miércoles, 8 de julio de 2009

Nacimiento del Estado Egipcio (c.3.200-2.686 A.C.) 8/8.- El Estado de la Dinastía II.

Estela de Granito con el serekh de Peribsen coronado con el animal del Dios Seth (Dinastía II)

EL ESTADO DE LA DINASTÍA II

Se dispone de menos información de los reyes de la Dinastía II hasta los dos últimos reinados - el de Peribsen y el de Khasekhemwy - que de los de la Dinastía I. Conociendo lo que se conoce del Imperio Antiguo, se podría decir que la Dinastía II tiene que haber sido un período en el que se consolidan los cimientos de un estado altamente centralizado, edificado sobre enormes recursos. Sin embargo, tan trascendental transición no puede demostrarse en base a la evidencia arqueológica de que se dispone.

Durante el período 1991-1992, se procedió a re-excavar la tumba del último rey de la Dinastía I, Qa’a, en Abydos - tarea que estuvo a cargo del Instituto Arqueológico Alemán - donde aparecieron impresiones del sello real de Hetepsekemwy, primer rey de la Dinastía II. Los arqueólogos alemanes interpretaron este hallazgo como prueba de que Hetepsekemwy habría acabado la tumba de su predecesor y que, por lo tanto, no habría habido ruptura dinástica alguna en su sucesión.

Existen dudas sobre el lugar en el que fueron enterrados los reyes de la Dinastía II, y no hay evidencia de su enterramiento en Abydos. Los únicos monumentos de la Dinastía II en Abydos son las dos tumbas y los dos recintos funerarios que pertenecieron a Peribsen y a Khasekhemwy.

Hay también, en Hierakonpolis, un amplio recinto de hornacina conocido como “El Fuerte”, a la entrada del Gran Wadi, que se le sitúa en el reinado de Khasekhemwy por la inscripción que aparece en una jamba de piedra. La existencia de esta única estructura en Hierakonpolis no parece tener una explicación, y no está claro si se trata de un segundo recinto funerario de Khasekhemwy.

En Saqqara, al sur del complejo de la Pirámide Escalonada de Djoser, se han encontrado dos enormes grupos de galerías subterráneas de más de 100 metros cada una. Asociadas a ellas, aparece una serie de impresiones de sellos de los tres primeros reyes de la Dinastía II, Hetepsekhemwy, Raneb y Nynetjer, cuyos nombres también aparecen reseñados en el hombro de una estatua de granito de un sacerdote de la Dinastía II llamado Hetepdief, encontrada cerca de Mitrahina y actualmente en el Museo de El Cairo.

Las superestructuras de estas dos tumbas de Saqqara han desaparecido por completo, pero es posible que dos reyes de esta dinastía fuesen enterrados en ellas.

También han aparecido dos grupos de galerías subterráneas bajo el patio norte del complejo de la Pirámide Escalonada que podrían haberse construido para dos enterramientos reales de la Dinastía II. Es posible que durante la construcción del monumento de Djoser de la Dinastía III, hubiesen tenido que prescindir de las dos primitivas superestructuras.

No es tan difícil reconstruir los hechos dada la enorme cantidad de vasijas de piedra procedentes de las Dinastías I y II que se encontraron bajo el complejo de Djoser sustraídas de complejos mortuorios anteriores y/o de otros centros de culto.

La tumba de Peribsen, quizás también conocida como Horus-Sekhemib, en el Cementerio Real de Abydos, es bastante pequeña (16’1m x 12’8m). La cámara funeraria central está hecha de adobe; diferente a las cámaras funerarias reales de la Dinastía I que iban forradas de madera.

El nombre de Peribsen que aparece en el serekh, no va coronado con el usual halcón de Horus - como ocurre cuando su nombre aparece como Sekhemib - sino con el animal que representa a Seth, una criatura entre perro de presa y chacal, con un rabo ancho y tieso. Este dramático cambio en el formato del nombre real ha sido interpretado como representativo de algún tipo de rebelión que sería aplastada, o reconciliada, por el último rey de la dinastía, Khasekhemwy, cuyo nombre aparece en un serekh coronado con el halcón de Horus, y el animal de Seth.

Este conflicto puede estar simbolizado en la mitología egipcia, como ocurre con el cuento literario titulado “Las Contiendas de Horus y Seth”. No es seguro, pues, que los mitos, que se conocen por textos muy posteriores, y los símbolos de los serekhs de los dos últimos reyes de la Dinastía II, representen una auténtica realidad histórica.

Sin embargo, un epíteto de Khasekhemwy, procedente de inscripciones de sellos que dice: “Los Dos Señores están en paz dentro de Él”, parece apoyar la teoría de que cualquier conflicto habría sido resuelto por él mismo; siempre que “Los Dos Señores” se tome como una referencia a Horus y Seth, y a sus seguidores.

El último enterramiento construido en el Cementerio Real de Abydos es el de Khasekhemwy, al que se le conocía como Khasekhem a principios de su reinado. Es mayor que el de Peribsen y su diseño es diferente, con una larga galería de 68m de largo, y 39’4m en su parte más ancha, y va dividido en cincuenta y cinco habitáculos con una cámara funeraria central hecha de caliza.

La cámara, que mide 8’6m x 3m, y se conserva hasta una altura de 1’8m, constituye la más antigua construcción de piedra a gran escala que se conoce. Aunque la mayor parte de su contenido fue retirado por Amélineau, se elaboró un buen registro, y Petrie lo analiza en su publicación de 1901.

El ajuar funerario incluye enormes cantidades de útiles y vasijas de cobre, vasijas de piedra – algunas con tapas de oro – y vasijas de cerámica, con grano y fruta. Petrie también nos describe unos objetos pequeños vidriados, cuentas de cornalina, herramientas, cestería y gran cantidad de productos para sellado. Dado el gran número de cámaras de almacenamiento en la tumba, bien podría haber contenido más objetos funerarios que todas las tumbas juntas de la Dinastía I de este cementerio.

Durante la Dinastía II, se continuaron enterrando a los altos cargos en el norte de Saqqara. Cerca de la pirámide del Rey Unas, de la Dinastía V, Quibell excavó cinco grandes galerías subterráneas cavadas en un lecho de roca caliza, de las que sugirió que representaban algún tipo de morada para la Otra Vida, con alojamiento para hombres y mujeres, un “dormitorio principal”, e incluso cuartos de aseo con letrinas incluidas. La mayor de las cinco, la Tumba 2302, estaba formada por veintisiete habitaciones bajo una superestructura de adobe, y cubría una superficie de 58’0m x 32’6m.

Las superestructuras de estas cinco tumbas de la Dinastía II no eran ya de hornacina cuidadosamente elaborada, como en la Dinastía I, sino que habían sido diseñadas con dos nichos en el lado este - quizás para indicar el lugar donde se podían depositar las ofrendas de los sacerdote y familiares después del entierro -diseño que más adelante aparecería en las tumbas privadas durante todo el Imperio Antiguo.

Está claro que los planos de las tumbas de élite de la Dinastía II eran el resultado de la evolución de las de los altos cargos de Saqqara Norte. Debido a que la planicie de Saqqara estaba formada por caliza de buena calidad, estas tumbas de la Dinastía II se diseñaron con habitáculos para ajuares funerarios profundamente excavados en un lecho de roca, done las salas de almacenaje estarían mejor protegidas de los saqueadores de tumba que cuando se situaban en la superestructura.

Las posteriores tumbas de la Dinastía II de Saqqara, que posiblemente pertenecían a cargos de nivel medio, eran similares en diseño a las tumbas-mastaba corrientes del Imperio Antiguo, que consistían en un pozo de acceso vertical, excavado en el lecho de roca, que conducía a una cámara funeraria. Encima de este conducto vertical y de la cámara, había una superestructura pequeña de adobe con dos hornacinas en el flanco este.

En Helwan, en la orilla este de El Nilo, las excavaciones han sacado a la luz más de 10.000 sepulturas datadas desde Naqada III a las Dinastías I y II, y probablemente incluso de principios del Imperio Antiguo. Estas tumbas son más bien modestas de tamaño y pertenecen a cargos de nivel medio. Un distintivo característico de algunas tumbas de la Dinastía II en Helwan resultó ser la presencia de un grupo de estelas esculpidas en el techo de la tumba que representaban a su propietario sentado, junto a su nombre, títulos y la llamada “Fórmula de Ofrenda”.

Los sarcófagos cortos para enterramientos reducidos, ya encontrados en las tumbas de élite de la Dinastía I, llegaron a ser más utilizados en las tumbas de la Dinastía II, como ocurre con las de Helwan.

En Saqqara, Emery y Quibell encontraron cadáveres envueltos en vendas de lino impregnadas de resina, evidencia de primitivos intentos de conservación de un cuerpo antes de llegar a adquirir las técnicas de momificación. Estas medidas eran necesarias en los enterramientos en ataudes, contrariamente a lo que se hacía en los predinásticos, en los que el cuerpo, depositado dentro un hoyo en el desierto, se deshidrataba de forma natural al contacto con la arena caliente.

El aumento del uso de la madera y de la resina en los enterramientos de estatus medio, también parece apuntar a un incremento del contacto y del comercio con la región libanesa en esta época.

ADENDA. La cornalina es una de las piedras más conocidas de la familia de la calcedonia, es decir, un ágata de tono naranja-rojizo, compuesta por dióxido de silicio, más conocido bajo el nombre de cuarzo metamórfico. Aparte de su utilización en la fabricación de abalorios, era muy popular en Egipto por sus supuestas propiedades curativas. Se utilizaba para promover la paz y la armonía, contra la depresión, para incrementar la energía sexual y para prevenir enfermedades de la piel. Las más oscuras eran utilizadas para el control de la presión arterial, las rosas para la anemia, y las blancas para afecciones en los ojos y oídos. En la mujer, la roja actuaba sobre el chacra sexual, para los dolores menstruales o previos al parto, y en el hombre, como eficaz remedio para la impotencia.

CONCLUSIONES DEL CORPUS DE TEMAS TRATADOS EN EL ENSAYO

La arquitectura, el arte y las ideas asociadas de principios del Imperio Antiguo habían sido el resultado evidente de la evolución de sus homólogos de principios del Período Dinástico. Lo que vemos en el complejo de la Pirámide Escalonada de Djoser es la transformación de las tumbas del Temprano Período Dinástico, en el primer monumento del mundo hecho totalmente de piedra, a escala gigantesca. Mientras que el monumento simboliza también el enorme control ejercido por la Corona, éste tiene que haber ido en aumento durante las Dinastías I y II a raíz de la unificación del gran estado territorial en Naqada III/Dinastía 0.

El emergente Período Dinástico supuso un tiempo de consolidación de las enormes ganancias obtenidas de la unificación - que bien podría haber fracasado - cuando se organizó, con éxito, una burocracia estatal que puso a todo un país bajo control real. Y esto se consiguió a través de la aparición de los impuestos, que afianzaron la Corona y sus proyectos a gran escala, sin olvidar las expediciones al Sinaí, Palestina, Líbano, la Baja Nubia y el Desierto Oriental, orientadas a la obtención de productos y materiales locales.

Es de suponer que se practicaba el reclutamiento, encaminado a la construcción de monumentos funerarios reales de grandes dimensiones, así como para proporcionar soldados que engrosarían las expediciones militares. El uso de una escritura primitiva sin duda facilitó la correspondiente organización estatal.

