Collar de fayenza y cuentas de concha procedente de una tumba en Hu. Primer Período Intermedio, 2.181-2.055 A.C. La mayoría de sus cuentas son de fayenza, excepto las de los grupos de tres discos blancos, más grandes, que son de concha. Estas cuentas se ajustan con total precisión a la descripción que de ellas hace su excavador, Flinders Petrie, que en sus notas resalta la pobreza del ajuar funerario que consistía, escasamente, en unas pocas vasijas, amuletos y cuentas, propio de un individuo no perteneciente a la élite.
PREÁMBULO
A raíz de la muerte del faraón Pepy II, Egipto pasa a estar controlado por un grupo de gobernantes – Dinastías VII y VIII – de cortos reinados. El poder queda, pues, visiblemente fragmentado. El norte, dominado por los soberanos de Heracleópolis; mientras que en el sur, era Tebas que imponía su dominio.
Las obras literarias que hacían referencia al pasado lo hacían influenciadas por el preocupante estado de fragilidad del estado y la incierta situación del ciudadano dentro del mismo.
Los monumentos lujosos de este período son más bien escasos; en cambio, la decoración de las tumbas cavadas en roca de los gobernadores de provincia floreció durante este período de desunión política. Las inscripciones pretendían llamar la atención sobre la libertad del individuo; a veces en referencia a conflictos locales. El uso más frecuente de símbolos y conceptos funerarios, hasta entonces privativo del faraón, parece indicar que los miembros de una escogida élite podían ahora aspirar a ellos después de la muerte.
El control del sur acabaría finalmente pasando a manos del faraón tebano Nebhepetre Mentuhotep II, hacia 2.055-2.004 A.C., que se convertiría así en el primer monarca de la Dinastía XI de un Egipto unido, dando comienzo el Imperio Medio. Poco se sabe de sus campañas de reconquista de las tierras del norte.
El mayor monumento que nos ha llegado de este Primer Período Intermedio es el templo mortuorio de Nebhepetre Mentuhotep II, en Deir el- Bahri, cerca de Tebas.
Y en este punto, vamos a dar paso a una nueva “Hoja Suelta” con la que iniciaremos un recorrido por este Primer Período Intermedio; y lo haremos, esta vez, de la mano del Profesor Stephen Seidlmayer, de la Berlin-Brandenburgische Akademie der Wissenschaften, cuyo erudito conocimiento del tema lo convierten en guía ideal en esta particular andadura.
INTRODUCCIÓN
Tradicionalmente, los Egiptólogos han diferenciado los grandes períodos de la historia faraónica en base a la situación política del estado. Los “Imperios”, definidos como tiempos de unidad política bajo un gobierno centralizado fuerte, se alternaban con otros “períodos intermedios” que, en contraste, se caracterizaban por la rivalidad entre gobernantes locales en sus demandas de poder.
En el que aquí nos atañe, el Primer Período Intermedio, la larga línea de faraones que habían gobernado el país desde Menfis se interrumpió con los últimos faraones de la Dinastía VIII. A partir de este momento, el poder lo ostentaron un rosario de gobernantes de Heracleópolis Magna, originarios de esta localidad situada hacia el norte del Egipto Medio, cerca de la entrada al Faiyum.
Estos reyes aparecen en la historia de Manetón como pertenecientes a las Dinastías IX y X, habiendo sido equivocadamente subdivididas en el curso de su transmisión de la lista-real original, como ya vimos en nuestro Capítulo 1, en el comentario sobre la Aegiptiaca de Manetón.
El traslado de la residencia real de Menfis a Heracleópolis, para los egipcios evidentemente significaba alguna forma de ruptura. Esto lo sugiere el hecho de que los recopiladores de la Dinastía XIX del Canon de Turín insertasen un gran total para los comienzos de la historia egipcia tras la lista de gobernantes de la Dinastía VIII. Además, la lista-de-reyes del templo de Seti I de Abydos no da nombres reales para el período que va de la Dinastía VIII al inicio del Imperio Medio.
De hecho, Heracleópolis nunca llegó a ejercer control sobre el sur del Alto Egipto. Aquí, en el curso de prolongadas luchas entre magnates locales, una familia de “nomarcas” tebanos acabó estableciéndose como fuerza visible, asumió para sí títulos de realeza, y así apareció en los anales de la realeza egipcia como Dinastía XI.
