Líderes y Gobernantes del Antiguo Egipto. Lista de Reyes. Abydos, Dinastía XIX, hacia 1.250 A.C. Altura:135 cm; Longitud:370 cm. (Pinchar y Ampliar)
This list of kings is painted on the wall of King Ramesses II's temple at Abydos. It records Ramesses giving presents (called 'offerings') to the spirits of earlier kings. Can you see the royal names? They are the ones that are written in cartouches - that means the hieroglyphs have an oval circle around them.
However, the list is not really a reliable way to find out about Egyptian history. It only includes Ramesses' favourite kings, and leaves out kings who later fell out of favour, such as Tutankhamun. (Base de Datos del Museo Británico)
RAMSÉS I
El principio para la elección de un heredero plebeyo lo adoptaron Horemheb y los primeros soberanos ramésidas, siendo el primero elegido por Horemheb como príncipe regente, con carácter vitalicio, y con los mismos títulos que él mismo había ostentado bajo Tutankamón. Este individuo, Paramessu, actuó como visir suyo a la vez que ostentaba otros títulos militares, incluyendo el de Jefe de la fortaleza de Sile, un importante baluarte situado en el camino que conecta el Delta egipcio con Siria-Palestina. El rol asignado a Paramessu revela, una vez más, la preocupación por la situación militar en los territorios al norte de Egipto.
La familia de Paramessu era originaria de la ciudad de Avaris, antigua capital de los Hyksos, y el rol de su dios local Seth, que habría conservado fuertes relaciones con el dios cananeo Ba’al, parece que habría sido comparable al de Horus de Hutnesu en la carrera militar de Horemheb. Visto esto, es interesante observar cómo Horemheb ordenó levantar un templo a Seth en Avaris. La familia real ramésida consideraba al dios Seth como su antepasado real, y un obelisco recientemente descubierto en el fondo del mar, frente a Alejandría, pero originalmente procedente de Heliópolis, nos muestra a Sety I, con forma de esfinge y cabeza del animal Seth, haciendo ofrendas a Ra-Atum.
Cuando Horemheb falleció, aparentemente sin descendencia, Paramessu le sucedió como Ramsés I (1.295-1.294 A.C.). Con él comienza así una nueva dinastía, la XIX, aunque parece haber alguna evidencia que sugiere que los faraones ramésidas consideraron siempre a Horemheb como su fundador. Ramsés I debería ser ya mayor cuando ascendió al trono ya que su hijo, y probablemente también su nieto, habían nacido antes de su ascensión.
Durante su corto reinado – escasamente un año – e incluso antes, su hijo Sety fue nombrado visir y jefe de Sile, pero también ostentaba una serie de títulos sacerdotales que le ligaban con varios dioses adorados en el Delta, incluyendo el de Gran Sacerdote de Seth. Horemheb, en su "Texto de la Coronación", habría señalado que él había dotado los templos recientemente reabiertos de nuevos sacerdotes escogidos “de entre la cumbre militar”, dándoles tierras de cultivo y ganado. Por otros documentos, se sabe también que a los soldados retirados se les solía encomendar tareas sacerdotales, y se les recompensaba con algunos terrenos en sus ciudades de origen, por lo que puede que tampoco Sety I fuese particularmente joven cuando su padre subió al trono.
SETY I Y LA “RESTAURACIÓN”
A Sety se le debe acreditar el volumen de restauración de los templos tradicionales, continuando y sobrepasando así los esfuerzos de sus predecesores. Por todas partes se restauraron las inscripciones de faraones pre-amarnienses y se volvieron a tallar las representaciones de Amón que habrían sido arrancadas por Akenatón. También llegó a embarcarse en un ambicioso proyecto de construcción propio. Prácticamente en todo el país, y en particular en los grandes centros religiosos de Tebas, Abydos, Menfis, y Heliópolis, se levantaron nuevos templos o se ampliaron los existentes. Entre estos últimos estaba el templo a Seth de Avaris, ciudad que pronto se convertiría en la nueva residencia del Delta de los soberanos ramésidas.
