Limestone stela with a seated figure of Akhenaten. Probably from Tell el-Amarna, Egypt
18th Dynasty, around 1340 BC (Pinchar y Ampliar)
In the Amarna Period (1.390-1.327 BC) a major change of emphasis took place in some religious beliefs and in artistic style. This limestone stela illustrates the shift in both these areas of Egyptian life. The king, Amenhotep IV (Akhenaten, reigned 1.390-1.352 BC), is shown in a relaxed pose, which would have been unthinkable in earlier times, with a protruding chin and belly; he is seated below the disc of the Aten (the sun) whose rays extend down to the king. Each ray terminates in a small hand and symbolizes the manner in which the sun hands its benefits down to the king.
The new beliefs formulated at Tell el-Amarna, and held to a limited extent elsewhere, stressed that Akhenaten was the sole person with access to the Aten. The Aten, Akhenaten believed, was the principal god and the source of all life. Thus, only the royal family is ever shown making offerings to the Aten; private individuals had to direct their devotions through the king. Stelae like this, bearing images of the king, have been found in a number of houses at Tell el-Amarna, and would probably have formed the centre of domestic devotions. (Base de Datos del Museo Británico).
DAMAS DE LA REALEZA EN EL PERÍODO AMARNA
Más o menos, a la vez que tenían lugar estos eventos políticos, hubo un cambio importante en la familia real. Nefertiti había dado a luz, hasta el momento, seis niñas, pero ningún varón y, aunque nunca perdió su posición principal de “Gran Esposa Real”, una segunda esposa de Akenatón apareció en escena. Con frecuencia se ha especulado que se trataba de una princesa de Mitania, pero su nombre, Kiya, es un nombre egipcio perfectamente normal y no hay nada que sugiera su procedencia extranjera. Se le dio el nuevo tratamiento de “Amadísima Esposa del Faraón” que la situaba apartada de las otras damas del harén, a la vez que la distinguía claramente de Nefertiti.
En el año 12 de reinado, o poco antes, repentinamente desaparece de los monumentos; su nombre se borra de las inscripciones, siendo sustituido por los de las hijas de Akenatón - con más frecuencia el de Meritaten - y sus representaciones se alteran de la misma manera. Puesto que el equipo funerario ya preparado para ella - que incluía un magnífico ataúd antropoide – se adaptó para otra persona real diferente, es más que probable que Kiya, en cierto momento, cayese en desgracia; quizás porque se habría convertido en rival para Nefertiti después de haber dado a Akenatón, no sólo otra hija sino también un heredero varón. No hay una evidencia contundente que apoye esta teoría, pero una sola inscripción de aproximadamente la época, lee: ”el hijo carnal del Faraón, su amado, Tutankhaten” - el futuro Tutankamón (1.336-1.327 A.C.) - que era, con casi total certeza, hijo de Akenatón, pero no de Nefertiti.
La influencia de ésta aumentó aún más durante el último período del reinado al convertirse en corregente de su esposo como Neferneferuaten, con el nombre de entronización de Ankh(et)kheperura; su rol de Reina Consorte pasaría a su hija mayor, Meritaten. Qué fue lo que instó a Akenatón a nombrar un corregente, medida que se sólo se solía tomar en casos muy excepcionales, se ignora. Quizás la oposición a su régimen en alguna parte, es decir, en Tebas, amenazaba su posible control, lo que haría necesario tener a alguien que ejerciese como faraón, e incluso que estableciese su residencia lejos de Amarna; de todos modos, un grafiti tebano fechado en su año 3 de reinado revela que Neferneferuaten poseía una “Mansión de Ankhkheperura en Tebas” en la que tenía empleado a un escriba de ofrendas divinas a Amón; una muestra clara de que había tenido lugar un intento de reconciliación con los viejos cultos. El texto, en su mayoría, consiste en una oración del escriba a Amón, con una conmovedora apelación al dios para que volviese y disipase la oscuridad que había descendido sobre sus seguidores.
