martes, 24 de enero de 2012

“La Fragmentación de Las Dos Tierras”: Tercer Período Intermedio (1.069-664 a.C.) 2/4.- Las Dinastías XXI y XXIV: El Período Libio.

Viñeta del Libro de los Muertos de Nesitanebtashru procedente del enterramiento de Nesitanebtashru, Deir el-Bahari, Tebas, Dinastía XXI, hacia 1025 a.C. Shu sosteniendo a Nut: Separación de la Tierra del Cielo por el Dios del Aire.
(Pinchar y Ampliar)

This vignette is part of the Greenfield papyrus, the Book of the Dead of the priestess Nesitanebtashru, daughter of High Priest Pinudjem I. It is named after Mrs Edith Greenfield, the donor of the papyrus to the British Museum, whose husband acquired it in Egypt in 1880.
It is one of the best surviving examples of a funerary papyrus. The original document was over thirty-seven metres long, with spells illustrated by a series of vignettes. One of the most important scenes shows an episode in the creation of the world, according to the Heliopolitan myth. The myth centres on the Heliopolitan god Atum as the creator. He and three generations of his descendants are known as the Great Ennead.
According to the myth Atum created his two offspring Tefnut (moisture) and Shu (air) by sneezing and spitting. They in turn gave birth to Nut (heaven) and Geb (earth). This vignette shows Nut stretched over the earth, represented by Geb, who lies below her. The toes of the goddess are at the eastern horizon, and her fingertips at the western horizon. She is separated from Geb by her father Shu, who holds her up with both hands. This separation did not prevent Geb and Nut having four children: Osiris, Isis, Seth and Nephthys. The myths surrounding these four deities relate to the emergence of human society; the separation of earth and sky constitutes the creation of the world. (Base de Datos del Museo Británico)

Los libios que se asentaron en Egipto antes y durante el tercer Período Intermedio procedían, en su mayoría, de los Meshwesh (o Ma) y de los Libu, los principales grupos habían estado amenazando la seguridad de Egipto durante todo el Imperio Nuevo. Su patria parece haber sido Cirenaica, donde habrían experimentado una economía basada, principalmente, en un nomadismo pastoril, aunque hay también evidencia de asentamientos. Probablemente, el bajo nivel de infiltración de estos pueblos a lo largo de la franja occidental de Egipto sería endémico; su culminando en migraciones a gran escala bajo los reinados de Merenptah y Ramsés III parece haber sido consecuencia de un desplazamiento de poblaciones en Cirenaica, quizás debido a una escasez local de alimentos y a las incursiones de los Pueblos del Mar a lo largo de la costa norafricana.

Posiblemente, otro factor adicional fuese el desarrollo de una cooperación política más concreta y una organización militar de los libios del pasado Imperio Nuevo que pudo haber inspirado un impulso más constructivo hacia un asentamiento en Egipto; bajo los gobiernos de los sucesores de Ramsés III, continuó un flujo estable. La existencia de diferentes grupos de población entre los libios, y su forma de vida semi-nómada, sin duda redundó en que numerosos grupos, grandes y pequeños, marchan a Egipto de forma independiente. Algunos de estos libios eran prisioneros o mercenarios que se habrían asentado en comunidades militares como parte de la política de los faraones de la Dinastía XX, pero es muy probable que hubiesen muchos grupos más pequeños que se habrían asentado sin control oficial.

El elemento libio en la sociedad egipcia

Muchos fueron los libios que se asentaron en la zona entre Menfis y Heracleópolis, y en los oasis del Desierto Occidental, pero con mucho, la mayor concentración de ellos tuvo lugar en el Delta Occidental. El asentamiento aquí lo facilitaba la proximidad natural de la zona a las tierras libias, y el relativamente poco significativo valor que tenía esta parte de Egipto a ojos de los faraones; escasamente poblada, y con una productividad cultural baja, se utilizaba primordialmente para apacentar el ganado.

A cuenta de la creciente eficiencia militar y política de los libios hacia finales del Imperio Nuevo, sus jefes supieron asegurarse posiciones de influencia local. Ya había surgido en Egipto una clase compuesta de ex -militares cuyos servicios habrían sido recompensados con tierras y quienes podían aspirar a ocupar altos cargos en la burocracia. Loa jefes de los grupos mercenarios libios no estaban, probablemente, menos inclinados en aprovecharse de esta situación por lo que se fue formando un cierto número de principados, cada uno de ellos con base en una localidad importante, y cada uno controlado por un jefe libio; y esto no sólo en el Delta sino en puntos estratégicos a lo largo del Valle del Nilo, muy especialmente en Menfis y en la zona colindante con Heracleópolis.

