Biface cola de pez. Cultura Naqada
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PREÁMBULO
Naqada o Nagada es el nombre de una ciudad a 25 km al norte de Luxor (Tebas), situada en la ribera occidental de El Nilo; en la gobernación de Qina.
Naqada o Nagada es igualmente el nombre que recibe una cultura del Período Predinástico del Antiguo Egipto que data de c.4.000 a 3.200 A.C.
La proximidad de las minas de oro del desierto oriental hizo que en el antiguo Egipto se la conociese con el nombre de Nubt o “ciudad del oro”; para los griegos se la conoció como Ombos y, más tarde, en árabe, se la denominó Tuj.
Se la considera como la primera ciudad-estado o confederación regional que ejerció la hegemonía desde c.3.500 a 3.300 A.C., al inicio del Período Naqada II (estadios Naqada IIa y IIb), hegemonía que acabó pasando a Nejen (Hieracómpolis), (estadios Naqada IIc y Naqada IId).
En las primeras excavaciones realizadas por el sempiterno y omnipresente Flinders Petrie, James Quibell del University College de Londres y John Garstang de la Universidad de Liverpool, se encontraron evidencias de una cultura que eclosionó hacia 3.800 A.C. y que tuvo una continuidad cultural que duró prácticamente un milenio, llegando hasta Nubia (Hemamein).
Flinders Petrie inicialmente denominó a la cultura Naqada I, Amratiense, pero, en 1957, Werner Kaiser le dio el nombre de Naqada, mientras que Amratiense se aplicaría a lo que es el período; de esta forma se hacía más hincapié en el hecho de la continuidad cultural entre las tres fases de Naqada (I, II y III).
Para cubrir este período, vamos a hacerlo esta vez de la mano de la Profesora Béatrix Midant-Raynes, del Centre National de Recherches Scientifiques, de París.Se trata del tercer ensayo de los quince que consta la obra “The Oxford History of Ancient Egypt”, de la que ya hice mención en mi “Hoja Suelta” del 28 de noviembre de 2008 que lleva por título “Cronología del Antiguo Egipto según Shaw”, a la que me remito.
Como comenté en su día, uno de los atractivos de esta obra es su actualidad fresca y erudita que fluye de quince fuentes diversas y altamente especializadas.
Yo trataré, como pueda, de moverme en la semioscuridad del período siguiendo las pautas que me dicte su autora con pocas probabilidades de aportar aclaraciones y/o comentarios que ayuden a amenizar de alguna forma un tema que, como los de los períodos que le preceden, es árido.
INTRODUCCIÓN
En el año 1892, Flinders Petrie desentierra un enorme cementerio con más de 3.000 tumbas. Sorprendido por la naturaleza del descubrimiento de características muy dispares a las de los ya existentes, llega a la conclusión, eventualmente errónea, de que se trata de un grupo de invasores de otra raza cuya existencia se extendería hasta finales del Imperio Antiguo y que, probablemente, fue la causa de su declive.
Por primera vez, los arqueólogos que se habían acostumbrado a la monumental arquitectura funeraria, se encontraban ante unas humildes sepulturas consistentes, básicamente, en el cuerpo de un fallecido en posición fetal, envuelto en una piel de animal o en una esterilla y en la mayoría de los casos colocado dentro de un simple hoyo cavado en la arena. El ajuar que acompañaba al cuerpo no tenía nada que ver con el de hallazgos previos pertenecientes al período faraónico. Y Petrie era totalmente consciente de ello.
El conjunto de artefactos consistente en vasijas de cerámica roja pulimentada y rematada en negro, paletas de esquisto, peines y cucharas de hueso o marfil, cuchillos de sílex, etc. presentaba unas características muy peculiares.
Jean-Jacques de Morgan (1857-1924), Ingeniero de Minas, geólogo y arqueólogo francés, que excavó en Menfis y Dashur, y que acompañaba a Petrie, fue el primero en sugerir la posible existencia de alguna civilización prehistórica. Petrie se propuso probar científicamente la sugerencia de Morgan. Después de excavar otras miles de tumbas más de tamaños comparables y características similares, Petrie establece la primera cronología Predinástica de Egipto.
Petrie se convierte así, de pleno derecho y de forma irrefutable, en el Padre de la Prehistoria Egipcia.
CRONOLOGÍA Y GEOGRAFÍA
Una vez establecido que las tumbas descubiertas eran predinásticas, el siguiente paso tenía que consistir en proceder a organizar la enorme cantidad de material acumulado procedente de las numerosas excavaciones y situar la recién descubierta cultura predinástica dentro del adecuado marco cronológico.
Para ello, y basándose en la cerámica procedente de unas 900 tumbas de Hiw y Abadiya, Petrie desarrolló un método de seriación que sería la base de un sistema de datación relativa, a partir de los estilos de alfarería hallados en los diferentes sitios, conocido como “datación por secuencias”, en el que las nuevas categorías de cerámica se definirían según la forma y decoración de las vasijas.
De forma totalmente intuitiva, Petrie plantea la hipótesis de que las vasijas de barro de asas onduladas no eran sino el resultado de una evolución gradual de las vasijas globulares, de modeladas y funcionales asas, hacia formas cilíndricas en las que las asas eran meros elementos decorativos. Y fue alrededor de este concepto de evolución hacia el diseño de vasijas de asas onduladas que se inicia la cronología de la datación por secuencias.
El resultado fue un cuadro con cincuenta entradas de dataciones por secuencias, numeradas del 30 hacia adelante, con el fin de dejar espacio a otras posibles culturas anteriores aún por descubrir.
Guy Brunton (1878-1948), egiptólogo inglés discípulo de Flinders Petrie, agradecería esta inteligente previsión dado que sus posteriores excavaciones en Badari darían como resultado la identificación del Período Badariense, primera etapa del Predinástico en el Alto Egipto, como ya vimos en el segundo ensayo de esta obra.
Brunton, que en 1931 se haría cargo de la Dirección Adjunta del Museo de El Cairo, tras su jubilación se iría a vivir a África del Sur, patria de su esposa, donde fallecería en 1948.
La extensión de las fases individuales representadas por cada una de las dataciones secuenciales era incierta y el único eslabón con alguna datación absoluta era entre la SD79-80 (SD, del inglés Sequence Dating) y la llegada al poder del Rey Menes a principios de la Dinastía I que se suponía tuvo lugar en 3.000 A.C.
Las dataciones se agruparon así en tres períodos.
El primero, llamado Amratiense o Naqada I, por el tipo de yacimiento de el-Amra, correspondía a los estilos SD30-38, y coincidía con el desarrollo máximo de los recipientes rojos rematados en negro y las vasijas decoradas con motivos pintados en blanco sobre un cuerpo rojo pulimentado.
El segundo, llamado Gerzeense o Naqada II, por el yacimiento de el-Gerza, correspondía a los estilos SD39-60, y se caracterizaba por el aspecto de su cerámica de asas onduladas, elementos utilitarios toscos y decoraciones a base de pintura marrón sobre un fondo de color crema.
Y en tercer lugar, estaba el Naqada III que representaba la fase final SD61-80 marcada por la aparición de un estilo tardío cuyo aspecto evocaba ya la cerámica Dinástica.
Y sería durante esta fase cuando, según Petrie, la “Nueva Raza” asiática llegaría a Egipto trayendo consigo la semilla de la civilización faraónica. Para entonces, ya se conocía a Petrie entre la población local con el sobrenombre árabe de Abu Bagousheh, que los ingleses traducen por “Father of Pots”. Yo, personalmente, acogiéndome a mi faceta colateral de traductor, optaría por alguna alternativa que expresase, de forma más gráfica y contundente, la intencionalidad del apelativo, como podría ser: "Padre de la Alfarería Prehistórica".
Los estudiosos siempre han elogiado el sistema por secuencias de Petrie que, no obstante, a lo largo del tiempo y tras varios análisis ha sido objeto de algunas correcciones y mejorada su precisión si bien las tres fases básicas del final Predinástico nunca se han cuestionado y todavía hoy constituye el telar en el que se ha tejido la prehistoria egipcia.
La fiabilidad de un corpus de la cerámica era fundamental para la validez del sistema. En el año 1942, Walter Federn, un exiliado vienés de los Estados Unidos, durante un proceso de clasificación de las vasijas de la colección del artista Maud Cabot Morgan (1903-1999) del Museo de Brooklyn, descubrió algunos fallos en el corpus de Petrie por lo que se sintió obligado a revisar los grupos de Petrie suprimiendo un par de ellos de la secuencia e introduciendo un factor que se le había escapado a Petrie: la “materia” de las vasijas. Igualmente se hizo evidente que un sistema basado en material procedente de cementerios del Alto Egipto no tenía por qué ser transferible a las necrópolis del norte o a las de Nubia.
Y aunque se reconocen algunos fallos, el trabajo de Petrie constituyó la única forma de organizar el Período Predinástico en fases culturales hasta la aparición, en los años sesenta, del sistema ideado por Werner Kaiser que, aún así, no pudo reemplazarle.
Kaiser procedió a la seriación de unas 170 tumbas en Armant de 1.400-1.500 basándose en la publicación del yacimiento realizada por Robert Mond y Oliver Myers en los años treinta y su trabajo hizo ver que también existía una cronología “horizontal” en el cementerio. Los recipientes rojos rematados en negro abundaban en la parte sur del cementerio mientras que las formas más tardías se concentraban en el extremo norte.
Un minucioso análisis de la clasificación, aún basada en el corpus de Petrie, le permitió corregir y perfeccionar el sistema de datación por secuencias. Se confirmaban así los tres grandes períodos de Petrie, y se afinó aún más con la adición de once subdivisiones (o Stufen) de la Ia a la IIb.
La tesis doctoral del holandés Stan Hendrickx leída en 1989 permitió que el sistema de Kaiser se aplicase a todos los yacimientos nagadienses de Egipto. Esto supuso ligeras modificaciones, en particular a las fases transitorias entre Naqada I y II.
Otro progreso importante en la cronología predinástica ha sido el avance en la datación absoluta. Tanto el sistema de datación por secuencias como las Stufen de Kaiser son sistemas de datación relativa; ambos tienen un terminus ante quem de alrededor de 3.000 A.C, presunta fecha de la unificación de Egipto pero, por sí mismas, no pueden proporcionar ninguna fecha absoluta para el comienzo y el final de cada fase y subdivisión de Naqada.
Los eslabones vinculantes para una cronología absoluta se hicieron posibles durante la segunda mitad del siglo veinte mediante el desarrollo de métodos de datación basados en el análisis de fenómenos físicos y químicos.
En lo referente al Período Predinástico egipcio, los métodos científicos más destacables han sido la datación por termoluminiscencia (TL) y por radiocarbono (C-14).
William Frank Libby, químico estadounidense, galardonado con el Premio Nobel de Química en 1960 por el desarrollo de la datación por radiocarbono, comprobó la precisión del sistema en material procedente de la región de Faiyum y, a partir de ese momento, las pruebas de datación en especímenes han sido suficientemente sistemáticas como para permitir la elaboración de un marco cronológico, bastante exacto, en el que las tres grandes fases de Petrie encuentran su lugar.
La primera fase de Naqada, la Amratiense, cae así entre 4.000 y 3.500 A.C., seguida de la segunda fase, la Gerzeense, entre 3.500 y 3.200 A.C., y la fase final Predinástica entre 3.200 y 3.000 A.C.
