Estatua del administrador Mery sentado, con los pies sobre un plinto, en el que hay inscrito un texto jeroglífico, de lectura de derecha a izquierda, con el nombre del propietario al final. Su traje es típico de la época. La peluca, corta, va decorada con incisiones que representan el cabello. La falda está densamente plisada. Sus facciones y su cuerpo no representan su apariencia en la vida real, sino que se ajustan a las convenciones vigentes de la época. Sus prominentes orejas, cintura fina y largos pies, son característicos de las estatuas datadas en el Imperio Medio (2.040-1.750) . Tebas, Dinastía XI, hacia 2.050 A.C. ("Pinchar" y ampliar)
EL FARAÓN WAHANKH INTEF II (2.112-2.063 A.C.)
Mientras que Mentuhotep I e Intef I, los dos primeros faraones de la Dinastía XI, reinaron durante sólo quince años, el reinado de cincuenta años del hermano y sucesor de Intef I, Wahankh Intef II, destaca como la fase más decisiva en el desarrollo de la nueva monarquía. La más que apreciable cantidad de evidencia arqueológica, epigráfica y artística que ha sobrevivido a su reinado, ha permitido disponer de perspectivas introspectivas que son cruciales para el conocimiento de la realeza tebana.
Intef II reclamó la tradicional realeza dual – la nesu-bit – así como el título de “Hijo de Ra”, que hace referencia al dogma de ascendencia divina. No adoptó, sin embargo, el protocolo real completo, con sus cinco “Grandes Nombres” - la llamada "Titularidad real quíntuple" - de la que ya se habló más ampliamente en el Capítulo I de este Proyecto. De hecho, sólo añadió el “Nombre de Horus” Wahankh (“el que sobrelleva la vida”) a su “Nombre de Nacimiento”, Intef, pero no el “Nombre del Trono” que tradicionalmente incorporaría el nombre del Dios-Sol, Ra.
Por desgracia, son pocas las representaciones reales que se conservan, lo que hace imposible decidir si usaba la colección completa de coronas reales, y otras insignias, aunque el nivel de evidencia de que se dispone sugiere que no es probable. Los primitivos faraones tebanos, pues, eran plenamente conscientes del carácter limitado de su mando.
Fiel a sus orígenes sociales entre los magnates de provincia, Intef II hizo confeccionar una estela biográfica que se alzaba en la capilla de entrada a su tumba-saff en el-Tarif. Este monumento, que nos muestra una representación del faraón acompañado de sus perros favoritos, resume en retrospectiva los logros de su reinado; y las declaraciones que aparecen en el texto, las confirman ampliamente las inscripciones de sus seguidores.
Como ya se ha dicho antes, hay buenas razones para creer que el último nomarca tebano no perteneciente a la realeza, aún gozaba de poder en una gran parte del sur del Alto Egipto. Sin embargo, fue Intef II quien dio el empujón decisivo hacia el norte. Capturó el nome de Abydos que, desde tiempos del Imperio Antiguo había sido el centro administrativo más importante del Alto Egipto, y lanzó su ataque aún más lejos, hasta el territorio del 10º nome del Alto Egipto. Esto constituyó un acto de abierta hostilidad contra los faraones de Heracleópolis, así que, durante varias décadas, la guerra iba a proseguir de forma intermitente en la franja de tierra entre Abydos y Asyut.
LOS HOMBRES DEL FARAÓN
Se conocen alguno de los hombres que sirvieron bajo Intef II. El oficial militar tebano, Djary, por ejemplo, que luchó contra el ejército de Heracleópolis en el nome de Abydene y que se adentró hacia el norte hasta el 10º nome; Hetepy, de Elkab, que se responsabilizó para el faraón de la administración de los tres nomes más meridionales; y el tesorero de Intef, Tjetiy, cuya magnífica estela forma parte ahora de la colección del Museo Británico.
Aunque las inscripciones biográficas de estos hombres tenían por objeto principal elogiar los logros de sus titulares, no existe la menor duda del hombre sobre el que recaía la autoridad final:
“Hatepy dice esto: Yo fui amado por mi señor y elogiado por el señor de estas tierras; y su Majestad hizo feliz a este servidor (Hetepy). Tanto es así, que su Majestad dijo: “No hay nadie que (….) de mi mando como Hetepy!”, y este servidor lo hizo extremadamente bien, y su Majestad elogió a su servidor por ello. Y sus nobles dijeron: “¡Que esta cara te enaltezca!”
