Fragmento de una estatúa de basalto, de estilo egipcio, de Ptolomeo I, Fundador de la Dinastía Ptolemaica, 305-283 a.C. (Pinchar)
The founder of the Ptolemaic
dynasty ruled Egypt as Ptolemy I Soter ('Saviour') with his sister-wife,
Berenike I, until his death in 283 BC. At his death he left a very prosperous
kingdom. He also founded the Museum (Mouseion),
a cultural centre for scholars and artists, and established the famous library
at Alexandria.
The nemes headdress and the uraeus identify the
subject of the statue as a ruler. The mouth has drill holes in the corners,
forcing the lips into a wide smile, an expression characteristic of portraits
of the Thirtieth Dynasty (380-343 BC) and the early Ptolemaic Period. Other
characteristics of sculpture of this period are the wide, fleshy nose, cheeks
and chin, and the large, fleshy ears.
It is said that this sculpture
was found in the lining of a well in the Nile Delta. It was acquired by the
British Museum with a number of other objects, but unfortunately the site was
not named and it has been suggested that the story of its discovery was
fabricated to increase interest in the piece. (Base de Datos del Museo Británico)
A modo de
preámbulo ex profeso
Con esta nueva “Hoja
Suelta” iniciamos, como de costumbre, nuestra andadura cotidiana por esas
tierras egipcias allende los mares; esta vez para repasar, ahondar y hurgar en los
acontecimientos que tuvieron lugar a lo largo de un significativo período de la
Historia del Antiguo Egipto, conocido como Período Ptolemaico o Helenístico.
En este Capítulo 14, y penúltimo del Proyecto, vamos a ir de nuevo de la mano de nuestro anterior guía y maestro, Doctor Alan B. Lloyd, autor también del ensayo precedente, en cuyo preámbulo se incluye una breve referencia a su enorme experiencia profesional y preparación académica como Presidente de la prestigiosa Egypt Exploration Society (EES) de 1994 a 2007, y Vicepresidente hasta su elección como Presidente de AGM el 10 de diciembre de 2011. Su autoridad como profesional viene respaldada, además, por sus numerosas excavaciones en las que ha participado, y por su reconocida autoridad en los escritos del historiador Herodoto, así como por su extenso y envidiable record de publicaciones.
Prólogo
El Egipto
Ptolemaico es la historia de dos culturas. Aunque difieran en su etos, o carácter
distintivo, su enfoque y sus aspiraciones, ambas culturas en un
principio mantuvieron una cautelosa coexistencia en la que el interés y el equilibrio
del poder generaron un grado de cooperación viable y, en general, suficientemente
efectiva, que enmascaraba un desagrado mutuo. Desde finales del siglo tercero
a.C., incluso esta colaboración se fue poco a poco erosionando a causa de las divisivas
presiones a las que se veía sometida por parte del cisma dinástico, la administración,
la crisis económica, y los resentimientos egipcios. Y un aspecto no menos fascinante de esta compleja relación es el hecho de que, a pesar de todas sus tensiones internas,
el Egipto de los Ptolomeos tuvo en muchos aspectos éxitos espectaculares; tanto si nos centramos en los logros de la élite greco-macedonia, como en los del medio cultural egipcio.
Preludio
Parece lo más
apropiado comenzar el estudio del Egipto Ptolemaico con la llegada de Alejandro
Magno en 332 a.C. que nos llevaría al final del Segundo Período Persa cuyo
paso nadie lamentó. Antes de que Alejandro reanudase sus conquistas en 331
a.C., se vio obligado a tratar el problema de cómo administrar su nueva
provincia.
La fundación de la
ciudad de Alejandría fue, claramente, una innovación encaminada a establecer una
nueva base para gobernar el país, si bien en otros aspectos aún prevalecían los viejos métodos
egipcios. Si nos fiamos del "Romance
de Alejandro", (una biografía semi-mitificante escrita de forma anónima bajo
el seudónimo de Calisthenes hacia el siglo segundo d.C., e incluso antes),
Alejandro se habría coronado a sí mismo en el templo a Ptah, en Menfis, haciendo
valer con esta acción que asumía la responsabilidad de un faraón egipcio, pero
no hay duda alguna de que ya estaba conceptuado como tal por los propios egipcios
quienes le concedieron la estándar titulatura real y que mostraría gran respeto
por las susceptibilidades religiosas egipcias.
Perspicazmente
consciente de los estratégicos peligros intrínsecos en la riqueza y posición
geográfica de Egipto, eludió la concentración de poder: la
administración del país se encomendó a un egipcio llamado Doloaspis; la
recaudación de impuestos se confió a Kleomenes, de Naukratis; el ejército se
puso bajo el mando de dos oficiales, Peukestas y Bañakros; y a la armada se le asignó
un comandante independiente como Polemon. Kleomenes sería más adelante nombrado
gobernador de toda la provincia que administraría con un alto grado de corrupción.
A la muerte de
Alejandro en Babilonia en junio de 323 a. C., su mentalmente imprevisible medio
hermano Arrhidaeus (323-317 a.C.) fue nombrado rey, con Perdiccas como regente,
con el acuerdo de que si el hijo aún por
nacer de la bactriana esposa de Alejandro, Roxana, fuese varón, ese niño sería
rey mancomunadamente. Perdiccas asignó a los mariscales de Alejandro
importantes secciones del Imperio, y en esta división, Ptolomeo, hijo de Lagos,
adquirió Egipto, Libia, y “aquellos territorios de Arabia que lindan con
Egipto” con Kleomenes como su segundo en el mando.
El arreglo de
Perdiccas no podía funcionar. Meramente sirvió para situar el escenario de las “Guerras
de los Sucesores”, que inevitablemente estallaron, y servirían para comprobar si el imperio
de Alejandro sobreviviría intacto. En esta compleja serie de operaciones se aprecian dos fases: en la primera, que se extendió desde 321 a 301 a.C., la lucha fue entre “unitaristas”, entre los que se encontraba el propio Perdiccas, Antígono (el Tuerto),
y su hijo Demetrio (el Sitiador), quien intentó preservar la unidad del imperio, y "separatistas“ (encabezados por Ptolomeo, Seleucos, y
Lysimachos), quienes estaban dispuestos a forjarse sus propios reinos.
La ambición de
Ptolomeo le hizo salir a la palestra como el mayor quebradero de cabeza de los “unitaristas”
quienes lo cumplimentaron con dos invasiones de Egipto; la primera llevada a cabo por
Perdiccas, en 321 a.C., y la segunda por Antigono, en 306 a.C.; ambos serían
derrotados por la geografía de Egipto más que por el propio Ptolomeo. El
problema de la unidad se vio resulto con la derrota y muerte de Antigono, en
Ipsus, en 301 a.C., que decidió esta fase del conflicto a favor de los “separatistas”.
Para entonces, todos los principales protagonistas, incluyendo a Ptolomeo, se habrían
ya anticipado a este desenlace nombrándose reyes.
El Alto
Verano de un Reino
Esta segunda fase
de las Guerras de los Sucesores se extiende desde 301 a 380 a.C., y se
caracteriza por los forcejeos entre separatistas por establecer, mantener, o
incrementar sus reinos. Y acabaría con la muerte de Lysimachos, en Corupedium, en
281 a.C., y el correspondiente asesinato de su conquistador, Seleuco, a finales
del mismo año. La consecuencia de estos eventos sería crítica para la
correspondiente historia del mundo helenístico en cuanto que originó tres
grandes reinos: Macedonia, con pretensiones de regir estados colindantes, cosa
que en ocasiones consiguieron, y en otras no.; el Imperio seléucida, basado en
Siria y Mesopotamia; y el imperio de los Ptolomeos, cuyo núcleo eran Egipto y
Cirenaica. En estos reinos, nos confrontamos con los protagonistas de un juego de
poder que dominaría el Mediterráneo Oriental y el Levante hasta que Egipto cayó
bajo el control romano en 30 a.C.
Es importante
entender que la rivalidad entre estos reinos no se limitaba a asuntos de
control político o militar, por importante que estos fueran. La motivación
psicológica subyacente radicaba donde deberíamos sospechar que estaría en cualquier
contexto greco-macedonio; es decir, en un invencible impulso de aertividad
que, a su vez, generaría prestigio. Tallar una bella estatúa en el anfiteatro
de la actividad greco-macedonia – e incluso más lejos – y colocar con firmeza a
la oposición en la sombra, eran finalmente los asuntos más importantes. De
hecho, la conquista militar fue un medio importante de conseguirlo, pero la
creación de un reino con un esplendor sin parangón era igualmente importante y
absorbería un enorme esfuerzo y recursos. En esta batalla por el
poder y el prestigio, los Ptolomeos fueron, sin lugar a duda, los verdaderos vencedores, al menos en el siglo tercero.
Para los tres
reinos, el asunto clave de la alta política y de la gran estrategia consistía en
extender sus imperios a expensas de sus rivales con los medios que pudiesen,
pero la historia de sus conflictos está lejos de ser sencilla. Está claro que
las ambiciones de los primeros Ptolomeos eran tales que planteaban una seria
amenaza para las aspiraciones de los otros destacados jugadores, quienes
consideraron conveniente aunar sus recursos contra el enemigo común. No
sorprende, pues, que a principios de 270 a.C. encontremos que se alcanzase una
paz entre macedonios y seléucidas que se convertiría en una de las pocas
constantes de la historia del siglo tercero.