En Karnak, Sety prosiguió con la construcción de la Gran Sala Hipóstila que iniciase Horemheb, que fue conectada con su propio templo mortuorio de Abd-el-Qurna, justo al otro lado de Karnak, en el margen oeste de El Nilo. Junto al templo de Hatshepsut en Deir el-Bahri que él restauró, estos edificios proporcionaban un escenario espléndido para la importante y bella Fiesta del Valle que se celebraba cada año durante la cual el dios Amón de Karnak visitaba a los dioses del margen izquierdo del río y el pueblo se acercaba a las tumbas de sus familiares fallecidos para comer, beber y disfrutar en su compañía.
En Abydos, Sety I construyó un majestuoso templo cenotafio para el dios Osiris, siguiendo los ejemplos del Imperio Medio y principios de la Dinastía XVIII. La famosa Lista de Reyes de este templo, un listado de los ancestros reales que participaron en el culto de ofrendas a Osiris proporciona la primera evidencia de que el episodio de Amarna estaba para entonces completamente eliminado de los registros oficiales. En la lista a Amenhotep III le sigue inmediatamente Horemheb, y otras fuentes indican que los años de reinado de los faraones desde Akenatón a Ay fueron añadidos a los de Horemheb.
El programa de construcción de Sety I se hizo posible reabriendo algunas canteras y minas - incluyendo las del Sinaí - y también porque, al igual que sus predecesores, el faraón invadió Nubia para obtener así cautivos que serían eventualmente utilizados como mano de obra barata. La seguridad fue otra de las razones de las campañas nubias, ya que la financiación de sus proyectos de construcción procedían de la explotación de las minas de oro, tanto del lugar como del Desierto Oriental. Estas últimas, en particular, se trabajaban en nombre del Gran Templo a Osiris de Sety I, en Abydos; en su año 9 de reinado, la carretera que daba acceso a ellas disponía de un lugar de descanso, un pozo recién cavado, y un pequeño templo. En Nubia hubo un intento fallido de excavar un nuevo pozo con objeto de hacer más accesibles las minas más rentables en lugares lejanos.
Otros recursos procedían previamente de los territorios egipcios en Palestina y Siria, y ahora era esencial reafirmar la autoridad sobre dichas tierras. Sety I comenzó su año 1 de reinado con una campaña a pequeña escala contra los shasus en el sur de Palestina, a la que pronto siguieron otras expediciones militares más al norte.
Nota ex profeso
Shasu es la palabra egipcia para designar a los nómadas que surgieron en Oriente Medio, del siglo XV a. C. al Tercer Periodo Intermedio. El nombre evolucionó de una transcripción de la palabra egipcia š3 su, el término para designar a los beduinos vagabundos.
Esta palabra tiene su origen en una lista de personas de Transjordania, del siglo XV a. C., describiendo uno de los territorios de los Shasu como "Yhw en la tierra de los Shasu". De esta evidencia, algunos eruditos, como Donald B. Redford y William G. Dever, concluyen que las personas que posteriormente serían los "Israelitas" fueron registradas en la Estela de Merenptah (o Estela de Israel), quienes fundaron el reino de Israel eran, originalmente, una tribu Shasu.
Las listas de Soleb y Amará (en Nubia), datadas al final del siglo XV a. C. (Dinastía XVII y XVIII) sugieren que una concentración original de asentamientos Shasu estaba situada en el sur de Transjordania, en las llanuras de Moab y el norte de Edom, donde un grupo de seis nombres son identificados como la tierra de los Shasu y entre ellos se incluyen Se'ir (Edom), Labán (posiblemente Libona, al sur de Amán), Sam'ath (simetitas, un clan de los kenitas: 1 Crón. 2:55), Wrbr (probablemente el Uadi Hasa), Yhw, y Pysps. En otros textos de la Dinastía XIX y XX, el vínculo constante de los Shasu con lugares de Edom y el Arabá (Timna) sitúa las identificaciones de las anteriores listas fuera de toda duda.