Sin duda es extremadamente significativo que ya no hubiese “nomarcas” en los territorios controlados por los dirigentes tebanos, y que a ninguno de los funcionarios que realizaban misiones importantes para estos faraones se les diese la oportunidad de establecerse como gobernante local y mediador entre los intereses de sus dominios y las exigencias del faraón.
El recién instalado estado se organizó, no como una red imprecisamente tejida de magnates semiindependientes, que era en lo que se había convertido durante el Imperio Antiguo, sino en un poderoso sistema cuya fiabilidad se basaba en vínculos de lealtad personal y control riguroso.
MONUMENTOS Y ARTE
Además de sus proezas militares, Intef II hace resaltar en su inscripción biográfica que ha construido innumerables templos a los dioses y, de hecho, el fragmento más antiguo de construcción real que aún sobrevive en Karnak es una columna de Wahankh Inter II.
En Elefantina, las excavaciones realizadas en el templo de la diosa Satet, han puesto al descubierto una serie ininterrumpida de etapas de construcción que se remontan al Período Protodinástico. Mientras que los gobernantes del Imperio Antiguo dedicaban sólo unas pocas ofrendas votivas a Satet en Elefantina, Intef II fue el primer faraón en construir capillas tanto para Satet como para Khnum, y en conmemorar su actividad con inscripciones en el marco de las puertas. Su ejemplo fue seguido por todos sus sucesores en la Dinastía XI.
La secuencia de los acontecimientos que tan claramente han revelado las excavaciones de Elefantina, también resultó cierta para muchos otros emplazamientos de templos. De hecho, quitando algunas pocas excepciones muy específicas, la actividad real en construcción en los templos de provincia del Alto Egipto sólo está testimoniada a partir de la Dinastía XI en adelante.
Así pues, se puede decir que, Intef II, habría inaugurado una nueva política de actividad y de presencia real en los santuarios, por todo el país; política que iba a continuar, incluso a mayor escala, Senusret I, y muchos otros faraones.
Los monumentos privados y reales de la época de Intef II también incluyen espléndidos ejemplos del arte tebano de la Dinastía XI. Algunos de los monumentos menores, como la estela de Djary, todavía muestran el severo estilo artístico del Primer Período Intermedio, en el Alto Egipto, mientras que los talleres reales empezaban ya a producir trabajos bellamente equilibrados que se caracterizaban por su modelado redondeado que, con frecuencia, producían un efecto estético especial, debido al contraste entre zonas grandes y lisas, y zonas llenas de detalles, finamente tallados, tales como faldas de elaborado plisado, o intrincados diseños de peinado. En estos trabajos, se aprecia, claramente, un visible deseo de crear un medio adecuado a las aspiraciones de la nueva Dinastía.
Y si nos concentramos en los desarrollos acaecidos al sur del Alto Egipto, es posible encontrar rastros del surgir de una nueva estructura política que llevaría, en secuencia ininterrumpida, a la eventual formación del estado del Imperio Medio. Este proceso, que iba a tener enormes efectos en el futuro de Egipto, debería, quizás, considerarse como el fenómeno más importante en la historia del Primer Período Intermedio.
No deberíamos olvidar, sin embargo, que el reino de Tebas ocupaba sólo una pequeña, remota y relativamente poco importante parte del total de Egipto. Los períodos de guerra y conflicto que se vislumbran de tan alarmante lectura de una narrativa biográfica, no hay duda de que se trataban de episodios de corta duración y muy localizados. En la mayoría de los casos, durante la mayoría del tiempo, y para la mayoría del pueblo, el Primer Período Intermedio habría sido, más bien, una experiencia menos estremecedora.
Durante el Primer Período Intermedio, la mayoría del país estuvo en manos de los sucesores de la antigua dinastía menfita en Heracleópolis. Así pues, para alcanzar un juicio equilibrado y objetivo del período, es crucial concentrarse en la situación del dominio real de Heracleópolis tanto como en el del sur.