Todos los yacimientos de Naqada I están situados geográficamente dentro del Alto Egipto; desde Matmar en el norte hasta Kubaniya y Khor Bahan en el sur. Esta situación, por otra parte, cambia en la cultura Naqada II que se caracteriza muy particularmente por su proceso de expansión; emerge de un núcleo en el sur y se difumina hacia el borde norte del Delta, y también hacia el sur, donde entra en contacto directo con el "Grupo A" nubio.NAQADA (AMRATIENSE)
Durante más de un siglo nuestro conocimiento de este período estuvo basado casi en su totalidad en los restos funerarios procedentes de unas 15.000 tumbas de todo el Período Predinástico desenterradas por Petrie y Quibell.
Los muertos amratienses se enterraban, en general, en fosas ovales, con el cuerpo contraído reposando sobre su lado izquierdo, la cabeza orientada hacia el sur, y mirando al oeste. Se colocaba una esterilla sobre el suelo bajo el cuerpo y, a veces, la cabeza descansaba sobre una almohada de paja o de piel.
Otra esterilla, o la piel de un animal, cubría o envolvía el cadáver y en la mayoría de los casos cubría también las ofrendas.
Los restos de ropas hallados parecen sugerir que el atavío usual del difunto consistía en una especie de taparrabo de tela o bien de pellejo.
Aunque predominaban los enterramientos sencillos e individuales, los enterramientos múltiples eran muy frecuentes destacando los de una mujer, posiblemente la madre, con su recién nacido. En comparación con el período anterior, aparecieron grandes lugares de enterramiento provistos de ataúdes de madera o de tierra más lujosamente acondicionados.
Aunque saqueadas, las tumbas amratienses de Hierakompolis destacan por su forma rectangular y tamaño poco corriente; la mayor de 2’50m x 1’80m. En un par de ocasiones, la inclusión de cabezas de maza de pórfido en forma de disco solar parece apuntar a enterramientos de personajes poderosos.
La cultura Amratiense en particular, difiere de la Badariense en cuanto a la diversidad de tipos de artículos funerarios y sus consiguientes signos jerárquicos, siendo Hierakonpolis ya de por sí un yacimiento importante desde el punto de vista de dicha diversificación.
La diferencia existente entre las culturas Badariense y Amratiense radica, sobretodo, en el material; los recipientes rojos rematados en negro van siendo menos comunes y esta tendencia continúa así hasta su eventual desaparición a finales del Período Predinástico.
El efecto ondulado de la superficie en la cerámica va desapareciendo como ocurre con la cerámica pulimentada de negro, mientras que, paralelamente, sin embargo, la cerámica pulimentada de rojo florece en formas variadas, con frecuencia adoptando estilos de decoración de la superficie diferentes.
Los mejores ejemplos de decoración los encabeza, de forma global, la escultura y los diseños pintados en blanco con motivos geométricos, de animales y de plantas, como albores de una iconografía que eventualmente cobraría forma en las entrañas de la propia civilización faraónica.
La fauna representada en los recipientes solía ser ribereña, como hipopótamos, cocodrilos, lagartos, y flamencos, pero también había escorpiones, gacelas, jirafas, meloncillos y bóvidos; éstos se representaban de forma esquemática por lo que su correcta identificación resulta a veces difícil.
El Herpestes ichneumon o meloncillo (del latín meles, tejón) es un pequeño mamífero, miembro de la familia de las mangostas, presuntamente introducido en la Península Ibérica por los árabes que lo utilizaban de mascota para protegerse de las serpientes.
A veces, podía también representarse un barco como representación anticipada del leitmotiv de la fase Naqada II.
La figura humana, si bien en esas fechas de una forma discreta, estaba presente en la versión Amratiense del Universo y se representaba de forma esquemática con una cabeza pequeña y redonda, en un torso triangular que terminaba en una delgadas caderas sobre unas piernas de palillo y, en ocasiones, sin pies. Los brazos sólo se representaban cuando la figura estaba haciendo alguna actividad.
Las representaciones en las que aparecían figuras humanas se pueden dividir en dos tipos: La primera y más frecuente, el Cazador, y la segunda, el Guerrero Victorioso. Un buen ejemplo del Cazador se muestra en un recipiente de Naqada I del Museo Pushkin de Bellas Artes, en Moscú. La escena muestra a una persona sujetando un arco en su mano izquierda mientras que con su mano derecha controla a cuatro galgos con unas correas.
Estamos ante la típica escena del cazador con el rey llevando sujeta a su cinturón la cola de un animal, que podrá verse siglos más tarde en la llamada Paleta del Cazador o en el mango del puñal de Gebel el-Arak - la primera de ellos ahora en el Museo Británico y el segundo en el Louvre – y que continuó constituyendo una poderosa imagen hasta finales del período faraónico.
En cuanto al tema del Guerrero Victorioso, aparece en el alargado cuerpo de un recipiente de Naqada I en la colección del Museo Petrie, University College, Londres. La escena se compone de dos figuras humanas entre motivos de plantas. La figura mayor, con tallos o plumas fijados en el cabello, eleva sus brazos sobre la cabeza mientras muestra de forma inequívoca su virilidad con un pene o vaina. Las cintas entrelazadas que descienden de entre sus piernas parecen sugerir un paño decorado. Una línea blanca surge del pecho de la figura mayor envolviendo el cuello de la figura menor; la de una persona mucho más pequeña de pelo largo. Un bulto en la espalda de la figura menor podría representar unos brazos inmovilizados. A pesar de una clara protuberancia en la pelvis, la sexualidad de la figura más pequeña permanece ambigua; si fuese femenina, explicaría su pequeña estatura.
Una escena parecida decora un recipiente idéntico en el Museo de Bruselas así como uno de igual material excavado en los años 90 por arqueólogos alemanes en Abydos. El predominio de la figura atada y la ausencia u obstrucción de los brazos de las personas pequeñas parecen sugerir de forma contundente la imagen del conquistador y del vencedor.
El antiguo tema de la dominación parece ser el prototipo de escenas de victoria en la fase faraónica. Es interesante resaltar que ya en la fase Naqada I se establece la dualidad temática de la caza y la guerra, siempre entendida como victoriosa, insinuando así la existencia de un grupo de cazadores-guerreros envueltos en una aureola de poder.
Los enterramientos y las ofrendas funerarias indican no tanto un incremento de la jerarquización como una tendencia hacia una diversidad social dentro de la cultura Naqada. En este período, las ofrendas en principio parecen simplemente querer destacar la identidad del fallecido y no es hasta la fase Naqada II y más aún en la Naqada III que una mayor acumulación de artefactos funerarios se hace claramente evidente.
La presencia de estatuillas funerarias es particularmente significativa. Hombres y mujeres por igual aparecen de pie, en raras ocasiones sentados, con un cierto énfasis en las características sexuales primarias. Sólo unas pocas de las miles de tumbas excavadas contienen estas figurillas, y normalmente sólo hay una, siendo raros los grupos de dos o tres de ellas. El mayor número encontrado en un solo enterramiento es de dieciséis figurillas.
Basándonos en el análisis de las otras ofrendas, las tumbas que contenían múltiples estatuillas no eran particularmente ricas en otros aspectos, y en ocasiones estas figurillas talladas representaban el total de la ofrenda funeraria. ¿Se tratarían de tumbas de escultores? Cualquiera que fuese su significado, la presencia de tales objetos parece indicar más exclusividad que riqueza, como se desprende de la mera cantidad de elementos funerarios. El uso de cuchillos de cobre y de sílex como ofrendas funerarias nos hace plantearnos la misma cuestión durante la fase Naqada II.
La representación de una forma más o menos esquemática de cabezas de hombres barbudos parece constituir otra nueva categoría de representación humana en Naqada I, que tendría un mayor desarrollo en Naqada II. Aparecían representadas en algunos pequeños “throwsticks” (instrumento curvo de madera utilizado para cazar aves parecido al bumerán) tallados en marfil, o en puntas de colmillos de hipopótamo o elefante, en las que el tema repetitivo de estas representaciones consistía en la presencia de una barba triangular compensada con una especie de “gorro frigio” agujereado; gorro cónico de color rojo, puntiagudo, ajustado, muy popular durante la Revolución Francesa y en los EEUU antes de 1800 por ser símbolo de la Libertad. Tiene su origen en Frigia (1.200-700 AC), reino dominante en el centro de Anatolia (Turquía) donde lo solían llevar sus habitantes en la antigüedad.
Contrariamente a con las mujeres, a los hombres no se les identificaba sólo por sus características sexuales primarias sino mediante otra característica secundaria y el estatus social que ésta les confería. La barba era, evidentemente, un signo de poder, y en su versión de “falsa barba” ceremonial llegó a estar estrictamente reservada para tomar asiento en el mentón de reyes y dioses.
Otro símbolo de poder que caracteriza a la fase Naqada I es la cabeza de maza con forma de disco, normalmente tallada en roca dura, pero a veces en materiales más blandos, como caliza, terracota e incluso cerámica sin cocer, yendo en ocasiones provista de un puño. Y fue durante este período cuando empiezan a desarrollarse nuevas técnicas para trabajar piedras duras y blandas, tales como el greywack (variante de caliza caracterizada por su dureza), el granito, el pórfido o “piedra púrpura”, la diorita, la breccia (conglomerado de diferentes minerales), la caliza y el alabastro egipcio, artesanía esta que eventualmente contribuiría a que la cultura egipcia se conociese como la “Civilización de la Piedra” par excellence.
Las paletas de greywack se convierten en el artículo a elegir para los equipos funerarios durante el período Amratiense. Estas paletas acaban estallando en innumerables formas; desde un simple óvalo, a veces tallado con figuras de animales, a elementos zoomorfos completos, incluyendo peces, tortugas, hipopótamos, gacelas, elefantes y pájaros, aunque la gama de animales representados en recipientes pintados llegó a ser, sin embargo, mucho más amplia.
La producción de objetos de hueso y de marfil tales como punzones, taladros, agujas y peines, aumentó, e incluso mejoró el repertorio de la cultura Badariense que la precedía. No han sido muchos los útiles trabajados que se han encontrado en enterramientos de Naqada I pero lo inusual de tales hallazgos se equipara a su calidad.
Estas largas y delicadas hojas bifacialmente laminadas de hasta 40 cm de largo iban regularmente serradas y su característica principal consistía en que todas habían sido pulimentadas antes de ser retocadas.
Este proceso fue también utilizado en preciosas dagas con hojas bifurcadas, que se anticipaban así a los instrumentos ahorquillados del Imperio Antiguo, como el conocido como pesesh-kef utilizado en la ceremonia funeraria de la Apertura de la Boca.
La esteatita vidriada, ya conocida en el período Badariense, continuó en uso. Los primeros intentos de trabajar la fayenza parecen datar de la fase Naqada I, en los que a un núcleo de cuarzo machacado se le daba la forma deseada y se cubría con una capa de un vidriado confeccionado a base de natrón coloreado con óxidos metálicos.
El trabajo en metal muestra algunas diferencias con el del período Badariense, además de una ampliación del repertorio que incluye artefactos tales como alfileres, arpones, cuentas, alfileres con aros para colgar y pulseras, casi siempre en cobre trabajado a martillo. Las puntas de lanza bifurcadas encontradas en una tumba en el-Mahasna que imitan especímenes trabajados en piedra evocan comparación con las técnicas de fabricación en metal empleadas por sus vecinos del norte en Maadi, como veremos más adelante.
La imagen que obtenemos del análisis de tumbas y de su contenido es el de una sociedad estructurada y diversificada, con tendencia hacia la organización jerárquica, en la que los rasgos de una civilización faraónica se vislumbran ya de forma embrionaria.
