Etiquetas de marfil y hueso encontradas por el egiptólogo alemán G. Dreyer en la Tumba U-j de Abydos
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Ian Shaw cayó en mis manos hace algún tiempo con una obra suya que me impresionó por su lenguaje directo y cómodo, y la frescura de su actualidad científica.
Este trabajo forma parte de una serie que se inicia en 1995 y que, en la actualidad, cubre tópicos sobre Historia, Religión, Ciencia y Humanidades. “Very Short Introductions” es el título de la serie, y el de su obra “Ancient Egypt”, publicada en 2004 por la Oxford University Press.
Y ahora, me lo vuelvo a encontrar en “The Oxford History of Ancient Egypt”, en su última edición de 2003.
Contrariamente a la “Egypt of the Pharaohs” de Gardiner de 1961, esta publicación no sólo considera los cambios políticos acaecidos durante el período faraónico, sino que analiza su desarrollo socio-económico y la evolución de los procesos religiosos, ideológicos y culturales, ya se refieran éstos a estilos arquitectónicos, técnicas de momificación, formas de trabajar la cerámica, o a la evolución del Arte y la Literatura.
La obra, cronológicamente ordenada en capítulos, cubre las diferentes fases de la historia del Antiguo Egipto en boca de expertos que, no sólo analizan la secuencia de acontecimientos políticos bajo las diferentes dinastías reinantes, sino que se adentran en sus patrones socio-culturales.
De los quince ensayos, el Profesor Ian Shaw se hace cargo de la Cronología en el primero, como parte de la Introducción, y en el undécimo que titula “Egypt and the Outside World”.
Quisiera iniciar un recorrido por cada uno de ellos mediante un resumen, breve si es posible, que me ayudaría a su retención y, con algo de suerte y paciencia si consigo acabarlo, a disponer, de una forma ordenada y actualizada, de una también breve Historia del Antiguo Egipto refrendada por un cuerpo de elite.
Como decía, en este primer capítulo Ian Shaw nos introduce a las cronologías y cambios culturales en el Antiguo Egipto al considerar que su historia, como cualquier otra, requiere un marco cronológico en que moverse y encuadrarse, objetivo este que ha sido durante siglos la meta y el motor de estudiosos y profanos aventajados.
Y así fue como, en el siglo III A.C., el sacerdote egipcio Maneton diseñó un sistema cronológico, que abarcaba casi tres mil años de vida faraónica, que dividió en bloques, cuya estanqueidad está hoy en tela de juicio, a los que llamó “dinastías”. Cada una agrupaba a una serie de gobernantes cuyo factor común consistía en poco más que su propia realeza y/o sus lugares de residencia.
Si bien este sistema cronológico parece haber cumplido bien su cometido, los relativamente recientes avances tecnológicos han permitido apreciar que los cambios de dinastía no han sido siempre acompañados de cambios sociales y/o culturales, o bien que éstos no se han extendido por igual, ni en el lugar ni en el tiempo, a los cambios políticos.
Actualmente, los estudios cronológicos se están llevando a cabo mediante la utilización de tres métodos que a veces se solapan, a veces se sustituyen y, casi siempre, se complementan.
En primer lugar debemos hablar de la cronología que se basa en la llamada “datación relativa”; ya sea por medio de excavaciones estratigráficas, o por la bien conocida “datación secuencial” inventada por Flinders Petrie en 1899, aún totalmente vigente. Los progresivos avances de estas dos últimas décadas han permitido a egiptólogos apreciar mejor la evolución y el efecto en los materiales debido al paso del tiempo y, muy específicamente, en la evolución de la cerámica. Esto ha permitido la aplicación de métodos de seriación a una diversidad de materiales, como ha sido el caso de Harco Willems cuyo trabajo ha arrojado nueva luz sobre los cambios culturales en diversas provincias durante las dinastías XI y XII, aportando datos que vienen así a complementar los ya existentes acerca de los cambios políticos acaecidos en este período.
Por otra parte, disponemos de la cronología basada en la “datación absoluta” de registros sobre hechos y/o datos astronómicos procedentes de textos ancestrales.
