lunes, 6 de diciembre de 2010

El Período Amarna y el Tardío Imperio Nuevo (c.1.352-1.069 A.C.) 4/6.- Ramsés I. Sety I. Ramsés II.

Líderes y Gobernantes del Antiguo Egipto. Lista de Reyes. Abydos, Dinastía XIX, hacia 1.250 A.C. Altura:135 cm; Longitud:370 cm. (Pinchar y Ampliar)

This list of kings is painted on the wall of King Ramesses II's temple at Abydos. It records Ramesses giving presents (called 'offerings') to the spirits of earlier kings. Can you see the royal names? They are the ones that are written in cartouches - that means the hieroglyphs have an oval circle around them.
However, the list is not really a reliable way to find out about Egyptian history. It only includes Ramesses' favourite kings, and leaves out kings who later fell out of favour, such as Tutankhamun
. (Base de Datos del Museo Británico)

RAMSÉS I

El principio para la elección de un heredero plebeyo lo adoptaron Horemheb y los primeros soberanos ramésidas, siendo el primero elegido por Horemheb como príncipe regente, con carácter vitalicio, y con los mismos títulos que él mismo había ostentado bajo Tutankamón. Este individuo, Paramessu, actuó como visir suyo a la vez que ostentaba otros títulos militares, incluyendo el de Jefe de la fortaleza de Sile, un importante baluarte situado en el camino que conecta el Delta egipcio con Siria-Palestina. El rol asignado a Paramessu revela, una vez más, la preocupación por la situación militar en los territorios al norte de Egipto.

La familia de Paramessu era originaria de la ciudad de Avaris, antigua capital de los Hyksos, y el rol de su dios local Seth, que habría conservado fuertes relaciones con el dios cananeo Ba’al, parece que habría sido comparable al de Horus de Hutnesu en la carrera militar de Horemheb. Visto esto, es interesante observar cómo Horemheb ordenó levantar un templo a Seth en Avaris. La familia real ramésida consideraba al dios Seth como su antepasado real, y un obelisco recientemente descubierto en el fondo del mar, frente a Alejandría, pero originalmente procedente de Heliópolis, nos muestra a Sety I, con forma de esfinge y cabeza del animal Seth, haciendo ofrendas a Ra-Atum.

Cuando Horemheb falleció, aparentemente sin descendencia, Paramessu le sucedió como Ramsés I (1.295-1.294 A.C.). Con él comienza así una nueva dinastía, la XIX, aunque parece haber alguna evidencia que sugiere que los faraones ramésidas consideraron siempre a Horemheb como su fundador. Ramsés I debería ser ya mayor cuando ascendió al trono ya que su hijo, y probablemente también su nieto, habían nacido antes de su ascensión.

Durante su corto reinado – escasamente un año – e incluso antes, su hijo Sety fue nombrado visir y jefe de Sile, pero también ostentaba una serie de títulos sacerdotales que le ligaban con varios dioses adorados en el Delta, incluyendo el de Gran Sacerdote de Seth. Horemheb, en su "Texto de la Coronación", habría señalado que él había dotado los templos recientemente reabiertos de nuevos sacerdotes escogidos “de entre la cumbre militar”, dándoles tierras de cultivo y ganado. Por otros documentos, se sabe también que a los soldados retirados se les solía encomendar tareas sacerdotales, y se les recompensaba con algunos terrenos en sus ciudades de origen, por lo que puede que tampoco Sety I fuese particularmente joven cuando su padre subió al trono.

SETY I Y LA “RESTAURACIÓN”

A Sety se le debe acreditar el volumen de restauración de los templos tradicionales, continuando y sobrepasando así los esfuerzos de sus predecesores. Por todas partes se restauraron las inscripciones de faraones pre-amarnienses y se volvieron a tallar las representaciones de Amón que habrían sido arrancadas por Akenatón. También llegó a embarcarse en un ambicioso proyecto de construcción propio. Prácticamente en todo el país, y en particular en los grandes centros religiosos de Tebas, Abydos, Menfis, y Heliópolis, se levantaron nuevos templos o se ampliaron los existentes. Entre estos últimos estaba el templo a Seth de Avaris, ciudad que pronto se convertiría en la nueva residencia del Delta de los soberanos ramésidas.

En Karnak, Sety prosiguió con la construcción de la Gran Sala Hipóstila que iniciase Horemheb, que fue conectada con su propio templo mortuorio de Abd-el-Qurna, justo al otro lado de Karnak, en el margen oeste de El Nilo. Junto al templo de Hatshepsut en Deir el-Bahri que él restauró, estos edificios proporcionaban un escenario espléndido para la importante y bella Fiesta del Valle que se celebraba cada año durante la cual el dios Amón de Karnak visitaba a los dioses del margen izquierdo del río y el pueblo se acercaba a las tumbas de sus familiares fallecidos para comer, beber y disfrutar en su compañía.

En Abydos, Sety I construyó un majestuoso templo cenotafio para el dios Osiris, siguiendo los ejemplos del Imperio Medio y principios de la Dinastía XVIII. La famosa Lista de Reyes de este templo, un listado de los ancestros reales que participaron en el culto de ofrendas a Osiris proporciona la primera evidencia de que el episodio de Amarna estaba para entonces completamente eliminado de los registros oficiales. En la lista a Amenhotep III le sigue inmediatamente Horemheb, y otras fuentes indican que los años de reinado de los faraones desde Akenatón a Ay fueron añadidos a los de Horemheb.

El programa de construcción de Sety I se hizo posible reabriendo algunas canteras y minas - incluyendo las del Sinaí - y también porque, al igual que sus predecesores, el faraón invadió Nubia para obtener así cautivos que serían eventualmente utilizados como mano de obra barata. La seguridad fue otra de las razones de las campañas nubias, ya que la financiación de sus proyectos de construcción procedían de la explotación de las minas de oro, tanto del lugar como del Desierto Oriental. Estas últimas, en particular, se trabajaban en nombre del Gran Templo a Osiris de Sety I, en Abydos; en su año 9 de reinado, la carretera que daba acceso a ellas disponía de un lugar de descanso, un pozo recién cavado, y un pequeño templo. En Nubia hubo un intento fallido de excavar un nuevo pozo con objeto de hacer más accesibles las minas más rentables en lugares lejanos.

Otros recursos procedían previamente de los territorios egipcios en Palestina y Siria, y ahora era esencial reafirmar la autoridad sobre dichas tierras. Sety I comenzó su año 1 de reinado con una campaña a pequeña escala contra los shasus en el sur de Palestina, a la que pronto siguieron otras expediciones militares más al norte.

Nota ex profeso

Shasu es la palabra egipcia para designar a los nómadas que surgieron en Oriente Medio, del siglo XV a. C. al Tercer Periodo Intermedio. El nombre evolucionó de una transcripción de la palabra egipcia š3 su, el término para designar a los beduinos vagabundos.

Esta palabra tiene su origen en una lista de personas de Transjordania, del siglo XV a. C., describiendo uno de los territorios de los Shasu como "Yhw en la tierra de los Shasu". De esta evidencia, algunos eruditos, como Donald B. Redford y William G. Dever, concluyen que las personas que posteriormente serían los "Israelitas" fueron registradas en la Estela de Merenptah (o Estela de Israel), quienes fundaron el reino de Israel eran, originalmente, una tribu Shasu.

Las listas de Soleb y Amará (en Nubia), datadas al final del siglo XV a. C. (Dinastía XVII y XVIII) sugieren que una concentración original de asentamientos Shasu estaba situada en el sur de Transjordania, en las llanuras de Moab y el norte de Edom, donde un grupo de seis nombres son identificados como la tierra de los Shasu y entre ellos se incluyen Se'ir (Edom), Labán (posiblemente Libona, al sur de Amán), Sam'ath (simetitas, un clan de los kenitas: 1 Crón. 2:55), Wrbr (probablemente el Uadi Hasa), Yhw, y Pysps. En otros textos de la Dinastía XIX y XX, el vínculo constante de los Shasu con lugares de Edom y el Arabá (Timna) sitúa las identificaciones de las anteriores listas fuera de toda duda.

Sin embargo, la conexión propuesta entre israelitas y Shasu está menoscabada por el hecho de que en los bajorrelieves de época de Merenptah, los israelitas no son descritos ni representados como Shasu. Esto ha orientado a otros eruditos, como Franco J. Yurco y Michael G. Hasel, a identificar a los Shasu en los bajorrelieves de Merenptah, en Karnak, como individuos distintos de los Israelitas, ya que ellos llevan ropas y peinados diferentes, y son denominados de forma distinta por los escribas egipcios. Además, la palabra Israelita determina a personas, o a un grupo socio-étnico, y la designación más frecuente para los "enemigos Shasu" es el determinativo de colina-país; así son diferenciados de los cananeos, que albergan las ciudades fortificadas de Ashkelon, Gezer, y Yenoam.

En una guerra posterior, Sety I penetró en los territorios ocupados por entonces por los hititas y consiguió reconquistar Qadesh lo que animó a Amurru a desertar a las filas egipcias. El resultado fue una guerra con los hititas durante la que ambos estados vasallos se perdieron de nuevo, seguido de un período de paz vigilada. Sety I fue también el primer faraón que tuvo que enfrentarse a incursiones de tribus libias a lo largo de la frontera oeste del delta. Estas tribus, que al parecer habrían sido motivadas principalmente por la hambruna, continuarían causando problemas a lo largo de lo que quedaba del Imperio Nuevo, pero se sabe de un primer intento de asentarse en Egipto, que no fuese el hecho de que la campaña de Sety I contra ellos tuvo lugar probablemente antes de su confrontación con los hititas.

Los relieves del muro exterior norte de la Gran Sala Hipóstila que documentan las campañas libias y sirias, muestran un estilo más realista que, quitando algunos precursores de los tiempos de Tutmosis IV y Amenhotep III, estaba claramente influenciado por el realismo del estilo amarniense. Más que las tradicionales escenas en las que se aniquilaba al enemigo con su fuerte contenido simbólico, estos relieves bélicos daban la sensación de estar visionando un hecho histórico y real.

Un importante rol lo juega en estos relieves un “maestro de ceremonias y portador del abanico” llamado Mehy (abreviatura de Amenemheb, Horemheb, u otro nombre parecido) que acompaña a Sety I en diversas escenas. Es improbable que este individuo fuese algo más que un simple militar de confianza que quizás dirigió algunas de las campañas en lugar del propio faraón, pero el sucesor de Sety I, Ramsés II (1.279-1.213 A.C.), ansioso por acentuar su propio papel en el campo de batalla durante el reinado de su padre, hizo borrar el nombre e imágenes de Mehy y en algunos casos los mandó sustituir por los suyos como príncipe coronado.

RAMESES II

Desgraciadamente se desconoce durante cuánto tiempo Sety I ocupó el Trono. El año de reinado más alto documentado es el 11, pero pudo haber reinado algunos años más. Hacia finales de su reinado – no se sabe exactamente cuándo – nombró a su hijo y heredero corregente cuando todavía era “un niño en sus brazos”. Las fuentes de esta corregencia todas datan del reinado de Ramsés II en solitario, sin embargo, él bien pudo haber exagerado su duración y su importancia. No obstante es muy significativo que Ramsés II recibiese su dignidad real de esta forma. Si bien era ciertamente hijo de Sety I, es casi seguro que nació durante el reinado de Horemheb, antes que su abuelo ascendiese al trono, y en una época en la que tanto Ramsés I como Sety I eran simples oficiales, hecho que más adelante sería enfatizado más que disfrazado por el propio Ramsés II de forma muy parecida a como Horemheb lo había hecho en su "Texto de la Coronación".

Aunque su padre era obviamente rey cuando Ramsés II fue coronado como corregente, su elección se asemeja a la de Horemheb. Está claro que la sucesión por parte del príncipe heredero no suponía una conclusión irreversible, y se mantendría asegurada mientras viviese el padre. Sólo más adelante, cuando Ramsés II gobernase en solitario, volvería al viejo “mito del nacimiento del faraón divino” que habría legitimado a los gobernantes de la Dinastía XVIII.