No se sabe con certeza si Nefertiti sobrevivió a Akenatón, que fallecería en su año 17 de reinado. Smenkhkara, un faraón efímero, con un nombre prácticamente idéntico al de entronización de Nefertiti/Neferneferuaten, aparece en algunas inscripciones de finales del Período Amarna; en una o dos raras representaciones, se le ve acompañado de su reina Meritaten. Muchos eruditos aún lo ven como el sucesor varón de Nefertiti; quizás un hermano menor, e incluso otro hijo de Akenatón, pero hay una gran posibilidad de que “él” no fuese otro que la propia Nefertiti quien, al igual que Hatshepsut antes que ella, habría asumido la condición de varón y gobernado en solitario durante un breve período después del fallecimiento de Akenatón, con Meritaten en su rol ceremonial de “Gran Esposa Real”.
Es probable que el sucesor de Akenatón no le sobreviviese por mucho tiempo, y que, cuando él o ella muriese, el muy joven Tutankhaten, el único miembro varón de la familia real que quedaba, subiese al Trono. A principios de su reinado, él y su reina, su media-hermana Ankhesenpaaten, abandonarían Amarna y re-establecerían los cultos tradicionales. Con él, se puso así fin a uno de los períodos más críticos de la historia de Egipto.
EL ARTE Y LA ARQUITECTURA DEL PERÍODO AMARNA
Las primeras representaciones de Amenhotep IV lo muestran en un estilo tradicional muy parecido a los retratos de Tutmosis IV y Amenhotep III, pero poco después de su coronación, a Amenhotep IV se le habría representado con un rostro delgado y alargado, de barba puntiaguda y gruesos labios, cuello alargado, pechos casi femeninos, barriga redonda y prominente, caderas anchas, muslos gruesos, y zanquivano de piernas. En un principio, el nuevo estilo era bastante moderado, pero en la mayoría de los monumentos tebanos, y durante los primeros años de Amarna, las facciones reales se representaron de forma tan exagerada que parecían caricaturas; más adelante en su reinado, evolucionaría hacia un estilo más equilibrado.
No eran sólo Akenatón, Nefertiti y sus hijas que se representaban en este estilo, sino también cualquier otro ser humano, aunque de forma no tan exagerada. Esto no debe sorprender ya que las representaciones de individuos a nivel privado siempre siguieron el modelo artístico del faraón de su tiempo, y Akenatón, en particular, puso mucho énfasis en el hecho de que él era la “la madre que da luz a todas las cosas”, el que “crea a sus súbditos con su ka”. Él era el Dios-Creador en la Tierra que modelaba la Humanidad a imagen suya.
Pocas dudas puede haber de que la forma tan extraordinaria con que Akenatón se retrata a sí mismo, a su familia y, hasta cierto punto, a todos los seres humanos en sus monumentos, de alguna forma refleja la apariencia física real del faraón, si bien en un estilo exagerado que se ha denominado “expresionista”, e incluso “surrealista”. Las inscripciones nos cuentan que fue el propio faraón quien instruía a sus artistas en el nuevo estilo, que no sólo afecta a la figura humana, sino también a la forma en que inter-actúan, recíprocamente. Las escenas de la familia real muestran un despliegue de intimidad tal como nunca se había visto en el arte egipcio; incluso entre individuos a nivel privado; mucho menos dentro de la propia realeza.
Se besan y se abrazan bajo los benefactores rayos de El Atón, cuyo amor impregna toda su creación. Otro rasgo característico del estilo Amarna es su extraordinario sentido del movimiento y de la rapidez; y una “soltura” y libertad de expresión que iba a tener una influencia duradera en el arte egipcio durante siglos después de que el Período Amarna llegase a su fin.