Y, por último, y no precisamente por su menor importancia, tenemos la cronología que tiene su base en la “datación radioactiva”, con la aplicación de métodos como el del Carbono-14, que mide la edad isotópica de elementos orgánicos, o la termoluminiscencia, que mide el grado de absorción luminosa de ciertos elementos a lo largo del tiempo.
Sobre estos dos últimos métodos hace ya más de sesenta años que se alcanzó un consenso sobre la aceptable equiparación de resultados, si bien el primero ofrece un margen de error ligeramente menor que el segundo. La aparición, por otra parte, de las curvas de calibración dendrocronológicas ha logrado que los resultados de la datación por radiocarbono se puedan convertir en años civiles reales, o años de calendario. Aún así, la inevitable existencia de errores, aunque marginales, nos hace insistir en la necesidad de hablar siempre de fechas aproximadas y nunca de específicas.
La incorporación de la datación radioactiva, o radiométrica, ha favorecido enormemente a la Prehistoria de Egipto que ha conseguido no ya colocar las dataciones secuenciales de Petrie dentro de un marco de fechas absolutas en unos márgenes razonables, sino extender la linde de la Prehistoria de Egipto más allá del Neolítico hasta los albores del propio Paleolítico.
Ian Shaw continúa con un repaso detallado de las fuentes que han servido a los egiptólogos para elaborar un marco cronológico tradicional en el que encuadrar los cambios políticos en el Antiguo Egipto.
Son escasos los artefactos, como las estelas funerarias, las mazas ceremoniales, o las paletas votivas del Período Predinástico Tardío, que puedan servir de fuentes que nos permitan documentar la transición hacia un estado unificado completo.
De cualquier forma, se hace a veces difícil discernir cuándo la información en ellos contenida es de carácter narrativo o conmemorativo; o si estamos ante un rito o un acontecimiento, lo que hace cuestionarse su valor histórico.
Igual podemos decir de las numerosas etiquetas encontradas en los últimos tiempos que proporcionan información sobre el origen y naturaleza de los objetos funerarios a los que están unidas.
Este trabajo forma parte de una serie que se inicia en 1995 y que, en la actualidad, cubre tópicos sobre Historia, Religión, Ciencia y Humanidades. “Very Short Introductions” es el título de la serie, y el de su obra “Ancient Egypt”, publicada en 2004 por la Oxford University Press.
Y ahora, me lo vuelvo a encontrar en “The Oxford History of Ancient Egypt”, en su última edición de 2003.
Contrariamente a la “Egypt of the Pharaohs” de Gardiner de 1961, esta publicación no sólo considera los cambios políticos acaecidos durante el período faraónico, sino que analiza su desarrollo socio-económico y la evolución de los procesos religiosos, ideológicos y culturales, ya se refieran éstos a estilos arquitectónicos, técnicas de momificación, formas de trabajar la cerámica, o a la evolución del Arte y la Literatura.
La obra, cronológicamente ordenada en capítulos, cubre las diferentes fases de la historia del Antiguo Egipto en boca de expertos que, no sólo analizan la secuencia de acontecimientos políticos bajo las diferentes dinastías reinantes, sino que se adentran en sus patrones socio-culturales.
De los quince ensayos, el Profesor Ian Shaw se hace cargo de la Cronología en el primero, como parte de la Introducción, y en el undécimo que titula “Egypt and the Outside World”.
Quisiera iniciar un recorrido por cada uno de ellos mediante un resumen, breve si es posible, que me ayudaría a su retención y, con algo de suerte y paciencia si consigo acabarlo, a disponer, de una forma ordenada y actualizada, de una también breve Historia del Antiguo Egipto refrendada por un cuerpo de elite.
Como decía, en este primer capítulo Ian Shaw nos introduce a las cronologías y cambios culturales en el Antiguo Egipto al considerar que su historia, como cualquier otra, requiere un marco cronológico en que moverse y encuadrarse, objetivo este que ha sido durante siglos la meta y el motor de estudiosos y profanos aventajados.
Y así fue como, en el siglo III A.C., el sacerdote egipcio Maneton diseñó un sistema cronológico, que abarcaba casi tres mil años de vida faraónica, que dividió en bloques, cuya estanqueidad está hoy en tela de juicio, a los que llamó “dinastías”. Cada una agrupaba a una serie de gobernantes cuyo factor común consistía en poco más que su propia realeza y/o sus lugares de residencia.
