domingo, 13 de marzo de 2011

Egipto y el Resto del Mundo. Ian Shaw. Segunda Parte


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LOS BLEMMYES


Del latín Blemmyae, los Blemmyes eran una tribu descrita en las crónicas romanas de las postrimerías del Imperio. Desde finales del siglo tercero en adelante, junto con otra tribu, los Nobadae, se enfrentaron en repetidas ocasiones a los romanos. Se decía que vivían en África, en Nubia, Kush o Etiopía, en generalmente al sur de Egipto. Serían objeto de ficción como raza legendaria de monstruos acéfalos que tenían los ojos y la boca en el pecho. El historiador y geógrafo griego Estrabón describe a los Blemmyes como un pueblo pacífico que vivía en el desierto oriental cerca de Meroe. Su poderío cultural y militar empezó a crecer a tal nivel que en el año 197, Pescennius Niger pidió a un Blemmye rey de Tebas que le ayudase en la batalla contra el emperador romano Séptimo Severo. En el año 250, al emperador romano Decio le costó un gran esfuerzo vencer a un ejército de invasión de Blemmyes. Años más tarde, en 253, atacaron Tebas de nuevo pero fueron derrotados rápidamente. En el 265 serían de nuevo derrotados por el prefecto romano Firmus quien, en el 273 se rebelaría contra el imperio y la reina de Palmyra, Zenobia, con la ayuda de los propios Blemmyes. El general Romano Probus tardó algún tiempo en derrotar al usurpador y sus aliados pero no pudo evitar la ocupación de Tebas por los Blemmyes. Aquello significó otra guerra y casi la total destrucción del ejército d los Blemmyes. En el reinado de Diocleciano, la provincia de Tebas sería de nuevo ocupada por los Blemmyes y después de derrotarles de nuevo, los romanos se replegaron hasta la fronteriza Philae. Los Blemmyes ocupaban una importante región en el actual Sudan. Tenían algunas ciudades importantes como Faras, Kalabsha, Balana y Aniba, que estaban fortificadas con muros y atalayas, mezcla de elementos helénicos, romanos y nubios. Su cultura tenía también la influencia de la cultura meroítica, así que la religión de los Blemmyes estaba centrada en los templos de Kalabsha y Philae. El de aquella, consistía en una enorme obra maestra de la arquitectura nubia donde se adoraba a un león solar, como divinidad, llamado Mandulis. Philae era por entonces, un centro de peregrinación masiva, con templos a Isis, Mandulis y Anhur, y donde los emperadores romanos Augusto y Trajano contribuyeron muy activamente con nuevos templos, plazas y otras obras monumentales. En la Literatura, los Blemmyes aparecen en la novela de Kelly Godel del 2000 titulada “The Amazing Voyage of Azzam”, como tribus caníbales que custodiaban un tesoro perdido de Salomón, y utilizaban mazos, lanzas y dardos con arco como armas. “… Y de los caníbales que se comían unos a otros, los antropófagos, hombres cuyas cabezas nacen bajo sus hombros”. Otelo, Shakespeare. Los Blemmiyes también aparecen en la novela del escritor italiano Valerio Manfredi, “The Tower”, donde se les retrata como guardianes del desierto con un terrible y antiguo secreto. Un Blemmye aparece en la corta historia de Bruce Sterling de 2005, “The Blemmye’s Sratagem”.



EL REINO DE PUNT


Los contactos egipcios con África se fueron extendiendo gradualmente más allá de la Baja y Alta Nubia, lo que les puso en contacto con una región en África Oriental que se describe como el Punt. Allí se enviaron misiones comerciales desde, por lo menos, la Dinastía V (2.494-2.345 A.C.) en adelante, con el fin de obtener productos tales como oro, resinas aromáticas, madera negra africana (dalbergia melanoxylon), ébano, marfil, esclavos, y animales salvajes, como monos y mandriles cinocéfalos. Para el Imperio Nuevo, tales expediciones se verían representadas en templos y tumbas, que mostraban a los habitantes del país de Punt como gente de complexión oscura rojiza y facciones finas; en las primeras pinturas aparecían con cabello largo, pero a partir de la Dinastía XVIII en adelante es evidente que ya habían adoptado un estilo más rapado. Las últimas indicaciones definitivas de expediciones al país de Punt datan de los tiempos del faraón Ramsés III, de la Dinastía XX.


Existe todavía algún debate relativo a la ubicación exacta de Punt, que llegó a estar identificado, en algún momento, con la zona de Somalia. Parece que ahora se cuenta con un argumento de peso para su localización, bien al sur de Sudán, o en la región eritrea de moderna Etiopía, donde las plantas autóctonas y los animales más se parecen a los representados en relieves y pinturas egipcias.


Se daba por hecho – en principio, en base a escenas en Deir el-Bahri que representan la expedición de Hatshepsut a Punt a mediados de la Dinastía XVIII – que las partes involucradas viajaban por mar desde los puertos de Quseir o Mersa Gawasis, pero ahora parece más probable que, al menos algunos comerciantes egipcios, embarcasen en el sur, a lo largo de El Nilo, y entonces tomasen una ruta terrestre hasta Punt, quizás tomando contacto con los punitas en las proximidades de Kurgus, en la 5ª Catarata.


Las escenas de Deir el-Bahri incluyen representaciones de los inusuales asentamientos punitas, consistentes en cabañas cónicas hechas de caña, construidas sobre postes clavados en el suelo, a las que se tenía acceso mediante una escalerilla. Entre la vegetación que las rodeaba, hay palmeras y árboles de mirra, algunos de éstos ya en pleno proceso de tala para la posterior extracción de mirra.


