Oriente Próximo durante el Imperio Nuevo
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Hacia el sur, los vecinos africanos de los antiguos egipcios llegarían a abarcar, con el tiempo, a una serie de grupos étnicos diferentes en Nubia (primordialmente, el Grupo A, el Grupo C, la civilización Kerma, la cultura Pan-Grave, el reino de Kush, la cultura Ballana, y los Blemmyes), y en Etiopía (las culturas pre-axumitas y la civilización de Axum), mientras que hacia el nordeste, más allá de la Península del Sinaí, nos encontramos con muchas ciudades y aldeas esparcidas por colinas y planicie costera del Levante Oriental. Y, más hacia el norte y hacia el este, con un mosaico de reinos e imperios en Anatolia y Mesopotamia, en constante ebullición.
Hacia el este, en el Sahara, conectaron con algunos pueblos diferentes que ahora se agrupan bajo el apelativo general de “Libios”, de los que poca evidencia arqueológica ha sobrevivido, si bien se suele aceptar, en base a pruebas documentales, que se trataban de pueblos nómadas; o, al menos, dependientes para su subsistencia de ciertas formas de pastoreo, y que sólo cuando vinieron a formar parte de la sociedad egipcia a finales del Imperio Nuevo y el Tercer Período Intermedio, algunos aspectos de su cultura se dejarían entrever, como se verá más adelante en el Capítulo 12.
IDENTIDAD RACIAL Y ÉTNICA DE LOS EGIPCIOS
Hay un número de formas diferentes con las que se puede definir a los propios antiguos egipcios como grupo racial y étnico inequívoco, pero el tema de sus raíces y de su propio sentido de identidad han dado lugar a intensos debates. Lingüísticamente, pertenecen a la familia afro-asiática (hamito-semítica), aunque esto es, simplemente, otra forma de decir que, como su situación geográfica implica, su lengua tiene algunas similitudes con lenguas contemporáneas, tanto en algunos lugares de África como en el Oriente Próximo.
Estudios antropológicos sugieren que la población predinástica incluía una mezcla de tipos raciales (negroides, mediterráneos, y europeos). Pero está el tema de las evidencias procedentes de restos de esqueletos de principios del período faraónico que ha acabado siendo cada vez más controvertido a lo largo de los años. Mientras que la evidencia antropológica de la época fue en su día interpretada, por Bryan Emery y otros, como la conquista rápida de Egipto por pueblos del este cuyos restos eran radicalmente distintos de los egipcios autóctonos, algunos eruditos argumentan ahora que el período del cambio demográfico pudo haber sido mucho más lento; y con toda probabilidad, acarrearía la infiltración gradual de un tipo físicamente diferente procedente de Siria-Palestina a través del Delta Oriental.
La iconografía de las representaciones egipcias de extranjeros sugiere que durante la mayor parte de su historia, los egipcios se veían a sí mismos a mitad de camino entre los africanos negros y los Asiáticos de piel más pálida. No obstante, también está claro que ni los orígenes nubios ni los sirio-palestinos se consideraban como factores negativos en términos de estatus o perspectivas profesionales del individuo; y, no podía ser de otro modo, en un clima cosmopolita como el del Imperio Nuevo en el que los cultos religiosos de los Asiáticos, y los avances tecnológicos, se aceptaban de forma generalizada. Es así que las incontestables facciones negroides del alto cargo Maiherpri no habrían sido obstáculo para alcanzar el especial privilegio de un enterramiento en el Valle de los reyes en tiempos de Tutmosis III (1.479-1.425 A.C.). De igual forma, un individuo llamado Aper-el, cuyo nombre deja ver sus obvias raíces de Oriente Próximo, alcanzó el rango de visir (el cargo civil más alto por debajo del propio faraón) hacia finales de la Dinastía XVIII.
ICONOGRAFÍA DE LA GUERRA Y DE LA CONQUISTA: EVIDENCIA DOCUMENTAL Y VISUAL
El término “Nueve Arcos de Flecha” se utilizó con frecuencia para referirse a los enemigos de Egipto, cuya identidad específica variaba de un tiempo a otro, si bien solía incluir a los Asiáticos y a los nubios. En general, se simbolizaban mediante representaciones de filas de arcos de flecha, o de cautivos maniatados, cuyo número podía variar, y el motivo solía ir decorado con objetos personales reales, tales como sandalias, escabeles, y estrados de forma que el faraón podía, simbólicamente, humillar a sus enemigos. La imagen de nueve prisioneros atados vencidos por un chacal, en el sello de la necrópolis del Valle de los Reyes, es evidente que tenía por objeto proteger la tumba de los estragos de extranjeros, u otras fuentes del Mal.
Las representaciones de prisioneros extranjeros atados son frecuentes en el arte egipcio. Algunos objetos famosos de los períodos Predinástico Tardío (o Protodinástico) y Temprano Dinástico, tales como la Paleta Narmer, muestran escenas en las que el faraón desprecia o humilla a extranjeros inmovilizados. La escena de un faraón golpeando a un enemigo, no sólo es uno de los aspectos más constantes del arte faraónico que aparece en los pilonos de templos, incluso hasta el Período Romano, sino también uno de los iconos reconocibles de la realeza más antiguos, siendo el caso más conocido el de un dibujo-boceto pintado en los muros de la Tumba 100 del Protodinástico en la Hieracómpolis de finales del cuarto milenio, A.C.