Muy a principios de su reinado, probablemente aún como corregente de su padre, fue a su primera campaña militar, un incidente limitado encaminado a sofocar una rebelión en Nubia. Los relieves en un pequeño templo cavado en roca en Beit el-Wali conmemorando el hecho muestra al joven faraón en compañía de dos de sus hijos, el príncipe heredero, Amunherwenemef, y el cuarto hijo de Ramsés, Khaemwaset, quienes, aunque se muestran orgullosamente erguidos en sus carros de combate, tienen que haber sido, por entonces, meros mozuelos.

A través de todo el Período Ramésida, los príncipes reales, que durante la Dinastía XVIII sólo habían sido representados ocasionalmente en la tumba de sus cuidadores y profesores, aparecía de forma prominente en los monumentos reales de su padre, quizás con objeto de enfatizar que la realeza de la nueva dinastía era, de nuevo, auténtica y hereditaria. Casi sin excepción alguna, todos los príncipes herederos ramésidas ostentaban el título – honorífico o real – de Comandante en Jefe del Ejército, combinación que aparece por vez primera en el caso de Horemheb, el fundador de la dinastía.

En su cuarto año de reinado, Ramsés II montó su primera gran campaña en Siria con lo que, una vez más, Amurru volvió al redil egipcio. Esto, por otra parte, no iba a durar mucho, ya que el soberano hitita Muwatalli decidió reconquistar de inmediato Amurrio e intentar prevenir futuras pérdidas de territorio en favor de los egipcios. El resultado fue que en el siguiente año, Ramsés II, de nuevo, pasó la fortaleza fronteriza de Sile, esta vez para declarar abiertamente la guerra a su rival. La Batalla de Qadesh que le siguió constituye uno de los famosos conflictos armados de la Antigüedad; quizás no tanto porque fuese significativamente diferente de otras anteriores, sino porque Ramsés II, aunque no consiguiese conseguir sus objetivos, la presentó, a su vuelta a casa, como una enorme victoria, descrita en grandes y largas composiciones, que, en una campaña propagandística sin precedentes, mandaría esculpir en los muros de todos los grandes templos.

La realidad es que a Ramsés II se le hizo creer erróneamente que el soberano hitita se encontraba en el extremo norte, en Tunip, demasiado asustado para enfrentarse a los egipcios cuando de hecho estaba muy cerca, al otro lado de Qadesh. Así pues, Rameses hizo una rápida aproximación a Qadesh con sólo una división de las cuatro e inmediatamente fue obligado a enfrentarse al imponente ejército que el rey hitita había pertrechado contra él. Muwatalli, primero destruyó la segunda división egipcia que ya avanzaba para unirse a la primera, y luego se dio la vuelta para aplastar a Ramsés y a sus tropas.

En una posterior descripción de la batalla, Ramsés nos cuenta que este fue su verdadero momento de gloria ya que, cuando incluso los más allegados ayudantes se disponían a desertar, invocó a su padre Amón para que le salvara, y, entonces, casi completamente solo, consiguió poner en fuga a los atacantes hititas. Pero he aquí que Amón, oyendo sus plegarias, rescató al faraón haciendo que fuerzas egipcias de ayuda, procedentes del litoral de Amurru, apareciesen justo en el momento crítico. Estas fuerzas, entonces, junto a las de Ramsés, atacaron la retaguardia de los hititas, diezmando de forma considerable los carros de combates del enemigo y haciendo huir al resto de tropas, de las que muchas acabaron el río Orontes.

Con la llegada de la tercera división, cuando el combate había casi concluido, a la que siguió la cuarta, ya en el ocaso del día, los egipcios pudieron reagrupar sus fuerzas y se encontraban en disposición de enfrentarse al enemigo a la mañana siguiente. Pero, a pesar de que los carros de combate de los egipcios superaban numéricamente a los de los hititas, el formidable ejército de Muwatalli, pudo mantener posiciones y la batalla acabó en tablas. Ramsés II rechazó una oferta de paz de los hititas, pero finalmente se acordó una tregua.

Los egipcios regresaron a casa con muchos prisioneros de guerra y un buen botín, pero sin haber logrado su objetivo. En años posteriores se sucederían con éxito otras confrontaciones en Siria-Palestina pero en todas las ocasiones los estados vasallos conquistados volvería de nuevo al redil hitita una vez que los ejércitos egipcios regresaban a su patria, así que los egipcios no llegarían nunca a recuperar Qadesh y Amurru.

En el año 16 del reinado de Ramsés II, el joven hijo de Muwatalli, Urhi-Teshub, que habría sucedido a su padre con el nombre de Mursili III, fue depuesto por su tío Hattusili III y, dos años después, después de vanos intentos por recuperar el Trono con la ayuda, primero de los babilonios, y después con la de los asirios, finalmente refugiaría en Egipto. Hattusili exigió, de inmediato, su extradición, que fu rechazada, con lo que el soberano hitita estaba dispuesto a hacer, de nuevo, la guerra a Egipto. Entretanto, sin embargo, los asirios habían conquistado Hanigalbat, un antiguo estado vasallo que habría recientemente desertado al campo hitita, y ahora amenazaban Carchemish y al propio imperio hitita. Frente a esta amenazante situación, Hattusili no tuvo otra opción que iniciar unas negociaciones de paz con Egipto que redundaría en un tratado formal en el año de reinado 21.

Aunque los egipcios tuvieron que aceptar la pérdida de Qadesh y Amurru, la paz trajo un nuevo período de estabilidad en el frente norte y con las fronteras abiertas al Éufrates, al Mar Negro y al Egeo oriental, el comercio internacional pronto floreció como no lo había hecho desde los tiempos de Amenhotep III. También significó que Rameses II pudo ahora concentrarse en la frontera occidental, bajo continua presión de los invasores libios; principalmente en la franja del Delta donde Ramsés construyó toda una serie de fortificaciones. En el año 34 los lazos con los hititas se fortificaron aún más con el matrimonio de Ramsés II con la hija de Hattusili que sería recibida con toda pompa y boato con el nombre egipcio de Neferura-que-está-agradecida-a Horus (es decir, al faraón).

Esta princesa hitita era sólo una de las siete mujeres que gozaban del estatus de “Gran Esposa Real” durante el muy largo reinado de sesenta y siete años del faraón Ramsés II. Cuando fue nombrado corregente de su padre se le obsequió con un harem repleto de bellísimas mujeres, pero, aparte, tenía dos esposas destacadas, Nefertari y Isetnefret, que le darían, ambas, varios niños y niñas. Nefertari fue Gran Esposa Real hasta su muerte hacia el año 25, cuando el título pasaría a Isetnefret que según parece habría fallecido no mucho antes de la llegada de la princesa hitita. Cuatro hijas de Ramsés también gozaron del título: Henutmira – durante mucho tiempo considerada su hermana más que hija suya -, Bintanat, Merytamun, y Nebettawy.

Éstas eran las más ensalzadas entre las hijas del soberano, de las que había, al menos, cuarenta además de unos cuarenta y cinco hijos. Muchos de ellos aparecen desplegados en largas procesiones sobre los muros de los grandes templos construidos por su padre, que llegaría a sobrevivir a varios de sus hijos. Todos ellos serían enterrados, uno tras otro, en una tumba gigante en el Valle de los Reyes (KV5), descubierta hace relativamente poco tiempo. La tumba se asemeja a la red de galerías subterráneas que Ramsés empezaría a construir en Saqqara para el enterramiento de los toros sagrados Apis del Dios Ptah, que hasta entonces se venían colocando en tumbas separadas.

Durante sus largos años en el Trono, Ramsés II llevó a cabo un vasto programa de construcción. Empezó añadiendo un gran patio peristilo y un pilono al templo de Amón en Karnak, construido por Amenhotep III y terminado por los últimos faraones de la Dinastía XVIII. El patio se planificó con un ángulo diferente al del resto del templo, muy probablemente con la intención de que crear una línea recta que atravezase el río hasta el propio emplazamiento del templo mortuorio del soberano, el "Rameseum", muy en la línea de lo que su padre había hecho en la Gran Sala Hipóstila, en Karnak, y en el templo de Abd el-Qurna, en el margen oeste del río. Ramsés también edificó un templo en honor a Osiris en Abydos, de menor tamaño que el de su padre, pero igual de bello.

Durante el resto de su reinado, fue gradualmente llenando su reino con sus templos y estatuas, en muchos casos usurpando los de soberanos que le precedieron; es difícil encontrar en todo Egipto un yacimiento en el que sus cartuchos no aparezcan en sus monumentos. Es particularmente impresionante la sorprendente serie de ocho templos cavados en roca en la Baja Nubia, incluyendo dos en Abu Simbel, que habrían sido construidos en su mayoría con mano de obra procedente de tribus locales, como se demuestra en el caso de Wadi es-Sebua, levantado para el faraón por Setau, virrey de Nubia, después de una razzia en el año 44.

Nota ex profeso

Una "razia" o "razzia" (del francés "razzia", con el significado de «incursión», y éste del árabe argelino "gazw" (غزو), que significa "algara" y del que procede la antigua palabra castellana "algazúa"), es un término usado para referirse a un ataque sorpresa contra un asentamiento enemigo, íntimamente asociado a la Yihad, que han practicado diversos grupos musulmanes.

Aunque principalmente buscaba la obtención de botín, históricamente los objetivos de una "razia" han sido diversos: la captura de esclavos, la limpieza étnica o religiosa, la expansión del territorio musulmán, y la intimidación del enemigo. El término probablemente proviene de la cuarta dinastía irania (226-651) y valorada por la Arabia de la época del profeta Mahoma. Una de las "razias" más representativas, por su significado simbólico, fue el saqueo de Roma en 410 por el rey visigodo Alarico I, cuya repercusión resonó en futuras invasiones masivas las décadas siguientes.

Con el tiempo, su significado se ha extendido también a otras actividades que guardan ciertas similitudes con estos ataques, como las redadas de la policía o ciertas incursiones violentas realizadas por grupos organizados o paramilitares, como las realizadas a favelas brasileñas o a campos de refugiados durante las guerras en África central. Actualmente, en el idioma turco, el término significa «veterano de guerra».

Entre los centenares de estatuas de deidades y reyes que usurpó Ramsés II, las levantadas por Amenhotep III, último faraón antes del Período Amarna, eran particularmente favoritas, como lo fueron las levantadas por los soberanos de la Dinastía XII, los grandes gobernantes del período clásico de la Historia Egipcia que servirían de modelo para el nuevo Egipto que se estaba remodelando, después de la radical ruptura con la tradición que constituyó el Período Amarna.

La misma reflexión sobre un pasado grandioso es también evidente por el renovado interés en los escritores clásicos de los imperios Antiguo y Medio; especialmente las “enseñanzas” e “instrucciones” de las viejas epopeyas, tales como Ptahhotep y Kagemni, y las descripciones de caos, como las de Neferti y Ipuwer. Fue, quizás, porque los escribas ramésidas pensaban que estas antiguas obras literarias eran inigualables, y menos aún superables, por la literatura contemporánea - como es el caso de los poemas de amor, y los cuentos folclóricos e historias míticas que brotaban como fuente inspiradora de la tradición oral - que no se escribía en egipcio clásico, sino en lengua moderna introducida por vez primera por Akenatón.

Ramsés II fue también el soberano que extendió la ciudad de Avaris y la hizo su gran residencia del Delta llamada Piramesse (“Hogar de Ramsés”), la Raamses de tradición bíblica. Su localización ha sido siempre motivo de disputa, si bien ahora se ha establecido más allá de cualquier duda razonable que hay que identificarla con los extensos restos de Tell el-Dab’a y Qantir, en el Delta Oriental. La ciudad, estratégicamente situada cerca del camino que conducía a la fortaleza fronteriza de Sile y a las provincias de Palestina y Siria, y también junto a la laguna regada por el largo brazo pelusíaco del Nilo, pronto se convertiría en el centro de comercio Internacional más importante, y base militar del país.