Comparados con los sgnificativos restos del mundo de los muertos, los vestigios que han prevalecido del asentamiento Naqada I son escasos; no sólo porque pocos han sido los yacimientos de este tipo que se han conservado sino también por la naturaleza de las propias prácticas predinásticas de utilización de la tierra.
Puesto que las construcciones que componían los asentamientos se edificaban con una mezcla de barro y materiales orgánicos, como pudo ser la madera, la caña y la palmera, su vida era efímera, así que el trabajo del arqueólogo se presentaba considerable para al final obtener unos datos mínimos.
Entre los vestigios de chozas subdivididas hechas a base de tierra batida - que por cierto no se sabe si se pueden catalogar como tales viviendas - encontramos hoyos para hacer la lumbre y para colocar postes. Las zonas habitables se identifican por los depósitos de material orgánico de docenas de centímetros de espesor.
La única construcción que se conoce que haya sobrevivido fue excavada en Hierakonpolis, donde un equipo americano desenterró una estructura, quemada, hecha por el hombre, consistente en un horno y una casa rectangular parcialmente cercada por un muro de 4’0 x 3’5 m. Aunque es posible que este tipo de vivienda hubiese estado presente en todos los asentamientos del Valle del Nilo en estas fechas, no debemos olvidar que Hierakonpolis puede haber sido una excepción por constituir un importante emplazamiento desde tiempos remotos que a partir de ese momento se convertirá en el núcleo de un grupo de élite, a juzgar por sus sepulturas a gran escala.
Una de las razones que justifica la escasez de asentamientos excavados es el impreciso conocimiento de la economía de Naqada I.
Las especies de animales domesticados que aparecen representadas entre los restos funerarios son las cabras, las ovejas, los bóvidos y los cerdos, que han sobrevivido bien en forma de ofrendas de alimentos o como meras figurillas modeladas en barro.
En cuanto a la fauna salvaje, las gacelas y el pescado abundaban. Se cultivaba la cebada y el trigo así como los guisantes y las arvejas, y el fruto del jujube o "dátil chino", posible ancestro de la sandía.
NACADA II (GERZEENSE)
Durante la segunda fase de la cultura Naqada tuvieron lugar cambios fundamentales. Esta evolución, sin embargo, se produjo no en los márgenes de su cultura sino en su zona interior Amratiense; en esencia, se debería hablar más de una evolución que de una ruptura brusca. La fase Naqada II se caracterizó primordialmente por la expansión, ya que la cultura Gerzeense se extendió desde su origen en Naqada hacia el norte, Abu Omar, en dirección al Delta, y hacia el sur hasta la misma Nubia.
Hubo una clara aceleración de la tendencia funeraria que se vislumbraba ya en la cultura Amratiense, en la que unos cuantos cuerpos se enterraron en tumbas de mayor tamaño y más elaboradas que contenían ofrendas más ricas y abundantes. Buen ejemplo de dicha tendencia lo encontramos en el Cementerio T, en Naqada, y en la Tumba 100, conocida como “La Tumba Pintada”, en Hierakonpolis.
Los cementerios Gerzeenses ofrecen un amplio abanico de tipos de enterramientos, desde simples zanjas redondas u ovales, pobres en ofrendas, hasta tumbas en recipientes de cerámica y zanjas rectangulares subdivididas en particiones, hechas de ladrillo y paja, provistas de compartimentos para las ofrendas.
Encontramos ataúdes de madera y de cerámica secada al aire libre, así como las primeras muestras de cadáveres envueltos con tiras de lino. Este tipo de “momificación” se encuentra testimoniada en una doble tumba, en Adaïma, un yacimiento del Alto Egipto cerca de Hierakonpolis en excavación desde 1990 por el Instituto Arqueológico Francés en El Cairo.
Los enterramientos de Naqada II suelen ser individuales, si bien se fueron haciendo más corrientes los enterramientos múltiples de hasta cinco personas.
Los rituales funerarios se fueron haciendo cada vez más complejos, a veces con el desmembramiento de los cuerpos, práctica no testimoniada en el período precedente. En la Tumba T5, en Naqada, una serie de huesos largos y cinco cráneos aparecían alineados a lo largo de las paredes de la tumba, y en Adaïma, encontramos algunos casos de cráneos separados de los torsos.
Ya Petrie, de nuevo, apuntó la posibilidad de la existencia de sacrificios humanos, y tenemos dos casos identificados en Adaïma con clara evidencia de gargantas seccionadas y decapitación posterior. Aunque escasa y dispersa, esta posible evidencia de sacrificio auto-infringido podría representar el preludio de los sacrificios humanos masivos existentes alrededor de las tumbas reales de principios del Período Dinástico en Abydos que marcaron el punto de inflexión en el nacimiento de la realeza egipcia en el Período Dinástico.
Los nuevos tipos de cerámica hacen su aparición. Primero aparece la cerámica “tosca”, encontrada en tumbas que datan de este período pero que más tarde se encuentra en contextos domésticos y, luego el llamado “marl ware”, o recipiente de marga, modelado en barro calcáreo procedente de los wadis del desierto, más que del Valle del Nilo.
La cerámica de marga - tipo de roca sedimentaria compuesta principalmente de caliza - a veces decorada con pintura marrón-ocre, sustituye a la cerámica roja decorada con pintura blanca de la fase Naqada I.
Hay dos tipos de motivos: el geométrico, que consiste en triángulos, chevrones, espirales, dibujos a cuadros y líneas onduladas, y el representacional. El repertorio se limita a unos diez elementos, combinados según un sistema de representación simbólico que aún no se ha sabido interpretar correctamente.
El motivo predominante en el arte representacional del período lo constituye el barco; su omnipresencia refleja la importancia del río, no sólo como proveedor de pescado y ave salvaje, sino también como canal de comunicación, indispensable para la expansión hacia el norte y el sur de la cultura Naqada.
Era por barco como se obtenía la materia prima, como ocurría con el marfil, el oro, el ébano, el incienso y la piel del gato salvaje, procedentes del sur; y el cobre, los aceites, la piedra y las conchas, procedentes del norte y del este. En su mayoría destinados a una élite cuya posición social cada vez se iba distinguiendo más del resto de la población.
En estas imágenes, el barco representa, por un lado, un medio de transporte; por otro, un símbolo de estatus social. Por otra parte, está claro que a partir de estas fechas, El Nilo, que fluye de sur a norte, se habría transformado ya en un río mítico en el que navegaron los primeros dioses. Los lazos entre el orden humano y el orden cósmico se estaban estableciendo.
Durante la fase Naqada II, tuvo lugar un considerable desarrollo en las técnicas del trabajo en piedra. Se descubrieron variedades de caliza, alabastro, mármol, serpentina, basalto, breccia (conglomerado también conocido como “brecha”), gneis (roca metamórfica compuesta por los mismos minerales que el granito), diorita y gabro (roca plutónica), que se explotaron a lo largo de todo el Valle del Nilo, así como en el desierto; en especial en Wadi Hammamat.
El continuo progreso en el arte de la talla de recipientes de piedra preparaba el camino para los grandes logros de la arquitectura de piedra en el período faraónico. El famoso “Cuchillo Gerzeense”, de este período, se encuentra entre los mejores y más finos ejemplos de trabajo en sílex de todo mundo.
Las paletas cosméticas van siendo menos frecuentes y evolucionan hacia formas triangulares y romboidales, pero a la vez se empiezan a decorar con relieves, iniciándose así una línea de evolución hacia las paletas decoradas de estilo narrativo de la fase Naqada III.
Las cabezas de maza en forma de disco del período Amratiense se sustituyen por las de forma de pera, o macehead, de las que tenemos dos ejemplos aparecidos en un asentamiento del temprano Neolítico en Merimda Beni Salama. Para la fase Naqada II, la “macehead” se convertiría de forma misteriosa en símbolo de poder, y durante el período faraónico era el arma que empuñaba de forma característica el rey victorioso.
El trabajo en cobre se intensifica; y no se limita ya a objetos pequeños, sino que gradualmente se empiezan a fabricar ejemplares que van sustituyendo a los fabricados en piedra, tales como hachas, cuchillas, pulseras y anillos. Paralelamente a los avances del cobre, va creciendo el uso del oro y de la plata, y yacimientos como el de Adaïma sugieren que la creciente atracción del metal podría, de algún modo, justificar la gran mayoría de los robos de tumbas llevados a cabo durante el Período Predinástico.
El cuadro que se nos ofrece de la sociedad de Naqada II nos muestra una “blue print” de la evolución de una clase artesanal que se especializó en servir a una élite.
Este hecho tiene dos implicaciones: La primera, que tiene que haber habido una economía capaz de mantener a grupos artesanos no autosuficientes durante al menos una parte del año y, segundo, que tienen que haber existido centros urbanos que amalgamasen a clientes, talleres y artesanos aprendices, y que facilitasen servicios para el intercambio comercial.
El proceso de evolución cultural estuvo siempre vinculado a El Nilo. Como nos hace ver Michael Hoffman en su interpretación de los restos predinásticos de Hierakonpolis, los asentamientos se agrupaban cerca del río, que mantenía la tierra cultivada, y donde técnicas sencillas de irrigación podían sacar partido de las inundaciones anuales. Todo el Valle del Nilo estaba cubierto por una cadena de aldeas a las que normalmente se les conoce por sus cementerios, que aún perduran.
Tenemos evidencia de la existencia de diferentes especies de cebada y trigo, lino, frutas varias (como la sandía y el dátil) y de verduras.
Como en el período precedente, el ganado consistía en vacas, cabras, ovejas y cerdos. En cuanto a animales domésticos, a juzgar por sus tumbas en el asentamiento de Adaïma, el perro disfrutaba de un estatus especial.
El pescado también jugaba un importante papel en la dieta, mientras que la caza mayor de mamíferos ribereños y procedentes del desierto, tales como hipopótamos, gacelas y leones, se fue viendo cada vez más restringida socialmente, hasta convertirse en prerrogativa de los grupos dominantes.
Tres grandes centros se alzaron en el Alto Egipto: Naqada, la “Ciudad del Oro” en la boca de Wadi Hammamat; Hierakonpolis, más al sur; y Abydos, donde se ubicaría la necrópolis de los primeros faraones.
Dos grandes zonas residenciales fueron descubiertas en Naqada por Petrie y Quibell en 1895: la "Ciudad del Sur", en la parte central del yacimiento, y la "Ciudad del Norte". La primera muestra una construcción rectangular, de grandes dimensiones, 50 x 30 m, que bien puede tratarse de restos de un templo, o de una residencia real. Al sur de esta estructura, se vislumbra un grupo de casas rectangulares y un muro de cerramiento. Estos dos elementos son típicos de los emergentes pueblos de Naqada II.
Puede que la evidencia arqueológica primaria de asentamientos de la época sea escasa, sin embargo, dos artefactos de contextos funerarios ayudan a compensar tal deficiencia. El primero se trata de un modelo-maqueta de casa de terracota de una tumba Gerzeense, en el-Amra. El segundo, de otro modelo de una tumba Amratiense, en Abadiya, que representa un muro almenado detrás del cual aparecen dos personas de pie; la fecha Amratiense de este último sugiere la época en que se empezaron a utilizar estas viviendas.
CULTURAS DEL EGIPTO NÓRDICO (Incluyendo el Complejo Maadi)
El complejo cultural Maadiense, consistente en una docena de yacimientos, no había visto aún la luz hasta recientemente. Estos yacimientos incluyen el cementerio excavado y el propio complejo del asentamiento de Maadi, un suburbio de El Cairo moderno.