A partir de este momento, dos estados competidores inician una confrontación dentro del territorio egipcio hasta que, finalmente, después de un largo período de guerras intermitentes, el faraón tebano Nebhepetra Mentuhotep II acabó derrotando a su homólogo de Heracleópolis, y volvió a unificar el país bajo un único control tebano, dando así entrada al Imperio Medio.
Y es a este período de tiempo, entre la Dinastía VIII y el reinado de Nebhepetra Mentuhotep II, al que le vamos a dedicar el presente Capítulo 6.
PROBLEMAS CRONOLÓGICOS
De la segunda parte del Primer Período Intermedio – la fase de competición directa entre Tebas y Heracleópolis, que duró entre unos 90 y 110 años - se está relativamente bien informado.
Pero, de la primera – la fase anterior al advenimiento de la Dinastía XI durante la que Heracleópolis gobernó – hay más sombras que luces. Existe una escasez de información de inmediato valor cronológico, resultado de la pérdida de la mayoría de los nombres vinculados a Heracleópolis, y de cualquier información relativa a la duración de los reinados de sus dignatarios en el Canon de Turín, así como por el insatisfactorio estado en que se encuentra la investigación arqueológica en el Egipto Medio y en el Delta, centro neurálgico del reino de Heracleópolis.
Precisamente por esa falta de datos relacionados con personajes significativos de Heracleópolis, hubo un momento en el que incluso se llegó a pensar que no había existido período alguno durante el que gobernantes de Heracleópolis hubiesen sido los únicos dirigentes - al menos nominalmente – y que habrían sido coetáneos con la Dinastía XI.
De cualquier forma, esto es imposible ya que se conoce la existencia de destacados individuos así como de acontecimientos políticos importantes que sólo pueden situarse entre las Dinastía VIII y la XI.
La existencia de estudios detallados sobre la sucesión de los titulares de cargos administrativos y sacerdotales en varias ciudades del Alto Egipto, así como de estudios sobre la evolución del material arqueológico, parecen sugerir de forma contundente que ese intervalo entre la Dinastía VIII y la XI cubrió un período de tiempo considerable, que probablemente abarcaría de tres a cuatro generaciones.
Por otra parte, la cifra que Manetón aporta como duración de su Dinastía X puede considerarse como respaldo a la estimación hecha de casi dos siglos de duración total del Primer Período Intermedio; valoración que estaría en perfecta sintonía con la evidencia prosopográfica y arqueológica de que se dispone.
NATURALEZA DEL PRIMER PERÍODO INTERMEDIO
No obstante, el Primer Período Intermedio no fue sólo una época de desorden en lo que a la sucesión a la Corona de Egipto se refiere; también supuso un período de crisis, y a la vez de desarrollo, que afectó profundamente a la sociedad y a la cultura egipcia.
Y esto se va a poder apreciar inmediatamente que entremos en contacto con las evidencias que se desprenden de los monumentos, ya que los complejos funerarios de faraones y altos dignatarios del Imperio Antiguo, en los cementerios de la capital, Menfis, juegaron un papel destacado que nos va a permitir visualizar y dar forma a lo que era el estado egipcio. Esta serie de espectaculares edificios se interrumpe después del reinado de Pepy II, y no reaparece hasta la construcción del templo funerario de Mentuhotep II, en Deir el-Bahri, en la Tebas occidental.
Para poder conjugar estos hechos, el límite cronológico superior del Primer Período Intermedio a veces se sube, para que pueda acoger a las tres décadas durante las que los últimos faraones de la línea menfita, después del reinado del faraón Pepy II, todavía mantenían el poder.
El que se haya usado, pues, cierta licencia en la elaboración del esquema cronológico a efectos de poder dividir la Historia Egipcia en dinastías, no está totalmente injustificado. De hecho, el monumento funerario a gran escala puede entenderse como una clara evidencia, no sólo de la naturaleza de las instituciones estatales básicas, sino también de que aún funcionaban.
El impresionante vacío detectado en el registro monumental del Primer Período Intermedio sugiere que el sistema social se había fragmentado; tanto en su organización política como en sus patrones culturales.