La influencia asiática en la zona siempre había sido muy intensa, pero ahora muchas de las deidades extranjeras tales como Ba’al, Reshep, Hauron, Anat, y Astarte - por nombrar sólo unas cuantas - se adoraban en Piramesse. En la ciudad vivían muchos extranjeros algunos de los cuales alcanzarían puestos como funcionarios de alto rango. Uno de los puestos con más frecuencia ocupados por extranjeros era el de “Mayordomo real”, un alto cargo ejecutivo, fuera de la jerarquía burocrática normal, cuyo titular habría sido encomendado por el faraón para una misión real especial.

Como resultado del tratado de paz con los hititas, se empleaban a artesanos especialistas enviados por el antiguo enemigo de Egipto para trabajar en los talleres de la armería de Piramesse a fin de adiestrar a los egipcios en la tecnología de nuevas armas, incluyendo la fabricación de los muy cotizados escudos hititas. De hecho, en estas fechas, el ejército egipcio contaba entre sus filas con muchos extranjeros que llegaron a Egipto como prisioneros de guerra egipcios y se habrían incorporado a las fuerzas de combate del país.

Muchos de los altos caros de Ramsés II vivían y trabajaban en Piramesse, pero parece ser muchos de ellos serían enterrados en otros lugares, en particular en la necrópolis de Menfis. Unas treinta y cinco tumbas del Período Ramésida se llevan escavadas allí, algunas de gran tamaño. Estas tumbas siguieron tomando la forma de un templo egipcio, si bien en comparación con las tumbas de finales de la Dinastía XVIII, la calidad del trabajo habría disminuido. En las primeras tumbas se empleó una sólida mampostería de adobe con un revestimiento de caliza fijado a sus caras interiores, pero ahora los muros consistían, en su totalidad, de una doble fila de ortostatos (monolitos dispuestos verticalmente) con el espacio que los separa relleno de escombros, e idéntica técnica se utilizó para los pilonos y las pirámides.

Además, la calidad de la propia caliza no era con frecuencia muy buena y, en vez de hacer que los bloques encajasen cuidadosamente unos contra otros se era especialmente generoso con la argamasa para rellenar las uniones. Ni tampoco los relieves tallados en ellos son comparables con los de viejas tumbas del cementerio. El declive general de la calidad de la mano de obra se puede apreciar por todo el país; incluso en los templos del propio faraón; de las dos principales técnicas para la talla de relieves, la más superior, pero que consume más tiempo y la más cara, es el “altorrelieve”, que prácticamente desapareció después del primer año de reinado a favor del más común “relieve hundido” o intaglio. En general, los monumentos de Ramsés II impresionan más por su tamaño que por su delicadeza y perfección.

Ramsés II fue el primer faraón desde Amenhotep III que celebró más de un Festival-sed. El primero tuvo lugar en el año 30, al que seguirían otros trece; al principio, en intervalos más o menos regulares de tres años, y después, hacia finales de su larga vida, anualmente. Amenhotep III habría sido deificado durante su tercer jubileo, pero en este aspecto, Ramsés fue menos paciente que su gran predecesor ya que se habla de una colosal estatua que se estaba tallando a la que se le había dado el apelativo de “Ramsés, el Dios”. En todos los grandes templos se levantaron estatuas colosales con similares epítetos frente a los pilonos y puertas de entrada que serían objetos de culto regular así como y de adoración pública por los habitantes del lugar donde se erigían. Dentro de los templos, “Ramsés, el Dios” disponía de su propia imagen de culto y barca procesional junto a las otras deidades para las que aquellos estaban dedicados; los relieves, con frecuencia muestran a Ramsés II haciendo ofrendas a su propio deificado Yo.

Entre los numerosos hijos del soberano que ocupaban alto cargos, cabe destacar al segundo hijo de la Reina Isetnefret, Khaemwaset. Era el Sumo Sacerdote de Ptah en Menfis y s ganó una reputación como erudito y mago que perduraría hasta los tiempos romanos. Ningún otro hijo de Ramsés II dejó tantos monumentos, y muchos de ellos iban inscritos con textos de enseñanza, a veces arcaicos. Aunque, como se ha visto, el reinado de Ramsés II vivió un marcado resurgir de las tradiciones clásicas, Khaemwaset claramente hubo de tener un especial interés en el glorioso pasado de Egipto ya que también se responsabilizó de restaurar varias pirámides de faraones del Imperio Antiguo en la necrópolis menfita, y en algunos de sus monumentos procuró imitar el estilo de los relieves de las tumbas del Imperio Antiguo.

Como Sumo Sacerdote de Ptah, uno de sus cometidos consistía en supervisar el enterramiento del toro sagrado Apis y se debe a Khaemwaset las primeras galerías del Serapeum más que las tumbas individuales. También viajó a lo largo y ancho del país para anunciar los cinco primeros festivales-sed que tradicionalmente se proclamaban desde Menfis. Para el año 52 del reinado de su padre, Khaemwaset era el mayor de sus hijos vivos por lo que se convertiría en Príncipe Heredero, pero, por entonces, debería ser ya sexagenario por lo que fallecería unos años más tarde, alrededor del año 55. Es casi seguro que sería enterrado en la necrópolis de Menfis y no en la principesca galería de la tumba del Valle de los Reyes (KV5); pero si realmente, como muchos creen, fue enterrado en el Serapeum, hay menos certeza.

Después de la muerte de Khaemwaset, Ramsés II aún viviría otros doce años más hasta que finalmente falleció en el año 67 de su reinado, el más largo desde Pepy I (2.321-2.287 A.C.) de la Dinastía VI. Durante los últimos años de su reinado se habría convertido en una leyenda viviente siendo muy admirado – y muy envidiado – por sus sucesores. Su recuerdo permanecería vivo en posteriores tradiciones, tanto por su propio nombre como por el de Sesostris; en realidad el nombre de varios soberanos del Imperio Medio cuyos monumentos habrían sido tan ávidamente usurpados por él. Sus doce hijos mayores habían fallecido antes que él, y sería Merenptah (1.213-1.203 A.C.), cuarto hijo de Isetnefret, y Príncipe Heredero desde la muerte de Khaemwaset, quien eventualmente le sucedería.

Y terminamos aquí este 4º apartado del Capítulo 10º con la relevante figura de Ramsés II y su largo reinado sólo superado, como ya se ha dicho, por el de Pepy I (2.321-2.287 A.C.) de la Dinastía VI.

Con la siguiente “Hoja Suelta”, dedicada a sus sucesores y a la Dinastía 20 – aún bajo la erudita batuta del Profesor Jacobus Van Dijk – nos adentraremos en las etapas finales del Imperio Nuevo, preludio de los albores de un nuevo Período Intermedio: el Tercero.

RAFAEL CANALES

En Benalmádena, a 10 de enero de 2011

Bibliografía:

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“British Museum Database”.

sábado, 27 de noviembre de 2010

El Período Amarna y el Tardío Imperio Nuevo (c.1.352-1.069 A.C.) 3/6.- Repercusiones del Período Amarna. Tutankamón. Ay. Horemheb


Estatua de Tutankamón. Tebas, Templo de Karnak, hacia 1.320 A.C. (Pinchar y Ampliar)

Tutankhamun was a royal prince who became king when he was only nine years old. He was married as a boy to his half-sister, Ankhesenpaaten. Because he was so young, he was advised by a group of powerful officials.
Looking at his mummy tells us that he was only about 17 when he died suddenly, but exactly how is still a mystery. He was buried in the Valley of the Kings, and lay there undisturbed until an archaeologist called Howard Carter found the tomb in 1922.
This temple statue clearly shows the face of the young Tutankhamun. This is despite it being altered by a later king, Horemheb, who tried to erase him from the record.
(Base de Datos del Museo Británico)

REPERCUSIONES DEL PERÍODO AMARNA

Aunque el episodio Amarna duró escasamente veinte años, su impacto fue enorme. Es, quizás, por sí solo, el acontecimiento más importante de la vida religiosa y cultural de Egipto, y dejó profundas cicatrices en la conciencia colectiva de sus habitantes. En la superficie, el país volvió a la religión tradicional de antes de Akenatón, pero la realidad es que nada volvió a ser lo mismo. Algunos de los cambios se pueden detectar en las disposiciones de los entierros de la élite, siempre un buen barómetro para conocer las fluctuaciones de las actitudes religiosas.

Más a destacar es la evolución de la arquitectura de tumbas. En Menfis en particular, aparecen las tumbas autónomas que en todos los aspectos esenciales parecen templos. En Tebas, las tumbas cavadas en la roca continúan usándose, pero su arquitectura y decoración se adaptan al mismo nuevo concepto, el de la tumba como el templo mortuorio privado de su propietario, cuyo culto funerario está integrado al culto a Osiris. A este dios, que habría sido prohibido por Akenatón, se le veía universalmente ahora como la manifestación nocturna de Ra, y su rol en los asuntos funerarios aumentó dramáticamente, comparado con los días que precedieron al Período Amarna.

En estas tumbas, el símbolo solar par excellence, la pirámide, antes una prerrogativa real, descansaba en el techo de la capilla central, generalmente con una piedra de remate (piramidión), mostrando escenas de adoración frente a Ra y a Osiris. En las propia capilla central, la estela principal, foco central del culto, generalmente mostraba una doble escena, emplazada simétricamente, que estaba formada por estos dos dioses sentados espalda-con-espalda. Estatuas que antes habrían sido colocadas típicamente en templos, empezaron a aparecer en tumbas privadas, incluyendo imágenes de varias deidades, y las “estatuas naophorous”, que muestran al fallecido sujetando una capilla con la imagen de un dios.

Nota aclaratoria:

La Estatua Naophorous es una estatua que en realidad consta de dos estatuas: la primera es de un hombre arrodillado que presenta al segundo, que representa a Osiris, el Dios de los Muertos. Este tipo de estatua apareció por vez primera durante la Dinastía XIX, pero ganó popularidad en el Período Tardío. El término “estatua naophorous” se deriva de la palabra “naos”, que significa “santuario” en griego. Este nombre se le daba a las estatuas de los dioses que se colocaban frente a un funcionario o sacerdote, que podía estar, como en la estatua, de rodillas o de pie.

Los relieves y pinturas en los muros de las tumbas no tenían ya como objetivo primordial mostrar escenas de la carrera u ocupación profesional del propietario – si bien estas escenas no desaparecen por completo – sino que se concentran en mostrarle adorando a Ra, Osiris, y una amplia variedad de otros dioses y diosas, vestido con un largo sayo de lino plisado – con frecuencia llamado erróneamente el “traje de la vida cotidiana” - y tocado con una elaborada peluca. El mismo traje festivo también aparece en los sarcófagos antropomorfos y shabtis que, hasta ese momento, habían mostrado al difunto exclusivamente como una momia.

A excepción de uno o dos ejemplos de muy a principios del reinado de Tutankamón, las escenas que representaban al difunto haciendo ofrendas al faraón, desaparecen por completo; su lugar lo ocupa ahora Osiris entronizado. En general, las escenas y textos religiosos, normalmente tomados del "Libro de los Muertos" dominaron la decoración de las tumbas post-Amarna. Ilustraciones y extractos de textos de varias composiciones funerarias, exclusivamente reales, tales como la “Letanía de Ra” y los llamados “Libros del Submundo” empezaron a aparecer en las paredes de las tumbas privadas; primero en Deir el-Medina, pero pronto también en todas partes. Todas estas facetas se pueden entender como una reacción contra la monopolización total por parte de Akenatón del culto funerario de sus súbditos, y el rol de los templos de El Atón en la religión amarniense como nueva “Vida en la otra Vida”. Los propietarios de tumbas disponían ahora de sus propios templos en los que podían adorar a los dioses sin la intervención del faraón, cuyo rol, ahora, se veía restringido.

