En estos últimos cinco, y dentro de los proyectos de la EES conocidos como “Qasr Ibrim Leatherwork Project” y “Ancient Eqyptian Footwear Proyect”, se viene realizando un estudio del que son responsables el arqueólogo holandés especializado en calzado y cuero del Antiguo Egipto, André Veldmeijer, y su colaborador, fotógrafo e ilustrador, Erno Endenburq.
Se trata de profesionales con amplia experiencia en excavaciones, entre las que se incluyen Amarna, Qasr Ibrim, Hierakonpolis y Elephantine, y son los coautores de los resultados preliminares que nos ocupan aquí y que han sido publicados en el número 33, Autumn 2008, de la revista “Eqyptian Archaeoloqy”, de la EES, con la que ya estamos familiarizados.
La investigación está siendo financiada por la EES y la Netherlands Oranization for Scientific Research (NWO).
Sin duda alguna, el ejemplo más notable lo tenemos en cinco zuecos de madera recuperados de los estratos otomanos.
Están confeccionados con madera no procedente del país y son de una sola pieza que se compone de la suela y dos prominencias o tacos, uno delantero y otro trasero a modo de tacón. Se sujeta al empeine mediante una tira de cuero ancha que va clavada a lo largo del borde de la suela; contrastan con las de la Turquía otomana, bastante más altas y recargadas de incrustaciones de marfil o nácar, mientras que las de Qasr Ibrim son sencillas y casi exentas de adornos; se les conoce como “chanclas de baño”.
Sin embargo, ya a finales del siglo diecisiete, Ibn Darwish Memed Zii (Estambul 1611-1684), conocido como Evliya Çelebi, escritor y viajero otomano, habría específicamente señalado la total ausencia de baños en la zona así como la inexistencia de evidencia arqueológica alguna. Çelebi, gran viajero y romántico, cultivó la tradición de la “rihla”, palabra árabe que propiamente significa “viaje por etapas”, género literario clásico en lengua árabe, consistente en el relato de un viaje, y designa tanto al viaje como a la posterior crónica del mismo. La “rihla”, de origen magrebí o andalusí, se enmarca, por otro lado, dentro de una amplia corriente viajera árabe oriental que ha dado sus frutos literarios.
Es muy probable que al igual que en la Europa romana y medieval, estas chanclas se utilizasen simplemente para mantener los píes libres de polvo y suciedad. También se han realizado estudios ortopédicos y experimentos que parecen confirmar la existencia de ciertas características inherente al diseño que las hacen beneficiosas para caminar por terreno de pendientes pronunciadas, por lo que en Qasr Ibrim habrían sido muy apreciadas.
Pero quizás el calzado más curioso, y muy singular y específico de este yacimiento, sean las sandalias de cestería reforzadas de cuero. Éstas se confeccionaban doblando por su mitad una gruesa capa de tejido de cestería trenzada y cosiendo a ella unas correas de cuero, con lo que se obtenían unas sandalias muy fuertes. Algunas de ellas presentan señales evidentes de desgaste y otras se ven que han sido reparadas añadiendo una sobresuela de cuero.
El grupo mayor lo forman, sin embargo, las sandalias de cestería lisas, que consistían en sólo un grueso tejido de cestería trenzada, como muestra la fotografía que encabeza esta “Hoja Suelta”. Aunque tienen que haber sido muy resistentes, dan muestras de un grado considerable de desgaste; en especial por el contrafuerte.
Ejemplares de ambos tipos se han encontrado en las capas otomanas y cristianas.
Curiosamente, sin embargo, no parecen existir testimonios de la presencia de sandalias de cestería en épocas tempranas de la historia de Egipto, ni que se tenga constancia de su uso en el Egipto cristiano, lo que resulta extraño teniendo en cuenta su simplicidad y su bajo coste.
En cambio, sí existen testimonios en yacimientos más al sur, como el de Kulubnarti, lo que hace pensar que estas sandalias fuesen nubias. Esto explicaría que, por norma, los egipcios no las usasen.