Las excavaciones de los complejos piramidales de Raneferef, Nyeuserra, Djedkara, Unas, Teti, Pepy I, y Pepy II, de las dinastías 5ª y 6ª, en Saqqara y Abusir, han sacado a la luz un gran número de estatuas de cautivos extranjeros que puede que hubiesen sido alineadas a lo largo de la calzada elevada que unía el templo del valle con el templo de la pirámide. En fecha ligeramente posterior, las representaciones de prisioneros maniatados se utilizarían en rituales malditos, como es el caso de cinco figuras de alabastro de principios de la Dinastía XII – actualmente en el Museo de El Cairo – con inscripciones de textos de maldición y condena en hierático, en los que aparecen listas de nombres de príncipes nubios acompañados de insultos e improperios.
Durante todo el período faraónico y el greco-romano, la representación del cautivo atado se convirtió en motivo asiduo y popular en la decoración de templos y palacios. La adición de prisioneros maniatados en los elementos decoración, y en los muebles de los palacios reales, servía para reforzar la eliminación total por parte del faraón de extranjeros que, probablemente, también se consideraban símbolos de elementos de “falta de dominio” que los dioses requerían que el faraón tuviese bajo control. Hay, pues, un número de representaciones en templos greco-romanos que muestran filas de dioses apresando pájaros, animales salvajes, y extranjeros con clap-nets, jaulas de redes que pueden cerrarse de forma instantánea tirando de una cuerda.
El pájaro rekhyt (un tipo de avefría o chorlito con inconfundible cabeza crestada), se solía utilizar como símbolo de cautivos extranjeros, o pueblos súbditos, probablemente porque con las alas recogidas hacia atrás se asemejaba, vagamente, al jeroglífico de un prisionero maniatado. La primera representación de este pájaro que se conoce aparece en el registro superior del relieve decorativo de la cabeza de maza, del Protodinástico, del faraón “Escorpión” (c. 3.100 A.C.), consistente en una fila de avefrías colgando de sus cuellos, con cuerdas atadas a estandartes representativos de antiguas provincias del Bajo Egipto. En este contexto, el rekhyt parece estar representando a los pueblos conquistados del norte de Egipto durante el período crucial en el que el país se transformaría en un único estado unificado.
En la Dinastía III (2.686-2.613 A.C.), no obstante, otra fila de avefrías se representaba, en versión maniatada tradicional, junto a los “Nueve Arcos de Flecha”, aplastada bajo los pies de una estatua de piedra de Djoser de su Pirámide Escalonada, en Saqqara. A partir de ese momento, siempre hubo una continua ambigüedad sobre el significado simbólico de los pájaros – al menos para los ojos modernos – ya que podían, en contextos diferentes, tomarse como que se referían, bien a los enemigos de Egipto, o a los súbditos leales del faraón.
¿DÓNDE COMENZABA EL MUNDO EXTERIOR?
Las fronteras físicas tradicionales de Egipto – los Desiertos Occidental y Oriental, el Sinaí, la costa mediterránea y las cataratas de El Nilo al sur de Asuán – fueron suficientes durante miles de años para proteger la independencia de Egipto. Pero, quizás, el hecho más curioso de la geografía del Antiguo Egipto, especialmente en cuanto a actitudes con respecto a África y Asia, sea el lento e inconsistente concepto que tenían los egipcios de dónde comenzaba el mundo exterior. ¿Hasta qué punto, por ejemplo, aquellas zonas fuera del Valle del Nilo, pero dentro de las fronteras del Egipto moderno, y en particular el Desierto Oriental y la península del Sinaí, eran consideradas como territorio “no egipcio”?
Los egipcios utilizaban dos palabras para referirse a la frontera: djer (límite eterno y universal), y tash (una frontera geográfica real, fijada por el pueblo, o por deidades). La segunda era, pues, esencialmente movible, ya que a todos los faraones se les había confiado la responsabilidad de “extender las fronteras” de Egipto dado que sus nombres reales y su titulatura implicaban una zona de dominación política potencialmente infinita. La extensión más lejana de las verdaderas fronteras se establecerían, ciertamente, durante el reinado del faraón Tutmosis III, de la Dinastía XVIII, cuando erigió una estela triunfal en el Río Éufrates, en Asia, y otra en Kurgus, en Nubia, entre las cataratas 4ª y 5ª.
Para entonces, no obstante, la frontera con Nubia se situaba ya mucho más al sur, en la propia garganta de Semna, la parte más estrecha del Valle del Nilo. Y fue aquí, en esta estratégica situación, que los faraones de la Dinastía XII construirían un grupo de cuatro fortalezas de adobe: Semna, Kumma, Semna Sur, y Uronarti. Algunas de las “estelas fronterizas” levantadas por Senusret III en las fortalezas de Semna y Uronarti dan cuenta de forma muy clara del total control egipcio sobre la región, e incluye de una normativa sobre la abilidad de los nubios para el comercio a lo largo del Valle del Nilo.