Para los Ptolomeos
había dos importantes zonas propicias para la actividad expansionista: (1) los
antiguos centros culturales griegos del Mediterráneo Oriental, y (2)
Siria-Palestina. En cuanto a la primera, es importante captar que los
gobernantes de todos estos reinos helenísticos se sentían macedonios, con
tradiciones macedonias, y con una estrecha y profunda afinidad cultural griega.
Siendo así, el centro donde ellos deseaban dejar su huella era la Grecia
peninsular, el Egeo, y las ciudades costeras del Asia Menor. Para los Ptolomeos
del siglo tercero a.C., esto significaba, en términos políticos y militares,
una larga lucha por la hegemonía de Grecia sobre Macedonia que habría conseguido
el control de una gran parte de la zona en tiempos de Philip II y la
consideraba de forma inequívoca macedonia, por derecho de conquista.
Esta lucha, a su
vez, enredó a los Ptolomeos a ayudar a las destacadas fuerzas políticas del mundo
griego, sobretodo la región de Epiro, las ligas etolias y aqueas, Atenas, y
Esparta que inevitablemente pidieron ayuda a Egipto contra el enemigo común, pero
a la vez supuso grandes esfuerzos para mantener bases en el Egeo y a lo largo de la
costa sur de Asia Menor, el control de Chipre, y el requisito para mantener una
alianza con la estratégica y económicamente importante isla de Rodas. Inevitablemente, las ambiciones
ptolemaicas en Asia Menor les llevaría a un serio conflicto con los intereses
seléucidas de la zona.
A pesar del reto que
dos grandes reinos suponían, los tres primeros Ptolomeos tendrían, en un
principio, un enorme éxito en satisfacer sus ambiciones en el Egeo. Revisando
sus logros en aquel trimestre, el historiador Polibio escribe como sigue:
"…su esfera de control incluía las dinastías en Asia y
también en las islas, ya que eran dueños de las ciudades más importantes, los baluartes
y los puertos a lo largo de toda la costa, desde Panfilia (antigua región
geográfica, convertida en provincia romana en el año 133 a.C., ubicada en la
costa sur de la península de Anatolia o Asia Menor), hasta el Helesponto, y la
región de Lysimachia”.
(N.B. La ciudad que lleva su nombre fue construida en
309 a.C. por Lisimaco de Tracia (360-281 a.C.), oficial macedonio y diádoco,
esto es “sucesor” de Alejandro Magno - tratamiento dado a sus antiguos
generales que a su muerte se repartirían su imperio - quien se convertiría en basileo
(rey) en 306 a.C., gobernando Asia Menor, Tracia y Macedonia durante 20 años).
“Solían seguir de cerca los acontecimientos en Tracia y
Macedonia a través de su control de Aenus y Maronea, e incluso de otras ciudades
más lejanas, y, habiendo extendido su brazo a tales distancias, y viéndose protegidos
así mismos por la lejanía de estos reyes clientes, nunca se preocuparon
de la seguridad de Egipto. Es por eso por lo que, con toda lógica, dedicaron
mucha parte del tiempo a asuntos externos …”. (Polibio, 5.34).
No obstante,
deberíamos leer estas palabras con cuidado. Polibio no dice que estos reyes
estuvieran en posesión de un imperio con fronteras claramente definidas y una
administración imperial coherente. El pasaje revela, eso sí – y esto lo
confirma otra evidencia – que este llamado “imperio” es en verdad una cuestión de
matices; se trata de una amalgama de bases, alianzas, protectorados, y facciones amistosas
o individuos, con frecuencia comprados con dinero egipcio, que formaban una red de
nudos a través de los cuales los Ptolomeos podían ejercer sus poderes políticos y
militares. Ni, por supuesto, la esfera era estática, incluso en estos primeros
años.
En las luchas generadas
por dichas ambiciones, los primeros Ptolomeos gozaron de una suerte mixta, pero
finalmente los macedonios y los seléucidas prevalecieron. Para finales del siglo tercero
a.C., la influencia ptolemaica en Grecia desapareció como fuerza importante,
aunque se mantuvo una guarnición en There y al sur del Egeo hasta 145 a.C. En
cuanto a Asia Menor, los triunfos de Antíoco III el Grande en aquella zona
durante la 5ª Guerra Siria, precipitó el final de la hegemonía
Ptolemaica en la costa oeste y sur hacia 195 a.C.
El patrón de una
expansión inicial que da paso a una severa recesión a principios del siglo
segundo a.C., se repetiría en Siria-Palestina. La determinación de integrar
Coele-Siria y las ciudades fenicias en el reino Ptolemaico, surgió pronto. La
zona había sido, por supuesto, un foco tradicional de preocupación en tiempos
faraónicos, pero había mejores razones que precedentes para que los Ptolomeos
deseasen conseguirla; estratégicamente, su ocupación facilitaba la defensa de
Egipto, así como la de la provincia Ptolemaica de Chipre; el control de Fenicia
daba a los Ptolomeos acceso a los recursos navales fenicios; y finalmente, la
ocupación también deparaba mayores beneficios económicos en términos fiscales, tanto
en relación con el acceso a rutas de comercio importantes (incluyendo el gran
centro comercial de Petra), como, en particular, la posibilidad de explotar los
recursos madereros del Líbano, sustanciosa fuente de madera para la
construcción de navíos para la armada Ptolemaica.
No sorprende, pues,
que Ptolomeo I (305-285 a.C.) hiciera repetidos esfuerzos para conseguir el
control de la zona: y lo hizo en el período 320-315 a.C., poco después de la
Batalla de Gaza en 312, pero en 301 a.C. ocuparía Siria-Palestina,
probablemente hasta el rio Eleutherus, a pesar del hecho de que este territorio
había sido asignado a Seleuco después de Ipso. La determinación de los
seléucidas de mantener sus pretensiones dio lugar a no menos de seis Guerras
Sirias que comenzaron en el reinado de Ptolomeo II (285-246 a.C.) y terminaron
con la de Ptolomeo VI, si bien el tema se decidió a todos los efectos y
propósitos con la derrota egipcia en Panion en 200 a.C., como resultado de la
cual Ptolomeo V (205-180 a.C. concedió las reivindicaciones de los seléucidas en
Siria y Fenicia hacia 195 a.C.
Estos éxitos
militares ptolemaicos y el fracaso final, estaban ligados a un número de
condicionantes previos: un ejército y una armada efectivos, un sistema
administrativo en casa que proporcionaba la base y, sobretodo, una
infraestructura con que financiar la expansión; condiciones dentro del reino
que hacían posible la concentración de tales esfuerzos en campañas exteriores;
y gobernantes con visión y capacidad para llevarlas adelante.
El
Poderío Militar
El ejército Ptolemaico,
como toda su contrapartida helénica, era el ejército de Alejandro, modificado a
la vista de la experiencia y la necesidad. Las fuerzas de Alejandro consistían
en una diversidad de unidades complementarias que reflejaban un concepto
táctico basado en inmovilizar al enemigo mediante presión de la infantería a lo
largo de la mayor parte de la línea y lanzando el asalto crucial en un punto
determinado mediante la caballería pesada. Esto significaba que los elementos
tácticos principales consistían en una falange de infantería pesada armada con
picas de una longitud considerable (5’5m que más adelante se alargarían) y una
fuerza de choque de caballería pesada formada por escuadrones de macedonios, tesalónicos
y aliados. Las diferencias que
inevitablemente surgían durante la acción eran subsanadas por la infantería
ligera de élite conocida como hypaspists,
de 3000 hombres. Estas fuerzas del campo de batalla de las la victoria dependía
en acciones generales, se suplementaban con un amplio abanico de tropas
ligeras, de a pié y a caballo, en su mayoría mercenarios, y se complementaban
con un altamente sofisticado siege-train.
(N.B. Un “siege-engine” o “ingenio de asedio” es un
artefacto diseñado para derribar o salvar los muros de una ciudad u otras
fortificaciones en guerras de asedio. Algunos operan cerca de las
fortificaciones mientras que otros lo hacen para atacar desde la distancia. Desde
la Antigüedad, estos ingenios de asedio se construían en su mayoría de madera y
tendían a aprovechar la ventaja mecánica para lanzar piedras u otros misiles
similares. Con el desarrollo de la pólvora y el avance de las técnicas
metalúrgicas, los ingenios de asedio se convertirían en lo que hoy conocemos
por "artillería". Colectivamente, estos ingenios de asedio o artillería, junto
con las tropas y los vehículos de transporte necesarios para llevar a cabo un asedio,
se conocen como un “siege-train” o “tren de asedio”).
Cuando
volvemos a los ejércitos de los Ptolomeos, nos encontramos con que muchas de sus cosas las habría inmediatamente reconocido Alejandro como suyas. En Gaza, en 312
a.C., el asalto Ptolemaico fue llevado a cabo por una fuerza de caballería de
3.000 hombres armados con sables y la tradicional pica de la caballería
macedonia, o xiston. Esto hizo girar
el flanco a la fuerza de caballería enemiga que se quebró y huyeron del campo
de batalla, exponiendo así a la falange enemiga a un asalto por su flanco
izquierdo. Frente a esta amenaza, rápidamente salieron por piernas en total
confusión. Casi un siglo después, el razonamiento táctico en Raphia (217 d.C.)
fue muy parecido: el ala izquierda de la caballería de Ptolomeo IV fue barrida
del campo de batalla por sus homólogos seléucidas mientras que la caballería
Ptolemaica en el ala derecha reciprocó derrotando a los jinetes seléucidas que
tenían en frente.
