues, para una revisión de las cronologías que abarque todos los períodos faraónicos.

Es posible que el nuevo material arqueológico que va surgiendo de Tell el-Dab’a, del que se hablará en el Capítulo 8 que sigue, ayude a resolver algunos de los problemas de la cronología del Imperio Medio; pero mientras tanto, la información que se reseña en este capítulo, deja a las corregencias fuera de la ecuación, pendiente de pruebas futuras.

LA DINASTÍA XI

El primer dirigente de la Dinastía XI que consiguió control de todo Egipto fue Nebhepetra Mentuhotep II (205ª.C.5-2004 A.C.), quien probablemente sucedió a Nahtmebtepnefer Intef III (2063-055) en el trono tebano. El tremendo éxito de Mentuhotep en reunificar Egipto fue reconocido por los propios antiguos egipcios, y todavía en la Dinastía XX había numerosas tumbas privadas que contenían inscripciones que celebraban su papel como fundador del Imperio Medio.

El aumento de registros históricos y construcciones, la evidente prosperidad del campo durante los años postreros de su reinado, y el resurgimiento y desarrollo de nuevas formas de arte, son indicadores particulares de su éxito en el restablecimiento de la paz. Da que pensar que después de tan prometedor comienzo, la Dinastía XI se derrumbaría sólo diecinueve años después de su muerte.

Nebhepetra Mentuhotep II

Entre las muchas tallas rupestres de diversas fechas que aparecen en los acantilados de Wadi Shatt el-Rigal, 8 km al norte de Gebel el-Silsila, hay un relieve que muestra una figura colosal del faraón de la Dinastía XI, Nebhepetra Mentuhotep II, que empequeñece a otras tres: la de su madre, la de su posible predecesor, Intef III, y la de Khety, el canciller que sirvió a ambos monarcas.

Durante bastante tiempo, esto se ha tomado como prueba de que Mentuhotep II era hijo de Intef III. Otra evidencia parece provenir de un relieve en un bloque de mampostería del yacimiento de Tod que representa a un Mentuhotep II que, claramente, destaca de una fila de tres faraones llamados Intef, alineados detrás suya, de nuevo sugiriendo conexiones familiares con los Intefs, así como con la ascendencia real.

Esta insistencia sobre el “linaje”, no obstante, da lugar a cuestionarse los verdaderos orígenes de Mentuhotep, y no debería sorprender si se descubriese que, o bien Mentuhotep no era hijo del monarca, o estos monumentos no eran sino un intento deliberado de contrarrestar las reclamaciones hechas por los gobernantes heracleopolitanos como miembros de “La Casa de Khety” (Ver Capítulo 6º).

Parece que Mentuhotep habría reinado tranquilamente en el reino tebano durante catorce años, antes de que estallase la última fase de la guerra civil entre Heracleópolis y Tebas. De este conflicto no se conoce prácticamente nada, pero una imagen gráfica de su cruel salvajismo puede que haya sobrevivido en forma de la conocida como “Tumba de los Guerreros” en Deir el-Bahri, no lejos del complejo mortuorio de Mentuhotep II.

Los cuerpos sin momificar, envueltos en lino, de sesenta soldados, claramente caídos en batalla y posteriormente apilados juntos en una fosa común hecha en la roca, se preservaron por deshidratación.

A pesar de la ausencia de cuerpos embalsamados, éstos son los que ofrecen mejor estado de conservación de todos los del Imperio Medio. Al haber sido enterrados como grupo, y en las cercanías del cementerio real, se puede suponer que murieron a consecuencia de alguna acción heroica, quizás relacionada con la guerra contra Heracleópolis.

El dirigente heracleopolitano Merykara falleció antes que Mentuhotep alcanzase Heracleópolis, y con su muerte la resistencia heracleopolitana tuvo que derrumbarse, ya que el sucesor de Merykara sólo gobernó el norte del reino durante unos pocos meses. La victoria de Mentuhotep sobre el último gobernante heracleopolitano le ofreció la oportunidad de reunificar Egipto, pero sólo se tiene un conocimiento indirecto de cuánto duró todo y cuan dura fueron las contiendas.

Este proceso puede haber durado muchos años, ya que existen referencias aisladas a otros enfrentamientos a lo largo de esta etapa del reinado de Mentuhotep.

Uno de los indicios de la inseguridad que se sentía por este tiempo es la presencia de armas en los ajuares funerarios de gente ordinaria; otro es la representación de funcionarios administrativos portando armas en vez de insignias reales en las estelas funerarias. No obstante, conforme la paz y la prosperidad material avanzaban, parece que la presencia de tales instrumentos fue decayendo.

Parte de la reconquista llevada a cabo por Mentuhotep incluía las incursiones dentro del país vecino, Nubia, que había vuelto a estar bajo dominio nativo desde las últimas etapas del Imperio Antiguo. Hubo al menos una línea de gobernantes nativos que controlaba parte del territorio nubio cuando los ejércitos de Mentuhotep cayeron sobre ellos. Una inscripción en un bloque de mampostería de Deir el-Ballas que se cree que pertenece a este reinado, habla de campañas en Wawat (Alta Nubia), y también sabemos que Mentuhotep estableció una guarnición en la fortaleza de Elefantina desde la que las tropas podían desplegarse rápidamente hacia el sur.

Además del énfasis en el linaje, parte de la estrategia de Mentuhotep para mejorar su reputación entre sus contemporáneos y sucesores se complementaba con un programa de auto-deificación. A él se le describe como el “Hijo de Hathor” en dos fragmentos en Gebelein, mientras que en Dendera y Aswan usurpa los tocados de Amun y Min, y en otros casos lleva la corona roja con las dos plumas. En Konosso, cerca de Philae, aparece a modo de Min itifálico (o de falo erecto).

Esta iconografía, junto a su segundo nombre de Horus, Netjeryhedjet el (Divino de la Corona Blanca), realzan su auto-deificación. Evidencias procedentes del templo de Deil el-Bahri indican que su intención era que se le adorase como un dios en su “Casa de Millones de Años”, anticipándose así, en centenares de años, con ideas que se convertirían en la principal preocupación religiosa del Imperio Nuevo. Es evidente que con ello estaba reimponiendo el culto al soberano.

La auto-promoción de Mentuhotep estuvo acompañada de un cambio de nombre, además de este proceso de auto-deificación. Su nombre de Horus se cambió varias veces durante su reinado; evidentemente, cada cabio marcaba una línea política. La última alteración fue la de Sematawy (El que unió las Dos Tierras), cuya fecha datada más temprana se remonta al año 39. No obstante, antes del año 39, el faraón habría ya celebrado su festival sed, por lo que quizás ésta fuese la ocasión para tomar el nuevo nombre.

El Gobierno del Reino

Mentuhotep reinó desde Tebas, que hasta entonces no había sido precisamente una destacada ciudad del Alto Egipto. Sí gozaba de una buena ubicación que le permitía el control sobre el resto de los nomarcas, o gobernadores regionales, por lo que una gran mayoría de los funcionarios de Mentuhotep eran hombres locales.

El alcance de sus obligaciones era bastante amplio: el visir Khety, condujo la campaña en Nubia para el faraón, mientras el canciller Meru, controlaba el Desierto Oriental y los oasis. Este puesto era mucho más importante de lo que había sido en el Imperio Antiguo. Además del cargo ya existente de “Gobernador del Alto Egipto”, se creó otro tan poderoso como éste: el de “Gobernador del Bajo Egipto”. Este reforzamiento del gobierno central incrementó el control real de sus funcionarios a la vez que, simultáneamente, recortaba el de los nomarcas que habían gozado de total independencia durante el Primer Período Intermedio.

Es probable que Mentuhotep redujese el número de nomarcas. Por ejemplo, los gobernadores de Asyut perdieron su poder por haber estado del lado de la causa heracleopolitana. Los de Beni Hasan y Hermópolis, por otra parte, mantuvieron su control anterior; quizás como recompensa por ayudar a las tropas de los nomarcas tebanos. Los gobernadores de Nag el-Deir, Akhmim y Deir el-Gebrawi, también retuvieron sus puestos. No obstante, la conducta de los nomarcas era vigilada por oficiales de la corte real que se movían por la zona a intervalos regulares.

Otro indicio de la vuelta a un gobierno egipcio fuerte y unido son las incursiones fuera de la frontera egipcia. Uno de los famosos líderes expedicionarios de su tiempo fue Khety – el oficial representado en el relieve de Shatt el-Rigalya, ya descrito – que patrulló la zona del Sinaí, y llevó a cabo cometidos en Aswan. Henenu, “Supervisor del cuerno, pezuña, pluma y escama”, era el mayordomo real, y como parte de sus numerosas funciones, viajó al Líbano para comprar madera de cedro para su señor. Estos viajes vienen a sugerir que Egipto habría empezado ya a restablecer su influencia en el Exterior.

Los Proyectos de Construcción de Mentuhotep II

Además de las numerosas campañas militares lanzadas por el faraón Mentuhotep en sus cincuenta y un años de reinado, también fue responsable de innumerables proyectos de construcción, si bien la mayoría de ellos fueron destruidos. Se levantaron templos y capillas, la mayoría situados en el Alto Egipto, en Dendera, Gebelein, Abydos, Tod, Armant, Elkab, Karnak y Aswan.