Sin embargo, la conexión propuesta entre israelitas y Shasu está menoscabada por el hecho de que en los bajorrelieves de época de Merenptah, los israelitas no son descritos ni representados como Shasu. Esto ha orientado a otros eruditos, como Franco J. Yurco y Michael G. Hasel, a identificar a los Shasu en los bajorrelieves de Merenptah, en Karnak, como individuos distintos de los Israelitas, ya que ellos llevan ropas y peinados diferentes, y son denominados de forma distinta por los escribas egipcios. Además, la palabra Israelita determina a personas, o a un grupo socio-étnico, y la designación más frecuente para los "enemigos Shasu" es el determinativo de colina-país; así son diferenciados de los cananeos, que albergan las ciudades fortificadas de Ashkelon, Gezer, y Yenoam.
En una guerra posterior, Sety I penetró en los territorios ocupados por entonces por los hititas y consiguió reconquistar Qadesh lo que animó a Amurru a desertar a las filas egipcias. El resultado fue una guerra con los hititas durante la que ambos estados vasallos se perdieron de nuevo, seguido de un período de paz vigilada. Sety I fue también el primer faraón que tuvo que enfrentarse a incursiones de tribus libias a lo largo de la frontera oeste del delta. Estas tribus, que al parecer habrían sido motivadas principalmente por la hambruna, continuarían causando problemas a lo largo de lo que quedaba del Imperio Nuevo, pero se sabe de un primer intento de asentarse en Egipto, que no fuese el hecho de que la campaña de Sety I contra ellos tuvo lugar probablemente antes de su confrontación con los hititas.
Los relieves del muro exterior norte de la Gran Sala Hipóstila que documentan las campañas libias y sirias, muestran un estilo más realista que, quitando algunos precursores de los tiempos de Tutmosis IV y Amenhotep III, estaba claramente influenciado por el realismo del estilo amarniense. Más que las tradicionales escenas en las que se aniquilaba al enemigo con su fuerte contenido simbólico, estos relieves bélicos daban la sensación de estar visionando un hecho histórico y real.
Un importante rol lo juega en estos relieves un “maestro de ceremonias y portador del abanico” llamado Mehy (abreviatura de Amenemheb, Horemheb, u otro nombre parecido) que acompaña a Sety I en diversas escenas. Es improbable que este individuo fuese algo más que un simple militar de confianza que quizás dirigió algunas de las campañas en lugar del propio faraón, pero el sucesor de Sety I, Ramsés II (1.279-1.213 A.C.), ansioso por acentuar su propio papel en el campo de batalla durante el reinado de su padre, hizo borrar el nombre e imágenes de Mehy y en algunos casos los mandó sustituir por los suyos como príncipe coronado.
RAMESES II
Desgraciadamente se desconoce durante cuánto tiempo Sety I ocupó el Trono. El año de reinado más alto documentado es el 11, pero pudo haber reinado algunos años más. Hacia finales de su reinado – no se sabe exactamente cuándo – nombró a su hijo y heredero corregente cuando todavía era “un niño en sus brazos”. Las fuentes de esta corregencia todas datan del reinado de Ramsés II en solitario, sin embargo, él bien pudo haber exagerado su duración y su importancia. No obstante es muy significativo que Ramsés II recibiese su dignidad real de esta forma. Si bien era ciertamente hijo de Sety I, es casi seguro que nació durante el reinado de Horemheb, antes que su abuelo ascendiese al trono, y en una época en la que tanto Ramsés I como Sety I eran simples oficiales, hecho que más adelante sería enfatizado más que disfrazado por el propio Ramsés II de forma muy parecida a como Horemheb lo había hecho en su "Texto de la Coronación".