Si bien este sistema cronológico parece haber cumplido bien su cometido, los relativamente recientes avances tecnológicos han permitido apreciar que los cambios de dinastía no han sido siempre acompañados de cambios sociales y/o culturales, o bien que éstos no se han extendido por igual, ni en el lugar ni en el tiempo, a los cambios políticos.
Actualmente, los estudios cronológicos se están llevando a cabo mediante la utilización de tres métodos que a veces se solapan, a veces se sustituyen y, casi siempre, se complementan.
En primer lugar debemos hablar de la cronología que se basa en la llamada “datación relativa”; ya sea por medio de excavaciones estratigráficas, o por la bien conocida “datación secuencial” inventada por Flinders Petrie en 1899, aún totalmente vigente. Los progresivos avances de estas dos últimas décadas han permitido a egiptólogos apreciar mejor la evolución y el efecto en los materiales debido al paso del tiempo y, muy específicamente, en la evolución de la cerámica. Esto ha permitido la aplicación de métodos de seriación a una diversidad de materiales, como ha sido el caso de Harco Willems cuyo trabajo ha arrojado nueva luz sobre los cambios culturales en diversas provincias durante las dinastías XI y XII, aportando datos que vienen así a complementar los ya existentes acerca de los cambios políticos acaecidos en este período.
Por otra parte, disponemos de la cronología basada en la “datación absoluta” de registros sobre hechos y/o datos astronómicos procedentes de textos ancestrales.
Y, por último, y no precisamente por su menor importancia, tenemos la cronología que tiene su base en la “datación radioactiva”, con la aplicación de métodos como el del Carbono-14, que mide la edad isotópica de elementos orgánicos, o la termoluminiscencia, que mide el grado de absorción luminosa de ciertos elementos a lo largo del tiempo.
Sobre estos dos últimos métodos hace ya más de sesenta años que se alcanzó un consenso sobre la aceptable equiparación de resultados, si bien el primero ofrece un margen de error ligeramente menor que el segundo. La aparición, por otra parte, de las curvas de calibración dendrocronológicas ha logrado que los resultados de la datación por radiocarbono se puedan convertir en años civiles reales, o años de calendario. Aún así, la inevitable existencia de errores, aunque marginales, nos hace insistir en la necesidad de hablar siempre de fechas aproximadas y nunca de específicas.
La incorporación de la datación radioactiva, o radiométrica, ha favorecido enormemente a la Prehistoria de Egipto que ha conseguido no ya colocar las dataciones secuenciales de Petrie dentro de un marco de fechas absolutas en unos márgenes razonables, sino extender la linde de la Prehistoria de Egipto más allá del Neolítico hasta los albores del propio Paleolítico.
Ian Shaw continúa con un repaso detallado de las fuentes que han servido a los egiptólogos para elaborar un marco cronológico tradicional en el que encuadrar los cambios políticos en el Antiguo Egipto.
Son escasos los artefactos, como las estelas funerarias, las mazas ceremoniales, o las paletas votivas del Período Predinástico Tardío, que puedan servir de fuentes que nos permitan documentar la transición hacia un estado unificado completo.
De cualquier forma, se hace a veces difícil discernir cuándo la información en ellos contenida es de carácter narrativo o conmemorativo; o si estamos ante un rito o un acontecimiento, lo que hace cuestionarse su valor histórico.
Igual podemos decir de las numerosas etiquetas encontradas en los últimos tiempos que proporcionan información sobre el origen y naturaleza de los objetos funerarios a los que están unidas.
Especial consideración merecen las 173 más pequeñas, de hueso y marfil (hacia 3200 A.C.), excavadas por el alemán G. Dreyer recientemente junto a un cetro ceremonial de marfil, en la tumba real U-j de la dinastía predinástica conocida como Dinastía 0, en Abidos (Ver foto que encabeza esta “Hoja Suelta”)
Su importancia radica, eso sí, en que lo que muestran no son meros pictogramas sino representaciones de sonidos de una lengua hablada; es decir, fonogramas. Aunque difíciles de leer, constituyen sin duda el uso más temprano de escritura jeroglífica que se conoce, habiéndose podido identificar en algunas de ellas nombres de conocidas ciudades frecuentemente mencionadas en posteriores inscripciones como Buto y Bubastis.