Y en un sentido diferente, la rapidez es el factor determinante de una nueva técnica de construcción. De nuevo, las primitivas estructuras de Amenhotep IV utilizaron los grandes bloques tradicionales de arenisca para construir los muros de los templos, pero pronto fueron sustituidos, en Tebas y Amarna, por unos bloques mucho más pequeños llamados talatat, de un tamaño de unos 60 x 25 cm y, por tanto, suficientemente pequeño para que un solo hombre pudiese levantarlo y transportarlo. Esto facilitó en gran manera la construcción de grandes edificios en un espacio de tiempo relativamente corto. El nuevo sistema, no obstante, se abandonaría poco después del Período Amarna; quizás al haberse observado para entonces que los relieves tallados en muros construidos con bloques tan pequeños, que exigían una cantidad mayor de yeso para cerrar los huecos entre bloques contiguos, podrían no aguantar el paso del tiempo como lo hacían los muros construidos de forma tradicional. Por supuesto, los sucesores de Akenatón pronto se dieron cuenta también que con el nuevo sistema se requería mucho menos esfuerzo y tiempo en la demolición de los edificios construidos con talatat.
La “soltura” del estilo artístico de Amarna parece estar en línea con el plan de la ciudad de Aketatón; al menos en lo referente a la zona de alojamiento. A pesar del hecho de que se tratase de una ciudad recién planificada, no se construyó sobre una cuadrícula octogonal rígida, como se hizo con la ciudad de Kahun, en el Imperio Medio, en la que se reflejó la altamente estratificada sociedad burocrática de la época. La disposición de Amarna es más la de un grupo de aldeas centralizadas alrededor de casas agrupadas libremente, grandes y pequeñas, cada una con sus propios edificios subsidiarios tales como silos, corrales, cobertizos, y talleres.
La variedad en el tamaño de estos recintos se ajusta a las diferencias existentes de riqueza y estatus social de sus propietarios. Muchos de ellos disponían de su propio pozo, una prestación única de esta ciudad, que hacía a sus ciudadanos independientes del rio Nilo para cubrir sus necesidades hídricas diarias. En general, se asemeja más a una ciudad que crece de forma natural en un período de tiempo, que al resultado de una escrupulosa planificación.
Obvia decir, sin embargo, que los templos y palacios son temas aparte. Ambos estaban ligados a las ideas religiosas de Akenatón, y por esta razón tienen que haber sido diseñados y planificados por el propio faraón, en estrecha colaboración con arquitectos y artistas que trabajaban bajo su “instrucción” personal, como las inscripciones nunca se cansan de recordarnos. Si bien estos edificios no se pueden aquí describir con detalle, sí se deben mencionar algunas de sus características.
Ante todo, Akenatón y su familia vivían a cierta distancia de la capital en lo que ahora se conoce como el “North Riverside Palace” (Palacio Ribereño del Norte). Una amplia avenida, la “Carretera Real”, se extendía hasta el Palacio Norte – residencia de Nefertiti – a lo largo de una línea recta de unos 3’5 km, en dirección a la Ciudad Central, con sus dos palacios y sus dos templos mayores a El Atón. Uno de los palacios, se usaba, entre otras cosas, en ocasiones relacionadas con ceremonias estatales, como podían ser las recepciones de emisarios extranjeros; el otro, servía como palacio de trabajo del faraón, con su “Ventana de Apariciones”, desde la que recompensaba a sus fieles funcionarios.
De los dos templos, el Gran Templo a El Atón era el equivalente en Amarna del Gran Recinto del Templo a Amón-Ra, en Tebas; consistía en varios edificios separados que incluían una estructura con la piedra-benben, el símbolo solar sagrado, cuyo arquetipo se levantaba en el templo a Ra, de Heliópolis. Esta es una de las muestras de la influencia de la teología heliopolitana en el pensamiento de Akenatón; siendo otra el que el faraón hubiese proyectado la construcción de un cementerio para el sagrado toro Mnevis de Ra-Atum, de Heliópolis, en Amarna.
El otro templo a El Atón era mucho más pequeño, y se encontraba al sur del palacio de trabajo del faraón. Parece que hubiese estado dedicado al propio faraón, además de a El Atón, y pudo haber sido el equivalente a los llamados “templos del millón de años” que, como los del margen occidental de Tebas, pudo haber servido como una capilla mortuoria de Akenatón que habría sido orientada hacia la entrada del wadi en el que la tumba real estaba ubicada.