Las escenas también muestran cómo los árboles de mirra se cargaban en barcazas para que los egipcios pudiesen elaborar sus propios perfumes, incienso, ungüentos, medicinas, tinta para los papiros, o para embalsamar a sus muertos. Y se ha argumentado que esto, en sí mismo, puede ser argumento para la ruta Nilo-terrestre de Punt a Egipto, dado que dichas plantas podían morir durante el duro viaje hacia el norte a lo largo de la costa del Mar Rojo. Estos árboles de mirra pudieron incluso llegar a plantarse de nuevo en el propio templo de Deir el-Bahri a juzgar por los restos de fosas con troncos que se han encontrado allí.


“IMPERIALISMO” EN LOS IMPERIOS MEDIO Y NUEVO


Durante los imperios Medio y Nuevo, Egipto llegó a tener, de forma gradual, un control económico sobre Nubia y Siria-Palestina. Las opiniones, sin embargo, difieren sobre cuál de estos territorios se puede considerar que habría sido política y socialmente “colonizado”, o si la situación sería mucho más errática, y quizás caracterizada sólo por incursiones, o razias, encaminadas a salvaguardar las rutas comerciales y conseguir provisión de botines de guerra. El debate se centra también en el tema de las posibles motivaciones o añoranzas del antiguo imperialismo. ¿Fueron las incursiones egipcias en Nubia y el Levante Oriental dictadas por económica, o por algún otro factor socio-político?


En la práctica, las respuestas a estas preguntas no son, en absoluto, claras, y no sorprenden que varíen según el lugar y período específicos. Es así que, por ejemplo, en el Imperio Medio, la situación sea, en muchos aspectos, más clara: en lo referente a Nubia, se sabe que los faraones de la Dinastía XII utilizaban la fuerza militar para controlar la región - tan lejos al sur como la 3ª Catarata - mediante la construcción de una cadena de fortalezas que les habría proporcionado el completo control sobre el comercio de El Nilo. Las fortalezas estaban provistas de guarnición y grandes almacenes que les habría garantizado una presencia militar continua en la Baja Nubia, pero que, además, les habría proporcionado el potencial para llevar a cabo, en caso de necesidad, campañas más al sur encaminadas a combatir cualquier amenaza aparente o real.


La enorme cantidad de espacio dedicado a graneros en fortalezas tales como Askut, junto con los restos de edificios que Barry Kemp interpreta como “palacios de campaña” en Uronarti y Kor, todo ello sugiere el uso de las fortalezas de la Baja Nubia como un trampolín de la Dinastía XII en África, más que sólo una frontera fuertemente defendida. El espacio de almacenaje de las fortalezas sería, sin duda alguna, utilizado para almacenar los materiales y productos importados por los egipcios cuando iban de camino hacia Tebas o Itjtawy.


Sin embargo, en Palestina hay poca evidencia de una presencia egipcia continuada durante el Imperio Medio. Por supuesto que existían contactos tanto con el Levante Oriental como con el Egeo durante las dinastías XII y XIII, pero aún no está claro hasta qué punto Egipto consiguió algún control político o económico sobre alguna parte del Mediterráneo Oriental. Un fragmento de los anales de Amenemhat II que se conservan en Menfis dan cuenta de, al menos, dos invasiones en el Levante Oriental durante su reinado, y la estela de Khusobek, en el Museo de Manchester, registra una expedición lanzada contra la ciudad palestina de Shechem durante el reinado de Senusret III.


Aparte de estas referencias, sin embargo, las otras únicas muestras de planes militares en el Levante Oriental se pueden encontrar en epítetos y titulaturas de la élite - por otra parte quizás más rimbombantes que históricos – o, en las descripciones de productos traídos de Asia Occidental que no solían especificar si las mercancías o el ganado se obtuvieron por la fuerza. Un ejemplo con respaldo arqueológico razonable lo podemos tener en la fuerte y continuada presencia económica durante el Imperio Medio en Palestina y Byblos - como se verá más adelante - probablemente reforzada por la presión militar de forma periódica. El alto número de Asiáticos que en creciente aumento se sabe que vivían en Egipto durante el Imperio Medio (Véase el Capítulo 7º) sugiere que, al menos, algunos de ellos habrían sido traídos como prisioneros de guerra.


De las actividades de Egipto en el Levante Oriental durante el Imperio Nuevos dan testimonio con cierto detalle fuentes tanto arqueológicas como documentales. Estas últimas consisten no sólo en triunfantes “estelas de victoria” egipcias y relieves en templos que dan brillante cuenta de los trofeos obtenidos por el faraón en nombre de los dioses, sino también en tablas de arcilla cuneiformes de varios yacimientos – como por ejemplo Ta’anach, Kamid el-Loz, y Hattusas – que documentan los lazos diplomáticos, administrativos y económicos existentes entre los diversos estados de Oriente Próximo.


Desde el punto de vista egipcio, el más importante de estos “archivos” consiste en un juego de 382 tablas encontradas en Amarna, en el Egipto Medio, que contiene, en su mayoría, correspondencia entre líderes extranjeros y el faraón egipcio de mediados del siglo 14 A.C.; es decir, finales de la Dinastía XVIII.


Las “Cartas de Amarna” proporciona, pues, primero, revelaciones de las relaciones diplomáticas entre Egipto y otras grandes potencias – por ejemplo, Mitania y Babilonia – y, segundo, las tortuosas políticas de las pequeñas ciudades-estado de Siria-Palestina, y las disputas y alianzas entre ellas según se deslizaban hacia atrás o hacia adelante entre las esferas de influencia de Mitania, Egipto y el Reino Hitita.


