viernes, 19 de junio de 2009

Nacimiento del Estado Egipcio (c.3.200-2.686 A.C.) 3/8.- El Cementerio Real de Abydos

Estatuilla de marfil de un rey protodinástico con manto ceremonial Heb-Sed y tocado con la Corona Blanca del Alto Egpto (Dinastía I)

EL CEMENTERIO REAL DE ABYDOS

La naturaleza de la primitiva civilización egipcia se ve expresada, principalmente, a través de la arquitectura monumental; en especial, en las tumbas reales y en los recintos funerarios de Abydos, así como en las grandes tumbas de altos cargos en el norte de Saqqara.

Los estilos formales característicos del arte egipcio ya surgieron en los períodos Naqada III/Dinastía 0 y a principios del Período Dinástico. Lo que es auténticamente egipcio de la arquitectura monumental y del arte conmemorativo - como es el caso de la Paleta de Narmer – es su reflejo del incondicional apoyo de la Corona a artífices y artesanos de plena dedicación.

Los objetos encontrados en tumbas reales y en las de élite nos hacen pensar en una artesanía de altísima calidad. Como ejemplos, podemos citar un disco de esteatita con una escena incrustada de alabastro, que representa a dos perros sabuesos cazando gacelas, procedente de la tumba 3035, en Saqqara, y brazaletes hechos con cuentas de oro, turquesa, amatista y lapislázuli, procedentes de la tumba del Rey Djer en Abydos.

De forma similar se observa un alto nivel de artesanía en los objetos de marfil y ébano, así como en los útiles de cobre y recipientes encontrados en tumbas de élite, reflejo todo ello del mecenazgo de la Corte. La presencia de artefactos de cobre en tumbas quizás pudo haber sido el resultado de incursiones reales a minas de cobre en el Desierto Oriental, junto a un incremento del comercio con regiones mineras de ese mineral en el Negev/Sinaí, aparte de la expansión del trabajo en cobre por todo Egipto.

Aunque en un principio se pensó que los gobernantes de la Dinastía I habían sido enterrados en Saqqara Norte, donde el antropólogo británico Bryan Emery había excavado grandes superestructuras de ladrillos de barro crudo con elaboradas fachadas de hornacina, ahora la mayoría de eruditos cree que dichas tumbas pertenecían a altos funcionarios de la Dinastía I y Dinastía II, y que el cementerio real de la zona de Umm el-Qa’ab es el verdadero lugar de enterramiento de sus reyes.

Solamente en Abydos existe un reducido grupo de tumbas grandes que corresponden a reyes y a una reina de esta dinastía, y sólo en Abydos se encuentran restos de recintos funerarios de todos los gobernantes de esta dinastía, menos uno, lo que quedó demostrado por el Egiptólogo australiano Doctor David O’Connor, Profesor en la Universidad de Nueva York - homenajeado en 2007 por el Consejo Superior de Antigüedades de Egipto - con sus excavaciones durante los años 80 y 90.

Lo que es de una evidencia cristalina en el Cementerio Real de Abydos es cómo se encuentra simbolizada la ideología de la realeza en el culto funerario. El desarrollo de la arquitectura monumental simboliza un ordenamiento político de otras dimensiones, con una religión estatal encabezada por un dios-rey que legitima el nuevo orden político.

A través de la ideología, y su material forma simbólica presente en las tumbas, las creencias relacionadas con la Muerte nos reflejan una organización social jerarquizada de las personas, y un estado controlado por el rey; una transformación - motivada políticamente - de un sistema basado en la creencia de consecuencias directas en el sistema socio-económico.

Al rey se le dispensaba el enterramiento más ostentoso y refinado, como correspondía a su rol simbólico de mediador entre los poderes del Más Allá y sus súbditos fallecidos que, junto a la creencia en un orden terrenal y cósmico, habrían dotado al primitivo estado dinástico de una cierta cohesión social.

Durante los años 90, Émile Amélineau excavó siete complejos de tumbas - que más adelante serían re-excavados por Petrie - que correspondían a otros tantos monarcas: Djer, Djet, Den, Anedjib, Semerkhet, Qa’a, y a la reina Merneith que podría haber sido madre de Den, e incluso ejercer como regente a principios del reinado. Estas tumbas no sólo fueron saqueadas sino también destruidas por el fuego de forma intencionada. Durante el Imperio Medio, las tumbas se re-excavaron y reconstruyeron para el culto de Osiris, y la tumba de Djer fue reconvertida en un cenotafio del dios.