Las recompensas para los burócratas estatales eran bien obvias, de las que dan fe los primitivos cementerios a ambas orillas del río en la región de Menfis.

La creencia en los beneficios del culto mortuorio donde constantemente se ponían en circulación en la economía del país enormes cantidades de productos, supuso un factor aglutinante para la integración de esta sociedad, tanto en el norte como en el sur.

Durante las primeras dinastías, cuando la Corona comenzó a ejercer tan enorme control sobre la tierra, los recursos y la mano de obra, la ideología de un dios-rey legitimó tal control, y gozó de un poder cada vez mayor como factor unificador del sistema de creencias existente.

El florecimiento de una temprana civilización en Egipto fue el resultado de importantes transformaciones, tanto en la organización socio-política y económica, como en la propia ideología.

Que dichas transformaciones tuvieran éxito en los albores del Período Dinástico, es francamente sorprendente, dado que las sociedades políticamente organizadas contemporáneas de cualquier otra parte de Oriente Próximo eran mucho más pequeñas, tanto en territorio como en población.

Que tan primitivo estado hubiese tenido éxito durante tantísimo tiempo – 800 años hasta el final del Imperio Antiguo – se debe, en parte, al enorme potencial económico procedente de la agricultura del cereal practicada en las regularmente inundadas llanuras de El Nilo, pero también fue el resultado de la especial habilidad de organización del pueblo egipcio, y de una institución real tan sólidamente desarrollada.

Con estas "Conclusiones", se acaba el octavo y último tema de este ensayo que su autora, la Profesora Katheryn Bard, de la Boston University, ha expuesto de forma tan clara y escueta como profesional.

Reyes de la Dinastía II:

Hetepsekhemwy, Raneb, Nynetjer, Weneg, Sened, Peribsen, Khasekhemwy.

Próximamente, pasaremos a un nuevo ensayo, el quinto, titulado “El Imperio Antiguo (c.2686-2160 A.C.)” que será desarrollado por el Doctor Jaromir Malek, del Griffith Institute, Oxford.


Rafael Canales

En Benalmádena-Costa, a 9 de julio de 2009

Bibliografía:

“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”. Ian Shaw. Oxford University Press, 2004
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
British Museum Database.

martes, 30 de junio de 2009

Nacimiento del Estado Egipcio (c.3.200-2.686 A.C.) 6/8.- Invención y Utilización de la Escritura.




Algunas de las 173 etiquetas de hueso y marfil encontradas junto a un cetro ceremonial de marfil en la Tumba U-j de Abydos mostrando jeroglíficos primitivos (c. 3200 A.C.)

PREÁMBULO

De su propia escritura se deduce que no había en Egipto mejor trabajo ni más importante que el de escriba.

Esto no debería sorprendernos de una cultura cuya estructura administrativa parece haber sido más bien compleja. Ya en los comienzos de su historia, Egipto disponía de una serie de departamentos gubernamentales cuyo cometido consistía en gestionar y proporcionar alimento, mano de obra, crear y ejecutar proyectos de construcción, finanzas, asuntos legales, así como un departamento separado, exclusivamente dedicado a la administración del trabajo generado por el escriba.

Cualquier ciudadano con capacidad económica suficiente se construía su propio monumento funerario amplio y lujoso. Y de la documentación recuperada en el pueblo ocupado por los trabajadores responsables de las tumbas del Valle de los Reyes, se puede apreciar la enorme importancia que se daba al escriba en estos proyectos.

Por otra parte, hacen justicia los arqueólogos en estar agradecidos a los escribas. En muchos casos, y gracias a su trabajo, se ha podido disponer de una visión de la vida del pueblo con la que sólo habríamos podido especular con lo que se desprende de algunos informes arqueológicos.

Es por ello por lo que a la hora de interpretar el contenido de un escrito hay que actuar con una exquisita prudencia, ya que podríamos estar intentado utilizar algo para lo que quizás no habría sido creado.

Por ejemplo, las inscripciones de los templos y monumentos no tenían como objetivo proporcionar información, sino lograr un objetivo, como pudo haber sido asegurarse de que los rituales funerarios continuarían; incluso si no había nadie presente para realizarlos; o bien para dejar constancia del responsable del proyecto de construcción de una parte específica de un templo.

Prácticamente, desde el momento en se que empezaron a descifrar los jeroglíficos, el hierático y el demótico, la Egiptología se convirtió en una continua lucha por reconciliar la evidencia socio-económica procedente de los informes arqueológicos, con la información histórica más específica contenida en los antiguos textos.

Mientras que el nuevo conocimiento proporcionado por los textos aportaba el potencial para revivir los propios pensamientos y emociones de los antiguos egipcios, también abría una puerta a la tentación de dar por hecho que las respuestas a las incógnitas de la civilización egipcia deberían encontrarse en la palabra escrita, más que en el propio terreno del arqueólogo.

La visión puramente arqueológica de la cultura egipcia, al haber permanecido conservada en forma de muros soterrados, artefactos y material orgánico, siempre había sido considera
da en el contexto de un corpus de textos escritos, ricamente realizados sobre piedra o papiro.

La ausencia de textos escritos de la Prehistoria puede ser bastante frustrante pero, sin duda alguna, ha proporcionado a los prehistoriadores una mayor libertad para plantear nuevas teorías e hipótesis basadas puramente en la cultura del material que ha sobrevivido.

En la arqueología egipcia, como en otras disciplinas históricas, la palabra escrita, con todo su potencial de subjetividad y persuasión, está dotada de una paradójica tendencia a oscurecer, y a veces eclipsar, la evidencia arqueológica.

Desde el punto de vista de la dicotomía entre textos y arqueología, resulta interesante comparar la historia de la arqueología egipcia con la de los recientes estudios de la cultura Maya.

Los estudiosos de la cultura Maya parecen haber experimentado la situación inversa: Su disciplina solía ser mayoritariamente antropológica y arqueológica hasta que comenzaron a interpretarse los jeroglíficos mayas en los años 80, lo que produjo una auténtica avalancha de textos en lengua maya que ha alterado de forma substancial la percepción de su cultura.

El recelo con el que los arqueólogos recibieron la información histórica procedente de sus colegas filólogos, es la imagen invertida de la reacción de muchos egiptólogos de tradición textual al análisis antropológico de base científica del Egipto faraónico, en aumento en los años recientes.

Especialistas en la cultura Maya y egiptólogos continúan su reticensia a llegar a un compromiso ante el hecho real de que la escritura tiende a ser el producto de una reducida élite social, mientras que el grueso de la documentación arqueológica se deriva de la analfabeta mayoría de la población .

La solución radica, pues, en la satisfactoria integración de ambos tipos de evidencia, de forma que nos depare una visión de la sociedad en un único todo.

En el pasado, han sabido convivir muchas síntesis de material textual y arqueológico del Antiguo Egipto, pero ante el rápido y continuo aumento del volumen de datos procedentes de ambas fuentes, los estudios egiptológicos tienden a repartirse entre lingüistas y arqueólogos.

La exposición hecha por Barry Kemp sobre la administración de Nubia durante el Imperio Medio, indica que las fuentes textuales, normalmente sólo pueden revelar fragmentos de sistemas, mientras que la Arqueología pude sugerir, de forma amplia, las líneas estructurales de una sociedad.

La evidencia textual, por otra parte, con frecuencia nos puede proporcionar los detalles individuales que ayudan a transformar los procesos socio-económicos abstractos en algo más cercano a la Historia convencional.

El presente análisis esclarece de forma contundente la actual situación de la Egiptología en cuanto al papel que desempeñan en ella los pilares profesionales sobre los que se sustenta.

Es en base a este enfoque que la Egiptología ha avanzado de forma vertiginosa durante las últimas décadas, de lo que son responsables, de forma meritoria y por igual, egiptólogos, arqueólogos, antropólogos y filólogos.

Estas reflexiones, ya expresadas por el Profesor Shaw en una de sus referencias bibliográficas que se reseñan al pie de esta “Hoja Suelta”, me hacen, de nuevo, retrotraerme en el tiempo ante la constante y reiterada mención del "personaje" en todos estos ensayos.

Se trata, claro está del omnipresente Petrie, cuyo corto nombre no consigue ocultar la grandeza de su figura.

Me refiero, entre otras importantísimas ya mencionadas, a su extraordinaria aportación, en su mayoría aún vigente, al conocimiento o aproximación a la vida cotidiana del pueblo llano egipcio, producto de sus, a veces consideradas, “minucias arqueológicas”. Y muy en especial, a su merecido apelativo, entre otros, de ”Padre de la Prehistoria Egipcia”.

Y con esto termino este mi amplio Preámbulo con el que doy paso de nuevo a la Profesora Bard en su siguiente y sexto tema de su ensayo base que titula:

INVENCIÓN Y UTILIZACIÓN DE LA ESCRITURA

Dependiendo de cuándo emerge el primitivo estado egipcio, la primera utilización conocida de la escritura que sugieren los hallazgos de la Tumba U-j de Abydos podría adelantar la fecha de la unificación política del norte y sur de Egipto.

Es un hecho, que durante la Dinastía 0 la escritura la practicaban los escribas y artesanos del estado egipcio, y aunque muchos especialistas consideran que el sistema de escritura se inventó en el cuarto milenio A.C., quizás estimulado por Mesopotamia, donde aparece la escritura más antigua conocida, los sistemas son tan dispares que es más que probable que ambos fuesen el resultado de invenciones independientes.

Es probable que la codificación de signos más temprana tuviese lugar en Naqada II/Dinastía 0. Estos primitivos jeroglíficos, como ocurre con la escritura egipcia del Período Dinástico, representan ideogramas y fonogramas, aunque hay aún muchas primitivas inscripciones dinásticas cuyo correcto desciframiento es incierto.

El uso de la escritura por el primitivo estado egipcio tiene un contexto real, y una innovación trascendental para el estado. Al igual que la unificación fue seguida del desarrolló de un estilo real de arte como institución centrada en la Corte, lo mismo ocurrió con la escritura.

El primitivo estado utilizó la escritura en dos contextos: Para fines económicos y administrativos, y para el arte real.

La función económica de la escritura se iría desarrollando conforme aumentaban los recursos estatales bajo control real. Los jeroglíficos aparecen en impresiones de sellos reales, etiquetas y marcas que identificaban la mercancía para su almacenamiento por y para el estado, así como en los sellos de los funcionarios. También servían para identificar al propietario de los productos y, a veces, su procedencia.

A principios de la Dinastía 0 aparecen por vez primera los sereks. El serek representa el formato más antiguo del nombre del rey en jeroglífico, y está compuesto de signos fonéticos que aparecen dentro de una “fachada de palacio”, diseño que va coronado de la imagen de un halcón. Los sereks aparecen grabados o pintados en jarras y etiquetas, e impresos en los sellos de las vasijas.

Tales recipientes eran tinajas u orzas de almacenamiento para productos agrícolas recolectados por el estado, quizás en concepto de impuesto, y algunas para su eventual comercialización o exportación al sur de Palestina a través del Sinaí.

De la utilización de la escritura para fines económicos se puede inferir que ya existía un sistema administrativo en funcionamiento durante la Dinastía 0.