Los cambios en la cultura funeraria mencionados son sintomáticos de una relación entre dioses y devotos totalmente diferente, así como el papel que jugaba el faraón en esta relación. En otros 200 años más, la consecuencia final de esta cosmovisión se haría patente con la realización de la así llamada “Teocracia tebana”, por la que se pensaba que el propio Amón reinaba como faraón de Egipto, gobernando a sus súbditos mediante intervención directa en forma de oráculos. Pero, no obstante, antes de que se pueda discutir este tema, habría que volver a la historia política y dinástica de Egipto inmediatamente después del Período Amarna.

TUTANKAMÓN

El joven Tutankatón era aún un niño cuando ascendió al Trono en Amarna, pero poco después, quizás incluso durante el primer año de reinado, abandonó la ciudad fundada por su padre. La gente continuó viviendo en Aketatón durante algún tiempo pero la Corte regresó a Menfis, sede tradicional del gobierno. Se restauraron los viejos cultos y Tebas se convertiría, de nuevo, en el centro religioso del país. El nombre del faraón cambió al de Tutankamón, y el epíteto “Soberano de la Heliópolis Meridional”, referencia deliberada a Karnak como centro de culto del Dios-Sol Amón-Ra, le fue añadido. El nombre de su gran esposa real, su media-hermana Ankhesenpaaten, se cambió de igual forma por el de Ankhesennamón.

Tutankamón no fue, ni mucho menos, el primer soberano en la historia de la dinastía que ascendió al Trono cuando niño. Tanto Tutmosis III como Amenhotep III eran muy jóvenes en sus ascensiones, pero en ambos casos un miembro femenino adulto de la familia real (Hatshepsut y Mutemwiya, respectivamente) actuaron como regentes durante sus primeros años. Esta opción no existía ahora; así que el rol de regente lo asumió un oficial militar de rango, sin lazos con la familia real, el Comandante-en-Jefe del ejército, Horemheb.

Sus títulos como regente indican que se había ganado el derecho a suceder a Tutankamón en caso de muerte sin descendencia. De hecho Horemheb acabaría siendo faraón, y en su "Texto de la Coronación" – inscripción única que reseña su ascenso al poder, y que aparece tallada en la parte posterior de una estatua, hoy en el Museo de Turín – parece sugerir que fue él quien aconsejó al faraón que abandonase Amarna “cuando una vez que el caos había irrumpido en el propio palacio”; es decir, después de la muerte de Akenatón y la de su efímero sucesor. Parece obvio que el ejército habría llegado a la conclusión de que el experimento de Akenatón había acabado en desastre, y habría retirado su apoyo a las reformas religiosas que inicialmente había ayudado a que se implementasen; otro dato revelador del importante papel que jugaron los militare en toda la trama.

Los templos a los dioses estaban en ruinas y sus cultos abolidos. Los dioses, pues, habían abandonado a Egipto; si se les rezaban, ya no contestaban, y, cuando se envió al ejército a Siria para ampliar las fronteras de Egipto, éste no tuvo éxito. La importancia de esta última sentencia probablemente nos muestra el porqué el ejército ya no apoyaba la política de Amarna. Durante el reinado de Akenatón, Mitanni, aliada de Egipto, había sido derrotada por los hititas que constituían ahora el mayor poder del Norte. Esto habría propiciado que algunos vasallos de Egipto intentasen establecer un estado de contención independiente entre las dos potencias. Egipto había empezado a perder algunos de sus territorios de ultramar ,y el ejército, limitado a acciones policiales en Siria, no podía hacer nada al respecto.

Con la ascensión de Tutankamón, lógicamente estas restricciones se levantaron, ya que los relieves del patio interior de la magnífica tumba menfita de Horemheb, decorada por esta época, incluye la reivindicación de que su nombre “había sido re-nombrado en tierras de los hititas”, sugiriendo así que, a principios del reinado de Tutankamón, Horemheb habría estado envuelto en una confrontación con los hititas. Estas escaramuzas, al igual que otras más adelante, parece que no lograron un equilibrio de poder. Por otra parte, los simultáneos intentos para reafirmar la autoridad egipcia en Nubia, documentados por los mismos relieves, probablemente tuvieron más éxito.

En el propio Egipto, se puso en movimiento una importante campaña para restaurar los templos tradicionales y reorganizar la administración del país. La iniciativa estaba encabezada por el Tesorero Jefe de Tutankamón, Maya, que fue enviado en misión especial a los templos, desde el Delta a Elefantina, con objeto de recaudar impuestos sobre sus ingresos, que habrían sido anteriormente desviados hacia los templos de El Atón. Algunas de las medidas que más adelante se describen en el "Texto de la Coronación de Horemheb" y en su "Gran Edicto de Karnak", pudieron haber sido tomadas durante el reinado de Tutankamón. Maya también fue responsable de la demolición gradual de los templos y palacios de Akenatón; primero en Tebas, pero después también e Amarna.

La mayoría de los talatats encontraron su camino hacia las cimentaciones y pilonos de nueva construcción de Luxor y Karnak. Maya, en calidad de supervisor de los trabajos del Valle de los Reyes tuvo que haber organizado el traslado de los restos mortales de Akenatón a una pequeña tumba sin decorar en el valle; suponiendo que, en efecto, el cuerpo encontrado en la KV55 sea el de Akenatón, como parece probable; más adelante, sería responsable de los enterramientos de Tutankamón y de sus sucesor, Ay (1.327-1.323 A.C.), y de la reorganización de la "Ciudad de los Trabajadores" en Deir el-Medina, al comienzo de los trabajos en la tumba de Horemheb.

LOS REINADOS DE AY Y HOREMHEB

Los acontecimientos que rodean la muerte de Tutankamón están lejos aún de estar claros. El faraón falleció de forma inesperada en su décimo año de reinado en un momento en que Egipto estaba enfrascado en una importante confrontación con los hititas que acabaría con la derrota egipcia en Amqa, no lejos de Qadesh. La noticia del desastre llegó a Egipto más o menos coincidiendo con el fallecimiento de Tutankamón. No se sabe si el propio Horemheb lideraba las tropas egipcias en esta batalla, pero el hecho de que no parece que estuviese involucrado en las gestiones relacionadas con el entierro de Tutankamón, a pesar de su rol como regente y presunto heredero, es altamente sugerente.

Por el contrario, Ay, Consejero Mayor de la Corte, que había sido uno de los funcionarios de más confianza de Akenatón, y probable familiar de la Reina Tiya, esposa de Amenhotep III, condujo las exequias y, poco después, ascendió al Trono. Al parecer, en un principio lo haría como una especie de faraón interino, ya que la viuda de Tutankamón, Ankhesenarnun, estaba intentando negociar una paz con los hititas mediante una carta al rey hitita, Shupiluliuma, en la que le pedía que le enviase a un hijo suyo para casarse con ella lo que le convertiría en Rey de Egipto, de forma que Egipto y Hatti serían “un solo país”; un paso extraordinario dado, quizás, instigado por el propio Ay.

Esta petición fue recibida con enorme recelo en la capital hitita, y cuando Shupiluliuma finalmente se cercioró de las honorables intenciones de la reina egipcia, envió a su hijo Zannanza a Egipto, pero el infortunado príncipe fue asesinado en route, quizás por fuerzas leales a Horemheb en Siria. El resultado fue la prolongación sine die del estado de guerra con los hititas.

El faraón Ay, que ya sería bastante mayor cuando ascendió al Trono, reinó durante al menos tres años completos. Un fragmento de carta cuneiforme parece sugerir que intentó desagraviar a los hititas negando cualquier responsabilidad en la muerte del príncipe, pero no tuvo éxito.

También se esforzó en evitar que Horemheb hiciese valer sus derechos después de su muerte nombrando a un jefe militar llamado Nakhtmin – posiblemente un nieto suyo – como su heredero. A pesar de ello, Horemheb consiguió ascender al Trono después del fallecimiento de Ay, y tardó poco en poner en marcha la mutilación de los monumentos de su predecesor y la destrucción de los de su rival Nakhtmin.

Si el camino de Horemheb al Trono estuvo sembrado de dificultades, su reinado (1.323-1.295 A.C.), en cambio, parece haber estado exento de contratiempos. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que existen pocas inscripciones de las postrimerías de su reinado. Incluso su duración es todavía incierta; el último año de reinado documentado es el 13, pero hay muchos que, basándose en la cronología babilónica, y dos textos póstumos más, pretenden que su reinado duró casi dos veces este período. El estado inacabado de su tumba real en el Valle de los Reyes (KV57), no obstante, incluso si se hubiese empezado antes del año 7, sería difícil de reconciliar con un reinado tal largo.

Los problemas con los hititas sobre los territorios del norte de Siria, continuaron. Es incluso posible que Horemheb llegase a algún acuerdo con su enemigo, ya que un texto hitita posterior habla de un tratado que habría entrado en vigor antes de que se rompiese durante los reinados de Muwuatalli y Sety I (1.294-1.279 A.C.).

En casa, Horemheb se embarcó en un número de proyectos de edificios mayores, incluyendo el Gran Salón Hipóstilo en Karnak. Es posible que también acometiese la demolición sistemática de la ciudad de Amarna, aún habitada por entonces. Dos fragmentos de piedra, incluyendo la base de una estatua mostrando sus cartuchos, se encontraron en ese lugar. La reorganización del país también se llevó a cabo con gran entusiasmo. El Gran Edicto, que publicó en una estela en el templo de Karnak, enumera un gran paquete de medidas legales tomadas con objeto de poner fin a abusos tales como el requiso ilegal de embarcaciones y esclavos, el robo de pieles de ganado, el impuesto ilegal sobre las tierras de cultivo privadas y el fraude en la tasación de impuestos legales, así como la extorción de los alcaldes locales por parte de funcionarios que organizaban la visita anual del faraón al festival Opet durante el viaje de Menfis a Tebas, y regreso. Otros párrafos tratan de la regulación de los tribunales locales de justicia, el personal del harem real y otros empleados del estado, y el protocolo de la Corte.

Quizás, lo más destacado del reinado de Horemheb sea la forma en que lo legitimó; después de todo, él era un plebeyo y, por lo tanto, incapaz de aportar un vínculo “genealógico” con el dios dinástico Amón. Se suele admitir que su reina, una cantante de baladas del dios Amón llamada, Mutnedjmet, debería identificarse como una hermana de Nefertiti del mismo nombre, pero esto no es muy probable ya que, al parecer, ella se convirtió en esposa suya mucho antes de sus ascensión al Trono, aparte del hecho de que la fuerza legitimadora de dicho matrimonio real habría sido muy cuestionada, dadas las circunstancias.

En su "Texto de la Coronación", Horemheb no oculta su origen plebeyo, pero en cambio pone mucho énfasis en el hecho de que, cuando era un muchacho, fuese escogido por el dios Horus de Hutnesu - presumiblemente su localidad natal - para ser Rey de Egipto; luego continúa describiendo cómo fue cuidadosamente formado para su futura tarea como faraón en funciones y príncipe regente, una reivindicación ampliamente apoyada por las inscripciones en su tumba pre-real, de la necrópolis menfita. Es, pues, Horus de Hutnesu quien finalmente lo presenta a Amón durante la procesión del Festival Opet, y quien entonces procede a coronarle como faraón.

Así que Horemheb debe su realeza al deseo de su dios personal y a la elección divina durante una aparición pública de Amón; es decir, mediante un oráculo. En este aspecto, la coronación de Horemheb se asemeja a la de Hatshepsut (1.473-1.458 A.C.) quien también habría sido elegida mediante un oráculo después de haber sido regente. No obstante, al menos Hatshepsut pudo reivindicar su sangre real y hacer hincapié en que Amón la había engendrado con la Reina Madre, tema que Horemheb cuidadosamente evitó mencionar en su Texto de la Coronación.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Y salimos así de la penumbra, o semioscuridad, que envuelve este período final de la Dinastía XVIII rodeado de sombras, que sólo permite conjeturas sobre temas tan trascendentales como la prematura y enigmática muerte de Tutankamón, génesis de tantas y controvertidas teorías y opiniones.

El Egiptólogo y paleopatólogo norteamericano, Doctor Bob Brier, Ph.D., plantea la teoría del asesinato en su bien documentado e interesante libro titulado “The Murder of Tutankhamen” (Berkley Books, New York, revised edition, 2005).