En
esta batalla, no obstante, la victoria la decidió la falange de Ptolomeo que,
con el aliento personal de su rey, niveló picas y cargó contra la falange
oponente que, inmediatamente, se desplomó. En 2000 a.C., Panion nos ofrece otro
ejemplo de caballería como ala percutora, en este caso para desventaja del
ejército Ptolemaico, ya que la caballería seléucida pudo demoler su ala
izquierda, barrerla del campo de batalla, y luego regresar para amenazar la
retaguardia de la falange Ptolemaica, que no tuvo otra alternativa que
retirarse.
A
pesar de la reseñada similitud táctica con los ejércitos de Philip II y
Alejandro, hubo una innovación crucial que aparece en estas tres acciones: el
uso de elefantes de guerra, que fue una táctica copiada de los indios. Los
elefantes se empleaban como antiguo equivalente al tanque con la función de
asaltar y reventar la línea enemiga. Una solución para el asalto consistía en
prevenir que alcanzasen la línea, en primer lugar, y esto lo consiguió
brillantemente Ptolomeo I en Gaza colocando al frente de su ejército un
enjambre de hombres armados con estacas recubiertas de hierro que se fijaban en
el terreno para bloquear así el avance de los elefantes de Demetrio.
Otro
remedio, que resulta claro que generalmente adoptaron, consistía en atacar a
los elefantes y a sus conductores con tropas ligeras altamente móviles armadas
con jabalinas o arcos. Esto quería decir
que, a su vez, cualquier ejército que utilizase elefantes no podría avanzar sin
sus ligeras tropas armadas con objeto de neutralizar las del enemigo. El mayor problema
que suponía para los Ptolomeos utilizar elefantes era el suministro adecuado de
animales de buena calidad; es decir, elefantes indios. No sabemos de ninguno en
el ejército de Ptolomeo I en Gaza, pero después de la derrota de la fuerza de
elefantes de Demetrio, capturó a los supervivientes. El intento Ptolemaico de
resolver el problema finalmente sería la utilización de elefantes africanos, y
la caza de estos animales se mencionan en varias ocasiones en nuestras fuentes.
Desgraciadamente,
la única variedad de elefante africano que puede amaestrarse proviene de la selva y es más pequeño que el indio, así que no sorprende el saber que los
elefantes de Ptolomeo IV en Raphia
saliesen por patas, se replegasen a sus líneas, con las consiguientes
consecuencias para el ejército en su conjunto, no serias pero sí desastrosas.
No sabemos de elefantes Ptolemaicos en Panion, si bien nuestra única evidencia
de esta acción que ha sobrevivido es altamente defectuosa pero interesa señalar
que a los elefantes seléucidas se les atribuye el haber provocado el pánico
entre la caballería etoliana en la crucial ala izquierda egipcia, y también se
mencionan elefantes como participantes en el movimiento de cerco final a la
falange Ptolemaica que selló la derrota completa del ejército.
Uno
de los cambios más notables en el ejército Ptolemaico en los siglos cuarto y
tercero (a.C.) es la progresiva dilución de sus elementos macedonios, al
principio a favor de mercenarios pero al final tendiendo a la incorporación del
machimoi egipcio, o clase guerrera. Ya
en Gaza, en 312 a.C., el historiador griego Diodoro describe el ejército
compuesto de una infantería y una caballería de 18.000 y 4.000 hombres respectivamente, parte macedonios,
parte mercenarios, pero también tenemos noticias de que había además un gran
número de egipcios, algunos empleados como portadores, presumiblemente
auxiliares. Para cuando llegamos a Raphia, estas tendencias han ido aún más
lejos. Aquí Ptolomeo IV dispone de una fuerza de caballería de élite de 3.000
hombres de los que más de 2.000 eran libios o egipcios. De forma similar en una
falange de probablemente 45.000 hombres, no menos de 20.000 eran egipcios.
Ptolomeo puso en el campo, además, una caballería de 2.000 mercenarios, griegos
y no griegos, 3.000 cretenses, 3.000 libios, y 4.000 tracianos y gálatas (N.B. Los gálatas eran los habitantes de origen galo
que, provenientes de la Galia, se asentaron en una región del Asia Menor).
Por supuesto que es altamente improbable que los macedonios y sus descendientes
representasen
más de una pequeña proporción del total de este ejército.
El coste de la financiación de una fuerza mercenaria de
tales dimensiones suponía ciertamente un continuo y pesado drenaje de las
reservas de la Corona que sólo se podía soportar si la economía del país
funcionase de forma adecuada pero la desorganización interna que creció de
forma profunda y rápida después de la muerte de Ptolomeo IV bastó para
debilitar la capacidad de los gobernantes de Egipto de mantener esas tropas. El
problema de garantizar el suministro adecuado de soldados procedentes de grupos
étnicos tradicionalmente explotados por Macedonia fue tratado en una etapa
anterior por los Ptolomeos mediante la creación de una amplia reserva militar
destacadas en asentamientos por todo el país. En estos lugares se les
proporcionaba parcelas de tierra cuyas dimensiones dependían del rango y tipo de cada unidad.
Era frecuente que no fueran ellos mismo quienes cultivaran las tierras sino
que simplemente las utilizaran como fuente de ingresos, pero las recibían con
el compromiso de que, si en ocasiones se les necesitaba, se requerirían sus
servicios, como fue el mencionado caso de 4.000 tracianos y gálatas en la concentración previa a la campaña de Raphia. De cualquier forma, es curioso que sea
éste el único contingente de esta categoría que menciona Polibio en esta
coyuntura. Y el hecho de que constituyese sólo una parte relativamente pequeña del
ejército dispuesto para esta operación, parece indicar que a los cleruchs (militares asentados a los que el faraón les concedía
parcelas de tierra llamadas kleroi) no
se les consideraba como la fuente ideal para abastecer parte del grueso del
ejército.
Otra solución obvia al problema de la mano de obra
militar era la milicia egipcia o machimoi,
un remedio aparentemente puesto a prueba anteriormente según parece en Gaza que
calló en desuso durante años, probablemente producto de un perspicaz
conocimiento de sus posibles desventajas políticas. Y finalmente, la necesidad
a corto plazo barrió a las consideraciones a largo plazo imperiosamente
lejanas, y encontramos que este grupo estaba siendo explotado con espectacular éxito
en Raphia donde el grueso de la falange que dio la victoria Ptolomeo estaba
formado por soldados egipcios. La creciente dependencia de esta clase creada
ante la creciente dificultad en adquirir tropas de fuentes tradicionalmente Ptolemaicas llevó
a un desplazamiento crítico del equilibrio de poder en el país que Polibio destaca
de forma mordaz:
“En cuanto a Ptolomeo, su guerra contra los egipcios continuó en estos
términos. Ya que el mencionado rey, al armar a los egipcios para su guerra
contra Antíoco, decidió seguir una línea de acción que si bien era apropiada para las
circunstancias inmediatas, ignoró las consecuencias futuras. Ya que los
soldados, exaltados por su victoria en Raphia, dejaron de sentirse obligados a
obedecer y andaban buscando un líder y figura decorativa creyéndose capaces
de cuidar de sí mismos. Y poco después, finalmente lo consiguieron”. (Polibio 5.107).
El ejército no era el único requisito. La satisfacción de
las ambiciones Ptolemaicas en el Egeo y el Mediterráneo Oriental también
dependía del mantenimiento d una poderosa armada de guerra. Esta fuerza no sólo
era un medio de establecer y mantener una presencia Ptolemaica en la zona, sino
también servía como arma en la batalla propagandística por prestigio y estatus.
Como en tiempos más modernos, las grandes y poderosas unidades navales podían
usarse para generar una sensación de poder, incluso cuando no existiese una
confrontación armada directa. La
importancia crítica de una armada se entendió desde el mismo inicio del Período
Ptolemaico, y su auge y caída son el indefectible barómetro de las andanzas
imperiales y políticas Lagidas en el mundo griego.
Tácticamente, la guerra
naval se convirtió en un grado marcado en el pasado siglo cuarto a.C. Las
tendencias emergen claramente en los mejores reseñados enfrentamientos
marítimos Ptolemaicos, la Batalla de Salamis, que se libró frente a la costa este
de Chipre en 306 a.C., y llegó a su fin con la catastrófica derrota de la
armada egipcia. La acción surgió por un intento de Ptolomeo de socorrer a su
hermano Menelaos que se veía asediado en Salamis por tierra y mar por Demetrio,
hijo de Antígono. Ptolomeo tenía unas 140 buques de guerra, frente quizás a 180
de su enemigo.
Diodoro, nuestra fuente más completa, desgraciadamente
para nuestras miras, da más información sobre la armada de Demetrio que la de
Ptolomeo, pero puede haber pocas dudas de que estos detalles son igualmente
aplicables a la oposición. Surge un número de puntos: en primer lugar, sabemos
de soldados que fueron embarcados y
de mucha acción relacionada con ellos; en segundo, Demetrio equipaba sus naves
de ballestas y catapultas capaces de
disparar piezas de tres vanos de largo (unos 0’5 m), que se utilizaban con
buenos resultados; en tercer lugar, participaban barcos de diferentes proporciones.