Desgraciadamente, la diseminación de evidencia sobre la Dinastía XXI hace confusas las exactas etapas en las que estos caudillos alcanzarían el poder, pero hay testimonios de libios de alta graduación militar en la zona de Heracleópolis desde principios del Tercer Período Intermedio, y la aparición de un gobernante llamado Osorkon en el Trono de Tanis en la segunda mitad de la Dinastía XXI, es prueba clara de que ya habían alcanzado la posición más alta de la sociedad egipcia.

La consolidación libia del poder probablemente se consiguió de varias maneras. El desarrollo de una forma teocrática de gobierno en la Dinastía XXI sin duda ayudó a que su gobierno resultase más aceptable durante el crucial período transicional al dotar a sus políticas de autoridad divina. La integración en la sociedad egipcia pudo haberse intensificado por una aculturación. Aunque el aumento de contactos con otras tierras y costumbre durante el Imperio Nuevo había hecho de Egipto una sociedad cosmopolita con una población mixta, los colonos extranjeros se vieron sometidos a un proceso de egipitización cuya principal manifestación consistía en la adopción de nombre, vestimenta y costumbre funerarias egipcias. Se puede aducir evidencia de aculturación de los libios, pero no sería en absoluto concluyente.

No hay rastro alguno de ninguna cultura del material característica de los libios en Egipto, aunque, a la vista de la escasez de documentos arqueológicos tanto del Delta del Nilo como de Cirenaica, la patria de los libios, esta imagen aún podría transformarse mediante más investigación. De forma muy significativa, los libios de las dinastías XXI a XXIV no figuran como “extranjeros” en la gráfica egipcia o en el registro textual. Las distintivas características étnicas asociadas con los libios en el Arte del Imperio Nuevo – piel amarilla, tirabuzones, tatuajes, tocados de plumas, preservativos, y túnicas decoradas – no hacían ya acto de presencia, aunque esto quizás no sea del todo sorprendente ya que los libios se distinguían de los egipcios en dichas representaciones por razones ideológicas más que como un reflejo fiel de su apariencia.

De la misma forma, la representación de faraones y funcionarios de origen libio con trajes tradicionales, atributos y características físicas fue, probablemente, una medida conciliatoria a fin de fomentar la aceptación de su autoridad por el populacho egipcio; lo que no implica necesariamente que se hubiese alcanzado la integración total. De hecho, hay indicaciones varias de que los libios retuvieron una parte considerable de su integridad étnica. Sus característicos y tan poco egipcios nombres – Osorkon, Sheshonq, Takelot, y otros – perduraron durante siglos después de la llegada de los libios a Egipto, mientras que en otros períodos anteriores los extranjeros solían adoptar, o se les daban, nombre egipcios en una o dos generaciones.

De igual manera, los títulos de los jefes libios los conservaban mucho después de su asentamiento en Egipto, y la pluma sujeta al cabello sobrevivió como señal que distinguía a los Meshwesh y los Libu. Largas genealogías sobre estatuas y objetos funerarios representan uno de los rasgos más característicos de los textos del Período Libio, y aún así no son corrientes en las inscripciones egipcias anteriores a las postrimerías de la Dinastía XXI. El aumento de estos registros aparentemente refleja un nuevo valor ligado a la monarquía y la conservación de amplias líneas de descendencia; se trata de una forma de evidencia basada con mucho en la tradición oral, y que pretende ser una característica destacada de sociedades no literarias como la de los libios.

Los libios y los egipcios tenían bases culturas bien diferentes – los libios no alfabetizados y semi-nómadas, sin tradición alguna de construcción permanente; los egipcios, alfabetizados, sedentarios, y poseedores de una larga tradición de instituciones formales y construcción monumental. Faraones y dinastías de origen libio controlaban todo o la mayoría de Egipto durante casi 400 años, y algunos consiguieron mantener el poder bajo los kushitas. Es, por lo tanto, muy probable que algunos de estos grandes cambios en la administración, la sociedad y la cultura de Egipto, que tuvieron lugar durante este período, pudiesen haber surgido de esta mezcla de sociedades.