Sombras son también la acelerada ascensión al Trono de Ay; su rápido nombramiento de un sucesor; la angustiosa carta de la viuda de Tutankamón al rey hitita; el asesinato del hijo de éste enviado a Egipto para desposarse con ella; la posible implicación de Ay/Horemheb en el magnicidio; la aparente y sospechosa ausencia de Horemheb de la Corte durante esta trama; la rocambolesca auto-legitimación real de Horemheb; y otras.

En la “Hoja Suelta” que sigue, nos adentraremos en el Período ramésida, dentro ya de la Dinastía XIX, iniciando así un camino que nos llevará, en volandas y de la mano de nuestro eterno y docto guía, al anochecer del Imperio Nuevo.

Y, como Nota Aclaratoria para los menos doctos, puntualizar que la Paleopatología es la disciplina científica que estudia las enfermedades padecidas por personas o animales en la Antigüedad, a través de vestigios hallados en los huesos, restos orgánicos e inmediaciones donde se hallan dichos restos.

RAFAEL CANALES


En Benalmádena-Costa, a 4 de diciembre de 2010

Bibliografía:

“Akhenaten: The Heretic King". Donald B. Redford, Princeton University Press, 1984.
“Akhenaten, King of Egypt”. Cyril Aldred, Thames and Hudson, 1988.
“Akhenaten: Egypt False Prophet". Nicholas Reeves, Thames and Hudson, 2001.
“Akhenaten and the Religion of Light”. Erik Hornung, Cornell University Press, 1999.
“Akhenaten. Dweller in Truth”. Naguib Mahfouz, Anchor Books, 2000.
“Pharaohs of the sun: Akhenaten”. R.E. Freed, Y.J. Markowitz and S.H. D'Auria (eds.), London, Thames & Hudson, 1999.
“The Enciclopedia of Ancient Art”, Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”, Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
“Ancient Egypt. A Very Short Introduction”, Ian Shaw. Oxford University Press, 2004.
“The Oxford History of Ancient Egypt”, Ian Shaw, Oxford University Press, 2002.
“Antico Egitto”, Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”, Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
“Eternal Egypt: Masterworks of Art”. E.R. Russmann, University of California Press, 2001.
“Ancient Egyptian Religion”. S. Quirke, London, The British Museum Press, 1992.
“British Museum Database”.

lunes, 15 de noviembre de 2010

El Período Amarna y el Tardío Imperio Nuevo (c.1.352-1.069 A.C.) 2/6.- Damas de la Realeza. Arte y Arquitectura. Tumbas y Creencias Funerarias

Limestone stela with a seated figure of Akhenaten. Probably from Tell el-Amarna, Egypt
18th Dynasty, around 1340 BC (Pinchar y Ampliar)

In the Amarna Period (1.390-1.327 BC) a major change of emphasis took place in some religious beliefs and in artistic style. This limestone stela illustrates the shift in both these areas of Egyptian life. The king, Amenhotep IV (Akhenaten, reigned 1.390-1.352 BC), is shown in a relaxed pose, which would have been unthinkable in earlier times, with a protruding chin and belly; he is seated below the disc of the Aten (the sun) whose rays extend down to the king. Each ray terminates in a small hand and symbolizes the manner in which the sun hands its benefits down to the king.
The new beliefs formulated at Tell el-Amarna, and held to a limited extent elsewhere, stressed that Akhenaten was the sole person with access to the Aten. The Aten, Akhenaten believed, was the principal god and the source of all life. Thus, only the royal family is ever shown making offerings to the Aten; private individuals had to direct their devotions through the king. Stelae like this, bearing images of the king, have been found in a number of houses at Tell el-Amarna, and would probably have formed the centre of domestic devotions.
(Base de Datos del Museo Británico).

DAMAS DE LA REALEZA EN EL PERÍODO AMARNA

Más o menos, a la vez que tenían lugar estos eventos políticos, hubo un cambio importante en la familia real. Nefertiti había dado a luz, hasta el momento, seis niñas, pero ningún varón y, aunque nunca perdió su posición principal de “Gran Esposa Real”, una segunda esposa de Akenatón apareció en escena. Con frecuencia se ha especulado que se trataba de una princesa de Mitania, pero su nombre, Kiya, es un nombre egipcio perfectamente normal y no hay nada que sugiera su procedencia extranjera. Se le dio el nuevo tratamiento de “Amadísima Esposa del Faraón” que la situaba apartada de las otras damas del harén, a la vez que la distinguía claramente de Nefertiti.

En el año 12 de reinado, o poco antes, repentinamente desaparece de los monumentos; su nombre se borra de las inscripciones, siendo sustituido por los de las hijas de Akenatón - con más frecuencia el de Meritaten - y sus representaciones se alteran de la misma manera. Puesto que el equipo funerario ya preparado para ella - que incluía un magnífico ataúd antropoide – se adaptó para otra persona real diferente, es más que probable que Kiya, en cierto momento, cayese en desgracia; quizás porque se habría convertido en rival para Nefertiti después de haber dado a Akenatón, no sólo otra hija sino también un heredero varón. No hay una evidencia contundente que apoye esta teoría, pero una sola inscripción de aproximadamente la época, lee: ”el hijo carnal del Faraón, su amado, Tutankhaten” - el futuro Tutankamón (1.336-1.327 A.C.) - que era, con casi total certeza, hijo de Akenatón, pero no de Nefertiti.

La influencia de ésta aumentó aún más durante el último período del reinado al convertirse en corregente de su esposo como Neferneferuaten, con el nombre de entronización de Ankh(et)kheperura; su rol de Reina Consorte pasaría a su hija mayor, Meritaten. Qué fue lo que instó a Akenatón a nombrar un corregente, medida que se sólo se solía tomar en casos muy excepcionales, se ignora. Quizás la oposición a su régimen en alguna parte, es decir, en Tebas, amenazaba su posible control, lo que haría necesario tener a alguien que ejerciese como faraón, e incluso que estableciese su residencia lejos de Amarna; de todos modos, un grafiti tebano fechado en su año 3 de reinado revela que Neferneferuaten poseía una “Mansión de Ankhkheperura en Tebas” en la que tenía empleado a un escriba de ofrendas divinas a Amón; una muestra clara de que había tenido lugar un intento de reconciliación con los viejos cultos. El texto, en su mayoría, consiste en una oración del escriba a Amón, con una conmovedora apelación al dios para que volviese y disipase la oscuridad que había descendido sobre sus seguidores.

No se sabe con certeza si Nefertiti sobrevivió a Akenatón, que fallecería en su año 17 de reinado. Smenkhkara, un faraón efímero, con un nombre prácticamente idéntico al de entronización de Nefertiti/Neferneferuaten, aparece en algunas inscripciones de finales del Período Amarna; en una o dos raras representaciones, se le ve acompañado de su reina Meritaten. Muchos eruditos aún lo ven como el sucesor varón de Nefertiti; quizás un hermano menor, e incluso otro hijo de Akenatón, pero hay una gran posibilidad de que “él” no fuese otro que la propia Nefertiti quien, al igual que Hatshepsut antes que ella, habría asumido la condición de varón y gobernado en solitario durante un breve período después del fallecimiento de Akenatón, con Meritaten en su rol ceremonial de “Gran Esposa Real”.

Es probable que el sucesor de Akenatón no le sobreviviese por mucho tiempo, y que, cuando él o ella muriese, el muy joven Tutankhaten, el único miembro varón de la familia real que quedaba, subiese al Trono. A principios de su reinado, él y su reina, su media-hermana Ankhesenpaaten, abandonarían Amarna y re-establecerían los cultos tradicionales. Con él, se puso así fin a uno de los períodos más críticos de la historia de Egipto.

EL ARTE Y LA ARQUITECTURA DEL PERÍODO AMARNA

Las primeras representaciones de Amenhotep IV lo muestran en un estilo tradicional muy parecido a los retratos de Tutmosis IV y Amenhotep III, pero poco después de su coronación, a Amenhotep IV se le habría representado con un rostro delgado y alargado, de barba puntiaguda y gruesos labios, cuello alargado, pechos casi femeninos, barriga redonda y prominente, caderas anchas, muslos gruesos, y zanquivano de piernas. En un principio, el nuevo estilo era bastante moderado, pero en la mayoría de los monumentos tebanos, y durante los primeros años de Amarna, las facciones reales se representaron de forma tan exagerada que parecían caricaturas; más adelante en su reinado, evolucionaría hacia un estilo más equilibrado.

No eran sólo Akenatón, Nefertiti y sus hijas que se representaban en este estilo, sino también cualquier otro ser humano, aunque de forma no tan exagerada. Esto no debe sorprender ya que las representaciones de individuos a nivel privado siempre siguieron el modelo artístico del faraón de su tiempo, y Akenatón, en particular, puso mucho énfasis en el hecho de que él era la “la madre que da luz a todas las cosas”, el que “crea a sus súbditos con su ka”. Él era el Dios-Creador en la Tierra que modelaba la Humanidad a imagen suya.

Pocas dudas puede haber de que la forma tan extraordinaria con que Akenatón se retrata a sí mismo, a su familia y, hasta cierto punto, a todos los seres humanos en sus monumentos, de alguna forma refleja la apariencia física real del faraón, si bien en un estilo exagerado que se ha denominado “expresionista”, e incluso “surrealista”. Las inscripciones nos cuentan que fue el propio faraón quien instruía a sus artistas en el nuevo estilo, que no sólo afecta a la figura humana, sino también a la forma en que inter-actúan, recíprocamente. Las escenas de la familia real muestran un despliegue de intimidad tal como nunca se había visto en el arte egipcio; incluso entre individuos a nivel privado; mucho menos dentro de la propia realeza.

Se besan y se abrazan bajo los benefactores rayos de El Atón, cuyo amor impregna toda su creación. Otro rasgo característico del estilo Amarna es su extraordinario sentido del movimiento y de la rapidez; y una “soltura” y libertad de expresión que iba a tener una influencia duradera en el arte egipcio durante siglos después de que el Período Amarna llegase a su fin.

Y en un sentido diferente, la rapidez es el factor determinante de una nueva técnica de construcción. De nuevo, las primitivas estructuras de Amenhotep IV utilizaron los grandes bloques tradicionales de arenisca para construir los muros de los templos, pero pronto fueron sustituidos, en Tebas y Amarna, por unos bloques mucho más pequeños llamados talatat, de un tamaño de unos 60 x 25 cm y, por tanto, suficientemente pequeño para que un solo hombre pudiese levantarlo y transportarlo. Esto facilitó en gran manera la construcción de grandes edificios en un espacio de tiempo relativamente corto. El nuevo sistema, no obstante, se abandonaría poco después del Período Amarna; quizás al haberse observado para entonces que los relieves tallados en muros construidos con bloques tan pequeños, que exigían una cantidad mayor de yeso para cerrar los huecos entre bloques contiguos, podrían no aguantar el paso del tiempo como lo hacían los muros construidos de forma tradicional. Por supuesto, los sucesores de Akenatón pronto se dieron cuenta también que con el nuevo sistema se requería mucho menos esfuerzo y tiempo en la demolición de los edificios construidos con talatat.

La “soltura” del estilo artístico de Amarna parece estar en línea con el plan de la ciudad de Aketatón; al menos en lo referente a la zona de alojamiento. A pesar del hecho de que se tratase de una ciudad recién planificada, no se construyó sobre una cuadrícula octogonal rígida, como se hizo con la ciudad de Kahun, en el Imperio Medio, en la que se reflejó la altamente estratificada sociedad burocrática de la época. La disposición de Amarna es más la de un grupo de aldeas centralizadas alrededor de casas agrupadas libremente, grandes y pequeñas, cada una con sus propios edificios subsidiarios tales como silos, corrales, cobertizos, y talleres.

La variedad en el tamaño de estos recintos se ajusta a las diferencias existentes de riqueza y estatus social de sus propietarios. Muchos de ellos disponían de su propio pozo, una prestación única de esta ciudad, que hacía a sus ciudadanos independientes del rio Nilo para cubrir sus necesidades hídricas diarias. En general, se asemeja más a una ciudad que crece de forma natural en un período de tiempo, que al resultado de una escrupulosa planificación.