La cultura Maadiense aparece durante la segunda parte de Naqada I y continúa hasta Naqada IIc y IId, cuando se ve eclipsada por la propagación de la cultura Naqada II, cuyo ejemplo encontramos en los cementerios de el-Gerza, Haraga, Abusir el-Melek y Minshat Abu Omar.
Los yacimientos neolíticos más antiguos se han descubierto en esta parte del Valle del Nilo, en la región de el-Fayum, en Merinda Beni Salama y el-Omari, y son estos yacimientos los que representan la tradición de donde emerge la cultura Maadiense del material.
La cultura Maadiense difiere en todas sus características de otros yacimientos de datación similar del Alto Egipto. En una situación inversa, en los yacimientos de la cultura Naqada, los cementerios eran mucho menos destacables en el registro arqueológico, por lo que la mayor parte de nuestro conocimiento proviene, en cambio, de los asentamientos.
En Maadi, los restos predinásticos cubren cerca de 18 hectáreas de terreno, incluyendo el cementerio. En la segunda mitad del siglo XX, se excavó un área de unos 40.000 metros cuadrados. La profundidad de los depósitos arqueológicos es de casi dos metros, incluyendo cúmulos de basura preservada in situ, cuya estratigrafía es compleja.
Las estructuras excavadas muestran que había tres tipos de restos de asentamiento, uno de ellos es único en un contexto egipcio, ya que presenta reminiscencias de los yacimientos de Beersheba al sur de Palestina.
Entraña casas excavadas en roca viva en forma de grandes óvalos de 3 x 5 m de superficie y 3 m de profundidad, a las que se accedía por medio de un pasadizo también excavado en la roca; las paredes de una de estas casas subterráneas estaban recubiertas de piedra y ladrillos hechos con limo seco de El Nilo; pero este es el único caso conocido del uso de ladrillo hecho de lodo en Maadi. La presencia de hogares de lumbre, jarras a medio enterrar y desechos domésticos, sugiere que se trataba de auténticas viviendas.
Los otros tipos de construcción doméstica de Maadi, ya han sido testimoniados en otros lugares de Egipto: Primero, una especie de cabaña oval, con hogares en el exterior y jarras de almacenaje a medio enterrar y, segundo, un estilo de casa rectangular de las que sólo quedan las estrechas zanjas de cimentación de los muros, supuestamente construidos utilizando material vegetal.
En general, se pude decir que la cerámica Maadiense es globular, de base ancha y plana, cuello más o menos estrecho, y canto quemado, parcialmente hecha de barro aluvial y raramente decorada, excepto en ocasiones con marcas de incisiones aplicadas después de la cocción.
Interesa señalar que los estratos más antiguos en los yacimientos de Buto (Tell el-Iswid) y Tell Ibrahim Awad, incluyen fragmentos decorados con impresiones que son reminiscencias de la cerámica saharo-sudanesa.
Lazos con el Alto Egipto de dataciones retrotraídas al período anterior a la cultura Maadiense, los testimonian la presencia de fragmentos de vasijas importadas de ejemplares rojos rematados en negro, que se entremezclan con sus descoloridas imitaciones de Maadi hechas localmente.
Contrariamente, los lazos comerciales con la Temprana Edad de Bronce palestina son responsables de la presencia de las distintivas cerámicas de pie, con cuello, boca y asas decoradas en mamelons (protuberancias o pezones), hechas de un barro calcáreo, que contenían productos importados, como aceites, vino y resina.
Así que la cultura Maadiense fue una especie de cruce de caminos sujeto a las influencias del Desierto Occidental; quizás en una asociación extremadamente lejana, del Oriente Próximo y de los emergentes reyezuelos de Naqada, en el sur.
La influencia palestina es también claramente discernible en el sílex trabajado de la cultura Maadiense. En contraste con la industria del sílex local, que esencialmente empleaba la tecnología “pressure-flake” o "lasca mediante presión", los conjuntos Maadienses también incluyen grandes raspadores circulares extraídos de grandes nódulos de superficies lisas, muy conocidos por todo el Oriente Próximo.
También aparecen en los yacimientos Maadienses bellas hojas afiladas de bordes rectilíneos, conocidas como “Hojas Cananeas”, que acabarían evolucionando hacia los cuchillos del período faraónico (en realidad raspadores dobles), que constituirían elementos del equipo funerario real hasta finales del Imperio Antiguo, a veces pulimentados, y a veces reproducidos en cobre, e incluso en oro.
Las piezas bifaciales, en número escaso, incluían puntas de proyectil, dagas, y hojas para hoces. Estas últimas eran productos de la tradición local (hoces bifaciales de el-Fayum) que fueron gradualmente sustituidas por un nuevo estilo de hoz procedente de Oriente Próximo, montada en una hoja.
La comparativa escasez de paletas cosméticas de “greywacke” importadas del Alto Egipto, parece una indicación de su limitada disponibilidad y, por lo tanto, de la lujosa naturaleza del objeto. Por otra parte, la abundancia de paletas de caliza dan muestra de señales de desgaste que indican su frecuente uso cotidiano.
Las cabezas de maza son de las de forma de disco, características de las culturas Amratiense y temprana Gerzeense.
Aparte de algunos peines importados del Alto Egipto, los objetos de hueso y marfil pulimentados incluyen el repertorio tradicional de agujas, arpones, taladros y punzones.
Se ha encontrado un gran número de dardos de “catfish” que consisten en la primera espina de las aletas pectorales y dorsales del pez, en su mayoría en tinajas, probablemente en conserva para su exportación.
Existen muchas indicaciones que apuntan a la participación de Maadi en contactos comerciales e interculturales, y en este contexto, es significativo el rol del cobre del que aparecen no sólo piezas sencillas como agujas y arpones, sino también barras, espátulas y hachas. Estos útiles se fabricaban en piedra en las culturas de Fayum y Merimda mientras que en Maadi eran de metal.
Esta situación es paralela a la de Palestina en el mismo período, donde las hachas de piedra pulimentada desaparecieron por completo, siendo sustituidas por sus versiones en metal, aunque, eso sí, utilizando técnicas diferentes a las usadas en Maadi.
Esta sustitución de la piedra por el metal no pudo ser una mera coincidencia, sino más bien un proceso de avance tecnológico que es, a la vez, indicación y resultado directo de una auténtica simbiosis entre dos regiones. También se han encontrado grandes cantidades de mineral de cobre en Maadi, que bajo análisis ha revelado una posible procedencia de la región de Timna o Fernan, ambos yacimientos de mineral de cobre en Wadi Arabah, en la esquina sureste de la península de Sinaí.
Sin embargo, más que el mineral se procesase en el mismo Maadi, es más probable que fuese en principio importado para su proceso en cosméticos, y que el proceso inicial se hubiese llevado a cabo cerca de las propias minas.
A pesar de la participación del pueblo de Maadi en una red de contactos con el Oriente Próximo, su cultura fue, sobretodo, sedentaria, de pastoreo y agricultura. Hay algunas muestras de fauna salvaje, ligero contrapeso de la enorme cantidad de animales domesticados, tales como cerdos, cabras y ovejas que, aparte del perro, constituían la dieta básica de carne de la comunidad. El asno, sin duda, servía como transporte de mercancías.
Los kilos de grano encontrados en jarras y en fosas de almacenamiento incluyen el trigo y la cebada (Triticum monococcum, Triticum dicoccum, Triticum aestivum, Triticum spelta, Hordeum vulgare), así como legumbres (lentejas y guisantes)
Comparado con la clara evidencia de actividad agrícola en Maadi, el entierro del difunto era prácticamente modesto, lo que apuntaría a una sociedad que quizás habría experimentado pocos cambios desde el Neolítico, a la vez que mostraba una evidente carecía de estratificación y jerarquía.
Se ha recuperado un total de 600 tumbas Maadienses frente a 15.000 predinásticas en el sur. Contribuyen a este desequilibrio factores geográficos y geológicos; los cementerios del norte, ubicados en zonas propensas a fuertes inundaciones, podrían encontrarse enterrados en gruesas capas de limo de El Nilo.
Esto, por otra parte, no lo explica todo, porque también es evidente el contraste que se aprecia entre la calidad y la cantidad de componentes funerarios en el norte, y la situación en el Alto Egipto.
Las tumbas del Bajo Egipto se caracterizan por su extrema sencillez, consistentes en simples fosas ovales, con el finado en posición fetal, arropado con una estera o un trapo, y acompañado de una o dos piezas de cerámica y, a veces, ni eso.
No obstante, mientras repasamos el desarrollo de las culturas del Egipto nórdico, que consisten en tres fases que más o menos corresponden a los cementerios de Maadi, Wadi Digla y Heliópolis, algunas tumbas aparentan estar mejor equipadas que otras, pero en ninguna de ellas se aprecia nunca de forma visible un lujo ni siquiera comparable al que encuentramos en las del Alto Egipto.
Aún siendo así, se puede discernir una tendencia gradual hacia la estratificación social, y es muy posible que la mezcla de tumbas de perros y de gacelas con las de seres humanos forme parte de este proceso de cambio social.
La fase final de la cultura Maadiense representada por las primeras capas estratigráficas de Buto coincide con la mitad de la fase Naqada II, niveles II c y d.
En el excepcional yacimiento de Buto, existen siete estratos arqueológicos sucesivos en los que se hace patente la transición entre las fases Maadienses y las protodinásticas que las solapan. Durante esta transición, se percibe un incremento en los estilos de la cerámica Naqada, a la vez que la Maadiense va desapareciendo. Es así, pues, que el fin de la cultura Maadiense no constituyó un fenómeno abrupto como el yacimiento de Maadi sugiere, sino más bien un proceso de asimilación cultural.
Es más que probable que por su localización fluvial y marítima, Buto disfrutase de una ubicación privilegiada para un boyante comercio y que, además, incorporase un palacio para los soberanos locales.
Mientras que los datos arqueológicos de Buto son menos llamativos que los restos de Naqada, tuvo lugar aquí un proceso de desarrollo cultural que condujo, de igual manera, a un aumento de la complejidad social, generando eventualmente una sociedad caracterizada por sus propias creencias, ritos, mitos e ideologías.
Fue esta la precondición necesaria para el próximo gran paso hacia la historia de Egipto que se dio en Naqada III y en los períodos de las primeras dinastías.
COMENTARIO EX PROFESO
Terminamos así esta amplia e interesante exposición tan profesionalmente desarrollada y amenamente expresada por su autora, la Profesora Béatrix Midant-Raynes quien, fiel a la filosofía global del corpus de la obra de Ian Shaw, nos ha llevado de la mano a través del Período Naqada en un recorrido en el que se ha hecho hincapié en su desarrollo socio-económico y sus procesos evolutivos, sin apartarse un ápice del tema base, y con una agradable y meritoria puesta al día de los más recientes acontecimientos conexos.
En cuanto a mi trabajo, ha consistido, en este caso, más en una transcripción que en una versión libre al haberme querido ajustar al texto en inglés, de mayor fluidez y redacción más afín a la mía propia que los de anteriores autores, quizás por proceder, en origen, de un autor de habla latina.
Es así que, el texto inglés del que esta “Hoja Suelta” procede, no ha sabido desprenderse totalmente de ese “touche” del que debe disfrutar la obra original en francés de su autora, lo que ha facilitado mi labor a la hora de lograr una redacción fluida y directa, cosa que no ha sido tan fácil con anteriores autores, en determinados temas.