Un equipo mixto ruso-holandés ha descubierto un templo del Imperio Medio, cerca de Qantir, en el Delta Oriental. Su arquitectura refleja la del complejo funerario de Mentuhotep en Deir el-Bahri, pero aún no se han publicado dataciones definitivas.

A lo largo de todo el Imperio Medio, los cementerios reales continuaron su evolución; no sólo en la arquitectura, sino estructural y espacialmente. Este cambio constante parece reflejar la búsqueda de una respuesta espiritual a la pregunta de cuál sería el tipo más eficaz de tumba; esto es más que evidente en el monumento mortuorio de Mentuhotep, en Deir el-Bahri, al oeste de Tebas. Éste fue, sin lugar a duda, el más impresionante de los monumentos que sobrevivieron, pero del que hoy apenas quedan restos.

El diseño del templo era único, ya que ninguno de sus sucesores de la Dinastía XI (Sankhkara Mentuhotep III y Nebtawyra Mentuhotep IV) terminó su tumba, mientras que los faraones de la Dinatía XII escogieron monumentos inspirados en modelos del Imperio Antiguo.

La tumba saff (véase el Capítulo 6º), había constituido el diseño de tumba utilizado por los anteriores dirigentes de Tebas en la región de el-Tarif, región situada al oeste de Tebas, pero el monumento de Mentuhotep cambió esta tradición. Aunque algunos de sus arquitectos parece que habrían participado en la construcción de tumbas saff, su complejo revela una visión previa carente de influencias procedentes de modelos tebanos y heracleopolitanos. Es así que, con justicia, se le considere como el edificio más importante de la etapa comprendida entre finales del Imperio Antiguo y principios de la Dinastía XII.

Este inspirador símbolo de la reunificación de Egipto, epitomiza un nuevo comienzo. Fue, por ejemplo, la primera estructura real que, abiertamente, acentuaba las creencias osirianas (relativas al dios Osiris); una reflexión del “equilibrio” religioso entre los cultos funerarios de reyes y de plebeyos que habrían tenido lugar durante el Primer Período Intermedio.

Innovaciones a destacar en este templo fueron la utilización de terrazas y los paseos con barandas (o ambulatorios), que se añadieron al edificio central. El diseño incorporaba alamedas de sicamores y tamarindos que se plantaron frente al templo, cada uno enterrado en un hoyo de 10 m de profundidad, excavado en la roca, y relleno de tierra. Una larga y descubierta calzada elevada subía desde el patio de árboles hasta la terraza superior, sobre la que se alzaba el edificio central. Puede que esta importante construcción hubiese tomado la forma de una tumba-mastaba cuadrada,;quizás coronada de una colina. Detrás, reposaba una sala hipóstila y el centro de culto íntimo.

Las tumbas de las esposas del faraón, Neferu y Tem formaban parte del complejo; esta última, estaba enterrada en una tumba dromos, en la parte trasera del templo; la primera, en una tumba separada excavada en la roca en el muro norte del témenos, en el antepatio.

Inciso informativo

Dromos. Avenida procesional, generalmente flanqueada de esfinges, prolongando, hacia el exterior, el eje de un templo para vincularlo a otro templo, o a un embarcadero de El Nilo. Los más conocidos, los de Luxor y Karnak. En general, pasillo de acceso, largo corredor, sobre todo si acaba en un tholos (construcción de planta circular y cubierta cupuliforme o cónica), hipogeo o “dolmen de corredor”.

Témenos. Término que los griegos aplicaron al recinto donde se ubicaban tanto los templos egipcios como las dependencias más directas. Servía para separar de forma evidente y precisa las áreas sagradas de las consideradas simplemente profanas; el espacio de los dioses, frente a aquellos en los que se movían los hombres. En ocasiones se denomina témeno al espacio en torno al edificio y períbolo al muro que lo delimita.

En el pasillo oeste, se han encontrado varias capillas y tumbas de otras seis mujeres de las que a cuatro se les denomina “esposa real”. Sus enterramientos pertenecen a la fase más temprana del templo de Mentuhotep, y cuando se excavaron, algunas aún contenían las sepulturas originales, así como la evidencia más antigua del uso de modelos reducidos representando los ataúdes y los cuerpos del fallecido, precursores de los shabti que serían tan populares en épocas posteriores.

Las mujeres enterradas en el pasillo oeste parecen ser de un estatus social más bajo que el de Neferu y el de Tem, y todas eran jóvenes: la mayor, Ashaiyet, de 22 años, y la más joven, Mayt, - cuya capilla, en muy malas condiciones, no muestra el apelativo de “esposa” – era sólo una niña de 5 años. El significado de estas “esposas menores” no está claro; puede que fuesen hijas de algún noble a las que el faraón querría tener bajo su protección; si bien a la mayoría se le da el nombre de “sacerdotisas de Hathor”, por lo que también se ha llegado a sugerir que sus tumbas podrían ser parte de algún culto “hathórico” para el monarca, dentro de su propio monumento mortuorio. Otro enigma es el que las tumbas sean contemporáneas. ¿Murieron estas jóvenes juntas a consecuencia de algún desastre?

Es evidente que las tumbas de estas seis mujeres pertenecen al mismo período del desarrollo del monumento de Deir el-Bahri que la tumba conocida como Bab el-Hosan, que reposa bajo el antepatio del templo. Según el Doctor Dieter Arnold, Director del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, esta tumba real habría sido parte de un temprano e incompleto enterramiento para el propio faraón. Fue en esta estructura donde se encontró una estatua negra con ropas de festival. El inusual color de la piel es otra de las muchas referencias a Osiris que simbolizan los poderes de fertilidad y regeneración de Mentuhotep.

Aunque todo el templo estaba decorado, poco de su arte ha podido sobrevivir para que se pueda reconstruir con certeza el sistema general de diseño y decoración, si bien hay algunos temas distintivos. Se enfatizan los aspectos supernaturales y osirianos, pero también hay escenas de la vida de la Corte.

La naturaleza regional del trabajo artístico es evidente en muchos de los fragmentos encontrados de decoración con pintura, así como algunos toques característicos como labios gruesos, ojos grandes y cuerpos exageradamente delgados y raros, son manifiestos. No obstante, hay también una talla maestra – en especial las de las capillas de las esposas jóvenes – que son más típicas de la Escuela Menfita. Esta mezcla de técnicas refleja la situación política a la que apuntan algunas biografías de artesanos, y que a la vez nos muestran que proceden de varias regiones de Egipto, y traen consigo las tradiciones locales. Con el tiempo, la escuela menfita prevalecería, pero pasarían aún varias generaciones hasta que reemplazase a los géneros artísticos nacionales por todo Egipto.

Aunque si bien no se puede señalar ningunos monumentos de Mentuhotep II en el Templo de Amun en Karnak, sí hay una referencia al dios en el templo de Mentuhotep, y la ubicación de éste en la curva de los acantilados de Deir el-Bahri es en sí significativa, al estar directamente alineado con Karnak en la orilla opuesta. Esta situación puede haber sido intencionada con objeto de beneficiarse de la visita anual del dios Amun a Deir el-Bahri durante el rito conocido como “El Hermoso Festival del Valle”. Ciertamente, el culto a Amun empezó a crecer en Tebas a partir de este momento.

Mentuhotep III y IV.

La Reina Tem era la madre del faraón Sankhkara Mentuhotep III (c.2004-1992 A.C.) que fue un activo constructor. En el año 1997, un equipo húngaro liderado por el Profesor Györö Vörös no sólo descubrió un hasta entonces desconocido santuario copto debajo de la cúspide de Thoth Hill, en la ribera oeste, en Tebas, sino que también encontró una tumba de principios del Imperio Medio que seguramente perteneció al faraón Mentuhotep III. Su arquitectura puede haber servido de inspiración para las tumbas-bab de principios de la Dinastía XVIII.

El reinado de Mentuhotep III se caracterizó por una cierta innovación arquitectónica que incluye un triple santuario en el yacimiento de Medinet Habu, que presagiaba ya las triadas “de familia” de los templos de la Dinastía XVIII. Además, los restos del templo de ladrillo que construyó en el “Hill of Thoth”, el pico más alto que domina el Valle de los Reyes, no sólo contenía otra triple cripta sino que incorporaba los ejemplos más antiguos de pilonos de templo que habían sobrevivido. No lejos del templo, quedan los vestigios del palacio del festival sed de Mentuhotep III.

El arte que nos ha llegado de este efímero reinado no es menos innovador; podría decirse que la escultura en relieve alcanzó su auge en esta etapa del Imperio Medio. La talla en piedra es extremadamente bella, con un relieve que trasmite una enorme profundidad espacial, y una incrustación que no vas más allá de unos cuantos milímetros dentro de la piedra. La sutileza del retrato y los detalles del ropaje de los relieves de Tod son muy superiores a las esculturas de Mentuhotep II.

Mentuhotep III fue también el primer gobernante en enviar una expedición a la tierra del Punt, en el África oriental, para obtener incienso, aunque tales expediciones al Mar Rojo y al Punt serían más frecuentes durante la Dinastía XII. La expedición de 1992 A.C., liderada por un oficial llamado Henenu, partió vía el Wadi Hammamat, lo que aparentemente obligó a construir barcos a orillas del Mar Rojo utilizando madera que habría sido transportada de un lado a otro. También se esforzó en proteger la frontera nordeste mediante la construcción de fortificaciones al este del Delta.