A principios de la Dinastía I surge un nuevo método de identificación más complejo mediante una combinación de jeroglífico y arte gráfico que aparece en las etiquetas. Ante la inexistencia de textos compuestos de signos ordenados en formato gramatical, que no aparecerían hasta más adelante, la información reflejada en las etiquetas, especialmente las dispuestas en registros, probablemente podría leerse como un texto con el nombre del año que contiene información histórica.

El Profesor y egiptólogo canadiense Donald Redford sugiere que el contexto de la información de estas etiquetas reales supone un registro anual. La aparición del signo del año para mediados de la Dinastía I representa un sistema más específico para registrar los años de reinado que el de las etiquetas más tempranas.

Y el segundo uso de la primitiva escritura era en el arte conmemorativo real, como es el caso de la Paleta de Narmer. Los jeroglíficos reflejan personas específicas y posiblemente lugares mediante escenas representativas que simbolizan la legitimidad del rey para gobernar. En estas escenas, al rey se le representa en un doble rol, real y simbólico, basado en una nueva ideología: El establecimiento de la realeza egipcia.

Los signos numéricos, como los que aparecen en la maza de Narmer, representan el botín y los prisioneros capturados; con toda probabilidad, sensiblemente exagerados, como suele ocurrir con los textos egipcios posteriores.

La iconografía del poder se puede apreciar dentro del contexto de dicho arte real, que incluye el uso de varias convenciones importantes. Al rey y a sus gobernantes se les muestra con su atuendo oficial, mientras que el enemigo apenas lleva ropa.

Se hace obvia la existencia de una jerarquía social a partir de la figura engrandecida del rey, seguido de un cortejo de seguidores calzados con sandalias, de sus cargos oficiales aún más pequeños, y de las aún más pequeñas figuras de enemigos capturados, campesinos y sirvientes. Al rey se le suele representar abatiendo a golpes a su enemigo.

Los primitivos signos no reproducían exactamente la información que trasmitían las escenas, pero en cambio servían como etiquetas nominativas de lugares y personas.

Parte del problema de saber cómo se desarrolló la escritura a principios del período dinástico en Egipto radica, por una parte en los tipos de artefactos en los que la primitiva escritura aparece, y por otra, en sus contextos arqueológicos.

La mayoría de los ejemplos de escritura primitiva van asociados al culto funerario, y no a registros de actividades económicas procedentes de asentamientos. Es así que aquellas primitivas etiquetas inscritas con jeroglíficos se han encontrado en tumbas reales y de élite.

En el Cementerio Real de Abydos hay estelas con nombres de reyes en sereks junto a otras más pequeñas, también inscritas, asociadas con enterramientos subsidiarios.

La estela funeraria con el texto más largo, procedente de la tumba de Merka, Dinastía I, en Saqqara, es sólo una lista de sus títulos.

Es probable que el primitivo estado guardase algún tipo de registro para facilitar el control económico y administrativo, pero de ello sólo existe evidencia indirecta en forma de etiquetas inscritas.

COMENTARIO EX PROFESO

No ha dejado de extrañarme que, casi al inicio de este tema, su autora, la Profesora Katryn A. Bard manifestase que: “El primitivo estado utilizó la escritura en dos contextos: Para fines económicos y administrativos, y para el arte real”.

Sin ánimo de crítica, que no procede, yo diría que se debería haber incluido un tercer contexto que es el funerario, por su enorme importancia y el extenso campo que abarca. Sólo se hace una somera mención, muy a mediados del último párrafo de su versión original en inglés.

Esta omisión me hace recordar “Los Textos de las Pirámides”, “Los Textos de los Sarcófagos”, “El Libro de los Muertos”, “La Letanía de Re”, “El Libro de las Puertas”, “El Libro de las Cavernas”, y todo un largo etcétera de Libros, Himnos, Poemas y Cantos funerarios en escritura egipcia, sobre muros, piedras, papiros y madera.

Y con ellos, a Sethe, Lepsius, Budge, Breasted, Gardiner, Mariette, Erman y tantos otros tan directamente relacionados con la escritura egipcia, en cualquiera de sus facetas, incluida, como no podría ser de otra forma, la funeraria.

Capítulo aparte merecería la inclusión de un cuarto contexto, como sería el de la utilización de la escritura egipcia para la propaganda real, tan evidente en sus monumentos, y tan raras veces considerada.

Sólo ya casi finalizando el tema, y de forma escueta pero, hay que admitir, rotunda, afirma: “La mayoría de los ejemplos de escritura primitiva van asociados al culto funerario, y no a registros de actividades económicas procedentes de asentamientos”.

La falta de énfasis en la utilización de la primitiva escritura egipcia en el culto funerario puede estar perfectamente justificada por el enfoque preferentemente socio-económico de los ensayos que componen el corpus de la obra base de Ian Shaw, ya referenciada, objeto de lo que he dado en llamar "Mi Proyecto".

Y con este comentario personal, doy por concluido el presente tema, y paso a un penúltimo y séptimo, de nuevo bajo la tutela de la Doctora Bard, titulado: “Los Centros de Culto de Principios del Período Dinástico”


Rafael Canales

En Benalmádena-Costa, a 4 de julio de 2009

Bibliografía:

“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”. Ian Shaw. Oxford University Press, 2004
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
British Museum Database.

lunes, 29 de junio de 2009

Nacimiento del Estado Egipcio (c.3.200-2.686 A.C.) 5/8.- Expansión del Primitivo Estado en el sur de Palestina y en Nubia


George Reisner (1867-1942) arqueólogo norteamericano, estudioso de la Antigua Nubia, encontró la tumba de la Reina Hetesphere, madre del rey egipcio Khufu

EXPANSIÓN DEL PRIMITIVO ESTADO EN EL SUR DE PALESTINA Y EN NUBIA

Existen pruebas de la expansión egipcia en la Baja Nubia durante la Dinastía 0 y principios de la Dinastía II, así como de una presencia continuada en el norte del Sinaí y el sur de Palestina. Su presencia en este último país no se alargó hasta el final del Período Protodinástico, pero con la penetración de Egipto en Nubia, la cultura autóctona A-Group acabó desapareciendo en tiempos de la Dinastía I. Con la unificación de Egipto y su constitución en un gran estado territorial, la Corona estaría deseosa de hacerse con el control directo de este mercado, lo que dio lugar a incursiones militares en la Baja Nubia.

Una escena, esculpida en la roca, en Gebel Sheikh Suliman, cerca de Wadi Halfa, sugiere algún tipo de victoria militar egipcia y, posiblemente, también represente una campaña nubia lo que aparece en una etiqueta de ébano encontrada en Abydos.

Es más que posible que, ante el despliegue de fuerza de los egipcios, pueblos del A-Group simplemente abandonasen la Baja Nubia y marchasen a cualquier otra parte – al sur o a las regiones más desérticas – ya que no se tiene evidencia de pueblos autóctonos que viviesen en la Baja Nubia hasta la cultura C-Group que comenzó hacia finales del Imperio Antiguo.

Cómo pudo Egipto materializar su control sobre la Baja Nubia, es una incógnita. Se ha encontrado evidencia de asentamientos egipcios en Buhen Norte, con estratos tan antiguos como de la Dinastía II. Sin embargo, dataciones más fiables en Buhen, procedentes de sellos reales de la Dinastía IV y de la V, nos hacen dudar si se trataban de fortalezas egipcias permanentes, o de centros administrativo-comerciales en Nubia durante el Período Protodinástico.

Las ciudades fortificadas encontradas en el norte y sur de Palestina han sido datadas en el período EBA II (Era del Bronce Antigua II) que corresponde a la Dinastía 0, conexión basada en evidencias excavadas por Petrie en dos tumbas reales de Abydos; las de Den y Semerkhet.

Petrie encontró trozos de vasijas importadas con diseños pintados que interpretó como egeos. Esta cerámica ha recibido el nombre de “Cerámica de Abydos” y ahora se sabe que procede de la cultura EBA II, del sur de Palestina.

En el estrato III del yacimiento de Ain Besor, también al sur de Palestina, se han encontrado noventa fragmentos con impresiones de sellos reales egipcios asociados a un pequeño edificio de adobe, y cerámicas en su mayoría egipcias, incluyendo innumerables fragmentos de moldes de pan. Las impresiones de sellos están hechas de arcilla local y evidentemente pertenecen a altos cargos reales de la Dinastía I.

Aparecen testificados los nombres de cuatro reyes – Djer, Den, Anedjib y, probablemente, Semerhet –, y la cerámica y las impresiones de sello sugieren la existencia de un comercio de organización estatal, dirigido y controlado por funcionarios egipcios residentes en este asentamiento durante la mayor parte de la Dinastía I.

El Profesor Alan Shulman, Catedrático de Historia Antigua en el Queen’s College de Nueva York, ya fallecido, que identificó las impresiones de sellos, era de la opinión de que el lugar funcionaba como un puesto de control fronterizo, precedente o prototipo de los descritos en dos papiros datados en el Período Ramésida.

Evidencias de este tipo no han aparecido en el sur de Palestina durante la Dinastía I y II, por lo que podría ser que para entonces se hubiese roto el contacto terrestre activo mientras se intensificaba el comercio por mar con el Líbano.

Puesto que las materias primas de esta región, tales como madera, aceites, resinas y coníferas se importaban desde allí en grandes cantidades - que probablemente sólo se podrían transportar por mar - es posoble que la ruta terrestre a Palestina se fue evitando de forma gradual.

Parece significativo que la prueba inscrita más antigua de un rey en el yacimiento libanés de Byblos pertenezca al reino de Khasekhemwy, el último rey egipcio de la Dinastía II.

Y con esta "Hoja Suelta, terminamos este tema, brevemente tratado, y damos paso a un sexto que nos vuelve a exponer la Doctora Bard y que titula “Invención y Utilización de la Escritura”.


Rafael Canales

En Benalmádena-Costa, 1 de julio de 2009

Bibliografía:

“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
British Museum Database.

domingo, 28 de junio de 2009

Nacimiento del Estado Egipcio (c.3.200-2.686 A.C.) 4/8.- Las Tumbas de los Altos Cargos en Saqqara Norte y en Otros Lugares


Cabeza de Maza de Piedra Caliza (Dinastía I)

LAS TUMBAS DE LOS ALTOS CARGOS EN SAQQARA NORTE Y EN OTROS LUGARES

En Saqqara Norte existen unas impresionantes tumbas de altos cargos de la Administración de la Dinastía I, aunque no a una escala comparable con los monumentos combinados – tumba y recinto funerario – que los reyes de la Dinastía I edificaron en Abydos.

Algunas de estas tumbas eran importantes, pero lo que realmente impresiona son las superestructuras de hornacina hechas de adobe de las que carecen los enterramientos reales de Abydos.

Las tumbas de Saqqara Norte están en mucho mejor estado de conservación que las tumbas reales de Abydos. Cuando se excavaron, algunas de las fachadas de hornacina todavía conservaban restos de diseños geométricos pintados, y las cámaras funerarias todavía conservaban su suelo tarimado.

Algunas de ellas también iban acompañadas de hileras de enterramientos subsidiarios; pero de éstos hay menos que en el Cementerio Real de Abydos.

Es posible que las tumbas del Saqqara Norte combinasen, en una única estructura, los dos símbolos monumentales de estatus en Abydos: Una tumba subterránea, y un recinto de hornacina en la superficie. Por ejemplo, la Tumba 3357, que data del reinado de Aha, a principios de la Dinastía I, consiste en una muy elaborada superestructura de hornacina, rodeada de dos muros de adobe de 48’2 x 22’00 metros de superficie de suelo.