Por ejemplo, la poderosa ala izquierda de Demetrio comprendía 30 “cuatros”, 10
(cincos), 10 (seises), y 7 (sietes), mientras que el grueso de su armada se
componía de “cincos”, aunque el grueso de su armada consistía en “cincos”.
La armada Ptolemaica, por otra parte, estaba formada por totalmente
por “cincos” y “cuatros”; más aún, ambas armadas parece que se prepararon para
la batalla como tres bloques de barcos – un centro con un ala en cada lado –
pero Demetrio hizo su ala del lado del mar especialmente poderosa mientras
Ptolomeo hizo lo mismo en su lado de tierra; finalmente, debemos considerar que
las armadas empleaban un sistema de señalización primitivo.
Este resumen revela algunos aspectos importantes. En
primer lugar, la guerra marítima ha estado siempre influenciada por la guerra
terrestre de forma clara y contundente. Mientras las maniobras de choque aún se
practicaban, ahora el énfasis se desplaza de las batallas de maniobras a las batallas
en el mar, lo que prima el desarrollo de unidades cada vez mayores capaces de
transportar grande contingentes de marines que obliga a una decisión de luchar hasta el final a la altura de tu
enemigo. La descripción de Athenaeus de la armada de Philadelphus demuestra
este punto perfectamente: no sólo manifiesta que constaba de 2 “treintas”, 1
“veinte”, 4 “treces”, 2 “doces”, 14 “onces”, 30 “nueves”, 37 “sietes”, 5
“seises”, 17 “cincos” (además de una flota de barcos catalogada como “cuatros”
a “uno-y-medios” que era numéricamente el doble del resto), pero también
describe un monstruoso “cuarenta” de Ptolomeo IV que él destaca diciendo que
tenía capacidad para transportar no menos de 2.850 marines.
La estructura de estos pesados buques ha sido muy mal
entendida al interpretar la antigua literatura los términos utilizados para
designarlos como si se tratasen de unidades de remos. Esto es totalmente
imposible. Estas embarcaciones eran propulsadas en su mayoría, si no
totalmente, a golpe de remeros múltiples y nunca han tenido más de tres
unidades de remos, y en cuanto a su clasificación deben referirse al número de
remeros en una unidad de remo. Las
naves de mayor tamaño, se sabe ahora que tenían una estructura tipo catamarán
que obviamente aumentaba en gran medida el espacio disponible en cubierta para
los marines, lo que haría de estas embarcaciones un proyecto particularmente colosal
para una batalla-terrestre-en-el-mar.
La militarización de la guerra naval se ve también
ilustrada por la incorporación de artillería a bordo del buque, una práctica
que obviamente refleja la extremadamente realzada importancia de la artillería,
tanto para la guerra de acoso como para la abierta llevadas a cabo por Philip
II y Alejandro. El uso de un ala pesada como fuerza de ataque por ambos protagonistas
es otro caso de adaptación de la guerra terrestre al mar, ya que el empleo de
ese principio fue un recurso táctico fundamental en el ejército macedonio. El
uso de señales también emanará de esta misma fuente.
Si bien la armada Ptolemaica fue poderosa y efectiva en
la primera mitad del siglo de la monarquía, sus esfuerzos en la construcción de
buque por sí solos no podían garantizar un éxito consistente, y a mediados del
tercer siglo a.C. sus flotas sufrieron tres duros golpes que presagiaban el gradual desenredo del poderío
marítimo Ptolemaico en la zona: en Éfeso (probablemente hacia 258 a.C.) una
armada Ptolemaica sufriría un revés a manos del almirante rodio Agathostratus,
en este caso siendo superado en la táctica por una marinería superior, más que
derrotado por una contienda entre marines; al parecer, por la misma época, los
Ptolomeos sufrieron un segundo e importante revés frente a Cosa, a manos de Antígono
Gonatas, rey de Macedonia, en el que un barco de tres unidades tuvo un importante
rol en que Macedonia alcanzase la victoria; con posterioridad, al parecer hacia
245 a.C., Antígono, aunque superado numéricamente, infligió otra derrota a la
armada Ptolemaica en Andros, esta vez, probablemente, derrotando a los marines
Ptolemaicos.
La Tierra
de Egipto
El intenso espíritu
competitivo de asertividad de los Ptolomeos no se limitaba al conflicto
militar. Había otras armas en la lucha del mundo helenístico, que incluía a su
capital Alejandría. Fundada por Alejandro en 331 a.C., esta ciudad se convirtió
en la capital Ptolemaica y fue vigorosamente explotada desde el inicio del
período como el mejor escaparate de la riqueza y esplendor y, del mismo modo
como el medio más significativo no militar mediante el cual los Ptolomeos
podían competir y superar a sus rivales. Rápidamente se convertiría en la
ciudad más espectacular del mundo helenístico. Estrabón, que visitó la ciudad
justo después de la caída de la dinastía Ptolemaica, no pone en duda la
importancia de la impresionante exhibición en el edificio Ptolemaico del lugar:
él describe las instalaciones del
palacio en la zona norte de la ciudad como sigue:
“La ciudad dispone de los recintos públicos más bellos,
y palacios que cubren un cuarto e incluso un tercio de su superficie total. Y al
igual que cada rey por amor al esplendor añadía algún nuevo ornamento a los
monumentos públicos, también invertía, a título personal, en una nueva
residencia que se sumaba a las ya existentes, de forma que, en la actualidad,
citando a El Poeta (Homero), ‘se ve edificio tras edificio’. Además, todos
están conectados entre sí, y con el puerto; incluso los ubicados fuera de él.” (Estrabón, Geografía 17.1.8).
Pero hubo mucho más
que todo esto. Muy cercanamente asociado con estas instalaciones estaba
asociado el Sema, el lugar de
enterramiento de los reyes Ptolemaicos, que contenía también el cuerpo de
propio Alejandro Magno, que originalmente habrías sido depositado en un
sarcófago de oro, si bien sería eventualmente sustituido por uno de cristal. La
posesión de este cuerpo era uno de los activos más preciados objeto de
propaganda del que los Ptolomeos disfrutaban, y fue el resultado de una astuta
operación de pura piratería llevada a cabo por Ptolomeo, hijo de Lagus, en el
momento en que estaba siendo transferido a Macedonia para su entierro en la
necrópolis real en el Egeo.
El edificio más
espectacular de Alejandría era, por descontado, el faro en el extremo este de
la Isla de Faros. Aunque otro renombrado elemento de la ciudad era el Mouseion,
del que formaba parte la mundialmente famosa biblioteca. Esta instalación
fundada por Ptolomeo I como parte de su política de hacer de Alejandría el
centro de la cultura griega. El Mouseion siguió los modelos de las escuelas de Platón
y Aristóteles en Atenas y, como ellas, constituía un centro de investigación y
de instrucción. Se hicieron tremendos esfuerzos para conseguir volúmenes para
esta biblioteca, y l agente de Ptolomeo I, Demetrio de Phalerum envió
buscadores especializados a todos los rincones del mundo griego con la misión
específica de obtener los textos que se requerían.
Tal fue el éxito de
tales esfuerzos de los Ptolomeos al respecto para finales del período la
biblioteca contaba con no menos de 700.000 volúmenes y la totalidad de la
instalación ofrecía un soberbio contexto para obtención de becas y la
investigación científica, de forma que Alejandría rápidamente se convirtió en
el más destacado centro para tales actividades, alardeado de personajes tales
como Eratóstenes de Cirene (c.285-194 a.C.), en Ciencias, Herophilus de
Chalcedon (c.130-260 a.C.), en Medicina, Zenodotus de Éfeso (nacido en c.325
a.C.) y Aristarchus de Samothrace (c.257-145 a.C.) en erudición literarias, y
Apolonio de Rodas y Callimachus de Cirene (ambos del siglo tercero a.C.) en
escritos creativos.
Alejandría también
ofrecía un gran potencial como lugar de encuentro para grandes eventos
panhelénicos que atraía a participantes desde todo el mundo griego, que
quedarían maravillados de la ciudad que se había convertido en la obra maestra
de los Ptolomeos. Ptolomeo II hasta llegó a establecer un festival cada cuatro
años llamado el Ptolomaieia
(probablemente en 279/8 a.C.), en honor a su padre y, a la vez, a la dinastía
que él había fundado. Nuestras fuentes son bien claras que la idea del festival
fue igualar en estatus los propios Juegos Olímpicos. En particular, estamos
bien informados de una espectacular pieza de gran teatro organizada en honor a
Ptolomeo II que ilustra hasta qué límites y desembolsos llegaban estos
gobernantes para impresionar a su audiencia greco-macedonia.
Callixeinus de
Rodas, escritor del siglo tercero a.C., describe en gran detalle una prompe, ‘procesión’, que tuvo lugar en
el estadio de la ciudad y, a modo de preámbulo, habla de un impresionante
pabellón construido en la zona de palacio para que albergase un gran symposion, ‘fiesta de bebidas’, para los
invitados más distinguidos. Su estructura era notable por su tamaño y
esplendor, y estaba dotada de características muy singulares: equipamiento y
accesorios extremadamente caros y lujosos; una impresionante variedad de pieles
de animales de inusual tamaño; rico embellecimiento floral que no habría sido
posible en ninguna otra parte del mundo; y esculturas y pinturas de la más alta
calidad y valor.