Obvia decir, sin embargo, que los templos y palacios son temas aparte. Ambos estaban ligados a las ideas religiosas de Akenatón, y por esta razón tienen que haber sido diseñados y planificados por el propio faraón, en estrecha colaboración con arquitectos y artistas que trabajaban bajo su “instrucción” personal, como las inscripciones nunca se cansan de recordarnos. Si bien estos edificios no se pueden aquí describir con detalle, sí se deben mencionar algunas de sus características.

Ante todo, Akenatón y su familia vivían a cierta distancia de la capital en lo que ahora se conoce como el “North Riverside Palace” (Palacio Ribereño del Norte). Una amplia avenida, la “Carretera Real”, se extendía hasta el Palacio Norte – residencia de Nefertiti – a lo largo de una línea recta de unos 3’5 km, en dirección a la Ciudad Central, con sus dos palacios y sus dos templos mayores a El Atón. Uno de los palacios, se usaba, entre otras cosas, en ocasiones relacionadas con ceremonias estatales, como podían ser las recepciones de emisarios extranjeros; el otro, servía como palacio de trabajo del faraón, con su “Ventana de Apariciones”, desde la que recompensaba a sus fieles funcionarios.

De los dos templos, el Gran Templo a El Atón era el equivalente en Amarna del Gran Recinto del Templo a Amón-Ra, en Tebas; consistía en varios edificios separados que incluían una estructura con la piedra-benben, el símbolo solar sagrado, cuyo arquetipo se levantaba en el templo a Ra, de Heliópolis. Esta es una de las muestras de la influencia de la teología heliopolitana en el pensamiento de Akenatón; siendo otra el que el faraón hubiese proyectado la construcción de un cementerio para el sagrado toro Mnevis de Ra-Atum, de Heliópolis, en Amarna.

El otro templo a El Atón era mucho más pequeño, y se encontraba al sur del palacio de trabajo del faraón. Parece que hubiese estado dedicado al propio faraón, además de a El Atón, y pudo haber sido el equivalente a los llamados “templos del millón de años” que, como los del margen occidental de Tebas, pudo haber servido como una capilla mortuoria de Akenatón que habría sido orientada hacia la entrada del wadi en el que la tumba real estaba ubicada.

La diferencia más obvia entre, por una parte, los templos a El Atón en Amarna y antes en Karnak, y, por otra, los templos tradicionales, es que los primeros se abren a los cielos. El templo tradicional típico empieza con un pilono y un patio peristilo abierto seguido por una sucesión de nuevos patios y habitáculos, que poco a poco se hacen más reducidos y oscuros, conforme el devoto va penetrando en el edificio. En el santuario más íntimo, la imagen de culto del dios se guardaba en un altar que la mayoría del tiempo permanecía en total oscuridad. El Dios de Akenatón estaba allí para que todos lo viesen, aunque no se necesitaba ninguna imagen de culto hecha por el Hombre. Las únicas estatuas que podían encontrarse en los templos atonistas eran representaciones de Akenatón y otros miembros de la familia real.

En la arquitectura de estos templos se aprecia un deliberado esfuerzo para conseguir la menor sombra y oscuridad posibles; incluso los linteles de las puertas aparecen abiertos en el centro. Estos linteles “rotos”, supusieron una innovación arquitectónica que continuaría utilizándose hasta el Período Greco-Romano. El faraón adoraba a su dios en patios abiertos sembrados de un gran número de pequeños altares en los que se realizaban ofrendas a El Atón. El porqué de tantos altares, es un misterio; quizás la explicación más probable es que fuesen altares para los muertos que alimentaban el templo como parte del culto diario.

El componente esencial de El Atón era la Luz. Él era el Dios de la Luz que surgía del disco solar y mantenía vivos a todos los seres vivientes en una creación continua. Él era el Dios-Creador que gobernaba el mundo como Rey Celestial. Y de la misma forma que El Atón era el Rey del Mundo, Akenatón lo era de sus súbditos.

Su “procesión” diaria cuando, conduciendo su carro de combate a lo largo de la Carretera Real, desde el North Riverside Palace hasta la Ciudad Central, reemplazaba a las tradicionales procesiones divinas durante las que los habitantes de la ciudad podían entrar en contacto con las deidades, cuyas estatuas solían permanecer ocultas a la vista en el templo. Akenatón era, como su nombre indica, “la manifestación creativa de El Atón”, a través de quien El Atón realizaba su beneficial tarea. Fue el faraón quien “hizo” la Humanidad y en especial su élite, que él mismo escogió.

En sus inscripciones, estos funcionarios negaban sus verdaderos orígenes, a pesar de que muchos de ellos tenían que proceder de familias influyentes; todos se confesaban pobres, huérfanos desgraciados, que debían su existencia a su faraón, que los habría “creado con su propio ka”. El trabajo del faraón estaba ligado a la inundación anual de El Nilo, que sustentaba a la Humanidad y a todos los seres vivos. La devoción personal estaba ahora unida a una fidelidad absoluta a Akenatón, personalmente. En sus hogares, la élite amarniense guardaba pequeñas capillas con altares y estelas que representaban a la divina familia real, y reemplazaban a las viejas capillas domésticas dedicadas a las deidades locales.

TUMBAS Y CREENCIAS FUNERARIAS EN AMARNA

Incluso en las tumbas de la élite de Aketatón, el faraón dominaba por completo la decoración de los muros. Las representaciones de Akenatón y de su esposa e hijas – así como descripciones de los distintos templos de Aketatón - eran omnipresentes, y los himnos y las distintas fórmulas de ofrendas estaban con frecuencia dedicadas lo mismo al faraón que a El Atón. Merece destacar que estas fórmulas de ofrendas iban normalmente dirigidas – aunque no exclusivamente - al dios por el propio faraón, más que por el dueño de la tumba. Las únicas copias que han sobrevivido del famoso “Gran Himno a El Atón”, el texto más completo del dogma de la nueva religión – muy probablemente compuesto por el propio Akenatón – aparecen en dichas tumbas.

Este himno, y todos los demás textos de Amarna, fueron escritos en un lenguaje oficial recién creado, mucho más cercano al lenguaje diario que el egipcio clásico, que se venía usando para textos oficiales y religiosos. La frontera entre la lengua oficial y la vernácula no desaparecería completamente, pero el uso de esta última para las composiciones literarias se vio fomentado enormemente por este hecho, y daría lugar a una nueva literatura durante los siglos que siguieron al Período Amarna.

El dios más importante de los Muertos, Osiris, parece que habría estado proscrito desde el mismo inicio del reinado de Akenatón. El Atón era un dios dador de la Luz de la Vida; durante la noche, estaba ausente, aunque no está claro donde se pensaba que iba. La Oscuridad y la Muerte se negaban por completo, en vez de ser consideradas como un estado positivo y necesario de la Regeneración. De noche, los fallecidos simplemente permanecían dormidos, como cualquier otro ser viviente, y como lo hacía el mismo Atón. No se encontraban, pues, en el “Bello Occidente”, el Submundo; y sus tumbas no estaban ni siquiera físicamente situadas en el Oeste, sino en el Este, por donde salía el Sol.

La “Resurrección de los Muertos” tenía lugar por la mañana, cuando El Atón se alzaba. El propio Atón representaba “el tiempo en el que uno vive”, como así lo expresaba el “Gran Himno”. El modo de existencia de los Muertos era, por lo tanto, uno de una presencia continua con El Atón y el faraón en el templo, donde ellos, o sus almas-ba, se alimentarían de las ofrendas diarias. Por esta razón, las tumbas privadas de Amarna estaban repletas de representaciones de los templos de El Atón, y del faraón conduciendo su carro a lo largo de la Carretera Real hacia los templos, y haciendo ofrendas en ellos. Los templos y los palacios de Akenatón eran ahora la nueva “Vida en la otra Vida”; los Muertos ya no vivían en sus tumbas, sino en la Tierra, entre los Vivos. Las tumbas servían, por lo tanto, sólo como lugar de reposo nocturno.

La momificación persistió, ya que por la noche el ba regresaba al cuerpo hasta el amanecer. Por esta razón los ritos funerarios - incluyendo las ofrendas y los elementos de la tumba - al parecer, también habrían perdurado, aunque la mayoría de las estatuillas-shabtis dejaron de tener inscrito el tradicional capítulo del "Libro de los Muertos". Es difícil de saber con certeza cómo serían los ataúdes privados y sarcófagos del Período Amarna, ya que no se ha encontrado muestra alguna en Amarna. En el gran sarcófago de piedra del propio Akenatón, las cuatro diosas aladas que tradicionalmente aparecían adosadas en las esquinas, fueron sustituidas por figuras de Nefertiti, y algunos hallazgos procedentes de otros yacimientos sugieren que los sarcófagos privados también pudieron adornarse con representaciones de miembros de la familia del finado, más que con deidades.

Tan poco había ya un “Juicio del Muerto” ante el trono de Osiris, que antes tenía que pasar el fallecido a fin de alcanzar el estatus de maaty (el “justificado”); en su lugar, los funcionarios del faraón se ganaban la "vida-después-de-la- muerte" siguiendo las enseñanzas de Akenatón, y siendo totalmente fiel a él durante toda su vida. Akenatón era el dios que concedía la vida y garantizaba un enterramiento después de la vejez; él encarnaba a maat, y era a través de la lealtad hacia él que sus súbditos podían alcanzar el maaty. Sin esto, no había vida posible después de la muerte, y la continuidad de su existencia en la Tierra dependería del faraón quien, por tanto, poseía el monopolio de todos los aspectos de la religión amarniense, incluyendo las creencias funerarias.

LA VIDA FUERA DE AMARNA DURANTE EL PERÍODO AMARNIENSE

La mayoría de lo que sabemos de la nueva religión de Akenatón procede de sus primeros monumentos en Tebas y de la propia ciudad de Amarna. Lo que pasaba en el resto del país, especialmente después de que el faraón estableciese su residencia en su nueva ciudad, está mucho menos claro. Akenatón tuvo, con toda seguridad, que viajar fuera de Aketatón; él incluso estipula en una estela fronteriza que, en caso de fallecimiento donde fuese, su cuerpo debería ser llevado a Amarna y enterrado allí.

Además de las primitivas actividades en Nubia, sabemos de templos en Menfis y Heliópolis, y puede haber habido otros. Algunos bloques menfitas tienen la forma final del nombre de El Atón – después del año 9 de reinado – y un bloque perdido de Tebas también tiene esa forma: así que, incluso después de la radicalización de la reforma de Akenatón, los trabajos fuera de Amarna continuaron. Lo que no se sabe es hasta qué punto se abolieron realmente los cultos tradicionales; la imagen que tenemos se ve mucho más ilustrada por una posterior descripción de la situación del Decreto de Restauración de Tutankamón, cuya tendencia es, como es obvio, totalmente propagandístico.

En la práctica cotidiana, la nueva religión probablemente sólo reemplazó al culto oficial estatal y a la religión de la élite; la mayoría de la gente habría continuado adorando a sus propios dioses locales tradicionales. Incluso en la propia Amarna hay un número considerable de objetos votivos que han sobrevivido, estelas y pinturas murales que muestran o mencionan a dioses como Bee y Taweret, ambos relacionados con los partos; la Diosa-Cosecha Renenutet; las deidades protectoras Isis y Shed (“el Salvador”), una nueva versión de Horus, nunca encontrado antes en Amarna; Thoth, el dios de los escribas; Khanun, Satet, y Anuket, la triada de Elefantina; Ptah de Menfis; e incluso Amón de Tebas.