La diferencia más obvia entre, por una parte, los templos a El Atón en Amarna y antes en Karnak, y, por otra, los templos tradicionales, es que los primeros se abren a los cielos. El templo tradicional típico empieza con un pilono y un patio peristilo abierto seguido por una sucesión de nuevos patios y habitáculos, que poco a poco se hacen más reducidos y oscuros, conforme el devoto va penetrando en el edificio. En el santuario más íntimo, la imagen de culto del dios se guardaba en un altar que la mayoría del tiempo permanecía en total oscuridad. El Dios de Akenatón estaba allí para que todos lo viesen, aunque no se necesitaba ninguna imagen de culto hecha por el Hombre. Las únicas estatuas que podían encontrarse en los templos atonistas eran representaciones de Akenatón y otros miembros de la familia real.
En la arquitectura de estos templos se aprecia un deliberado esfuerzo para conseguir la menor sombra y oscuridad posibles; incluso los linteles de las puertas aparecen abiertos en el centro. Estos linteles “rotos”, supusieron una innovación arquitectónica que continuaría utilizándose hasta el Período Greco-Romano. El faraón adoraba a su dios en patios abiertos sembrados de un gran número de pequeños altares en los que se realizaban ofrendas a El Atón. El porqué de tantos altares, es un misterio; quizás la explicación más probable es que fuesen altares para los muertos que alimentaban el templo como parte del culto diario.
El componente esencial de El Atón era la Luz. Él era el Dios de la Luz que surgía del disco solar y mantenía vivos a todos los seres vivientes en una creación continua. Él era el Dios-Creador que gobernaba el mundo como Rey Celestial. Y de la misma forma que El Atón era el Rey del Mundo, Akenatón lo era de sus súbditos.
Su “procesión” diaria cuando, conduciendo su carro de combate a lo largo de la Carretera Real, desde el North Riverside Palace hasta la Ciudad Central, reemplazaba a las tradicionales procesiones divinas durante las que los habitantes de la ciudad podían entrar en contacto con las deidades, cuyas estatuas solían permanecer ocultas a la vista en el templo. Akenatón era, como su nombre indica, “la manifestación creativa de El Atón”, a través de quien El Atón realizaba su beneficial tarea. Fue el faraón quien “hizo” la Humanidad y en especial su élite, que él mismo escogió.
En sus inscripciones, estos funcionarios negaban sus verdaderos orígenes, a pesar de que muchos de ellos tenían que proceder de familias influyentes; todos se confesaban pobres, huérfanos desgraciados, que debían su existencia a su faraón, que los habría “creado con su propio ka”. El trabajo del faraón estaba ligado a la inundación anual de El Nilo, que sustentaba a la Humanidad y a todos los seres vivos. La devoción personal estaba ahora unida a una fidelidad absoluta a Akenatón, personalmente. En sus hogares, la élite amarniense guardaba pequeñas capillas con altares y estelas que representaban a la divina familia real, y reemplazaban a las viejas capillas domésticas dedicadas a las deidades locales.
TUMBAS Y CREENCIAS FUNERARIAS EN AMARNA
Incluso en las tumbas de la élite de Aketatón, el faraón dominaba por completo la decoración de los muros. Las representaciones de Akenatón y de su esposa e hijas – así como descripciones de los distintos templos de Aketatón - eran omnipresentes, y los himnos y las distintas fórmulas de ofrendas estaban con frecuencia dedicadas lo mismo al faraón que a El Atón. Merece destacar que estas fórmulas de ofrendas iban normalmente dirigidas – aunque no exclusivamente - al dios por el propio faraón, más que por el dueño de la tumba. Las únicas copias que han sobrevivido del famoso “Gran Himno a El Atón”, el texto más completo del dogma de la nueva religión – muy probablemente compuesto por el propio Akenatón – aparecen en dichas tumbas.