Mi aportación, pues, no ha podido pasar de ser, como en mis últimas intervenciones de características similares, aclaraciones y/o ampliaciones esporádicas de conceptos, o definiciones de términos para mí poco conocidos que, por otra parte facilitan el seguimiento general del tema. Y en lo que a mí propio interés respecta, sirven para rellenar con trozos de conocimiento esos “baches” de ignorancia que dificultan ese mi caminar en este angosto sendero de mi vida hacia el Egipto Milenario, en la velada esperanza de que el tiempo me deje ver al menos un trozo de ese camino relleno, compactado, liso, y sin baches.
Eso sí, la "Introducción", el "Preámbulo" y, por supuesto, el "Comentario ex profeso", son de mi propia y modesta cosecha.
Y ha llegado para mi el ansiado momento de abrir la gran puerta de Naqada III, tras la que, al fin, me estará esperando, para estrechar mi mano, la Dinastía 0.
Rafael Canales
En el año 1892, Flinders Petrie desentierra un enorme cementerio con más de 3.000 tumbas. Sorprendido por la naturaleza del descubrimiento de características muy dispares a las de los ya existentes, llega a la conclusión, eventualmente errónea, de que se trata de un grupo de invasores de otra raza cuya existencia se extendería hasta finales del Imperio Antiguo y que, probablemente, fue la causa de su declive.
Por primera vez, los arqueólogos que se habían acostumbrado a la monumental arquitectura funeraria, se encontraban ante unas humildes sepulturas consistentes, básicamente, en el cuerpo de un fallecido en posición fetal, envuelto en una piel de animal o en una esterilla y en la mayoría de los casos colocado dentro de un simple hoyo cavado en la arena. El ajuar que acompañaba al cuerpo no tenía nada que ver con el de hallazgos previos pertenecientes al período faraónico. Y Petrie era totalmente consciente de ello.
El conjunto de artefactos consistente en vasijas de cerámica roja pulimentada y rematada en negro, paletas de esquisto, peines y cucharas de hueso o marfil, cuchillos de sílex, etc. presentaba unas características muy peculiares.
Jean-Jacques de Morgan (1857-1924), Ingeniero de Minas, geólogo y arqueólogo francés, que excavó en Menfis y Dashur, y que acompañaba a Petrie, fue el primero en sugerir la posible existencia de alguna civilización prehistórica. Petrie se propuso probar científicamente la sugerencia de Morgan. Después de excavar otras miles de tumbas más de tamaños comparables y características similares, Petrie establece la primera cronología Predinástica de Egipto.
Petrie se convierte así, de pleno derecho y de forma irrefutable, en el Padre de la Prehistoria Egipcia.
CRONOLOGÍA Y GEOGRAFÍA
Una vez establecido que las tumbas descubiertas eran predinásticas, el siguiente paso tenía que consistir en proceder a organizar la enorme cantidad de material acumulado procedente de las numerosas excavaciones y situar la recién descubierta cultura predinástica dentro del adecuado marco cronológico.
Para ello, y basándose en la cerámica procedente de unas 900 tumbas de Hiw y Abadiya, Petrie desarrolló un método de seriación que sería la base de un sistema de datación relativa, a partir de los estilos de alfarería hallados en los diferentes sitios, conocido como “datación por secuencias”, en el que las nuevas categorías de cerámica se definirían según la forma y decoración de las vasijas.
De forma totalmente intuitiva, Petrie plantea la hipótesis de que las vasijas de barro de asas onduladas no eran sino el resultado de una evolución gradual de las vasijas globulares, de modeladas y funcionales asas, hacia formas cilíndricas en las que las asas eran meros elementos decorativos. Y fue alrededor de este concepto de evolución hacia el diseño de vasijas de asas onduladas que se inicia la cronología de la datación por secuencias.
El resultado fue un cuadro con cincuenta entradas de dataciones por secuencias, numeradas del 30 hacia adelante, con el fin de dejar espacio a otras posibles culturas anteriores aún por descubrir.
Guy Brunton (1878-1948), egiptólogo inglés discípulo de Flinders Petrie, agradecería esta inteligente previsión dado que sus posteriores excavaciones en Badari darían como resultado la identificación del Período Badariense, primera etapa del Predinástico en el Alto Egipto, como ya vimos en el segundo ensayo de esta obra.
Brunton, que en 1931 se haría cargo de la Dirección Adjunta del Museo de El Cairo, tras su jubilación se iría a vivir a África del Sur, patria de su esposa, donde fallecería en 1948.
La extensión de las fases individuales representadas por cada una de las dataciones secuenciales era incierta y el único eslabón con alguna datación absoluta era entre la SD79-80 (SD, del inglés Sequence Dating) y la llegada al poder del Rey Menes a principios de la Dinastía I que se suponía tuvo lugar en 3.000 A.C.
Las dataciones se agruparon así en tres períodos.
El primero, llamado Amratiense o Naqada I, por el tipo de yacimiento de el-Amra, correspondía a los estilos SD30-38, y coincidía con el desarrollo máximo de los recipientes rojos rematados en negro y las vasijas decoradas con motivos pintados en blanco sobre un cuerpo rojo pulimentado.
El segundo, llamado Gerzeense o Naqada II, por el yacimiento de el-Gerza, correspondía a los estilos SD39-60, y se caracterizaba por el aspecto de su cerámica de asas onduladas, elementos utilitarios toscos y decoraciones a base de pintura marrón sobre un fondo de color crema.
Y en tercer lugar, estaba el Naqada III que representaba la fase final SD61-80 marcada por la aparición de un estilo tardío cuyo aspecto evocaba ya la cerámica Dinástica.
Y sería durante esta fase cuando, según Petrie, la “Nueva Raza” asiática llegaría a Egipto trayendo consigo la semilla de la civilización faraónica. Para entonces, ya se conocía a Petrie entre la población local con el sobrenombre árabe de Abu Bagousheh, que los ingleses traducen por “Father of Pots”. Yo, personalmente, acogiéndome a mi faceta colateral de traductor, optaría por alguna alternativa que expresase, de forma más gráfica y contundente, la intencionalidad del apelativo, como podría ser: "Padre de la Alfarería Prehistórica".
Los estudiosos siempre han elogiado el sistema por secuencias de Petrie que, no obstante, a lo largo del tiempo y tras varios análisis ha sido objeto de algunas correcciones y mejorada su precisión si bien las tres fases básicas del final Predinástico nunca se han cuestionado y todavía hoy constituye el telar en el que se ha tejido la prehistoria egipcia.
La fiabilidad de un corpus de la cerámica era fundamental para la validez del sistema. En el año 1942, Walter Federn, un exiliado vienés de los Estados Unidos, durante un proceso de clasificación de las vasijas de la colección del artista Maud Cabot Morgan (1903-1999) del Museo de Brooklyn, descubrió algunos fallos en el corpus de Petrie por lo que se sintió obligado a revisar los grupos de Petrie suprimiendo un par de ellos de la secuencia e introduciendo un factor que se le había escapado a Petrie: la “materia” de las vasijas. Igualmente se hizo evidente que un sistema basado en material procedente de cementerios del Alto Egipto no tenía por qué ser transferible a las necrópolis del norte o a las de Nubia.
Y aunque se reconocen algunos fallos, el trabajo de Petrie constituyó la única forma de organizar el Período Predinástico en fases culturales hasta la aparición, en los años sesenta, del sistema ideado por Werner Kaiser que, aún así, no pudo reemplazarle.
Kaiser procedió a la seriación de unas 170 tumbas en Armant de 1.400-1.500 basándose en la publicación del yacimiento realizada por Robert Mond y Oliver Myers en los años treinta y su trabajo hizo ver que también existía una cronología “horizontal” en el cementerio. Los recipientes rojos rematados en negro abundaban en la parte sur del cementerio mientras que las formas más tardías se concentraban en el extremo norte.
Un minucioso análisis de la clasificación, aún basada en el corpus de Petrie, le permitió corregir y perfeccionar el sistema de datación por secuencias. Se confirmaban así los tres grandes períodos de Petrie, y se afinó aún más con la adición de once subdivisiones (o Stufen) de la Ia a la IIb.
La tesis doctoral del holandés Stan Hendrickx leída en 1989 permitió que el sistema de Kaiser se aplicase a todos los yacimientos nagadienses de Egipto. Esto supuso ligeras modificaciones, en particular a las fases transitorias entre Naqada I y II.
Otro progreso importante en la cronología predinástica ha sido el avance en la datación absoluta. Tanto el sistema de datación por secuencias como las Stufen de Kaiser son sistemas de datación relativa; ambos tienen un terminus ante quem de alrededor de 3.000 A.C, presunta fecha de la unificación de Egipto pero, por sí mismas, no pueden proporcionar ninguna fecha absoluta para el comienzo y el final de cada fase y subdivisión de Naqada.
Los eslabones vinculantes para una cronología absoluta se hicieron posibles durante la segunda mitad del siglo veinte mediante el desarrollo de métodos de datación basados en el análisis de fenómenos físicos y químicos.
En lo referente al Período Predinástico egipcio, los métodos científicos más destacables han sido la datación por termoluminiscencia (TL) y por radiocarbono (C-14).
William Frank Libby, químico estadounidense, galardonado con el Premio Nobel de Química en 1960 por el desarrollo de la datación por radiocarbono, comprobó la precisión del sistema en material procedente de la región de Faiyum y, a partir de ese momento, las pruebas de datación en especímenes han sido suficientemente sistemáticas como para permitir la elaboración de un marco cronológico, bastante exacto, en el que las tres grandes fases de Petrie encuentran su lugar.
La primera fase de Naqada, la Amratiense, cae así entre 4.000 y 3.500 A.C., seguida de la segunda fase, la Gerzeense, entre 3.500 y 3.200 A.C., y la fase final Predinástica entre 3.200 y 3.000 A.C.
Todos los yacimientos de Naqada I están situados geográficamente dentro del Alto Egipto; desde Matmar en el norte hasta Kubaniya y Khor Bahan en el sur. Esta situación, por otra parte, cambia en la cultura Naqada II que se caracteriza muy particularmente por su proceso de expansión; emerge de un núcleo en el sur y se difumina hacia el borde norte del Delta, y también hacia el sur, donde entra en contacto directo con el "Grupo A" nubio.NAQADA (AMRATIENSE)
Durante más de un siglo nuestro conocimiento de este período estuvo basado casi en su totalidad en los restos funerarios procedentes de unas 15.000 tumbas de todo el Período Predinástico desenterradas por Petrie y Quibell.
Los muertos amratienses se enterraban, en general, en fosas ovales, con el cuerpo contraído reposando sobre su lado izquierdo, la cabeza orientada hacia el sur, y mirando al oeste. Se colocaba una esterilla sobre el suelo bajo el cuerpo y, a veces, la cabeza descansaba sobre una almohada de paja o de piel.
Otra esterilla, o la piel de un animal, cubría o envolvía el cadáver y en la mayoría de los casos cubría también las ofrendas.
Los restos de ropas hallados parecen sugerir que el atavío usual del difunto consistía en una especie de taparrabo de tela o bien de pellejo.
Aunque predominaban los enterramientos sencillos e individuales, los enterramientos múltiples eran muy frecuentes destacando los de una mujer, posiblemente la madre, con su recién nacido. En comparación con el período anterior, aparecieron grandes lugares de enterramiento provistos de ataúdes de madera o de tierra más lujosamente acondicionados.
Aunque saqueadas, las tumbas amratienses de Hierakompolis destacan por su forma rectangular y tamaño poco corriente; la mayor de 2’50m x 1’80m. En un par de ocasiones, la inclusión de cabezas de maza de pórfido en forma de disco solar parece apuntar a enterramientos de personajes poderosos.