En el mismo contexto se analizan la Paleta Nermer y la Maza de Escorpión cuya interpretación, de nuevo, se hace difícil en cuanto que no sabemos si estamos ante una pieza de carácter ritual, narrativo o conmemorativo. Y teniendo en cuenta la ideología egipcia del período faraónico, no sería de extrañar que hubiese sido de interés para el propio sistema y para la misma realeza alentar dicha confusión entre la realidad y lo puramente ritual o mágico.
Y, finalmente, se llega a la Piedra de Palermo como fuente histórica más importante. Se trata de parte de una estela de basalto, inscrita en ambas caras, con anales de los reyes del Bajo Egipto que se remontan a los míticos gobernantes prehistóricos; uno de los fragmentos está en el Museo Arqueológico de Palermo, en Sicilia, otro en el Museo de El Cairo, y un tercero en el Museo Petrie de Londres.
El texto muestra registros horizontales separados por líneas verticales con una pequeña curva en la parte superior, posible imitación del jeroglífico que representa el año reinal, rempet. El hecho de que durante el Imperio Antiguo las fechas se refiriesen a los censos bienales ganaderos y no a los años de reinado, hace surgir la confusión.
Resulta interesante la coincidencia en el tipo de información que ofrecen la Piedra de Palermo y las etiquetas de marfil y hueso de Abidos, si bien las segundas contienen información administrativa y la primera no; mientras las segundas la tienen de las inundaciones del Nilo, cosa de la que carece la primera.
Y desandando lo ya andado, podríamos resumir que la base de la cronología tradicional de los cambios políticos, aparte de la Piedra de Palermo, la constituyen por una parte la historia de Menatón de la que sólo existen extractos recopilados por autores posteriores, las conocidas Listas Reales, los informes fechados de observaciones astronómicas, los documentos literarios y artísticos en forma de relieves o estelas, las informaciones genealógicas, y los sincronismos procedentes de otras culturas, como es el caso de las Listas Reales asirias. Y para las dinastías XXVIII a la XXIX, la Crónica Demótica de la Bibliothèque Nationale, en París, que compensa la ausencia de información histórica en los papiros y monumentos de esta época.
Otro punto a considerar que dificulta el trabajo, es el hecho de que el pueblo egipcio carecía de un origen o punto de partida que les sirviese de referencia para situar un determinado acontecimiento en el tiempo; como por el contrario ocurre, por ejemplo, en nuestro mundo occidental donde nuestra referencia se fija en el nacimiento de Cristo.
La ascensión de un nuevo faraón marcaba un nuevo origen; un nuevo amanecer; no sólo filosófico sino también real.
Una fecha comenzaba por uno de los treinta días de uno de los cuatro meses de las tres estaciones del año correspondiente al del reinado del faraón. Y a su muerte, comenzaba otro nuevo ciclo. Con lo que nunca se hablaba de número de años a la hora de situar un determinado evento en el tiempo.
Parecido argumento podemos esgrimir con la “Titulación Quíntuple” que permitía al faraón su nominación de cinco formas diferentes: tres de ellas ensalzaban la triple divinidad del rey; las otros dos daban constancia de la unificación de dos tierras.
Entre estos últimos, el de nesu-bit, traducido como “Señor de las Dos Tierras”, nos permite, por su étimo, determinar su carácter a su vez divino y mortal. “Nesu” parece que nos da a entender una divinidad exenta de cambios; mientras que “bit” nos parece hablar de una realeza efímera, mortal.
Las listas reales que aparecen en muros de templos y tumbas pueden tener así su origen y significado en un deseo explícito del faraón - encarnación a la vez de Horus y de Osiris – de rendir así homenaje a sus ancestros.
Aunque la lista real más informativa sea la que nos ofrece el Canon de Turín, como ocurre con todas ellas, nos dice más de culto que de historia.
En cuanto a las observaciones astronómicas, éstas se centran en Siro, como eje de la reconstrucción del calendario egipcio y eslabón clave en el total de la cronología. También lo ha sido en otras culturas, como es el caso del calendario maya que comienza el 26 de junio, cuando la estrella Sirio y el Sol amanecen a la vez.