No siempre es fácil decidir si los relieves de las tumbas, las estelas, y los elementos que componen el equipo de enterramiento que mencionan a El Atón junto a los tradicionales dioses tales como Osiris, Thoth, o Ptah, datan de principios del reinado, o más tarde; o incluso de un tiempo inmediatamente posterior al Período Amarna. Tampoco se sabe si los fallecidos enterrados en una necrópolis que no fuese Aketatón podían participar en las ofrendas en el templo de El Atón, o en su ciudad natal, o cómo se pensaba que el fallecido viviría en lugares donde no había ningún templo a El Atón. Aquí se necesita investigar más; en particular, en la necrópolis de Menfis, donde muchas tumbas de este período quedan aún por descubrir.

Tampoco está claro qué le ocurrió a la administración civil durante el Período Amarna. Está claro que Akenatón había reemplazado Tebas como capital religiosa y centro del culto estatal, pero ¿reemplazó también a Menfis como capital administrativa? Uno de los dos visires residían en Amarna, pero su homólogo del norte permanecía destacado en Menfis. Es probable que esta ciudad conservase su posición de centro administrativo de todo el país durante todo el Período Amarna.

La situación durante el Período Saíta puede ofrecer un paralelismo: los soberanos de la Dinastía XXVI favorecieron en gran medida a Sais, su ciudad de origen – si bien ellos eran de ascendencia libia – que funcionaba como su capital, y la mayor parte de los ingresos estatales acababan en el templo de su diosa Neith. No obstante, Menfis siguió siendo el centro administrativo de Egipto durante todo el Período Saíta, situación que se mantuvo hasta que el sucesor de Alejandro Magno trasladó sus restos mortales a Alejandría, convirtiendo así a la ciudad en el centro del Egipto Romano y Tolemaico.

Y vamos a dejar este apartado 2/6 del Capítulo 10 de nuestro Proyecto, para pasar a una nueva “Hoja Suelta” donde se van a analizar las repercusiones de este Período Amarna y, de forma breve, los reinados de Tutankamón, Ay y Horemheb, últimos faraones de la Dinastía XVIII; aún de la docta mano del Doctor Jacobus van Dhij.


RAFAEL CANALES


En Benalmádena-Costa, a 28 de noviembre de 2010

Bibliografía:

“Akhenaten: The Heretic King. Donald B. Redford, Princeton University Press, 1984.
“Akhenaten, King of Egypt”. Cyril Aldred, Thames and Hudson, 1988.
“Akhenaten: Egypt False Prophet. Nicholas Reeves, Thames and Hudson, 2001.
“Akhenaten and the Religion of Light”. Erik Hornung, Cornell University Press, 1999.
“Akhenaten. Dweller in Truth. Naguib Mahfouz, Anchor Books, 2000.
“Pharaohs of the sun: Akhenaten”. R.E. Freed, Y.J. Markowitz and S.H. D'Auria (eds.), London, Thames & Hudson, 1999.
“The Enciclopedia of Ancient Art”. Helen Strudwick, Amber Books, 2007-2008.
“Ancient Egypt, Anatomy of a Civilization”, Barry J. Kemp, Routledge, 2006.
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“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2002.
“Antico Egitto”. Maria Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Giunti Editoriale, Florencia-Milán, 2002.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”. Dra. Ana María Vázquez Hoys, UNED, 2001.
“Eternal Egypt: Masterworks of Art”. E.R. Russmann, University of California Press, 2001.
“Ancient Egyptian Religion”. S. Quirke, London, The British Museum Press, 1992.
“British Museum Database”.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

El Período Amarna y el Tardío Imperio Nuevo (c.1.352-1.069 A.C.) 1/6.- Amenhotep IV / Akenatón


AMENHOTEP IV/AKENATON
Museo Nacional de Alejandría

(Pinchar y Ampliar)

EL GRAN HIMNO A ATÓN

“… Tú apareces hermoso por el horizonte del firmamento, ¡oh! Atón vivo, que has dado inicio al vivir. Cuando te elevas sobre el horizonte oriental, colmas de tu belleza todas las tierras. Tú eres bello, grande, resplandeciente, excelso sobre cada pueblo; tus rayos circundan las tierras hasta el límite de todo lo que tú has creado. […] Tú estás lejos, pero tus rayos están en la tierra. […] Cuando marchas en paz al horizonte occidental, la tierra queda en la oscuridad, como muerta. […]"
"Yace la tierra en silencio, su creador reposa en el horizonte. Al alba tú reapareces por el horizonte, resplandeces como Atón durante el día. La tierra entera se pone a trabajar. Cada animal disfruta de su pasto. Árboles y arbustos reverdecen. […] Tú procuras que las mujeres sean fecundas, tú, que haces viriles a los hombres, tú, que haces vivir al hijo en el seno de su madre, que le calmas para que no llore, tú, nodriza de quien está aún en el vientre. […] ¡Cuán numerosas son tus obras! Ellas son incognoscibles para el rostro [de los hombres], tú, dios único fuera del cual nadie existe. Tú has creado la tierra a tu albedrío, cuando estabas solo, con los hombres, el ganado y los animales salvajes, y todo lo que está sobre la tierra–y camina sobre sus pies–es todo lo que está en el cielo–y vuela sobre sus alas-."
"Y los países extranjeros, Siria, Nubia y la tierra de Egipto, tú has colocado a cada hombre en su lugar, te has ocupado de sus necesidades. Cada uno y su alimento, y está contada su duración en vida."
"Sus lenguas son distintas en palabras y su escritura también, así como su piel. Has diferenciado a los pueblos extranjeros. […] Y todos los países extranjeros y lejanos, tú haces que vivan también ellos. […] Tus rayos alimentan todas las plantas, cuando tú brillas, ellas viven y prosperan por ti. Tú haces las estaciones para que se desarrolle todo lo que creas…”

El Gran Himno a Atón constituye la mayor expresión mística del período que nos atañe y se considera una obra magistral de la literatura religiosa. El texto fue hallado en la tumba concebida para Ay en la necrópolis meridional de Aketatón. Aunque se ha subrayado con frecuencia el sorprendente parecido con el Salmo 104 de David, es oportuno recordar que el texto se ajusta perfectamente a la antigua tradición religiosa de los himnos que los teólogos egipcios dedicaban al sol. Este canto de amor y entusiasmo, el más vibrante que haya legado la literatura del Antiguo Egipto constituye, asimismo, un magnífico ejemplo de 'neoegipcio', el idioma hablado, con toda probabilidad, desde finales del Imperio Medio, y considerado lengua 'oficial' precisamente desde el período de Amarna.

A MODO DE PREÁMBULO

Se inicia un nuevo capítulo, el 10º, en el que se pretende cubrir lo que resta del Imperio Nuevo incluyendo, claro está, el controvertido Período Amarna que, a pesar de su relativa corta vida, sigue siendo el período de la Historia Antigua de Egipto que ha atraído más atención de egiptólogos, arqueólogos, filólogos, antropólogos, teólogos e historiadores, y profanos en general. Son muchos los profesionales que han dedicado, y dedican, su vida profesional al estudio de Amarna y al faraón que la creó; al cisma religioso que intentó imponer; a sus orígenes y a sus consecuencias, inmediatas y futuras; a sus repercusiones e influencia en otras religiones.

Su autoría, como siempre, ha recaído en un erudito en el tema. El Doctor Jacobus van Dhij, prolífico autor de numerosos libros, tratados, ensayos y artículos en general sobre el Antiguo Egipto, e infatigable investigador, es Director del Departamento de Estudios Religiosos-Egiptología, Facultad de Teología y Estudios Religiosos, Universidad de Groningen (Países Bajos). Su formación académica y experiencia no pueden ajustarse más a las exigencias del delicado y muy especializado tema que le toca desarrollar.

Se puede pensar en el faraón Akenatón - personaje principal del Período Amarna - como el crisol en el que se depuran y purifican aquellas tendencias y posturas teológicas que la Dinastía XVIII tan claramente venía ya arrastrando e imponiendo, pero de cuyo arraigo real en la sociedad nada se sabe.

La figura de Akenatón es vilipendiada y denostada por unos, e idealizada y encumbrada por otros, todo ello cuando la realidad sigue siendo una: Que poco o casi nada se sabe de él y de su entorno. Lo que queda, pues, son meras conjeturas viciadas.

INTRODUCCIÓN

Cuando Amenhotep III fallece, deja atrás un país tan rico y poderoso como jamás lo había sido. El tratado con Mitani alcanzado por su padre, trajo paz y estabilidad, y dio fruto a una cultura extraordinariamente exquisita. Un alto porcentaje de los ingresos generados por el propio Egipto, y por el comercio exterior, se empleó en proyectos de construcción a una escala sin precedente; las inscripciones nos hablan de enormes cantidades de oro, plata, bronce y piedras preciosas usadas en la decoración de los templos. La riqueza de Egipto se veía simbolizada en el tamaño de sus monumentos; todo tenía que ser mayor que lo anterior; desde los templos y palacios hasta los escarabeos; desde las colosales figuras del faraón hasta los shabtis de su élite.

La paz también cambió la actitud del pueblo egipcio hacia sus vecinos extranjeros, que ya no eran vistos, de entrada, como las hostiles fuerzas del caos que rodeaba a Egipto, del mundo creado al principio de los tiempos. La Corte de Amenhotep se había convertido en un centro de la diplomacia de importancia internacional, y los amistosos contactos con los vecinos de Egipto propiciaron la existencia de una atmósfera abierta a las culturas foráneas.

Durante la primera época de la dinastía, los inmigrantes habrían introducido en Egipto sus dioses nativos y algunas de sus deidades habrían llegado a asociarse con el soberano egipcio, especialmente en su aspecto bélico, pero ahora los pueblos extranjeros eran vistos como parte de la creación divina, protegidos y sustentados por el benevolente dominio del Dios-Sol, Ra, y de su representante terrenal, el faraón.

LA RELIGIÓN DEL IMPERIO NUEVO

El Dios-Sol y el faraón yacían en el fondo del pensamiento teológico y en la práctica cultual egipcia según éstos evolucionaban a lo largo de los siglos. El curso diario del Dios-Sol, que a la vez era el dios creador primigenio, garantizaba la existencia continuada de su creación. En el templo, el viaje diario del Dios-Sol a través de los cielos se iniciaba simbólicamente por medio de rituales e himnos, cuyo objeto principal consistía en mantener el orden creado del Universo. El faraón jugaba un papel crucial en este ritual diario; él era el oficiante principal, el Sacerdote-Sol, que poseía un conocimiento íntimo de todos los aspectos del curso diario del Dios-Sol. Cada amanecer era una repetición de “la primera ocasión”, la creación del mundo en el Principio. El propio Ra emprendía un ciclo diario de muerte y de renacimiento; cada puesta de sol entraba en el Submundo, donde era regenerado y preparado para renacer en la mañana como Ra-Horakhty.

La Luz no podía existir sin la Sombra; sin Muerte, no podría haber Regeneración ni Vida. Junto con el Dios-Sol, los muertos también renacían; se unían a Ra en su viaje diario y acometían el mismo ciclo eterno de Muerte y Resurrección. Osiris, el dios de los Muertos y del Submundo, con el que el fallecido estaba tradicionalmente identificado, se veía cada vez más como un aspecto de Ra, y lo mismo es aplicable para los otros dioses, pues, si el Dios-Sol era el creador primigenio, entonces todos los demás dioses habrían emergido de él y eran, por lo tanto, aspectos suyos. En este sentido, hay una tendencia hacia una forma de monoteísmo inherente a la religión del Imperio Nuevo Egipto.

Hacia finales del reinado de Amenhotep III el culto de muchos dioses, además de su deificado sí mismo, estaba solarizado e iba en aumento, pero a la vez, el faraón parecía haber intentado equilibrar este desarrollo encargando un gran número de estatuas de una multitud de deidades, y desarrollando, a la vez, el culto a sus manifestaciones terrenales como animales sagrados. Sin embargo, en los himnos de finales del reinado, al Dios-Sol se le sitúa alejado de los otros dioses; él es el Dios Supremo que está solo, lejos en el cielo, mientras los demás son parte de su creación, junto con los hombres y los animales. El sucesor de Amenhotep iba pronto a encontrar una solución radicalmente diferente al problema de Unidad y Pluralidad.