La subestructura se encuentra dividida por muros en cinco grandes cámaras, con techo de madera, mientras que la superestructura dispone de veintisiete cámaras adicionales para más objetos funerarios. En su lado norte, hay lo que se conoce como “estado modelo” con habitáculos de menor tamaño, tres estructuras de tipo granero, un enterramiento de barco en adobe, y restos de un jardín.

Los cientos de recipientes encontrados en esta tumba vienen inscritos con el nombre del rey e información sobre su contenido. Aunque se desconoce el nombre del propietario de la tumba, tiene que haberse tratado de uno de los personajes más destacados del reino, como se puede apreciar no sólo por el tamaño de la superestructura y su contenido, sino también por las estructuras adicionales y el enterramiento del barco.

Con el paso del tiempo, el diseño de estas tumbas en Saqqara fue cada vez más elaborado, con una distribución de las cámaras más compleja, tanto en la subestructura como en la superestructura, o en los muros de cerramiento. Al igual que en Abydos, se incorporaron escaleras de acceso a la tumba en Saqqara Norte.

Más adelante, a finales de las Dinastía I, se construyeron dos tumbas diseñadas con superestructuras escalonadas rectangulares bajas, hechas de adobe, que posteriormente serían rodeadas por muros de hornacina.

Emery creyó que la Pirámide Escalonada de Djoser habría evolucionado a partir de estas dos estructuras escalonadas, pero es más probable que los elementos del primer complejo piramidal derivasen de los recintos funerarios y las tumbas reales de Abydos.

Aunque se han registrado grandes tumbas con fachadas de hornacina en otros yacimientos, tales como Tarkhan, Giza y Naqada, el mayor número, y también las de mayor tamaño, se concentran en Saqqara Norte.

Lo que se ha encontrado en Saqqara Norte de la Dinastía I prueba la existencia de una clase oficial dentro un estado grande. Estas tumbas habrían sido también los monumentos más importantes del estado en el norte y, por lo tanto, serían el símbolo de un estado centralizado, gobernado muy eficazmente por el rey y sus administradores.

Esas enormes cantidades de mercancía artesanal que se desviaban de la economía hacia las tumbas, es indicativo de la enorme riqueza de este primitivo estado que se repartían un puñado de altos cargos.

Evidentemente, el culto mortuorio era también de gran importancia para los plebeyos, por lo que se tendía a emular la parafernalia que rodeaba los enterramientos reales, con matices de modestia, en el exclusivo cementerio de Saqqara Norte.

Quitando los enterramientos subsidiarios de quienes podrían ser criados, sirvientes o simples seguidores del rey, no hay evidencia de la existencia de enterramientos más pequeños de funcionarios de rango medio o bajo de la Dinastía I en Saqqara Norte; a éstos se les enterraba en otros lugares, como es el caso del cementerio cercano al pueblo de Abusir.

El cementerio de Saqqara Norte está situado en una prominente cresta de caliza que domina el valle, y la presencia de unas superestructuras de hornacina tan elaboradas, deberían de haber sido vistas por otra clase de funcionarios como impresionantes símbolos de un estatus.

Por todo Egipto se han encontrado tumbas más pequeñas y sencillas sepulturas en fosas que apuntan, no sólo a una estratificación social, sino a la importancia que tenía el culto mortuorio para cualquier clase social.

Los enterramientos más sencillos de este período se reducen a simples hoyos excavados en la arena del bajo desierto, como el de “Fort Cemetery”, en Hierakonpolis. Estas sepulturas carecían de ataúdes y el ajuar funerario consistía mayoritariamente en unas cuantas vasijas.

Los de un estatus superior eran más amplios e iban provistos de una gran cantidad y variedad de objetos funerarios. A veces, estaban guarnecidos de madera o ladrillo de barro, y provistos de techo, como es el caso de las tumbas excavadas por Petrie en Tarkhan.

En Abu Omar, en el Delta, se descubrió un enterramiento de este tipo, muy elaborado, en el que la fosa estaba dividida en dos o tres habitáculos que contenían un conjunto funerario de hasta 125 elementos, y en el que la sepultura mayor medía 4’9 x 3’25 metros.

Tumbas con superestructuras de adobe, como las que el arqueólogo norteamericano George Andrew Reisner (1867-1942) excavó en el Cementerio 1500 en Nag el-Deir, se han encontrado en el Alto y el Bajo Egipto.

Este tipo de superestructuras, a veces de hornacina, solían cubrir una sencilla fosa o subestructuras más elaboradas de entre uno y cinco habitáculos. En estas tumbas, el cuerpo contraído se encontraba dentro de un ataúd de madera, o de cerámica, acompañado de un respetable ajuar compuesto de una gran variedad de objetos funerarios.

Dado que la mayoría de la evidencia arqueológica de que disponemos es mortuoria, las conclusiones sobre la organización socio-política y económica provienen, en su gran mayoría, de los datos aquí aportados. Puesto que en el Delta se continúan excavando montañas de escombros, es posible que, eventualmente, se pueda disponer de más datos sobre asentamientos de este período.

Con las pruebas de que se dispone, se puede discernir un patrón que apunta al establecimiento de muchos asentamientos nuevos, con sus cementerios asociados, en ambas orillas de El Nilo, en la región de Menfis, como centro socio-económico desplazado hacia el norte por la Dinastía I. Nuevos yacimientos vieron la luz en el Delta oriental, sin duda relacionados con el incremento del comercio y otras incursiones de ultramar.

Y terminamos con este esclarecedor tema que nos ha deparado la ya familiar Doctora Bard, compañera y guía en este cuarto tramo de su ensayo sobre el Período Protodinástico, y pasamos al siguiente tema suyo que titula “Expansión del Primitivo Estado en el sur de Palestina y en Nubia”.


Rafael Canales

En Benalmádena-Costa, a 30 de junio de 2009

Bibliografía:

“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
British Museum Database.

viernes, 19 de junio de 2009

Nacimiento del Estado Egipcio (c.3.200-2.686 A.C.) 3/8.- El Cementerio Real de Abydos

Estatuilla de marfil de un rey protodinástico con manto ceremonial Heb-Sed y tocado con la Corona Blanca del Alto Egpto (Dinastía I)

EL CEMENTERIO REAL DE ABYDOS

La naturaleza de la primitiva civilización egipcia se ve expresada, principalmente, a través de la arquitectura monumental; en especial, en las tumbas reales y en los recintos funerarios de Abydos, así como en las grandes tumbas de altos cargos en el norte de Saqqara.

Los estilos formales característicos del arte egipcio ya surgieron en los períodos Naqada III/Dinastía 0 y a principios del Período Dinástico. Lo que es auténticamente egipcio de la arquitectura monumental y del arte conmemorativo - como es el caso de la Paleta de Narmer – es su reflejo del incondicional apoyo de la Corona a artífices y artesanos de plena dedicación.

Los objetos encontrados en tumbas reales y en las de élite nos hacen pensar en una artesanía de altísima calidad. Como ejemplos, podemos citar un disco de esteatita con una escena incrustada de alabastro, que representa a dos perros sabuesos cazando gacelas, procedente de la tumba 3035, en Saqqara, y brazaletes hechos con cuentas de oro, turquesa, amatista y lapislázuli, procedentes de la tumba del Rey Djer en Abydos.

De forma similar se observa un alto nivel de artesanía en los objetos de marfil y ébano, así como en los útiles de cobre y recipientes encontrados en tumbas de élite, reflejo todo ello del mecenazgo de la Corte. La presencia de artefactos de cobre en tumbas quizás pudo haber sido el resultado de incursiones reales a minas de cobre en el Desierto Oriental, junto a un incremento del comercio con regiones mineras de ese mineral en el Negev/Sinaí, aparte de la expansión del trabajo en cobre por todo Egipto.

Aunque en un principio se pensó que los gobernantes de la Dinastía I habían sido enterrados en Saqqara Norte, donde el antropólogo británico Bryan Emery había excavado grandes superestructuras de ladrillos de barro crudo con elaboradas fachadas de hornacina, ahora la mayoría de eruditos cree que dichas tumbas pertenecían a altos funcionarios de la Dinastía I y Dinastía II, y que el cementerio real de la zona de Umm el-Qa’ab es el verdadero lugar de enterramiento de sus reyes.

Solamente en Abydos existe un reducido grupo de tumbas grandes que corresponden a reyes y a una reina de esta dinastía, y sólo en Abydos se encuentran restos de recintos funerarios de todos los gobernantes de esta dinastía, menos uno, lo que quedó demostrado por el Egiptólogo australiano Doctor David O’Connor, Profesor en la Universidad de Nueva York - homenajeado en 2007 por el Consejo Superior de Antigüedades de Egipto - con sus excavaciones durante los años 80 y 90.

Lo que es de una evidencia cristalina en el Cementerio Real de Abydos es cómo se encuentra simbolizada la ideología de la realeza en el culto funerario. El desarrollo de la arquitectura monumental simboliza un ordenamiento político de otras dimensiones, con una religión estatal encabezada por un dios-rey que legitima el nuevo orden político.

A través de la ideología, y su material forma simbólica presente en las tumbas, las creencias relacionadas con la Muerte nos reflejan una organización social jerarquizada de las personas, y un estado controlado por el rey; una transformación - motivada políticamente - de un sistema basado en la creencia de consecuencias directas en el sistema socio-económico.

Al rey se le dispensaba el enterramiento más ostentoso y refinado, como correspondía a su rol simbólico de mediador entre los poderes del Más Allá y sus súbditos fallecidos que, junto a la creencia en un orden terrenal y cósmico, habrían dotado al primitivo estado dinástico de una cierta cohesión social.

Durante los años 90, Émile Amélineau excavó siete complejos de tumbas - que más adelante serían re-excavados por Petrie - que correspondían a otros tantos monarcas: Djer, Djet, Den, Anedjib, Semerkhet, Qa’a, y a la reina Merneith que podría haber sido madre de Den, e incluso ejercer como regente a principios del reinado. Estas tumbas no sólo fueron saqueadas sino también destruidas por el fuego de forma intencionada. Durante el Imperio Medio, las tumbas se re-excavaron y reconstruyeron para el culto de Osiris, y la tumba de Djer fue reconvertida en un cenotafio del dios.

Con esta historia como marco, impresiona que sólo el trabajo de Petrie de 1899-1901, y las posteriores excavaciones llevadas a cabo por el Instituto Arqueológico Alemán a partir de 1970, hayan hecho posible la reconstrucción de estas primitivas tumbas.

Aunque de estas tumbas sólo quedan cámaras subterráneas hechas de ladrillo de barro crudo, las tumbas estuvieron originalmente techadas, y probablemente cubiertas con un montículo de arena frente al que habrían sido colocadas estelas de piedra con el nombre real esculpido, de las que quedan algunas muestras. Cada tumba real estaba rodeada de filas de tumbas subsidiarias.

En la zona nordeste del Cementerio Real, conocida como Cementerio B, se encuentra el complejo del rey Aha, convencionalmente considerado en la actualidad como el primer rey de esta Dinastía I.

En el Cementerio B, también hay tumbas que han sido identificadas por Werner Kaiser como las de los tres últimos reyes de la Dinastía 0: Iri-Hor, Ka y Narmer. Estas tumbas están formadas por cámaras dobles, mientras que las del complejo de Aha están formadas por varias cámaras separadas, construidas en tres fases, con un cierto número de enterramientos subsidiarios al nordeste.