Estructuras de Poder y Geografía Política

El rasgo más característico de Egipto durante el Tercer Período Intermedio lo constituye la fragmentación política del país. Esta descentralización fue una consecuencia de importantes cambios en el gobierno de Egipto, lo que distingue el Tercer Período Intermedio del Imperio Nuevo. Factores importantes son la supervivencia a largo plazo de jefes libios en puestos de poder, y el debilitamiento de la autoridad del faraón. Especialmente significativa era la política real de conceder poderes excepcionales a parientes y gobernantes locales que acabaría creando un impulso hacia la independencia regional y una tensión sobre el acceso y el control de los recursos económicos.

En el Imperio Nuevo, la mayoría de los familiares habían sido cuidadosamente excluidos de la administración efectiva y del poder militar, con lo que se neutralizaba una potencial amenaza a la autoridad del faraón. Pero en el Tercer Período Intermedio, a los hijos de los faraones se les otorgó poderes administrativos sin precedente y se les ponía al mando de importantes asentamientos que gozaban de una autonomía considerable, entre los que cabe destacar a Menfis, Heracleópolis y Tebas. Hasta el pontificado de Harsiese (hacia 860 a.C.), todos los sumos sacerdotes de la Dinastía XXII en Tebas fueron hijos del soberano reinante, y puesto que muchos de estos príncipes tenían a disposición un poder militar, esto tendría una importante implicación en el desarrollo de los acontecimientos.

El mis efecto tendría la política real de permitir que los cargos burocráticos, clericales y militares se convirtiesen en beneficios hereditarios de familias de provincia. Los altos cargos solían pasar a veces de padres a hijos en el Imperio Nuevo, pero el proceso bajo ningún concepto era automático. En el Tercer Período Intermedio la práctica se hizo endémica; ya, bajo la Dinastía XXI, los puestos de Sumo Sacerdote y General en Jefe los controlaba una sola familia. Un intento por parte de los primeros soberanos de la Dinastía XXII de evitar los efectos debilitadores de este monopolio mediante el nombramiento de los hijos del faraón como sumos sacerdotes en Tebas, y de otros hombres del faraón para ocupar altos cargos, no frenó la tendencia; lo primero incluso fomentó la descentralización; y en el caso segundo, el propio principio de herencia pronto se reafirmaría.

Los efectos de esta práctica se ven claro en Tebas donde las inscripciones genealógicas de objetos funerarios y estatuas de los templos muestran el declive de puestos importantes en la administración y en el sacerdocio tras muchas generaciones de familias locales. La aparición en genealogías de la frase mi nen (el de igual título) antepuesta a los nombres de ancestros, es una clara indicación de que el traspaso de cargos a sucesivas generaciones era ya cosa corriente. Estas familias reforzaban sus propias posiciones mediante casamientos con miembros de otros clanes que también ostentaban cargos creando así élites locales poderosas que controlaban los centros provinciales. Funcionarios de gobiernos centralizados tales como los visires y supervisores del tesoro y graneros, quienes en el Imperio Nuevo habrían supuesto un impedimento a la independencia de las provincias, ahora sólo ejercían una influencia local, o, como es el caso de los visires del sur, ellos mismos eran miembros de la dominante aristocracia provincial.

Bajo estas condiciones, la independencia de los centros regionales y la aparición de dinastía colaterales era virtualmente inevitable. El proceso de descentralización estuvo más marcado en el Delta. Allí, varios centros provinciales quedaron bajo el control de caudillos libios, y algunos de ellos, en especial Sais y Leontópolis, eventualmente eclipsarían la preeminencia de la Dinastía XXII, cuya esfera de influencia se vería finalmente reducida a una pequeña zona concentrada en los alrededores de Tanis y Bubastis. La situación en el Alto Egipto era análoga, aunque esta parte del país retuvo una mayor cohesión territorial que el norte. Tebas fue predominante durante todo el período, cuya importancia se fundaba en su estatus como el principal centro de culto a Amón, y en ser el centro de la élite local más poderosa.

La actitud de los faraones ante esta progresiva fragmentación tiene una importancia clave. En el Primer Período Intermedio y en el Segundo, la división del poder en Egipto entre dos o más soberanos se consideraba totalmente inaceptable; en el Tercer Período, sin embargo, la descentralización no se consideraba siempre de forma negativa. Los nombramientos a largo plazo de parientes reales para ocupar puestos de poder y los matrimonios de gobernadores provinciales importantes con las hijas de los faraones pueden verse como medidas para reforzar la autoridad real; no obstante, ambas produjeron el efecto contrario, fomentando la descentralización al reforzar la base de poder de los gobernantes locales. Se ha sugerido, incluso, que el faraón Sheshonq (825-773 a.C.), preocupado por el declive de autoridad de la Dinastía XXII, habría intencionadamente establecido una línea real colateral, la Dinastía XXIII, como forma de mantener una medida de control sobre la élite de provincias.