Desde, al menos, principios de la Dinastía XII, la frontera con Palestina en el Delta oriental estaba defendida por una fila de fortalezas conocidas como “El Muro del Soberano” (inebu heka) y, casi al mismo tiempo, parece que se habría levantado otra en Wadi Natrum con el fin de proteger el Delta occidental de los “Libios”. Esta política se mantendría durante todo el Imperio Medio, y se construirían nuevas fortalezas en el Imperio Nuevo, incluyendo los emplazamientos orientales de Tell Abu Safa, Tell el-Farama, Tell el-Heir, y Tell el-Maskhuta, y los occidentales de Tell el-Alamein y Zawiyet Umm el-Rakham.
EVIDENCIA FÍSICA DE LOS PRIMEROS CONTACTOS CON ASIA Y NUBIA
La evidencia de lazos comerciales y diplomáticos entre el emergente estado de Egipto y sus varias culturas y estados vecinos sobrevive en forma de materia prima exótica y productos, así como de los recipientes en los que se transportaban. Aunque Egipto fue siempre claramente autosuficiente en una amplia diversidad de rocas, plantas y animales, había, por otra parte, muchos materiales altamente apreciados que no se podían obtener dentro del propio Valle del Nilo.
La turquesa sólo se podía obtener en el Sinaí; la plata, probablemente de Anatolia o del Mediterráneo Norte vía el Levante; el cobre de Nubia, el Sinaí y el Desierto Oriental; y el oro también del Desierto Oriental y de Nubia, mientras que la madera fina como el cedro, el enebro y el ébano, así como productos como el incienso y la mirra, tenían que importarse del Asia oriental y el África tropical.
Uno de los materiales más buscados y de mayor demanda era el lapislázuli, una piedra azul intenso, veteada de pirita reluciente y calcita, conocida entre los egipcios con el nombre de khesbed. Se utilizaba en joyería, amuletos y figurillas desde, al menos, el Período Naqada II (c.3.500-3.200 A.C.), pero su antigua fuente parece haber estado localizada en Badakhshan, al nordeste de Afganistán – a unos 4.000 km de Egipto – donde hasta el día de hoy se han identificado Sar-i-Sang, Chilmak, Shaga-Darra-j-Robat-i-Paskaran, y Stromby. Badakhshan se encuentra en el centro de una amplia red comercial a través de la que se exportaba el lapislázuli, cubriendo enormes distancias, a las primitivas civilizaciones del Asia occidental y nordeste de África, habiendo pasado en route, sin duda alguna, por las manos de innumerables intermediarios.
Algunos de los datos arqueológicos más importantes sobre los primeros lazos egipcios con el mundo exterior proceden de recipientes de cerámica en los que se transportaban muchos productos - tales como alimento, bebidas o cosméticos – a y desde el Valle del Nilo. La colección de unos 400 recipientes de estilo palestino que llenaba una cámara de la Tumba U-j, en el cementerio U de Naqada III, en Abidos, como se vio ya en el Capítulo 4º, muestra que el propietario de esta tumba de élite en c.3.200 A.C., - quizás un antiguo gobernante – podía ejercer una influencia considerable a fin de obtener tales objetos de su ajuar, con toda probabilidad, jarras de vino.
Muchos de estos recipientes han sido identificados con cerámica procedente de yacimientos contemporáneos en Palestina; así que, parece que habrían sido tipos especialmente manufacturados para la exportación. La misma tumba también contenía recipientes egipcios de estilo palestino de azas onduladas. Otra tumba, la U-127, ofrecía fragmentos de azas de marfil talladas con imágenes que aparentemente representaban filas de cautivos Asiáticos y mujeres acarreando recipientes de cerámica.
La cerámica encontrada en emplazamientos urbanos tempranos en el sur de Palestina, sugiere que una red comercial egipcia habría estado floreciendo en esta región ya en la primera fase de la Temprana Edad de Bronce. Se ha sugerido que la expansión de la cultura Naqada en la región del Delta en el Protodinástico pudo bien haber sido el resultado de los deseos de los gobernantes del Alto Egipto de conseguir un contacto comercial directo con Palestina, más que la obtención de mercancías a través de mediadores de Maadi y otros lugares del Bajo Egipto.
Para, al menos, el comienzo de la Dinastía I, el recientemente unificado estado egipcio se habría extendido ya más allá del Delta hasta el sur de Palestina, con una próspera ruta que atravesaba varios centenares de centros de acampada y estaciones de peaje por todo el extremo norte de la península del Sinaí (ver Capítulo 4º).Algunas de las tumbas reales de principios del Período Dinástico de Abidos, contenían fragmentos de recipientes palestinos que indicaban que los gobernantes de Egipto incluían productos Asiáticos importados en su equipo funerario.
Y más o menos a la vez que los egipcios establecían por vez primera lazos comerciales con los habitantes de la Palestina de la Temprana Edad de Bronce, a la vez establecían contacto con la población de la Baja Nubia; en principio, con el fin de conseguir acceso a los productos exóticos del África tropical, así como a los recursos minerales de la misma Nubia. Vestigios arqueológicos de estos pueblos, a los que George Reiner llamó el “Grupo A”, han sobrevivido al tiempo por toda la Baja Nubia, datados hacia 3.500 a 2.800 A.C. El ajuar funerario con frecuencia incluye recipientes de piedra, amuletos, y artefactos de cobre importados de Egipto que no sólo ayudan a datar estas tumbas, sino también demuestran que el Grupo A estaba envuelto en un comercio regular con los egipcios de los períodos Predinástico y Temprano Dinástico. Bruce Williams ha planteado la controvertida sugerencia de que los mandatarios del primitivo Grupo A serían responsables del nacimiento del estado egipcio, pero ha sido refutada por la mayoría de eruditos (Ver Capítulo 4º).