Este himno, y todos los demás textos de Amarna, fueron escritos en un lenguaje oficial recién creado, mucho más cercano al lenguaje diario que el egipcio clásico, que se venía usando para textos oficiales y religiosos. La frontera entre la lengua oficial y la vernácula no desaparecería completamente, pero el uso de esta última para las composiciones literarias se vio fomentado enormemente por este hecho, y daría lugar a una nueva literatura durante los siglos que siguieron al Período Amarna.
El dios más importante de los Muertos, Osiris, parece que habría estado proscrito desde el mismo inicio del reinado de Akenatón. El Atón era un dios dador de la Luz de la Vida; durante la noche, estaba ausente, aunque no está claro donde se pensaba que iba. La Oscuridad y la Muerte se negaban por completo, en vez de ser consideradas como un estado positivo y necesario de la Regeneración. De noche, los fallecidos simplemente permanecían dormidos, como cualquier otro ser viviente, y como lo hacía el mismo Atón. No se encontraban, pues, en el “Bello Occidente”, el Submundo; y sus tumbas no estaban ni siquiera físicamente situadas en el Oeste, sino en el Este, por donde salía el Sol.
La “Resurrección de los Muertos” tenía lugar por la mañana, cuando El Atón se alzaba. El propio Atón representaba “el tiempo en el que uno vive”, como así lo expresaba el “Gran Himno”. El modo de existencia de los Muertos era, por lo tanto, uno de una presencia continua con El Atón y el faraón en el templo, donde ellos, o sus almas-ba, se alimentarían de las ofrendas diarias. Por esta razón, las tumbas privadas de Amarna estaban repletas de representaciones de los templos de El Atón, y del faraón conduciendo su carro a lo largo de la Carretera Real hacia los templos, y haciendo ofrendas en ellos. Los templos y los palacios de Akenatón eran ahora la nueva “Vida en la otra Vida”; los Muertos ya no vivían en sus tumbas, sino en la Tierra, entre los Vivos. Las tumbas servían, por lo tanto, sólo como lugar de reposo nocturno.
La momificación persistió, ya que por la noche el ba regresaba al cuerpo hasta el amanecer. Por esta razón los ritos funerarios - incluyendo las ofrendas y los elementos de la tumba - al parecer, también habrían perdurado, aunque la mayoría de las estatuillas-shabtis dejaron de tener inscrito el tradicional capítulo del "Libro de los Muertos". Es difícil de saber con certeza cómo serían los ataúdes privados y sarcófagos del Período Amarna, ya que no se ha encontrado muestra alguna en Amarna. En el gran sarcófago de piedra del propio Akenatón, las cuatro diosas aladas que tradicionalmente aparecían adosadas en las esquinas, fueron sustituidas por figuras de Nefertiti, y algunos hallazgos procedentes de otros yacimientos sugieren que los sarcófagos privados también pudieron adornarse con representaciones de miembros de la familia del finado, más que con deidades.
Tan poco había ya un “Juicio del Muerto” ante el trono de Osiris, que antes tenía que pasar el fallecido a fin de alcanzar el estatus de maaty (el “justificado”); en su lugar, los funcionarios del faraón se ganaban la "vida-después-de-la- muerte" siguiendo las enseñanzas de Akenatón, y siendo totalmente fiel a él durante toda su vida. Akenatón era el dios que concedía la vida y garantizaba un enterramiento después de la vejez; él encarnaba a maat, y era a través de la lealtad hacia él que sus súbditos podían alcanzar el maaty. Sin esto, no había vida posible después de la muerte, y la continuidad de su existencia en la Tierra dependería del faraón quien, por tanto, poseía el monopolio de todos los aspectos de la religión amarniense, incluyendo las creencias funerarias.