Esto es muy cuestionable a la vista del debatible estatus de la Dinastía XXIII. Una imagen más clara surge si se acepta que la descentralización no sólo se admitió, sino que se institucionalizó como forma de gobierno. El cuadro político que emerge conforme avanza el Tercer Período Intermedio es, pues, el de una federación de gobernantes semi-autónomos, nominalmente sujetos - y con frecuencia afines - a un soberano como cabeza suprema. Esto es, quizás, una muestra del impacto de la presencia libia en la Administración, ya que dicho sistema resulta coherente con las pautas de gobierno de una sociedad semi-nómada como la de ellos. A favor de esta interpretación cabría señalar que, a pesar de la abundancia de incidentes militares y del fortalecimiento de los asentamientos durante este período, las referencias explícitas a conflictos internos son limitadas, y no deben interpretarse como síntomas de un desplazamiento hacia la anarquía.

Una consideración de la geografía política de Egipto durante el Tercer Período Intermedio nos revela indicios de una divisoria norte-sur. El control del norte estaba casi totalmente en manos de los libios. Su afluencia fue crucial para el asentamiento y cultivo del Delta: los Meshwesh ocuparon las principales ciudades d las zonas centro y este (Mendes, Bubastis, Tanis). La principal afluencia de los Libu quizás fue posterior a la de los Meshwesh, de ahí que se asentasen en la menos rentable franja occidental; en las inmediaciones de Imau. Finalmente acabarían fundando la dinastía se Sais.

A otro grupo, los Mahasun, se les localiza hacia el sur. La distribución cronológica y espacial de las “estelas de donaciones” refleja, quizás, la utilización progresiva de tierra cultivable, empezando desde los extremos oriental y occidental del Delta hacia el centro, como áreas sin cultivo ni ocupación previa. El estatus semi-autónomo de centros tales como Bubastis, Mendes, Sebennytos, y Diospolis, probablemente se estableció durante la fase inicial del asentamiento libio y se mantuvo durante los siglos sucesivos.

El Alto Egipto estaba menos fragmentado que el Delta. Mientras que centros como Hermópolis, Heracleópolis, el-Hiba y Abydos eran importantes, Tebas mantenía su estatus preeminente durante todo el Tercer Período Intermedio. La resistencia del sur a la imposición de control desde l norte fue un hecho recurrente desde el siglo décimo al octavo a.C. con Tebas y sus funcionarios haciendo el papel de líderes. Ya había muestras de ello hacia finales de la Dinastía XXII; en inscripciones talladas a principios de su reinado, Sheshonq I figura con el título de “Jefe del Ma” más que como faraón. Por consiguiente, el derecho al puesto de Sumo Sacerdote de Amón se convirtió en una importante causa de contienda.

Las aspiraciones al pontificado del príncipe Osorkon, hijo de Takelot II, provocó un rechazo feroz, con los tebanos que preferían reconocer la autoridad de los soberanos de la Dinastía XXIII, Pedubastis I y Iuput I, y por consiguiente a Osorkon III y sus sucesores, antes que a los faraones de Tanis. Aún después, los gobernantes del sur harían una alianza con los monarcas de Kush; es más, tan tarde como los primeros años de Psamtek I (664-610 a.C.), de Sais.

Bajo la divisoria política norte-sur había una división étnica. La evidencia de nombres, títulos, y genealogías nos revela a la población del norte como predominantemente libia, y a la del sur como egipcia. Estas reflexiones pueden también detectarse en la cultura del material. Después del Imperio Nuevo, la evolución de la escritura hierática utilizada en documentos comerciales produjo dos formas divergentes: demótica en el norte y hierática “anormal” en Tebas; indicación de una ruptura de las tradiciones del Imperio Nuevo; los escribas del período libio empleaban construcciones gramaticales y deletreos fonéticos que reflejaban el uso corriente más que la tradición, y le escritura hierática se iba utilizando más en vez de los jeroglíficos en las inscripciones de los monumentos. Estas situaciones, especialmente la última, son más propias del norte, y pueden ser el reflejo de una falta de preocupación de los libios por la tradición para aferrarse a un idioma desconocido.