El principal debate relativo a la participación egipcia en Siria-Palestina durante el Imperio Nuevo se centra en la cuestión del grado en que Egipto mantuvo una permanente presencia militar y/o civil en diversas n principio basada conquistado. Algunos eruditos argumentan que hay suficiente evidencia arqueológica y documental para plantear que Egipto habría, en efecto, colonizado algunas de las ciudades de Palestina; quizás, en un principio por haber heredado el control de esta región cuando persiguieron a los derrotados Hyksos hasta su país a finales del Segundo Período Intermedio (Ver los capítulos 8º y 9º).


Según esta teoría – basada en principio en las Cartas de Amarna y la presencia de artefactos egipcios en muchos yacimientos del Levante Oriental – toda la zona de Siria-Palestina estaba dividida en tres franjas: de norte a sur, Amurru, Upe, y Canaan; cada una de ellas regida por un gobernador egipcio, y un número de pequeñas guarniciones repartidas entre los asentamientos locales. Otros eruditos, por otra parte, argumenta que la cultura del material de los yacimientos egipcios en el Delta Oriental es tan claramente distinta de la de las cercanas ciudades de Palestina, justo al otro lado del Sinaí, que parece altamente improbable que hubiese habido nunca muchos egipcios que realmente hubiesen vivido entre las poblaciones locales, en contraste con la abundante evidencia arquitectónica y material de la colonización egipcia de Nubia en el Imperio Nuevo.


La motivación de la significativa presencia egipcia durante el Imperio Nuevo en la Baja Nubia pudo haber sido, en principio, económica, pero un grupo de eruditos ha señalado que la evidencia arqueológica y documental da cuenta de una red de información muy compleja relativa a las actitudes egipcias hacia Nubia. Para empezar, se aprecia una continuidad, durante los imperios Medio y Nuevo, de la ideología esencialmente xenófoba ya descrita, por la que nubios bárbaros estereotipados se retrataban en el arte y literatura oficial como desechables representantes del caos.


Esto, no obstante, tiene que ser contrastado con dos factores importantes: primero, que muchos extranjeros, incluidos los nubios y los Asiáticos, vivían felizmente junto a nativos egipcios en muchas de las ciudades del Egipto real, y, segundo, que hay evidencia fiable de una deliberada nueva política en el Imperio Nuevo de aculturación tanto en Nubia como en el Levante Oriental de forma que se alentaba a la élite local a que adoptasen costumbres y nomenclatura egipcias y, a veces, sus hijos les eran forzosamente retirados para ser “educados” en Egipto, para eventualmente regresar a su países de origen totalmente indoctrinados con la forma de vida egipcia.


La imagen de conjunto del “imperialismo” egipcio es, por lo tanto, polifacética, con el pragmatismo económico y político de los faraones con frecuencia ocultos por la hipérbole de su propia retórica y devoción. El debate ”ideología-contra-economía” es difícil de resolver, ya que, en principio, nos apoyamos en una combinación de textos religiosos y funerarios para nuestra reconstrucción del comportamiento egipcio en el mundo exterior y, sin embargo, la historia real probablemente se encuentre en ese material de archivo, más prosaico, que tan raras veces sobrevive.


BYBLOS


La ciudad de Byblos (o Jubeil) estaba situada en la costa de Canaán, a unos 40 km al norte de la moderna Beirut. El principal asentamiento conocido en el idioma acadio Gubla, tiene un largo historial que se extiende desde el Neolítico hasta la Tardía Edad de Bronce cuando la población parece haberse trasladado a un emplazamiento cercano ahora cubierto por una moderna aldea.


La importancia de Byblos radica en su función como puerto, y desde aproximadamente el tiempo de la unificación de Egipto, era utilizado por los egipcios como fuente de la madera. El famoso cedro del Líbano y otros productos pasaban a través suya, y es lugar donde se han encontrado objetos egipcios desde tiempos tan lejanos como la Dinastía II (2.890-2.686 A.C.). El yacimiento incluía varios edificios religiosos, tales como el llamado “Templo de los Obeliscos”, dedicado a Ba’alat Gebal, la “Señora de Byblos” – una especie de Astarte que también habría sido identificada como la diosa egipcia Hathor – en el que uno de los obeliscos estaba tallado con jeroglíficos.


La cultura egipcia del Imperio Medio tuvo una influencia especialmente profunda en la Corte de los soberanos de la Edad de Bronce Media de Byblos, y entre los objetos encontrados en las tumbas reales de este período se encuentran algunos que llevan el nombre de los soberanos de la Dinastía XII Amenemhat III y IV. Los objetos egipcios incluyen marfil, ébano, y oro, mientras que las imitaciones locales usaban otros materiales y se trabajaban en un estilo menos conseguido.


En el Imperio Nuevo, la ciudad aparece de forma prominente en las Cartas de Amarna ya que su soberano, Ribaddi, solicito ayuda militar del faraón egipcio. En esta ocasión Byblos cayó en manos enemigas pero fue más adelante recuperada. Un sarcófago encontrado con objetos de Ramsés II (1.279-1.213 A.C.) que muestra la influencia egipcia, es importante por su posterior (siglo X B.C.) inscripción para Ahiram, un gobernante local, en caracteres alfabéticos primitivos. Varios artefactos egipcios encontrados en el propio Byblos, que dan testimonio de fuertes contactos diplomáticos reales entre los faraones y los gobernantes de Byblos, incluyen un recipiente con el nombre de Ramsés II procedente de la tumba del ya mencionado Ahiram, jambas de puerta inscritas de Ramsés II de un templo, y fragmentos de estatuas de Osorkon I y II; la del primero con una inscripción fenicia que data del reinado de Abibaal.