La riqueza y cantidad de elementos importados parece aumentar en posteriores sepulturas del Grupo A, lo que sugiere un crecimiento continuo de los contactos entra las dos culturas. Yacimientos tales como Khor Daoud – sin vestigios de asentamientos pero con centenares de silos que contienen recipientes de cerámica de la cultura Naqada que originalmente habrían contenido cerveza, vino, aceite, y quizás queso – eran evidentemente lugares de comercio donde se realizaban intercambios de mercancías entre los egipcios del Protodinástico, el Grupo A, y nómadas del Desierto Oriental.
A juzgar por algunas de las ricas tumbas de de los cementerios de Sayala y Qustul que contienen objetos de prestigio importadas de Egipto, la élite dentro del Grupo A podía beneficiarse de forma sustanciosa de su rol como intermediarios en la ruta comercial africana. Sin embargo, un tallado en roca procedente del yacimiento de la Baja Nubia de Gebel Sheikh Suleiman – actualmente en exposición en el Museo de Khartoum – parece registrar una campaña de la Dinastía I tan lejos como la 2ª Catarata, lo que sugeriría que los contactos con el Grupo A se habrían convertido en estas fechas en algo más que militaristas.
Un proceso de empobrecimiento severo parece que tuvo lugar en la Baja Nubia durante la Dinastía I, probablemente como resultado directo de los estragos de una primitiva explotación económica de la región. Se ha sugerido que pudo haber habido una reversión forzada al pastoreo – quizás debido a cambios ambientales - , o que la población local nubia pudo incluso haber abandonado temporalmente la región, quizás marchando hacia el sur y eventualmente regresando como Grupo C; en un momento considerado como totalmente separado del Grupo A, pero que ahora se le ve con un cierto número características culturales afines.
La población del Grupo C era sincrónica con el período de la historia egipcia que va desde mediados de la Dinastía VI a principios de la Dinastía XVIII (2.300 a 1.500 A.C.). Sus principales características arqueológicas incluían los recipientes de cerámica rematada en negro hechos a mano con incisiones decorativas rellenadas con pigmento blanco, así como artefactos importados de Egipto.
Su forma de vida parece haber estado dominada por el pastoreo de ganado mientras que su sistema social habría sido esencialmente tribal hasta que empezaron a integrarse en la sociedad egipcia. Al inicio de la Dinastía XII su territorio en la Baja Nubia sería ocupado por los egipcios, quizás, en parte para prevenir que se desarrollasen contactos con la más sofisticada cultura Kerma que había surgido en la Alta Nubia (Ver Capítulo 8º).
Vamos a hacer aquí un nuevo inciso tras la ilustrada exposición del Profesor Ian Shaw en la que se han tratado temas relacionados con los orígenes y primitivos contactos de Egipto con el mundo exterior, evidencia visual y documental, iconografía bélica, y acotaciones fronterizas, en lo que podría considerarse como una Primera Parte del tópico que nos ocupa y que encabeza esta Hoja Suelta.
A ella seguirá otra, sine die, como Segunda Parte, en la que se tratarán temas específicos afines al tópico, como El Reino de Punt, Imperialismo en los Imperios Medio y Nuevo, Byblos y, Los Pueblos del Mar, que nos dejará a las puertas del Tercer Período Intermedio - probablemente ensombrecido por la fastuosidad y los devaneos imperialistas del Imperio Nuevo - y con él, lo que algunos han dado en llamar la “fragmentación de las Dos Tierras”.
RAFAEL CANALES
En Benalmádena-Costa, a 13 de marzo de 2011
Bibliografía:
“The Oxford History of Ancient Egypt”, Ian Shaw, Oxford University Press, 2000.
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PREÁMBULO
Desde los tiempos más remotos, numerosas expediciones relacionadas con el comercio, la cantería y la guerra llevaron a los egipcios a establecer frecuentes contactos con el mundo exterior. Las regiones en las que Egipto fomentaría de forma gradual lazos comerciales y políticos pueden agruparse en tres zonas básicas: África (principalmente Nubia, Libia y el país de Punt), Asia (Siria-Palestina, Mesopotamia, Arabia y Anatolia), y norte y este del Mediterráneo (Chipre, Creta, los Pueblos del Mar, y los griegos).
Desde los tiempos más remotos, numerosas expediciones relacionadas con el comercio, la cantería y la guerra llevaron a los egipcios a establecer frecuentes contactos con el mundo exterior. Las regiones en las que Egipto fomentaría de forma gradual lazos comerciales y políticos pueden agruparse en tres zonas básicas: África (principalmente Nubia, Libia y el país de Punt), Asia (Siria-Palestina, Mesopotamia, Arabia y Anatolia), y norte y este del Mediterráneo (Chipre, Creta, los Pueblos del Mar, y los griegos).