Y se puede añadir
que esta estructura fue diseñada para propagar la realeza Ptolemaica: combinaba
una serie de motivos griegos con
egipcios; daba prominencia al águila heráldica Ptolemaica vinculando la familia
con Zeus; insistía en los aspectos militares de la realeza Ptolemaica; y hacía
valer sus lazos con Dionisio y Apolo. La procesión de Dionisio para la que esta
impresionante estructura había sido concebida, seguía la misma línea
propagandística: el programa dinámico se inicia asociando a Ptolomeo I,
Berenice, con el propio Alejandro Magno; la desproporcionada dimensión de la
procesión dionisíaca reafirma las afinidades con el dios; la riqueza del reino
se ve continuamente enfatizada por las copiosas referencias a los valiosos productos
a los que podía tener acceso, tales como incienso, mirra, azafrán, y oro, así
como a la producción agrícola egipcia.
El acceso a
animales exóticos en gran número representaba también un factor importante;
disponemos de una referencia a su política exterior en el símbolo
representativo de la estratégicamente crítica ciudad de Corinto en la
procesión; y en cuanto al poderío militar de Egipto se impresiona
contundentemente al espectador con la participación en el acto de no menos de
57.600 soldados de infantería y 23.200 de caballería. En toda esta actividad de
Alejandría, tanto cultural como de cualquier otro tipo, el abrumador énfasis
cultural está puesto en cosas greco-macedonias, pero los Ptolomeos eran
totalmente conscientes de la fascinación que la civilización faraónica había
siempre albergado por el mundo griego y estaban lejos de oponerse a añadir una pizca de especia exótica procedente
de aquella región. No sorprende, pues, encontrar evidencias del traslado de
monumentos egipcios a Alejandría, o identificar ejemplos en la ciudad de
estatúas colosales de los reyes y reinas Ptolemaicos representados en el estilo
tradicional egipcio.
El coste de
mantener estas operaciones militares y de las pretensiones dinásticas era
enorme y presuponía una estructura altamente efectiva capaz de maximizar el
potencial de la economía egipcia tanto en el interior como en el exterior. Los
métodos más eficaces para gestionar la tierra de Egipto habían sido ideados por
los propios antiguos egipcios. Esto lo sabían muy bien los Ptolomeos y se
contentaban con esencialmente con refinar este antiguo sistema en interés de la
máxima rentabilidad económica.
El principio clave
de gobierno era la realeza, pero una realeza algo más compleja que la de los
predecesores egipcios de los Ptolomeos: los Ptolomeos no eran simplemente
faraones, sino también reyes macedonios que regían una élite greco-macedonia
dentro del país además de una serie de pueblos vasallos población de súbditos
fuera del mismo. A los ojos de los macedonios, la reivindicación del rey sobre
Egipto y sus provincias dependientes se basaba en el hecho de que se trataba de
un territorio “ganado a fuerza de lanza”: esto es, su derecho a gobernar era el
derecho de conquista, y como tal derecho, el reino se convertía en su estado
para administrarlo de la forma que considerase adecuado. En un principio, la
realeza la ejerció Alejandro Magno, después Arrhidaeus, su hermano, y Alejandro
IV (317-310 a.C.), hijo de Alejandro, mientras que Ptolomeo, hijo de Lagus,
técnicamente sólo era gobernador de provincia, pero en 305 a.C., el propio
Ptolomeo usurpó la corona, una corona que habría de permanecer por completo
dentro de la tradición macedonia.
En Macedonia, para
que una pretensión a la Corona prosperase, eran necesarias tradicionalmente dos
condiciones: que sangre Argead (N.B. dinastía reinante en Macedonia desde 700 a
310 a.C.) corriese por las venas del
aspirante, y que el ejército formalmente aprobase la ascensión. El problema de
satisfacer la primera condición fue pulcramente resuelto mediante el argumento
de que Ptolomeo I no era en absoluto hijo del histórico Lagus sino del propio
Filipo II, quien habría dejado preñada a la madre de Ptolomeo antes de ser
entregada a Lagus. En cuanto a la aclamación del ejército en Alejandría no es
evidente en nuestras fuentes pero era un principio durante mucho tiempo
claramente reconocido.
El proceso de validación de la realeza
Ptolemaica en contextos no egipcios no acabó con dichos principios macedonios
tradicionales - como ciertamente no podía ser - ya que muy rápidamente los
macedonios perderían su importancia en el reino para los muy numerosos griegos que
ofrecían sus servicios a Egipto, o sencillamente figuraban como súbditos en remotos
dominios extranjeros que inicialmente cayeron bajo la autoridad Ptolemaica. Desde
los tiempos de Ptolomeo II nos encontramos con la pretensión de que el rey y la
reina eran ellos mismos dioses, una noción que rápidamente se convirtió en el
concepto de que el rey pertenecía a una hiera
o ‘sagrada familia’ compuesta por el rey y todos los soberanos fallecidos de la
dinastía, incluyendo a Alejandro, a través del que los Ptolomeos podían derivar
su ascendencia a partir del propio Zeus (si la alegación de ascendencia directa
de Filipo no se aceptase).
Estos conceptos
trajeron también consigo una pretensión de descendencia de Heracles y Dionisio
que tenían un lugar prominente en la
propaganda Ptolemaica de la realeza.
(N.B. Heracles o
Héracles, en griego antiguo Ἡρακλῆς, Hēraklēs, del nombre de la diosa Hēra y kleos: ‘gloria’, es decir ‘gloria de Hēra’, es un héroe de la
mitología griega. En Roma, así como en Europa Occidental, es conocido como
Hércules y algunos emperadores romanos – entre ellos Cómodo y Maximiano - se
identificaron con él).
Este cuerpo de
conceptos estaba asociado con un culto de ofrendas en honor del rey y su
consorte que era, en esencia, un culto al gobernante que ofrecía la oportunidad
a los súbditos egipcios de reconocer y reafirmar la posición política de los
Ptolomeos; es decir, nos encontramos ante un caso claro de la utilización de la
actividad cultual como soporte de un sistema político, mecanismo cuyas virtudes
no se perderían con los emperadores romanos.
Este desarrollo ha
sido con frecuencia considerado como inspirado en conceptos egipcios, pero
cualquiera que esté familiarizado con la evolución del pensamiento en el siglo
cuarto griego sobre la relación entre lo humano y lo divino, y la claramente
difuminada línea que divide al Hombre y al Dios, no tendrá dificultad en
identificar los antecedentes helénicos de esta noción.
Un desarrollo muy
notable dentro de la Casa Real fue el establecimiento como práctica recurrente,
si bien no consistente, del matrimonio entre hermanos por parte de los mismos
padres. Esta tradición, iniciada por Ptolomeo II al casarse con su hermana Arsínoe
II (316 a270 a.C.), reina de Tracia primero y corregente de Egipto después, ha
sido con frecuencia considerada como una evolución de un precedente histórico
egipcio, noción que ha persistido en la literatura reciente, a pesar de la
total falta de evidencia faraónica fiable de que este tipo de unión matrimonial
se hubiese practicado alguna vez entre los faraones egipcios. Es posible que el
casamiento mitológico hermano-hermana
entre Isis y Osiris tuviese alguna influencia en que los Ptolomeos se moviesen
en esta dirección, y ciertamente se estableció un paralelismo, pero el matrimonio
hermano-hermana tiene un prototipo obvio en la mitología griega en el
casamiento de Zeus con Hera, fácil de evocar por una familia que reclamaba a
Zeus como su ancestro.
Fuese como fuese,
la razón fundamental subyacente para introducir esta práctica es probable que
hubiese tenido una dimensión rigurosamente práctica. Arsinoe II era una mujer
de una formidable habilidad y fortaleza de carácter, como tantas otras mujeres
greco-macedonias de rango – no es coincidencia que el más popular Ptolomeo sea
Cleopatra VII (51-30 a.C. – y su matrimonio garantizaba, o ayudaba a
garantizar, que ella trabajaría para, y no en contra de él. Además, aseguraba
que ella no se casaría con un posible rival cuya posición por ello se habría
engrandecido. Más que nada, la unión aseguraba el control Ptolemaico de los
mayores activos a disposición de ella de su anterior matrimonio.
El precedente, una
vez establecido, lo seguirían muchos gobernantes Ptolemaicos y distaba mucho de
ser una baza pura. Muy obviamente, al establecer una base institucional para que
mujeres de la realeza del más alto nivel ejerciesen el poder real, los
Ptolomeos debilitaban la posición de la propia monarquía y contribuían de forma
significativa a la larga e histórica inestabilidad dinástica que habrían
convertido a su familia en una institución lisiada. Los peligros inherentes de
esta práctica se agravaban aún más por el gusto Ptolemaico por la poligamia,
que no podía sino crear rivalidades desastrosas para la sucesión.