La Ideología de la Corona

La subordinación del gobernante temporal a Amón, aspecto clave de la teocracia, pudo haberse ofrecido ella misma a los gobernantes libios de la Dinastía XXI como medio políticamente oportuno de asegurarse la aprobación divina al nuevo régimen. Como se mencionó en el Capítulo 10, la relación entre Amón y el faraón cambió durante finales del Imperio Nuevo. Con el establecimiento de la teocracia en la Dinastía XXI, la independencia política del faraón alcanzó su nivel más bajo, y su autoridad ejecutiva apenas excedía la de los Sumos Sacerdotes. De hecho, mientras tres de los pontífices tebanos adoptaban títulos reales, el faraón Psusenes I también aparece como Sumo Sacerdote de Amón, indicaciones de que los cargos se iban equiparando más que lo habían hecho nunca.

La apropiación tebana de atributos reales estaba restringida ya que, si bien a Herihor y Pinudjem I se les representaba con prerrogativas reales (igualdad de estatura con los dioses), adornados con indumentaria real, y con su nombres en cartuchos), a Herihor se le mostraba así sólo en los relieves de templos y en los papiros funerarios de su esposa Nodjmet, mientras que su prenombre real es de un mero título de Sumo Sacerdote de Amón. El comandante Menkheperra, hijo de Pinudjem I, sólo utilizaba cartuchos ocasionalmente y en cierta ocasión se le representó con vestimenta real. Solamente Pinudjem I hacía ostentación de mayores pretensiones de un estatus faraónico y sería enterrado con honores reales.

La esporádica monarquía puede que se asumiese por razones de culto: puesto que el faraón era el punto de contacto entre el mundo de los mortales y el de los dioses, un estado prácticamente independiente como el del Alto Egipto exigía alguien que jugase ese papel.

Para principios de la Dinastía XXII, los libios estaban ya firmemente atrincherados en el poder, de ahí que el carácter teocrático del gobierno bajo de tono. Sheshonq I y sus sucesores volvieron a enfatizar la autoridad del faraón, pero, cuando ésta se debilitó después del 850 a.C. aproximadamente, serían primero los Sumos Sacerdotes de Tebas, y con posterioridad las “las esposas divinas de Amón”, más que el propio Amón, quienes esgrimirían el poder.

A lo largo de los siglos once al octavo a.C., los dirigentes libios hicieron uso de muchas de las manifestaciones externas del reinado faraónico tradicional como forma de hacer valer su estatus de auténticos faraones egipcios. Se les representaba con vestimenta faraónica, y su quíntuple titulatura completa; la figura del faraón golpeando a sus enemigos ante Amón (testimoniado por Siamun y Sheshonq I), símbolo del tradicional rol de preservación del maat (el universo ordenado) mediante la derrota de los enemigos de Egipto; y la recuperación del Festival-sed, los vinculaba con los gobernantes de pasadas generaciones. El Festival-sed celebrado en Bubastis en el año 22 de Osorkon II (870-850 a.C.) aparece conmemorado en relieves en el gran pórtico de entrada de granito rojo, que muestran, con reproducciones en forma de ceremonias, una gran observancia de la tradición antigua.

Con el fin de dotar al mandato de extranjeros de una mayor legitimidad, la ideología real se desarrolló siguiendo unos criterios cuidadosamente seleccionados. Uno de ellos consistía en la frecuente asimilación del faraón al Niño Horus, hijo de Osiris e Isis, a la que se alude en las titulaturas de algunos faraones libios desde Sheshonq I en adelante, y que tiene un paralelismo en las representaciones del faraón como un niño amamantado por una diosa. Estos fenómenos sin duda estaban encaminados a reconciliar a la población autóctona con el mandato extranjero; los hyksos, los persas y lo ptolomeos, todos ellos consideraron útil dicha asimilación policía. Aunque, como ya se ha visto antes, los libios nunca se “egiptocionarían” totalmente y, a pesar de sus galas faraónicas, sus soberanos preferirían patrones de gobierno diferentes a los de sus precursores del Imperio Nuevo.

Un ejemplo claro de ellos es la aparente tolerancia libia a tener dos o más “faraones” simultáneamente, cada uno de ellos titulado “Faraón del Alto y Bajo Egipto”, independientemente de sus esferas reales de influencia. Esta no es la única indicación de que los libios habían adoptado los adornos reales sin entender por completo su significado; en el Imperio Nueva se daba una gran importancia al contenido de la titulatura real, que era diferente para cada faraón y reflejaba un programa de reinado cuidadosamente creado. Las titulaturas de los soberanos libios, no obstante, se caracterizaban por la monótona repetición de prenombres y epítetos reales que con frecuencia dificultan la correcta atribución de monumentos reales de este período.