Con esta historia como marco, impresiona que sólo el trabajo de Petrie de 1899-1901, y las posteriores excavaciones llevadas a cabo por el Instituto Arqueológico Alemán a partir de 1970, hayan hecho posible la reconstrucción de estas primitivas tumbas.

Aunque de estas tumbas sólo quedan cámaras subterráneas hechas de ladrillo de barro crudo, las tumbas estuvieron originalmente techadas, y probablemente cubiertas con un montículo de arena frente al que habrían sido colocadas estelas de piedra con el nombre real esculpido, de las que quedan algunas muestras. Cada tumba real estaba rodeada de filas de tumbas subsidiarias.

En la zona nordeste del Cementerio Real, conocida como Cementerio B, se encuentra el complejo del rey Aha, convencionalmente considerado en la actualidad como el primer rey de esta Dinastía I.

En el Cementerio B, también hay tumbas que han sido identificadas por Werner Kaiser como las de los tres últimos reyes de la Dinastía 0: Iri-Hor, Ka y Narmer. Estas tumbas están formadas por cámaras dobles, mientras que las del complejo de Aha están formadas por varias cámaras separadas, construidas en tres fases, con un cierto número de enterramientos subsidiarios al nordeste.

Aunque saqueada, en la tumba de Aha se puede apreciar una nueva dimensión en los enterramientos. Hay restos de grandes capillas de madera en tres cámaras, y treinta y tres enterramientos subsidiarios, con restos de varones jóvenes de entre 20 y 25 años que, muy probablemente, habrían sido sacrificados cuando su rey fue enterrado. Cerca de estas tumbas subsidiarias, se han encontrado restos de enterramientos de, al menos, siete leones de corta edad.

Todos los demás enterramientos reales de la Dinastía I de Abydos tienen tumbas subsidiarias con ataúdes de madera, si bien este período es el único del Antiguo Egipto en que se sacrificaron seres humanos para los enterramientos reales.

COMENTARIO Ex profeso

La afirmación de la autora de este ensayo, Profesora Kathryn A.Bard, de que el período que nos concierne, es decir la Dinastía I, “es el único del Antiguo Egipto en que se sacrificaron seres humanos para los enterramientos reales” parece implicar que estos hechos sólo ocurrieron durante la Dinastía I, y nunca antes.

Esto, dicho así, no parece encajar con lo que la Profesora Béatrix Midant-Reynes, en el tercer ensayo titulado “El Período Naqada”, objeto de nuestra “Hoja Suelta” del mismo nombre, dentro del tema titulado “Naqada II (Gerzeense)”, nos comenta:

“Ya Petrie apuntó la posibilidad de la existencia de sacrificios humanos, y tenemos dos casos identificados en Adaïma con clara evidencia de gargantas seccionadas y decapitación. Aunque escasa y dispersa, esta posible evidencia de sacrificio auto-infringido podría representar el preludio de los sacrificios humanos masivos alrededor de las tumbas reales de principios del Período Dinástico, en Abydos, que marcaron el punto de inflexión en el nacimiento de la realeza egipcia en el Período Dinástico”.

A menos que, en efecto, los sacrificios humanos masivos alrededor de las tumbas reales sólo se practicasen en la Dinastía I. Este es el punto que, en mi humilde opinión, queda algo impreciso.

Y, terminado el inciso, la Doctora Nancy Lovell, antropóloga biológica norteamericana, Catedrática de Antropología de la Universidad de Alberta, que ha examinado los esqueletos de algunas de estas tumbas subsidiarias, sugiere que sus dientes muestran señales de muerte por estrangulamiento. Es posible que altos cargos, sacerdotes, criados y domésticas fuesen todos sacrificados para servir al rey en la otra vida.

Toscas estelas grabadas con los nombres de los difuntos, acompañaban a muchos de estos enterramientos en los que se encuentran cacharros, vasijas de piedra, útiles de cobre y objetos de marfil.

También se han encontrado en estas tumbas, enanos - probablemente contratados para divertir al rey - y perros de caza o animales de compañía.