La evidencia arqueológica sugiere, por lo tanto, un pico en los contactos Egipto-Byblos en la Dinastía XIX, seguido de un declive en las XX y XXI, documentada por el Cuento de Wenamun, una descripción cuasi histórica de una expedición a Byblos a finales de la Dinastía XX, y, finalmente, un resurgir de los lazos en las XXII y XXIII. Después del Tercer Período Intermedio, la importancia de Byblos parece haber decaído gradualmente a favor de los cercanos puertos de Tiro y Sidonia.


LOS PUEBLOS DEL MAR


En los siglos XIII y XIV B.C., una serie de malogros de cosecha en el Mediterráneo norte y este parece que actuó como detonante de migraciones a gran escala en Anatolia y el Levante Oriental. Estos problemas agrícolas evidentemente llevaron al soberano egipcio de la Dinastía XIX, Merenptah, a enviar grano a los Hititas - por entonces ya en decadencia - que tan duramente habían sido golpeados por la hambruna, y muchos centro urbanos micénicos parece que por esas fecha habían sido destruidos.


Entre los nuevos inmigrantes en la región mediterránea por estas fechas, había una imprecisa confederación de grupos étnicos procedentes del Egeo y Asia Menor conocida por los egipcios como Pueblos del Mar. Algunos de estos grupos, tales como los Denen, los Lukka, y los Sherden, ya eran activos durante el reinado de Akenatón (1.352-1.336 A.C.), mientras que elementos de los Lukka, Sherden, y Peleset ya aparecían representados como mercenarios luchando para el ejército de Ramsés II (1.279-1.213 A.C.) en la Batalla de Qadesh.


Más adelante, en el Período Ramésida, los Pueblos del Mar se describirían y representarían en relieves, en Medinet Abu y Karnak, así como en el Gran Papiro de Harris; una lista de ceremonias usadas en templos y un breve resumen del reinado completo del faraón Ramsés III (1.184-1.15 A.C.) de la Dinastía XX. Estas últimas fuentes indican que los Pueblos del Mar no estaban simplemente envueltos en actos aislados de pillaje sino que formaban parte de un movimiento significativo de pueblos desplazados que emigraban a Siria-Palestina y Egipto. Está claro que planeaban asentarse en las zonas que atacaban, que se les representan no sólo como ejércitos de guerreros sino también como familias enteras llevando consigo sus pertenencias en carros tirados por bueyes.


El estudio de los nombres “tribales” registrados por los egipcios e Hititas han mostrado que a varios grupos de los Pueblos del Mar pueden se les puede relacionar con específicos lugares de origen, o, al menos, con los lugares donde eventualmente se asentarían. Es así que los Ekwesh y los Denen posiblemente puedan correlacionarse con los aqueos y danaos griegos de la Ilíada de Homero; los Lukka puede que provengan de la región de Lycia, en Anatolia; los Sherden, pueden haber estado conectados con Cerdeña; y a los Peleset, casi con toda certeza, se les identifica con los filisteos bíblicos, que dieron nombre a Palestina. El primer ataque de los Pueblos del Mar al Delta egipcio en alianza con los libios data del quinto año del reinado de Metenptah (1.213-1.203 A.C.). A los grupos individuales de Pueblos del Mar, además del Meshwesh libio, se les conoce como los Ekwesh, Lukka, Shekelesh, Sherden, y Teresh. Según los relieves de Merenptah sobre uno de los muros del templo de Amón en Karnak, y el texto de una estela de su templo funerario – llamada la Estela de Israel – los repelió con éxito, aniquilando a 6.000 y derrotando al resto. Las excavaciones de Moshe Dothan en la ciudad filistea de Ashdod entre los años 1.962 al 69, dejaron al descubierto un estrato quemado datado en el siglo trece B.C. que, quizá, puede corresponder, o bien a la campaña levantina del faraón Merenptah, o a la llegada de los propios Peleset.


Desde el punto de vista de los egipcios, la confrontación final con los Pueblos del Mar tuvo lugar en el año 8 del reinado de Ramsés III; para entonces, los Pueblos del Mar probablemente habrían capturado las ciudades sirias de Ugarit y Alalakh. Atacaron a Egipto por tierra y mar, siendo esta última confrontación reproducida en los celebrados relieves de la batalla naval en los muros exteriores del templo mortuorio de Ramsés en Medinet Abu. Esta victoria protegió a Egipto de la evidente invasión del norte, pero, a la larga, sería la infiltración del oeste más insidiosa de pueblos libios, y la que tendría más éxito como medio de conseguir el control de Egipto (Ver Capítulo 12).


CONCLUSIÓN La historia de los contactos de Egipto con el mundo exterior está, sobre todo, relacionado con el poder y el prestigio. En los primitivos lazos comerciales entre los egipcios y sus vecinos de África y el Oriente Próximo, la principal motivación parece haber sido la obtención de materiales raros o exóticos, y productos que sirviesen para reforzar la base de poder de individuos o grupos en cuestión. El comercio, ya fuese interregional o internacional, era parte integrante de la formación y expansión de los primitivos estados de Oriente Próximo.


Para cuando todo aparato administrativo nacional se puso en operación durante los imperios Medio y Nuevo, ya había grandes sectores de burocracia real y militar involucrados exclusivamente en el proceso de obtener impuestos y mano de obra reclutada de las provincias de Egipto. Este efectivo y eficiente sistema económico constituía la base ideal del proceso de calcular con exactitud el importe de los tributos (inu) así como del producto de los saqueos de tierras allende las fronteras egipcias. Tanto ideológica como económicamente, las acciones de conquista y gobierno eran inseparables de la idea de absorber nueva riqueza para los estados del faraón y los principales cultos religiosos.