Aunque su padre era obviamente rey cuando Ramsés II fue coronado como corregente, su elección se asemeja a la de Horemheb. Está claro que la sucesión por parte del príncipe heredero no suponía una conclusión irreversible, y se mantendría asegurada mientras viviese el padre. Sólo más adelante, cuando Ramsés II gobernase en solitario, volvería al viejo “mito del nacimiento del faraón divino” que habría legitimado a los gobernantes de la Dinastía XVIII.
Muy a principios de su reinado, probablemente aún como corregente de su padre, fue a su primera campaña militar, un incidente limitado encaminado a sofocar una rebelión en Nubia. Los relieves en un pequeño templo cavado en roca en Beit el-Wali conmemorando el hecho muestra al joven faraón en compañía de dos de sus hijos, el príncipe heredero, Amunherwenemef, y el cuarto hijo de Ramsés, Khaemwaset, quienes, aunque se muestran orgullosamente erguidos en sus carros de combate, tienen que haber sido, por entonces, meros mozuelos.
A través de todo el Período Ramésida, los príncipes reales, que durante la Dinastía XVIII sólo habían sido representados ocasionalmente en la tumba de sus cuidadores y profesores, aparecía de forma prominente en los monumentos reales de su padre, quizás con objeto de enfatizar que la realeza de la nueva dinastía era, de nuevo, auténtica y hereditaria. Casi sin excepción alguna, todos los príncipes herederos ramésidas ostentaban el título – honorífico o real – de Comandante en Jefe del Ejército, combinación que aparece por vez primera en el caso de Horemheb, el fundador de la dinastía.
En su cuarto año de reinado, Ramsés II montó su primera gran campaña en Siria con lo que, una vez más, Amurru volvió al redil egipcio. Esto, por otra parte, no iba a durar mucho, ya que el soberano hitita Muwatalli decidió reconquistar de inmediato Amurrio e intentar prevenir futuras pérdidas de territorio en favor de los egipcios. El resultado fue que en el siguiente año, Ramsés II, de nuevo, pasó la fortaleza fronteriza de Sile, esta vez para declarar abiertamente la guerra a su rival. La Batalla de Qadesh que le siguió constituye uno de los famosos conflictos armados de la Antigüedad; quizás no tanto porque fuese significativamente diferente de otras anteriores, sino porque Ramsés II, aunque no consiguiese conseguir sus objetivos, la presentó, a su vuelta a casa, como una enorme victoria, descrita en grandes y largas composiciones, que, en una campaña propagandística sin precedentes, mandaría esculpir en los muros de todos los grandes templos.
La realidad es que a Ramsés II se le hizo creer erróneamente que el soberano hitita se encontraba en el extremo norte, en Tunip, demasiado asustado para enfrentarse a los egipcios cuando de hecho estaba muy cerca, al otro lado de Qadesh. Así pues, Rameses hizo una rápida aproximación a Qadesh con sólo una división de las cuatro e inmediatamente fue obligado a enfrentarse al imponente ejército que el rey hitita había pertrechado contra él. Muwatalli, primero destruyó la segunda división egipcia que ya avanzaba para unirse a la primera, y luego se dio la vuelta para aplastar a Ramsés y a sus tropas.
En una posterior descripción de la batalla, Ramsés nos cuenta que este fue su verdadero momento de gloria ya que, cuando incluso los más allegados ayudantes se disponían a desertar, invocó a su padre Amón para que le salvara, y, entonces, casi completamente solo, consiguió poner en fuga a los atacantes hititas. Pero he aquí que Amón, oyendo sus plegarias, rescató al faraón haciendo que fuerzas egipcias de ayuda, procedentes del litoral de Amurru, apareciesen justo en el momento crítico. Estas fuerzas, entonces, junto a las de Ramsés, atacaron la retaguardia de los hititas, diezmando de forma considerable los carros de combates del enemigo y haciendo huir al resto de tropas, de las que muchas acabaron el río Orontes.