La cultura Amratiense en particular, difiere de la Badariense en cuanto a la diversidad de tipos de artículos funerarios y sus consiguientes signos jerárquicos, siendo Hierakonpolis ya de por sí un yacimiento importante desde el punto de vista de dicha diversificación.
La diferencia existente entre las culturas Badariense y Amratiense radica, sobretodo, en el material; los recipientes rojos rematados en negro van siendo menos comunes y esta tendencia continúa así hasta su eventual desaparición a finales del Período Predinástico.
El efecto ondulado de la superficie en la cerámica va desapareciendo como ocurre con la cerámica pulimentada de negro, mientras que, paralelamente, sin embargo, la cerámica pulimentada de rojo florece en formas variadas, con frecuencia adoptando estilos de decoración de la superficie diferentes.
Los mejores ejemplos de decoración los encabeza, de forma global, la escultura y los diseños pintados en blanco con motivos geométricos, de animales y de plantas, como albores de una iconografía que eventualmente cobraría forma en las entrañas de la propia civilización faraónica.
La fauna representada en los recipientes solía ser ribereña, como hipopótamos, cocodrilos, lagartos, y flamencos, pero también había escorpiones, gacelas, jirafas, meloncillos y bóvidos; éstos se representaban de forma esquemática por lo que su correcta identificación resulta a veces difícil.
El Herpestes ichneumon o meloncillo (del latín meles, tejón) es un pequeño mamífero, miembro de la familia de las mangostas, presuntamente introducido en la Península Ibérica por los árabes que lo utilizaban de mascota para protegerse de las serpientes.
A veces, podía también representarse un barco como representación anticipada del leitmotiv de la fase Naqada II.
La figura humana, si bien en esas fechas de una forma discreta, estaba presente en la versión Amratiense del Universo y se representaba de forma esquemática con una cabeza pequeña y redonda, en un torso triangular que terminaba en una delgadas caderas sobre unas piernas de palillo y, en ocasiones, sin pies. Los brazos sólo se representaban cuando la figura estaba haciendo alguna actividad.
Las representaciones en las que aparecían figuras humanas se pueden dividir en dos tipos: La primera y más frecuente, el Cazador, y la segunda, el Guerrero Victorioso. Un buen ejemplo del Cazador se muestra en un recipiente de Naqada I del Museo Pushkin de Bellas Artes, en Moscú. La escena muestra a una persona sujetando un arco en su mano izquierda mientras que con su mano derecha controla a cuatro galgos con unas correas.
Estamos ante la típica escena del cazador con el rey llevando sujeta a su cinturón la cola de un animal, que podrá verse siglos más tarde en la llamada Paleta del Cazador o en el mango del puñal de Gebel el-Arak - la primera de ellos ahora en el Museo Británico y el segundo en el Louvre – y que continuó constituyendo una poderosa imagen hasta finales del período faraónico.
En cuanto al tema del Guerrero Victorioso, aparece en el alargado cuerpo de un recipiente de Naqada I en la colección del Museo Petrie, University College, Londres. La escena se compone de dos figuras humanas entre motivos de plantas. La figura mayor, con tallos o plumas fijados en el cabello, eleva sus brazos sobre la cabeza mientras muestra de forma inequívoca su virilidad con un pene o vaina. Las cintas entrelazadas que descienden de entre sus piernas parecen sugerir un paño decorado. Una línea blanca surge del pecho de la figura mayor envolviendo el cuello de la figura menor; la de una persona mucho más pequeña de pelo largo. Un bulto en la espalda de la figura menor podría representar unos brazos inmovilizados. A pesar de una clara protuberancia en la pelvis, la sexualidad de la figura más pequeña permanece ambigua; si fuese femenina, explicaría su pequeña estatura.
Una escena parecida decora un recipiente idéntico en el Museo de Bruselas así como uno de igual material excavado en los años 90 por arqueólogos alemanes en Abydos. El predominio de la figura atada y la ausencia u obstrucción de los brazos de las personas pequeñas parecen sugerir de forma contundente la imagen del conquistador y del vencedor.
El antiguo tema de la dominación parece ser el prototipo de escenas de victoria en la fase faraónica. Es interesante resaltar que ya en la fase Naqada I se establece la dualidad temática de la caza y la guerra, siempre entendida como victoriosa, insinuando así la existencia de un grupo de cazadores-guerreros envueltos en una aureola de poder.
Los enterramientos y las ofrendas funerarias indican no tanto un incremento de la jerarquización como una tendencia hacia una diversidad social dentro de la cultura Naqada. En este período, las ofrendas en principio parecen simplemente querer destacar la identidad del fallecido y no es hasta la fase Naqada II y más aún en la Naqada III que una mayor acumulación de artefactos funerarios se hace claramente evidente.
La presencia de estatuillas funerarias es particularmente significativa. Hombres y mujeres por igual aparecen de pie, en raras ocasiones sentados, con un cierto énfasis en las características sexuales primarias. Sólo unas pocas de las miles de tumbas excavadas contienen estas figurillas, y normalmente sólo hay una, siendo raros los grupos de dos o tres de ellas. El mayor número encontrado en un solo enterramiento es de dieciséis figurillas.
Basándonos en el análisis de las otras ofrendas, las tumbas que contenían múltiples estatuillas no eran particularmente ricas en otros aspectos, y en ocasiones estas figurillas talladas representaban el total de la ofrenda funeraria. ¿Se tratarían de tumbas de escultores? Cualquiera que fuese su significado, la presencia de tales objetos parece indicar más exclusividad que riqueza, como se desprende de la mera cantidad de elementos funerarios. El uso de cuchillos de cobre y de sílex como ofrendas funerarias nos hace plantearnos la misma cuestión durante la fase Naqada II.
La representación de una forma más o menos esquemática de cabezas de hombres barbudos parece constituir otra nueva categoría de representación humana en Naqada I, que tendría un mayor desarrollo en Naqada II. Aparecían representadas en algunos pequeños “throwsticks” (instrumento curvo de madera utilizado para cazar aves parecido al bumerán) tallados en marfil, o en puntas de colmillos de hipopótamo o elefante, en las que el tema repetitivo de estas representaciones consistía en la presencia de una barba triangular compensada con una especie de “gorro frigio” agujereado; gorro cónico de color rojo, puntiagudo, ajustado, muy popular durante la Revolución Francesa y en los EEUU antes de 1800 por ser símbolo de la Libertad. Tiene su origen en Frigia (1.200-700 AC), reino dominante en el centro de Anatolia (Turquía) donde lo solían llevar sus habitantes en la antigüedad.
Contrariamente a con las mujeres, a los hombres no se les identificaba sólo por sus características sexuales primarias sino mediante otra característica secundaria y el estatus social que ésta les confería. La barba era, evidentemente, un signo de poder, y en su versión de “falsa barba” ceremonial llegó a estar estrictamente reservada para tomar asiento en el mentón de reyes y dioses.
Otro símbolo de poder que caracteriza a la fase Naqada I es la cabeza de maza con forma de disco, normalmente tallada en roca dura, pero a veces en materiales más blandos, como caliza, terracota e incluso cerámica sin cocer, yendo en ocasiones provista de un puño. Y fue durante este período cuando empiezan a desarrollarse nuevas técnicas para trabajar piedras duras y blandas, tales como el greywack (variante de caliza caracterizada por su dureza), el granito, el pórfido o “piedra púrpura”, la diorita, la breccia (conglomerado de diferentes minerales), la caliza y el alabastro egipcio, artesanía esta que eventualmente contribuiría a que la cultura egipcia se conociese como la “Civilización de la Piedra” par excellence.
Las paletas de greywack se convierten en el artículo a elegir para los equipos funerarios durante el período Amratiense. Estas paletas acaban estallando en innumerables formas; desde un simple óvalo, a veces tallado con figuras de animales, a elementos zoomorfos completos, incluyendo peces, tortugas, hipopótamos, gacelas, elefantes y pájaros, aunque la gama de animales representados en recipientes pintados llegó a ser, sin embargo, mucho más amplia.
La producción de objetos de hueso y de marfil tales como punzones, taladros, agujas y peines, aumentó, e incluso mejoró el repertorio de la cultura Badariense que la precedía. No han sido muchos los útiles trabajados que se han encontrado en enterramientos de Naqada I pero lo inusual de tales hallazgos se equipara a su calidad.
Estas largas y delicadas hojas bifacialmente laminadas de hasta 40 cm de largo iban regularmente serradas y su característica principal consistía en que todas habían sido pulimentadas antes de ser retocadas.
Este proceso fue también utilizado en preciosas dagas con hojas bifurcadas, que se anticipaban así a los instrumentos ahorquillados del Imperio Antiguo, como el conocido como pesesh-kef utilizado en la ceremonia funeraria de la Apertura de la Boca.
La esteatita vidriada, ya conocida en el período Badariense, continuó en uso. Los primeros intentos de trabajar la fayenza parecen datar de la fase Naqada I, en los que a un núcleo de cuarzo machacado se le daba la forma deseada y se cubría con una capa de un vidriado confeccionado a base de natrón coloreado con óxidos metálicos.
El trabajo en metal muestra algunas diferencias con el del período Badariense, además de una ampliación del repertorio que incluye artefactos tales como alfileres, arpones, cuentas, alfileres con aros para colgar y pulseras, casi siempre en cobre trabajado a martillo. Las puntas de lanza bifurcadas encontradas en una tumba en el-Mahasna que imitan especímenes trabajados en piedra evocan comparación con las técnicas de fabricación en metal empleadas por sus vecinos del norte en Maadi, como veremos más adelante.
La imagen que obtenemos del análisis de tumbas y de su contenido es el de una sociedad estructurada y diversificada, con tendencia hacia la organización jerárquica, en la que los rasgos de una civilización faraónica se vislumbran ya de forma embrionaria.
Comparados con los sgnificativos restos del mundo de los muertos, los vestigios que han prevalecido del asentamiento Naqada I son escasos; no sólo porque pocos han sido los yacimientos de este tipo que se han conservado sino también por la naturaleza de las propias prácticas predinásticas de utilización de la tierra.
Puesto que las construcciones que componían los asentamientos se edificaban con una mezcla de barro y materiales orgánicos, como pudo ser la madera, la caña y la palmera, su vida era efímera, así que el trabajo del arqueólogo se presentaba considerable para al final obtener unos datos mínimos.
Entre los vestigios de chozas subdivididas hechas a base de tierra batida - que por cierto no se sabe si se pueden catalogar como tales viviendas - encontramos hoyos para hacer la lumbre y para colocar postes. Las zonas habitables se identifican por los depósitos de material orgánico de docenas de centímetros de espesor.
La única construcción que se conoce que haya sobrevivido fue excavada en Hierakonpolis, donde un equipo americano desenterró una estructura, quemada, hecha por el hombre, consistente en un horno y una casa rectangular parcialmente cercada por un muro de 4’0 x 3’5 m. Aunque es posible que este tipo de vivienda hubiese estado presente en todos los asentamientos del Valle del Nilo en estas fechas, no debemos olvidar que Hierakonpolis puede haber sido una excepción por constituir un importante emplazamiento desde tiempos remotos que a partir de ese momento se convertirá en el núcleo de un grupo de élite, a juzgar por sus sepulturas a gran escala.
Una de las razones que justifica la escasez de asentamientos excavados es el impreciso conocimiento de la economía de Naqada I.
Las especies de animales domesticados que aparecen representadas entre los restos funerarios son las cabras, las ovejas, los bóvidos y los cerdos, que han sobrevivido bien en forma de ofrendas de alimentos o como meras figurillas modeladas en barro.