Sin embargo, no fue simplemente cuestión de importar a Egipto materiales y artículos; parece también que había una continua afluencia de gente, a la vez que influencias lingüísticas y culturales, que llevarían a la creación de una sociedad distintivamente cosmopolita y multicultural, desde, por lo menos, el Imperio Nuevo, en adelante. La aparente tolerancia hacia los extranjeros de la sociedad egipcia iba acompañada, sin embargo, de una profunda continuidad en unos valores y creencias esenciales, fuertemente arraigados en la población indígena; hasta donde hemos podido saber, dada la parcialidad con que la documentación que ha sobrevivido trata al extremo elitista de la sociedad. La cultura egipcia era, aparentemente, lo suficientemente fuerte y flexible como para poder sobrevivir a largos períodos de dominación libia, kushita, persa, y tolemaica, sin que la esencia de la identidad de Egipto como nación se viese seriamente afectada.


RAFAEL CANALES


En Benalmádena-Costa, a 22 de marzo de 2011


Bibliografía:


“The Oxford History of Ancient Egypt”, Ian Shaw, Oxford University Press, 2000.

lunes, 7 de marzo de 2011

Egipto y el Resto del Mundo. Ian Shaw. Primera Parte

Oriente Próximo durante el Imperio Nuevo
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PREÁMBULO

Desde los tiempos más remotos, numerosas expediciones relacionadas con el comercio, la cantería y la guerra llevaron a los egipcios a establecer frecuentes contactos con el mundo exterior. Las regiones en las que Egipto fomentaría de forma gradual lazos comerciales y políticos pueden agruparse en tres zonas básicas: África (principalmente Nubia, Libia y el país de Punt), Asia (Siria-Palestina, Mesopotamia, Arabia y Anatolia), y norte y este del Mediterráneo (Chipre, Creta, los Pueblos del Mar, y los griegos).

Hacia el sur, los vecinos africanos de los antiguos egipcios llegarían a abarcar, con el tiempo, a una serie de grupos étnicos diferentes en Nubia (primordialmente, el Grupo A, el Grupo C, la civilización Kerma, la cultura Pan-Grave, el reino de Kush, la cultura Ballana, y los Blemmyes), y en Etiopía (las culturas pre-axumitas y la civilización de Axum), mientras que hacia el nordeste, más allá de la Península del Sinaí, nos encontramos con muchas ciudades y aldeas esparcidas por colinas y planicie costera del Levante Oriental. Y, más hacia el norte y hacia el este, con un mosaico de reinos e imperios en Anatolia y Mesopotamia, en constante ebullición.

Hacia el este, en el Sahara, conectaron con algunos pueblos diferentes que ahora se agrupan bajo el apelativo general de “Libios”, de los que poca evidencia arqueológica ha sobrevivido, si bien se suele aceptar, en base a pruebas documentales, que se trataban de pueblos nómadas; o, al menos, dependientes para su subsistencia de ciertas formas de pastoreo, y que sólo cuando vinieron a formar parte de la sociedad egipcia a finales del Imperio Nuevo y el Tercer Período Intermedio, algunos aspectos de su cultura se dejarían entrever, como se verá más adelante en el Capítulo 12.

IDENTIDAD RACIAL Y ÉTNICA DE LOS EGIPCIOS

Hay un número de formas diferentes con las que se puede definir a los propios antiguos egipcios como grupo racial y étnico inequívoco, pero el tema de sus raíces y de su propio sentido de identidad han dado lugar a intensos debates. Lingüísticamente, pertenecen a la familia afro-asiática (hamito-semítica), aunque esto es, simplemente, otra forma de decir que, como su situación geográfica implica, su lengua tiene algunas similitudes con lenguas contemporáneas, tanto en algunos lugares de África como en el Oriente Próximo.

Estudios antropológicos sugieren que la población predinástica incluía una mezcla de tipos raciales (negroides, mediterráneos, y europeos). Pero está el tema de las evidencias procedentes de restos de esqueletos de principios del período faraónico que ha acabado siendo cada vez más controvertido a lo largo de los años. Mientras que la evidencia antropológica de la época fue en su día interpretada, por Bryan Emery y otros, como la conquista rápida de Egipto por pueblos del este cuyos restos eran radicalmente distintos de los egipcios autóctonos, algunos eruditos argumentan ahora que el período del cambio demográfico pudo haber sido mucho más lento; y con toda probabilidad, acarrearía la infiltración gradual de un tipo físicamente diferente procedente de Siria-Palestina a través del Delta Oriental.

La iconografía de las representaciones egipcias de extranjeros sugiere que durante la mayor parte de su historia, los egipcios se veían a sí mismos a mitad de camino entre los africanos negros y los Asiáticos de piel más pálida. No obstante, también está claro que ni los orígenes nubios ni los sirio-palestinos se consideraban como factores negativos en términos de estatus o perspectivas profesionales del individuo; y, no podía ser de otro modo, en un clima cosmopolita como el del Imperio Nuevo en el que los cultos religiosos de los Asiáticos, y los avances tecnológicos, se aceptaban de forma generalizada. Es así que las incontestables facciones negroides del alto cargo Maiherpri no habrían sido obstáculo para alcanzar el especial privilegio de un enterramiento en el Valle de los reyes en tiempos de Tutmosis III (1.479-1.425 A.C.). De igual forma, un individuo llamado Aper-el, cuyo nombre deja ver sus obvias raíces de Oriente Próximo, alcanzó el rango de visir (el cargo civil más alto por debajo del propio faraón) hacia finales de la Dinastía XVIII.