Aunque saqueada, en la tumba de Aha se puede apreciar una nueva dimensión en los enterramientos. Hay restos de grandes capillas de madera en tres cámaras, y treinta y tres enterramientos subsidiarios, con restos de varones jóvenes de entre 20 y 25 años que, muy probablemente, habrían sido sacrificados cuando su rey fue enterrado. Cerca de estas tumbas subsidiarias, se han encontrado restos de enterramientos de, al menos, siete leones de corta edad.

Todos los demás enterramientos reales de la Dinastía I de Abydos tienen tumbas subsidiarias con ataúdes de madera, si bien este período es el único del Antiguo Egipto en que se sacrificaron seres humanos para los enterramientos reales.

COMENTARIO Ex profeso

La afirmación de la autora de este ensayo, Profesora Kathryn A.Bard, de que el período que nos concierne, es decir la Dinastía I, “es el único del Antiguo Egipto en que se sacrificaron seres humanos para los enterramientos reales” parece implicar que estos hechos sólo ocurrieron durante la Dinastía I, y nunca antes.

Esto, dicho así, no parece encajar con lo que la Profesora Béatrix Midant-Reynes, en el tercer ensayo titulado “El Período Naqada”, objeto de nuestra “Hoja Suelta” del mismo nombre, dentro del tema titulado “Naqada II (Gerzeense)”, nos comenta:

“Ya Petrie apuntó la posibilidad de la existencia de sacrificios humanos, y tenemos dos casos identificados en Adaïma con clara evidencia de gargantas seccionadas y decapitación. Aunque escasa y dispersa, esta posible evidencia de sacrificio auto-infringido podría representar el preludio de los sacrificios humanos masivos alrededor de las tumbas reales de principios del Período Dinástico, en Abydos, que marcaron el punto de inflexión en el nacimiento de la realeza egipcia en el Período Dinástico”.

A menos que, en efecto, los sacrificios humanos masivos alrededor de las tumbas reales sólo se practicasen en la Dinastía I. Este es el punto que, en mi humilde opinión, queda algo impreciso.

Y, terminado el inciso, la Doctora Nancy Lovell, antropóloga biológica norteamericana, Catedrática de Antropología de la Universidad de Alberta, que ha examinado los esqueletos de algunas de estas tumbas subsidiarias, sugiere que sus dientes muestran señales de muerte por estrangulamiento. Es posible que altos cargos, sacerdotes, criados y domésticas fuesen todos sacrificados para servir al rey en la otra vida.

Toscas estelas grabadas con los nombres de los difuntos, acompañaban a muchos de estos enterramientos en los que se encuentran cacharros, vasijas de piedra, útiles de cobre y objetos de marfil.

También se han encontrado en estas tumbas, enanos - probablemente contratados para divertir al rey - y perros de caza o animales de compañía.

La tumba de Djer es la que contiene el mayor número de tumbas subsidiarias (unas 338) mientras que, en general, en las tumbas posteriores, sólo aparecen unas cuantas, por lo que al parecer, por razones que se desconocen, esta práctica se extinguió después de la Dinastía I. Más adelante se aceptaron como substitutos válidos a pequeñas estatuas de sirvientes a las que siguieron los shabtis, figurillas funerarias que acompañaban al difunto en su viaje.

Todas las tumbas de la Dinastía I tenían una capilla de madera en el lugar del enterramiento. La mayor es la de Djer, con una superficie de unos 70 x 40 metros, incluyendo los enterramientos subsidiarios dispuestos en filas.

La sepultura real estaba colocada en el centro de una cámara revestida de ladrillo de barro crudo de 18 x 17 metros (306 m² de superficie de suelo) y 2’6 m de profundidad, con muretes bajos perpendiculares a sus tres lados, formando cámaras de almacenamiento separadas.

Aunque esta tumba acabó convirtiéndose en una capilla para el dios Osiris, Petrie aún pudo encontrar un brazo envuelto en lino con brazaletes que, aparentemente, procedían del entierro original. El brazo acabó desapareciendo, pero los brazaletes se conservan en el Museo de El Cairo.

Para el reinado del rey Den, a mediados de la Dinastía I, ya se observa una innovación importante en el diseño de tumbas reales: El acoplamiento de una escalera de acceso, lo que hacía posible su construcción, incluyendo el techado, mientras el monarca permanecía vivo, facilitando, además, su ejecución dentro de hoyos de gran profundidad.

A mitad de camino de la escalera, había una puerta de madera y, tras ella, justo a la entrada de la cámara sepulcral, una compuerta bloqueaba la entrada a los posibles saqueadores de tumbas.

La tumba y los 136 enterramientos subsidiarios ocupaban una superficie de 53 x 40 m, y la propia cámara sepulcral cubría unos 15 x 9 metros de superficie de suelo y tenía una profundidad de 6 m.

El diseño y la decoración de la tumba son los más exquisitos de Abydos; los suelos estaban pavimentados con planchas de granito rojo y negro de Aswan, siendo éste el primer caso conocido del uso de esta durísima piedra a gran escala.

Un pequeño habitáculo al sureste, con su propia escalera de acceso, pudo haber sido un antiguo serdab; cámara donde se colocaban estatuas del finado.

Las excavaciones llevadas a cabo por el Instituto Arqueológico Alemán en zonas de escombros de anteriores excavaciones, indican que entre los objetos funerarios encontrados se halla una multitud de recipientes con impresiones de sellos, vasijas de piedra, etiquetas con inscripciones y otros artefactos tallados de marfil y ébano, así como incrustaciones procedentes de cajas o muebles.

Al sur de la cámara funeraria, las cámaras subsidiarias, inusualmente largas, contenían jarras que, probablemente, en su día, habrían contenido vino.

En un enterramiento posterior, perteneciente al rey Semerkhet, Petrie descubrió la rampa de acceso – no una escalera como en el caso de la tumba de Den – completamente saturada de un aceite aromático hasta una altura de tres pies. Casi 5.000 años después del enterramiento, el perfume era tan intenso que impregnaba toda la tumba.

En la tumba perteneciente al último rey de la Dinastía I, Qa’a, y durante la re-excavación realizada por el mencionado Instituto alemán, se encontraron treinta etiquetas cuyas inscripciones describían la entrega del aceite. Lo más probable es que este aceite fuese importado de Siria o Palestina, y que hubiese sido obtenido de frutos o resinas de árboles locales.

La presencia de tan enorme cantidad de aceite en la tumba de Semerkhet – quizás durante la ceremonia funeraria – ciertamente parece sugerir la existencia de un comercio exterior a gran escala, totalmente controlado por la Corona, así como la enorme importancia que tan lujosa mercancía tenía en los entierros reales.

Las tumbas reales de Abydos están ubicadas en el bajo desierto (Umm el-Qa’ab). Al nordeste, junto al borde del cultivo, se encuentran unos recintos funerarios, llamados “fortalezas” por los antiguos excavadores, donde el culto de cada rey podría haber sido perpetuado por sacerdotes u otro personal después de su enterramiento en la tumba real, como se acostumbraba a hacer en posteriores complejos mortuorios reales.

El recinto funerario mejor conservado, conocido actualmente como Shunet el-Zebib, perteneció al rey Khasekhemwy, de la Dinastía II. Sus muros de hornacina interiores se siguen conservando hasta una altura de entre 10 y 11 metros, cubriendo una superficie de alrededor de 124 m x 56 m.

En 1988, O’Connor descubrió un gran túmulo de arena y grava cubierto con adobe, de planta más o menos cuadrada, dentro del recinto. Este túmulo se encontraba situado cerca de la misma zona donde se alzaba la Pirámide Escalonada del complejo funerario del Rey Djoser, en Saqqara, de la Dinastía III, que empezó como una mastaba de estructura baja y no fue hasta la cuarta etapa cuando se convirtió en una estructura escalonada. Los dos complejos de Khasekhemwy y Djoser estaban rodeados de enormes muros de cerramiento de hornacina con sólo una entrada en el sureste.

El complejo del Rey Djoser se construyó unos 40 o 50 años después del de Khasekhemwy, y el túmulo de Shunet el-Zebib podría evidenciar una estructura o túmulo “proto-pirámide”.

No se sabe si los túmulos de Abydos se construyeron en los recintos funerarios de principios de la Dinastía I, pero es muy posible que ocurriese así. En consecuencia, la evolución del culto mortuorio real y su aspecto monumental se pueden claramente apreciar en Abydos.

Para la Dinastía III, el culto funerario real ya daba muestras de la existencia de un nuevo ordenamiento del poder real, con un despliegue de recursos y mano de obra para su utilización en la construcción de los primeros monumentos del mundo construidos con piedra.

A principio de los años 90, el Profesor O’Connor descubrió, al sureste del recinto funerario de Djer y justo fuera del muro exterior nordeste del de Khasekhemwy, doce enterramientos de barcos que consistían en profundas zanjas que contenían cascos de barco de madera de entre 18 y 21 metros de largo pero sólo unos 50 cm de alto.

Dentro y alrededor de los cascos, se habían colocado ladrillos formando una estructura de hasta 27’4 metros de longitud. La cerámica asociada con las embarcaciones toda ella data de principios del Período Dinástico, pero al día de hoy no se sabe si los barcos son de la Dinastía I, o de la II. Todos parecen ser de la misma época, y es posible que vayan apareciendo más conforme se amplía la excavación en la zona.

Se han encontrado enterramientos de embarcaciones más pequeños asociados con las tumbas de altos cargos, en Saqqara y Helwan, de principios del Período Dinástico. Los ejemplos más conocidos del Imperio Antiguo los tenemos en dos barcos, en condiciones de conservación óptimas, relacionados con la pirámide Khufu en Giza.

El significado de estos enterramientos de barcos se desconoce; es posible que estas embarcaciones se utilizasen en ceremonias funerarias, o que fuesen enterradas simbólicamente para el viaje final al Más Allá. Los de Abydos constituyen la evidencia más temprana de una asociación entre los barcos y el culto mortuorio real.

La evidencia de Abydos nos descubre el enorme gasto del Estado en los complejos mortuorios de los reyes de la Dinastía I, tanto en tumbas como en recintos funerarios.

Estos gobernantes ejercían un control absoluto sobre enormes activos que incluían la producción artesanal desde tiendas reales, productos exóticos y materias primas importadas de forma masiva del extranjero; e incluso sobre el reclutamiento de mano de obra, así como el de los individuos que podían ser sacrificados para los entierros reales.

El rol supremo del rey ciertamente se ve expresado en estos monumentos, y los símbolos del culto mortuorio real - tan evidentes en Abydos - acabarían evolucionando hacia los exquisitos complejos piramidales de los imperios Antiguo y Medio.

Llegado a su fin este apasionante tema, la Profesora Katheryn Bard nos va a llevar de nuevo de la mano, esta vez por “Las Tumbas de los Altos Cargos al Norte de Saqqara y en otros lugares”, como así titula su autora el tema que sigue.