También parece evidente que los datos epigráficos y arqueológicos del Primer Período Intermedio apuntan a la existencia de una floreciente cultura en las capas sociales más bajas, a la vez que un vigoroso desarrollo social en las capitales de provincia del Alto Egipto.
Se diría que, más bien que un colapso total de la sociedad y de la cultura egipcia, el Primer Período Intermedio se caracterizó por un desplazamiento importante, si bien temporal, de sus centros de actividad y de dinamismo.
Para poder entender tanto la crisis del estado faraónico como los procesos que eventualmente culminarían en el restablecimiento de una organización política unificada sobre una base nueva, es crucial investigar las formas en las que las instituciones políticas estaban arraigadas en la sociedad.
Una gran parte de la historia egipcia tiende a concentrarse en la residencia real, en los faraones y en la “cultura cortesana”, pero para escribir la historia del Primer Período Intermedio es necesario concentrarse en las ciudades de provincia y en el propio pueblo, pues son ellos quienes constituyen los elementos más básicos de cualquier sociedad.
LA CAPITAL Y LAS PROVINCIAS
El estado egipcio originalmente emerge como un sistema centralizado. Desde sus primeros tiempos, sus dos instituciones claves – el Faraón y su Corte – estaban sólidamente instaladas en la capital. La élite social se concentraba también allí, junto a la pericia administrativa y el control de las tradiciones de la alta cultura. Además, las instalaciones de la religión estatal y el culto al faraón y a sus divinos antepasados se encontraban ubicadas en las inmediaciones de la capital.
La administración del país estaba en manos de los emisarios reales quienes habrían sido puestos a cargo de amplias zonas del Valle del Nilo. Aunque estos administradores trataban directamente con las provincias, aún mantenían sus lazos de adhesión con la residencia real y seguían considerándose parte de esa sociedad de élite de la capital.
Hasta bien entrada la Dinastía V, nada de lo que da fe de la grandeza del Imperio Antiguo podía verse fuera de la región menfita. Tal era el abismo de desigualdad social y cultural que separaba al país de sus gobernantes.
Pero, un profundo cambio empezó a aparecer en la Dinastía V que para finales de la VI ya se vio totalmente instalado. A partir de este período, se nombraron administradores provinciales para cada “nome” con residencia permanente en sus respectivos distritos. Como ocurrió en otras ramas de la administración, los miembros de una única familia se sucedían en el cargo.
Aunque esta maniobra política probablemente pretendía reforzar la eficiencia de la administración provincial, sus consecuencias iban a ser imprevisibles y de mucho mayor alcance.
Para empezar, significó un cambio en los patrones socioeconómicos que yacían en el propio corazón del sistema. En un principio, los recursos económicos se concentraban en la residencia real, y los redistribuía a sus beneficiarios la propia administración central.
Ahora, en cambio, los nobles que residían en provincia, tenían acceso directo a los productos del país. La discrepancia entre el centro y las provincias empezó a actuar como factor diferenciador dentro del propio y antes homogéneo grupo de funcionarios de élite.
La aristocracia de provincias estaba ansiosa por asegurarse que su estilo de vida se mantendría a la par con el de la corte real. Esto es evidente en la decoración de las tumbas monumentales que comenzaron a aparecer en los cementerios de los centros regionales por todo el país.
Patrones iconográficos, modelos textuales y el conocimiento religioso y ritual fluían de la fuente de la cultura cortesana a la periferia. Y además, el propio faraón proporcionaba artesanos especializados, ritualistas adiestrados en la propia residencia real así como productos costosos para conservar y reforzar los lazos de fidelidad entre los aristócratas de provincia y la Corte.
Estas tumbas, sin embargo, sólo representan la punta del iceberg; de hecho, eran muchos los grupos de élite de provincias que actuaban como centros independientes dentro de la organización política, manteniendo a profesionales especializados y reservando parte de la creciente producción local para sus provincias en vez de explotarla para la corte real, lo que supuso un cambio en los patrones socioeconómicos de las provincias. El Egipto rural llegó a ser económicamente más rico y culturalmente más complejo.
Y hacemos aquí un alto en el camino, que continuaremos próximamente en otra “Hoja Suelta” ampliando temas complementarios de este Capítulo 6 sobre el Primer Período intermedio, relativos al entorno provincial, a los cambios de estilo y formas como indicativos del desarrollo sociocultural, e incluso sobre las ideas religiosas. Seguiremos, pues, con el Profesor Stephen Seidlmayer.