ICONOGRAFÍA DE LA GUERRA Y DE LA CONQUISTA: EVIDENCIA DOCUMENTAL Y VISUAL

El término “Nueve Arcos de Flecha” se utilizó con frecuencia para referirse a los enemigos de Egipto, cuya identidad específica variaba de un tiempo a otro, si bien solía incluir a los Asiáticos y a los nubios. En general, se simbolizaban mediante representaciones de filas de arcos de flecha, o de cautivos maniatados, cuyo número podía variar, y el motivo solía ir decorado con objetos personales reales, tales como sandalias, escabeles, y estrados de forma que el faraón podía, simbólicamente, humillar a sus enemigos. La imagen de nueve prisioneros atados vencidos por un chacal, en el sello de la necrópolis del Valle de los Reyes, es evidente que tenía por objeto proteger la tumba de los estragos de extranjeros, u otras fuentes del Mal.

Las representaciones de prisioneros extranjeros atados son frecuentes en el arte egipcio. Algunos objetos famosos de los períodos Predinástico Tardío (o Protodinástico) y Temprano Dinástico, tales como la Paleta Narmer, muestran escenas en las que el faraón desprecia o humilla a extranjeros inmovilizados. La escena de un faraón golpeando a un enemigo, no sólo es uno de los aspectos más constantes del arte faraónico que aparece en los pilonos de templos, incluso hasta el Período Romano, sino también uno de los iconos reconocibles de la realeza más antiguos, siendo el caso más conocido el de un dibujo-boceto pintado en los muros de la Tumba 100 del Protodinástico en la Hieracómpolis de finales del cuarto milenio, A.C.

Las excavaciones de los complejos piramidales de Raneferef, Nyeuserra, Djedkara, Unas, Teti, Pepy I, y Pepy II, de las dinastías 5ª y 6ª, en Saqqara y Abusir, han sacado a la luz un gran número de estatuas de cautivos extranjeros que puede que hubiesen sido alineadas a lo largo de la calzada elevada que unía el templo del valle con el templo de la pirámide. En fecha ligeramente posterior, las representaciones de prisioneros maniatados se utilizarían en rituales malditos, como es el caso de cinco figuras de alabastro de principios de la Dinastía XII – actualmente en el Museo de El Cairo – con inscripciones de textos de maldición y condena en hierático, en los que aparecen listas de nombres de príncipes nubios acompañados de insultos e improperios.

Durante todo el período faraónico y el greco-romano, la representación del cautivo atado se convirtió en motivo asiduo y popular en la decoración de templos y palacios. La adición de prisioneros maniatados en los elementos decoración, y en los muebles de los palacios reales, servía para reforzar la eliminación total por parte del faraón de extranjeros que, probablemente, también se consideraban símbolos de elementos de “falta de dominio” que los dioses requerían que el faraón tuviese bajo control. Hay, pues, un número de representaciones en templos greco-romanos que muestran filas de dioses apresando pájaros, animales salvajes, y extranjeros con clap-nets, jaulas de redes que pueden cerrarse de forma instantánea tirando de una cuerda.

El pájaro rekhyt (un tipo de avefría o chorlito con inconfundible cabeza crestada), se solía utilizar como símbolo de cautivos extranjeros, o pueblos súbditos, probablemente porque con las alas recogidas hacia atrás se asemejaba, vagamente, al jeroglífico de un prisionero maniatado. La primera representación de este pájaro que se conoce aparece en el registro superior del relieve decorativo de la cabeza de maza, del Protodinástico, del faraón “Escorpión” (c. 3.100 A.C.), consistente en una fila de avefrías colgando de sus cuellos, con cuerdas atadas a estandartes representativos de antiguas provincias del Bajo Egipto. En este contexto, el rekhyt parece estar representando a los pueblos conquistados del norte de Egipto durante el período crucial en el que el país se transformaría en un único estado unificado.

En la Dinastía III (2.686-2.613 A.C.), no obstante, otra fila de avefrías se representaba, en versión maniatada tradicional, junto a los “Nueve Arcos de Flecha”, aplastada bajo los pies de una estatua de piedra de Djoser de su Pirámide Escalonada, en Saqqara. A partir de ese momento, siempre hubo una continua ambigüedad sobre el significado simbólico de los pájaros – al menos para los ojos modernos – ya que podían, en contextos diferentes, tomarse como que se referían, bien a los enemigos de Egipto, o a los súbditos leales del faraón.

¿DÓNDE COMENZABA EL MUNDO EXTERIOR?

Las fronteras físicas tradicionales de Egipto – los Desiertos Occidental y Oriental, el Sinaí, la costa mediterránea y las cataratas de El Nilo al sur de Asuán – fueron suficientes durante miles de años para proteger la independencia de Egipto. Pero, quizás, el hecho más curioso de la geografía del Antiguo Egipto, especialmente en cuanto a actitudes con respecto a África y Asia, sea el lento e inconsistente concepto que tenían los egipcios de dónde comenzaba el mundo exterior. ¿Hasta qué punto, por ejemplo, aquellas zonas fuera del Valle del Nilo, pero dentro de las fronteras del Egipto moderno, y en particular el Desierto Oriental y la península del Sinaí, eran consideradas como territorio “no egipcio”?