EL REINO DE HERACLEÓPOLIS
Se sabe muy poco de los dieciocho o diecinueve faraones que componen la Dinastía de Heracleópolis de Manetón y que ocuparon el Trono de Egipto durante un período de unos 185 años. Incluso sus nombres en su mayoría se desconocen y, con sólo una o dos excepciones, es imposible asignar los pocos faraones que se mencionan a los lugares correctos dentro de la secuencia dinástica. Además, ni siquiera se conoce la duración de sus reinados.
Según Manetón, la Dinastía de Heracleópolis la fundó un faraón llamado Khety, dato que lo confirman aquellas evidencias epigráficas contemporáneas que hacen referencia al reino del norte como “la casa de Khety”. Pero se ignoran, totalmente, los orígenes del faraón Khety, o las circunstancias que lo llevaron al Trono.
Fuentes contemporáneas corroboran de forma inequívoca la afirmación de Manetón de la existencia de una conexión entre esta dinastía y la ciudad de Heracleópolis Magna. Lo más probable es que el faraón residiese en Heracleópolis, aunque el hecho de que Merykara (c.2.025 A.C.), el último o penúltimo faraón de Heracleópolis, fuese enterrado en un complejo piramidal en la antigua necrópolis real de Saqqara, parece claramente indicar que los faraones heracleopolitanos se consideraban parte integrante de la tradición de la realeza menfita.
El hecho de que el “nombre del Trono” de Neferkara Pepy II – último gran faraón del Imperio Antiguo – lo asumiese, por lo menos, uno de los faraones de Heracleópolis – como lo hicieran varios faraones de la Dinastía VIII – es obvio que apunta en una misma dirección.
Ninguno de los faraones de Heracleópolis dejó monumento alguno o, al menos, no se ha podido encontrar todavía, aunque esto puede deberse, en parte, al hecho de que la exploración arqueológica del yacimiento de Heracleópolis Magna - la moderna Ihnasya el-Medina – se inicase sólo en 1966.
El hecho de que ninguna de las pirámides haya sido hasta ahora identificada con certeza en la necrópolis de Saqqara, podría considerarse como prueba de que se trataba más bien de edificios que llamaban poco la atención; quizás algo así como las pequeñas pirámides del faraón Qakara, de la Dinastía VIII. Parece claro, pues, que los dirigentes heracleopolitanos no lograron establecer un sistema centralizado fuerte en línea con el del estado durante el Imperio Antiguo; incluso en el corazón de sus propios dominios.
La mayoría de las referencias contemporáneas a la dinastía heracleopolitana se desprende de monumentos privados, en gran medida consistentes en inscripciones biográficas procedentes del sur del Egipto Medio y el Alto Egipto, y tienden a centrarse en la guerra Heracleópolis-Tebas, tópico al que volveremos más adelante.
La era heracleopolitana fue también el entorno histórico de dos de sus más importantes textos literarios y filosóficos del antiguo Egipto que han sobrevivido: “Enseñanzas para el Faraón Merykara” y el “Cuento del Campesino Elocuente”.
Al día de hoy, parece haber un extendido consenso de que estos “textos de sabiduría” fueron en realidad compuestos durante el Imperio Medio, si bien las circunstancias exactas de sus orígenes y las vicisitudes de su posterior transmisión textual siguen siendo objeto de controversia. Es así que se aconseje una precaución extrema en cualquier intento de usarlas como fuentes históricas.
"Enseñanzas para el Faraón Merykara”, por ejemplo, incorpora una narrativa de fondo en la que el padre real (el faraón) del destinatario se encarga de prevenir y rechazar la infiltración asiática en el este del Delta.
Ante esta visión global de la situación, la realidad de tal escenario no parece improbable, si bien no existe ninguna evidencia independiente de que la inmigración asiática llegase a ser un problema durante el Primer Período Intermedio, aunque sí está ciertamente probado que lo fue para el posterior Imperio Medio.
Y, terminamos con la que podríamos llamar “5ª Entrega” de este Capítulo 6º dedicado al Prmer Período Intermedio, y pasamos a una 6ª, con otra “Hoja Suelta”, en la que se van a tratar temas como “La Era de Heracleópolis en la Historia Socio-Cultural”, “La Organización Interna del Reino de Heracleópolis” y “Kom Dara”. Una 7ª Entrega posterior nos llevará al final del período, para dejarnos a las puertas del Imperio Medio.