Con la llegada de la tercera división, cuando el combate había casi concluido, a la que siguió la cuarta, ya en el ocaso del día, los egipcios pudieron reagrupar sus fuerzas y se encontraban en disposición de enfrentarse al enemigo a la mañana siguiente. Pero, a pesar de que los carros de combate de los egipcios superaban numéricamente a los de los hititas, el formidable ejército de Muwatalli, pudo mantener posiciones y la batalla acabó en tablas. Ramsés II rechazó una oferta de paz de los hititas, pero finalmente se acordó una tregua.
Los egipcios regresaron a casa con muchos prisioneros de guerra y un buen botín, pero sin haber logrado su objetivo. En años posteriores se sucederían con éxito otras confrontaciones en Siria-Palestina pero en todas las ocasiones los estados vasallos conquistados volvería de nuevo al redil hitita una vez que los ejércitos egipcios regresaban a su patria, así que los egipcios no llegarían nunca a recuperar Qadesh y Amurru.
En el año 16 del reinado de Ramsés II, el joven hijo de Muwatalli, Urhi-Teshub, que habría sucedido a su padre con el nombre de Mursili III, fue depuesto por su tío Hattusili III y, dos años después, después de vanos intentos por recuperar el Trono con la ayuda, primero de los babilonios, y después con la de los asirios, finalmente refugiaría en Egipto. Hattusili exigió, de inmediato, su extradición, que fu rechazada, con lo que el soberano hitita estaba dispuesto a hacer, de nuevo, la guerra a Egipto. Entretanto, sin embargo, los asirios habían conquistado Hanigalbat, un antiguo estado vasallo que habría recientemente desertado al campo hitita, y ahora amenazaban Carchemish y al propio imperio hitita. Frente a esta amenazante situación, Hattusili no tuvo otra opción que iniciar unas negociaciones de paz con Egipto que redundaría en un tratado formal en el año de reinado 21.
Aunque los egipcios tuvieron que aceptar la pérdida de Qadesh y Amurru, la paz trajo un nuevo período de estabilidad en el frente norte y con las fronteras abiertas al Éufrates, al Mar Negro y al Egeo oriental, el comercio internacional pronto floreció como no lo había hecho desde los tiempos de Amenhotep III. También significó que Rameses II pudo ahora concentrarse en la frontera occidental, bajo continua presión de los invasores libios; principalmente en la franja del Delta donde Ramsés construyó toda una serie de fortificaciones. En el año 34 los lazos con los hititas se fortificaron aún más con el matrimonio de Ramsés II con la hija de Hattusili que sería recibida con toda pompa y boato con el nombre egipcio de Neferura-que-está-agradecida-a Horus (es decir, al faraón).
Esta princesa hitita era sólo una de las siete mujeres que gozaban del estatus de “Gran Esposa Real” durante el muy largo reinado de sesenta y siete años del faraón Ramsés II. Cuando fue nombrado corregente de su padre se le obsequió con un harem repleto de bellísimas mujeres, pero, aparte, tenía dos esposas destacadas, Nefertari y Isetnefret, que le darían, ambas, varios niños y niñas. Nefertari fue Gran Esposa Real hasta su muerte hacia el año 25, cuando el título pasaría a Isetnefret que según parece habría fallecido no mucho antes de la llegada de la princesa hitita. Cuatro hijas de Ramsés también gozaron del título: Henutmira – durante mucho tiempo considerada su hermana más que hija suya -, Bintanat, Merytamun, y Nebettawy.
Éstas eran las más ensalzadas entre las hijas del soberano, de las que había, al menos, cuarenta además de unos cuarenta y cinco hijos. Muchos de ellos aparecen desplegados en largas procesiones sobre los muros de los grandes templos construidos por su padre, que llegaría a sobrevivir a varios de sus hijos. Todos ellos serían enterrados, uno tras otro, en una tumba gigante en el Valle de los Reyes (KV5), descubierta hace relativamente poco tiempo. La tumba se asemeja a la red de galerías subterráneas que Ramsés empezaría a construir en Saqqara para el enterramiento de los toros sagrados Apis del Dios Ptah, que hasta entonces se venían colocando en tumbas separadas.