Rafael Canales


En Benalmádena-Costa, a 28 de junio de 2009

Bibliografía:

“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
British Museum Database.


martes, 16 de junio de 2009

Nacimiento del Estado Egipcio (c.3.200-2.686 A.C.) 2/8.- El Primitivo Estado de la Dinastía I

Nombre del faraón Aha (Menes) sobre fragmento de fayenza (o mayólica) vidriada (Dinastía I)

EL PRIMITIVO ESTADO DE LA DINASTÍA I

Hacia 3.000 A.C., el primitivo estado dinástico que había surgido en Egipto controlaba ya la mayor parte del Valle de El Nilo desde el Delta hasta la 1ª catarata en Aswan; una distancia de más de 1.000 kilómetros a lo largo del río.

Mientras que la presencia de la cultura Naqada es más que evidente en el Delta durante los tiempos de Naqada II y Naqada III, la extensión del control político hacia el sur durante la Dinastía I se conoce por los restos de una fortaleza situada en el punto más alto de la costa de la isla de Elefantina, región que había estado ocupada por pueblos del A-Group en tiempos predinásticos.

Con la Dinastía I, el foco de desarrollo se desplazó de sur a norte, el primitivo estado egipcio estaba centralizado, y su control y gobierno estaban en manos de un rey-dios procedente de la región de Menfis.

Lo que resulta único en este primitivo estado es el dominio integral sobre tan extensa región geográfica, en comparación con otros estados contemporáneos en Nubia, Mesopotamia y Siria-Palestina.

Aunque, sin duda, no falta evidencia de contactos foráneos durante el cuarto milenio A.C., el primitivo estado dinástico que emerge en Egipto fue único y autóctono en carácter. Es probable que una lengua común, o dialecto derivado de ella, facilitase la unificación, pero la realidad es que nada se sabe sobre el idioma hablado, y la primitiva escritura abriga una información especializada y de naturaleza muy superficial sobre este momento de desarrollo cultural.

Uno de los resultados de la expansión de la cultura Naqada por todo el norte de Egipto habría sido el de la existencia de una avanzada Administración estatal que para principios de la Dinastía I estaría, en parte, gestionada por la escritura primitiva utilizada en sellos y etiquetas de control adosadas a las mercancías estatales.

Encontramos pruebas arqueológicas del control estatal en los nombres de reyes de la Dinastía I (serekhs) que aparecen estampados en vasijas, sellos, etiquetas - originalmente atadas a los recipientes - y otros artefactos, encontrados en la gran mayoría de los yacimientos de Egipto. Tales evidencias también permiten sugerir la existencia, en las primeras dinastías, de un sistema tributario estatal.

En Menfis, los estratos más antiguos hasta ahora excavados datan del Primer Período Intermedio, mientras que los correspondientes a la ciudad dinástica primitiva deben yacer enterrados bajo tanto aluvión.

Más al oeste, el Doctor David Jeffreys, del "Institute of Archaeology", UCL, ha obtenido catas de perforación que han revelado la existencia de restos de alfarería procedentes del Imperio Antiguo y de las primeras dinastías.

Por otra parte, en esta región se han encontrado sepulturas y tumbas de la Dinastía I en adelante, por lo que es probable que la ciudad se fundase por esta época.

Se han descubierto tumbas de altos cargos en las proximidades del norte de Saqqara, mientras que en otros yacimientos de la región de Menfis aparecieron enterramientos de funcionarios de diverso rango. Esta evidencia funeraria sugiere que la región de Menfis constituía el centro administrativo del estado, y también que el primitivo estado egipcio estaba altamente estratificado en su organización social.

En el sur, Abydos continuaba siendo el centro de culto más importante, e incluso se ha llegado a sugerir que en la Dinastía I, los asentamientos predinásticos más pequeños con evidencia arqueológica más efímera, habrían sido reemplazados por una única ciudad construida de adobe en Abydos.

Los reyes de la Dinastía I se enterraban en Abydos, otra indicación del Alto Egipto como origen del incipiente estado.

Desde el mismo comienzo del Período Dinástico, la institución real fue fuerte y poderosa, y así permanecería a lo largo de los principales períodos históricos de Egipto. En ningún otro lugar del antiguo Oriente Próximo hubo en tan tempranas fechas una realeza tan importante y tan centralizada, capaz de ejercer tan amplio control de tan temprano estado.

A lo largo y ancho de Egipto tienen que haberse creado y desarrollado centros administrativos estatales, pero la organización espacial de comunidades no era como la de la contemporánea Mesopotamia del sur, donde ciudades enormes se organizaban alrededor de grandes centros de culto.

Pero, por otra parte, tampoco el Antiguo Egipto fue una “civilización sin ciudades”, como ha llegado a sugerirse. Puede que los pueblos y ciudades egipcios hubiesen estado espacialmente organizados más libremente que los de Mesopotamia; y también sabemos que la residencia real cambiaba de ubicación. Así que, debido a una serie de factores, los pueblos y las ciudades del Antiguo Egipto no se han conservado bien, o se encuentran enterradas bajo el aluvión, o bajo modernos asentamientos que no pueden excavarse.

Sin embargo, algunas pruebas arqueológicas de las primitivas ciudades han perdurado. En Hierakonpolis, una elaborada fachada de hornacina hecha de adobe, dentro de la propia ciudad (Kom el-Ahmar), ha sido interpretada como el pórtico de un “palacio”; posiblemente se trataba de un centro administrativo del temprano estado.

En Buto, en el Delta, una construcción rectangular de adobe datada a principios de la Dinastía I, levantada sobre edificios de adobe más tempranos de Naqada II, Naqada III y Dinastía 0, podrían ser restos de un templo construido dentro de la ciudad.

La mayoría de los antiguos egipcios de principios del Período Dinástico y períodos posteriores, la formaban agricultores que vivían en pequeñas aldeas. La base económica del antiguo estado egipcio era la agricultura del cereal. Durante todo el cuarto milenio A.C., los pueblos dependían cada vez más del cultivo de la espelta o trigo Emmer (Triticum diccocum), y de la cebada, lo que redundaba en un impresionante beneficio para el entorno de las llanuras susceptibles de inundación de El Nilo en Egipto.

Para principios del Período Dinástico, ya se habría puesto en práctica algún tipo sencillo de riego por superficie, extendiendo así la superficie de tierra de cultivo e incrementando la cosecha. Contrariamente a lo que ocurre con prácticamente cualquier otro sistema de riego en el mundo, la salinización nunca fue un problema para Egipto, ya que las anuales crecidas de El Nilo limpiaban la tierra de sales.

Dado que las precipitaciones en esta época eran insignificantes, las inundaciones anuales se encargaban de proporcionar la humedad necesaria en el momento adecuado del año – julio y agosto – de forma que el trigo se podía sembrar en septiembre una vez que las inundaciones hubiesen remitido.

Las distintas especies de trigo traídos a Egipto maduraban durante los meses de invierno y podían ser recolectadas antes de la primavera, cuando la llegada de las altas temperaturas y de la sequía habrían aniquilado la cosecha. El entorno favorecía así una enorme acumulación de excedentes que controlados por el estado servían de sostén de la floreciente civilización egipcia que se aprecia en el Dinastía I.

CONCLUSIÓN

Pienso que con este tema hemos cubierto de forma concisa pero con claridad meridiana la Dinastía I en su faceta político-económico-social.

En cuanto a la brevedad de la exposición, que soy el primero en agradecer, no debemos olvidar que la Dinastía I con frecuencia se presenta para su estudio combinada con la II, constituyendo lo que se conoce como Período Protodinástico. Por otra parte, la información de que se dispone es escasa y proviene sólo de unos cuantos monumentos y objetos entre los que destaca, como hemos visto, la Paleta de Narmer.

No existe documentación alguna sobre estas dos primeras dinastías, con la excepción de la Piedra de Palermo. Los jeroglíficos se desarrollaron completamente por entonces, y sus siluetas sufrirían escasos cambios durante más de tres mil años. Sí parece evidente la puesta en práctica del sacrificio humano - más adelante suspendido - de carácter funerario, durante esta primera dinastía.

Pasamos, pues, al siguiente tema que su autora, Katheryn Bard, ha titulado “El Cementerio Real de Abydos”.

ADENDA

Pero antes me ha parecido útil y oportuno, y siguiendo el ejemplo del Profesor Barry J.Kemp en su más reciente publicación, reseñar los nombres de los faraones que componen la Dinastía I de acuerdo con el recomendado Cuadro Cronológico del Profesor Ian Shaw que aparece en la obra que nos concierne, “The Oxford History of Ancient Egypt”, Oxford, 2000, páginas 479 a 483. Para las fechas absolutas, también se ha utilizado el mencionado Cuadro Cronológico.

Reyes de la Dinastía I:

Aha, Djer, Djet, Den, Queen Merneith, Anedjib, Semerkhet, Qa’a.

Los documentos historiográficos egipcios señalan como unificador de las Dos Tierras al rey Menes, identificado con el rey Narmer de la Dinastía 0, y más recientemente con el rey Aha, el Combatiente, fundador de la Dinastía I. A él se debió también la fundación de Menfis, construida en el punto de contacto entre el Delta y el Valle como demostración de su unión. La Piedra de Palermo habla de una victoria suya en Nubia y alude a embarcaciones de madera de cedro, que darían testimonio del comercio con la zona sirio-palestina.

Su sucesor, Djer, edificó un palacio en Menfis y organizó expediciones a Nubia y, quizás, a Libia y la Península de Sinaí.


Rafael Canales

En Benalmádena-Costa, a 20 de junio de 2009

Bibliografía:

“Ancient Egypt. Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
"The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”, Tomo I, 2ª Parte. Dra. Ana Mª Vázquez Hoys, UNED, 2001.
"The Enciclopedia of Ancient Egypt". Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
"Antico Egitto". Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
British Museum.

jueves, 28 de mayo de 2009

Nacimiento del Estado Egipcio (c.3.200-2.686 A.C.) 1/8.- Formación del Estado y Unificación


Piedra de Palermo. Detalle
Naqada III. Modelo de Vivienda
("Pinchar " y ampliar)

PREÁMBULO

Esta vez he querido empezar por describir la significativa pero extraña imagen que encabeza, en segunda instancia, esta “Hoja Suelta”. Se trata de un modelo de vivienda, probablemente procedente de alguna tumba, que nos proporciona una información vital sobre el aspecto de las casas del período Naqada III. Posteriores modelos nos permitirán apreciar la sucesiva evolución de las viviendas a lo largo del tiempo.

Hacia finales del Período Predinástico, en Egipto, las cabañas circulares se van sustituyendo por casas rectangulares de las que son escasísimas las evidencias de su aspecto, que suelen limitarse a simples hoyos para la colocación de los postes de sujeción, y huecos para la cimentación, pero que ofrecen escasa o ninguna información sobre la estructura que se alzaba sobre el suelo.

Vamos a dar paso esta vez al cuarto ensayo - y me veo en la necesidad de volver a ser reiterativo en aras de aquellos que no estén integrados en este proyecto – de los quince que consta la obra titulada “The Oxford History of Ancient Egypt”, ya mencionada en los trabajos previos, de la que es autor el Profesor Ian Shaw, que la divide en quince capítulos que corresponden a otros tantos ensayos, de los que son autores verdaderos “savants” de los períodos de la Historia del Antiguo Egipto de que tratan, y que tan espléndida y eruditamente exponen.

La obra, como comenté en la “Hoja Suelta” 1/8.- "El Paleolítico Inferior" del segundo ensayo de este proyecto, titulado "La Prehistoria Egipcia del Paleolítco a la Cultura Badariense (700.000-4.000 A.C.", está ordenada en secuencia cronológica por capítulos, y cubre los distintos períodos del Antiguo Egipto, analizando no sólo la secuencia de acontecimientos políticos bajo las distintas dinastías reinantes, sino que se adentran con suficiente profusión en sus patrones socio-económicos.