Rafael Canales
En Benalmádena-Costa, a 11 septiembre de 2009.
Bibliografía:
“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”. Ian Shaw. Oxford University Press, 2004.
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
“British Museum Database”.
Mientras que Mentuhotep I e Intef I, los dos primeros faraones de la Dinastía XI, reinaron durante sólo quince años, el reinado de cincuenta años del hermano y sucesor de Intef I, Wahankh Intef II, destaca como la fase más decisiva en el desarrollo de la nueva monarquía. La más que apreciable cantidad de evidencia arqueológica, epigráfica y artística que ha sobrevivido a su reinado, ha permitido disponer de perspectivas introspectivas que son cruciales para el conocimiento de la realeza tebana.
Intef II reclamó la tradicional realeza dual – la nesu-bit – así como el título de “Hijo de Ra”, que hace referencia al dogma de ascendencia divina. No adoptó, sin embargo, el protocolo real completo, con sus cinco “Grandes Nombres” - la llamada "Titularidad real quíntuple" - de la que ya se habló más ampliamente en el Capítulo I de este Proyecto. De hecho, sólo añadió el “Nombre de Horus” Wahankh (“el que sobrelleva la vida”) a su “Nombre de Nacimiento”, Intef, pero no el “Nombre del Trono” que tradicionalmente incorporaría el nombre del Dios-Sol, Ra.
Por desgracia, son pocas las representaciones reales que se conservan, lo que hace imposible decidir si usaba la colección completa de coronas reales, y otras insignias, aunque el nivel de evidencia de que se dispone sugiere que no es probable. Los primitivos faraones tebanos, pues, eran plenamente conscientes del carácter limitado de su mando.
Fiel a sus orígenes sociales entre los magnates de provincia, Intef II hizo confeccionar una estela biográfica que se alzaba en la capilla de entrada a su tumba-saff en el-Tarif. Este monumento, que nos muestra una representación del faraón acompañado de sus perros favoritos, resume en retrospectiva los logros de su reinado; y las declaraciones que aparecen en el texto, las confirman ampliamente las inscripciones de sus seguidores.
Como ya se ha dicho antes, hay buenas razones para creer que el último nomarca tebano no perteneciente a la realeza, aún gozaba de poder en una gran parte del sur del Alto Egipto. Sin embargo, fue Intef II quien dio el empujón decisivo hacia el norte. Capturó el nome de Abydos que, desde tiempos del Imperio Antiguo había sido el centro administrativo más importante del Alto Egipto, y lanzó su ataque aún más lejos, hasta el territorio del 10º nome del Alto Egipto. Esto constituyó un acto de abierta hostilidad contra los faraones de Heracleópolis, así que, durante varias décadas, la guerra iba a proseguir de forma intermitente en la franja de tierra entre Abydos y Asyut.
LOS HOMBRES DEL FARAÓN
Se conocen alguno de los hombres que sirvieron bajo Intef II. El oficial militar tebano, Djary, por ejemplo, que luchó contra el ejército de Heracleópolis en el nome de Abydene y que se adentró hacia el norte hasta el 10º nome; Hetepy, de Elkab, que se responsabilizó para el faraón de la administración de los tres nomes más meridionales; y el tesorero de Intef, Tjetiy, cuya magnífica estela forma parte ahora de la colección del Museo Británico.
Aunque las inscripciones biográficas de estos hombres tenían por objeto principal elogiar los logros de sus titulares, no existe la menor duda del hombre sobre el que recaía la autoridad final:
“Hatepy dice esto: Yo fui amado por mi señor y elogiado por el señor de estas tierras; y su Majestad hizo feliz a este servidor (Hetepy). Tanto es así, que su Majestad dijo: “No hay nadie que (….) de mi mando como Hetepy!”, y este servidor lo hizo extremadamente bien, y su Majestad elogió a su servidor por ello. Y sus nobles dijeron: “¡Que esta cara te enaltezca!”