Durante sus largos años en el Trono, Ramsés II llevó a cabo un vasto programa de construcción. Empezó añadiendo un gran patio peristilo y un pilono al templo de Amón en Karnak, construido por Amenhotep III y terminado por los últimos faraones de la Dinastía XVIII. El patio se planificó con un ángulo diferente al del resto del templo, muy probablemente con la intención de que crear una línea recta que atravezase el río hasta el propio emplazamiento del templo mortuorio del soberano, el "Rameseum", muy en la línea de lo que su padre había hecho en la Gran Sala Hipóstila, en Karnak, y en el templo de Abd el-Qurna, en el margen oeste del río. Ramsés también edificó un templo en honor a Osiris en Abydos, de menor tamaño que el de su padre, pero igual de bello.
Durante el resto de su reinado, fue gradualmente llenando su reino con sus templos y estatuas, en muchos casos usurpando los de soberanos que le precedieron; es difícil encontrar en todo Egipto un yacimiento en el que sus cartuchos no aparezcan en sus monumentos. Es particularmente impresionante la sorprendente serie de ocho templos cavados en roca en la Baja Nubia, incluyendo dos en Abu Simbel, que habrían sido construidos en su mayoría con mano de obra procedente de tribus locales, como se demuestra en el caso de Wadi es-Sebua, levantado para el faraón por Setau, virrey de Nubia, después de una razzia en el año 44.
Nota ex profeso
Una "razia" o "razzia" (del francés "razzia", con el significado de «incursión», y éste del árabe argelino "gazw" (غزو), que significa "algara" y del que procede la antigua palabra castellana "algazúa"), es un término usado para referirse a un ataque sorpresa contra un asentamiento enemigo, íntimamente asociado a la Yihad, que han practicado diversos grupos musulmanes.
Aunque principalmente buscaba la obtención de botín, históricamente los objetivos de una "razia" han sido diversos: la captura de esclavos, la limpieza étnica o religiosa, la expansión del territorio musulmán, y la intimidación del enemigo. El término probablemente proviene de la cuarta dinastía irania (226-651) y valorada por la Arabia de la época del profeta Mahoma. Una de las "razias" más representativas, por su significado simbólico, fue el saqueo de Roma en 410 por el rey visigodo Alarico I, cuya repercusión resonó en futuras invasiones masivas las décadas siguientes.
Con el tiempo, su significado se ha extendido también a otras actividades que guardan ciertas similitudes con estos ataques, como las redadas de la policía o ciertas incursiones violentas realizadas por grupos organizados o paramilitares, como las realizadas a favelas brasileñas o a campos de refugiados durante las guerras en África central. Actualmente, en el idioma turco, el término significa «veterano de guerra».
Entre los centenares de estatuas de deidades y reyes que usurpó Ramsés II, las levantadas por Amenhotep III, último faraón antes del Período Amarna, eran particularmente favoritas, como lo fueron las levantadas por los soberanos de la Dinastía XII, los grandes gobernantes del período clásico de la Historia Egipcia que servirían de modelo para el nuevo Egipto que se estaba remodelando, después de la radical ruptura con la tradición que constituyó el Período Amarna.
La misma reflexión sobre un pasado grandioso es también evidente por el renovado interés en los escritores clásicos de los imperios Antiguo y Medio; especialmente las “enseñanzas” e “instrucciones” de las viejas epopeyas, tales como Ptahhotep y Kagemni, y las descripciones de caos, como las de Neferti y Ipuwer. Fue, quizás, porque los escribas ramésidas pensaban que estas antiguas obras literarias eran inigualables, y menos aún superables, por la literatura contemporánea - como es el caso de los poemas de amor, y los cuentos folclóricos e historias míticas que brotaban como fuente inspiradora de la tradición oral - que no se escribía en egipcio clásico, sino en lengua moderna introducida por vez primera por Akenatón.