Existían también sandalias hechas de cuerda para las que se utilizaban diversas técnicas de elaboración, como el emparejamiento, el entrelazado y el embobinado, pero a una escala menor dentro del cuerpo del calzado, siendo la primera la más recurrente.
Las sandalias de cuero eran de gran simplicidad consistiendo en una suela hecha de un par de capas de cuero que se sujetaba mediante correas atadas a unas orejeras triangulares situadas en la parte trasera, o bien introducidas en orificios practicados en la propia suela.
Existen dos ejemplares de sandalia de un tipo muy peculiar cuya suela está formada por más de una veintena de capas de piel que van disminuyendo de tamaño de forma degradada y decreciente. Las capas ventrales van sólo del talón a la bola del pie.
Aunque la mayoría del calzado era de cuero, existen ejemplos que combinaban la hoja de palma con la fibra.
El montaje del zapato era bastante simple. La suela se componía de un piso de fibra dura de palmera datilera y una plantilla de tiras de hojas de palmera trenzadas a la que se cosía, con gruesas puntadas, una pala hecha de cestería trenzada.
El zapato se sujetaba al pie mediante tirantes que iban del contrafuerte a la puntera, por encima de la pala, al interior del zapato. Estos tirantes son reminiscencia de las posteriores correas o cintas de sandalias.
Este tipo de zapato no es exclusivo de Qasr Ibrim y los hay muy similares en otros yacimientos como el del oasis Dakhleh, si bien el primero es ligeramente posterior; período Meroë al cristiano temprano.
La gran mayoría del calzado es de cuero y data del período de ocupación otomana. Las diferencias que se aprecian entre ellos son menores y en parte porque muchos han sido sometidos a diversas y variadas reparaciones.
El grupo más representativo consiste en una suela de una o más capas de cuero, una pala compuesta del parche (que cubre desde la parte delantera del pie hasta el empeine), y el contrafuerte; estos dos últimos con grandes lengüetas. Normalmente, la pala también solía estar hecha de dos capas, aunque las había con sólo una.
En la misma unión del contrafuerte y el parche, el primero estaba provisto de una pieza saliente con forma de pala, o de lengua, a la que se ataba el cordón, evitando así que los laterales se cayesen hacia afuera.
Existían, lógicamente, sus variantes; sin lengüetas, con lengüetas de diferentes formas, con palas de una sola pieza, etc.
Los métodos de ensamblar el zapato también variaban, pero en cualquier caso a este zapato se le denomina “zapato vuelto”. Este tipo, muy utilizado durante la Edad Media, debe su nombre a que se montaba “de-dentro-a-fuera” y, una vez terminado, se “volvía-al-derecho”, como un calcetín. Es decir, son zapatos que la suela y la pala se cosen por la parte de fuera y luego se “vuelven”. Este zapato es bien conocido en la industria del calzado europea.
Entre el calzado procedente de las capas o estratos cristianos existen tipos de los que sólo hay evidencia en esta era, y de ellos son buenos ejemplos los que se fabricaban prensando cuero mojado, de una forma predeterminada, de manera que la lámina de cuero resultante era a la vez suela y pala. Los restos de Akhmim, por ejemplo, muestran una técnica comparable.
Otra característica del calzado cristiano consistía en la decoración, que podía incluir láminas de oro y borlas de colores hechas de lino. Y esto nos trae a la memoria las cáligas (caligae): Populares zapatos o sandalias militares romanas.
El calzado procedente de las capas más antiguas parece demostrar la existencia de una cierta conexión con la tradición faraónica, evidenciada por las muestras de fibra y cuero halladas. Entre estas últimas, hay una sandalia de cuero cuyas orejas, a las que la correa trasera está unida, están cortadas del mismo trozo de cuero que la suela.