Cuando Mentuhotep III falleció, hacia 1992 A.C., al parece ser hubo “siete años vacíos” que corresponderían al reinado del faraón Nebtawyra Mentuhotep IV, quien podría haber usurpado el trono al no figurar su nombre en la “Lista de Reyes”. Su madre fue una plebeya carente de títulos reales, que no fuera el de “madre del faraón”, por lo que es posible que ni siquiera fuese de sangre real.

Poco se sabe del reinado del faraón Mentuhotep IV, excepto por sus expediciones a las canteras. Las inscripciones de la cantera de travertino de Hatnub sugieren que algunos nomarcas del Egipto Medio podrían haber creado problemás durante esta época.

El acontecimiento más importante del que hay testimonio durante su reinado fue el envío de una expedición canterana al Wadi Hammamat. Amenemhat, el visir que ordenó la expedición, dio órdenes de que se hicieran inscripciones en la cantera a forma de registro de dos sorprendentes presagios de los que el grupo habría sido testigo. El primero se refiere a una gacela que dio luz a una cría sobre la piedra que se había escogido para confeccionar la tapa del sarcófago del faraón; y el segundo, una feroz tormenta de lluvia que cuando amainó, puso al descubierto un pozo, de diez codos cuadrados, lleno de agua hasta el borde. Cierto es que en un terreno tan árido habría supuesto un descubrimiento espectacular, e incluso milagroso.

Parece casi seguro que el hombre que se convirtió en el primer faraón de la Dinastía XII fue el propio Amenemhat quien, como la mayoría de los altos cargos de la Dinastía XI, habría ya gozado de puestos de poder. La decisión de un rey débil, o la inexistencia de un heredero viable, explicarían, pues, el paso del Trono al visir.

Y vamos de nuevo a hacer un alto en el camino, y será en una próxima Hoja Suelta que nos adentraremos en la Dinastía XII.


Rafael Canales

En Banalmádena-Costa, a 26 de octubre de 2009

Bibliografía:

“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”. Ian Shaw. Oxford University Press, 2004
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
“British Museum Database”.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

El Primer Período Intermedio (2.160-2.055 A.C.) 7/7. Guerra Final y Retrospección.


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El modelo, procedente de la tumba de Nebhepetre Mentuhotep II (2.055-2.004 A.C.), es una maqueta que muestra el proceso de horneado que aseguraría pan durante toda la eternidad. El modelo hace ver las diferentes etapas del horneado del pan. Es puramente esquemático, más que representativo, de una panadería real. El pan constituía el elemento básico del Antiguo Egipto, y de tal importancia en la vida cotidiana, que varios signos jeroglíficos se refieren a diferentes tipos de pan, y el símbolo de "ofrenda" viene representado por una hogaza de pan sobre una esterilla. Formaba parte de las ofrendas para el sustento del fallecido en la Otra Vida, ya se tratase de un humilde granjero o del propio faraón. Deir el-Bahari, Dinastía XI, hacia 2.000 A.C.


LA GUERRA FINAL

Las cosas alcanzaron su clímax cuando Wahankh Intef II atacó el nome de Thinis, ciudad cercana a Abydos, y se adentró en el norte, donde fue frenado por los nomarcas de Asyut. Al menos un contraataque de las fuerzas heracleopolitanas ha sobrevivido en forma de inscripción, muy deteriorada, en la tumba de Ity-yeb – el segundo de una serie de Inspectores de Sacerdotes de Asyut – que aporta información sobre operaciones militares con éxito contra los “nomes del sur”.

Además, en la narración de “Enseñanzas para Merykara”, se reivindica que el padre del Faraón Merykara habría reconquistado Abydos. Si estos hechos tienen o no alguna conexión con la “rebelión de Thinis”, rememorada en la estela conmemorativa del decimocuarto año de reinado del faraón Mentuhotep II, el hecho es que el tema sigue siendo objeto de controversia.

No obstante, es evidente que este éxito militar de Heracleópolis no tuvo ningún efecto duradero en el desenlace final, ya que la tumba del hijo de Ity-yeb, Khety II, de la época del Faraón Merykara, contiene un informe relativo a un conflicto posterior con los agresores tebanos. No existen datos sobre la secuencia de sucesos de esta fase final de la guerra, pero pocas dudas puede haber de que Asyut fue tomada por la fuerza y de que la familia gobernante de Asyut no sobrevivió a la victoria tebana.

Tampoco hay pista alguna de los avances del faraón Mentuhotep II más al norte, pero parece poco probable que hubiese tenido que luchar personalmente por cada palmo de terreno; más bien, es probable que la red bajo dominio heracleopolitano colapsase después de la caída de Asyut, y que los dirigentes locales estuviesen ansiosos por ponerse del lado de la parte victoriosa antes de que fuese demasiado tarde, con la esperanza así de salvarse ellos y evitar a sus ciudades el “terror que desplegó la casa real tebana”.

No se conoce la suerte del último faraón de Heracleópolis, ni se tiene detalle alguno de la caida de la ciudad, pero las recientes excavaciones del yacimiento de Ihnasya el-Medina muestran que sus monumentos funerarios fueron literalmente reducidos a escombros en algún momento de principios del Imperio Medio. Esta observación arqueológica se nos presenta tentadora como posible evidencia del eventual saqueo y pillaje de la capital del norte de Egipto.

EL PRIMER PERÍODO INTERMEDIO EN RETROSPECCIÓN

Los egiptólogos modernos, en su mayoría aún siguen presentando una imagen negativa del Primer Período Intermedio al que consideran un período de caos, decadencia, pobreza y tinieblas social y política: Una “era oscura" que separa dos épocas de gloria y de poder. Esta imagen, no obstante, sólo está parcialmente basada en una evaluación de fuentes contemporáneas. En la mayoría de los casos reproduce, a veces con sorprendente ingenuidad, el tema literario desarrollado en un grupo de textos del Imperio Medio.

Los textos “Consejos de un Sabio Egipcio” y “Profecía de Nefertiti” forman el corazón de este género, pero algunos otros textos “pesimistas”, como “Quejas de Khakheperraseneb” y “Diálogo entre un Hombre Cansado de la Vida y su ba” podrían añadirse a esta línea. En este tipo de texto, se lamenta el estado de desorden y se compara con el estado en el que las cosas deberían de estar.

"El orden social está cabeza abajo; el rico es pobre, y el pobre rico; el malestar político y la inseguridad prevalecen en todo el país; los documentos administrativos se hacen pedazos; hay numerosos y diferentes gobernantes en el poder al mismo tiempo; el país se ve invadido de extranjeros; la base moral de la vida cotidiana se destruye; la gente se desprecia y se odia; y las sagradas escrituras se ven profanadas".

Este estado de disturbios generalizados no está confinado al mundo social, sino que realmente alcanza dimensiones cósmicas en las que, a veces, incluso se llega a decir que el río ya no fluye como debería hacerlo, y que hasta el sol parece haber perdido su antiguo resplandor.

Conviene mencionar que estos textos en realidad no pretenden ser del Primer Período Intermedio; ni mencionan detalles históricos. En la “Profecía de Nefertiti”, se vaticina que el advenimiento de Amenemhat I (1.985-1.956 A.C.) traería consigo sociego en un caótico estado que, cronológicamente, se sitúa a finales de la Dinastía XI y no en el Primer Período Intermedio.

Así es que, se requiere un escrutinio muy cuidadoso si lo que se pretende es determinar si estos textos tienen alguna relación con la historia del Primer Período Intermedio, e incluso, si la tubiesen, se habría de investigar de forma cuidadosa cómo se relacionan con los sucesos históricos reales.

Los textos que proceden del mismo Primer Período Intermedio, carecen por completo de esa nota de desesperación y sello de autenticidad de la literatura “pesimista” del Imperio Medio. Ellos hablan de crisis, sí, pero de crisis brillantemente superada; la fuerza, la confianza en sí mismo, el orgullo, y la autoestima, caracterizan el estado de ánimo del momento.

Por supuesto que hay un número impresionante de similitudes en las biografías del Primer Período Intermedio, y los “pesimistas” textos del Imperio Medio (tales como la irregularidad de El Nilo, la hambruna, el malestar social, la guerra, y una crisis que hacía temblar los propios cimientos del estado), pero estas similitudes son pruebas, para empezar, de las conexiones literarias entre ambas.

Hay otro aspecto de la evidencia que se sustrae de los textos que podría ser incluso más importante. En el Primer Período Intermedio, las historias de crisis servían para legitimar el poder de los gobernantes locales. De igual forma, la imagen altamente elaborada de un determinado período de caos aportada por una literatura “pesimista”, proporcionaría un oscuro fondo sobre el que la dura política represiva de ley y orden impuesta por los faraones del Imperio Medio, podría llegar a justificarse, e incluso hacerse ver como beneficiosa. De cualquier forma, los cimientos de la ideología de gobierno llevada a la práctica por la monarquía del Imperio Medio descansan, sólidamente afianzados, sobre lo que conocemos del pensamiento del Primer Período Intermedio.