Rafael Canales
En Benalmádena-Costa, a 21 de agosto de 2009.
Bibliografía:
A raíz de la muerte del faraón Pepy II, Egipto pasa a estar controlado por un grupo de gobernantes – Dinastías VII y VIII – de cortos reinados. El poder queda, pues, visiblemente fragmentado. El norte, dominado por los soberanos de Heracleópolis; mientras que en el sur, era Tebas que imponía su dominio.
Las obras literarias que hacían referencia al pasado lo hacían influenciadas por el preocupante estado de fragilidad del estado y la incierta situación del ciudadano dentro del mismo.
Los monumentos lujosos de este período son más bien escasos; en cambio, la decoración de las tumbas cavadas en roca de los gobernadores de provincia floreció durante este período de desunión política. Las inscripciones pretendían llamar la atención sobre la libertad del individuo; a veces en referencia a conflictos locales. El uso más frecuente de símbolos y conceptos funerarios, hasta entonces privativo del faraón, parece indicar que los miembros de una escogida élite podían ahora aspirar a ellos después de la muerte.
El control del sur acabaría finalmente pasando a manos del faraón tebano Nebhepetre Mentuhotep II, hacia 2.055-2.004 A.C., que se convertiría así en el primer monarca de la Dinastía XI de un Egipto unido, dando comienzo el Imperio Medio. Poco se sabe de sus campañas de reconquista de las tierras del norte.
El mayor monumento que nos ha llegado de este Primer Período Intermedio es el templo mortuorio de Nebhepetre Mentuhotep II, en Deir el- Bahri, cerca de Tebas.
Y en este punto, vamos a dar paso a una nueva “Hoja Suelta” con la que iniciaremos un recorrido por este Primer Período Intermedio; y lo haremos, esta vez, de la mano del Profesor Stephen Seidlmayer, de la Berlin-Brandenburgische Akademie der Wissenschaften, cuyo erudito conocimiento del tema lo convierten en guía ideal en esta particular andadura.
INTRODUCCIÓN
Tradicionalmente, los Egiptólogos han diferenciado los grandes períodos de la historia faraónica en base a la situación política del estado. Los “Imperios”, definidos como tiempos de unidad política bajo un gobierno centralizado fuerte, se alternaban con otros “períodos intermedios” que, en contraste, se caracterizaban por la rivalidad entre gobernantes locales en sus demandas de poder.
En el que aquí nos atañe, el Primer Período Intermedio, la larga línea de faraones que habían gobernado el país desde Menfis se interrumpió con los últimos faraones de la Dinastía VIII. A partir de este momento, el poder lo ostentaron un rosario de gobernantes de Heracleópolis Magna, originarios de esta localidad situada hacia el norte del Egipto Medio, cerca de la entrada al Faiyum.
Estos reyes aparecen en la historia de Manetón como pertenecientes a las Dinastías IX y X, habiendo sido equivocadamente subdivididas en el curso de su transmisión de la lista-real original, como ya vimos en nuestro Capítulo 1, en el comentario sobre la Aegiptiaca de Manetón.
El traslado de la residencia real de Menfis a Heracleópolis, para los egipcios evidentemente significaba alguna forma de ruptura. Esto lo sugiere el hecho de que los recopiladores de la Dinastía XIX del Canon de Turín insertasen un gran total para los comienzos de la historia egipcia tras la lista de gobernantes de la Dinastía VIII. Además, la lista-de-reyes del templo de Seti I de Abydos no da nombres reales para el período que va de la Dinastía VIII al inicio del Imperio Medio.
De hecho, Heracleópolis nunca llegó a ejercer control sobre el sur del Alto Egipto. Aquí, en el curso de prolongadas luchas entre magnates locales, una familia de “nomarcas” tebanos acabó estableciéndose como fuerza visible, asumió para sí títulos de realeza, y así apareció en los anales de la realeza egipcia como Dinastía XI.