En cuanto a los
egipcios, asignaban a los Ptolomeos el role de faraón, la única forma de
legitimación del poder político supremo que conocían. El primer Ptolomeo conocido que había sido coronado faraón
de la forma tradicional fue Ptolomeo V, si bien hay una tradición de que
Alejandro se sometió a esta ceremonia, y el balance de probabilidades tiene que
inclinarse pesadamente a favor de la presunción de que se trataba de una
práctica rutinaria. Es cierto que todos fueron tratados como faraones en los monumentos egipcios desde la misma
conquista macedonia.
Por
debajo del faraón, encontramos una estructura administrativa que posee todos
los distintivos del sistema Ptolemaico hecho más severo. La predominante
preocupación del sistema Ptolemaico a todos los niveles era fiscal, un hecho
que se refleja en las actividades del dioketes,
‘mánager’, el funcionario mayor del Estado cuyo principal cometido era la
administración financiera del reino. Estaba asistido por un verdadero ejército
de subordinados que incluían a ecologistas,
‘contable’, y, en una época posterior, a ideos
logos, ‘erario privado’, que era responsable de los recursos privados del
faraón. Este foco económico queda también en evidencia cuando nos volvemos al
gobierno local que estaba basado en el
sistema tradicional de ‘nonio’ (término griego para el antiguo sepa tu egipcio), que comprendía
cuarenta distritos administrativos comparable con los modernos condados
británicos.
Dentro
de estas provincias la producción agrícola era el tema clave. La
tierra, toda ella, pertenecía técnicamente a la Corona, pero por razones
prácticas estaba dividida en dos categorías: basilike ge, ‘tierra real’, trabajada por ‘agricultores reales’ que
trabajaban la tierra bajo contrato de arrendamiento de renta anual, y ge en aphesei, ‘tierras condonadas’, que
caían dentro de varias categorías: hiera
ge, ‘tierra del templo’, asignada a los templos como base económica; klerouchike ge, ‘tierra de cleruches’
parcelas que podían encontrarse por todo el país y consistía en kleroi, ‘lotes’, asignados a soldados en
compensación por su servicio militar, si se le requiriese; ge en dorrai ‘tierra en posesión como obsequio’, asignada a
sirvientes de la Corona como estipendio por ocupar un cargo público y
dedicación al mismo; idiokletos ge, ‘tierra
privada’; esto es, tierra que de facto,
si no de iure, perteneciente a
individuos privados; y finalmente, politike
ge’, ‘suelo urbano’, asignado a un número muy restringido de ciudades de
estilo griego en Egipto. No obstante, cualquiera que fuese el tipo de terreno,
la actividad agrícola estaba meticulosamente controlada por el gobierno central
hasta el mínimo detalle con el mero propósito de maximizar los ingresos del
tesoro real. El extracto que sigue es de un papiro de un texto administrativo
típico del inflexible y dominante rigor de este sistema:
Auditar las cuentas
de pérdidas y ganancias, si es posible, pueblo por pueblo, y pensamos que esto
no es imposible si se consagra celosamente
a la tarea. Si esto no es posible, [hágalo] por toparquías, aprobando en
la auditoría nada que no sean pagos al banco en el caso de dinero procedente de
impuestos, y en el caso de cuotas de maíz o productos oleíferos sólo entregas
al recolector de maíz. Si hay algún déficit en estos, forzar al toparca y a los
servicios fiscales de los granjeros a depositar en los bancos los atrasos del
maíz, los valores asignados en las ordenanzas para productos oleíferos,
productos líquidos, según el tipo.”
Papyri Tebtunis 703-117-34).
(N.B.
Toparca, señor de una “toparquía”,
pequeño estado compuesto de uno o pocos lugares).
El
mismo nivel de control estatal es igualmente visible en cualquier otra forma de
actividad económica: la explotación de minas y canteras, la producción papiros,
la operación del novel sistema bancario, control monetario, y también el
comercio exterior, en el que Filadelfo estuvo visiblemente activo, no sólo
abriendo o manteniendo lucrativas conexiones comerciales extranjeras sino
facilitándolo con iniciativas de ingeniería a gran escala tales como la
terminación del faro de Faros, las mejoras de la carretera Koptos que uní el Valle del Nilo con el Mar Rojo, y
la reapertura del viejo canal persa que unía el ramal pelusíaco del Nilo con el
Golfo de Suez.
La
relación entre la élite greco-macedonia y sus súbditos egipcios en una primera
fase del gobierno Ptolemaico no es siempre clara y, cuando lo es, muestra
cierta inconsistencia. Una inscripción en Akhmim parece referirse a una
princesa Ptolemaica que se habría casado con un príncipe de la Dinastía XXX, y
la vieja aristocracia egipcia no fue relegada a la inoperancia: parece que
miembros de la línea real de la Dinastía XXX retuvieron altos cargos militares
dentro del Período Macedonio; en el reinado de Ptolomeo II encontramos a un
sujeto llamado Sennushepes como supervisor del harem y con un alto cargo en el
nome koptita (de Koptos); evidencia del mismo reinado también sitúa a los
egipcios en puestos administrativos y militares en el nome mendesiano (de
Mendes). Estos y otros casos justifican la fuerte sospecha de que el Dionysius
Petosarapis egipcio, que aparece con rango de miembro de un Alto Tribunal en
Alejandría en los años 160 a.C., tendría más precedentes en el temprano Período
Ptolemaico de lo que actualmente solemos estar inclinados a admitir.
La
evidencia es mucho más completa de la amplia clase de sacerdotes y escribas del
templo, aunque no debemos caer en la trampa de considerarlos como un grupo
cerrado. El cargo sacerdotal era compatible con el cargo secular, de forma que
no podemos mantener una distinción firme entre una aristocracia secular de
rango y cargo, por un lado, y un estatus eclesiástico, por otro. Los sacerdotes
tenían su base en numerosos templos que se reconstruían o embellecían
frecuentemente en tiempos Ptolemaicos y aún constituyen algunos de los restos
más espectaculares y completos de la cultura faraónica.
Uno
de los mejores ejemplos es el templo a Horus el Behdedite, en Edifu, que es
virtualmente Ptolemaico y constituye un foco de actividad de edificación desde
237 hasta 57 a.C., aunque es altamente significativo que los Ptolomeos
decidiesen retener para el santo de los santos la capilla de Nectanebo II, de
esta forma afirmando su continuidad con el pasado egipcio. Otro importante foco
de construcción de actividad Ptolemaica en la construcción de templos era
Philae, donde, de nuevo, se aprecian estrechos lazos ratificados con la última
dinastía egipcia autóctona.
Éstos,
y todos los otros templos del país continuaron ejerciendo su antigua función
como recintos de poder de Egipto, la interface entre lo humano y lo divino en
la que su faraón, si bien por poderes, el Sumo Sacerdote local, conducía los
rituales críticos de mantenimiento para los dioses, y los dioses, a cambio,
canalizaban su poder de dar la vida a través del faraón hacia Egipto.
Una
de las distintivas características de los templos estatales mayores en los
períodos Ptolemaico y Romano, era la provisión
de un pequeño ‘templo períptero’, invariablemente colocado en ángulo
recto con el templo principal, al que Champollion acuñó el término mammisi (palabra inventada por
el mundo copto que significa ‘casa de nacimiento’)
(N.B. Templo períptero (del griego περίπτερος) es el
edificio que está rodeado de columnas alineadas en cada uno de sus lados,
conformando un peristiloexterior. Esta
composición arquitec tónica fue muy usual en la arquitectura griega clásica, al menos desde la
época de la arquitectura en madera del siglo VIII a.C.)
Los mammisis Ptolemaicos
estaban normalmente rodeados por columnatas con muros de pantallas intercolumnios,
y se usaban para celebrar los rituales del enlace matrimonial de la diosa (Isis
o Hathor), y el nacimiento del Niño-Dios.
Parece que en un
principio habría habido contrapartidas de los mammisi en forma de relieves de la Dinastía XVIII describiendo el
nacimiento divino del rey en Deir el-Bahri y Luxor. El templo de Hathor en
Dendera incluye dos mammisis, uno
datado en el Período Romano y el otro en los tiempos de Nectanebo (380-362
a.C.), éste último evidentemente usado para la representación de “obras de
misterios” de trece actos relacionadas con el nacimiento del dios Ihy y del
faraón.
Por
otra parte, los templos estaban lejos de ser simples centros de culto. También
eran importantes focos de actividad económica cuyos recursos procedían del
producto de la tierra cedida a ellos por la Corona, si bien esta tierra nunca
llegaba a ser de su absoluta propiedad, y además se beneficiaban de cuotas
tales como diezmos y subvenciones estatales.
Ellos
producían mercancía manufacturada para fines seculares, en particular ropa, y
eran importantes patrocinadores de de obras de arte tales como esculturas, que
se creaban en sus hut-nebu o ‘casa de
oro’, o mediante sus programas de construcción, que generaban un enorme mercado
para las habilidades creativas de escultores y pintores. El trabajo de estos
artistas es de un gran interés ya que proporciona la evidencia Ptolemaica más
clara de un intento de acomodo cultural entre el griego y el egipcio en cuanto
que su trabajo les estaba llevando de forma patente en dos direcciones
diferentes.