Estas comparaciones entre la literatura que hemos dado en llamar “pesimista” del Imperio Medio, y los textos contemporáneos del Primer Período Intermedio, revelan hasta qué punto la experiencia del Primer Período Intermedio llegó a afectar a la conciencia colectiva de los egipcios del Imperio Medio y a su visión de las relaciones sociales y políticas.

Por otra parte, resultaría extremadamente engañoso pretender utilizar los textos literarios del Imperio Medio como auténticas fuentes a la hora de considerar la Historia del Primer Período Intermedio.

El panorama del Primer Período Intermedio que se expone en este Capítulo 6º, está basado, en su totalidad, en fuentes contemporáneas fidedignas. Esta determinación de evaluar la documentación que ha sobrevivido en todos sus aspectos, hace mucho más difícil estar de acuerdo con la visión negativa tradicional del período. Como contraste, hay que decir que uno se siente impresionado por el dinamismo y la creatividad del período.

Cuando Sunusrest I donó una estatua del “conde” Intef, el antepasado de la dinastía XI, al templo de Karnak, lo hizo reconociendo los orígenes de la realeza del Imperio Medio en las batallas que libraron los gobernantes locales por el poder, y la ascendencia durante el Primer Período Intermedio. Independientemente de su importancia política, el impacto que el Primer Período Intermedio tuvo en la historia cultural egipcia, no se puede negar. Un abanico completo de nuevos tipos morfológicos se desarrolló en prácticamente cada esfera de la cultura del material, que incluye nuevos inventos tan singulares como el sello con forma de escarabajo.

Y por encima de todo, a la cultura popular se le dio la oportunidad de florecer en un momento en el que la agobiante influencia de la cultura cortesana se había disipado, y cuando se vivían tiempos de un gran debilitamiento del gobierno central que ya antes, durante el Imperio Antiguo, habría impuesto duras sanciones y exigencias a las comunidades provinciales.

En el Primer Período Intermedio, las poblaciones locales de todo el país disfrutaron de una visible, si bien modesta, riqueza. También adquirieron nuevas formas de expresión cultural y de comunicación, y supieron adecuar sus vidas, dentro de un reducido horizonte, a sus cometidos inmediatos.

COMENTARIO ex profeso

Pecaría de injusto, ingenuo e insolidario, si no confesase abiertamente el satisfactorio impacto que ha supuesto para mí la exposición tan profesional, tan pausada y tan eruditamente razonada de este ensayo que termina ahora, dedicado al Primer Período Intermedio del Antiguo Egipto, tan brillantemente expuesto para delicia de lectores todos, por el Profesor Stephen Seidlmayer, de la Berlin-Brandenburgische Akademie der Wissenschaften.

Basta sólo con leer los últimos párrafos de esa “Retrospección” que acabamos de dejar atrás, para entender la reflexión con la que inicio mi Comentario. Debo, pues, aceptar mi ignorancia debida, quizás en parte, a una laguna en la actualización de temas de gran calado como el que nos ocupa, y a una falta de perseverancia en el seguimiento de los mismos. Tarea ardua, por otra parte, ante la aparente inexistencia de un cuerpo de publicaciones que aune, acoja y resuma, de forma periódica y con relativa puntualidad, los acontecimientos arqueológios más destacados de efecto inmediato en la Egiptología.

Debo, pues, admitir con cierta humildad, que el Primer Período Intermedio que acabo de descubrir difiere, felizmente y con mucho, del período de casi total oscurantismo con el que la Egiptología tradicional nos tenía acostumbrados.

No es mi intención, y mucho menos mi labor, incidir en los cómos y porqués de tan diferente panorama que han quedado perfectamente resumidos en el ya mencionado apartado precedente, titulado “El Primer Período Intermedio en Retrospección”.

Doy paso así, en una nueva “Hoja Suelta”, a un próximo capítulo, el 7º, titulado “El Renaissance Egipcio en el Imperio Medio” que nos adentrará en uno de los períodos dinásticos más significativos e interesantes de la Historia del Antiguo Egipto.

Faraones de la Dinastías IX y la Dinastía X (Heracleópolis):

Khety (Meryibra)
Khety (Nebkaura)
Khety (Wahkara)
Merykara.

Faraones de la Dinastía XI (Sólo Tebas):

Mentuhotep I (Tepy-a: “el antepasado”)
Intef I (Sehertawy)
Intef II (Wahankh)
Intef III (Nakhtnebtepnefer)


Rafael Canales

En Benalmádena-Costa, a 20 septiembre de 2009.

Bibliografía:

“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”.
Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”.
Ian Shaw. Oxford University Press, 2004
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Antico Egitto”.
Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”.
Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
“British Museum Database”.

viernes, 11 de septiembre de 2009

El Primer Período Intermedio (2.160-2.055 A.C.) 6/7

("Pinchar" y ampliar)

Relieve de caliza mostrando a Mentuhotep II abrazado por Montu. Templo de Mentuhotep II, Deir el-Bahari, Dinastia XI, hacia 2.050 A.C. El dios Montu probablemente era la deidad suprema local de la región tebana, con su centro de culto en Armant. Su culto llegó a ser más prominente con la subida al poder de la familia de la Dinastía XI (hacia 2.125-1.985 A.C.) en el Alto Egipto. El nombre de Mentuhotep significa "Montu está satisfecho". El relieve fue restaurado en algún momento durante la Dinastía XIX, hacia 1.250 A.C.

LA ERA DE HERACLEÓPOLIS EN LA HISTORIA SOCIAL Y CULTURAL DE EGIPTO

Ante la ausencia de datos relativos a la historia dinástica de los gobernantes de Heracleópolis, parece que lo más lógico sería investigar primero si el reino de Heracleópolis se puede considerar como una entidad social y cultural característica. Y, volviendo a las evidencias arqueológicas, deberíamos prestar atención al corazón del reino heracleopolitano: Las regiones de Menfis y el-Faiyum. Desde el punto de vista puramente arqueológico, el sur del Medio Egipto era, en esencia, una región del Alto Egipto.

Al norte, sin embargo, nos enfrentamos a un problema doble. Las fuentes de evidencia de que se dispone, no constituyen un marco histórico rico y coherente como son los datos del Alto Egipto. Por lo que es extremadamente difícil establecer una secuencia arqueológica sólida. Además, no disponemos de ningún grupo de material específico que nos permita una datación fiable en términos dinásticos. Así que, con frecuencia, no se sabe a qué monumentos se les puede asignar el período heracleopolitano apropiado, y qué otros son posteriores, de hecho, a la unificación del país, e incluso de principios del Imperio Medio.

En muchos aspectos, el desarrollo del material arqueológico en el norte sigue el mismo curso que en el Alto Egipto. Por ejemplo, las maquetas de madera de sirvientes y de talleres, máscaras de cartonnage, y tumbas de “familias ampliadas”, todas aparecen en ambas zonas, y las costumbres funerarias son, en su mayoría, las mismas. Para algunas clases de artefactos, tales como vasijas de piedra y amuletos de botón para sellados, es evidente que tanto el norte como el sur recurrían a los mismos modelos. Y, a juzgar por el material arqueológico, parece que las comunidades heracleopolitanas habrían estado sujetas a patrones similares de desarrollo social y cultural que el resto del país.

Hay diferencias importantes, sin embargo, que no se pueden pasar por alto. La evolución de la forma de la vasija de cerámica, por ejemplo, siguió un sendero totalmente diferente en el norte. Aquí, el antiguo patrón ovoideo no se abandonó, como ocurrió en el sur. Más bien se diría que surgió una serie de tipos muy especiales de jarras ovoideas, muy estilizadas, con frecuencia de bases puntiagudas, cuellos con forma cilíndrica o de embudo, bastante peculiares. Los patrones morfológicos que se desarrollaron en el norte durante el Primer Período Intermedio, evidentemente se aproximan mucho más a la tradición del Imperio Antiguo.

Sin embargo, incluso en el reino de Heracleópolis, la cultura de élite al estilo de la aristocracia del Antiguo Egipto, no sobrevivió. El perfil social de los ocupantes de los cementerios de la antigua Corte de la región menfita, por lo tanto, cambió de forma radical. Sin embargo, para los primitivos egiptólogos, que solían basar sus elementos de juicio totalmente en la comparación con la cultura de la Corte del Antiguo Imperio, esto les parecería indicativo de sucesos dramáticos.

No obstante, una vez situados en un fondo más amplio, está claro que estamos presenciando el paso de un período de condiciones excepcionales, a otro de comparativa normalidad, en el que la necrópolis menfita llegó a ser similar a los cementerios de las ciudades de provincia.

Cierto, que la pérdida del estatus de dominio de Menfis a finales del Imperio Antiguo habría dado lugar, sin duda alguna, a cambios drásticos en las condiciones de vida de sus habitantes. Pero los datos arqueológicos procedentes de los cementerios menfitas no pueden interpretarse como testimonio de una revolución social, o una guerra civil, una vez desaparecido el Imperio Antiguo.