En cuanto a la fauna salvaje, las gacelas y el pescado abundaban. Se cultivaba la cebada y el trigo así como los guisantes y las arvejas, y el fruto del jujube o "dátil chino", posible ancestro de la sandía.
NACADA II (GERZEENSE)
Durante la segunda fase de la cultura Naqada tuvieron lugar cambios fundamentales. Esta evolución, sin embargo, se produjo no en los márgenes de su cultura sino en su zona interior Amratiense; en esencia, se debería hablar más de una evolución que de una ruptura brusca. La fase Naqada II se caracterizó primordialmente por la expansión, ya que la cultura Gerzeense se extendió desde su origen en Naqada hacia el norte, Abu Omar, en dirección al Delta, y hacia el sur hasta la misma Nubia.
Hubo una clara aceleración de la tendencia funeraria que se vislumbraba ya en la cultura Amratiense, en la que unos cuantos cuerpos se enterraron en tumbas de mayor tamaño y más elaboradas que contenían ofrendas más ricas y abundantes. Buen ejemplo de dicha tendencia lo encontramos en el Cementerio T, en Naqada, y en la Tumba 100, conocida como “La Tumba Pintada”, en Hierakonpolis.
Los cementerios Gerzeenses ofrecen un amplio abanico de tipos de enterramientos, desde simples zanjas redondas u ovales, pobres en ofrendas, hasta tumbas en recipientes de cerámica y zanjas rectangulares subdivididas en particiones, hechas de ladrillo y paja, provistas de compartimentos para las ofrendas.
Encontramos ataúdes de madera y de cerámica secada al aire libre, así como las primeras muestras de cadáveres envueltos con tiras de lino. Este tipo de “momificación” se encuentra testimoniada en una doble tumba, en Adaïma, un yacimiento del Alto Egipto cerca de Hierakonpolis en excavación desde 1990 por el Instituto Arqueológico Francés en El Cairo.
Los enterramientos de Naqada II suelen ser individuales, si bien se fueron haciendo más corrientes los enterramientos múltiples de hasta cinco personas.
Los rituales funerarios se fueron haciendo cada vez más complejos, a veces con el desmembramiento de los cuerpos, práctica no testimoniada en el período precedente. En la Tumba T5, en Naqada, una serie de huesos largos y cinco cráneos aparecían alineados a lo largo de las paredes de la tumba, y en Adaïma, encontramos algunos casos de cráneos separados de los torsos.
Ya Petrie, de nuevo, apuntó la posibilidad de la existencia de sacrificios humanos, y tenemos dos casos identificados en Adaïma con clara evidencia de gargantas seccionadas y decapitación posterior. Aunque escasa y dispersa, esta posible evidencia de sacrificio auto-infringido podría representar el preludio de los sacrificios humanos masivos existentes alrededor de las tumbas reales de principios del Período Dinástico en Abydos que marcaron el punto de inflexión en el nacimiento de la realeza egipcia en el Período Dinástico.
Los nuevos tipos de cerámica hacen su aparición. Primero aparece la cerámica “tosca”, encontrada en tumbas que datan de este período pero que más tarde se encuentra en contextos domésticos y, luego el llamado “marl ware”, o recipiente de marga, modelado en barro calcáreo procedente de los wadis del desierto, más que del Valle del Nilo.
La cerámica de marga - tipo de roca sedimentaria compuesta principalmente de caliza - a veces decorada con pintura marrón-ocre, sustituye a la cerámica roja decorada con pintura blanca de la fase Naqada I.
Hay dos tipos de motivos: el geométrico, que consiste en triángulos, chevrones, espirales, dibujos a cuadros y líneas onduladas, y el representacional. El repertorio se limita a unos diez elementos, combinados según un sistema de representación simbólico que aún no se ha sabido interpretar correctamente.
El motivo predominante en el arte representacional del período lo constituye el barco; su omnipresencia refleja la importancia del río, no sólo como proveedor de pescado y ave salvaje, sino también como canal de comunicación, indispensable para la expansión hacia el norte y el sur de la cultura Naqada.
Era por barco como se obtenía la materia prima, como ocurría con el marfil, el oro, el ébano, el incienso y la piel del gato salvaje, procedentes del sur; y el cobre, los aceites, la piedra y las conchas, procedentes del norte y del este. En su mayoría destinados a una élite cuya posición social cada vez se iba distinguiendo más del resto de la población.
En estas imágenes, el barco representa, por un lado, un medio de transporte; por otro, un símbolo de estatus social. Por otra parte, está claro que a partir de estas fechas, El Nilo, que fluye de sur a norte, se habría transformado ya en un río mítico en el que navegaron los primeros dioses. Los lazos entre el orden humano y el orden cósmico se estaban estableciendo.
Durante la fase Naqada II, tuvo lugar un considerable desarrollo en las técnicas del trabajo en piedra. Se descubrieron variedades de caliza, alabastro, mármol, serpentina, basalto, breccia (conglomerado también conocido como “brecha”), gneis (roca metamórfica compuesta por los mismos minerales que el granito), diorita y gabro (roca plutónica), que se explotaron a lo largo de todo el Valle del Nilo, así como en el desierto; en especial en Wadi Hammamat.
El continuo progreso en el arte de la talla de recipientes de piedra preparaba el camino para los grandes logros de la arquitectura de piedra en el período faraónico. El famoso “Cuchillo Gerzeense”, de este período, se encuentra entre los mejores y más finos ejemplos de trabajo en sílex de todo mundo.
Las paletas cosméticas van siendo menos frecuentes y evolucionan hacia formas triangulares y romboidales, pero a la vez se empiezan a decorar con relieves, iniciándose así una línea de evolución hacia las paletas decoradas de estilo narrativo de la fase Naqada III.
Las cabezas de maza en forma de disco del período Amratiense se sustituyen por las de forma de pera, o macehead, de las que tenemos dos ejemplos aparecidos en un asentamiento del temprano Neolítico en Merimda Beni Salama. Para la fase Naqada II, la “macehead” se convertiría de forma misteriosa en símbolo de poder, y durante el período faraónico era el arma que empuñaba de forma característica el rey victorioso.
El trabajo en cobre se intensifica; y no se limita ya a objetos pequeños, sino que gradualmente se empiezan a fabricar ejemplares que van sustituyendo a los fabricados en piedra, tales como hachas, cuchillas, pulseras y anillos. Paralelamente a los avances del cobre, va creciendo el uso del oro y de la plata, y yacimientos como el de Adaïma sugieren que la creciente atracción del metal podría, de algún modo, justificar la gran mayoría de los robos de tumbas llevados a cabo durante el Período Predinástico.
El cuadro que se nos ofrece de la sociedad de Naqada II nos muestra una “blue print” de la evolución de una clase artesanal que se especializó en servir a una élite.
Este hecho tiene dos implicaciones: La primera, que tiene que haber habido una economía capaz de mantener a grupos artesanos no autosuficientes durante al menos una parte del año y, segundo, que tienen que haber existido centros urbanos que amalgamasen a clientes, talleres y artesanos aprendices, y que facilitasen servicios para el intercambio comercial.
El proceso de evolución cultural estuvo siempre vinculado a El Nilo. Como nos hace ver Michael Hoffman en su interpretación de los restos predinásticos de Hierakonpolis, los asentamientos se agrupaban cerca del río, que mantenía la tierra cultivada, y donde técnicas sencillas de irrigación podían sacar partido de las inundaciones anuales. Todo el Valle del Nilo estaba cubierto por una cadena de aldeas a las que normalmente se les conoce por sus cementerios, que aún perduran.
Tenemos evidencia de la existencia de diferentes especies de cebada y trigo, lino, frutas varias (como la sandía y el dátil) y de verduras.
Como en el período precedente, el ganado consistía en vacas, cabras, ovejas y cerdos. En cuanto a animales domésticos, a juzgar por sus tumbas en el asentamiento de Adaïma, el perro disfrutaba de un estatus especial.
El pescado también jugaba un importante papel en la dieta, mientras que la caza mayor de mamíferos ribereños y procedentes del desierto, tales como hipopótamos, gacelas y leones, se fue viendo cada vez más restringida socialmente, hasta convertirse en prerrogativa de los grupos dominantes.
Tres grandes centros se alzaron en el Alto Egipto: Naqada, la “Ciudad del Oro” en la boca de Wadi Hammamat; Hierakonpolis, más al sur; y Abydos, donde se ubicaría la necrópolis de los primeros faraones.
Dos grandes zonas residenciales fueron descubiertas en Naqada por Petrie y Quibell en 1895: la "Ciudad del Sur", en la parte central del yacimiento, y la "Ciudad del Norte". La primera muestra una construcción rectangular, de grandes dimensiones, 50 x 30 m, que bien puede tratarse de restos de un templo, o de una residencia real. Al sur de esta estructura, se vislumbra un grupo de casas rectangulares y un muro de cerramiento. Estos dos elementos son típicos de los emergentes pueblos de Naqada II.
Puede que la evidencia arqueológica primaria de asentamientos de la época sea escasa, sin embargo, dos artefactos de contextos funerarios ayudan a compensar tal deficiencia. El primero se trata de un modelo-maqueta de casa de terracota de una tumba Gerzeense, en el-Amra. El segundo, de otro modelo de una tumba Amratiense, en Abadiya, que representa un muro almenado detrás del cual aparecen dos personas de pie; la fecha Amratiense de este último sugiere la época en que se empezaron a utilizar estas viviendas.
CULTURAS DEL EGIPTO NÓRDICO (Incluyendo el Complejo Maadi)
El complejo cultural Maadiense, consistente en una docena de yacimientos, no había visto aún la luz hasta recientemente. Estos yacimientos incluyen el cementerio excavado y el propio complejo del asentamiento de Maadi, un suburbio de El Cairo moderno.
La cultura Maadiense aparece durante la segunda parte de Naqada I y continúa hasta Naqada IIc y IId, cuando se ve eclipsada por la propagación de la cultura Naqada II, cuyo ejemplo encontramos en los cementerios de el-Gerza, Haraga, Abusir el-Melek y Minshat Abu Omar.
Los yacimientos neolíticos más antiguos se han descubierto en esta parte del Valle del Nilo, en la región de el-Fayum, en Merinda Beni Salama y el-Omari, y son estos yacimientos los que representan la tradición de donde emerge la cultura Maadiense del material.
La cultura Maadiense difiere en todas sus características de otros yacimientos de datación similar del Alto Egipto. En una situación inversa, en los yacimientos de la cultura Naqada, los cementerios eran mucho menos destacables en el registro arqueológico, por lo que la mayor parte de nuestro conocimiento proviene, en cambio, de los asentamientos.
En Maadi, los restos predinásticos cubren cerca de 18 hectáreas de terreno, incluyendo el cementerio. En la segunda mitad del siglo XX, se excavó un área de unos 40.000 metros cuadrados. La profundidad de los depósitos arqueológicos es de casi dos metros, incluyendo cúmulos de basura preservada in situ, cuya estratigrafía es compleja.
Las estructuras excavadas muestran que había tres tipos de restos de asentamiento, uno de ellos es único en un contexto egipcio, ya que presenta reminiscencias de los yacimientos de Beersheba al sur de Palestina.
Entraña casas excavadas en roca viva en forma de grandes óvalos de 3 x 5 m de superficie y 3 m de profundidad, a las que se accedía por medio de un pasadizo también excavado en la roca; las paredes de una de estas casas subterráneas estaban recubiertas de piedra y ladrillos hechos con limo seco de El Nilo; pero este es el único caso conocido del uso de ladrillo hecho de lodo en Maadi. La presencia de hogares de lumbre, jarras a medio enterrar y desechos domésticos, sugiere que se trataba de auténticas viviendas.