Los egipcios utilizaban dos palabras para referirse a la frontera: djer (límite eterno y universal), y tash (una frontera geográfica real, fijada por el pueblo, o por deidades). La segunda era, pues, esencialmente movible, ya que a todos los faraones se les había confiado la responsabilidad de “extender las fronteras” de Egipto dado que sus nombres reales y su titulatura implicaban una zona de dominación política potencialmente infinita. La extensión más lejana de las verdaderas fronteras se establecerían, ciertamente, durante el reinado del faraón Tutmosis III, de la Dinastía XVIII, cuando erigió una estela triunfal en el Río Éufrates, en Asia, y otra en Kurgus, en Nubia, entre las cataratas 4ª y 5ª.

En el Temprano Período Dinástico, y en el Imperio Antiguo, la frontera con la Baja Nubia tradicionalmente se situaba en Asuán, cuyo nombre moderno se deriva de la antigua palabra egipcia swenet (comercio), indicando así, claramente, las oportunidades comerciales que su situación ofrecía. La primera catarata, a poca distancia, más al sur, representaba un serio obstáculo para la navegación en El Nilo, así que la mercancía tenía que ser transportada por la orilla; esta ruta terrestre al este de El Nilo estaba protegida por un enorme muro de adobe de casi 7’5 km de largo, construcción que probablemente se remontaba, en su mayoría, a la Dinastía XII.

Para entonces, no obstante, la frontera con Nubia se situaba ya mucho más al sur, en la propia garganta de Semna, la parte más estrecha del Valle del Nilo. Y fue aquí, en esta estratégica situación, que los faraones de la Dinastía XII construirían un grupo de cuatro fortalezas de adobe: Semna, Kumma, Semna Sur, y Uronarti. Algunas de las “estelas fronterizas” levantadas por Senusret III en las fortalezas de Semna y Uronarti dan cuenta de forma muy clara del total control egipcio sobre la región, e incluye de una normativa sobre la abilidad de los nubios para el comercio a lo largo del Valle del Nilo.

Desde, al menos, principios de la Dinastía XII, la frontera con Palestina en el Delta oriental estaba defendida por una fila de fortalezas conocidas como “El Muro del Soberano” (inebu heka) y, casi al mismo tiempo, parece que se habría levantado otra en Wadi Natrum con el fin de proteger el Delta occidental de los “Libios”. Esta política se mantendría durante todo el Imperio Medio, y se construirían nuevas fortalezas en el Imperio Nuevo, incluyendo los emplazamientos orientales de Tell Abu Safa, Tell el-Farama, Tell el-Heir, y Tell el-Maskhuta, y los occidentales de Tell el-Alamein y Zawiyet Umm el-Rakham.

EVIDENCIA FÍSICA DE LOS PRIMEROS CONTACTOS CON ASIA Y NUBIA

La evidencia de lazos comerciales y diplomáticos entre el emergente estado de Egipto y sus varias culturas y estados vecinos sobrevive en forma de materia prima exótica y productos, así como de los recipientes en los que se transportaban. Aunque Egipto fue siempre claramente autosuficiente en una amplia diversidad de rocas, plantas y animales, había, por otra parte, muchos materiales altamente apreciados que no se podían obtener dentro del propio Valle del Nilo.

La turquesa sólo se podía obtener en el Sinaí; la plata, probablemente de Anatolia o del Mediterráneo Norte vía el Levante; el cobre de Nubia, el Sinaí y el Desierto Oriental; y el oro también del Desierto Oriental y de Nubia, mientras que la madera fina como el cedro, el enebro y el ébano, así como productos como el incienso y la mirra, tenían que importarse del Asia oriental y el África tropical.

Uno de los materiales más buscados y de mayor demanda era el lapislázuli, una piedra azul intenso, veteada de pirita reluciente y calcita, conocida entre los egipcios con el nombre de khesbed. Se utilizaba en joyería, amuletos y figurillas desde, al menos, el Período Naqada II (c.3.500-3.200 A.C.), pero su antigua fuente parece haber estado localizada en Badakhshan, al nordeste de Afganistán – a unos 4.000 km de Egipto – donde hasta el día de hoy se han identificado Sar-i-Sang, Chilmak, Shaga-Darra-j-Robat-i-Paskaran, y Stromby. Badakhshan se encuentra en el centro de una amplia red comercial a través de la que se exportaba el lapislázuli, cubriendo enormes distancias, a las primitivas civilizaciones del Asia occidental y nordeste de África, habiendo pasado en route, sin duda alguna, por las manos de innumerables intermediarios.

Algunos de los datos arqueológicos más importantes sobre los primeros lazos egipcios con el mundo exterior proceden de recipientes de cerámica en los que se transportaban muchos productos - tales como alimento, bebidas o cosméticos – a y desde el Valle del Nilo. La colección de unos 400 recipientes de estilo palestino que llenaba una cámara de la Tumba U-j, en el cementerio U de Naqada III, en Abidos, como se vio ya en el Capítulo 4º, muestra que el propietario de esta tumba de élite en c.3.200 A.C., - quizás un antiguo gobernante – podía ejercer una influencia considerable a fin de obtener tales objetos de su ajuar, con toda probabilidad, jarras de vino.

Muchos de estos recipientes han sido identificados con cerámica procedente de yacimientos contemporáneos en Palestina; así que, parece que habrían sido tipos especialmente manufacturados para la exportación. La misma tumba también contenía recipientes egipcios de estilo palestino de azas onduladas. Otra tumba, la U-127, ofrecía fragmentos de azas de marfil talladas con imágenes que aparentemente representaban filas de cautivos Asiáticos y mujeres acarreando recipientes de cerámica.