Varios yacimientos importantes, tales como Saqqara, Heliópolis y Heracleópolis Magna, dan testimonio de la existencia de pequeñas tumbas-mastaba que incorporan capillas de ofrendas decoradas y falsas-puertas que permiten valorar el estilo del arte de Heracleópolis. La tradición del Imperio Antiguo domina. Las escenas de rituales y de la vida cotidiana, la disposición de la decoración y el estilo de la talla, se ajustan a los patrones del Imperio Antiguo; pero todo en miniatura. Aquí, en la región menfita y en sus alrededores, donde los monumentos del glorioso pasado de Egipto estaban disponibles para una inmediata inspección, y donde sus tradicionales talleres habrían estado atrincherados durante siglos, el legado del Imperio Antiguo no se iba a olvidar.

El abanico total de situaciones en las que se ponían en práctica estas tradiciones durante el Primer Período Intermedio, es muy probable que se nos escape debido al estado en que se encontraba la investigación arqueológica a finales del siglo veinte.

No obstante, inmediatamente después de la reunificación del país, el faraón de la Dinastía XI Nebhepetra Mentuhotep II, supo aprovecharse de la yacente experiencia, y de los artistas y albañiles menfitas, a la hora de construir y embellecer su templo funerario de Deir el-Bahri. Y es en su reinado que presenciamos la repentina reaparición de un nivel de pericia y habilidad que no se conocían desde los tiempos de las pirámides del Antiguo Imperio.

LA ORGANIZACIÓN INTERNA DEL REINO DE HERACLEÓPOLIS

Durante el inicio del período heracleopolitano, el sur del Alto Egipto consiguió escabullirse del control real, pero… ¿qué ocurrió con aquellas zonas del país que permanecieron bajo el dominio de Heracleópolis hasta el final? Entre las fuentes principales disponibles se encuentran los registros prosopográficos e inscripciones biográficas del sur del Egipto Medio. Entre éstos, el puesto de honor recae sobre las tumbas de los supervisores de sacerdotes de Asyut.

Durante la última fase del período heracleopolitano, Asyut emerge como el baluarte militar más importante del Alto Egipto que permanecería leal a los faraones heracleopolitanos durante su lucha contra los rebeldes tebanos. Las inscripciones biográficas de tres sucesivos titulares de cargo público, proporcionan información crucial, no sólo del curso de los acontecimientos políticos, sino también de las opiniones del momento sobre la ideología del gobierno.

También se puede obtener información adicional de un grupo de grafiti inscrito en las paredes de la cantera de travertino (o Sinter), en Hatnub, por emisarios del nomarca Neheri, del nome el-Ashmunein, cuya tumba rupestre se le conoce por “el-Bersha”. La datación de estos textos como inmediatamente posterior a la terminación del período heracleopolitano, parece la correcta (aunque algunos estarían dispuestos a cuestionarla) y, no obstante, es un hecho que sus puntos de vista están firmemente arraigados a la tradición de Heracleópolis.

Los tópicos tratados en estos textos de Asyut y Hatnub son similares, en muchos aspectos, a los de los textos hallados más al sur. De nuevo, las reinvicaciones de los dirigentes locales por haber cuidado de sus ciudades en situaciones críticas, constan de forma destacada. La inscripción biográfica del más antiguo supervisor de sacerdotes de Asyut, incluso proporciona una descripción detallada de las medidas tomadas por él para la mejora de un sistema de regadío que asegurarse suficientes cosechas en los años malos.

Además, se recalcan las proezas militares de los nomarcas. Se hace hincapié tanto en sus éxitos en su lucha contra el enemigo extranjero (el dirigente tebano), como en la constitución de un sistema de seguridad pública. Y, finalmente, el cuidado por parte de los magnates de los templos locales de sus propias ciudades, no se olvida: Las obras de construcción en los templos y las previsiones para cubrir las necesidades asociadas con el culto, no dejan de mencionarse.

En total contraste con el texto de Ankhtifi, sin embargo, el mantenimiento de estrechas conexiones con el faraón, juega un importante papel en los textos de los magnates de Asyut. Son ellos mismos quienes reivindican su descendencia de un venerable tronco aristocrático, y sus cercanos lazos personales que, al parecer, les unía con la casa heracleopolitana de gobernantes. Por ejemplo, uno de ellos menciona que, en su niñez, recibía lecciones de natación con los hijos del faraón. Además, se menciona la intervención del ejército heracleopolitano en el Alto Egipto. Así que, el dominio de Heracleópolis fue algo muy real para los gobernantes locales del sur del Egipto Medio.

En cuanto a nuestras fuentes para la estructura interna del Reino de Heracleópolis, éstas siguen siendo muy vagas. Con todo, el material disponible parece sugerir que los monarcas heracleopolitanos podrían haberse apoyado en una clase de aristócratas provinciales que permanecían fieles a la Corona; especialmente, en aquellos casos donde existiesen fuertes vínculos personales; ya fuese mediante parentesco, matrimonio o amistad. No obstante, estos aristócratas habrían, a la vez, considerado sus propias ciudades de crucial importancia para ellos; quizás incluso considerándolas sus principales objetos de lealtad. En este sentido, el Reino de Heracleópolis parece haber heredado una de las características del Antiguo Imperio: Y puede, también, que haya compartido una de sus debilidades estructurales.


KOM DARA

En este contexto, un importante monumento, aunque algo enigmático, puede ser significativo. En el cementerio de Dara, a unos 27 km río abajo de Asyut, en el Egipto Medio, una gigantesca tumba-mastaba de adobe, conocida como “Kom Dara”, ocupa una posición de mando. El edificio no ha sido aún debidamente investigado. En sus condiciones actuales, un área de 138 x 144 m, es decir 19.872 m², está delimitada por unos masivos muros exteriores que originalmente debieron alcanzar una altura de unos 20 m.

Los restos de la capilla mortuoria, que en algún momento necesariamente tuvieron que formar parte del complejo, aún no se han encontrado. Al interior, sin embargo, se pudo tener acceso a través de un inclinado corredor que penetraba en el edificio en el centro de su lado norte, y que bajaba hasta una cámara funeraria subterránea sencilla, construida con grandes planchas de piedra caliza.

El enorme tamaño de esta tumba, junto a su planta cuadrada y la situación de su cámara funeraria, son reminiscencias de una pirámide. Un análisis más cuidadoso de su construcción revela, sin embargo, sin lugar a dudas, que el edificio nunca estuvo pensado como una pirámide. De hecho, el acceso a la cámara mortuoria por el norte, constituye una característica muy común en la arquitectura de tumbas privadas de finales del Imperio Antiguo, mientras que la planta cuadrada de la superestructura, corre pareja con tumbas menores del propio cementerio de Dara.

Así que, Kom Dara se puede entender como una tumba monumental derivada de un prototipo local, muy en línea con las tumbas-saff de Tebas, que evolucionaron de sencillos tipos de tumbas-saff, construidas para los cultos funerarios de la gente corriente.

Basándose en la cerámica, Kom Dara puede datarse hacia la primera mitad del Primer Período Intermedio. Su dueño sigue siendo desconocido, y aún carecemos de prueba alguna que apoye su identificación, tan frecuentemente repetida, con un tal Faraón Khuy, cuyo nombre aparece en un fragmento de relieve reusado, encontrado en otro edificio del yacimiento. La propia tumba da testimonio inequívoco de las aspiraciones de su dueño a un rol político que excede, con mucho, al de un mero nomarca; aún en el caso de que osase asumir los títulos de realeza.

No existen documentos históricos que nos puedan dilucidar lo que en realidad pasó en este yacimiento, pero el contexto global deja bien claro que el dueño de la tumba de Kom Dara, en realidad nunca llegó a conseguir el establecimiento de un centro de poder independiente como hicieron los tebanos poco más tarde.

Pero resulta tentador seguir especulando un poco más. En las fértiles y amplias llanuras del Egipto Medio, cualquier dinastía local ambiciosa era propensa a verse rodeada de una veintena de poderosos competidores. Por consiguiente, la propia situación geográfica pudo haber ayudado a estabilizar el equilibrio de poder entre un número de gobernantes locales del Egipto Medio, quienes, a su vez, habrían jugado un papel fundamental en el mantenimiento de la jefatura suprema real.

Además, no parece ir demasiado lejos el dar por hecho que, en este lugar, una de las zonas agrícolas más productivas del país, la Corona viese importantes intereses en juego y, en consecuencia, se sintiese menos inclinada a tolerar ninguna aventura política de los gobernantes provinciales que no fuese en partes remotas de la “Cabeza del Sur”;
es decir, de la región de Tebas.

Hacemos una nueva pausa para dejar paso a una nueva “Hoja Suelta” con la que finalmente concluiremos este Capítulo 6º, y con él, el Primer Período Intermedio.


Rafael Canales

En Benalmádena-Costa, a 16 de septiembre de 2009

Bibliografía:

“The Enciclopedia of Ancient Art”.
Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”. Ian Shaw. Oxford University Press, 2004.
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
“British Museum Database”.

martes, 8 de septiembre de 2009

El Primer Período Intermedio (2.160-2.055 A.C.) 5/7

Estatua del administrador Mery sentado, con los pies sobre un plinto, en el que hay inscrito un texto jeroglífico, de lectura de derecha a izquierda, con el nombre del propietario al final. Su traje es típico de la época. La peluca, corta, va decorada con incisiones que representan el cabello. La falda está densamente plisada. Sus facciones y su cuerpo no representan su apariencia en la vida real, sino que se ajustan a las convenciones vigentes de la época. Sus prominentes orejas, cintura fina y largos pies, son característicos de las estatuas datadas en el Imperio Medio (2.040-1.750) . Tebas, Dinastía XI, hacia 2.050 A.C. ("Pinchar" y ampliar)



EL FARAÓN WAHANKH INTEF II (2.112-2.063 A.C.)