No sólo es más difícil distinguir un faraón de otro sino que, además, un desenfoque en la distinción entre un faraón y sus súbditos. La estructura de poder en Egipto hacia 730 a.C., como nos revela la “estela de la victoria” de Piy, nos muestra a cabecillas de los Meshwesh en posiciones equiparables a las de reyes, aunque sin titulaturas reales., Unas décadas más tarde, hacia finales del dominio kushita, los registros asirios El Cilindro Rassam) revelan una situación comparable, con todos los gobernadores agrupados juntos independientemente de sus títulos. Estos incluyen a un “faraón” (Nekau I (672-664 a.C.)), a un “Gran Jefe”, a un gobernador, y a un visir.

La pérdida del extraordinario estatus del faraón se manifiesta de diferentes formas: En el Arte, los personajes no reales se representan realizando actos anteriormente reservados para faraón; a un jefe libio se le representa en una estatuilla de rodillas con ofrendas al dios; un relieve nos muestra a otro jefe consagrando a los dioses de Mendes “trozos escogidos” de carne en un altar; un Sumo Sacerdote de Amón y un sacerdote de menor rango ofrecen en una estela una imagen de maat.

El mismo fenómeno se ve reflejado en fuentes económicas, en especial en las “estelas de donación”. En el Imperio Nuevo tales donaciones sólo las realizaba el faraón; en el Tercer Período Intermedio numerosas estelas registran donaciones a templos, y, mientras el donante es en ocasiones el faraón, en la mayoría de los casos se trata de un jefe libio o una persona privada.

Incluso los nombres de personas pueden ser reveladores: Ankh-Pediese, mencionado en una estela del Serapeum como nieto del Jefe Supremo de los Meshwesh, Pediese, tiene un nombre que significa “Larga Vida a Pediese”, un recuerdo a un jefe libio en un contexto en el que normalmente sólo se usa un nombre real, como es el caso del propio faraón o de la esposa divina de Amón. Quizás lo más destacable de todo sea la intrusión de miembros del séquito real en el lugar de enterramiento de sus señores; el entierro del General Wendjebauendjed en una cámara de la tumba del faraón Psusenes I, en Tanis, habría sido impensable en el Imperio Nuevo, mientras que ahora la figura del faraón era más la de un señor feudal, sustentado por una red de parientes y secuaces cuyos lazos con su Amo destacan incluso en la tumba.

Los Militares en el Período Libio

Terminado el Imperio Nuevo, el poder de los militares se convirtió en una importante fuente de autoridad en Egipto; más que el control de la burocracia. El nuevo orden lo establecieron los jefes militares, y los gobernantes de la principalidad del sur a lo largo de toda la Dinastía XXI eran, en su mayoría, militares. Los nombramientos de los soberanos de la Dinastía XXII aseguraban que los gobernadores de provincia fuesen jefes militares, y el hecho de que estos títulos no fuesen meramente honoríficos se demuestra por referencias a fortalezas y guarniciones bajo su mando.

La construcción de fortalezas constituye una de las actividades mejor documentadas del período. Pocas de ellas han sido testimoniadas arqueológicamente por algunos vestigios, pero la ubicación de muchas de ellas es conocida por restos de ladrillos estampados con nombres de localidades. Esta evidencia muestra que toda una serie de fortalezas se construyeron en el Alto Egipto durante la Dinastía XXI; muy especialmente bajo Pinudjem I y Menkheperra. Hubo una concentración especial de estas instalaciones en el margen este de El Nilo al norte del Egipto Medio: en el-Hiba, Sheikh Mubarek, y Tehna (Akoris). Desde estos baluartes se mantenía una estrecha vigilancia del tráfico en el río Nilo, y se podía aplastar cualquier insurrección.

El-Hiba era algo más que un puesto de observación y de guarnición. Era un fuerte fronterizo y la sede en el norte de de los soberanos del Alto Egipto durante la Dinastía XXI. Cartas en papiro de la época en las que se mencionan a los generales Piankh y Masaharta se han encontrado allí, y los papiros con composiciones literarias Wenamun y el Cuento de Woe, así como el Onomasticon de Amenemope, proceden probablemente de la misma vecindad. El lugar continuó funcionando como un importante cuartel general militar durante la Dinastía XXII; allí construyó un templo Sheshonq I con aditamentos de Osorkon I. Incluso después, el lugar se utilizaría como base operacional por el príncipe Osorkon en su conflicto con sus oponentes tebanos.