Ramsés II fue también el soberano que extendió la ciudad de Avaris y la hizo su gran residencia del Delta llamada Piramesse (“Hogar de Ramsés”), la Raamses de tradición bíblica. Su localización ha sido siempre motivo de disputa, si bien ahora se ha establecido más allá de cualquier duda razonable que hay que identificarla con los extensos restos de Tell el-Dab’a y Qantir, en el Delta Oriental. La ciudad, estratégicamente situada cerca del camino que conducía a la fortaleza fronteriza de Sile y a las provincias de Palestina y Siria, y también junto a la laguna regada por el largo brazo pelusíaco del Nilo, pronto se convertiría en el centro de comercio Internacional más importante, y base militar del país.
La influencia asiática en la zona siempre había sido muy intensa, pero ahora muchas de las deidades extranjeras tales como Ba’al, Reshep, Hauron, Anat, y Astarte - por nombrar sólo unas cuantas - se adoraban en Piramesse. En la ciudad vivían muchos extranjeros algunos de los cuales alcanzarían puestos como funcionarios de alto rango. Uno de los puestos con más frecuencia ocupados por extranjeros era el de “Mayordomo real”, un alto cargo ejecutivo, fuera de la jerarquía burocrática normal, cuyo titular habría sido encomendado por el faraón para una misión real especial.
Como resultado del tratado de paz con los hititas, se empleaban a artesanos especialistas enviados por el antiguo enemigo de Egipto para trabajar en los talleres de la armería de Piramesse a fin de adiestrar a los egipcios en la tecnología de nuevas armas, incluyendo la fabricación de los muy cotizados escudos hititas. De hecho, en estas fechas, el ejército egipcio contaba entre sus filas con muchos extranjeros que llegaron a Egipto como prisioneros de guerra egipcios y se habrían incorporado a las fuerzas de combate del país.
Muchos de los altos caros de Ramsés II vivían y trabajaban en Piramesse, pero parece ser muchos de ellos serían enterrados en otros lugares, en particular en la necrópolis de Menfis. Unas treinta y cinco tumbas del Período Ramésida se llevan escavadas allí, algunas de gran tamaño. Estas tumbas siguieron tomando la forma de un templo egipcio, si bien en comparación con las tumbas de finales de la Dinastía XVIII, la calidad del trabajo habría disminuido. En las primeras tumbas se empleó una sólida mampostería de adobe con un revestimiento de caliza fijado a sus caras interiores, pero ahora los muros consistían, en su totalidad, de una doble fila de ortostatos (monolitos dispuestos verticalmente) con el espacio que los separa relleno de escombros, e idéntica técnica se utilizó para los pilonos y las pirámides.
Además, la calidad de la propia caliza no era con frecuencia muy buena y, en vez de hacer que los bloques encajasen cuidadosamente unos contra otros se era especialmente generoso con la argamasa para rellenar las uniones. Ni tampoco los relieves tallados en ellos son comparables con los de viejas tumbas del cementerio. El declive general de la calidad de la mano de obra se puede apreciar por todo el país; incluso en los templos del propio faraón; de las dos principales técnicas para la talla de relieves, la más superior, pero que consume más tiempo y la más cara, es el “altorrelieve”, que prácticamente desapareció después del primer año de reinado a favor del más común “relieve hundido” o intaglio. En general, los monumentos de Ramsés II impresionan más por su tamaño que por su delicadeza y perfección.