Mientras que Mentuhotep I e Intef I, los dos primeros faraones de la Dinastía XI, reinaron durante sólo quince años, el reinado de cincuenta años del hermano y sucesor de Intef I, Wahankh Intef II, destaca como la fase más decisiva en el desarrollo de la nueva monarquía. La más que apreciable cantidad de evidencia arqueológica, epigráfica y artística que ha sobrevivido a su reinado, ha permitido disponer de perspectivas introspectivas que son cruciales para el conocimiento de la realeza tebana.

Intef II reclamó la tradicional realeza dual – la nesu-bit – así como el título de “Hijo de Ra”, que hace referencia al dogma de ascendencia divina. No adoptó, sin embargo, el protocolo real completo, con sus cinco “Grandes Nombres” - la llamada "Titularidad real quíntuple" - de la que ya se habló más ampliamente en el Capítulo I de este Proyecto. De hecho, sólo añadió el “Nombre de Horus” Wahankh (“el que sobrelleva la vida”) a su “Nombre de Nacimiento”, Intef, pero no el “Nombre del Trono” que tradicionalmente incorporaría el nombre del Dios-Sol, Ra.

Por desgracia, son pocas las representaciones reales que se conservan, lo que hace imposible decidir si usaba la colección completa de coronas reales, y otras insignias, aunque el nivel de evidencia de que se dispone sugiere que no es probable. Los primitivos faraones tebanos, pues, eran plenamente conscientes del carácter limitado de su mando.

Fiel a sus orígenes sociales entre los magnates de provincia, Intef II hizo confeccionar una estela biográfica que se alzaba en la capilla de entrada a su tumba-saff en el-Tarif. Este monumento, que nos muestra una representación del faraón acompañado de sus perros favoritos, resume en retrospectiva los logros de su reinado; y las declaraciones que aparecen en el texto, las confirman ampliamente las inscripciones de sus seguidores.

Como ya se ha dicho antes, hay buenas razones para creer que el último nomarca tebano no perteneciente a la realeza, aún gozaba de poder en una gran parte del sur del Alto Egipto. Sin embargo, fue Intef II quien dio el empujón decisivo hacia el norte. Capturó el nome de Abydos que, desde tiempos del Imperio Antiguo había sido el centro administrativo más importante del Alto Egipto, y lanzó su ataque aún más lejos, hasta el territorio del 10º nome del Alto Egipto. Esto constituyó un acto de abierta hostilidad contra los faraones de Heracleópolis, así que, durante varias décadas, la guerra iba a proseguir de forma intermitente en la franja de tierra entre Abydos y Asyut.

LOS HOMBRES DEL FARAÓN

Se conocen alguno de los hombres que sirvieron bajo Intef II. El oficial militar tebano, Djary, por ejemplo, que luchó contra el ejército de Heracleópolis en el nome de Abydene y que se adentró hacia el norte hasta el 10º nome; Hetepy, de Elkab, que se responsabilizó para el faraón de la administración de los tres nomes más meridionales; y el tesorero de Intef, Tjetiy, cuya magnífica estela forma parte ahora de la colección del Museo Británico.

Aunque las inscripciones biográficas de estos hombres tenían por objeto principal elogiar los logros de sus titulares, no existe la menor duda del hombre sobre el que recaía la autoridad final:

“Hatepy dice esto: Yo fui amado por mi señor y elogiado por el señor de estas tierras; y su Majestad hizo feliz a este servidor (Hetepy). Tanto es así, que su Majestad dijo: “No hay nadie que (….) de mi mando como Hetepy!”, y este servidor lo hizo extremadamente bien, y su Majestad elogió a su servidor por ello. Y sus nobles dijeron: “¡Que esta cara te enaltezca!”

Sin duda es extremadamente significativo que ya no hubiese “nomarcas” en los territorios controlados por los dirigentes tebanos, y que a ninguno de los funcionarios que realizaban misiones importantes para estos faraones se les diese la oportunidad de establecerse como gobernante local y mediador entre los intereses de sus dominios y las exigencias del faraón.

El recién instalado estado se organizó, no como una red imprecisamente tejida de magnates semiindependientes, que era en lo que se había convertido durante el Imperio Antiguo, sino en un poderoso sistema cuya fiabilidad se basaba en vínculos de lealtad personal y control riguroso.

MONUMENTOS Y ARTE

Además de sus proezas militares, Intef II hace resaltar en su inscripción biográfica que ha construido innumerables templos a los dioses y, de hecho, el fragmento más antiguo de construcción real que aún sobrevive en Karnak es una columna de Wahankh Inter II.

En Elefantina, las excavaciones realizadas en el templo de la diosa Satet, han puesto al descubierto una serie ininterrumpida de etapas de construcción que se remontan al Período Protodinástico. Mientras que los gobernantes del Imperio Antiguo dedicaban sólo unas pocas ofrendas votivas a Satet en Elefantina, Intef II fue el primer faraón en construir capillas tanto para Satet como para Khnum, y en conmemorar su actividad con inscripciones en el marco de las puertas. Su ejemplo fue seguido por todos sus sucesores en la Dinastía XI.

La secuencia de los acontecimientos que tan claramente han revelado las excavaciones de Elefantina, también resultó cierta para muchos otros emplazamientos de templos. De hecho, quitando algunas pocas excepciones muy específicas, la actividad real en construcción en los templos de provincia del Alto Egipto sólo está testimoniada a partir de la Dinastía XI en adelante.

Así pues, se puede decir que, Intef II, habría inaugurado una nueva política de actividad y de presencia real en los santuarios, por todo el país; política que iba a continuar, incluso a mayor escala, Senusret I, y muchos otros faraones.

Los monumentos privados y reales de la época de Intef II también incluyen espléndidos ejemplos del arte tebano de la Dinastía XI. Algunos de los monumentos menores, como la estela de Djary, todavía muestran el severo estilo artístico del Primer Período Intermedio, en el Alto Egipto, mientras que los talleres reales empezaban ya a producir trabajos bellamente equilibrados que se caracterizaban por su modelado redondeado que, con frecuencia, producían un efecto estético especial, debido al contraste entre zonas grandes y lisas, y zonas llenas de detalles, finamente tallados, tales como faldas de elaborado plisado, o intrincados diseños de peinado. En estos trabajos, se aprecia, claramente, un visible deseo de crear un medio adecuado a las aspiraciones de la nueva Dinastía.

Y si nos concentramos en los desarrollos acaecidos al sur del Alto Egipto, es posible encontrar rastros del surgir de una nueva estructura política que llevaría, en secuencia ininterrumpida, a la eventual formación del estado del Imperio Medio. Este proceso, que iba a tener enormes efectos en el futuro de Egipto, debería, quizás, considerarse como el fenómeno más importante en la historia del Primer Período Intermedio.

No deberíamos olvidar, sin embargo, que el reino de Tebas ocupaba sólo una pequeña, remota y relativamente poco importante parte del total de Egipto. Los períodos de guerra y conflicto que se vislumbran de tan alarmante lectura de una narrativa biográfica, no hay duda de que se trataban de episodios de corta duración y muy localizados. En la mayoría de los casos, durante la mayoría del tiempo, y para la mayoría del pueblo, el Primer Período Intermedio habría sido, más bien, una experiencia menos estremecedora.

Durante el Primer Período Intermedio, la mayoría del país estuvo en manos de los sucesores de la antigua dinastía menfita en Heracleópolis. Así pues, para alcanzar un juicio equilibrado y objetivo del período, es crucial concentrarse en la situación del dominio real de Heracleópolis tanto como en el del sur.

EL REINO DE HERACLEÓPOLIS

Se sabe muy poco de los dieciocho o diecinueve faraones que componen la Dinastía de Heracleópolis de Manetón y que ocuparon el Trono de Egipto durante un período de unos 185 años. Incluso sus nombres en su mayoría se desconocen y, con sólo una o dos excepciones, es imposible asignar los pocos faraones que se mencionan a los lugares correctos dentro de la secuencia dinástica. Además, ni siquiera se conoce la duración de sus reinados.

Según Manetón, la Dinastía de Heracleópolis la fundó un faraón llamado Khety, dato que lo confirman aquellas evidencias epigráficas contemporáneas que hacen referencia al reino del norte como “la casa de Khety”. Pero se ignoran, totalmente, los orígenes del faraón Khety, o las circunstancias que lo llevaron al Trono.

Fuentes contemporáneas corroboran de forma inequívoca la afirmación de Manetón de la existencia de una conexión entre esta dinastía y la ciudad de Heracleópolis Magna. Lo más probable es que el faraón residiese en Heracleópolis, aunque el hecho de que Merykara (c.2.025 A.C.), el último o penúltimo faraón de Heracleópolis, fuese enterrado en un complejo piramidal en la antigua necrópolis real de Saqqara, parece claramente indicar que los faraones heracleopolitanos se consideraban parte integrante de la tradición de la realeza menfita.