Sin duda es extremadamente significativo que ya no hubiese “nomarcas” en los territorios controlados por los dirigentes tebanos, y que a ninguno de los funcionarios que realizaban misiones importantes para estos faraones se les diese la oportunidad de establecerse como gobernante local y mediador entre los intereses de sus dominios y las exigencias del faraón.
El recién instalado estado se organizó, no como una red imprecisamente tejida de magnates semiindependientes, que era en lo que se había convertido durante el Imperio Antiguo, sino en un poderoso sistema cuya fiabilidad se basaba en vínculos de lealtad personal y control riguroso.
MONUMENTOS Y ARTE
Además de sus proezas militares, Intef II hace resaltar en su inscripción biográfica que ha construido innumerables templos a los dioses y, de hecho, el fragmento más antiguo de construcción real que aún sobrevive en Karnak es una columna de Wahankh Inter II.
En Elefantina, las excavaciones realizadas en el templo de la diosa Satet, han puesto al descubierto una serie ininterrumpida de etapas de construcción que se remontan al Período Protodinástico. Mientras que los gobernantes del Imperio Antiguo dedicaban sólo unas pocas ofrendas votivas a Satet en Elefantina, Intef II fue el primer faraón en construir capillas tanto para Satet como para Khnum, y en conmemorar su actividad con inscripciones en el marco de las puertas. Su ejemplo fue seguido por todos sus sucesores en la Dinastía XI.
La secuencia de los acontecimientos que tan claramente han revelado las excavaciones de Elefantina, también resultó cierta para muchos otros emplazamientos de templos. De hecho, quitando algunas pocas excepciones muy específicas, la actividad real en construcción en los templos de provincia del Alto Egipto sólo está testimoniada a partir de la Dinastía XI en adelante.
Así pues, se puede decir que, Intef II, habría inaugurado una nueva política de actividad y de presencia real en los santuarios, por todo el país; política que iba a continuar, incluso a mayor escala, Senusret I, y muchos otros faraones.
Los monumentos privados y reales de la época de Intef II también incluyen espléndidos ejemplos del arte tebano de la Dinastía XI. Algunos de los monumentos menores, como la estela de Djary, todavía muestran el severo estilo artístico del Primer Período Intermedio, en el Alto Egipto, mientras que los talleres reales empezaban ya a producir trabajos bellamente equilibrados que se caracterizaban por su modelado redondeado que, con frecuencia, producían un efecto estético especial, debido al contraste entre zonas grandes y lisas, y zonas llenas de detalles, finamente tallados, tales como faldas de elaborado plisado, o intrincados diseños de peinado. En estos trabajos, se aprecia, claramente, un visible deseo de crear un medio adecuado a las aspiraciones de la nueva Dinastía.
Y si nos concentramos en los desarrollos acaecidos al sur del Alto Egipto, es posible encontrar rastros del surgir de una nueva estructura política que llevaría, en secuencia ininterrumpida, a la eventual formación del estado del Imperio Medio. Este proceso, que iba a tener enormes efectos en el futuro de Egipto, debería, quizás, considerarse como el fenómeno más importante en la historia del Primer Período Intermedio.
No deberíamos olvidar, sin embargo, que el reino de Tebas ocupaba sólo una pequeña, remota y relativamente poco importante parte del total de Egipto. Los períodos de guerra y conflicto que se vislumbran de tan alarmante lectura de una narrativa biográfica, no hay duda de que se trataban de episodios de corta duración y muy localizados. En la mayoría de los casos, durante la mayoría del tiempo, y para la mayoría del pueblo, el Primer Período Intermedio habría sido, más bien, una experiencia menos estremecedora.
Durante el Primer Período Intermedio, la mayoría del país estuvo en manos de los sucesores de la antigua dinastía menfita en Heracleópolis. Así pues, para alcanzar un juicio equilibrado y objetivo del período, es crucial concentrarse en la situación del dominio real de Heracleópolis tanto como en el del sur.
EL REINO DE HERACLEÓPOLIS
Se sabe muy poco de los dieciocho o diecinueve faraones que componen la Dinastía de Heracleópolis de Manetón y que ocuparon el Trono de Egipto durante un período de unos 185 años. Incluso sus nombres en su mayoría se desconocen y, con sólo una o dos excepciones, es imposible asignar los pocos faraones que se mencionan a los lugares correctos dentro de la secuencia dinástica. Además, ni siquiera se conoce la duración de sus reinados.