También parece que los asentamientos civiles acabarían adquiriendo el carácter de bastiones militares durante el Tercer Período Intermedio. La administración del margen occidental tebano encontró refugio en el recinto fortificado del templo de Medinet Habu durante los problemas de finales del Imperio Nuevo, y aparentemente permanecería siendo residencia de los Sumos Sacerdotes durante la Dinastía XXI. Tampoco sería éste un caso aislado. El relato de la campaña de Piy hacia 730 a.C. muestra que ciudades como Hermópolis y Menfis estaban fortificadas y eran lo suficientemente fuertes como para resistir un asedio. Evidentemente, el estilo de vida del egipcio había tomado un cariz habitualmente defensivo.

La fuerte concentración de tropas a lo largo de El Nilo pudo haber tenido sus orígenes en la determinación de los jefes libios de imponer su dominio sobre Egipto. Esto, unido a la bien documentada resistencia de Tebas al control exterior, probablemente justifique la ubicación de las fortalezas de la Dinastía XXI en lugares tan al sur como Qus y Gebelein donde raramente habrían servido para defenderse de algún ataque desde fuera del Valle del Nilo. Durante el reinado de Pinudjem I tuvo lugar una rebelión en la región tebana pero su naturaleza es más bien oscura. Es cierto que sólo se conoce por la estela colocada por el Sumo Sacerdote Menkheperra en conmemoración del indulto de algunos villanos y su regreso de los oasis donde habrían sido exiliados como castigo. Los conflictos del Príncipe Osorkon con los rebeldes tebanos más de un siglo después ponen en evidencia la continua necesidad del poder militar para mantener la autoridad en la zona.

La relativamente poco emprendedora política exterior de los gobernantes de Egipto durante el Tercer Período Intermedio puede verse como el resultado lógico de su situación interna. Con un régimen progresivamente descentralizado, y con una parte importante de la fuerza militar dedicada a mantener el orden en Egipto, no parece que fuese viable conseguir una concentración del esfuerzo militar y unos recursos económicos necesarios para propiciar una sólida política de expansión en el exterior.

Economía y Control de Recursos en las Dinastías XXI a XXIV

El período que abarca la Dinastía XXI a la XXIV destaca por la escasez de monumentos reales de piedra a gran escala similares a los construidos durante el Imperio Nuevo. Con la única excepción de los de Tanis, la construcción de edificios reales se limitaba a ampliaciones menores y reparaciones en construcciones existentes. Este reducido nivel de actividad coincide con un reciclaje intenso de monumentos y materiales; fenómeno particularmente obvio en Tanis donde mucho de los trabajos en piedra – bloques, columnas, obeliscos, estatuas – se trajeron de Piramesse u otros yacimientos, y se volvieron a inscribir, o simplemente a levantar, sin modificaciones. Puestos a comparar con productos de otros períodos, estos factores podrían considerarse como síntomas de una economía débil.

Ciertamente no hay duda alguna de que el Tercer Período Intermedio se iniciase en un momento de estrés económico, y que, hasta donde se puede discernir, los ingresos provenientes del Levante Oriental y del África Interior se verían muy reducidos durante este período en comparación con lo que se disponía durante el Imperio Nuevo.

Existe, no obstante, un número de señales indicativas de que la economía de Egipto no se mantuvo seriamente debilitada durante todo este período. La poco ambiciosa naturaleza de los proyectos de construcción reales y la alta dependencia de la utilización de materiales usados en el tercer Período Intermedio posiblemente se podría explicar debido al estado fragmentado del país. Carente de una administración centralizada bajo un único gobernante, no era ya posible administrar los recursos de forma eficiente, o movilizar mano de obra de forma masiva como la empleada en la construcción de las pirámides de Menfis o en los templos de Karnak. Es significativo que la relativamente corta fase de un gobierno fuerte – los reinados de Sheshonq I a Osorkon II – coincidiesen con la construcción de algunos de los monumentos reales más sobresalientes: el Bubastite Portal, en Karnak, y el “salón del festival” de Osorkon II, en Bubastis.