El hecho de que el “nombre del Trono” de Neferkara Pepy II – último gran faraón del Imperio Antiguo – lo asumiese, por lo menos, uno de los faraones de Heracleópolis – como lo hicieran varios faraones de la Dinastía VIII – es obvio que apunta en una misma dirección.

Ninguno de los faraones de Heracleópolis dejó monumento alguno o, al menos, no se ha podido encontrar todavía, aunque esto puede deberse, en parte, al hecho de que la exploración arqueológica del yacimiento de Heracleópolis Magna - la moderna Ihnasya el-Medina – se inicase sólo en 1966.

El hecho de que ninguna de las pirámides haya sido hasta ahora identificada con certeza en la necrópolis de Saqqara, podría considerarse como prueba de que se trataba más bien de edificios que llamaban poco la atención; quizás algo así como las pequeñas pirámides del faraón Qakara, de la Dinastía VIII. Parece claro, pues, que los dirigentes heracleopolitanos no lograron establecer un sistema centralizado fuerte en línea con el del estado durante el Imperio Antiguo; incluso en el corazón de sus propios dominios.

La mayoría de las referencias contemporáneas a la dinastía heracleopolitana se desprende de monumentos privados, en gran medida consistentes en inscripciones biográficas procedentes del sur del Egipto Medio y el Alto Egipto, y tienden a centrarse en la guerra Heracleópolis-Tebas, tópico al que volveremos más adelante.

La era heracleopolitana fue también el entorno histórico de dos de sus más importantes textos literarios y filosóficos del antiguo Egipto que han sobrevivido: “Enseñanzas para el Faraón Merykara” y el “Cuento del Campesino Elocuente”.

Al día de hoy, parece haber un extendido consenso de que estos “textos de sabiduría” fueron en realidad compuestos durante el Imperio Medio, si bien las circunstancias exactas de sus orígenes y las vicisitudes de su posterior transmisión textual siguen siendo objeto de controversia. Es así que se aconseje una precaución extrema en cualquier intento de usarlas como fuentes históricas.

"Enseñanzas para el Faraón Merykara”, por ejemplo, incorpora una narrativa de fondo en la que el padre real (el faraón) del destinatario se encarga de prevenir y rechazar la infiltración asiática en el este del Delta.

Ante esta visión global de la situación, la realidad de tal escenario no parece improbable, si bien no existe ninguna evidencia independiente de que la inmigración asiática llegase a ser un problema durante el Primer Período Intermedio, aunque sí está ciertamente probado que lo fue para el posterior Imperio Medio.

Y, terminamos con la que podríamos llamar “5ª Entrega” de este Capítulo 6º dedicado al Prmer Período Intermedio, y pasamos a una 6ª, con otra “Hoja Suelta”, en la que se van a tratar temas como “La Era de Heracleópolis en la Historia Socio-Cultural”, “La Organización Interna del Reino de Heracleópolis” y “Kom Dara”. Una 7ª Entrega posterior nos llevará al final del período, para dejarnos a las puertas del Imperio Medio.


Rafael Canales

En Benalmádena-Costa, a 11 septiembre de 2009.

Bibliografía:

“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”. Ian Shaw. Oxford University Press, 2004.
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
“British Museum Database”.

viernes, 4 de septiembre de 2009

El Primer Período Intermedio (2.160-2.055 A.C.) 4/7




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Estela de caliza de Tjetji, Tesorero de Inyotef II y III. Tebas (c.2.070 A.C.) Durante el Primer Período Intermedio, en muchos yacimientos de todo Egipto, se fabricó un gran número de estelas, particularmente en Tebas. Sus textos son de gran importancia para historiadores, ya que ayudan a documentar el progreso de los gobernantes tebanos en sus campañas para dominar el Alto y el Bajo Egipto. La estela de Tjetji es una de las mayores y mejor talladas de dichos textos. Aunque en una sóla pieza, se muestran aquí detalles separados de sus partes superior e inferior para facilitar su estudio. El texto vertical es una oración para ofrendas. El texto superior, en registros horizontales, es una inscripción autobiográfica. Este género literario consiste en un relato idealizado del carácter y carrera del funcionario, no necesariamente fiable como evidencia histórica.

COMPETENCIA Y CONFLICTOS ARMADOS

Durante el Imperio Antiguo, los administradores locales se veían obligados a organizar el servicio militar del pueblo bajo su jurisdicción, y a liderar las tropas en las misiones - tanto agresivas como pacíficas - en las regiones contiguas al Valle del Nilo.

Ya en la Dinastía VI, se reclutaban en el ejército egipcio mercenarios extranjeros, en su mayoría nubios. Durante el Primer Período Intermedio, el uso de tropas locales y la experiencia de los gobernadores locales aparecen como fuerzas decisivas en su lucha por el poder. Es así que Ankhtifi declara:

“Yo, que encontré una solución, cuando no existía, gracias a mis sólidos planes; que habló con palabras de mando y mente clara cuando los nomes se aliaron para hacer la guerra. Yo, soy el héroe sin par; el que habló libremente mientras el pueblo guardaba silencio el día en que el miedo se extendió y el Alto Egipto no se atrevió a pronunciar palabra…. Mientras este ejército de Hefat esté en calma, todo el territorio lo estará; pero si alguien pisa su cola de cocodrilo, entonces el norte y el sur de todo el territorio temblará de pánico….Yo, navego rio abajo con mis fieles tropas y echo amarras en la orilla oeste del nome tebano…. y mis fieles tropas buscan batalla por todo el nome tebano, pero nadie se atreve a salir por miedo a ellas. Entonces, Yo, navego de nuevo rio abajo, y echo amarras en la orilla este del nome tebano….y sus murallas (probablemente las del enemigo de Ankhtifi) acaban siendo asediadas al encontrar sus puertas cerradas por miedo a mis poderosas y fieles tropas que, sin descanso, buscan batalla por todo el oeste y el este del nome tebano, sin que nadie se atreva, por miedo, a hacerles frente”.

En realidad, no era nada nuevo que algún funcionario reclamase para sí autoridad para más de un nome. Hacia finales de la Dinastía V, por ejemplo, ya los faraones habían creado el puesto de “Supervisor del Alto Egipto” con la misión de supervisar a los administradores de los nomes individuales del Alto Egipto. Durante el Primer Período Intermedio, hay también pruebas documentadas de funcionarios que eran responsables de un territorio mayor, como es el caso de Abihu, que gobernó los nomes de Abydos, Diospolis Parva, y Dendera durante principios del período de Heracleópolis. Por lo que no hay nada de inusual en el doble “nomarcado” de Ankhtifi, o incluso en sus pretensiones de supremacía militar tan lejos al sur como Elefantina.

La narración de las guerras de Ankhtifi, por otra parte, deja claro que, por entonces, al faraón no se le nombraba, ni siquiera nominalmente, como autoridad capaz de controlar la distribución de poder entre los gobernantes locales. Es importante entender que dicha situación implica un cambio radical de mentalidad. En el cercano sistema político del Antiguo Imperio, el faraón había sido la única fuente legal de autoridad. Todas las acciones de los funcionarios dependían de su mando, y era él quien juzgaba y premiaba sus méritos.

Cuando el poder de la realeza se desvaneció, salió a la luz una situación más abierta. Ahora, los dirigentes locales podían ya actuar según sus propios criterios; tenían que depender de sus propias bases de poder; tenían que defender sus posiciones en competencia con otros; pero también tomaron nueva conciencia de sus propios logros, característica prominente de las inscripciones de Ankhtifi.

DIOSES, POLÍTICAS, Y RETÓRICA DEL PODER

En las inscripciones de las paredes de la tumba de Ankhtifi, al faraón se le nombra sólo una vez en una pequeña etiqueta adosada a uno de los murales: “Permita Horus conceder a su Hijo Neferkara un buen caudal del Nilo”. Es muy significativo que en este caso se apela al faraón en su sagrado rol de mediador entre la sociedad humana y las fuerzas de la Naturaleza. Su rol político, sin embargo, ha sido asumido por otras autoridades:

“El dios Horus me eligió a mí para el nome de Edfu, para restablecer la prosperidad y la salud. Yo encontré el dominio de su administrador, Khuu, en un estado como el de un territorio pantanoso abandonado por su guardián, en unas condiciones de contienda civil, bajo el control de un desgraciado. Yo hice incluso que un hombre abrazase a los que habían matado a su padre o hermano con el fin de reestablecer el orden en Edfu”.

En los textos de Ankhtifi, no es el faraón sino Horus, el dios de Edfu quien aparece como la autoridad suprema guiando la acción política. Este concepto no es único en las inscripciones del Primer Período Intermedio. Incluso la reunificación de Egipto bajo el faraón Mentuhotep II (2.055-2.004 A.C.) se describió en términos similares como resultado de la intervención de Montu, el gran dios del nome tebano: “Y fue un buen comienzo cuando Montu dio ambas tierras al Faraón Nebhepetra (Mentuhotep II)". Según consta en una estela de Abydos, de un Supervisor del Tesoro, Meru, en tiempos de Mentuhotep II.