Ramsés II fue el primer faraón desde Amenhotep III que celebró más de un Festival-sed. El primero tuvo lugar en el año 30, al que seguirían otros trece; al principio, en intervalos más o menos regulares de tres años, y después, hacia finales de su larga vida, anualmente. Amenhotep III habría sido deificado durante su tercer jubileo, pero en este aspecto, Ramsés fue menos paciente que su gran predecesor ya que se habla de una colosal estatua que se estaba tallando a la que se le había dado el apelativo de “Ramsés, el Dios”. En todos los grandes templos se levantaron estatuas colosales con similares epítetos frente a los pilonos y puertas de entrada que serían objetos de culto regular así como y de adoración pública por los habitantes del lugar donde se erigían. Dentro de los templos, “Ramsés, el Dios” disponía de su propia imagen de culto y barca procesional junto a las otras deidades para las que aquellos estaban dedicados; los relieves, con frecuencia muestran a Ramsés II haciendo ofrendas a su propio deificado Yo.
Entre los numerosos hijos del soberano que ocupaban alto cargos, cabe destacar al segundo hijo de la Reina Isetnefret, Khaemwaset. Era el Sumo Sacerdote de Ptah en Menfis y s ganó una reputación como erudito y mago que perduraría hasta los tiempos romanos. Ningún otro hijo de Ramsés II dejó tantos monumentos, y muchos de ellos iban inscritos con textos de enseñanza, a veces arcaicos. Aunque, como se ha visto, el reinado de Ramsés II vivió un marcado resurgir de las tradiciones clásicas, Khaemwaset claramente hubo de tener un especial interés en el glorioso pasado de Egipto ya que también se responsabilizó de restaurar varias pirámides de faraones del Imperio Antiguo en la necrópolis menfita, y en algunos de sus monumentos procuró imitar el estilo de los relieves de las tumbas del Imperio Antiguo.
Como Sumo Sacerdote de Ptah, uno de sus cometidos consistía en supervisar el enterramiento del toro sagrado Apis y se debe a Khaemwaset las primeras galerías del Serapeum más que las tumbas individuales. También viajó a lo largo y ancho del país para anunciar los cinco primeros festivales-sed que tradicionalmente se proclamaban desde Menfis. Para el año 52 del reinado de su padre, Khaemwaset era el mayor de sus hijos vivos por lo que se convertiría en Príncipe Heredero, pero, por entonces, debería ser ya sexagenario por lo que fallecería unos años más tarde, alrededor del año 55. Es casi seguro que sería enterrado en la necrópolis de Menfis y no en la principesca galería de la tumba del Valle de los Reyes (KV5); pero si realmente, como muchos creen, fue enterrado en el Serapeum, hay menos certeza.
Después de la muerte de Khaemwaset, Ramsés II aún viviría otros doce años más hasta que finalmente falleció en el año 67 de su reinado, el más largo desde Pepy I (2.321-2.287 A.C.) de la Dinastía VI. Durante los últimos años de su reinado se habría convertido en una leyenda viviente siendo muy admirado – y muy envidiado – por sus sucesores. Su recuerdo permanecería vivo en posteriores tradiciones, tanto por su propio nombre como por el de Sesostris; en realidad el nombre de varios soberanos del Imperio Medio cuyos monumentos habrían sido tan ávidamente usurpados por él. Sus doce hijos mayores habían fallecido antes que él, y sería Merenptah (1.213-1.203 A.C.), cuarto hijo de Isetnefret, y Príncipe Heredero desde la muerte de Khaemwaset, quien eventualmente le sucedería.
Y terminamos aquí este 4º apartado del Capítulo 10º con la relevante figura de Ramsés II y su largo reinado sólo superado, como ya se ha dicho, por el de Pepy I (2.321-2.287 A.C.) de la Dinastía VI.
Con la siguiente “Hoja Suelta”, dedicada a sus sucesores y a la Dinastía 20 – aún bajo la erudita batuta del Profesor Jacobus Van Dijk – nos adentraremos en las etapas finales del Imperio Nuevo, preludio de los albores de un nuevo Período Intermedio: el Tercero.
En Benalmádena, a 10 de enero de 2011
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