Este nuevo capítulo, dedicado a la última fase del Período Predinástico, cuya identificación original y confirmación científica se debe, como ya se ha reiterado, al Profesor William Mathew Flinders Petrie (1853-1942), lo desarrolla, de forma sobresaliente y muy bien estructurada, la Profesora Katheryn Bard, de la Boston University, Massachusetts, EE.UU., especializada en el tema.

INTRODUCCIÓN

La fase Naqada III, c.3.200-3.000 A.C., constituye la última fase del Período Predinástico de acuerdo con la revisión que hizo Kaiser de las fechas por secuencias obtenidas por Petrie, y se conoce como Período Protodinástico de Egipto.

Y fue durante este período, que Egipto se ve por vez primera unificado en un gran estado territorial, y la consolidación política que sentó las bases del primitivo estado dinástico de las Dinastías I y II tuvo que haber tenido lugar entonces.

Existen evidencias de que en la fase final de este período hubo reyes que precedieron a los de la Dinastía I, en lo que ahora se conoce como Dinastía 0, que fueron enterrados en Abydos, cerca del cementerio real de la Dinastía I.

La Piedra de Palermo nos muestra una lista real de finales de la Dinastía V en cuya parte superior aparecen nombres y figuras sentadas de reyes, en compartimentos, que sugiere que los egipcios creían en la existencia de otros gobernantes que habían precedido a los de la Dinastía I.

Sin embargo, existe un importante debate relacionado con factores tales como la naturaleza exacta del proceso de unificación, la fecha en que tuvo lugar, y la cuestión de los orígenes de la Dinastía 0.

Y volviendo a la mencionada Piedra de Palermo, me ha parecido oportuno encabezar esta “Hoja Suelta” con un detalle representativo de la misma. Se trata de un extracto de la Piedra que registra eventos acaecidos durante seis años de reinado del rey Nynetjer de la Dinastía II, y comienza en su año decimoquinto.

El nombre del monarca aparece escrito en la línea “a”. Los compartimentos de las líneas “b” y “c” están divididos mediante líneas verticales que terminan en una curva y que tienen una pequeña proyección hacia la derecha a media altura. Cada una de estas líneas representa, en realidad, el jeroglífico utilizado para escribir la palabra “año”.

La fila “b” contiene, en las columnas 1 a 6, un resumen en jeroglíficos de los acontecimientos más destacados del año, a saber:

1. Aparición del rey, segunda consecutiva del Apis-Bull.
2. Paseo procesional de Horus (el rey), octava del Recuento.
3. Aparición del rey, tercera del Festival de Seker.
4. Paseo Procesional de Horus, novena del Recuento.
5. Aparición del rey con ofrendas (?) a la diosa Nekhbet, Festival-Djet.
6. Paseo Procesional de Horus, décima del Recuento.

(Cada dos años se realizaba un “Recuento” de la riqueza del país)

La última fila de compartimentos “c” contiene la medida exacta de la altura alcanzada por la inundación de El Nilo tomada desde un punto fijo.

1. 3 codos, 4 manos, 3 dedos (1’92 m)
2. 3 codos, 5 manos, 2 dedos (1’98 m)
3. 2 codos, dos dedos (1’20 m)
4. 2 codos, dos dedos (1’20 m)
5. 3 codos (1’57 m)
6. Ilegible

La diferencia de altura en este espacio de cinco años de 0’78 m afectaría a los productos de la cosecha en los campo más altos.

FORMACIÓN DEL ESTADO Y UNIFICACIÓN

De la fase Naqada II en adelante, en los cementerios del Alto Egipto - no en el Bajo Egipto - aparecen enterramientos muy diversos. Los enterramientos elitistas de estos cementerios contienen grandes cantidades de elementos funerarios a veces fabricados con materiales exóticos, como oro o lapislázuli. Estos cementerios simbolizan a una sociedad cada vez más jerarquizada; probablemente, incluso representativos de un insipiente proceso de rivalidad y de una apertura de las políticas locales en el Alto Egipto, a la vez que se llevaba a cabo una interacción económica y se desarrollaba un comercio de larga distancia.

El control de la distribución de la materia prima y de la producción de una artesanía de prestigio habría reforzado el poder de los jefes de los centros predinásticos, por lo que constituían verdaderos símbolos de un estatus.

A pesar de la ausencia de evidencias arqueológicas, parece probable que las grandes ciudades predinásticas del Alto Egipto se convirtiesen en verdaderos centros de producción artesanal. Algunos de estos centros se constituyeron en asentamientos amurallados, como es el caso de la Ciudad del Sur, Naqada, ya documentada por Petrie.

La zona núcleo de la cultura Naqada se encontraba en el Alto Egipto, pero durante la fase Naqada II empezaron a aparecer por vez primera en el norte de Egipto yacimientos de la cultura Naqada. Petrie excavó un cementerio de Naqada II en el-Gerza, región de Faiyum, de ahí el término acuñado por él de Gerzeense (Naqada II).

Más adelante, se encuentran yacimientos de la cultura Naqada mucho más al norte, en el yacimiento del Delta de Mibshat Abu Omar. Esta evidencia sugiere el movimiento gradual de pueblos del Alto Egipto hacia el norte en tiempos de Naqada II.

Puesto que la mayoría de los yacimientos del Alto Egipto estaban ubicados cerca del Desierto Oriental de donde provenían el oro y los diversos tipos de piedra usados para fabricar cuentas, además de recipientes tallados y productos artesanales en general, su riqueza en recursos naturales era superior a la de los yacimientos del Bajo Egipto; de ahí que el antiguo nombre de Naqada fuese Nubt (ciudad del oro), y no es coincidencia que el mayor cementerio predinástico estuviese localizado allí.

Como la agricultura del cereal se practicaba cada vez con más éxito en las llanuras del Alto Egipto, el excedente se acumulaba y podía intercambiarse por productos artesanales cuya producción se fue haciendo cada vez más especializada.

Es muy posible que la mayoría de los primeros sureños que emigrasen hacia el norte la formasen mercaderes y comerciantes, y que con el aumento de la interacción económica les siguiesen los colonos. No existe evidencia arqueológica que confirme este movimiento migratorio de gente - no así de artefactos - hacia el norte, pero si tal hecho tuvo lugar es más que probable que se tratase de una expansión pacífica más que de una invasión militar; al menos en las etapas iniciales.

El factor motivador de la expansión de la cultura Naqada hacia el norte de Egipto pudo haber sido el deseo de conseguir el control directo de tan lucrativo negocio con otras regiones del Mediterráneo Oriental que había venido desarrollándose desde principios del cuarto milenio A.C. Pero fue también el avance tecnológico en la construcción de grandes barcos, llave del control y de la comunicación en El Nilo y del intercambio comercial a gran escala. La madera - el cedro en particular - para la construcción de tales embarcaciones no se daba en Egipto sino que provenía de la zona del Levante Oriental que hoy constituye el Líbano.

Como ya se vio al tratar la cultura Maadiense en el anterior ensayo, el Bajo Egipto no supuso un vacío cultural en el cuarto milenio A.C., pero es muy probable que la expansión de Naqada eventualmente hubiese encontrado alguna resistencia. No obstante, la evidencia arqueológica en el norte sólo demuestra la eventual sustitución de la cultura Maadiense.

En la propia Maadi, la ocupación finalizó a finales de la fase Naqada II c/d, mientras que los testimonios arqueológicos al norte del Delta, como es el caso de Buto, Tell Ibrahim Awad, Tell el-Ruba y Tell el-Farkha, demuestran que existían estratos anteriores que contenían solamente cerámica Maadiense y local, pero sobre éstos aparecían otras capas sólo con cerámica de la cultura Naqada III y formas posteriores de la Dinastía I.

En Tell el-Farkha, la aparición de una capa transicional de arena eólica entre tales estratos, sugiere el abandono del asentamiento por la población local por razones que se desconocen (¿intimidación?), y la posterior reocupación del yacimiento en la Dinastía 0 por gente de la cultura Naqada que para entonces se habría extendido por todo Egipto.

Para finales de Naqada II (c.3200 A.C.), o principios de Naqada III, la cultura autóctona del material del Bajo Egipto había desaparecido y había sido sustituida por artefactos derivados de la cultura Naqada y el Alto Egipto, especialmente alfarería. Esta evidencia arqueológica ha sido a veces interpretada como indicativa de la unificación política de Egipto por esa época, pero la evidencia material no implica necesariamente una organización política unificada, y se podrían sugerir diversos factores socio-económicos que explicasen este cambio.

Dado que la evidencia de los enterramientos de élite en tres grandes centros predinásticos del Alto Egipto – Naqada, Abydos y Hierakonpolis – nos hace pensar en centros separados (incluso en clara competencia), o en políticas independientes durante la fase Naqada II, es probable que la primera unificación de las políticas del Alto Egipto tuviese lugar en los comienzos de Naqada III; ya fuese como resultado de una serie de alianzas, o de la guerra – o quizás de una combinación de ambas – seguida de la unificación política del norte y del sur, y el surgir de la Dinastía 0 hacia finales de Naqada III.

Los enterramientos de Naqada III en el cementerio más grande de Naqada y en el Cementerio "T" de élite desmerecenen en comparación con los anteriores enterramientos de Naqada II en este lugar. Más de 6 km al sur, Jacques de Morgan excavó hacia finales del siglo diecinueve dos tumbas de hornacina hechas de adobe, y un cementerio con sepulturas de principios del Período Dinástico. La ubicación de este cementerio y la brusca aparición de un nuevo estilo de "enterramiento real" a finales de Naqada III, unido a los enterramientos más empobrecidos anteriores de cementerios mucho más al norte, hacen pensar en una forma de ruptura con la sociedad política centralizada en la Ciudad del Sur (situada a sólo 150m al nordeste del gran cementerio predinástico), probablemente coincidiendo con la absorción por la de Naqada en una sociedad más amplia.

Como contraste, en el área de Umm el-Qa’ab, de Abydos, las sepulturas de cierta zona (cementerios "U" y "B", y el “cementerio real") habrían evolucionado a partir de enterramientos sin caracteres diferenciados de comienzos de Naqada, hacia el cementerio de élite del tardío Naqada II y, finalmente, hacia el lugar de enterramiento de los reyes de la Dinastía 0 y la Dinastía I.

Una de las tumbas de Naqada III, la U-j, datada hacia 3.150 A.C., consistía en doce habitáculos que cubrían una superficie total de 66’4 m². Aunque saqueada, conservaba aún muchos objetos de hueso y marfil, gran cantidad de cerámica egipcia y unas 400 jarras importadas de Palestina.

Digna de esecial mención están las 150 pequeñas etiquetas encontradas en esta tumba que han sido relacionadas con los que parecen ser los jeroglíficos más antiguos hasta ahora conocidos. Según su descubridor, el egiptólogo alemán Günter Dreyer, del Instituto Alemán de Arqueología (DAI), los restos de una capilla de madera encontrados en la cámara mortuoria y un modelo de cetro de marfil, demuestran que ésta fue la tumba de un soberano, posiblemente del Rey Escorpión, cuyas propiedades habrían sido reseñadas en un cierto número de etiquetas. Este rey posiblemente reinó en el siglo trigésimo tercero A.C.