La ideología descansaba en cimientos sólidos, dado que los dirigentes locales actuaban como “supervisores de sacerdotes”, lo que les aseguraba un rol privilegiado en el culto a los dioses. Al propio Ankhtifi se le representa, en una escena en su tumba, supervisando uno de los grandes festivales de su dios local, Hemen, y la mención más antigua del templo de Amun en Karnak proviene de una estela de un supervisor de sacerdotes tebano que reivindica haber sido responsable de su cuidado durante los años de hambruna.

Desde tiempos remotos, los templos provinciales eran centros administrativos y a la vez focos de lealtad popular local y parece probable que los sacerdocios ligados a estos templos formasen el grupo central de una élite provincial anterior. En cierto modo, los cultos provinciales pueden ser considerados como representaciones simbólicas de una identidad colectiva.

Por lo tanto, durante el Primer Período Intermedio, el dios y la ciudad con frecuencia aparecen de forma paralela en frases relativas al enclavamiento social. La gente dice: “Yo fui de los amados por su ciudad y enaltecidos por su dios”, y las maldiciones dirigidas a sus agresores, amenazan con que: “su dios local le despreciará y sus conciudadanos (a veces “su grupo familiar”) le despreciarán”. Así es que con la integración de su autoridad personal con la que ya ejercían en los cultos locales, los magnates provinciales conseguían vincular su poder con uno de los cimientos morales de la sociedad local.

El fascinante tema de la inscripción de Ankhtifi no debería, por otra parte, eclipsar sus méritos literarios. Se trata de una composición de una brillantez inusual, con abundancia de originales e impresionantes expresiones. Cualidades similares se pueden encontrar en las pinturas que decoran su tumba y, ciertamente, en general en el arte del Alto Egipto durante todo el Primer Período Intermedio.

Por entonces, los pintores del Alto Egipto ya no se ajustaban a los modelos impuestos por la Corte del Antiguo Imperio. Su estilo es angular, incluso a veces extraño, y descaradamente expresivo. Habiéndose liberado ellos mismos de modelos desfasados, crearon una serie completa de escenas nuevas: Filas de soldados y cazadores, mercenarios enfrascados en la batalla, y festivales religiosos.

Además, introdujeron nuevas imágenes de labores cotidianas, tales como hilar y tejer, y actualizaron escenas muy antiguas para que conjugasen con los más recientes desarrollos culturales y tecnológicos. Lejos de representar un período de decadencia cultural, estos turbulentos años fueron testigos de un brote de creatividad excepcional, adaptando y desarrollando los medios de expresión literarios y pictóricos para su correspondencia con la nueva serie de experiencias sociales.

El proceso de cambio también indica que la élite del Primer Período Intermedio sintió la necesidad de hacer saber los nuevos desarrollos sociales; cuando el gobierno no pudo por más tiempo confiar en la simple imposición del poder, sus fundamentos tendrían que hacerse explícitos. Así que, el texto de Ankhtifi puede leerse como un discurso relativo a la necesidad de gobierno y los beneficios de una autoridad fuerte. También es notable lo cercanamente que estas ideas – a las que de forma tan persuasiva Ankhtifi apela – coinciden con los sistemas de organización social local y las tradiciones provinciales.

EL “DOMINIO TEBANO” Y LA NECRÓPOLIS DE EL-TARIF

Durante el Imperio Antiguo, Tebas, la capital del 4º nome del Alto Egipto, había sido una ciudad de provincia de tercera categoría. Sin embargo, a principios del período de Heracleópolis, se sabe, por una estela funeraria recuperada del extenso cementerio de el-Tarif, en la orilla izquierda, justo frente al templo de Karnak, de un grupo de supervisores de sacerdotes a cargo de los asuntos locales.

A este grupo de funcionarios le sucedió un nomarca, Intef, que combinaba - como había ocurrido con Ankhtifi – el cargo de “Jefe Supremo del nome de Tebas” con el de “Supervisor de Sacerdotes”. Además, reclamaba para sí los títulos de “Confidente del Faraón de la estrecha puerta del Sur” (Elefantina), y “Jefe Supremo del Alto Egipto”.

Puesto que esta inscripción referente a Intef se encontró en el cementerio de Dendera, la capital del 6º nome del Alto Egipto, parece justo dar por hecho que su autoridad fue reconocida mucho más allá de los confines de su propia provincia.

Este nomarca, Intef, es con toda probabilidad el mismo que el tal “Intef el Grande, nacido de Iku”, que aparece en las inscripciones contemporáneas, y al que el propio faraón Senusret I (1.956-1.911 A.C.), de principios del Imperio Medio, dedicó una estatua en el templo de Karnak. Y aún más, a este personaje se le describe como “conde Intef”, antepasado de la Dinastía XI tebana en la lista-real que aparece inscrita en las paredes de la “capilla de antepasados reales” de Tutmosis III, en Karnak.

No obstante, sólo su inmediato sucesor, Mentuhotep I, fue considerado faraón en la tradición posterior, aunque el nombre de Horus que se le asignó, a saber Tepy-a – literalmente “el antepasado” – lo delata como ficción póstuma. Las fuentes epigráficas posteriores carecen de información sobre Mentuhotep I y su hijo Sehertawy Intef (2.125-2.112 A.C.), si bien la tumba de éste último sigue siendo la referencia más prominente de la necrópolis de el-Tarif, y sigue sirviendo como único monumento que sobrevive del poder y grandiosidad de los primitivos faraones tebanos.

Durante el Primer Período Intermedio, en la necrópolis de el-Tarif, se desarrolló un nuevo tipo de tumba rupestre; aparentemente para su adaptación a la topografía local. En las tumbas pequeñas del personal privado, se empezaba excavando un amplio patio en el estrato de grava y marga de la baja terraza del desierto. En la cara trasera de este patio, un pórtico con una fila de pesados pilares cuadrados formaban la fachada de la tumba; y es esta fila de pilares la que dio nombre a la designación moderna del tipo de arquitectura conocido como tumba-saff (del árabe saff o “fila”). Un corto y estrecho corredor situado en el centro de la fachada, conducía a la capilla de la tumba, en la que también se encontraba el pozo funerario que daba acceso a la tumba.

El Faraón Intef I decidió construir para él una tumba-saff de dimensiones gigantes. El “Patio de Saff Dawaba”, como así se le conoce hoy, se excavó en la tierra como un gigantesco rectángulo de 300 m de largo y 54 m de ancho; de él se sacaron 400.000 metros cúbicos de grava y roca blanda, que apilados, formaban dos cúmulos bajos a ambos lados del patio.

Su parte frontal, donde antaño se habría alzado algún tipo de capilla de entrada, desgraciadamente se ha perdido, pero la trasera, con su amplia fachada formada por una doble fila de pilares cortados en roca, y tres capillas – una para el faraón y dos, probablemente, para sus esposas – aún permanece relativamente bien conservada. Como la superficie de las paredes está totalmente desconchada, no se puede apreciar si originalmente estuvieron pintadas. No obstante, la Saff Dawaba parece haber sido una impresionante pieza de arquitectura que revela algunos de los fundamentos de la recién constituida realeza.

Sobre todo, no hay el mínimo intento de emular a la arquitectura funeraria del Imperio Antiguo. Más bien se diría que los faraones tebanos crearon un tipo explícito de tumba real tebana tomada del repertorio de la tradición local. Aún más, contrariamente a lo que hicieron muchos de los faraones del Imperio Antiguo, no lucharon por imponer la exclusividad de su localización; las tumbas reales continuaron situadas en el cementerio principal de Tebas, justo en frente de la ciudad y sus templos, al otro lado del río.

Aquí, el lugar de enterramiento del faraón estaba rodeado, no sólo de tumbas de un reducido círculo de cortesanos, sino por el cementerio de la población local. Además, las capillas de las pequeñas tumbas colocadas a los lados del patio de la tumba real, proporcionaban espacio para eventuales enterramientos de algunos de sus seguidores. El mensaje, pues, que transmitía esta arquitectura, estaba enfocado no sólo a engrandecer la posición del faraón, sino también resaltar el hecho de que estos gobernantes estaban arraigados en el entorno tebano y en la sociedad local.

Los sucesores inmediatos de Intef I – Wahankh Intef II y Nakht-Nebtepnefer Intef III – continuaron construyéndose tumbas-saff muy similares en la necrópolis de el-Tarif, en paralelo a la Saff Dawaba. Cuando Mentuhotep II se trasladó al nuevo yacimiento de Deir el-Bahri es probable que sólo fuese porque el terreno apropiado para la arquitectura monumental se habría ya agotado en el-Tarif .

Y hacemos aquí un nuevo alto en el camino que nos va a permitir analizar y digerir este tramo andado, para luego seguir nuestro recorrido por este Primer Período Intermedio – con el Doctor Seidlmayer, claro está - en otra “Hoja Suelta”, en la que tocaremos temas como: “El Faraón Wahankh Intef II”, “Los Hombres del Faraón”, “Monumentos y Arte” y “El Reino de Heracleópolis”.


Rafael Canales

En Benalmádena-Costa, a 8 septiembre de 2009.

Bibliografía:

“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”. Ian Shaw. Oxford University Press, 2004
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
“British Museum Database”.