Sirio, situada en la constelación de Can Mayor, conocida como “Alfa del Can Mayor” o “La Estrella del Perro”, es la estrella más brillante del cielo nocturno vista desde la Tierra. Este cuerpo celeste está en realidad compuesto por dos estrellas que viajan juntas, vinculadas por la fuerza de la gravedad, describiendo una trayectoria con forma de espiral. La segunda, conocida como Sirio B, fue descubierta en 1844. Y como toque lúdico que alivie la aridez del tema, la escritora Joanne Rowling se inspiró en Sirio para crear el personaje conocido como Sirus Black en la saga de Harry Potter.
Shaw se explaya en el tema que por su tecnicismo obviamos, si bien cabe mencionar que es esencial determinar de dónde provienen los datos que, unos sitúan como obtenidos en Menfis, otros en Tebas y algunos, como es el caso de D. Franke y R. Krauss, en Elefantina. Y también si los datos obtenidos han sido medidos desde un solo punto, desde más de uno y, de ser así, si se han tomado de forma simultánea o independientemente en el tiempo.
Otro factor que completa la lista de dificultades ya enumeradas es el tema de las llamadas co-regencias.
Para empezar, el término utilizado, extrapolado a nuestro sistema, puede no reflejar una realidad, y cuya existencia algunos, como el erudito Gae Gallender, incluso niegan, si bien ciertas formas de co-regencias parecen haber existido, irregular en forma y duración, a lo largo de su historia, que ha dado lugar a algunas conjeturas cabalísticas de egiptólogos e historiadores por igual.
Finalmente, el Profesor Shaw no sumerge en los arbitrariamente llamados “Períodos Intermedios”, tiempos de inestabilidad, desgobierno, duplicidad y descentralización, una vez más carentes de una estanqueidad que les permita ceñirse al corsé del tiempo. Son las “Dark Ages” o Edades Oscuras por las que se les conoce en el mundo anglosajón.
El Tercer Período Intermedio, en especial, está siendo objeto de intensos y controvertidos estudios que abarcan tres áreas bien distintas: Una, cultural, relacionada con la diversidad de materiales y estilos de, por ejemplo, la cerámica y/o los elementos funerarios; otra, lingüística, iconográfica y antropológica; y, una tercera, la más comprometida y la de mayor impacto en el total del período faraónico: El alcance real del Tercer Período Intermedio que podría acortarse en unos 200 años, lo que reduciría el final de la Dinastía XX y el comienzo del Período Tardío a unos 150 años.
Estos argumentos, sin embargo, parecen estar refutados gracias al apoyo científico de los sistemas modernos de datación del radiocarbono y de la dendrocronología.
A su vez, las excavaciones realizadas en los 80 y 90 en los cementerios de Umm el-Qa’ab en Abidos, parecen cuestionar, aunque más en el terreno cultural que en el cronológico, las históricas distinciones entre los períodos prehistórico, faraónico, ptoloméico y romano.
En las últimas dos décadas del pasado siglo, se ha intensificado el estudio de la cerámica egipcia lo que ha supuesto un tremendo impacto en el marco cronológico que nos interesa, a la vez que un mejor entendimiento de la existencia de métodos más sofisticados en la cultura cerámica. Pero es tan poco aún lo que se conoce sobre los cambios culturales y medioambientales durante los períodos de prosperidad y estabilidad, como es el caso del Imperio Antiguo y Medio, que hace que la interpretación en épocas de crisis sea aún más difícil.
Y para terminar, es el propio Profesor Shaw quien concluye: “...el sentido egipcio de la Historia es uno en el que los rituales y los hechos reales son inseparables”.
E insiste en su apreciación de que el vocabulario del Arte y de los Textos Egipcios apenas distingue lo ideal de lo real; Historia y Mito son parte integral de un mismo proceso.
Y sólo nos queda agradecer al Profesor Shaw su valiosa aportación a nuestro tan reducido y flaco saber.
Su importancia radica, eso sí, en que lo que muestran no son meros pictogramas sino representaciones de sonidos de una lengua hablada; es decir, fonogramas. Aunque difíciles de leer, constituyen sin duda el uso más temprano de escritura jeroglífica que se conoce, habiéndose podido identificar en algunas de ellas nombres de conocidas ciudades frecuentemente mencionadas en posteriores inscripciones como Buto y Bubastis.