Las excavaciones realizadas en la “Localidad 6” de Hierakonpolis, a 2’5 km del Gran Wadi, han puesto al descubierto varias tumbas de considerable tamaño, de hasta 22’75 m² de superficie de suelo, que contenían cerámica de Naqada III. La Tumba II, aunque saqueada, aún contenía cuentas de cornalina, granate, turquesa, fayenza, oro y plata, trozos de objetos de lapislázuli y marfil, obsidiana y láminas de cristal, así como una cama de madera con patas de toro talladas. La suntuosidad de estos enterramiento sugiere que en Hierakonpolis se enterraban a personas de élite, de medios económicos substanciosos pero que, aún así, todavía no gozaban del mismo estatus que los gobernantes de Abydos.

Mientras que Naqada era insignificante políticamente hablando, Abydos era el centro de culto más importante del rey muerto, y Hierakonpolis seguía siendo un importante centro de culto asociado con el dios Horus, símbolo del rey vivo.

Es posible que en una posterior lucha predinástica por el poder en el Alto Egipto, aquella sociedad políticamente organizada de Naqada de la que ya hemos hablado, perdiese la batalla, mientras que los gobernantes cuyo poder originalmente radicaba en Abydos proseguían con el control de la totalidad del país, quizás en alianza con otros grupos de élite menos poderosos de Hieraconpolis (como podría ser el caso de los llamados “Seguidores de Horus”) que gozaban de una envidiable posición estratégica debida a la valiosa materia prima procedente del sur.

La unificación final del Alto y el Bajo Egipto puede haberse conseguido mediante una o más conquistas militares en el norte de las que hay escasa constancia que no sean meras escenas de contenido militar simbólico, talladas en un número de paletas ceremoniales, que han sido estilísticamente datadas hacia finales del Predinástico (Naqada III/Dinastía 0), tales como la fragmentada Paleta de Tjehenu, en Libia, la de Battlefield y la de Bull.

La interpretación de dichas escenas es de alguna forma problemática, ya que se desconoce la procedencia de estos objetos, y las dañadas escenas simbolizan conflictos que no especifican ningún acontecimiento histórico real.

Afortunadamente, estos importantes objetos con escenas talladas relativas al período han sido el producto de excavaciones en Hierakonpolis. Se trata de la Maza del Rey Escorpión, la Paleta del Rey Narmer y la Maza de este mismo rey. Los tres son objetos ceremoniales encontrados dentro o cerca de la zona descrita por J.E.Quibell y F.W. Green como el “Depósito Principal” cuando excavaban el templo de Horus en Hierakonpolis. Posiblemente se trataban de donaciones reales al templo, lo que sugiere que Hierakonpolis era aún un importante centro en la fase Naqada III.

Aunque pensar en la unificación del Alto y el Bajo Egipto sea una interpretación excesivamente específica de las escenas de la Paleta de Narmer, éstas escenas muestran enemigos muertos y pueblos vencidos, y/o asentamientos. Por otra parte, las escenas y lo signos de la Maza de Narmer representan cautivos de guerra y botines, y en la Maza de Escorpión también se encuentran representados pueblos conquistados. Tales escenas sugieren que, en un momento dado, la guerra jugó un importante papel en la forja del primer estado en Egipto.

Aunque no se tenga evidencia alguna de capas de destrucción de la época de Naqada III en los lugares de asentamiento del Delta, la guerra podría muy bien haber implementado la consolidación de este temprano estado y su expansión hasta la Baja Nubia y sur de Palestina que tuvo lugar a principios de la Dinastía I.

De Petrie en adelante se solía pensar, a pesar de la evidencia de culturas predinásticas, que la civilización egipcia de la Dinastía I apareció de forma brusca, por lo que habría sido introducida por una “raza” invasora extranjera. Sin embargo, fue a partir de los años 70 que las excavaciones de Abydos y Hierakonpolis demostraron de forma clara las raíces autóctonas del Alto Egipto de la primitiva civilización en Egipto. Si bien hay evidencias de “contactos” foráneos durante el cuarto milenio A.C., éstos no tuvieron la forma de una invasión militar.

La cerámica procedente de estratos excavados en yacimientos al norte de Egipto y el sur de Palestina, hace ahora posible coordinar los períodos culturales específicos en dos regiones y demostrar un contacto continuado al ser reemplazada la cultura Maadiense en el norte por la cultura Naqada del sur.

Mientras que la fase de la cultura Naqada IIb corresponde a la fase Ia de la Edad del Bronce Antigua (EBA) en Palestina, Naqada IIc/d y Naqada III/Dinastía 0, evidentemente, eran coetáneas de la cultura EBA Ib.

Los contactos entre el norte de Egipto y Palestina en esta época fueron terrestres, como demuestran las evidencias en el norte del Sinaí. La North Sinai Expedition, de la Universidad de Ben Gurión, ha localizado, entre Qantar y Raphia, unos 250 asentamientos primitivos con un 80% de cerámica egipcia que data de Naqada II y III, y de la Dinastía 0. El patrón de asentamiento consiste en unos cuantos yacimientos de grandes núcleos, entremezclados con campamentos estacionales y apeaderos.

Egiptólogos israelíes sugieren que esta evidencia es representativa de una red comercial creada y controlada por los egipcios ya desde EBA Ia, y que dicha red constituyó un factor importante en el desarrollo de los asentamientos urbanos encontrados más adelante en Palestina en la EBA II.

El estudio tecnológico llevado a cabo por la geóloga Naomi Porat de la cerámica procedente de yacimientos de la EBA al sur de Palestina, demuestra, de forma contundente, que en los estratos de la EBA Ib, una gran parte de los recipientes de cerámica utilizados para la preparación de alimentos habrían sido fabricados por ceramistas egipcios utilizando tecnología egipcia pero con barro local palestino. En estos estratos de la EBA Ib también se han encontrado numerosas jarras para conserva de alimentos fabricadas con limo de El Nilo y marga (roca sedimentaria compuesta principalmente de caliza) que habrían sido importados de Egipto.

Los egipcios no sólo establecieron campamentos y apeaderos en el norte del Sinaí, sino que la cerámica evidencia que crearon y mantuvieron una red de asentamientos altamente organizada en el sur de Palestina donde vivía en residencia una apreciable población egipcia.

La importancia del Delta para los contactos de Egipto con el suroeste de Asia también se desprende de la enigmática evidencia encontrada en Buto. En los estratos de la cultura predinástica del Bajo Egipto, en dicho yacimiento, a finales de los años 80, el Profesor alemán Thomas von der Way, encontró dos inesperados tipos de cerámica: Unos “clavos” de arcilla, y los conocidos como Grubenkopfnagel (especie de cono ahusado con un extremo cóncavo bruñido) que se asemejan a los elementos utilizados en la cultura mesopotámica de Uruk para decorar la fachada de los templos.

El Profesor Von der Way sugiere que los contactos con la red cultural de Uruk pudo haber tenido lugar vía el norte de Siria ya que el estrato más antiguo encontrado en Buto se vio que contenía fragmentos de cerámica decorados con rayas blanquecinas características de la cerámica Amuq “F” siria.

Los clavos de arcilla y los Grubenkopfnagel no están asociados a ninguna arquitectura de adobe en los niveles predinásticos, como podría esperarse si la interpretación de Von der Way fuese correcta, pero la excavaciones que se están realizando actualmente en Buto aún pueden reportarnos más datos sobre las conexiones entre el Delta y el suroeste asiático durante el cuarto milenio A.C.

En unas cuantas sepulturas de élite de las fases Naqada II y III, se han encontrado sellos cilíndricos, tanto importados como hechos en Egipto, objetos típicos inventados en Mesopotamia sin ningún género de dudas.

Cuentas y pequeños objetos de lapislázuli que sólo pueden proceder de Afganistán, se han encontrado primero en tumbas predinásticas del Alto Egipto.

Motivos mesopotámicos también aparecen en el Alto Egipto y Baja Nubia; incluyendo el conocido motivo de los héros dompteur (victoriosa figura humana entre dos leones o bestias) pintado en la pared de la Tumba 100, en Hierakonpolis, que data de Naqada II.

Otros motivos típicamente mesopotámicos, tales como la fachada de hornacina de los palacios y las embarcaciones de proa alta, también aparecen en artefactos de Naqada II y III, y en el arte rupestre. Los estilos de estos motivos son más característicos del arte glíptico (arte de grabar en piedra) de Susa en el suroeste de Irán que de la cultura de Uruk, y el hecho de que tales artefactos no se hayan encontrado en el Bajo Egipto plantea la posibilidad de alguna ruta de contacto más al sur entre Susa y el Alto Egipto, cuya naturaleza actualmente se desconoce.

En la Baja Nubia, existen numerosos enterramientos de la cultura A-Group (más o menos contemporánea con la cultura Naqada) que contienen muchos objetos artesanales de la cultura Naqada. La cerámica de A-Group es muy distinta de la de Naqada, y los productos egipcios se obtenían probablemente del comercio y del intercambio.

Bruce Williams ha sugerido que el Cementerio “L” de élite de A-Group de Qustul, en la Baja Nubia, representa a los gobernantes nubios que conquistaron y unificaron Egipto fundando el primer estado faraónico; pero son muchos los eruditos que discrepan con esta hipótesis.

El modelo que quizás pueda mejor explicar la evidencia arqueológica es el de un contacto acelerado entre las culturas del Alto Egipto y Baja Nubia a finales del Período Predinástico.

La materia prima de lujo, como el marfil, el ébano, el incienso, y la piel de animales exóticos, tan extremadamente deseada y cotizada en Egipto en los tiempos dinásticos, en su mayoría procedía de más al sur de África, atravesando Nubia.

Muchos jefes de A-Group se tuvieron que beneficiar económicamente con el comercio de materia prima, como es evidente en los ricos enterramientos excavados en Qustul y Sayala, si bien el tipo de complejidad político-social testimoniada en el Alto Egipto en esas fechas es improbable que hubiese tenido lugar en Nubia.

Las llanuras sujetas a inundaciones de El Nilo son más estrechas en la Baja Nubia que en el Alto Egipto, y aquella no gozaba del potencial agrícola necesario para soportar grandes concentraciones de población y especialistas de plena dedicación, como artesanos y administradores gubernamentales.

El hecho de que la cultura del material que se practicaba dentro de la cultura Naqada se encontrase más adelante en el norte de Egipto sin ningún elemento nubio, también parece argumentar en contra de la teoría de la existencia de orígenes nubios en el estado unificado egipcio.

CONCLUSIÓN

Y terminamos aquí con el primer tema de este cuarto ensayo que nos deja en la antesala de la Dinastía I, hacia el 3.000 A.C., con la que se inicia el Período Dinástico.

En el tema que sigue, la Profesora Katheryn Bard nos va a llevar de nuevo de la mano en un recorrido por “El Primitivo Estado de la Dinastía I”.


Rafael Canales

En Benalmádena-Costa, a 15 de junio de 2009

Bibliografía:

“Ancient Egypt. Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp. Routledge, London, 2006.
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”, Tomo I, 2ª Parte. Dra. Ana Mª Vázquez Hoys, UNED, 2001.
"The Enciclopedia of Ancient Egypt", Helen Strudbrick, Ambar Books, London, 2008.
"Antico Egitto". Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
British Museum Database.