Hacia el sur, los vecinos africanos de los antiguos egipcios llegarían a abarcar, con el tiempo, a una serie de grupos étnicos diferentes en Nubia (primordialmente, el Grupo A, el Grupo C, la civilización Kerma, la cultura Pan-Grave, el reino de Kush, la cultura Ballana, y los Blemmyes), y en Etiopía (las culturas pre-axumitas y la civilización de Axum), mientras que hacia el nordeste, más allá de la Península del Sinaí, nos encontramos con muchas ciudades y aldeas esparcidas por colinas y planicie costera del Levante Oriental. Y, más hacia el norte y hacia el este, con un mosaico de reinos e imperios en Anatolia y Mesopotamia, en constante ebullición.
Hacia el este, en el Sahara, conectaron con algunos pueblos diferentes que ahora se agrupan bajo el apelativo general de “Libios”, de los que poca evidencia arqueológica ha sobrevivido, si bien se suele aceptar, en base a pruebas documentales, que se trataban de pueblos nómadas; o, al menos, dependientes para su subsistencia de ciertas formas de pastoreo, y que sólo cuando vinieron a formar parte de la sociedad egipcia a finales del Imperio Nuevo y el Tercer Período Intermedio, algunos aspectos de su cultura se dejarían entrever, como se verá más adelante en el Capítulo 12.
IDENTIDAD RACIAL Y ÉTNICA DE LOS EGIPCIOS
Hay un número de formas diferentes con las que se puede definir a los propios antiguos egipcios como grupo racial y étnico inequívoco, pero el tema de sus raíces y de su propio sentido de identidad han dado lugar a intensos debates. Lingüísticamente, pertenecen a la familia afro-asiática (hamito-semítica), aunque esto es, simplemente, otra forma de decir que, como su situación geográfica implica, su lengua tiene algunas similitudes con lenguas contemporáneas, tanto en algunos lugares de África como en el Oriente Próximo.
Estudios antropológicos sugieren que la población predinástica incluía una mezcla de tipos raciales (negroides, mediterráneos, y europeos). Pero está el tema de las evidencias procedentes de restos de esqueletos de principios del período faraónico que ha acabado siendo cada vez más controvertido a lo largo de los años. Mientras que la evidencia antropológica de la época fue en su día interpretada, por Bryan Emery y otros, como la conquista rápida de Egipto por pueblos del este cuyos restos eran radicalmente distintos de los egipcios autóctonos, algunos eruditos argumentan ahora que el período del cambio demográfico pudo haber sido mucho más lento; y con toda probabilidad, acarrearía la infiltración gradual de un tipo físicamente diferente procedente de Siria-Palestina a través del Delta Oriental.
La iconografía de las representaciones egipcias de extranjeros sugiere que durante la mayor parte de su historia, los egipcios se veían a sí mismos a mitad de camino entre los africanos negros y los Asiáticos de piel más pálida. No obstante, también está claro que ni los orígenes nubios ni los sirio-palestinos se consideraban como factores negativos en términos de estatus o perspectivas profesionales del individuo; y, no podía ser de otro modo, en un clima cosmopolita como el del Imperio Nuevo en el que los cultos religiosos de los Asiáticos, y los avances tecnológicos, se aceptaban de forma generalizada. Es así que las incontestables facciones negroides del alto cargo Maiherpri no habrían sido obstáculo para alcanzar el especial privilegio de un enterramiento en el Valle de los reyes en tiempos de Tutmosis III (1.479-1.425 A.C.). De igual forma, un individuo llamado Aper-el, cuyo nombre deja ver sus obvias raíces de Oriente Próximo, alcanzó el rango de visir (el cargo civil más alto por debajo del propio faraón) hacia finales de la Dinastía XVIII.
ICONOGRAFÍA DE LA GUERRA Y DE LA CONQUISTA: EVIDENCIA DOCUMENTAL Y VISUAL
El término “Nueve Arcos de Flecha” se utilizó con frecuencia para referirse a los enemigos de Egipto, cuya identidad específica variaba de un tiempo a otro, si bien solía incluir a los Asiáticos y a los nubios. En general, se simbolizaban mediante representaciones de filas de arcos de flecha, o de cautivos maniatados, cuyo número podía variar, y el motivo solía ir decorado con objetos personales reales, tales como sandalias, escabeles, y estrados de forma que el faraón podía, simbólicamente, humillar a sus enemigos. La imagen de nueve prisioneros atados vencidos por un chacal, en el sello de la necrópolis del Valle de los Reyes, es evidente que tenía por objeto proteger la tumba de los estragos de extranjeros, u otras fuentes del Mal.
Las representaciones de prisioneros extranjeros atados son frecuentes en el arte egipcio. Algunos objetos famosos de los períodos Predinástico Tardío (o Protodinástico) y Temprano Dinástico, tales como la Paleta Narmer, muestran escenas en las que el faraón desprecia o humilla a extranjeros inmovilizados. La escena de un faraón golpeando a un enemigo, no sólo es uno de los aspectos más constantes del arte faraónico que aparece en los pilonos de templos, incluso hasta el Período Romano, sino también uno de los iconos reconocibles de la realeza más antiguos, siendo el caso más conocido el de un dibujo-boceto pintado en los muros de la Tumba 100 del Protodinástico en la Hieracómpolis de finales del cuarto milenio, A.C.