En
primer lugar, su determinación de continuar con las tradiciones del Egipto del
Período Tardío es evidente en la escultura de relieve que sobrevive en gran
número en los templos Ptolemaicos, pero también lo es a través de los numerosos
ejemplos de esculturas en redondo; algunas de ellas sin par en todo el canon de
escultura egipcia. Hay, sin embargo, una tendencia in crescendo para que la escultura clásica provocase un impacto, de
forma que las obras, en un estilo mixto más bien incongruente, van siendo más y
más corrientes, una tendencia que finalmente estaba destinada a tener serias
consecuencias para el arte tradicional egipcio.
Los
sacerdotes gozaban de un poder político considerable, en particular porque su
buena disposición lo veían los Ptolomeos como la llave de la aquiescencia de la
población egipcia, y algunos de ellos, como Maneto de Sebennytus, jugaron un
papel importante en la política cultural Ptolemaica. Los sumos sacerdotes de
Menfis eran particularmente importantes desde este punto de vista; primero,
porque eran las figuras más significativas de la segunda ciudad del reino, y segundo,
porque eran los pontífices supremos de Egipto del momento, con amplios
contactos e influencia en el conjunto del país.
Los
Ptolomeos hicieron todo lo que pudieron para asegurarse este apoyo, pero
extendieron sus lisonjas aún más allá, como se deja ver en expresiones tan
conocidas de gratitud sacerdotal como los decretos Canopus y Rosetta. En
efecto, una lectura sensible de dichos textos revela un cuidado mayor que nunca
por parte de los Ptolomeos de mantener a los sacerdotes en el lado del gobierno,
conforme el poder político y militar se enfrentaba a su ocaso.
Los
sacerdotes y los escribas eran los preeminentes depositarios y exponentes de la
cultura tradicional egipcia, un role en el que solían tener éxitos espectaculares
en tiempos Ptolemaicos. Si consideramos el material textual producido para su
uso en el culto del templo, tales como ‘La
Leyenda de Horus de Bejdet y el disco alado’, tallado en la parte interior
del muro de cerramiento oeste en Edfu, descubrimos un conocimiento profundo de
la vieja tradición combinada con una impresionante capacidad para la narrativa,
y una habilidad para escribir Egipto clásico de sorprendente calidad, aparte de
alguna que otra contaminación del Tardío Egipto y grados demóticos de la
lengua, y el exuberante desarrollo del potencial de la escritura jeroglífica
que habrían hecho con frecuencia el texto ininteligible para cualquier lector
del tardío Imperio Medio, o del Imperio Nuevo. En otros contextos, encontramos que
los viejos géneros continuaban floreciendo; por ejemplo, biógrafos de tumbas y
textos mortuorios afines, seudo-epígrafes, textos rituales, narrativas, y
textos de sabiduría. Los viejos principios de composición mantenían su
vigencia, y el mundo conceptual era, inequívocamente, el de la última cultura
faraónica.
En
el concepto Ptolemaico de Vida Futura, el juicio del fallecido aún era central,
como lo era la convicción de que el veredicto del tribunal (antes del cual
todos tenían que bajar al submundo) dependía de una vida virtuosa. Las
actitudes negativas ante la muerte de hecho podían surgir en cuanto que había
una tendencia a quejarse de la injusticia del atemporal final de una vida, y la
indefensión del Hombre de cara a la Muerte, y esto podría llevar, a su vez, a
la convicción de que el Hombre, mientras fuese posible, debería disfrutar lo
máximo posible de la vida.
No
obstante, en relación con la Muerte y la Vida, había la predominante convicción
de que los dioses mantenían un orden moral, y determinar su voluntad y acatarla
tenía una importancia crítica. Esta orden se veía claramente como un marco
definitivo de larga data que no podía cambiarse, cuya estructura y obras se
podrían determinar mirando al pasado, y, en particular, en un pasaje descrito
en los antiguos textos como ‘Las Almas de Re’.
Había
un fuerte sentido de dependencia en la voluntad de los dioses y una convicción
de que impondrían un justo castigo de tener una conducta inaceptable. Se
hablaba mucho de algo que traducimos como ‘El Destino’, pero resulta evidente
que esto podría equipararse con esa voluntad de los dioses de que hablamos. Sin
embargo, a los egipcios no se les dejaba en la completa oscuridad en cuanto a
lo que aquella voluntad podría representar, ya que estaban convencidos que los
dioses con frecuencia se comunicaban con el Hombre, en particular median los
sueños.
También
hubo en tiempos Ptolemaicos un incremento del interés por la literatura
apocalíptica que se creía que ofrecía una directa revelación interna del
funcionamiento del orden divino. Seguía existiendo una fuerte convicción de que
había expertos capaces de alterar el alcance normal de la capacidad humana a
través del conocimiento de palabras y actos de poder (heka) que podían crear cambios, a veces espectaculares, en el mundo
físico. En cuanto al concepto del carácter del ser humano, éste no habría
cambiado, y la visión de sus relaciones sociales no contiene nada sorprendente.
De
esta forma, los egipcios continuaron viéndose a sí mismos dentro de un contexto
social que trascendía el presente para abrazar tanto a ancestros como a
descendientes cuyo bondadoso recuerdo era una parte significativa de la
inmortalidad que los egipcios ansiaban. También existía un claro sentido de
jerarquía social y un reconocimiento de que la posición de una persona dentro
de esa estructura determinaba su autoridad. En el día a día de la vida, la
solidaridad familiar y los intereses de la localidad se enfatizaban, como lo
era el siempre honrado principio paternalista y preocupación activa por los económicamente
menos favorecidos que uno. Por otra parte, la literatura del saber podía
expresar un obstinado sentido práctico y una circunspección tales, que dejaba
poco espacio para confiar en nuestro prójimo; también podría traicionar una
misoginia que tendría mucho que ver con el reconocimiento del poder sexual de
la Mujer.
Desde
siempre, se hacía mucho hincapié en el auto control y en la moderación como
virtudes cardinales, y en las relaciones políticas, aún se podía ver al faraón
como un benefactor divino cuyo soporte era esencial para tener éxito, aunque había
una mayor complacencia en admitir incluso su dependencia de los dioses y en la
posibilidad de que se pudiese actuar de una manera inaceptable para ellos, lo que
redundaría en un justo castigo para él y para el reino. Finalmente, no
deberíamos olvidar un factor importante, parte de esta cultura vital, que causó una profunda y duradera
impresión en los maestros helénicos de Egipto: la Religión, donde el éxito, en
particular, de Isis y el culto egiptizante de Serapis constituye un
sorprendente ejemplo de sincretismo cultural.
Por
debajo del gran colectivo de escribas egipcios ocupados en las tareas del
templo había un significativo grupo de escribas que funcionaban como
funcionarios públicos y secretarios. Por
su puesto, había amplias oportunidades en los gobiernos locales y provinciales
si estaban dispuestos a aprender suficiente griego para actuar como
intermediarios entre egipcios y la élite greco-macedonios. Por debajo de ellos
de nuevo nos encontramos con los machimoi
o milicia que eran en su mayoría egipcios y funcionaban como soldados o
policías (Ver Capítulo 13). Teniendo sus orígenes en los tiempos faraónicos,
los machimoi continuaron dentro del
Período Ptolemaico, y, después de su éxito e Raphia en 217 a.C., su importancia
en la institución militar aumentó. Su estatus económico y social no era, sin
embargo, alto, ya que la asignación de tierras habrían recibido era
significativamente menor que las de sus homólogos no egipcios, típicamente 5 o
7 arourai (1 aroura = 0’7 acre) contra
a los 20, 30, 70, e incluso más asignados a los cleruchs griegos. La
productividad de estas parcelas era tal que no había margen para contratar mano de
obra auxiliar, así que, si a los machimoi
se les enviaba para realizar un servicio militar, podrían tener serias
dificultades económicas.
No
muy por debajo de los machimoi había
una gran masa de campesinado egipcio dedicado a la producción agrícola que
formaba la base de la economía. Esto implicaba la agotadora tarea de crear y
mantener el sistema de irrigación además de las actividades agrícolas normales
para la producción de cereal y forraje, arboricultura, cría de ganado. El
campesinado podía llevar a cabo estas tareas como obreros o inquilinos en las
tierras de la Corona y de los templos o en grandes fincas, y los más lanzados y
afortunados podían arrendar acres adicionales de terratenientes tales como cleruchs que ellos mismos carecían de
interés por la vida agrícola.
Algunos
de ellos eran también perfectamente capaces de conseguir lo mejor de cualquier
oportunidad de suplementar sus ingresos; por ejemplo, actuando como agentes de
transporte según lo requiriesen los centros de producción gubernamentales o
locales. Ciertamente, está claro que algunos arrendatarios de la las tierras de
la Corona estaban en una buena línea de negocio, pero en la mayoría de los
casos el campesinado estaba operando obviamente a un nivel de subsistencia
marginal, y su lote podría fácilmente llegar a ser insostenible,
particularmente en tiempos de perturbación política interna, lo que era ya un
hecho ocurrente que iba en aumento a finales del tercer siglo a.C.
La
erosión de las posesiones Ptolemaicas en el Egeo y Siria a finales del tercer
siglo y principios del segundo a.C. iba a dejarles con sólo dos provincias fuera
del reino: Cirenaica y Chipre. Polibio culpa directamente la decadencia a las
deficiencias de carácter del propio Ptolomeo IV, pero el declive del poder
Ptolemaico es algo más complejo que las iniquidades de un solo gobernante. En
primer lugar, el cisma dinástico, que tenía sus raíces en el mismo carácter
constitucional de la propia monarquía, llegó a ser una característica
recurrente de la historia Ptolemaica, que generaba sangrientas contiendas
de conflictos mutuamente destructivos que en el mejor de los casos enervaban, y
en el peor causaban inestabilidad en el reino a un desastroso nivel.