En cuanto al estado de la economía agrícola del período, la información de que se dispone es muy limitada. Algunos papiros (incluyendo el Papiro de Reinhardt), y las estelas de donación, constituyen las únicas fuentes. Estas últimas, no obstante, son muy interesantes; la mayoría datan de las Dinastías XXII y XXIII, y registran la asignación de tierras a los templos encaminadas a establecer donaciones para los cultos funerarios. La mayoría de estas estelas encontradas en el norte indican que la productividad de los terrenos agrícolas era suficiente para obtener un excedente para utilizar para dichos fines. Como ya se ha visto, la distribución de estas estelas también apunta a que importantes zonas del Delta Occidental y Central se habrían recién dedicado al cultivo.

También hay evidencia de que existían otras formas de riqueza. Los objetos de enterramientos encontrados en las tumbas reales de Tanis incluían importantes cantidades de oro y plata, mientras que una inscripción en Bubastis que registra la dedicación del faraón Osorkon I de estatuas y utensilios de culto a los templos egipcios, registra el equivalente a 391 toneladas de objetos de oro y plata; todo ello llevado a cabo durante los primeros cuatro años de su reinado. Se postula, que una parte de ello podría ser parte de saqueos procedentes de la campaña palestina llevada a cabo años en años anteriores por el faraón Sheshonq I, mientras que otra podría provenir de material reciclado extraído de tumbas del Imperio Nuevo. No obstante, una economía en la que tanta riqueza pudiese ser neutralizada económicamente mediante la consagración de deidades, sólo podría tratarse de una que fuese boyante.

El reciclaje de recursos sin duda jugaba un papel importante en mantener llenos los cofres estatales. Esta quizás fuese la principal razón – más que la piadosa consideración hacia el fallecido – del desmantelamiento de los enterramientos reales del Imperio Nuevo en Tebas durante la Dinastía XXI. Las momias de los faraones y de sus esposas y familiares se sacaban de sus tumbas despojadas de casi todos los objetos de valor, y se enterraban de nuevo en grupos, en escondrijos de fácil acceso y custodia. Los legajos hieráticos en ataúdes y mortajas que registran tales hechos muestran que se llevaban a cabo con la autorización de los generales que gobernaban mientras centenares de grafitis rupestres realizados por el escriba de la necrópolis Butehamun y sus colegas dan testimonio del sistemático rastreo y eventual limpieza de viejas tumba.

Mucho material precioso indudablemente se derretiría para ser usado de nuevo, pero parece que algunos objetos habrían sido apropiados para su utilización en los enterramientos de los reyes tinitas; los pectorales encontrados en la momia del faraón Psusennes I tienen un gran parecido con ejemplares del Imperio Nuevo tales como los de la tumba de Tutankamón, y hay indicios de alteración de nombres en algunos cartuchos. Objetos de un tamaño respetable también serían reciclados. Un sarcófago de granito se extrajo de la tumba del faraón Merenptah y se trasladó hasta Tanis para su posterior reinscripción y uso en el enterramiento de Psusennes I. Los ataúdes de madera de Tutmosis I fueron restaurados y utilizados de nuevo para albergar la momia del faraón Pinudjem I. En este caso, el mero thrift pudo haber sido de menor importancia para Pinudjem I que la oportunidad que se le brindaba de que se le asociase directamente con uno de los grandes faraones del pasado de Egipto aportando así soporte ideológico a su poco ortodoxa reivindicación al estatus faraónico. Curiosamente, lo que empezaría como una prerrogativa sólo de los gobernantes tebanos ponto se extendería; en la Dinastía XXI una alta proporción de ataúdes usados para enterramientos en Tebas fueron reinscritos y vueltos a usar poco después del enterramiento original – probablemente de forma ilícita: un legajo escrito en un ataúd en el Museo Británico registra su restauración a su verdadero dueño después de que se hubiesen cogido a trabajadores de la necrópolis en el acto de usurpación.

Continuamos, pues, como de costumbre en una nueva “Hoja Suelta”, de la sabia mano del Doctor John H. Taylor, a cubrir ahora, el período kushita que abarca la Dinastía XXV (747-664 a.C.

RAFAEL CANALES

En Benalmádena-Costa, a 26 de enero de 2012

Bibliografía:

"Magic in Ancient Egypt", G. Pinch,  (London, The British Museum Press, 1994)
"Egyptian painting and drawing", T.G.H. James,  (London, The British Museum Press, 1985) I. Shaw and P. Nicholson (eds.), British Museum dictionary of A (London, The British Museum Press, 1995)


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