Las excavaciones de los complejos piramidales de Raneferef, Nyeuserra, Djedkara, Unas, Teti, Pepy I, y Pepy II, de las dinastías 5ª y 6ª, en Saqqara y Abusir, han sacado a la luz un gran número de estatuas de cautivos extranjeros que puede que hubiesen sido alineadas a lo largo de la calzada elevada que unía el templo del valle con el templo de la pirámide. En fecha ligeramente posterior, las representaciones de prisioneros maniatados se utilizarían en rituales malditos, como es el caso de cinco figuras de alabastro de principios de la Dinastía XII – actualmente en el Museo de El Cairo – con inscripciones de textos de maldición y condena en hierático, en los que aparecen listas de nombres de príncipes nubios acompañados de insultos e improperios.
Durante todo el período faraónico y el greco-romano, la representación del cautivo atado se convirtió en motivo asiduo y popular en la decoración de templos y palacios. La adición de prisioneros maniatados en los elementos decoración, y en los muebles de los palacios reales, servía para reforzar la eliminación total por parte del faraón de extranjeros que, probablemente, también se consideraban símbolos de elementos de “falta de dominio” que los dioses requerían que el faraón tuviese bajo control. Hay, pues, un número de representaciones en templos greco-romanos que muestran filas de dioses apresando pájaros, animales salvajes, y extranjeros con clap-nets, jaulas de redes que pueden cerrarse de forma instantánea tirando de una cuerda.
El pájaro rekhyt (un tipo de avefría o chorlito con inconfundible cabeza crestada), se solía utilizar como símbolo de cautivos extranjeros, o pueblos súbditos, probablemente porque con las alas recogidas hacia atrás se asemejaba, vagamente, al jeroglífico de un prisionero maniatado. La primera representación de este pájaro que se conoce aparece en el registro superior del relieve decorativo de la cabeza de maza, del Protodinástico, del faraón “Escorpión” (c. 3.100 A.C.), consistente en una fila de avefrías colgando de sus cuellos, con cuerdas atadas a estandartes representativos de antiguas provincias del Bajo Egipto. En este contexto, el rekhyt parece estar representando a los pueblos conquistados del norte de Egipto durante el período crucial en el que el país se transformaría en un único estado unificado.
En la Dinastía III (2.686-2.613 A.C.), no obstante, otra fila de avefrías se representaba, en versión maniatada tradicional, junto a los “Nueve Arcos de Flecha”, aplastada bajo los pies de una estatua de piedra de Djoser de su Pirámide Escalonada, en Saqqara. A partir de ese momento, siempre hubo una continua ambigüedad sobre el significado simbólico de los pájaros – al menos para los ojos modernos – ya que podían, en contextos diferentes, tomarse como que se referían, bien a los enemigos de Egipto, o a los súbditos leales del faraón.
¿DÓNDE COMENZABA EL MUNDO EXTERIOR?
Las fronteras físicas tradicionales de Egipto – los Desiertos Occidental y Oriental, el Sinaí, la costa mediterránea y las cataratas de El Nilo al sur de Asuán – fueron suficientes durante miles de años para proteger la independencia de Egipto. Pero, quizás, el hecho más curioso de la geografía del Antiguo Egipto, especialmente en cuanto a actitudes con respecto a África y Asia, sea el lento e inconsistente concepto que tenían los egipcios de dónde comenzaba el mundo exterior. ¿Hasta qué punto, por ejemplo, aquellas zonas fuera del Valle del Nilo, pero dentro de las fronteras del Egipto moderno, y en particular el Desierto Oriental y la península del Sinaí, eran consideradas como territorio “no egipcio”?
Los egipcios utilizaban dos palabras para referirse a la frontera: djer (límite eterno y universal), y tash (una frontera geográfica real, fijada por el pueblo, o por deidades). La segunda era, pues, esencialmente movible, ya que a todos los faraones se les había confiado la responsabilidad de “extender las fronteras” de Egipto dado que sus nombres reales y su titulatura implicaban una zona de dominación política potencialmente infinita. La extensión más lejana de las verdaderas fronteras se establecerían, ciertamente, durante el reinado del faraón Tutmosis III, de la Dinastía XVIII, cuando erigió una estela triunfal en el Río Éufrates, en Asia, y otra en Kurgus, en Nubia, entre las cataratas 4ª y 5ª.
En el Temprano Período Dinástico, y en el Imperio Antiguo, la frontera con la Baja Nubia tradicionalmente se situaba en Asuán, cuyo nombre moderno se deriva de la antigua palabra egipcia swenet (comercio), indicando así, claramente, las oportunidades comerciales que su situación ofrecía. La primera catarata, a poca distancia, más al sur, representaba un serio obstáculo para la navegación en El Nilo, así que la mercancía tenía que ser transportada por la orilla; esta ruta terrestre al este de El Nilo estaba protegida por un enorme muro de adobe de casi 7’5 km de largo, construcción que probablemente se remontaba, en su mayoría, a la Dinastía XII.
Para entonces, no obstante, la frontera con Nubia se situaba ya mucho más al sur, en la propia garganta de Semna, la parte más estrecha del Valle del Nilo. Y fue aquí, en esta estratégica situación, que los faraones de la Dinastía XII construirían un grupo de cuatro fortalezas de adobe: Semna, Kumma, Semna Sur, y Uronarti. Algunas de las “estelas fronterizas” levantadas por Senusret III en las fortalezas de Semna y Uronarti dan cuenta de forma muy clara del total control egipcio sobre la región, e incluye de una normativa sobre la abilidad de los nubios para el comercio a lo largo del Valle del Nilo.