A partir de este momento, dos estados competidores inician una confrontación dentro del territorio egipcio hasta que, finalmente, después de un largo período de guerras intermitentes, el faraón tebano Nebhepetra Mentuhotep II acabó derrotando a su homólogo de Heracleópolis, y volvió a unificar el país bajo un único control tebano, dando así entrada al Imperio Medio.
Y es a este período de tiempo, entre la Dinastía VIII y el reinado de Nebhepetra Mentuhotep II, al que le vamos a dedicar el presente Capítulo 6.
PROBLEMAS CRONOLÓGICOS
De la segunda parte del Primer Período Intermedio – la fase de competición directa entre Tebas y Heracleópolis, que duró entre unos 90 y 110 años - se está relativamente bien informado.
Pero, de la primera – la fase anterior al advenimiento de la Dinastía XI durante la que Heracleópolis gobernó – hay más sombras que luces. Existe una escasez de información de inmediato valor cronológico, resultado de la pérdida de la mayoría de los nombres vinculados a Heracleópolis, y de cualquier información relativa a la duración de los reinados de sus dignatarios en el Canon de Turín, así como por el insatisfactorio estado en que se encuentra la investigación arqueológica en el Egipto Medio y en el Delta, centro neurálgico del reino de Heracleópolis.
Precisamente por esa falta de datos relacionados con personajes significativos de Heracleópolis, hubo un momento en el que incluso se llegó a pensar que no había existido período alguno durante el que gobernantes de Heracleópolis hubiesen sido los únicos dirigentes - al menos nominalmente – y que habrían sido coetáneos con la Dinastía XI.
De cualquier forma, esto es imposible ya que se conoce la existencia de destacados individuos así como de acontecimientos políticos importantes que sólo pueden situarse entre las Dinastía VIII y la XI.
La existencia de estudios detallados sobre la sucesión de los titulares de cargos administrativos y sacerdotales en varias ciudades del Alto Egipto, así como de estudios sobre la evolución del material arqueológico, parecen sugerir de forma contundente que ese intervalo entre la Dinastía VIII y la XI cubrió un período de tiempo considerable, que probablemente abarcaría de tres a cuatro generaciones.
Por otra parte, la cifra que Manetón aporta como duración de su Dinastía X puede considerarse como respaldo a la estimación hecha de casi dos siglos de duración total del Primer Período Intermedio; valoración que estaría en perfecta sintonía con la evidencia prosopográfica y arqueológica de que se dispone.
NATURALEZA DEL PRIMER PERÍODO INTERMEDIO
No obstante, el Primer Período Intermedio no fue sólo una época de desorden en lo que a la sucesión a la Corona de Egipto se refiere; también supuso un período de crisis, y a la vez de desarrollo, que afectó profundamente a la sociedad y a la cultura egipcia.
Y esto se va a poder apreciar inmediatamente que entremos en contacto con las evidencias que se desprenden de los monumentos, ya que los complejos funerarios de faraones y altos dignatarios del Imperio Antiguo, en los cementerios de la capital, Menfis, juegaron un papel destacado que nos va a permitir visualizar y dar forma a lo que era el estado egipcio. Esta serie de espectaculares edificios se interrumpe después del reinado de Pepy II, y no reaparece hasta la construcción del templo funerario de Mentuhotep II, en Deir el-Bahri, en la Tebas occidental.
Para poder conjugar estos hechos, el límite cronológico superior del Primer Período Intermedio a veces se sube, para que pueda acoger a las tres décadas durante las que los últimos faraones de la línea menfita, después del reinado del faraón Pepy II, todavía mantenían el poder.
El que se haya usado, pues, cierta licencia en la elaboración del esquema cronológico a efectos de poder dividir la Historia Egipcia en dinastías, no está totalmente injustificado. De hecho, el monumento funerario a gran escala puede entenderse como una clara evidencia, no sólo de la naturaleza de las instituciones estatales básicas, sino también de que aún funcionaban.
El impresionante vacío detectado en el registro monumental del Primer Período Intermedio sugiere que el sistema social se había fragmentado; tanto en su organización política como en sus patrones culturales.
También parece evidente que los datos epigráficos y arqueológicos del Primer Período Intermedio apuntan a la existencia de una floreciente cultura en las capas sociales más bajas, a la vez que un vigoroso desarrollo social en las capitales de provincia del Alto Egipto.