La tumba de Djer es la que contiene el mayor número de tumbas subsidiarias (unas 338) mientras que, en general, en las tumbas posteriores, sólo aparecen unas cuantas, por lo que al parecer, por razones que se desconocen, esta práctica se extinguió después de la Dinastía I. Más adelante se aceptaron como substitutos válidos a pequeñas estatuas de sirvientes a las que siguieron los shabtis, figurillas funerarias que acompañaban al difunto en su viaje.

Todas las tumbas de la Dinastía I tenían una capilla de madera en el lugar del enterramiento. La mayor es la de Djer, con una superficie de unos 70 x 40 metros, incluyendo los enterramientos subsidiarios dispuestos en filas.

La sepultura real estaba colocada en el centro de una cámara revestida de ladrillo de barro crudo de 18 x 17 metros (306 m² de superficie de suelo) y 2’6 m de profundidad, con muretes bajos perpendiculares a sus tres lados, formando cámaras de almacenamiento separadas.

Aunque esta tumba acabó convirtiéndose en una capilla para el dios Osiris, Petrie aún pudo encontrar un brazo envuelto en lino con brazaletes que, aparentemente, procedían del entierro original. El brazo acabó desapareciendo, pero los brazaletes se conservan en el Museo de El Cairo.

Para el reinado del rey Den, a mediados de la Dinastía I, ya se observa una innovación importante en el diseño de tumbas reales: El acoplamiento de una escalera de acceso, lo que hacía posible su construcción, incluyendo el techado, mientras el monarca permanecía vivo, facilitando, además, su ejecución dentro de hoyos de gran profundidad.

A mitad de camino de la escalera, había una puerta de madera y, tras ella, justo a la entrada de la cámara sepulcral, una compuerta bloqueaba la entrada a los posibles saqueadores de tumbas.

La tumba y los 136 enterramientos subsidiarios ocupaban una superficie de 53 x 40 m, y la propia cámara sepulcral cubría unos 15 x 9 metros de superficie de suelo y tenía una profundidad de 6 m.

El diseño y la decoración de la tumba son los más exquisitos de Abydos; los suelos estaban pavimentados con planchas de granito rojo y negro de Aswan, siendo éste el primer caso conocido del uso de esta durísima piedra a gran escala.

Un pequeño habitáculo al sureste, con su propia escalera de acceso, pudo haber sido un antiguo serdab; cámara donde se colocaban estatuas del finado.

Las excavaciones llevadas a cabo por el Instituto Arqueológico Alemán en zonas de escombros de anteriores excavaciones, indican que entre los objetos funerarios encontrados se halla una multitud de recipientes con impresiones de sellos, vasijas de piedra, etiquetas con inscripciones y otros artefactos tallados de marfil y ébano, así como incrustaciones procedentes de cajas o muebles.

Al sur de la cámara funeraria, las cámaras subsidiarias, inusualmente largas, contenían jarras que, probablemente, en su día, habrían contenido vino.

En un enterramiento posterior, perteneciente al rey Semerkhet, Petrie descubrió la rampa de acceso – no una escalera como en el caso de la tumba de Den – completamente saturada de un aceite aromático hasta una altura de tres pies. Casi 5.000 años después del enterramiento, el perfume era tan intenso que impregnaba toda la tumba.

En la tumba perteneciente al último rey de la Dinastía I, Qa’a, y durante la re-excavación realizada por el mencionado Instituto alemán, se encontraron treinta etiquetas cuyas inscripciones describían la entrega del aceite. Lo más probable es que este aceite fuese importado de Siria o Palestina, y que hubiese sido obtenido de frutos o resinas de árboles locales.

La presencia de tan enorme cantidad de aceite en la tumba de Semerkhet – quizás durante la ceremonia funeraria – ciertamente parece sugerir la existencia de un comercio exterior a gran escala, totalmente controlado por la Corona, así como la enorme importancia que tan lujosa mercancía tenía en los entierros reales.

Las tumbas reales de Abydos están ubicadas en el bajo desierto (Umm el-Qa’ab). Al nordeste, junto al borde del cultivo, se encuentran unos recintos funerarios, llamados “fortalezas” por los antiguos excavadores, donde el culto de cada rey podría haber sido perpetuado por sacerdotes u otro personal después de su enterramiento en la tumba real, como se acostumbraba a hacer en posteriores complejos mortuorios reales.