Los otros tipos de construcción doméstica de Maadi, ya han sido testimoniados en otros lugares de Egipto: Primero, una especie de cabaña oval, con hogares en el exterior y jarras de almacenaje a medio enterrar y, segundo, un estilo de casa rectangular de las que sólo quedan las estrechas zanjas de cimentación de los muros, supuestamente construidos utilizando material vegetal.
En general, se pude decir que la cerámica Maadiense es globular, de base ancha y plana, cuello más o menos estrecho, y canto quemado, parcialmente hecha de barro aluvial y raramente decorada, excepto en ocasiones con marcas de incisiones aplicadas después de la cocción.
Interesa señalar que los estratos más antiguos en los yacimientos de Buto (Tell el-Iswid) y Tell Ibrahim Awad, incluyen fragmentos decorados con impresiones que son reminiscencias de la cerámica saharo-sudanesa.
Lazos con el Alto Egipto de dataciones retrotraídas al período anterior a la cultura Maadiense, los testimonian la presencia de fragmentos de vasijas importadas de ejemplares rojos rematados en negro, que se entremezclan con sus descoloridas imitaciones de Maadi hechas localmente.
Contrariamente, los lazos comerciales con la Temprana Edad de Bronce palestina son responsables de la presencia de las distintivas cerámicas de pie, con cuello, boca y asas decoradas en mamelons (protuberancias o pezones), hechas de un barro calcáreo, que contenían productos importados, como aceites, vino y resina.
Así que la cultura Maadiense fue una especie de cruce de caminos sujeto a las influencias del Desierto Occidental; quizás en una asociación extremadamente lejana, del Oriente Próximo y de los emergentes reyezuelos de Naqada, en el sur.
La influencia palestina es también claramente discernible en el sílex trabajado de la cultura Maadiense. En contraste con la industria del sílex local, que esencialmente empleaba la tecnología “pressure-flake” o "lasca mediante presión", los conjuntos Maadienses también incluyen grandes raspadores circulares extraídos de grandes nódulos de superficies lisas, muy conocidos por todo el Oriente Próximo.
También aparecen en los yacimientos Maadienses bellas hojas afiladas de bordes rectilíneos, conocidas como “Hojas Cananeas”, que acabarían evolucionando hacia los cuchillos del período faraónico (en realidad raspadores dobles), que constituirían elementos del equipo funerario real hasta finales del Imperio Antiguo, a veces pulimentados, y a veces reproducidos en cobre, e incluso en oro.
Las piezas bifaciales, en número escaso, incluían puntas de proyectil, dagas, y hojas para hoces. Estas últimas eran productos de la tradición local (hoces bifaciales de el-Fayum) que fueron gradualmente sustituidas por un nuevo estilo de hoz procedente de Oriente Próximo, montada en una hoja.
La comparativa escasez de paletas cosméticas de “greywacke” importadas del Alto Egipto, parece una indicación de su limitada disponibilidad y, por lo tanto, de la lujosa naturaleza del objeto. Por otra parte, la abundancia de paletas de caliza dan muestra de señales de desgaste que indican su frecuente uso cotidiano.
Las cabezas de maza son de las de forma de disco, características de las culturas Amratiense y temprana Gerzeense.
Aparte de algunos peines importados del Alto Egipto, los objetos de hueso y marfil pulimentados incluyen el repertorio tradicional de agujas, arpones, taladros y punzones.
Se ha encontrado un gran número de dardos de “catfish” que consisten en la primera espina de las aletas pectorales y dorsales del pez, en su mayoría en tinajas, probablemente en conserva para su exportación.
Existen muchas indicaciones que apuntan a la participación de Maadi en contactos comerciales e interculturales, y en este contexto, es significativo el rol del cobre del que aparecen no sólo piezas sencillas como agujas y arpones, sino también barras, espátulas y hachas. Estos útiles se fabricaban en piedra en las culturas de Fayum y Merimda mientras que en Maadi eran de metal.
Esta situación es paralela a la de Palestina en el mismo período, donde las hachas de piedra pulimentada desaparecieron por completo, siendo sustituidas por sus versiones en metal, aunque, eso sí, utilizando técnicas diferentes a las usadas en Maadi.
Esta sustitución de la piedra por el metal no pudo ser una mera coincidencia, sino más bien un proceso de avance tecnológico que es, a la vez, indicación y resultado directo de una auténtica simbiosis entre dos regiones. También se han encontrado grandes cantidades de mineral de cobre en Maadi, que bajo análisis ha revelado una posible procedencia de la región de Timna o Fernan, ambos yacimientos de mineral de cobre en Wadi Arabah, en la esquina sureste de la península de Sinaí.
Sin embargo, más que el mineral se procesase en el mismo Maadi, es más probable que fuese en principio importado para su proceso en cosméticos, y que el proceso inicial se hubiese llevado a cabo cerca de las propias minas.
A pesar de la participación del pueblo de Maadi en una red de contactos con el Oriente Próximo, su cultura fue, sobretodo, sedentaria, de pastoreo y agricultura. Hay algunas muestras de fauna salvaje, ligero contrapeso de la enorme cantidad de animales domesticados, tales como cerdos, cabras y ovejas que, aparte del perro, constituían la dieta básica de carne de la comunidad. El asno, sin duda, servía como transporte de mercancías.
Los kilos de grano encontrados en jarras y en fosas de almacenamiento incluyen el trigo y la cebada (Triticum monococcum, Triticum dicoccum, Triticum aestivum, Triticum spelta, Hordeum vulgare), así como legumbres (lentejas y guisantes)
Comparado con la clara evidencia de actividad agrícola en Maadi, el entierro del difunto era prácticamente modesto, lo que apuntaría a una sociedad que quizás habría experimentado pocos cambios desde el Neolítico, a la vez que mostraba una evidente carecía de estratificación y jerarquía.
Se ha recuperado un total de 600 tumbas Maadienses frente a 15.000 predinásticas en el sur. Contribuyen a este desequilibrio factores geográficos y geológicos; los cementerios del norte, ubicados en zonas propensas a fuertes inundaciones, podrían encontrarse enterrados en gruesas capas de limo de El Nilo.
Esto, por otra parte, no lo explica todo, porque también es evidente el contraste que se aprecia entre la calidad y la cantidad de componentes funerarios en el norte, y la situación en el Alto Egipto.
Las tumbas del Bajo Egipto se caracterizan por su extrema sencillez, consistentes en simples fosas ovales, con el finado en posición fetal, arropado con una estera o un trapo, y acompañado de una o dos piezas de cerámica y, a veces, ni eso.
No obstante, mientras repasamos el desarrollo de las culturas del Egipto nórdico, que consisten en tres fases que más o menos corresponden a los cementerios de Maadi, Wadi Digla y Heliópolis, algunas tumbas aparentan estar mejor equipadas que otras, pero en ninguna de ellas se aprecia nunca de forma visible un lujo ni siquiera comparable al que encuentramos en las del Alto Egipto.
Aún siendo así, se puede discernir una tendencia gradual hacia la estratificación social, y es muy posible que la mezcla de tumbas de perros y de gacelas con las de seres humanos forme parte de este proceso de cambio social.
La fase final de la cultura Maadiense representada por las primeras capas estratigráficas de Buto coincide con la mitad de la fase Naqada II, niveles II c y d.
En el excepcional yacimiento de Buto, existen siete estratos arqueológicos sucesivos en los que se hace patente la transición entre las fases Maadienses y las protodinásticas que las solapan. Durante esta transición, se percibe un incremento en los estilos de la cerámica Naqada, a la vez que la Maadiense va desapareciendo. Es así, pues, que el fin de la cultura Maadiense no constituyó un fenómeno abrupto como el yacimiento de Maadi sugiere, sino más bien un proceso de asimilación cultural.
Es más que probable que por su localización fluvial y marítima, Buto disfrutase de una ubicación privilegiada para un boyante comercio y que, además, incorporase un palacio para los soberanos locales.
Mientras que los datos arqueológicos de Buto son menos llamativos que los restos de Naqada, tuvo lugar aquí un proceso de desarrollo cultural que condujo, de igual manera, a un aumento de la complejidad social, generando eventualmente una sociedad caracterizada por sus propias creencias, ritos, mitos e ideologías.
Fue esta la precondición necesaria para el próximo gran paso hacia la historia de Egipto que se dio en Naqada III y en los períodos de las primeras dinastías.
COMENTARIO EX PROFESO
Terminamos así esta amplia e interesante exposición tan profesionalmente desarrollada y amenamente expresada por su autora, la Profesora Béatrix Midant-Raynes quien, fiel a la filosofía global del corpus de la obra de Ian Shaw, nos ha llevado de la mano a través del Período Naqada en un recorrido en el que se ha hecho hincapié en su desarrollo socio-económico y sus procesos evolutivos, sin apartarse un ápice del tema base, y con una agradable y meritoria puesta al día de los más recientes acontecimientos conexos.
En cuanto a mi trabajo, ha consistido, en este caso, más en una transcripción que en una versión libre al haberme querido ajustar al texto en inglés, de mayor fluidez y redacción más afín a la mía propia que los de anteriores autores, quizás por proceder, en origen, de un autor de habla latina.
Es así que, el texto inglés del que esta “Hoja Suelta” procede, no ha sabido desprenderse totalmente de ese “touche” del que debe disfrutar la obra original en francés de su autora, lo que ha facilitado mi labor a la hora de lograr una redacción fluida y directa, cosa que no ha sido tan fácil con anteriores autores, en determinados temas.
Mi aportación, pues, no ha podido pasar de ser, como en mis últimas intervenciones de características similares, aclaraciones y/o ampliaciones esporádicas de conceptos, o definiciones de términos para mí poco conocidos que, por otra parte facilitan el seguimiento general del tema. Y en lo que a mí propio interés respecta, sirven para rellenar con trozos de conocimiento esos “baches” de ignorancia que dificultan ese mi caminar en este angosto sendero de mi vida hacia el Egipto Milenario, en la velada esperanza de que el tiempo me deje ver al menos un trozo de ese camino relleno, compactado, liso, y sin baches.
Eso sí, la "Introducción", el "Preámbulo" y, por supuesto, el "Comentario ex profeso", son de mi propia y modesta cosecha.
Y ha llegado para mi el ansiado momento de abrir la gran puerta de Naqada III, tras la que, al fin, me estará esperando, para estrechar mi mano, la Dinastía 0.
Rafael Canales
En Benalmádena-Costa, a 28 de mayo de 2009
Bibliografía:
“The Oxford History of Ancient Egypt”. Ian Shaw, Oxford University Press, 2003.
“Prehistoria”, Tomos I y II. Dra. Ana María Amilibia y otros. UNED 2001.
“Historia Antigua Universal. Próximo Oriente y Egipto”, Tomo I, 2ª Parte. Dra. Ana Mª Vázquez Hoys, UNED, 2001.
“Ancient Egypt. Anatomy of a Civilization”. Barry J. Kemp. Routledge, 2006.
“The Prehistoric Egypt”, W.M. Flinders Petrie, British School of Archaeology in Egypt and Egyptian Research Account. London, 1920.
“Diccionario de Prehistoria”, Mario Menéndez, Alfredo Jimeno y Víctor M. Fernández, Alianza Editoral. 2001.
The British Museum Database.
Musée du Louvre”.