LA VIDA FUERA DE AMARNA DURANTE EL PERÍODO AMARNIENSE
La mayoría de lo que sabemos de la nueva religión de Akenatón procede de sus primeros monumentos en Tebas y de la propia ciudad de Amarna. Lo que pasaba en el resto del país, especialmente después de que el faraón estableciese su residencia en su nueva ciudad, está mucho menos claro. Akenatón tuvo, con toda seguridad, que viajar fuera de Aketatón; él incluso estipula en una estela fronteriza que, en caso de fallecimiento donde fuese, su cuerpo debería ser llevado a Amarna y enterrado allí.
Además de las primitivas actividades en Nubia, sabemos de templos en Menfis y Heliópolis, y puede haber habido otros. Algunos bloques menfitas tienen la forma final del nombre de El Atón – después del año 9 de reinado – y un bloque perdido de Tebas también tiene esa forma: así que, incluso después de la radicalización de la reforma de Akenatón, los trabajos fuera de Amarna continuaron. Lo que no se sabe es hasta qué punto se abolieron realmente los cultos tradicionales; la imagen que tenemos se ve mucho más ilustrada por una posterior descripción de la situación del Decreto de Restauración de Tutankamón, cuya tendencia es, como es obvio, totalmente propagandístico.
En la práctica cotidiana, la nueva religión probablemente sólo reemplazó al culto oficial estatal y a la religión de la élite; la mayoría de la gente habría continuado adorando a sus propios dioses locales tradicionales. Incluso en la propia Amarna hay un número considerable de objetos votivos que han sobrevivido, estelas y pinturas murales que muestran o mencionan a dioses como Bee y Taweret, ambos relacionados con los partos; la Diosa-Cosecha Renenutet; las deidades protectoras Isis y Shed (“el Salvador”), una nueva versión de Horus, nunca encontrado antes en Amarna; Thoth, el dios de los escribas; Khanun, Satet, y Anuket, la triada de Elefantina; Ptah de Menfis; e incluso Amón de Tebas.
No siempre es fácil decidir si los relieves de las tumbas, las estelas, y los elementos que componen el equipo de enterramiento que mencionan a El Atón junto a los tradicionales dioses tales como Osiris, Thoth, o Ptah, datan de principios del reinado, o más tarde; o incluso de un tiempo inmediatamente posterior al Período Amarna. Tampoco se sabe si los fallecidos enterrados en una necrópolis que no fuese Aketatón podían participar en las ofrendas en el templo de El Atón, o en su ciudad natal, o cómo se pensaba que el fallecido viviría en lugares donde no había ningún templo a El Atón. Aquí se necesita investigar más; en particular, en la necrópolis de Menfis, donde muchas tumbas de este período quedan aún por descubrir.
Tampoco está claro qué le ocurrió a la administración civil durante el Período Amarna. Está claro que Akenatón había reemplazado Tebas como capital religiosa y centro del culto estatal, pero ¿reemplazó también a Menfis como capital administrativa? Uno de los dos visires residían en Amarna, pero su homólogo del norte permanecía destacado en Menfis. Es probable que esta ciudad conservase su posición de centro administrativo de todo el país durante todo el Período Amarna.
La situación durante el Período Saíta puede ofrecer un paralelismo: los soberanos de la Dinastía XXVI favorecieron en gran medida a Sais, su ciudad de origen – si bien ellos eran de ascendencia libia – que funcionaba como su capital, y la mayor parte de los ingresos estatales acababan en el templo de su diosa Neith. No obstante, Menfis siguió siendo el centro administrativo de Egipto durante todo el Período Saíta, situación que se mantuvo hasta que el sucesor de Alejandro Magno trasladó sus restos mortales a Alejandría, convirtiendo así a la ciudad en el centro del Egipto Romano y Tolemaico.
Y vamos a dejar este apartado 2/6 del Capítulo 10 de nuestro Proyecto, para pasar a una nueva “Hoja Suelta” donde se van a analizar las repercusiones de este Período Amarna y, de forma breve, los reinados de Tutankamón, Ay y Horemheb, últimos faraones de la Dinastía XVIII; aún de la docta mano del Doctor Jacobus van Dhij.
RAFAEL CANALES
En Benalmádena-Costa, a 28 de noviembre de 2010
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