Se diría que, más bien que un colapso total de la sociedad y de la cultura egipcia, el Primer Período Intermedio se caracterizó por un desplazamiento importante, si bien temporal, de sus centros de actividad y de dinamismo.
Para poder entender tanto la crisis del estado faraónico como los procesos que eventualmente culminarían en el restablecimiento de una organización política unificada sobre una base nueva, es crucial investigar las formas en las que las instituciones políticas estaban arraigadas en la sociedad.
Una gran parte de la historia egipcia tiende a concentrarse en la residencia real, en los faraones y en la “cultura cortesana”, pero para escribir la historia del Primer Período Intermedio es necesario concentrarse en las ciudades de provincia y en el propio pueblo, pues son ellos quienes constituyen los elementos más básicos de cualquier sociedad.
LA CAPITAL Y LAS PROVINCIAS
El estado egipcio originalmente emerge como un sistema centralizado. Desde sus primeros tiempos, sus dos instituciones claves – el Faraón y su Corte – estaban sólidamente instaladas en la capital. La élite social se concentraba también allí, junto a la pericia administrativa y el control de las tradiciones de la alta cultura. Además, las instalaciones de la religión estatal y el culto al faraón y a sus divinos antepasados se encontraban ubicadas en las inmediaciones de la capital.
La administración del país estaba en manos de los emisarios reales quienes habrían sido puestos a cargo de amplias zonas del Valle del Nilo. Aunque estos administradores trataban directamente con las provincias, aún mantenían sus lazos de adhesión con la residencia real y seguían considerándose parte de esa sociedad de élite de la capital.
Hasta bien entrada la Dinastía V, nada de lo que da fe de la grandeza del Imperio Antiguo podía verse fuera de la región menfita. Tal era el abismo de desigualdad social y cultural que separaba al país de sus gobernantes.
Pero, un profundo cambio empezó a aparecer en la Dinastía V que para finales de la VI ya se vio totalmente instalado. A partir de este período, se nombraron administradores provinciales para cada “nome” con residencia permanente en sus respectivos distritos. Como ocurrió en otras ramas de la administración, los miembros de una única familia se sucedían en el cargo.
Aunque esta maniobra política probablemente pretendía reforzar la eficiencia de la administración provincial, sus consecuencias iban a ser imprevisibles y de mucho mayor alcance.
Para empezar, significó un cambio en los patrones socioeconómicos que yacían en el propio corazón del sistema. En un principio, los recursos económicos se concentraban en la residencia real, y los redistribuía a sus beneficiarios la propia administración central.
Ahora, en cambio, los nobles que residían en provincia, tenían acceso directo a los productos del país. La discrepancia entre el centro y las provincias empezó a actuar como factor diferenciador dentro del propio y antes homogéneo grupo de funcionarios de élite.
La aristocracia de provincias estaba ansiosa por asegurarse que su estilo de vida se mantendría a la par con el de la corte real. Esto es evidente en la decoración de las tumbas monumentales que comenzaron a aparecer en los cementerios de los centros regionales por todo el país.
Patrones iconográficos, modelos textuales y el conocimiento religioso y ritual fluían de la fuente de la cultura cortesana a la periferia. Y además, el propio faraón proporcionaba artesanos especializados, ritualistas adiestrados en la propia residencia real así como productos costosos para conservar y reforzar los lazos de fidelidad entre los aristócratas de provincia y la Corte.
Estas tumbas, sin embargo, sólo representan la punta del iceberg; de hecho, eran muchos los grupos de élite de provincias que actuaban como centros independientes dentro de la organización política, manteniendo a profesionales especializados y reservando parte de la creciente producción local para sus provincias en vez de explotarla para la corte real, lo que supuso un cambio en los patrones socioeconómicos de las provincias. El Egipto rural llegó a ser económicamente más rico y culturalmente más complejo.
Y hacemos aquí un alto en el camino, que continuaremos próximamente en otra “Hoja Suelta” ampliando temas complementarios de este Capítulo 6 sobre el Primer Período intermedio, relativos al entorno provincial, a los cambios de estilo y formas como indicativos del desarrollo sociocultural, e incluso sobre las ideas religiosas. Seguiremos, pues, con el Profesor Stephen Seidlmayer.
Rafael Canales
En Benalmádena-Costa, a 21 de agosto de 2009.
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