Desde, al menos, principios de la Dinastía XII, la frontera con Palestina en el Delta oriental estaba defendida por una fila de fortalezas conocidas como “El Muro del Soberano” (inebu heka) y, casi al mismo tiempo, parece que se habría levantado otra en Wadi Natrum con el fin de proteger el Delta occidental de los “Libios”. Esta política se mantendría durante todo el Imperio Medio, y se construirían nuevas fortalezas en el Imperio Nuevo, incluyendo los emplazamientos orientales de Tell Abu Safa, Tell el-Farama, Tell el-Heir, y Tell el-Maskhuta, y los occidentales de Tell el-Alamein y Zawiyet Umm el-Rakham.
EVIDENCIA FÍSICA DE LOS PRIMEROS CONTACTOS CON ASIA Y NUBIA
La evidencia de lazos comerciales y diplomáticos entre el emergente estado de Egipto y sus varias culturas y estados vecinos sobrevive en forma de materia prima exótica y productos, así como de los recipientes en los que se transportaban. Aunque Egipto fue siempre claramente autosuficiente en una amplia diversidad de rocas, plantas y animales, había, por otra parte, muchos materiales altamente apreciados que no se podían obtener dentro del propio Valle del Nilo.
La turquesa sólo se podía obtener en el Sinaí; la plata, probablemente de Anatolia o del Mediterráneo Norte vía el Levante; el cobre de Nubia, el Sinaí y el Desierto Oriental; y el oro también del Desierto Oriental y de Nubia, mientras que la madera fina como el cedro, el enebro y el ébano, así como productos como el incienso y la mirra, tenían que importarse del Asia oriental y el África tropical.
Uno de los materiales más buscados y de mayor demanda era el lapislázuli, una piedra azul intenso, veteada de pirita reluciente y calcita, conocida entre los egipcios con el nombre de khesbed. Se utilizaba en joyería, amuletos y figurillas desde, al menos, el Período Naqada II (c.3.500-3.200 A.C.), pero su antigua fuente parece haber estado localizada en Badakhshan, al nordeste de Afganistán – a unos 4.000 km de Egipto – donde hasta el día de hoy se han identificado Sar-i-Sang, Chilmak, Shaga-Darra-j-Robat-i-Paskaran, y Stromby. Badakhshan se encuentra en el centro de una amplia red comercial a través de la que se exportaba el lapislázuli, cubriendo enormes distancias, a las primitivas civilizaciones del Asia occidental y nordeste de África, habiendo pasado en route, sin duda alguna, por las manos de innumerables intermediarios.
Algunos de los datos arqueológicos más importantes sobre los primeros lazos egipcios con el mundo exterior proceden de recipientes de cerámica en los que se transportaban muchos productos - tales como alimento, bebidas o cosméticos – a y desde el Valle del Nilo. La colección de unos 400 recipientes de estilo palestino que llenaba una cámara de la Tumba U-j, en el cementerio U de Naqada III, en Abidos, como se vio ya en el Capítulo 4º, muestra que el propietario de esta tumba de élite en c.3.200 A.C., - quizás un antiguo gobernante – podía ejercer una influencia considerable a fin de obtener tales objetos de su ajuar, con toda probabilidad, jarras de vino.
Muchos de estos recipientes han sido identificados con cerámica procedente de yacimientos contemporáneos en Palestina; así que, parece que habrían sido tipos especialmente manufacturados para la exportación. La misma tumba también contenía recipientes egipcios de estilo palestino de azas onduladas. Otra tumba, la U-127, ofrecía fragmentos de azas de marfil talladas con imágenes que aparentemente representaban filas de cautivos Asiáticos y mujeres acarreando recipientes de cerámica.
La cerámica encontrada en emplazamientos urbanos tempranos en el sur de Palestina, sugiere que una red comercial egipcia habría estado floreciendo en esta región ya en la primera fase de la Temprana Edad de Bronce. Se ha sugerido que la expansión de la cultura Naqada en la región del Delta en el Protodinástico pudo bien haber sido el resultado de los deseos de los gobernantes del Alto Egipto de conseguir un contacto comercial directo con Palestina, más que la obtención de mercancías a través de mediadores de Maadi y otros lugares del Bajo Egipto.
Para, al menos, el comienzo de la Dinastía I, el recientemente unificado estado egipcio se habría extendido ya más allá del Delta hasta el sur de Palestina, con una próspera ruta que atravesaba varios centenares de centros de acampada y estaciones de peaje por todo el extremo norte de la península del Sinaí (ver Capítulo 4º).Algunas de las tumbas reales de principios del Período Dinástico de Abidos, contenían fragmentos de recipientes palestinos que indicaban que los gobernantes de Egipto incluían productos Asiáticos importados en su equipo funerario.