Aunque la sede del gobierno durante la mayor parte del Imperio Nuevo estuvo en la capital del norte, Menfis, los soberanos de la Dinastía XVIII eran oriundos de Tebas, y esta ciudad continuó siendo el centro de culto religioso más importante del país. Su dios local, Amón (el oculto) se había asociado con el Dios-Sol Ra, y como Amón-Ra, Rey de los Dioses, se le adoraba en todos los templos más importantes de Egipto, incluido Menfis. El faraón era el hijo carnal de Amón, nacido de la unión del dios con la reina madre, en un matrimonio sagrado que se renovaba anualmente durante el Festival Opet en el templo de Amón, en Luxor.

Durante las grandes procesiones que formaban parte de este importante festival, al faraón se le aclamaba públicamente como la encarnación terrenal de Amón; de esta forma, el faraón y el dios se veían ligados íntimamente en una poderosa amalgama de lazos religiosos y políticos. Todo esto había hecho de Amón-Ra el dios más importante del país, cuyo templo recibía una parte substanciosa de la riqueza de Egipto, y cuyo sacerdocio había adquirido un poder político y económico considerables. Esto, también pronto iba a cambiar bajo el sucesor de Amenhotep III.

AMENHOTEP IV Y KARNAK

Pocas dudas pueden haber de que Amenhotep IV fuese coronado oficialmente por Amón, de Tebas, ya que se le describe como “El que Amón ha escogido (para gozar de gloria durante millones de años)” en algunos escarabeos de principios de su reinado, pero esta referencia atribuida a Amón no puede ocultar el hecho de que el nuevo rey estaba claramente dispuesto, desde su ascensión, a hacer las cosas a su manera. Exactamente cuándo tuvo lugar dicha ascensión es aún objeto de polémica; está claro que originalmente no se contaba con que Amenhotep sucedería a su padre, ya que se sabe que había un príncipe Tutmosis desde principios del reinado de Amenhotep III. A Amenhotep IV se le menciona como el “verdadero hijo del faraón” en uno de los muchos sellos de jarras de barro encontradas en el palacio de su padre en Malkata, en su mayoría asociadas con tres festivales-sed (jubileos) celebrados por Amenhotep III durante los siete últimos años de su reinado.

En cuanto al tema de una posible corregencia entre Amenhotep III y IV, las opiniones están divididas; algunos eruditos han optado por ese período de gobierno compartido, durante doce años; otros, lo más que han admitido es la posibilidad de un corto período de solape de entre uno y dos años; mientras que la mayoría lo rechaza por completo.

Amenhotep IV comenzó su reinado con un amplio programa de construcción en Karnak; el propio centro del culto a Amón. Se desconoce la ubicación exacta de estos templos, pero algunos, quizás todos, estaban situados al este del recinto de Amón y orientados hacia el este; es decir, hacia la salida del Sol. Los templos que empezó a construir aquí y allá no estaban, sin embargo, dedicados a Amón sino a la nueva imagen del Dios-Sol cuyo nombre oficial era “El que vive, Ra-Horus del horizonte, que se regocija en su identidad de Luz que está en el disco solar”, larga fórmula que pronto aparecería encerrada en dos cartuchos, al igual que los nombres de un faraón, y que con frecuencia iba precedida, en las inscripciones reales, de las palabras “mi Padre vive”.

El nombre del dios podía a veces acortarse a “el disco solar viviente” (o, utilizando la palabra egipcia, “el Atón”). La palabra en sí no era nueva, se había utilizado anteriormente para referirse al cuerpo celestial visible del Sol. Durante el reinado de Amenhotep III este aspecto del Dios-Sol fue creciendo en importancia, especialmente en los últimos años de su reinado. Durante los festivales-sed del faraón, su Yo deificado había sido identificado con el Dios-Sol, y en varias inscripciones, más claramente en una en el pilar posterior de una estatua recientemente descubierta, el faraón se llama a sí mismo “el Deslumbrante Atón”.

Originalmente, esta nueva imagen del Dios-Sol se representaba en la forma tradicional, como un hombre con cabeza de halcón coronada por un disco solar, pero al principio del reinado de Amenhotep IV, esta iconografía se abandonó a favor de una forma radicalmente nueva de representar a un dios; como un disco con rayos terminados en manos que tocaban al faraón y a su familia, y les ofrecían símbolos de vida y poder, a la vez que recibían sus ofrendas. Si bien el Atón claramente goza de prioridad sobre los dioses restantes, aún no los reemplaza totalmente. Si bien el Atón claramente goza de prioridad sobre los dioses restantes, aún no los reemplaza totalmente.

Uno de los templos de Karnak está consagrado a un festival-sed, un hecho poco común, ya que los faraones no solían celebrar su primer jubileo antes del trigésimo año de su reinado. Desgraciadamente, se desconoce la fecha exacta de este festival de Amenhotep IV, pero debe de haber tenido lugar dentro de los primeros cinco años de su reinado y, posiblemente, alrededor del año 2 o 3; de haber sido así, puede que ocurriese a intervalos regulares de tres años después del último festival-sed de Amenhotep III, que se había celebrado no mucho antes de su muerte.

Esto proporcionaría otro argumento en contra de una supuesta corregencia entre Amenhotep III y IV. El Atón, que está presente en todos y cada uno de los episodios de los festivales de jubileo representados en los muros del nuevo templo, es ahora, de forma evidente, idéntico al solarizado difunto Amenhotep III, y el festival-sed celebrado por su hijo, es tanto un festival para el Atón como para el nuevo faraón, aunque éste no sea, por necesidad, el principal protagonista de los rituales. El Atón es el “padre divino” que reina Egipto como corregente celestial de su encarnación terrenal, su hijo. Que el jubileo de Karnak no estuviese considerado como el primer festival-sed oficial de Amenhotep IV, lo demuestra una inscripción posterior en la que un cortesano de Amarna incluye en sus oraciones funerarias un deseo de ver al faraón “en su primer jubileo”, indicando claramente que dicho festival aún no se había celebrado.

Otro rasgo extraordinario de los edificios de Karnak de Amenhotep IV es la prominencia sin precedentes de la esposa del faraón, Nefertiti, en las decoraciones de los templos y, por consiguiente, en los rituales que se celebraban en ellos. Una construcción estaba dedicada en sus totalidad sólo a ella, con total ausencia en los relieves de su real esposo. A Nefertiti se le da un nuevo nombre, Neferneferuaten y, acompañada con frecuencia de su hija mayor, Meritaten, ejecuta numerosos rituales que hasta entonces habían estado reservados al faraón; entre ellos, el del mantenimiento del orden universal, “Mostrando a Maat”, y el del dominio de los poderes del caos, “Castigando al enemigo”.

En esta temprana etapa del reinado no era ya tanto la actuación de Nefertiti como corregente de su esposo, como que la pareja real, juntos, representan a los míticos gemelos de la religión tradicional, Shu y Tefnu, la primera pareja de divinidades procedente del andrógeno dios creador, Atum. La triada original compuesta por Atum, el padre primigenio, su hijo Shu y su hija Tegnu, es reemplazada por una triada compuesta por Atón, como padre, y el faraón y su esposa, como sus hijos vivos. La iconografía única de la pareja regia representada en estatuas y relieves, reflejan la nueva interpretación de su estatus divino.

AKENATÓN Y AMARNA

A principios de su quinto año de reinado, Amenhotep IV decidió cortar todos los lazos con la capital religiosa tradicional de Egipto y su dios Amón, y construir una ciudad totalmente nueva en tierra virgen, que se consagraría exclusivamente al culto de El Atón y de sus hijos. Al mismo tiempo cambió su nombre por el de Akenatón, que significa “el que de hecho actúa en nombre de El Atón” o quizás “manifestación creativa de El Atón”. A la nueva ciudad, conocida hoy como Amarna, se le llamó Aketatón, “Horizonte de El Atón”, es decir, el lugar donde El Atón se manifiesta y donde actúa a través de su Hijo, el faraón, que es “el Hijo perfecto de El Atón viviente”. Aún se desconoce si existían motivos políticos, además de religiosos, para una decisión tan drástica, si bien el faraón parece insinuar cierta oposición a sus reformas religiosas en el decreto inscrito en una serie de “estelas fronterizas” que delimitaban el territorio de Aketatón.

Oposición tuvo que haber existido, especialmente por parte del desposeído sistema sacerdotal de los grandes templos de Amón en Tebas, y probablemente de cualquier otra parte del país. Incluso antes de marchar a Aketatón, algunas de las ganancias procedentes de los cultos ya establecidos habrían sido desviadas hacia el culto de El Atón, y la situación debe de haberse deteriorado aún más cuando el faraón dejó la ciudad del dios Amón para marchar a su nueva capital.

Antes de proceder al análisis de esta ciudad, sus habitantes y la nueva religión “atonista”, según se practicaba en el lugar, habría que hacer un breve resumen de los principales eventos políticos del reinado de Akenatón. Se desconoce exactamente cuándo cambió su residencia a Aketatón, pero es probable que tuviese lugar dentro del primero o segundo año de su fundación; los juramentos prestados por el faraón en aquella ocasión en relación a los límites del territorio de la ciudad, se renovaron en el año 8 de su reinado. Una vez tomada la decisión de marchar, todas las actividades de construcción en Tebas cesaron, aunque el nombre original del faraón se borró de las inscripciones y fue sustituido por el nuevo.

Una vez que Akenatón estaba firmemente asentado en su nueva residencia, tuvo lugar una nueva radicalización de sus reformas religiosas. En el año 9, la fórmula oficial del nombre de El Atón se cambió a “el que vive, Ra, soberano del horizonte que se regocija en su identidad de Ra, el Padre, que ha vuelto como el Disco-Solar”. Aunque esta fórmula suprime el nombre del dios Horus, que huele demasiado a conceptos tradicionales, pone incluso más énfasis en la relación padre-hijo entre El Atón y el faraón.

Probablemente, a la vez que este nombre cambió, los dioses tradicionales fueron prohibidos por completo, y se inició una campaña para borrar sus nombres y esfinges – en especial las de Amón – de los monumentos, tarea hercúlea que sólo pudo haberse consumado con la ayuda del ejército. Los templos estatales tradicionales se cerraron, y el culto a sus dioses se paralizó. Y, quizás lo más importante, los festivales religiosos con sus procesiones y festividades, dejaron de celebrarse.

El papel del ejército durante el Período Amarna ha sido subestimado desde hace tiempo; en parte porque a Akenatón se le tachaba de pacifista. Sin embargo, más recientemente, se ha reconocido no sólo que el programa de reforma política y religiosa del faraón nunca habría tenido éxito sin un respaldo militar activo, sino también que Akenatón envió sus tropas al exterior para aplastar una rebelión en Nubia en el año 12. Incluso se ha sugerido que pudo haber estado involucrado en una confrontación con los Hititas quienes, durante el reinado de Akenatón, habrían derrotado a los hurrianos del imperio de Mitanni, aliado de Egipto, destruyendo así el equilibrio de poder que había existido durante varias décadas, aunque el archivo diplomático de Aketatón – las “Cartas de Amarna” - muestra que la actividad militar de Egipto en el norte de Siria solía limitarse a acciones policiales, cuyo objetivo primordial consistía en prevenir que los volátiles estados vasallos cambiasen de bando. Y fue en el año 12 que tuvo lugar una gran ceremonia durante la que el faraón recibió el tributo de “todos los países extranjeros unidos en uno”, evento que bien pudo estar relacionado con la campaña nubia del mismo año.

Y terminamos esta “Hoja Suelta” en la que se ha ofrecido una breve reflexión sobre la religión del Imperio Nuevo, seguida de una reseña, también breve, de las distintas tendencias reformistas político-religiosas del nuevo faraón según la dicotomía Amenhotep IV/Akenatón. Todo ello, claro está, de la mano del Egiptólogo holandés, Doctor Jacobus van Dhij.

RAFAEL CANALES


En Benalmádena-Costa, a 15 de noviembre de 2010

Bibliografía:


“Akhenaten: The Heretic King. Donald B. Redford, Princeton University Press, 1984.
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