La cerámica encontrada en emplazamientos urbanos tempranos en el sur de Palestina, sugiere que una red comercial egipcia habría estado floreciendo en esta región ya en la primera fase de la Temprana Edad de Bronce. Se ha sugerido que la expansión de la cultura Naqada en la región del Delta en el Protodinástico pudo bien haber sido el resultado de los deseos de los gobernantes del Alto Egipto de conseguir un contacto comercial directo con Palestina, más que la obtención de mercancías a través de mediadores de Maadi y otros lugares del Bajo Egipto.

Para, al menos, el comienzo de la Dinastía I, el recientemente unificado estado egipcio se habría extendido ya más allá del Delta hasta el sur de Palestina, con una próspera ruta que atravesaba varios centenares de centros de acampada y estaciones de peaje por todo el extremo norte de la península del Sinaí (ver Capítulo 4º).Algunas de las tumbas reales de principios del Período Dinástico de Abidos, contenían fragmentos de recipientes palestinos que indicaban que los gobernantes de Egipto incluían productos Asiáticos importados en su equipo funerario.

Y más o menos a la vez que los egipcios establecían por vez primera lazos comerciales con los habitantes de la Palestina de la Temprana Edad de Bronce, a la vez establecían contacto con la población de la Baja Nubia; en principio, con el fin de conseguir acceso a los productos exóticos del África tropical, así como a los recursos minerales de la misma Nubia. Vestigios arqueológicos de estos pueblos, a los que George Reiner llamó el “Grupo A”, han sobrevivido al tiempo por toda la Baja Nubia, datados hacia 3.500 a 2.800 A.C. El ajuar funerario con frecuencia incluye recipientes de piedra, amuletos, y artefactos de cobre importados de Egipto que no sólo ayudan a datar estas tumbas, sino también demuestran que el Grupo A estaba envuelto en un comercio regular con los egipcios de los períodos Predinástico y Temprano Dinástico. Bruce Williams ha planteado la controvertida sugerencia de que los mandatarios del primitivo Grupo A serían responsables del nacimiento del estado egipcio, pero ha sido refutada por la mayoría de eruditos (Ver Capítulo 4º).

La riqueza y cantidad de elementos importados parece aumentar en posteriores sepulturas del Grupo A, lo que sugiere un crecimiento continuo de los contactos entra las dos culturas. Yacimientos tales como Khor Daoud – sin vestigios de asentamientos pero con centenares de silos que contienen recipientes de cerámica de la cultura Naqada que originalmente habrían contenido cerveza, vino, aceite, y quizás queso – eran evidentemente lugares de comercio donde se realizaban intercambios de mercancías entre los egipcios del Protodinástico, el Grupo A, y nómadas del Desierto Oriental.

A juzgar por algunas de las ricas tumbas de de los cementerios de Sayala y Qustul que contienen objetos de prestigio importadas de Egipto, la élite dentro del Grupo A podía beneficiarse de forma sustanciosa de su rol como intermediarios en la ruta comercial africana. Sin embargo, un tallado en roca procedente del yacimiento de la Baja Nubia de Gebel Sheikh Suleiman – actualmente en exposición en el Museo de Khartoum – parece registrar una campaña de la Dinastía I tan lejos como la 2ª Catarata, lo que sugeriría que los contactos con el Grupo A se habrían convertido en estas fechas en algo más que militaristas.

Un proceso de empobrecimiento severo parece que tuvo lugar en la Baja Nubia durante la Dinastía I, probablemente como resultado directo de los estragos de una primitiva explotación económica de la región. Se ha sugerido que pudo haber habido una reversión forzada al pastoreo – quizás debido a cambios ambientales - , o que la población local nubia pudo incluso haber abandonado temporalmente la región, quizás marchando hacia el sur y eventualmente regresando como Grupo C; en un momento considerado como totalmente separado del Grupo A, pero que ahora se le ve con un cierto número características culturales afines.

La población del Grupo C era sincrónica con el período de la historia egipcia que va desde mediados de la Dinastía VI a principios de la Dinastía XVIII (2.300 a 1.500 A.C.). Sus principales características arqueológicas incluían los recipientes de cerámica rematada en negro hechos a mano con incisiones decorativas rellenadas con pigmento blanco, así como artefactos importados de Egipto.

Su forma de vida parece haber estado dominada por el pastoreo de ganado mientras que su sistema social habría sido esencialmente tribal hasta que empezaron a integrarse en la sociedad egipcia. Al inicio de la Dinastía XII su territorio en la Baja Nubia sería ocupado por los egipcios, quizás, en parte para prevenir que se desarrollasen contactos con la más sofisticada cultura Kerma que había surgido en la Alta Nubia (Ver Capítulo 8º).

Vamos a hacer aquí un nuevo inciso tras la ilustrada exposición del Profesor Ian Shaw en la que se han tratado temas relacionados con los orígenes y primitivos contactos de Egipto con el mundo exterior, evidencia visual y documental, iconografía bélica, y acotaciones fronterizas, en lo que podría considerarse como una Primera Parte del tópico que nos ocupa y que encabeza esta Hoja Suelta.

A ella seguirá otra, sine die, como Segunda Parte, en la que se tratarán temas específicos afines al tópico, como El Reino de Punt, Imperialismo en los Imperios Medio y Nuevo, Byblos y, Los Pueblos del Mar, que nos dejará a las puertas del Tercer Período Intermedio - probablemente ensombrecido por la fastuosidad y los devaneos imperialistas del Imperio Nuevo - y con él, lo que algunos han dado en llamar la “fragmentación de las Dos Tierras”.

RAFAEL CANALES

En Benalmádena-Costa, a 13 de marzo de 2011

Bibliografía:

“The Oxford History of Ancient Egypt”, Ian Shaw, Oxford University Press, 2000.