Estos
problemas solían agravarse por la furia de la muchedumbre alejandrina que
primero surgió a la muerte de Ptolomeo
IV, en el linchamiento de su ministro Agathocles;
ciertamente, nada ofrece mejor imagen de su desenfrenado y perverso
temperamento que la descripción de Polibio del asesinato de los familiares y
compañeros de Agathocles:
Todos ellos juntos
fueron entregados a las masas, y algunos empezaron a apalearlos, otros a
acuchillarlos, otros les sacaban los ojos con los propios dedos o con
instrumentos improvisados. En cuanto uno caía, el cuerpo era descuartizado
miembro a miembro hasta que todos quedaban mutilados; pues el salvajismo de los
egipcios es ciertamente aterrador cuando sus pasiones se desatan”. (Polibio, 15-33).
Sus
predilecciones como artífices de reyes lo demuestran más adelante en numerosos
episodios. Así, el largo conflicto entre Ptolomeo VI y VIII frecuentemente
procedía de acciones de la multitud, y en 80 a.C. se excedieron asesinando al
propio Ptolomeo X. Finalmente en 48/47 a.C., sus inclinaciones anárquicas
alcanzaron un crescendo que culminará con la destrucción sumaria de su poder
por no otro que Julio César. Los efectos de estas inherentes debilidades en el
corazón del reino estaban, a veces, combinadas con una ambición egotista de
griegos de alto rango, militares y civiles, que estaba dispuestos a hacer lo
que fuese para fomentar sus intereses personales.
En
Egipto, fuera de Alejandría la situación política rápidamente se deterioró
desde finales del siglo tercero a.C., en adelante, conforme el país bullía de
discordia interna. Estas circunstancias ciertamente facilitaba la ascensión de
algunos de los egipcios más capaces y con más iniciativa, y existe evidencia
clara que estaban teniendo éxito en cerrar o incluso eliminar ese espacio que
había y separaba a griegos y egipcios, ganando estados de considerable tamaño e
incluso alcanzando el rango de gobernador provincial (strategos) o gobernador general (epistrategos).
El
constante malestar civil se había visto a veces como una reacción nacionalista
motivada étnicamente por los egipcios contra el odiado griego, pero la
situación era claramente mucho más compleja que eso, y es probablemente mejor
hacer una lectura como la consecuencia natural del debilitamiento de la
autoridad real que creó un contexto donde las antiguas rivalidades y
aspiraciones de varios tipos no podían ser controladas por más tiempo por la
autoridad central. Estas podían ser hostilidades entre ciudades egipcias, como
cuando Hermonthis (Armant) y la Crocodilopolis tebana entraron en guerra en
tiempos de Ptolomeo VIII (170-116 a.C.).
De
nuevo, cuando, entre 205 y 186 a.C. un estado independiente se estableció en el
Thebald, gobernado en sucesión por dos reyes nativos llamados Haronnophris y
Chaonnophris, muy bien podríamos muy bien estar viendo un resurgir de las
antiguas ambiciones políticas del sacerdocio de Amón, y vale la pena constatar
que, en la batalla final en 186 a.C., las tropas nubias lucharon en el ejército
de Chaonnophris; es decir, puede que también tengamos evidencia de un
resurgimiento del viejo interés en Tebas de los devotos nubios del dios. Sin
embargo, puesto que la determinada xenofobia religiosa constituye un fenómeno
sólidamente documentado en el Período Tardío, resultaría extremadamente
sorprendente que estuviese ausente en los motivos egipcios para este paso hacia
la independencia.
Hay
muchos otros signos, a gran escala o de otra forma, de descontento entre la
población egipcia: huelgas, luchas (a veces hasta el punto de que se
abandonaron asentamientos enteros), bandidaje, ataques de forajidos en pueblos,
expoliación de templos, y frecuentes recursos al derecho de asilo de los
templos. Estas son, indisputablemente, las reacciones del pueblo, empujado más
allá de los límites del sufrimiento por la hambruna, la desenfrenada inflación,
y por un opresor y viciado sistema operado por funcionarios, en su mayoría
corruptos, y muy lejos del control efectivo del gobierno central.
Frente
a estos hombres, el estrato más bajo de la sociedad - que en su mayoría eran
egipcios - se sentía realmente indefenso, por lo que era un objetivo fácil. Las
insurrecciones de estos pueblos podrían muy fácilmente interpretarse como
nacionalistas, dada la cercana congruencia entre un estatus económico y un
origen étnico, y tenemos la certeza de que adquirían tal dimensión de forma explícita
y puntual, pero en su nivel más fundamental, la insurrección era la del
oprimido contra el sistema, considerado éste como el responsable de aquella
opresión; y el sistema, por su parte, igualmente podría percibirse como el
sacerdocio egipcio, y sus templos como la burocracia greco-macedonia. Sea cual
fuere su motivación, no obstante, los efectos corrosivos económicos de esta
desorganización supuso un golpe mortal a la infraestructura económica justo
cuando los recursos de riqueza alternativos se habían agotado casi en su
totalidad.
Todos
estos eventos internos se desarrollaban con el creciente intervencionismo de Roma
en el Mediterráneo Oriental como telón de fondo. Algunas veces solicitado,
otras no, este proceso de intervención llevaría, de forma progresiva, a la
eliminación del reino de Macedonia (167 a.C.); a la obtención del reino de
Pergamon, en 133 a.C.; a la gradual erosión del poder seléucida, que culminaría
con la anexión de la parte que quedaba del reino en 64 a.C.; y, eventualmente, a
la caída del propio reino de los Ptolomeos.
Este
último acontecimiento tardaría aún en llegar y fue el último episodio en las
relaciones con Roma que se remontaba a los primeros años de la dinastía y fue
evolucionando a través de diversas fases. Empezando sobre una base de igualdad
en el reinado de Ptolomeo II con cortesías diplomáticas entre pares expresada
mediante la apertura de una embajada en Roma en 273 a.C., nos vamos a
principios del siglo segundo a.C., a una situación donde Roma se convertiría en
el garante de la independencia egipcia.
La
descripción que hace Polibio de la expulsión del territorio egipcio del rey
Antíoco IV por el cónsul romano C. Popilio Laenas, en 168 a.C., ilustra
perfectamente el consiguiente cambio de poder:
“Popilio hizo algo
que resultó insolente y arrogante en grado sumo. Con una vara de parra que
tenía en su mano, dibujó un círculo alrededor de Antíoco y le dijo que diese
una respuesta al mensaje antes de salir del círculo. El rey se quedó asombrado
de la arrogancia de este gesto y, después de titubear por un instante, dijo que
haría todo lo que Roma le pidiese”. (Polibio, 29.27).
A
partir de esto, convertirse en mediador
de disputas dinásticas sería una proceso natural: durante el interminable
conflicto entre los hermanos Ptolomeo VI y VIII, Roma se convirtió en el árbitro; Ptolomeo XI (80 a.C.), debía
su reino a Roma, y se alegó que lo dejó a su benefactor en testamento; en la
disputa entre alejandrinos y Ptolomeo XII (80-51 a.C.) Roma asumió un role
decisivo; y la implicación de Roma en los asesinos conflictos entre Cleopatra
VII y sus hermanos Ptolomeo XIII y XIV, tuvo lugar en la última fase de la
monarquía Ptolemaica.
Dentro
de este maelstrom, esta “corriente trituradora”, Cleopatra, hacia 36 a.C., de
forma inverosímil, fue capaz, si bien brevemente, de resucitar glorias pasadas
cuando, gracias a la esplendidez de Marco Antonio, presenciamos el fugaz
resurgir del control Ptolemaico en el sur de Asia Menor y en Siria-Palestina. Pero
esto acaecía en contra de la corriente general cuya tendencia identificaba a
Roma como el único beneficiario del largo declive de la dinastía: Cirenaica fue
tomada en 96 a.C., Chipre en 58. Finalmente, le tocó el turno a Egipto. En 30
a.C., y tras una lucha tan espectacular y dramática como cualquier página de la
antigüedad nos pueda deparar, este brillante y antiguo reino cayó ante Roma,
iniciándose de este modo el último e interminable capítulo de la historia de la
cultura faraónica.
Y con esta “Hoja
Suelta”, sellamos este Capítulo 14 con la sensación de haber vivido la triste
evolución y caída final de uno de los períodos más interesantes e ilustrativos
de la historia del Antiguo Egipto. La mano de su
prestigioso autor, Alan B. Lloyd, nos ha ayudado a salvar las grandes lagunas
del tiempo, y a sobrevolar acontecimientos que irían condicionando el trágico
final de una civilización de fantasía.
Y con la siguiente
entrega iniciaremos el Capítulo 15 y último del cuerpo de la obra original de
Ian Shaw que
nos ocupa, titulado “El Período Romano”, del que es autor el prestigioso
Profesor David Peacock, de la Universidad de Southampton.
RAFAEL CANALES
En Benalmádena-Costa, a 1 de junio de 2012
Bibliografía:
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