Y más o menos a la vez que los egipcios establecían por vez primera lazos comerciales con los habitantes de la Palestina de la Temprana Edad de Bronce, a la vez establecían contacto con la población de la Baja Nubia; en principio, con el fin de conseguir acceso a los productos exóticos del África tropical, así como a los recursos minerales de la misma Nubia. Vestigios arqueológicos de estos pueblos, a los que George Reiner llamó el “Grupo A”, han sobrevivido al tiempo por toda la Baja Nubia, datados hacia 3.500 a 2.800 A.C. El ajuar funerario con frecuencia incluye recipientes de piedra, amuletos, y artefactos de cobre importados de Egipto que no sólo ayudan a datar estas tumbas, sino también demuestran que el Grupo A estaba envuelto en un comercio regular con los egipcios de los períodos Predinástico y Temprano Dinástico. Bruce Williams ha planteado la controvertida sugerencia de que los mandatarios del primitivo Grupo A serían responsables del nacimiento del estado egipcio, pero ha sido refutada por la mayoría de eruditos (Ver Capítulo 4º).
La riqueza y cantidad de elementos importados parece aumentar en posteriores sepulturas del Grupo A, lo que sugiere un crecimiento continuo de los contactos entra las dos culturas. Yacimientos tales como Khor Daoud – sin vestigios de asentamientos pero con centenares de silos que contienen recipientes de cerámica de la cultura Naqada que originalmente habrían contenido cerveza, vino, aceite, y quizás queso – eran evidentemente lugares de comercio donde se realizaban intercambios de mercancías entre los egipcios del Protodinástico, el Grupo A, y nómadas del Desierto Oriental.
A juzgar por algunas de las ricas tumbas de de los cementerios de Sayala y Qustul que contienen objetos de prestigio importadas de Egipto, la élite dentro del Grupo A podía beneficiarse de forma sustanciosa de su rol como intermediarios en la ruta comercial africana. Sin embargo, un tallado en roca procedente del yacimiento de la Baja Nubia de Gebel Sheikh Suleiman – actualmente en exposición en el Museo de Khartoum – parece registrar una campaña de la Dinastía I tan lejos como la 2ª Catarata, lo que sugeriría que los contactos con el Grupo A se habrían convertido en estas fechas en algo más que militaristas.
Un proceso de empobrecimiento severo parece que tuvo lugar en la Baja Nubia durante la Dinastía I, probablemente como resultado directo de los estragos de una primitiva explotación económica de la región. Se ha sugerido que pudo haber habido una reversión forzada al pastoreo – quizás debido a cambios ambientales - , o que la población local nubia pudo incluso haber abandonado temporalmente la región, quizás marchando hacia el sur y eventualmente regresando como Grupo C; en un momento considerado como totalmente separado del Grupo A, pero que ahora se le ve con un cierto número características culturales afines.
La población del Grupo C era sincrónica con el período de la historia egipcia que va desde mediados de la Dinastía VI a principios de la Dinastía XVIII (2.300 a 1.500 A.C.). Sus principales características arqueológicas incluían los recipientes de cerámica rematada en negro hechos a mano con incisiones decorativas rellenadas con pigmento blanco, así como artefactos importados de Egipto.
Su forma de vida parece haber estado dominada por el pastoreo de ganado mientras que su sistema social habría sido esencialmente tribal hasta que empezaron a integrarse en la sociedad egipcia. Al inicio de la Dinastía XII su territorio en la Baja Nubia sería ocupado por los egipcios, quizás, en parte para prevenir que se desarrollasen contactos con la más sofisticada cultura Kerma que había surgido en la Alta Nubia (Ver Capítulo 8º).
Vamos a hacer aquí un nuevo inciso tras la ilustrada exposición del Profesor Ian Shaw en la que se han tratado temas relacionados con los orígenes y primitivos contactos de Egipto con el mundo exterior, evidencia visual y documental, iconografía bélica, y acotaciones fronterizas, en lo que podría considerarse como una Primera Parte del tópico que nos ocupa y que encabeza esta Hoja Suelta.
A ella seguirá otra, sine die, como Segunda Parte, en la que se tratarán temas específicos afines al tópico, como El Reino de Punt, Imperialismo en los Imperios Medio y Nuevo, Byblos y, Los Pueblos del Mar, que nos dejará a las puertas del Tercer Período Intermedio - probablemente ensombrecido por la fastuosidad y los devaneos imperialistas del Imperio Nuevo - y con él, lo que algunos han dado en llamar la “fragmentación de las Dos Tierras”.
RAFAEL CANALES
En Benalmádena-Costa, a 13 de marzo de 2011
Bibliografía:
“The Oxford History of Ancient Egypt”, Ian Shaw, Oxford University Press, 2000.
2 comentarios:
Enhorabuena por su fantástico blog. Realmente interesante.
Me permito recomendarle la lectura de mi última novela, creo sinceramente que peude ser de su interés.
Se llama "La costilla del faraón", y en mi blog tiene todos los datos.
Me hago seguidor suyo, felicidades de nuevo.
Gracias, muy sinceras, por tu valioso comentario. A veces me pregunto si interesará a alguien lo que escribo ya que el tema es árido, aunque intento regarlo y alimentarlo con comentarios, reflexiones, aclaraciones y ampliaciones - así como con aportaciones gráficas - que encabezan cada artículo - con la esperanza de que coja color y crezca. Debo admitir que lo hago por lo mucho que aprendo al hacerlo, y con la tímida esperanza de pueda llegar a ser una forma de "aprender enseñando" más que "enseñar aprendiendo". Gracias de nuevo, y me intereso en tus publicaciones. Un abrazo, Rafael
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