En el mismo contexto se analizan la Paleta Nermer y la Maza de Escorpión cuya interpretación, de nuevo, se hace difícil en cuanto que no sabemos si estamos ante una pieza de carácter ritual, narrativo o conmemorativo. Y teniendo en cuenta la ideología egipcia del período faraónico, no sería de extrañar que hubiese sido de interés para el propio sistema y para la misma realeza alentar dicha confusión entre la realidad y lo puramente ritual o mágico.
Y, finalmente, se llega a la Piedra de Palermo como fuente histórica más importante. Se trata de parte de una estela de basalto, inscrita en ambas caras, con anales de los reyes del Bajo Egipto que se remontan a los míticos gobernantes prehistóricos; uno de los fragmentos está en el Museo Arqueológico de Palermo, en Sicilia, otro en el Museo de El Cairo, y un tercero en el Museo Petrie de Londres.
El texto muestra registros horizontales separados por líneas verticales con una pequeña curva en la parte superior, posible imitación del jeroglífico que representa el año reinal, rempet. El hecho de que durante el Imperio Antiguo las fechas se refiriesen a los censos bienales ganaderos y no a los años de reinado, hace surgir la confusión.
Resulta interesante la coincidencia en el tipo de información que ofrecen la Piedra de Palermo y las etiquetas de marfil y hueso de Abidos, si bien las segundas contienen información administrativa y la primera no; mientras las segundas la tienen de las inundaciones del Nilo, cosa de la que carece la primera.
Y desandando lo ya andado, podríamos resumir que la base de la cronología tradicional de los cambios políticos, aparte de la Piedra de Palermo, la constituyen por una parte la historia de Menatón de la que sólo existen extractos recopilados por autores posteriores, las conocidas Listas Reales, los informes fechados de observaciones astronómicas, los documentos literarios y artísticos en forma de relieves o estelas, las informaciones genealógicas, y los sincronismos procedentes de otras culturas, como es el caso de las Listas Reales asirias. Y para las dinastías XXVIII a la XXIX, la Crónica Demótica de la Bibliothèque Nationale, en París, que compensa la ausencia de información histórica en los papiros y monumentos de esta época.
Otro punto a considerar que dificulta el trabajo, es el hecho de que el pueblo egipcio carecía de un origen o punto de partida que les sirviese de referencia para situar un determinado acontecimiento en el tiempo; como por el contrario ocurre, por ejemplo, en nuestro mundo occidental donde nuestra referencia se fija en el nacimiento de Cristo.
La ascensión de un nuevo faraón marcaba un nuevo origen; un nuevo amanecer; no sólo filosófico sino también real.
Una fecha comenzaba por uno de los treinta días de uno de los cuatro meses de las tres estaciones del año correspondiente al del reinado del faraón. Y a su muerte, comenzaba otro nuevo ciclo. Con lo que nunca se hablaba de número de años a la hora de situar un determinado evento en el tiempo.
Parecido argumento podemos esgrimir con la “Titulación Quíntuple” que permitía al faraón su nominación de cinco formas diferentes: tres de ellas ensalzaban la triple divinidad del rey; las otros dos daban constancia de la unificación de dos tierras.
Entre estos últimos, el de nesu-bit, traducido como “Señor de las Dos Tierras”, nos permite, por su étimo, determinar su carácter a su vez divino y mortal. “Nesu” parece que nos da a entender una divinidad exenta de cambios; mientras que “bit” nos parece hablar de una realeza efímera, mortal.
Las listas reales que aparecen en muros de templos y tumbas pueden tener así su origen y significado en un deseo explícito del faraón - encarnación a la vez de Horus y de Osiris – de rendir así homenaje a sus ancestros.
Aunque la lista real más informativa sea la que nos ofrece el Canon de Turín, como ocurre con todas ellas, nos dice más de culto que de historia.
En cuanto a las observaciones astronómicas, éstas se centran en Siro, como eje de la reconstrucción del calendario egipcio y eslabón clave en el total de la cronología. También lo ha sido en otras culturas, como es el caso del calendario maya que comienza el 26 de junio, cuando la estrella Sirio y el Sol amanecen a la vez.