Estas sandalias pertenecen a la antigua tradición, si bien las de Qasr Ibrim son notables por su fina, pulcra, esmerada y decorativa puntada dada por debajo del borde elevado, y la doble correa frontal, típica de la tradición Nubia.
Y en cuanto al calzado infantil, se han hallado cantidades considerables que nos muestran que, como ocurrió durante todos los períodos del Antiguo Egipto, el calzado infantil siguió la misma pauta que el del adulto, sólo que de menor tamaño; independientemente de si se trataba de calzado femenino o masculino, como parece haber sido así durante el período faraónico, al menos en la mayoría de los distintos tipos de calzado, pero que bien puede haber sufrido alguna variación con el tiempo. Este tópico, no obstante, requiere aún una investigación más profunda.
Aunque la cantidad de restos procedentes de diferentes capas en Qasr Ibrim varía considerablemente, sin embargo parece estar bien claro que el calzado de los últimos contextos pertenecientes a las etapas cristianas y otomanas es pesado y fuerte, mientras que el procedente de estratos más tempranos lo son menos. El hecho de que este último en su mayoría sólo tenga una correa central (la correa frontal doble aparece con mucha más frecuencia entre los restos de capas cristianas y otomanas) parece sugerir la existencia de un foco en Egipto, más que en Nubia o África, donde la correa frontal doble, que corre entre el primero/segundo y tercero/cuarto dedo, era lo corriente.
Los restos del fuerte romano de Didymoi en el Desierto Oriental pueden considerarse en esa misma línea. O bien, alternativamente, podría explicarse como una evolución independiente.
El que la producción de calzado de cuero se realizase en los mismos yacimientos es difícil de probar arqueológicamente, aunque existen evidencias de que fue así en tiempos otomanos, hecho reconocible ante la gran cantidad de retales presentes en la zona. Qasr Ibrim, por otra parte, no estaba totalmente aislada del resto del mundo, por lo que es muy posible que algún calzado procediese de algún otro lugar.
De hecho, materia vegetal se podía encontrar en la vecindad de Qasr Ibrim, pero se puede argumentar que si bien algún tipo de calzado de fibra pudo haber sido fabricado por personal semi-profesional, las sencillas sandalias de cestería y cordaje las harían probablemente los propios ciudadanos.
La comparación con calzado de otras zonas, incluso fuera de Egipto, ya indicada anteriormente al hablar de los zuecos de madera y “chanclas de baño”, puede arrojar alguna luz sobre el desarrollo y evolución del calzado. Por otra parte, está claro que los diferentes períodos de ocupación se caracterizaban, hasta cierto punto, por su propio tipo de calzado.
Hay que enfatizar que el análisis del calzado sólo acaba de empezar. En fases sucesivas se considerarán otros aspectos, tanto sociales como económicos.
Debido a la gran cantidad de restos de cuero rescatado, entre los que se encuentran más de 3.000 objetos sólo del período otomano, aún pasará algún tiempo hasta la publicación del trabajo completo sobre el cuero, que comprenderá un primer volumen que cubrirá los restos otomanos, y un segundo volumen sobre el trabajo en cuero de otras fuentes.
Y termino aquí, con esta exposición pormenorizada de un tema muy especializado, y a veces enrevesado, pero que, de alguna forma, nos acerca algo más al Antiguo Egipto y al hombre de la calle; al ciudadano vulgar, en una de sus facetas cotidianas, muy lejos de templos, faraones y sacerdotes.
Para mí, más que un simple resumen ha significado casi una transcripción, habida cuenta de la necesidad de exponer el tema con claridad. Y para ello, ha sido necesaria la utilización de la terminología adecuada que facilitase su seguimiento y comprensión y, de ello me congratularía con sólo haberlo conseguido a medias.
Rafael Canales
En Benalmádena-Costa, a 25 de enero de 2009
Bibliografía:
“Egyptian Archaeology”, Bulletin of The Egypt Exploration Society, No. 33, Autumn 2009.
Otras fuentes adicionales.