Según Manetón, la Dinastía de Heracleópolis la fundó un faraón llamado Khety, dato que lo confirman aquellas evidencias epigráficas contemporáneas que hacen referencia al reino del norte como “la casa de Khety”. Pero se ignoran, totalmente, los orígenes del faraón Khety, o las circunstancias que lo llevaron al Trono.
Fuentes contemporáneas corroboran de forma inequívoca la afirmación de Manetón de la existencia de una conexión entre esta dinastía y la ciudad de Heracleópolis Magna. Lo más probable es que el faraón residiese en Heracleópolis, aunque el hecho de que Merykara (c.2.025 A.C.), el último o penúltimo faraón de Heracleópolis, fuese enterrado en un complejo piramidal en la antigua necrópolis real de Saqqara, parece claramente indicar que los faraones heracleopolitanos se consideraban parte integrante de la tradición de la realeza menfita.
El hecho de que el “nombre del Trono” de Neferkara Pepy II – último gran faraón del Imperio Antiguo – lo asumiese, por lo menos, uno de los faraones de Heracleópolis – como lo hicieran varios faraones de la Dinastía VIII – es obvio que apunta en una misma dirección.
Ninguno de los faraones de Heracleópolis dejó monumento alguno o, al menos, no se ha podido encontrar todavía, aunque esto puede deberse, en parte, al hecho de que la exploración arqueológica del yacimiento de Heracleópolis Magna - la moderna Ihnasya el-Medina – se inicase sólo en 1966.
El hecho de que ninguna de las pirámides haya sido hasta ahora identificada con certeza en la necrópolis de Saqqara, podría considerarse como prueba de que se trataba más bien de edificios que llamaban poco la atención; quizás algo así como las pequeñas pirámides del faraón Qakara, de la Dinastía VIII. Parece claro, pues, que los dirigentes heracleopolitanos no lograron establecer un sistema centralizado fuerte en línea con el del estado durante el Imperio Antiguo; incluso en el corazón de sus propios dominios.
La mayoría de las referencias contemporáneas a la dinastía heracleopolitana se desprende de monumentos privados, en gran medida consistentes en inscripciones biográficas procedentes del sur del Egipto Medio y el Alto Egipto, y tienden a centrarse en la guerra Heracleópolis-Tebas, tópico al que volveremos más adelante.
La era heracleopolitana fue también el entorno histórico de dos de sus más importantes textos literarios y filosóficos del antiguo Egipto que han sobrevivido: “Enseñanzas para el Faraón Merykara” y el “Cuento del Campesino Elocuente”.
Al día de hoy, parece haber un extendido consenso de que estos “textos de sabiduría” fueron en realidad compuestos durante el Imperio Medio, si bien las circunstancias exactas de sus orígenes y las vicisitudes de su posterior transmisión textual siguen siendo objeto de controversia. Es así que se aconseje una precaución extrema en cualquier intento de usarlas como fuentes históricas.
"Enseñanzas para el Faraón Merykara”, por ejemplo, incorpora una narrativa de fondo en la que el padre real (el faraón) del destinatario se encarga de prevenir y rechazar la infiltración asiática en el este del Delta.
Ante esta visión global de la situación, la realidad de tal escenario no parece improbable, si bien no existe ninguna evidencia independiente de que la inmigración asiática llegase a ser un problema durante el Primer Período Intermedio, aunque sí está ciertamente probado que lo fue para el posterior Imperio Medio.
Y, terminamos con la que podríamos llamar “5ª Entrega” de este Capítulo 6º dedicado al Prmer Período Intermedio, y pasamos a una 6ª, con otra “Hoja Suelta”, en la que se van a tratar temas como “La Era de Heracleópolis en la Historia Socio-Cultural”, “La Organización Interna del Reino de Heracleópolis” y “Kom Dara”. Una 7ª Entrega posterior nos llevará al final del período, para dejarnos a las puertas del Imperio Medio.
Rafael Canales
En Benalmádena-Costa, a 11 septiembre de 2009.
Bibliografía:
“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”. Ian Shaw. Oxford University Press, 2004.
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
“British Museum Database”.
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