Sirio, situada en la constelación de Can Mayor, conocida como “Alfa del Can Mayor” o “La Estrella del Perro”, es la estrella más brillante del cielo nocturno vista desde la Tierra. Este cuerpo celeste está en realidad compuesto por dos estrellas que viajan juntas, vinculadas por la fuerza de la gravedad, describiendo una trayectoria con forma de espiral. La segunda, conocida como Sirio B, fue descubierta en 1844. Y como toque lúdico que alivie la aridez del tema, la escritora Joanne Rowling se inspiró en Sirio para crear el personaje conocido como Sirus Black en la saga de Harry Potter.
Shaw se explaya en el tema que por su tecnicismo obviamos, si bien cabe mencionar que es esencial determinar de dónde provienen los datos que, unos sitúan como obtenidos en Menfis, otros en Tebas y algunos, como es el caso de D. Franke y R. Krauss, en Elefantina. Y también si los datos obtenidos han sido medidos desde un solo punto, desde más de uno y, de ser así, si se han tomado de forma simultánea o independientemente en el tiempo.
Otro factor que completa la lista de dificultades ya enumeradas es el tema de las llamadas co-regencias.
Para empezar, el término utilizado, extrapolado a nuestro sistema, puede no reflejar una realidad, y cuya existencia algunos, como el erudito Gae Gallender, incluso niegan, si bien ciertas formas de co-regencias parecen haber existido, irregular en forma y duración, a lo largo de su historia, que ha dado lugar a algunas conjeturas cabalísticas de egiptólogos e historiadores por igual.
Finalmente, el Profesor Shaw no sumerge en los arbitrariamente llamados “Períodos Intermedios”, tiempos de inestabilidad, desgobierno, duplicidad y descentralización, una vez más carentes de una estanqueidad que les permita ceñirse al corsé del tiempo. Son las “Dark Ages” o Edades Oscuras por las que se les conoce en el mundo anglosajón.
El Tercer Período Intermedio, en especial, está siendo objeto de intensos y controvertidos estudios que abarcan tres áreas bien distintas: Una, cultural, relacionada con la diversidad de materiales y estilos de, por ejemplo, la cerámica y/o los elementos funerarios; otra, lingüística, iconográfica y antropológica; y, una tercera, la más comprometida y la de mayor impacto en el total del período faraónico: El alcance real del Tercer Período Intermedio que podría acortarse en unos 200 años, lo que reduciría el final de la Dinastía XX y el comienzo del Período Tardío a unos 150 años.
Estos argumentos, sin embargo, parecen estar refutados gracias al apoyo científico de los sistemas modernos de datación del radiocarbono y de la dendrocronología.
A su vez, las excavaciones realizadas en los 80 y 90 en los cementerios de Umm el-Qa’ab en Abidos, parecen cuestionar, aunque más en el terreno cultural que en el cronológico, las históricas distinciones entre los períodos prehistórico, faraónico, ptoloméico y romano.
En las últimas dos décadas del pasado siglo, se ha intensificado el estudio de la cerámica egipcia lo que ha supuesto un tremendo impacto en el marco cronológico que nos interesa, a la vez que un mejor entendimiento de la existencia de métodos más sofisticados en la cultura cerámica. Pero es tan poco aún lo que se conoce sobre los cambios culturales y medioambientales durante los períodos de prosperidad y estabilidad, como es el caso del Imperio Antiguo y Medio, que hace que la interpretación en épocas de crisis sea aún más difícil.
Y para terminar, es el propio Profesor Shaw quien concluye: “...el sentido egipcio de la Historia es uno en el que los rituales y los hechos reales son inseparables”.
E insiste en su apreciación de que el vocabulario del Arte y de los Textos Egipcios apenas distingue lo ideal de lo real; Historia y Mito son parte integral de un mismo proceso.
Y sólo nos queda agradecer al Profesor Shaw su valiosa aportación a nuestro tan reducido y flaco saber.
Rafael Canales
En Benalmádena-Costa, a 28 de noviembre de 2008
Bibliografía:
"Ancient Egypt. Anatomy of a Civilization". Barry J. Kemp. Routledge, 2006
"The Oxford History of Ancient Egypt". Ian Shaw. Oxford University Press, 2003
"Ancient Egypt. A Very Short introduction". Ian Shaw. Oxford University Press, 2004