El recinto funerario mejor conservado, conocido actualmente como Shunet el-Zebib, perteneció al rey Khasekhemwy, de la Dinastía II. Sus muros de hornacina interiores se siguen conservando hasta una altura de entre 10 y 11 metros, cubriendo una superficie de alrededor de 124 m x 56 m.

En 1988, O’Connor descubrió un gran túmulo de arena y grava cubierto con adobe, de planta más o menos cuadrada, dentro del recinto. Este túmulo se encontraba situado cerca de la misma zona donde se alzaba la Pirámide Escalonada del complejo funerario del Rey Djoser, en Saqqara, de la Dinastía III, que empezó como una mastaba de estructura baja y no fue hasta la cuarta etapa cuando se convirtió en una estructura escalonada. Los dos complejos de Khasekhemwy y Djoser estaban rodeados de enormes muros de cerramiento de hornacina con sólo una entrada en el sureste.

El complejo del Rey Djoser se construyó unos 40 o 50 años después del de Khasekhemwy, y el túmulo de Shunet el-Zebib podría evidenciar una estructura o túmulo “proto-pirámide”.

No se sabe si los túmulos de Abydos se construyeron en los recintos funerarios de principios de la Dinastía I, pero es muy posible que ocurriese así. En consecuencia, la evolución del culto mortuorio real y su aspecto monumental se pueden claramente apreciar en Abydos.

Para la Dinastía III, el culto funerario real ya daba muestras de la existencia de un nuevo ordenamiento del poder real, con un despliegue de recursos y mano de obra para su utilización en la construcción de los primeros monumentos del mundo construidos con piedra.

A principio de los años 90, el Profesor O’Connor descubrió, al sureste del recinto funerario de Djer y justo fuera del muro exterior nordeste del de Khasekhemwy, doce enterramientos de barcos que consistían en profundas zanjas que contenían cascos de barco de madera de entre 18 y 21 metros de largo pero sólo unos 50 cm de alto.

Dentro y alrededor de los cascos, se habían colocado ladrillos formando una estructura de hasta 27’4 metros de longitud. La cerámica asociada con las embarcaciones toda ella data de principios del Período Dinástico, pero al día de hoy no se sabe si los barcos son de la Dinastía I, o de la II. Todos parecen ser de la misma época, y es posible que vayan apareciendo más conforme se amplía la excavación en la zona.

Se han encontrado enterramientos de embarcaciones más pequeños asociados con las tumbas de altos cargos, en Saqqara y Helwan, de principios del Período Dinástico. Los ejemplos más conocidos del Imperio Antiguo los tenemos en dos barcos, en condiciones de conservación óptimas, relacionados con la pirámide Khufu en Giza.

El significado de estos enterramientos de barcos se desconoce; es posible que estas embarcaciones se utilizasen en ceremonias funerarias, o que fuesen enterradas simbólicamente para el viaje final al Más Allá. Los de Abydos constituyen la evidencia más temprana de una asociación entre los barcos y el culto mortuorio real.

La evidencia de Abydos nos descubre el enorme gasto del Estado en los complejos mortuorios de los reyes de la Dinastía I, tanto en tumbas como en recintos funerarios.

Estos gobernantes ejercían un control absoluto sobre enormes activos que incluían la producción artesanal desde tiendas reales, productos exóticos y materias primas importadas de forma masiva del extranjero; e incluso sobre el reclutamiento de mano de obra, así como el de los individuos que podían ser sacrificados para los entierros reales.

El rol supremo del rey ciertamente se ve expresado en estos monumentos, y los símbolos del culto mortuorio real - tan evidentes en Abydos - acabarían evolucionando hacia los exquisitos complejos piramidales de los imperios Antiguo y Medio.

Llegado a su fin este apasionante tema, la Profesora Katheryn Bard nos va a llevar de nuevo de la mano, esta vez por “Las Tumbas de los Altos Cargos al Norte de Saqqara y en otros lugares”, como así titula su autora el tema que sigue.


Rafael Canales


En Benalmádena-Costa, a 28 de junio de 2009

Bibliografía:

“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
British Museum Database.


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